En 1984 Jesús Polanco fundó la empresa PRISA (Promotora de Informaciones) y, algunos meses antes, una compañera y yo bautizábamos nuestro modestísimo estudio como PAUSA (Proyectos de Arquitectura y Urbanismo). En ambos casos, claro, la última sílaba quería decir Sociedad Anónima, y si bien el holding mediático lo fue desde sus inicios, no así nuestro pequeño embrión empresarial, que no pasó de escarceos fantasiosos de jóvenes que inician su vida profesional y que, ante la falta de encargos, tienen tiempo de sobra para perderlo buscando nombres. PAUSA no cuajó, desde luego, y hay que reconocer que era un nombre muy poco comercial: quién encargaría un proyecto a un estudio así denominado, pensaría que tardaríamos demasiado en entregárselo, eso si es que nos decidíamos a trabajar y romper la pausa con que nos presentábamos. Sin embargo, en nuestra elección subyacía un modo de entender la actividad laboral, sobre todo por oposición a las prisas que aborrecíamos. Verdad que pausa no es propiamente el antónimo pertinente; de hecho, pensamos en CALMA, pero la L se nos resistía para construir un acrónimo (lo de compañía de arquitectura libertaria y medio ambiente nos pareció demasiado cachondeo). Al final, durante unos dos años, fuimos ACANTO, que ya no eran siglas pero nos gustó la palabra y sus alusiones arquitectónicas. No sé si en esa época el nombre era original, pero en la actualidad compruebo vía google que existen bastantes empresas así tildadas. Incluso he conocido una, la de dos geógrafos especializados en agricultura y medio ambiente que nos hicieron un trabajo para el Plan General en la fase de información.
Ironías del cruel destino, mi vida profesional no me ha dejado apenas oportunidades para las pausas ni para ejercerla con calma. Por el contrario, la prisa, la odiosa prisa, siempre me ha acompañado, tan antipática y desagradable ella. La prisa apremia, presiona, aprieta y podría seguir listando palabras con la maldita sílaba pr la cual, por cierto, también está en producir. Será el parentesco fonético pero pareciera que no se concibe la productividad si no es con prisas. De hecho, la productividad se define como el cociente de la producción entre los recursos; yo lo que siempre he "producido" han sido documentos (desde hace ya bastante, planes de urbanismo) y en esa tarea casi el único recurso (o el más significativo con mucha diferencia) es el tiempo que le dedican los profesionales involucrados. Por tanto, somos tanto más productivos cuanto menos tiempo dediquemos a hacer un plan o, lo que es lo mismo, cuanto antes lo acabemos. Así que hay sin duda una relación directa entre prisa y productividad. Como esto ocurre en muchos más ámbitos profesionales, la prisa, aunque se denomine con otros vocablos más respetables, es una cualidad muy valorada, casi una nota de excelencia profesional. Máxime en unos tiempos en los que la mayor parte de lo que "producimos" no vale casi nada en sí mismo, sino como trámite de un proceso con una dinámica muy ajena a nuestros trabajos. Las más de las veces, por ejemplo, quienes hacemos planes no somos urbanistas sino a lo sumo "sastres sacros" pues de lo que se trata es de vestir el santo, legitimar realidades que funcionan al margen de cualquier planificación. Y, claro, cuando de lo que se trata es de cubrir la desnudez, que si no hay riesgo de neumonías, lo importante es hacerlo deprisa y no darle demasiadas vueltas al diseño de la ropa.
