Tengo un amigo –llamémosle Polo- que es un tipo bastante singular. Convendría aclarar que calificándolo de singular pretendo decir que es alguien que llama la atención, que cuesta encasillar. Andará por los cincuenta y cinco años, profesional libre con una empresa de consultoría en ingenierías que, desde hace ya varios años, da servicio preferentemente a diversas administraciones públicas. Su vida cotidiana, de lunes a viernes, es trabajar sin descanso, bien en su oficina de Madrid o moviéndose continuamente a golpe de avión por toda España, Europa y América; los fines de semana los dedica a su mujer y tres hijos. Por cierto, su mujer es técnica aeronáutica y trabaja para Boeing, con lo cual pasa, también ella, toda la semana volando a ciudades europeas con importantes aeropuertos.
Le conozco desde hace ya quince años y en todo este tiempo no ha aflojado el ritmo frenético que marca su vida. A veces me pregunto cuáles son las motivaciones que hacen que viva así. No es que le apasione el trabajo que hace (le gusta, sí, pero tampoco lo considera algo muy relevante ni, por ir al tópico, una “vía de realización personal”), tampoco es el ansia de acumular dinero (aunque importante, el factor económico nunca me ha parecido excesivamente determinante en sus decisiones). Sólo se me ocurre que vive así porque es así, porque (como le dijo el escorpión a la ranita a la que estaba aguijoneando) tal es su “naturaleza”. Quedó huérfano de padre muy joven y desde entonces tuvo que aprender a buscarse la vida y así lleva cuarenta años pateándose el mundo, sin parar y (me imagino) sin otro afán que el estar moviéndose.
Una de las cualidades de Polo, que necesariamente ha desarrollado para poder vivir como vive, es una capacidad decisoria engrasadísima y absolutamente tajante. En alguna ocasión le he echado en cara que, justamente por esos planteamientos suyos tajantes, tiende con demasiada frecuencia a descartar de un plumazo materias, lugares, personas, que podrían ofrecerle experiencias interesantes o fructíferas. Polo asume la crítica, pero me responde que su forma de actuar es simplemente su propio mecanismo adaptativo para sobrevivir; él no puede permitirse el lujo de perder el tiempo.
Pondré un ejemplo reciente, de la conversación que mantuvimos almorzando hace dos días. Le contaba yo la historia de Sócrates Scholfield y de su absurdo invento, comentándole que me atraían esos tipos excéntricos con ideas y vidas raras; siguiendo por ahí, le reconocía cómo, sobre todo en los últimos meses, me apetece mucho dedicar tiempo a una actividad que podríamos calificar de investigación inútil mediante la técnica del mariposeo aleatorio y que consiste en dejarse llevar por la mera curiosidad a través de temas encadenados. No creo que ni me dejara terminar. Con su característica radicalidad me espetó que no soportaba a los tipos que se dedicaban a patentar inventos absurdos, que no estaba dispuesto a dedicar ni un segundo a esos temas. Me explicó que, en una época, le tocó informar en Ginebra propuestas de patentes relacionadas con óptica y que la casi totalidad de la ingente cantidad de ideas que le llevaban carecían de cualquier interés y eran obras de vanidosos egocéntricos e insoportables.
Cuando Polo califica su forma de actuar de mecanismo adaptativo es porque funciona en cierto modo como la evolución. Cuando, en su relación vital con determinados elementos (personas, objetos, lugares, hechos, lo que se quiera) que agrupa en una determinada categoría, experimenta resultados negativos en un porcentaje suficientemente mayoritario de las ocasiones, toma la decisión de eludir nuevas relaciones con esos elementos. Nótese que para desarrollar este mecanismo hacen falta varios requisitos difíciles. El primero es la capacidad para clasificar, para encasillar los elementos con los que tenemos la interacción real en una o varias categorías. Téngase en cuenta que las conclusiones, para alcanzar utilidad práctica, son sobre categorías, no sobre el elemento concreto. Lo que hace Polo es procesar la experiencia desagradable sufrida al interactuar con el elemento A como un puntaje negativo a la casilla del conjunto 1 al cual pertenece A. Pero cada elemento individual y concreto puede (suele) pertenecer a más de un conjunto que Polo identifica rápidamente de forma inconsciente. Así, la experiencia negativa con A serán puntos negativos para los conjuntos 1, 2, 3 ... y todos los demás a los cuales Polo haya decidido que A pertenece. En determinado momento de su experiencia vital, Polo “computa” que las relaciones que ha tenido con elementos del conjunto 1 han sido mayoritariamente negativas (él dice que en más del 80%) y decide prescindir en adelante de interactuar con cualquier elemento que pertenezca a ese conjunto.
