A Petarda
Es complicado definir la felicidad, pero creo que casi todos coincidiríamos en que se trata de un estado mental relacionado con las emociones. Digamos, manteniéndonos en este terreno tan impreciso, que uno es feliz cuando las emociones que siente son de las que solemos llamar positivas. Durante esos estados anímicos uno se siente a gusto, en paz consigo mismo, gratificado placenteramente, etc ...
Como es sabido, las emociones son actividad cerebral de respuesta ante ciertos estímulos, posibilitando la adaptación orgánica necesaria para la acción. El miedo infantil, por ejemplo, tiene una clara justificación evolutiva en la necesidad de protección de la “cría” indefensa. El porqué tenemos emociones siempre se busca en factores evolutivos, pero el entorno que dio origen a una determinada “arquitectura” de nuestro sistema nervioso (incluido el neocórtex) ya no es el mismo. De otra parte, los “condicionantes culturales”, a mi modo de ver, han venido amplificando sobremanera nuestras emociones. Tengo la impresión de que, en gran proporción, sentimos las emociones que nos han "enseñado" que debemos sentir según cada situación externa.
Sea así o no, de lo que parecen cada vez más convencidos los neurólogos es de que el cerebro es capaz de modificar su actividad emocional. Desde hace más de un siglo está acuñado el término "plasticidad cerebral" que se refiere a la capacidad del cerebro para producir cambios estructurales y funcionales de sí mismo (a fin, por ejemplo, de minimizar los efectos de lesiones). La intuición de Ramón y Cajal de que los cambios observables en el comportamiento tendrían un sustrato anatómico empezó a demostrarse acertada en la segunda mitad del siglo XX. De forma "automática" el cerebro es pues capaz de reestructurarse y modificar la "actividad mental".
Obviamente, estos mecanismos operan también con la generación de emociones que, al fin y al cabo, son específicos procesos bioquímicos. Sin entrar en detalles (porque me lío dada mi falta de formación), lo que me parece sacar en claro es que un cerebro "sano" tiene la capacidad anatómica de automodificar su actividad. Otra cuestión es si podemos "conscientemente" aprovecharnos de esa capacidad para cambiar nuestra actividad mental. Si así fuera, podríamos "educar" a nuestro cerebro para que generara emociones positivas y evitara las negativas y, de ese modo, ser lo más felices posible durante el mayor tiempo posible.
Por supuesto, desde tiempos inmemoriales hasta hoy han existido quienes están convencidos de ello. Por su parte, los neurólogos, cada vez más, si bien con las obvias reservas que exige la investigación científica, parecen dar cada vez más la razón a esas tesis. Hace un par de años leí un par de libros de Antonio Damasio que me dieron bastantes temas que pensar. Recientemente, me he enterado de una investigación de un tal Richard J. Davidson, director del Laboratorio de Neurología afectiva de la universidad de Wisconsin-Madison, encaminada a detectar las diferencias neurológicas de la actividad cerebral en función de los comportamientos y pensamientos "conscientes" de los individuos. En esa misma línea, este psiquiatra, ha "medido" el grado de felicidad en una muestra amplia de sujetos.
Sus investigaciones parecen sugerir (léase con todas las cautelas que se quieran) que quienes "conscientemente" se esfuerzan en tener pensamientos y emociones positivas aprovechan, efectivamente, la plasticidad de sus cerebros de modo que éstos se modifican. Haciendo una burda metáfora, es como si forzáramos a ejercitar unos músculos (las partes del cerebro encargadas de producir emociones positivas) y abandonáramos otros (las que se dedican a las negativas), de forma tal que no sólo los primeros se fortalecen y los segundos se debilitan, sino que incluso estos últimos pasan a ocuparse de actividades (positivas) que antes no llevaban a cabo. Por supuesto, no es del todo correcto hablar de "partes" del cerebro, aunque Davidson ha detectado que, cuanto más feliz es uno, más intensa es la actividad eléctrica del lado izquierdo de los lóbulos frontales en detrimento de la del lado derecho.
No me ha sorprendido mucho que, entre las diversas técnicas que se han "ensayado" en este tipo de investigaciones para inducir cambios en el sentido de la felicidad, destaquen las de la meditación, tal como la enseñan la filosofías orientales, en especial los budistas. Meditar consiste básicamente en concentrar la atención en el presente, en el interior de uno mismo, evitando el continuo runrun de la alocada actividad cerebral que genera nuestra propia ansiedad. En mi opinión, es dificilísimo progresar en estas técnicas, pero he podido atisbar que son un camino hacia la paz interior.