Es muy difícil, casi imposible, hacer algo de calidad con prisas. Vísteme despacio, que llevo prisa, dice el refrán (por seguir con los símiles textiles) o, mejor todavía, las prisas son malas consejeras. Está más que comprobado que los errores se incrementan exponencialmente con las prisas; cualquiera ha comprobado que cuando siente la presión acuciante de que se le acaba un plazo no piensa con claridad. Con lo cual no estoy defendiendo que no convenga acotar el tiempo disponible para un trabajo y que los plannings no sean necesarios, pero, como en todo, la cuestión radica en el justo equilibrio, en la adecuada proporcionalidad. En todo caso, lo que se me antoja evidente es que cuanto más mecánico es un trabajo más fácil es hacerlo a ritmos acelerados y, por el contrario, donde menos compatibles son las prisas es en las labores creativas o simplemente que requieren reflexión. Imaginemos que tenemos muy claro como rematar un "proceso de producción", que ya hemos tomado todas las decisiones, establecido todos los criterios operativos, pulido al detalle la metodología. En este infrecuente supuesto cabe admitir como posible que se pueda montar un zafarrancho laboral para acabar el trabajo a toda prisa, que se pueda organizar una especie de cadena de montaje fordiana en la que cada uno de nuestros recursos humanos (o sea, cada currito), sabiendo exactamente lo que tiene que hacer, lo haga en el tiempo preciso (o sea, a toda leche) para que cumplamos el plazo que nos han impuesto. Esta forma de trabajar, trasladar a la profesión liberal las técnicas de las factorías industriales de la primera mitad del siglo pasado, es desde luego alienante (ya lo dijo Marx) pero hay ocasiones en que no queda otra.
Y resulta que me ha tocado una de ellas. Si, como esperamos, resultamos adjudicatarios del concurso público para culminar el Plan General en el que durante los últimos tres años he sido coordinador (que no redactor directo), habremos de organizar una cadena productiva que poco se va a diferenciar de las de las de montaje de automóviles. Tendré a unas treinta personas, la mitad más o menos "barriendo" el territorio municipal que hemos dividido en barrios para que funcionen como unidades de trabajo. Cada uno de estos arquitectos (todos en la treintena), sentado a su ordenador, habrá de repasar el barrio siguiendo una metodología muy precisa, comprobando una a una las distintas determinaciones urbanísticas definidas (y son muchas) y, en su caso, corrigiéndolas y completándolas. Acabada su unidad de trabajo, ésta pasa a los técnicos del sistema de información geográfica (GIS) porque este Plan está concebido y articulado como varias Bases de Datos Geográficas, lo que supone una notable mejora para su implementación posterior (aparte de facilitar varios análisis), pero también exige un rigor y precisión ausentes del planeamiento convencional. Luego, superado el primer control de calidad, el barrio se pasa a los técnicos de la Gerencia de Urbanismo y finalmente se consolida en el proyecto GIS unitario. En paralelo, otros profesionales van resolviendo aspectos jurídicos, medioambientales, económicos y de ingeniería. Y todo ello, por supuesto, con unos plazos parciales, para cada una de las muchísimas tareas en que se ha desagregado el proceso, que han de cumplirse lo más a rajatabla posible como condición inexcusable de llegar a tiempo a la entrega del documento para al aprobación municipal.
Toda la semana pasada la gastamos desagregando el trabajo total en tareas individualizables, definiendo el contenido de cada una de ellas, identificando los indicadores respecto de los cuales podíamos dimensionar el tiempo necesario para realizarlas, midiendo las magnitudes de éstos en cada unidad de trabajo, precisando lo más posible los criterios prácticos que han de aplicar los profesionales con los que contaremos (sin experiencia previa en este Plan, que tiene bastantes singularidades) y, finalmente, tratando de encajar todas estas tareas en un planning cuyos límite final es demasiado cercano. Nos esperan seis meses de absoluta locura, de unas prisas que, me temo, superarán en intensidad las muchas que he sufrido a lo largo de treinta años de actividad laboral. Es sabido que para conseguir algo, la primera exigencia es creérselo pero, en este caso, he de hacer verdaderos esfuerzos de voluntad para creerme que podremos entregar el Plan en la fecha establecida. Sin embargo, así están las cosas, y la apuesta es demasiado fuerte e involucra a demasiadas personas como para echarse atrás. Eso sí, el año que viene me tocan dos meses seguidos de vacaciones y me iré muy lejos (si llego a entonces, claro).