Pongamos un ejemplo que sé que va a hacer antipático a mi amigo: no le gustan los argentinos. A lo largo de su vida se ha relacionado con muchas personas que, además de pertenecer a otros conjuntos, tenían la característica común de pertenecer al de los “argentinos”. Cuando decidió contabilizar el puntaje de este conjunto, comprobó que más del 80% de las experiencias habían sido negativas; conclusión: pasa de los argentinos y expresa su opinión sobre ellos de forma tajante. Admite, eso sí, que valora a los argentinos desde su subjetividad y sin ninguna pretensión totalizadora (faltaría más); simplemente, a él no le gustan y los evita, pero que cada uno haga lo que quiera. Admite también que podría conocer a un argentino que le cayera de puta madre, pero en principio prefiere no dejar abierta esa puerta porque cree que el riesgo de experiencias negativas es mayor que el de eventuales positivas.
Otro requisito es una capacidad importante de análisis, procesamiento y memorización. Polo, desde luego, es un tío sorprendentemente inteligente, una de las personas que conozco con el razonamiento mejor engrasado, a lo que suma una amplísima experiencia vital y conocimiento de las personas. Así que, si alguien es capaz de procesar y acumular datos individuales para obtener resultados conjuntos a lo largo del tiempo, es él. Es más que probable que yo me olvidara de experiencias individuales a la hora de generalizarlas en la correspondiente categoría o que, si lo quisiera hacer, sólo me acordara de las más obvias (hay que reconocer que la “argentinidad” es bastante llamativa). Sin embargo, Polo expone sus conclusiones tajantes y despiadadas sobre muchísimas categorías (para nada se limita a las más obvias) y es capaz de dar varios ejemplos a modo de pruebas empíricas de sus palabras.
Reconozco que a mí no me gustan las generalizaciones y siempre que surgen estos temas siento una especie de rebelión intelectual para admitir que se puedan descartar elementos individuales (máxime si son personas) por su pertenencia a un grupo. Sin embargo, porque procuro ser honesto conmigo mismo y mínimamente riguroso, antes de descalificar los planteamientos de Polo procuro ponerlos en cuarentena mediante mi propia verificación; procedo a comprobar si respecto a los elementos A, B, C, D por mi conocidos y pertenecientes al grupo X se cumple el enunciado que Polo ha manifestado. Y, para ser sinceros, la mayoría de sus enunciados son ciertos, si no sobre la totalidad de los elementos, sí sobre la mayoría de ellos. De lo cual sólo concluyo que el cabrón no es tonto, pero no me aplico su mismo patrón conductual, tanto porque no comparto esa necesidad de “no perder el tiempo” como porque esos enunciados que resultan aparentemente verdaderos no suelen disgustarme tanto como a él.
Pero, en todo caso, me quedo con una sensación desagradable porque no me gusta que las cualidades de grupo resulten ser en la práctica lo suficientemente caracterizadoras de la personalidad individual como para pesar tanto en la valoración de ésta. Si soy capaz de concluir que no me gustan los argentinos (o lo contrario, cuidado) es porque las notas caracterizadoras de la “argentinidad” (que van más allá del acento que es una mera nota identificatoria) han tenido un peso muy relevante en los distintos individuos argentinos que he conocido a lo largo de mi vida y que no me han gustado. A partir de lo cual apunto, a modo de esbozo de hipótesis teórica, que lo que debemos hacer es, respecto a nosotros mismos, procurar construir la propia personalidad al margen de las notas que caracterizan las distintas categorías a las que pertenecemos y, respecto a los otros, esforzarnos en verlos sin los filtros de la etiqueta que le adjudicamos.
Sin embargo, no veo que vayan por ahí los tiros. Es raro que nos planteemos renunciar a las características de cualquier categoría a la que pertenezcamos; más bien al contrario, insistimos en autoidentificarnos con esas notas colectivas como parte constitutiva fundamental de nuestra personalidad individual. Un argentino no quiere dejar de ser argentino, ni siquiera que la argentinidad pierda peso en su definición personal (cámbiese argentino por cualquier otra nacionalidad); y no digamos la hiperrelevancia de otras identidades grupales, como las de género y orientación sexual. No estoy muy seguro, pero no termina de gustarme esta tendencia de “enraizamiento colectivo” de la identidad personal; tengo la intuición de que obedece a miedos íntimos profundos (entre ellos, a ser libre). Pero, quién sabe; a lo mejor no puede ser de otra manera.
