... Estas páginas son indudablemente románticas, pero también reales, puesto que aquel día de marzo existió de verdad, y también el regreso y el reencuentro. Sin embargo, el conjunto es artificial, mache, como suele ser «la literatura» cuando el escritor no es capaz de callarse y dice más -aunque sea una sola palabra de más- que los hechos. El escritor —en medio de la muerte y la miseria, situación humana constante en tiempos de paz y de guerra— que intente disculparse y demostrar que siente sinceramente lo que describe, se olvida de las leyes de su oficio, que determinan que no existe literatura sincera. En la literatura, como en la vida misma, sólo callarse es sincero. En el momento en que alguien se pone a hablar en público ya no es sincero, sino que se convierte en escritor, actor, es decir, en una persona que se pavonea.
Porque la escritura, las bellas letras siempre son una payasada; el alma, maquillada con palabras coloreadas en blanco y rojo, recuerda al payaso del circo que cuenta chistes malintencionados haciendo mil muecas ... Al final de una guerra mundial —y probablemente al comienzo de una nueva guerra mundial o de cualquier otra— el escritor que escriba algo más aparte de hechos estrictamente estadísticos, no puede ser sincero. Sin embargo, no hay escapatoria, porque el escritor es incapaz de callarse. Tiene que decir algo incluso desde el vertedero mundial, tiene que recitar algo aun desde la fosa común. La esperanza de que un cataclismo más fuerte que cualquier otro anterior conduzca al escritor (y a la humanidad) al día en que puedan ser verdaderamente sinceros, porque ya sólo pondrán sobre el papel y pronunciarán palabras esenciales, es una esperanza infundada. En todo caso, el escritor no puede hacer otra cosa que maquillar su alma y, con hermosa palabra esencial, decirlo todo. El tema del que habla, en cualquier época y en cualquier vertedero, es siempre el mismo: el Nekyia, es decir, el viaje al mundo de los muertos, y —después de la aventura, de la Ilíada— el Nostos, o el regreso al hogar.
Quien esto escribió es Sándor Márai (¡Tierra, Tierra! Salamandra, 2006. Pags 172-173). Quizá no podamos ser sinceros, no sólo escribiendo sino en la vida, y no sólo ante otros, sino incluso ante nosotros mismos. Así lo he sentido, al menos yo, muchas veces. Quizá sea vano esperar que algún día seamos capaces de pronunciar las palabras esenciales que, aunque ignoradas, ansiamos que nos desvelen a nosotros mismos. Pero, incluso convenciéndonos de ello (y no he llegado todavía a ese extremo), no hay ciertamente escapatoria: somos incapaces de callarnos.
No sé por qué, pero intuyo que es nuestra naturaleza, que no podemos evitarlo (como en la fábula del escorpión y la rana). Hemos de intentar vivir Nekyia y Nostos ... y hablar (o escribir) sobre ello. Y mientras tanto, entre tantas voces, quizá suene la flauta.
CATEGORÍA: Literaturas
Porque la escritura, las bellas letras siempre son una payasada; el alma, maquillada con palabras coloreadas en blanco y rojo, recuerda al payaso del circo que cuenta chistes malintencionados haciendo mil muecas ... Al final de una guerra mundial —y probablemente al comienzo de una nueva guerra mundial o de cualquier otra— el escritor que escriba algo más aparte de hechos estrictamente estadísticos, no puede ser sincero. Sin embargo, no hay escapatoria, porque el escritor es incapaz de callarse. Tiene que decir algo incluso desde el vertedero mundial, tiene que recitar algo aun desde la fosa común. La esperanza de que un cataclismo más fuerte que cualquier otro anterior conduzca al escritor (y a la humanidad) al día en que puedan ser verdaderamente sinceros, porque ya sólo pondrán sobre el papel y pronunciarán palabras esenciales, es una esperanza infundada. En todo caso, el escritor no puede hacer otra cosa que maquillar su alma y, con hermosa palabra esencial, decirlo todo. El tema del que habla, en cualquier época y en cualquier vertedero, es siempre el mismo: el Nekyia, es decir, el viaje al mundo de los muertos, y —después de la aventura, de la Ilíada— el Nostos, o el regreso al hogar.
Quien esto escribió es Sándor Márai (¡Tierra, Tierra! Salamandra, 2006. Pags 172-173). Quizá no podamos ser sinceros, no sólo escribiendo sino en la vida, y no sólo ante otros, sino incluso ante nosotros mismos. Así lo he sentido, al menos yo, muchas veces. Quizá sea vano esperar que algún día seamos capaces de pronunciar las palabras esenciales que, aunque ignoradas, ansiamos que nos desvelen a nosotros mismos. Pero, incluso convenciéndonos de ello (y no he llegado todavía a ese extremo), no hay ciertamente escapatoria: somos incapaces de callarnos.
No sé por qué, pero intuyo que es nuestra naturaleza, que no podemos evitarlo (como en la fábula del escorpión y la rana). Hemos de intentar vivir Nekyia y Nostos ... y hablar (o escribir) sobre ello. Y mientras tanto, entre tantas voces, quizá suene la flauta.
CATEGORÍA: Literaturas
Habla sólo cuando lo que tengas que decir sea más esencial y bello que el silencio que rompes.
ResponderEliminarMe parece que el silencio no suele ser en ningún caso la mejor manera de encontrar la verdad.
ResponderEliminarProbablemente existen muchas verdades. Cada acontecimiento, cada hecho, cada suceso, no es más que una verdad personal e individual de aquel que lo vive.
Ser sincero con nosotros también es complicado, pero suele ser fruto de un amplio diálogo con nosotros mismos.
Así que en ningún caso abogo por el silencio, salvo para callar la boca a los creadores de falsas noticias que se convierten en verdades generalizadas.
Y para disfrutar de las puestas de sol...
No se trata tanto de encontrar la verdad como de suprimir la verborrea superflua.
ResponderEliminarSuelo repetirme a menudo, intentando practicarlo (la mayoría de las veces sin éxito, todo hay que decirlo) que somos dueños de nuestros silencios y esclavos de nuestras palabras.
ResponderEliminarToda verborrea es superflua, pero afirmar que "sólo callar es sincero" no me parece adecuado. Preferiría "sólo callar es prudente".
ResponderEliminarPero me voy a callar. No vaya a ser que mienta...
Beso
No quería mentir y he intentado evitar el comentario durante todo el día pero caigo con mucha facilidad en la tentación y más con una manzana en la mano. Yo veo al autor muy sincero, aunque no calle, la cuestión es que el autor habla de escritores y de literatura (romántica para más señas) y claro traspasar todo esto que dicho en este contexto parece correcto a la verdad absoluta de cada ser humano y sus relaciones en la vida real me parece que pecamos de atrevidos. Y sobre todo evitar la verborrea superflua en la literatura sería como defraudar a hacienda, todo un pecado.
ResponderEliminarEn la iglesia que está en lo más alto de Sos del Rey Católico hay una lápida donde pone: "De toda palabra ociosa, darás cuenta rigurosa"
ResponderEliminarComo sea verdad, a mi se me va a caer el pelo. Aunque para ese entonces creo que estaremos todos calvos. ¡y que me quiten lo charlao!