Sin necesidad de ponerme místico orientalista, sí me parece pertinente señalar las contradicciones "de fondo" entre una voluntad consciente de educar a nuestro cerebro para ser feliz y los "valores" intrínsecos a nuestro modo de vida. Lo cierto es que tenemos muy hondamente adheridos por nuestra educación (y reforzados continuamente de forma más o menos subliminal) unos valores cuya consecución, a mi juicio, son incompatibles con acercarnos a una felicidad suficientemente estable. Por poner sólo un ejemplo sobre el que últimamente me ha dado por pensar, el ansia vanidosa de reconocimiento es uno de los rasgos que dudo mucho que conduzca al crecimiento personal (entendiendo éste como el camino hacia la felicidad) y, sin embargo, qué importante es para tantas personas. Estas personas, en mi opinión, difícilmente llegarán a ser felices; y, me temo, que la mayoría de ellas simplemente no querrían serlo a ese precio (peor para ellas).
Naturalmente, el proceso al que me refiero tiene mucho que ver (como ya dijo el Buda) con la progresiva supresión de las necesidades; algo también bastante incompatible en una sociedad basada en la generación continua de necesidades y en la identificación (perversa) de felicidad con satisfacción de las mismas. Pero no me voy a meter por ahí, salvo para señalar que el aprender a desprendernos de tantas necesidades inanes pasa también por una voluntad consciente para propiciar el cambio neurológico.
De más está decir que no soy nadie para dar consejos, por más que estos asuntos de los que tan confusamente hablo tengan mucho que ver con mis propias y titubeantes tentativas vitales. Desconozco, por tanto, las recetas prácticas (si las hay) para propiciar que nuestro cerebro funcione positivamente y nos haga ser felices. Aun así, se me ocurren algunas que intento practicar (no con la constancia con que debiera). Por ejemplo, sonreír; aunque uno no esté de humor para ello. En contra del refrán, el hábito sí hace al monje; si nos empeñamos en sonreír se atenúan las emociones negativas. Las expresiones faciales son resultado "automático" de las emociones generadas en el neocórtex; puede que si ante una emoción de tristeza el neocórtex se encuentra con una sonrisa, se descoloque y vaya suprimiendo la emoción. ¿Una chorrada? Quizá no tanto.
Doy otro ejemplo que tiene que ver con la autoestima y la dependencia y del que estuve hablando ayer con una amiga. Es frecuente que personas a las que queremos nos "defrauden" comportándose en situaciones concretas como no esperaríamos que lo hicieran desde nuestros esquemas. Se quejaba mi amiga de un amigo común, al que ella (y yo) quiere y, por tanto, le gusta ejercer un comportamiento afectivo con él. Sin embargo, este hombre, que lleva una vida laboral intensísima, siempre sin tiempo para nada, parece que sólo se acuerda de ella (y de mí) cuando la necesita. Me decía mi amiga que se siente tonta, utilizada y que eso le duele, lo cual obviamente es bastante comprensible. Yo le sugería que cabe otra manera de verlo y es la de que este amigo común nos quiere pero sólo tiene ocasión de ejercer su afectividad hacia nosotros cuando en su ajetreo continuo nos "necesita". Él vive así y esa es su forma (por muy limitada que nos parezca) de expresar su afectividad. Lo mejor es aceptarle y disfrutarle en esos momentos.
En realidad, no tiene ninguna importancia cuál es la hipótesis más verídica, suponiendo que hubiera alguna forma de saberlo. Lo relevante es lo que se cuente mi amiga (y yo) a sí misma. Porque su pensamiento (que es el más "normal" y coherente con los valores que nos han impregnado) para lo único que vale es para que se sienta mal; equivale a ejercitar los "músculos" cerebrales generadores de emociones negativas. La hipótesis que le sugerí, en cambio, refuerza el cariño que siente hacia esa persona, una emoción positiva que propicia la adaptación cerebral hacia la felicidad.
Por supuesto, esforzarse en pensar lo que digo exige hacer oídos sordos a nuestro pepito grillo puñetero cuando nos diga: "tú lo que eres es un ingenuo; no ves que se está aprovechando de ti; vas a quedar como un tonto". Y a mí qué me importa que se aprovechen de mí, si lo que quiero es poder expresarle mi afectividad. En el fondo, esos pensamientos negativos nacen de nuestras propias inseguridades, de la necesidad de que nos quieran y del simétrico miedo a querer si no estamos seguros de los sentimientos del otro. Dependencias, al cabo, que nos impiden darnos cuenta de que la felicidad, la posibilidad de la felicidad, está en nosotros, no en lo que recibamos de los demás (dentro, obviamente, de unos límites que en los que normalmente estamos).
Bueno, me he enrollado demasiado para no decir más que tópicos. Cuánto me cuesta desarrollar las ideas que me bullen cuando me meto en sembrados emocionales. Acabo con una cita que he leído atribuida a Aristóteles: "la felicidad es un hábito". Y eso que el griego no sabía nada de neurología.
Como es sabido, las emociones son actividad cerebral de respuesta ante ciertos estímulos, posibilitando la adaptación orgánica necesaria para la acción. El miedo infantil, por ejemplo, tiene una clara justificación evolutiva en la necesidad de protección de la “cría” indefensa. El porqué tenemos emociones siempre se busca en factores evolutivos, pero el entorno que dio origen a una determinada “arquitectura” de nuestro sistema nervioso (incluido el neocórtex) ya no es el mismo. De otra parte, los “condicionantes culturales”, a mi modo de ver, han venido amplificando sobremanera nuestras emociones. Tengo la impresión de que, en gran proporción, sentimos las emociones que nos han "enseñado" que debemos sentir según cada situación externa.