Desde el otro punto de vista, también es muy difícil que, al relacionarnos con el otro, seamos capaces de mantener los prejuicios derivados de su adscripción a determinadas categorías apartados de nuestra percepción, de nuestra valoración de la persona. Respecto a estos comportamientos sí que me siento menos dubitativo a la hora de diagnosticarlos negativamente. Por poner un ejemplo tonto que viene a cuento: casi siempre que un inmigrante comete un delito, el titular periodístico especifica su nacionalidad; a la inversa, casi la totalidad de los delitos en cuya noticia no se dice la nacionalidad del delincuente son cometidos por españoles (añado: dados dos delitos cualesquiera, a igualdad de todos los demás factores, hay más probabilidades de que sea difundido por los medios si el delincuente es extranjero).
Voy acabando. Maneras de ser como las de mi amigo Polo no sólo son “eficientes” en términos adaptativos para quienes las ostentan, sino que resultan atractivas para los demás. Imagino que es porque las personas seguras, que dicen las cosas tajantemente, sin resquicios de dudas, ofrecen una realidad bien contrastada, de blancos y negros, en la que se sabe lo que hay que hacer; es decir, esas personas te dan tranquilidad. A costa, eso sí, de sucumbir a la tentación de renunciar al propio cuestionamiento continuado y, por ende, a la propia autonomía y libertad personal. Pero es que a veces pienso, si el propio Polo, con tan tajantes conclusiones, y por más que sean en gran proporción acertadas y le resulten eficaces para vivir su vida, no está él mismo renunciando a algo que no quiere siquiera saber qué es; si, en el fondo, tanta seguridad no es una respuesta (eficaz, seguramente) al miedo íntimo.
Leí el otro día en una novela de César Aira un párrafo que me llamó la atención. Lo cito: “ ... la acción significa no entender nada y arremeter, crear; y la comprensión, como es bien sabido, inhibe la acción. Comprenderlo todo es perdonarlo todo”.Quizás cada uno haya de encontrar un equilibrio entre acción y comprensión. Yo, en estos tiempos de mi vida, reconozco que me siento más inclinado a tratar de entender, aunque no actúe demasiado. Al fin y al cabo, por mucho que corramos no vamos a llegar ni antes ni más lejos.
CATEGORÍA: Todavía no la he decidido
Le conozco desde hace ya quince años y en todo este tiempo no ha aflojado el ritmo frenético que marca su vida. A veces me pregunto cuáles son las motivaciones que hacen que viva así. No es que le apasione el trabajo que hace (le gusta, sí, pero tampoco lo considera algo muy relevante ni, por ir al tópico, una “vía de realización personal”), tampoco es el ansia de acumular dinero (aunque importante, el factor económico nunca me ha parecido excesivamente determinante en sus decisiones). Sólo se me ocurre que vive así porque es así, porque (como le dijo el escorpión a la ranita a la que estaba aguijoneando) tal es su “naturaleza”. Quedó huérfano de padre muy joven y desde entonces tuvo que aprender a buscarse la vida y así lleva cuarenta años pateándose el mundo, sin parar y (me imagino) sin otro afán que el estar moviéndose.
Una de las cualidades de Polo, que necesariamente ha desarrollado para poder vivir como vive, es una capacidad decisoria engrasadísima y absolutamente tajante. En alguna ocasión le he echado en cara que, justamente por esos planteamientos suyos tajantes, tiende con demasiada frecuencia a descartar de un plumazo materias, lugares, personas, que podrían ofrecerle experiencias interesantes o fructíferas. Polo asume la crítica, pero me responde que su forma de actuar es simplemente su propio mecanismo adaptativo para sobrevivir; él no puede permitirse el lujo de perder el tiempo.