Ironías del cruel destino, mi vida profesional no me ha dejado apenas oportunidades para las pausas ni para ejercerla con calma. Por el contrario, la prisa, la odiosa prisa, siempre me ha acompañado, tan antipática y desagradable ella. La prisa apremia, presiona, aprieta y podría seguir listando palabras con la maldita sílaba pr la cual, por cierto, también está en producir. Será el parentesco fonético pero pareciera que no se concibe la productividad si no es con prisas. De hecho, la productividad se define como el cociente de la producción entre los recursos; yo lo que siempre he "producido" han sido documentos (desde hace ya bastante, planes de urbanismo) y en esa tarea casi el único recurso (o el más significativo con mucha diferencia) es el tiempo que le dedican los profesionales involucrados. Por tanto, somos tanto más productivos cuanto menos tiempo dediquemos a hacer un plan o, lo que es lo mismo, cuanto antes lo acabemos. Así que hay sin duda una relación directa entre prisa y productividad. Como esto ocurre en muchos más ámbitos profesionales, la prisa, aunque se denomine con otros vocablos más respetables, es una cualidad muy valorada, casi una nota de excelencia profesional. Máxime en unos tiempos en los que la mayor parte de lo que "producimos" no vale casi nada en sí mismo, sino como trámite de un proceso con una dinámica muy ajena a nuestros trabajos. Las más de las veces, por ejemplo, quienes hacemos planes no somos urbanistas sino a lo sumo "sastres sacros" pues de lo que se trata es de vestir el santo, legitimar realidades que funcionan al margen de cualquier planificación. Y, claro, cuando de lo que se trata es de cubrir la desnudez, que si no hay riesgo de neumonías, lo importante es hacerlo deprisa y no darle demasiadas vueltas al diseño de la ropa.
Es muy difícil, casi imposible, hacer algo de calidad con prisas. Vísteme despacio, que llevo prisa, dice el refrán (por seguir con los símiles textiles) o, mejor todavía, las prisas son malas consejeras. Está más que comprobado que los errores se incrementan exponencialmente con las prisas; cualquiera ha comprobado que cuando siente la presión acuciante de que se le acaba un plazo no piensa con claridad. Con lo cual no estoy defendiendo que no convenga acotar el tiempo disponible para un trabajo y que los plannings no sean necesarios, pero, como en todo, la cuestión radica en el justo equilibrio, en la adecuada proporcionalidad. En todo caso, lo que se me antoja evidente es que cuanto más mecánico es un trabajo más fácil es hacerlo a ritmos acelerados y, por el contrario, donde menos compatibles son las prisas es en las labores creativas o simplemente que requieren reflexión. Imaginemos que tenemos muy claro como rematar un "proceso de producción", que ya hemos tomado todas las decisiones, establecido todos los criterios operativos, pulido al detalle la metodología. En este infrecuente supuesto cabe admitir como posible que se pueda montar un zafarrancho laboral para acabar el trabajo a toda prisa, que se pueda organizar una especie de cadena de montaje fordiana en la que cada uno de nuestros recursos humanos (o sea, cada currito), sabiendo exactamente lo que tiene que hacer, lo haga en el tiempo preciso (o sea, a toda leche) para que cumplamos el plazo que nos han impuesto. Esta forma de trabajar, trasladar a la profesión liberal las técnicas de las factorías industriales de la primera mitad del siglo pasado, es desde luego alienante (ya lo dijo Marx) pero hay ocasiones en que no queda otra.