Sea así o no, de lo que parecen cada vez más convencidos los neurólogos es de que el cerebro es capaz de modificar su actividad emocional. Desde hace más de un siglo está acuñado el término "plasticidad cerebral" que se refiere a la capacidad del cerebro para producir cambios estructurales y funcionales de sí mismo (a fin, por ejemplo, de minimizar los efectos de lesiones). La intuición de Ramón y Cajal de que los cambios observables en el comportamiento tendrían un sustrato anatómico empezó a demostrarse acertada en la segunda mitad del siglo XX. De forma "automática" el cerebro es pues capaz de reestructurarse y modificar la "actividad mental".
Obviamente, estos mecanismos operan también con la generación de emociones que, al fin y al cabo, son específicos procesos bioquímicos. Sin entrar en detalles (porque me lío dada mi falta de formación), lo que me parece sacar en claro es que un cerebro "sano" tiene la capacidad anatómica de automodificar su actividad. Otra cuestión es si podemos "conscientemente" aprovecharnos de esa capacidad para cambiar nuestra actividad mental. Si así fuera, podríamos "educar" a nuestro cerebro para que generara emociones positivas y evitara las negativas y, de ese modo, ser lo más felices posible durante el mayor tiempo posible.
Por supuesto, desde tiempos inmemoriales hasta hoy han existido quienes están convencidos de ello. Por su parte, los neurólogos, cada vez más, si bien con las obvias reservas que exige la investigación científica, parecen dar cada vez más la razón a esas tesis. Hace un par de años leí un par de libros de Antonio Damasio que me dieron bastantes temas que pensar. Recientemente, me he enterado de una investigación de un tal Richard J. Davidson, director del Laboratorio de Neurología afectiva de la universidad de Wisconsin-Madison, encaminada a detectar las diferencias neurológicas de la actividad cerebral en función de los comportamientos y pensamientos "conscientes" de los individuos. En esa misma línea, este psiquiatra, ha "medido" el grado de felicidad en una muestra amplia de sujetos.
Sus investigaciones parecen sugerir (léase con todas las cautelas que se quieran) que quienes "conscientemente" se esfuerzan en tener pensamientos y emociones positivas aprovechan, efectivamente, la plasticidad de sus cerebros de modo que éstos se modifican. Haciendo una burda metáfora, es como si forzáramos a ejercitar unos músculos (las partes del cerebro encargadas de producir emociones positivas) y abandonáramos otros (las que se dedican a las negativas), de forma tal que no sólo los primeros se fortalecen y los segundos se debilitan, sino que incluso estos últimos pasan a ocuparse de actividades (positivas) que antes no llevaban a cabo. Por supuesto, no es del todo correcto hablar de "partes" del cerebro, aunque Davidson ha detectado que, cuanto más feliz es uno, más intensa es la actividad eléctrica del lado izquierdo de los lóbulos frontales en detrimento de la del lado derecho.
No me ha sorprendido mucho que, entre las diversas técnicas que se han "ensayado" en este tipo de investigaciones para inducir cambios en el sentido de la felicidad, destaquen las de la meditación, tal como la enseñan la filosofías orientales, en especial los budistas. Meditar consiste básicamente en concentrar la atención en el presente, en el interior de uno mismo, evitando el continuo runrun de la alocada actividad cerebral que genera nuestra propia ansiedad. En mi opinión, es dificilísimo progresar en estas técnicas, pero he podido atisbar que son un camino hacia la paz interior.
Sin necesidad de ponerme místico orientalista, sí me parece pertinente señalar las contradicciones "de fondo" entre una voluntad consciente de educar a nuestro cerebro para ser feliz y los "valores" intrínsecos a nuestro modo de vida. Lo cierto es que tenemos muy hondamente adheridos por nuestra educación (y reforzados continuamente de forma más o menos subliminal) unos valores cuya consecución, a mi juicio, son incompatibles con acercarnos a una felicidad suficientemente estable. Por poner sólo un ejemplo sobre el que últimamente me ha dado por pensar, el ansia vanidosa de reconocimiento es uno de los rasgos que dudo mucho que conduzca al crecimiento personal (entendiendo éste como el camino hacia la felicidad) y, sin embargo, qué importante es para tantas personas. Estas personas, en mi opinión, difícilmente llegarán a ser felices; y, me temo, que la mayoría de ellas simplemente no querrían serlo a ese precio (peor para ellas).
Naturalmente, el proceso al que me refiero tiene mucho que ver (como ya dijo el Buda) con la progresiva supresión de las necesidades; algo también bastante incompatible en una sociedad basada en la generación continua de necesidades y en la identificación (perversa) de felicidad con satisfacción de las mismas. Pero no me voy a meter por ahí, salvo para señalar que el aprender a desprendernos de tantas necesidades inanes pasa también por una voluntad consciente para propiciar el cambio neurológico.