Pondré un ejemplo reciente, de la conversación que mantuvimos almorzando hace dos días. Le contaba yo la historia de Sócrates Scholfield y de su absurdo invento, comentándole que me atraían esos tipos excéntricos con ideas y vidas raras; siguiendo por ahí, le reconocía cómo, sobre todo en los últimos meses, me apetece mucho dedicar tiempo a una actividad que podríamos calificar de investigación inútil mediante la técnica del mariposeo aleatorio y que consiste en dejarse llevar por la mera curiosidad a través de temas encadenados. No creo que ni me dejara terminar. Con su característica radicalidad me espetó que no soportaba a los tipos que se dedicaban a patentar inventos absurdos, que no estaba dispuesto a dedicar ni un segundo a esos temas. Me explicó que, en una época, le tocó informar en Ginebra propuestas de patentes relacionadas con óptica y que la casi totalidad de la ingente cantidad de ideas que le llevaban carecían de cualquier interés y eran obras de vanidosos egocéntricos e insoportables.
Cuando Polo califica su forma de actuar de mecanismo adaptativo es porque funciona en cierto modo como la evolución. Cuando, en su relación vital con determinados elementos (personas, objetos, lugares, hechos, lo que se quiera) que agrupa en una determinada categoría, experimenta resultados negativos en un porcentaje suficientemente mayoritario de las ocasiones, toma la decisión de eludir nuevas relaciones con esos elementos. Nótese que para desarrollar este mecanismo hacen falta varios requisitos difíciles. El primero es la capacidad para clasificar, para encasillar los elementos con los que tenemos la interacción real en una o varias categorías. Téngase en cuenta que las conclusiones, para alcanzar utilidad práctica, son sobre categorías, no sobre el elemento concreto. Lo que hace Polo es procesar la experiencia desagradable sufrida al interactuar con el elemento A como un puntaje negativo a la casilla del conjunto 1 al cual pertenece A. Pero cada elemento individual y concreto puede (suele) pertenecer a más de un conjunto que Polo identifica rápidamente de forma inconsciente. Así, la experiencia negativa con A serán puntos negativos para los conjuntos 1, 2, 3 ... y todos los demás a los cuales Polo haya decidido que A pertenece. En determinado momento de su experiencia vital, Polo “computa” que las relaciones que ha tenido con elementos del conjunto 1 han sido mayoritariamente negativas (él dice que en más del 80%) y decide prescindir en adelante de interactuar con cualquier elemento que pertenezca a ese conjunto.
Pongamos un ejemplo que sé que va a hacer antipático a mi amigo: no le gustan los argentinos. A lo largo de su vida se ha relacionado con muchas personas que, además de pertenecer a otros conjuntos, tenían la característica común de pertenecer al de los “argentinos”. Cuando decidió contabilizar el puntaje de este conjunto, comprobó que más del 80% de las experiencias habían sido negativas; conclusión: pasa de los argentinos y expresa su opinión sobre ellos de forma tajante. Admite, eso sí, que valora a los argentinos desde su subjetividad y sin ninguna pretensión totalizadora (faltaría más); simplemente, a él no le gustan y los evita, pero que cada uno haga lo que quiera. Admite también que podría conocer a un argentino que le cayera de puta madre, pero en principio prefiere no dejar abierta esa puerta porque cree que el riesgo de experiencias negativas es mayor que el de eventuales positivas.
Otro requisito es una capacidad importante de análisis, procesamiento y memorización. Polo, desde luego, es un tío sorprendentemente inteligente, una de las personas que conozco con el razonamiento mejor engrasado, a lo que suma una amplísima experiencia vital y conocimiento de las personas. Así que, si alguien es capaz de procesar y acumular datos individuales para obtener resultados conjuntos a lo largo del tiempo, es él. Es más que probable que yo me olvidara de experiencias individuales a la hora de generalizarlas en la correspondiente categoría o que, si lo quisiera hacer, sólo me acordara de las más obvias (hay que reconocer que la “argentinidad” es bastante llamativa). Sin embargo, Polo expone sus conclusiones tajantes y despiadadas sobre muchísimas categorías (para nada se limita a las más obvias) y es capaz de dar varios ejemplos a modo de pruebas empíricas de sus palabras.
Reconozco que a mí no me gustan las generalizaciones y siempre que surgen estos temas siento una especie de rebelión intelectual para admitir que se puedan descartar elementos individuales (máxime si son personas) por su pertenencia a un grupo. Sin embargo, porque procuro ser honesto conmigo mismo y mínimamente riguroso, antes de descalificar los planteamientos de Polo procuro ponerlos en cuarentena mediante mi propia verificación; procedo a comprobar si respecto a los elementos A, B, C, D por mi conocidos y pertenecientes al grupo X se cumple el enunciado que Polo ha manifestado. Y, para ser sinceros, la mayoría de sus enunciados son ciertos, si no sobre la totalidad de los elementos, sí sobre la mayoría de ellos. De lo cual sólo concluyo que el cabrón no es tonto, pero no me aplico su mismo patrón conductual, tanto porque no comparto esa necesidad de “no perder el tiempo” como porque esos enunciados que resultan aparentemente verdaderos no suelen disgustarme tanto como a él.