De más está decir que no soy nadie para dar consejos, por más que estos asuntos de los que tan confusamente hablo tengan mucho que ver con mis propias y titubeantes tentativas vitales. Desconozco, por tanto, las recetas prácticas (si las hay) para propiciar que nuestro cerebro funcione positivamente y nos haga ser felices. Aun así, se me ocurren algunas que intento practicar (no con la constancia con que debiera). Por ejemplo, sonreír; aunque uno no esté de humor para ello. En contra del refrán, el hábito sí hace al monje; si nos empeñamos en sonreír se atenúan las emociones negativas. Las expresiones faciales son resultado "automático" de las emociones generadas en el neocórtex; puede que si ante una emoción de tristeza el neocórtex se encuentra con una sonrisa, se descoloque y vaya suprimiendo la emoción. ¿Una chorrada? Quizá no tanto.
Doy otro ejemplo que tiene que ver con la autoestima y la dependencia y del que estuve hablando ayer con una amiga. Es frecuente que personas a las que queremos nos "defrauden" comportándose en situaciones concretas como no esperaríamos que lo hicieran desde nuestros esquemas. Se quejaba mi amiga de un amigo común, al que ella (y yo) quiere y, por tanto, le gusta ejercer un comportamiento afectivo con él. Sin embargo, este hombre, que lleva una vida laboral intensísima, siempre sin tiempo para nada, parece que sólo se acuerda de ella (y de mí) cuando la necesita. Me decía mi amiga que se siente tonta, utilizada y que eso le duele, lo cual obviamente es bastante comprensible. Yo le sugería que cabe otra manera de verlo y es la de que este amigo común nos quiere pero sólo tiene ocasión de ejercer su afectividad hacia nosotros cuando en su ajetreo continuo nos "necesita". Él vive así y esa es su forma (por muy limitada que nos parezca) de expresar su afectividad. Lo mejor es aceptarle y disfrutarle en esos momentos.
En realidad, no tiene ninguna importancia cuál es la hipótesis más verídica, suponiendo que hubiera alguna forma de saberlo. Lo relevante es lo que se cuente mi amiga (y yo) a sí misma. Porque su pensamiento (que es el más "normal" y coherente con los valores que nos han impregnado) para lo único que vale es para que se sienta mal; equivale a ejercitar los "músculos" cerebrales generadores de emociones negativas. La hipótesis que le sugerí, en cambio, refuerza el cariño que siente hacia esa persona, una emoción positiva que propicia la adaptación cerebral hacia la felicidad.
Por supuesto, esforzarse en pensar lo que digo exige hacer oídos sordos a nuestro pepito grillo puñetero cuando nos diga: "tú lo que eres es un ingenuo; no ves que se está aprovechando de ti; vas a quedar como un tonto". Y a mí qué me importa que se aprovechen de mí, si lo que quiero es poder expresarle mi afectividad. En el fondo, esos pensamientos negativos nacen de nuestras propias inseguridades, de la necesidad de que nos quieran y del simétrico miedo a querer si no estamos seguros de los sentimientos del otro. Dependencias, al cabo, que nos impiden darnos cuenta de que la felicidad, la posibilidad de la felicidad, está en nosotros, no en lo que recibamos de los demás (dentro, obviamente, de unos límites que en los que normalmente estamos).
Bueno, me he enrollado demasiado para no decir más que tópicos. Cuánto me cuesta desarrollar las ideas que me bullen cuando me meto en sembrados emocionales. Acabo con una cita que he leído atribuida a Aristóteles: "la felicidad es un hábito". Y eso que el griego no sabía nada de neurología.
Como he escrito sobre emociones, pido a los Stones que me rescaten. Una pobre excusa para poner música de uno de mis grupos preferidos, aunque se trate de una canción algo atípica. He puesto el archivo de audio porque la calidad sonora es bastante mejor, pero quien quiera también puede "verla" en youtube.
CATEGORÍA: Reflexiones sobre emociones
Parece que los Toltecas eran bastante sabios y seguian una serie de acuerdos cuya practica a conciencia los ayudaba a mantener el equilibrio mental y emocional. Estos acuerdos son:
ResponderEliminar1- Se impecable con tus palabras.
2- No te tomes nada personalmente.
3- No hagas suposiciones.
4- Haz siempre lo maximo que puedas.
Creo que no se contradicen para nada con la idea de Aristoteles que la felicidad es un habito.
Comparto totalmente esto, la felicidad no solo es un habito, es tambien una decision de vida para mi, algo en lo que se debe trabajar siempre, y que no depende en absoluto de lo exterior.
muy lindo post,
un beso
Jua-jua-juas. Miros, por un momento me has acojonao. Tú te has documentado, yo no. Pero has escrito lo que llevo pensando de un tiempo a esta parte, mucho más estos días, porque lo estoy viviendo en mis carnes. Incluso no veía la forma de escribirlo en un artículo. Gracias por ahorrarme el esfuerzo.
ResponderEliminarHace muchísimos años tuve una conversación parecida con mi madre. Se quejaba de que mi hermano no la llamaba ni para preguntar por la salud, que era ella la que tenía que llamar siempre, que siempre estaba demasiado ocupado para ella. Y yo le vine a decir que a mí me dejó de ocurrir eso mismo con el mismo hermano cuando bajé el listón de las expectativas: "baja el listón y verás como no te parece que sea tan mal hijo". Eso hizo, y parece que fue efectivo (aunque le dejó un regusto a amargura, porque bajarle el listón a un hijo es amargo).
A mí me sucede que me encuentro en demasiadas ocasiones demasiado triste, demasiado en desencuentro con mi vida (trabajo, hijos, relaciones sentimentales), y eso me quita todas las fuerzas. He practicado eso de lo que hablas de reeducar los sentimientos para forzarme a sentirme mejor, sin saber que ningún neurocirujano ni ningún budista ya lo habían pensado antes que yo. Anda que me voy a haber inventado algo... En fin, que hago la prueba y me sale. Un día, hoy por ejemplo, me asaltan unos pensamientos muy negativos motivados por causas objetivas, y me amargo durante unas horas. Al cabo de ellas (esto es un paso de gigante con respecto a otras épocas de mi vida en las que sucumbía a estos episodios metiéndome en la cama y llorando cual magdalena, y no hace tanto de eso), de pronto me asalta un pensamiento que me he programado para estos casos de emergencia: "puedo sentirme mejor sólo con pensar en ello", y flash, ya está, la congoja desaparece y se me queda una serenidad... aséptica. Eso es lo malo, que al final me demuestro que todo lo que llegamos a sentir no es más que química: he hecho fluir una sustancia en mi sangre que ha liberado el atasco (¿el post que escribí con 22 años no hablaba de eso?). No soy más que una unidad bioquímica robotizada, en la que, eso sí, intento que nadie más que yo maneje los botones y palancas.
Aún así, cuesta mucho ejercer ese autocontrol todo el tiempo. Y naturalmente, cuando la felicidad estúpida se apodere de mí, no pienso reajustarme. Mejor vivir colocada con los estupefacientes fabricados por mi cerebro. ¿Que no?
Ah, y no creo que haya que eliminar necesidades para ser feliz. Basta con necesitar aquello que podemos conseguir.
Besazos.
Si tiene solución ¿para que preocuparse? y si no la tiene ¿para que preocuparse?
ResponderEliminarAlgo simple que aplico todos los días. Si es necesario ver el lado positivo de las cosas, cuando a veces nos parece que estamos en callejones sin salida, pensar en que somos un puntito en uno sistema enorme y por tanto el problema tampoco es para tanto. Aceptar a cada uno como es y no esperar lo que nosotros haríamos sino aceptar lo que los otros hacen por ser como son. No podemos aplicar a los demás nuestra escala de valores, ni medir aciertos o errores por lo que a nosotros nos parece un acierto o un error. Pero incluso cuando eres positiva y te tomas con humor la vida, hay días que necesitas decirle a alguien no puedo más aunque sepas que al día siguiente seguiras pudiendo.
Bien dicho.
ResponderEliminar=)
La cuestión es, me parece, "¿se puede educar el cerebro para ser féliz?", como textualmente señalas, o ¿es el cerebro el que le educa a uno?, con que te respondo yo. Mi opinión es que son ciertas las dos cosas y no excluyentes, por tanto, se trata de un circuito de retroalimentación, cibernético, en que se influyen mutuamente ambos.
ResponderEliminarOtra cuestión es no confundir la felicidad, que siempre es momentánea, retrospectiva (¡Qué feliz fuí entonces), fugaz, con la serenidad, estabilidad, calma o como la queramos llamar.
Lástima que estos temas hayan caído en la órbita de ese infragénero del ensayo que son los libros de autoayuda.
Un tema muy interesante que daría para un blog por sí solo y casi eterno.
Un saludo
Lansky
Se llama "reestructuración cognitiva" y es la técnica de elección para modificar la sinapsis. Puede estar revestida de religión, relajación, meditación o simple terapia pero siempre es lo mismo: ayudarte a pensar distinto para que tu cerebro acabe pensando de manera genérica distinto y aprendiendo a ser feliz.
ResponderEliminarComo veo que el tema te interesa, dale un aire más profesional y léete lo que encuentres de Beck acerca de la reestructuración cognitiva (si quieres, claro.)
Yo suelo decir que mi hombre ideal es hommer simpson y nadie me cree.
ResponderEliminarCreo que el personaje ha llegado al Nirvana tomando un atajo. En vez de sesiones de meditación trascendental ha optado por el vacío.
Una frase genial: ".. ya sabes que yo no soy de los tipos que piensan las cosas antes de hacerlas, aunque respeto a quien lo haga".