Pero, en todo caso, me quedo con una sensación desagradable porque no me gusta que las cualidades de grupo resulten ser en la práctica lo suficientemente caracterizadoras de la personalidad individual como para pesar tanto en la valoración de ésta. Si soy capaz de concluir que no me gustan los argentinos (o lo contrario, cuidado) es porque las notas caracterizadoras de la “argentinidad” (que van más allá del acento que es una mera nota identificatoria) han tenido un peso muy relevante en los distintos individuos argentinos que he conocido a lo largo de mi vida y que no me han gustado. A partir de lo cual apunto, a modo de esbozo de hipótesis teórica, que lo que debemos hacer es, respecto a nosotros mismos, procurar construir la propia personalidad al margen de las notas que caracterizan las distintas categorías a las que pertenecemos y, respecto a los otros, esforzarnos en verlos sin los filtros de la etiqueta que le adjudicamos.
Sin embargo, no veo que vayan por ahí los tiros. Es raro que nos planteemos renunciar a las características de cualquier categoría a la que pertenezcamos; más bien al contrario, insistimos en autoidentificarnos con esas notas colectivas como parte constitutiva fundamental de nuestra personalidad individual. Un argentino no quiere dejar de ser argentino, ni siquiera que la argentinidad pierda peso en su definición personal (cámbiese argentino por cualquier otra nacionalidad); y no digamos la hiperrelevancia de otras identidades grupales, como las de género y orientación sexual. No estoy muy seguro, pero no termina de gustarme esta tendencia de “enraizamiento colectivo” de la identidad personal; tengo la intuición de que obedece a miedos íntimos profundos (entre ellos, a ser libre). Pero, quién sabe; a lo mejor no puede ser de otra manera.
Desde el otro punto de vista, también es muy difícil que, al relacionarnos con el otro, seamos capaces de mantener los prejuicios derivados de su adscripción a determinadas categorías apartados de nuestra percepción, de nuestra valoración de la persona. Respecto a estos comportamientos sí que me siento menos dubitativo a la hora de diagnosticarlos negativamente. Por poner un ejemplo tonto que viene a cuento: casi siempre que un inmigrante comete un delito, el titular periodístico especifica su nacionalidad; a la inversa, casi la totalidad de los delitos en cuya noticia no se dice la nacionalidad del delincuente son cometidos por españoles (añado: dados dos delitos cualesquiera, a igualdad de todos los demás factores, hay más probabilidades de que sea difundido por los medios si el delincuente es extranjero).
Voy acabando. Maneras de ser como las de mi amigo Polo no sólo son “eficientes” en términos adaptativos para quienes las ostentan, sino que resultan atractivas para los demás. Imagino que es porque las personas seguras, que dicen las cosas tajantemente, sin resquicios de dudas, ofrecen una realidad bien contrastada, de blancos y negros, en la que se sabe lo que hay que hacer; es decir, esas personas te dan tranquilidad. A costa, eso sí, de sucumbir a la tentación de renunciar al propio cuestionamiento continuado y, por ende, a la propia autonomía y libertad personal. Pero es que a veces pienso, si el propio Polo, con tan tajantes conclusiones, y por más que sean en gran proporción acertadas y le resulten eficaces para vivir su vida, no está él mismo renunciando a algo que no quiere siquiera saber qué es; si, en el fondo, tanta seguridad no es una respuesta (eficaz, seguramente) al miedo íntimo.
Leí el otro día en una novela de César Aira un párrafo que me llamó la atención. Lo cito: “ ... la acción significa no entender nada y arremeter, crear; y la comprensión, como es bien sabido, inhibe la acción. Comprenderlo todo es perdonarlo todo”.Quizás cada uno haya de encontrar un equilibrio entre acción y comprensión. Yo, en estos tiempos de mi vida, reconozco que me siento más inclinado a tratar de entender, aunque no actúe demasiado. Al fin y al cabo, por mucho que corramos no vamos a llegar ni antes ni más lejos.