En cuanto al aspecto de reducir las necesidades (tanto económicas, como vanidosas o afectivas). Esa ha sido básicamente mi lección vital en los últimos años.
A mi siempre me viene a la mente la paciencia de Job con estos temas. Evidentemente ante las desgracias se pueden tomar dos aptitudes, exagerarlas acrecentando un dolor que en nada nos hace bien o aceptarlas porque en definitivas cuentas el dolor no modifica nuestra realidad. Sin embargo socialmente nos hemos acostumbrado tanto a los comportamientos exagerados que a veces me siento muy rara poniendo en práctica todo esto que has explicado. Hará como un mes cuando salí a la calle vi que alguien había golpeado mi coche dejando el lado derecho hecho un desastre. Ha llegado a ser tal mi grado de aceptación de lo que ocurre a mi alrededor que en ese momento lo único que se me vino a la mente fue preguntarme si era o no era normal mi comportamiento tan falto de cualquier emotividad.
ResponderEliminarUyss perdón actitudes quise decir.
ResponderEliminarEva: Todas las culturas han tenido aforismos bastante sabios para propiciar que los humanos nos acerquemos a la felicidad. En el fondo, desde hace muchísimo, sabemos bastante bien “en teoría” los caminos que nos conducen a la felicidad y, sin embargo, no solemos esforzarnos en transitarlos. Coincido contigo en que la felicidad es una decisión vital pero, a la hora de verdad, pocos la adoptan seriamente.
ResponderEliminarIllyakin: Sí, me acordé del texto que escribiste con 22 años; hay que ver: tan jovencita y tan sabia. En lo único que disentimos es en lo de las necesidades. Tu propuesta tiene un cierto aire acomodaticio que me parece peligroso y que valdría para justificar situaciones de dependencia poco propicias a estados de felicidad estables. Pero, en fin, sería cuestión de extenderse sobre esto y no es el momento.
Marta: Efectivamente preocuparse, como su propia etimología indica (ocuparse anticipadamente de algo) es por lo general bastante inútil y suele convertirse en una actividad mental generadora de infelicidad. Y, por supuesto, una cosa es saber, incluso estar convencido de lo que debemos hacer y otra ser capaceces siempre de llevarlo a la práctica. Así que claro que a veces “necesitamos” (o nos viene muy bien) que alguien nos anime.
Mari: Gracias.
Lansky: Menudo comentario; me provoca contestarte escribiendo un post. En fin, lo intentaré brevemente.
Totalmente de acuerdo con lo de quién educa a quién. De hecho, no sabría distinguir entre “yo” y “mi” cerebro. Sobre el tema de la base neurológica de la conciencia del yo, algo he leído, pero me siento siempre como el angelito de San Agustín tratando de meter el agua del mar en el pequeño hoyito de mi capacidad intelectual. Para eludir ese “sembrao” opté por individualizar el cerebro, sólo a efectos expositivos.
Yendo al terreno sintáctico, me has dejado pensando con tu sutil corrección a mi título: ¿es “educar al cerebro” o “educar el cerebro”? La duda gramatical tiene que ver, me parece, con la consideración que hagamos del propio cerebro. En términos estrictos, siempre se educa A alguien (aunque ese “alguien” sea un animal: educar al perro); además, si identifico el cerebro con la esencia de mi yo, pues también. pero, en fin, no estoy nada seguro (se me ocurren frases empleando el verbo educar metafóricamente con un objeto directo inanimado en las que la preposición a me chirría).
En cuanto a lo de confundir la felicidad con la paz ... Mucho habría que hablar. No tengo nada claro qué es la felicidad (aunque para nada la considero esa especie de recuerdo melancólico que a ti te parece) pero, ciertamente, en estos últimos tiempos, cada vez la asocio más con la paz, el equilibrio interior.
Y sí, una pena que estos temas hayan caído en la órbita de ese infragénero del ensayo que son los libros de autoayuda. De hecho, cada vez que escribo sobre emociones me cuesta dios y ayuda eludir el lenguaje entre ambiguo y cursi tan propio de ese tipo de literatura. Dicho lo cual, como con los bestsellers, creo que este tipo de libros cumplen una función que, con los años, he aprendido a no despreciar.
Por último: este tema da para un blog por sí solo, sin duda. Como también dan muchos otros. Pero yo es que soy muy disperso.
Amanda: Tienes razón y debería haberme referido a la terapia cognitiva de Beck, pero escribo los posts a partir de cosas que me llaman la atención y a veces, olvido relacionarlos con otras. Te diré que descubrí a Beck hará un año gracias, justamente, a una referencia en un post tuyo del que ya no me acuerdo y, desde entonces, algo he leído (poco) y me parece muy interesante. Por ejemplo, me siento bastante identificado con lo de esforzarse en analizar las emociones propias como técnica para modificar su generación. Procuraré seguir leyendo cosas de Beck (a quien se nota que respetas mucho), aunque no tengo ninguna pretensión profesional.
TitoBeno: Hombre, Homer me cae bastante bien (aunque hace años que no veo los Simpson) pero de ahí a ponerlo como modelo vital ... :) No obstanet he de reconocerte que el vacío como estado místico de disolución del yo me parece atractivo, aunque creo que mi vacío y el de Homer no son iguales; tampoco me convence la continuada ingesta de cerveza como camino vital. Aplaudo tu elección de reducir las necesidades; en ello ando.
Amy: Estás hecha una mística; te envidio, a mí me habría costado mucho no explotar en una sarta de maldiciones. Me parece interesante tu comentario final, lo de que te sorprendas ante tus propias reacciones. Alguna vez me ha ocurrido eso a mí (y me lo han contado varias veces). Suele ocurrir, creo, cuando nos damos cuenta de que nuestras emociones no son las que “se supone” que hemos de tener, las que nos han “enseñado” que hemos de tener. Y creo que ese es un buen momento (es como una llamada de atención de nuestra inteligencia) para reflexionar sobre el grado de condicionamiento emocional que tenemos y propiciar el desprendernos un poquito
hace poco me mandaron un mail con un estudio que había hecho una de las famosas universidades americanas, y que habían descubierto el hombre más feliz del mundo.
ResponderEliminarEra occidental, que un día se canso, dejo todo y se fue al tibet haciéndose monje.
Aclaraban que por esto no era el hombre más feliz, sino fue el medio para conseguir lo que el considera que es la felicidad, un estado de necesidad total de todo
"Desprendiéndose de todo aquello en lo que los occidentales suponemos radica la felicidad: fe en un Dios salvador, éxito profesional, pericia científica, dinero, posesiones, relaciones humanas y consumo, consumo, consumo… "
Dice el estudio lo siguiente: La causa hay que buscarla en otro lado, dice el jefe del estudio, Richard J. Davidson, y no es ningún misterio ni gracia divina: Se llama plasticidad de la mente. Es la capacidad humana de modificar físicamente el cerebro por medio de los pensamientos que elegimos entretener.
Resulta que al igual que los músculos del cuerpo, el cerebro desarrolla y fortalece las neuronas que más utilizamos.
A más pensamientos negativos, mayor actividad en el córtex derecho del cerebro y en consecuencia, mayor ansiedad, depresión, envidia y hostilidad hacia los demás.
En otras palabras: más infelicidad autogenerada. Por el contrario,
quien trabaja en pensar bien de los demás y ver el lado amable de la vida,
ejercita el córtex izquierdo, elevando las emociones placenteras y la felicidad.
Ricard advierte que no se trata de decidir ver la vida en rosa de un día para otro,
sino de trabajar sistemáticamente en debilitar esos músculos de infelicidad
que tanto hemos fortalecido creyéndonos víctimas del pasado, de los padres o del entorno, y paralelamente, comenzar a ejercitar los músculos mentales
que nos hacen absoluta y directamente responsables de nuestra propia felicidad
Ricard admite que su camino no es más que uno entre muchos, Pero advierte que ser feliz necesariamente sucede al dejar de culpar a los demás de nuestra infelicidad
y buscar la causa en nuestra propia mente.
“Vivir las experiencias que nos ofrece la vida, es obligatorio; sufrirlas o gozarlas, es opcional...
para resumir esto con algo que yo llevo años diciendo.."nosotros somos nuestro peor enemigo".
Yo tambien estoy intentando no necesitar... pero es duro ein...auqnue ultimamente me doy cuenta que la gente que llega a casi 50 empieza a plantearse estos temas..
un beso
Creo firmemente que la felicidad es responsabilidad de cada uno, y que trabajar en su aprendizaje es la única tarea por la que merece la pena verdaderamente vivir. Por eso siempre me ha parecido una mentecatez cuando se dice que una persona "ha hecho feliz" a otra. Ya se que es un modo de hablar, pero lo mas que podemos esperar de la "persona que esperamos que nos haga felices" (valga la refunfundancia, como dirían Martes y Trece) lo más que podemos esperar de ella, digo, es que no nos estorbe en nuestra tarea de hacernos felices a nosotros mismos. Y esto que suena tan egoista, es una verdad como una pirámide egipcia. Y la mejor manera que tenemos para "hacer felices" a los que nos rodean, es haciéndonos felices a nosotros mismos. Para demostrarles que se puede, y cómo se hace.
ResponderEliminarY también creo que si, que el cerebro se puede educar hacia lo positivo. Y creo que el último libro de Rita Levi-MOntalcini "El As en la manga" va sobre eso, la plasticidad de las neuronas.