Yo soy bastante tajante y poco propensa a dar segundas oportunidades a la gente que no es de mi entorno más íntimo. Por ejemplo, si no me gusta como me atienden en una peluquería, no protesto ni monto el follón. Ni siquiera digo nada. Simplemente no vuelvo jamás. Es como si ese lugar no existiera. Y lo mismo me pasa con una tienda, con un médico...
ResponderEliminarPero vamos, que no le llego a tu amigo ni al talón. Sin embargo, puedo comprender su postura.
Yo, por el contrario, me considero bastante flexible. El camino de la comprensión es el que mejor transito, a pesar de que a veces me llamen terca.
ResponderEliminarBesos
El día que se pare tu amigo un ratito , mire atrás su vida y reflexione sobre ella... hagánoslo saber, por favor. Me gustaría conocer si está orgulloso de su vida o si cambiaría algo... ya sé, ya sé... hoy por hoy, no piensa parar, no puede perder tiempo ;)
ResponderEliminarBesos de una maia.
Bueno, con la categoría "rap" fuiste bastante tajante :-)
ResponderEliminarEn eso de la acción y la reflexión, quizás tenga razón Aira y lo de categorizar y actuar vayan juntos.
Todo abrimos y cerramos puertas por diferentes razones y motivos, a veces los decimos en voz alta y otras no. Pero está claro que nadie (o eso crea) abre indiscriminadamente las puertas de su morada a todos por comprensivo que sea. Quizá hoy en día las razones de razas o nacionalidades están en el punto de mira para ser tachadas de incorrectas. Pero hay razones más irracionales todavía, el instinto por ejemplo, aunque a veces nunca falla, no hay razón alguna, pero esa persona no te gusta y te cierras y encima no lo escondes. Creo que tu amigo ha dado con la tecla, estas cosas son mecanismos de supervivencia, y esto por muy compresivos que seamos es innato e inherente al ser humano, es decir, que quien los anula o no los tiene puede ser cualquier cosa menos ser humano. No sé por qué pensamos siempre que la humanidad sólo contiene cosas buenas al calificarnos de tales, lo característico de la humanidad es todo lo que en ella hay y hoy por hoy ¿sobre qué se inclinaría la balanza, sobre lo bueno o sobre lo malo? Lo ideal es que no se inclinara sobre una de las dos pere seguiríamos siendo tan malos como buenos.
ResponderEliminarPues yo antes era más tajante y no daba segundas oportunidades, me fiaba de mi instinto; pero un día me empezó a fallar y por si acaso doy una oportunidad a la gente y a las situaciones. Me da miedo ser tan tajante. Pero a tu amigo dificilmente, por lo que cuentas nadie le hará cambiar de opinión!!
ResponderEliminarIncluso con la gente que siento que me falla, primero despotrico de ellos en la intimidad de mi cuarto de baño. Pienso que nunca más, que ya estoy harta. Pero luego los vuelvo a encontrar en el camino y... no puedo evitar darles una oportunidad nueva. Sólo recuerdo una persona con la que corté toda relación aunque insistió en seguirla, sin molestarme en dar más explicaciones que las que se dijeron en aquel acalorado momento. Otra en la que me impuse la serenidad para cogerle y hablarle y decirle exactamente las razones que me instaban a cortar toda relación entre ambos. Lo que nunca he hecho es generalizar ni un poquito siquiera. Veo a todo el mundo como entes individuales, como universos en sí mismos. No los puedo categorizar más que por su comportamiento. A mí no me serviría la estrategia de tu amigo.
ResponderEliminarBesotes.
Creo que elegí mal el título para este post. Ciertamente mi amigo tiene opiniones tajantes, pero lo que quería resaltar era que esas opiniones tajantes lo eran respecto a categorías a grupos; a partir de experiencias concretas, decide juzgar tajantemente a todo el grupo y aplicar ese juicio a partir de entonces respecto a cualquier elemento de ese grupo. Muy distinto es el ser más o menos tajante, el dar o no una segunda oportunidad, a las personas concretas.
ResponderEliminarMe llamó la atención la capacidad de generalizar, como usamos ese mecanismo (unos más que otros) para aplicarlo en nuestras relaciones con personas (siempre son con individuos, nunca con grupos). Salvo Amy, nadie me ha entrado al trapo; en fin. Y en cuanto a lo que Amy dice, acojonadito me ha dejado. Creo que para contestarla habré de escribir un post. Besos a todas.