Hablan de él aquí:
http://365diasdelibros.blogspot.com/2008/01/el-as-en-la-manga-de-rita-levi.html
me ha gustado mucho este post, y perdona el rollete
No Lansky, no estoy de acuerdo. La felicidad no es sólo un recuerdo meláncolico de algo pasado. La felicidad, para mi, o es algo presente, vital y bastante alejado de la racionalidad, o no es felicidad. Lo que pasa es que, como con todo, hay gradaciones: Buenos ratos con los amigos, sensaciones amorosas de plenitud, gozo instintivo ante el mero hecho de que exista un hijo tuyo... se me ocurren bastantes situaciones, pero feliz, feliz, lo que se dice feliz, yo he conseguido sentirme sólo en algunas raras ocasiones en que me ha parecido atisbar con cierta plenitud en qué consiste lo de estar viva. Simplemente eso. Es como si en ese momento sintieras físicamente que el eje de la tierra no va de polo a polo, sino que pasa por la vertical donde estas parado. Y todo lo demás te importa un bledo. Y lo puede desencadenar el trino de un pájaro. No hace falta más.
ResponderEliminarEl cerebro no se puede educar. Lo que, en todo caso puede educarse es la mente.
ResponderEliminarEn efecto, las personas podemos aprender a ser felices.
Pensar que los sentimientos y el análisis que nosotros realizamos sobre ellos no son modificables es partir de una posición que en el campo de la psicología se denomina innatista y en el de la filosogía esencialista.
La concepción esencialista del ser humano presupone que hay una serie de características dentro del individuo previas e independientes de la experiencia. Una especie de alma. A estas alturas de la vida, o de la ciencia, los argumentos misticistas o religiosos, aunque vayan disfrazados de científicos caen por sí solos, como ha demostrado la sociología, para el caso del esencialismo.
Por lo tanto coincido en que puede aprenderse a ser feliz. Nuestro entendimiento está mediatizado por la experiencia, no nacemos aprendidos con una serie de emociones y maneras e interpretarlas predeterminadas.
Cigarra y Miroslaw:
ResponderEliminarNo pongais en mi dedo comentarios que no haya tecleado. Yo lo que dije, con Montaigne, Nietzsche y otros, es que sólo somos conscientes de haber sido felices, porque, mientras lo estamos siendo estamos demasiado ocupados hasta para notarlo; por ello, la felicidad es siempre retrospectiva ¿melancólica? depende de cada cual, pero la mayoría delos recuerdos lo son.
Y la felicidad no se puede planificar; una buena vida, reduciendo necesidades, queriendo lo que se tiene en lugar de teniendo todo lo que quieras, eso sí, pero la felicidad no.
Beck es muy intereante, pero hay neurobiólogos que le hacen objecciones de gran interés también.
Cigarra y Miroslaw:
ResponderEliminarNo pongais en mi dedo comentarios que no haya tecleado. Yo lo que dije, con Montaigne, Nietzsche y otros, es que sólo somos conscientes de haber sido felices, porque, mientras lo estamos siendo estamos demasiado ocupados hasta para notarlo; por ello, la felicidad es siempre retrospectiva ¿melancólica? depende de cada cual, pero la mayoría delos recuerdos lo son.
Y la felicidad no se puede planificar; una buena vida, reduciendo necesidades, queriendo lo que se tiene en lugar de teniendo todo lo que quieras, eso sí, pero la felicidad no.
Beck es muy intereante, pero hay neurobiólogos que le hacen objecciones de gran interés también.
Discrepo de entrada!!! estamos empeñados en darle todo el poder al cerebro olvidando que somos seres holísticos compuestos de cuerpo, mente y emociones (yo le añado el alma). Pretender educar al cerebro para ser felices es para mí el gran error. Hay personas mentales, hay personas emocionales y hay personas viscerales. Los mentales primero tienen el pensamiento y eso se traduce en una emoción, pero los emocionales y viscerales, no: primero sienten y luego piensan. El pensamiento es una bonita manera de huir de lo que sentimos cuando algo es doloroso y la educación de la mente en ese sentido es lo mismo. Con el pensamiento positivo logro huir de la sensación desagradable, pero entonces ésta se queda en mi interior haciendo de las suyas libremente. Ahí se crea la máscara de la que hablas en tu otro post. El cuerpo registra todas las emociones reprimidas a lo largo de toda la vida a través de la mente, o sea que en vez de educar al cerebro, sería interesante aprender a darnos cuenta de como tensamos la musculatura para evitar sentir dolor cuando mentalmente descartamos las sensaciones desagradables. Prestar atención a todo: pensamientos, emociones y cuerpo y darnos cuenta, cual observadores, de lo que me está pasando, aceptándolo pues sólo desde la aceptación de lo que pasa en mí en todos los ámbitos puedo empezar a sentirme bien. La meditación no es, como muchos creen, dejar la mente en blanco, sino la observación de mis pensamientos sin engancharme a ellos, la observación de las tensiones y dolores de mi cuerpo sin engancharme a ellos, la observación de mis emciones sin engancharme a ellas. Y eso es también lo que consigue un proceso de autoconocimiento global. Para mí la felicidad consiste en la aceptación de lo que hay en mí sin engancharme a ello, sea lo que sea, de ahí que los budistas hablen de la importancia del desapego.
ResponderEliminarUn abrazo