Y resulta que me ha tocado una de ellas. Si, como esperamos, resultamos adjudicatarios del concurso público para culminar el Plan General en el que durante los últimos tres años he sido coordinador (que no redactor directo), habremos de organizar una cadena productiva que poco se va a diferenciar de las de las de montaje de automóviles. Tendré a unas treinta personas, la mitad más o menos "barriendo" el territorio municipal que hemos dividido en barrios para que funcionen como unidades de trabajo. Cada uno de estos arquitectos (todos en la treintena), sentado a su ordenador, habrá de repasar el barrio siguiendo una metodología muy precisa, comprobando una a una las distintas determinaciones urbanísticas definidas (y son muchas) y, en su caso, corrigiéndolas y completándolas. Acabada su unidad de trabajo, ésta pasa a los técnicos del sistema de información geográfica (GIS) porque este Plan está concebido y articulado como varias Bases de Datos Geográficas, lo que supone una notable mejora para su implementación posterior (aparte de facilitar varios análisis), pero también exige un rigor y precisión ausentes del planeamiento convencional. Luego, superado el primer control de calidad, el barrio se pasa a los técnicos de la Gerencia de Urbanismo y finalmente se consolida en el proyecto GIS unitario. En paralelo, otros profesionales van resolviendo aspectos jurídicos, medioambientales, económicos y de ingeniería. Y todo ello, por supuesto, con unos plazos parciales, para cada una de las muchísimas tareas en que se ha desagregado el proceso, que han de cumplirse lo más a rajatabla posible como condición inexcusable de llegar a tiempo a la entrega del documento para al aprobación municipal.
Toda la semana pasada la gastamos desagregando el trabajo total en tareas individualizables, definiendo el contenido de cada una de ellas, identificando los indicadores respecto de los cuales podíamos dimensionar el tiempo necesario para realizarlas, midiendo las magnitudes de éstos en cada unidad de trabajo, precisando lo más posible los criterios prácticos que han de aplicar los profesionales con los que contaremos (sin experiencia previa en este Plan, que tiene bastantes singularidades) y, finalmente, tratando de encajar todas estas tareas en un planning cuyos límite final es demasiado cercano. Nos esperan seis meses de absoluta locura, de unas prisas que, me temo, superarán en intensidad las muchas que he sufrido a lo largo de treinta años de actividad laboral. Es sabido que para conseguir algo, la primera exigencia es creérselo pero, en este caso, he de hacer verdaderos esfuerzos de voluntad para creerme que podremos entregar el Plan en la fecha establecida. Sin embargo, así están las cosas, y la apuesta es demasiado fuerte e involucra a demasiadas personas como para echarse atrás. Eso sí, el año que viene me tocan dos meses seguidos de vacaciones y me iré muy lejos (si llego a entonces, claro).
Deprisa - Amaral (Gato negro, Dragón rojo, 2008)
Yo comencé publicando Tribunas Libres en la codiciada 4ª de aquel País novato y críticas de libros de ciencia y divulgación en el Babelia. Pero como no guardaba la debida adoración al medio hube de despedirme...
ResponderEliminarSeré un poco raro, pero a mí me gusta el nombre CALMA. Habría confiado cualquier proyecto de construcción a una empresa que se tomara las cosas con calma; o en todo caso, habría tenido más fe que en otra similar que se llamase PRISA...
ResponderEliminarTrabajar para una Gerencia de Urbanismo tiene que ser desesperante ¿no?
Acerca de los nombres para empresas o sociedades se podría escribir un libro muy jugoso.
Me pondré por delante. Mi socio y yo, creyendo que no íbamos a ganar ni un duro con nuestra sociedad (cinematográfica) pretendimos llamarnos humorísticamente PESETA F. El sujeto del Registro nos dijo que ese nombre no se podía registrar. - Peseta o nada- saltó mi impetuoso socio... Entonces replicó el otro - Muy bien: NADA F.
De inmediato pensé que ese era un nombre estupendo, provocativo, sospechoso, presocrático. Ya sí hemos funcionado durante 40 años muy exitosos, si bien al principio no causó problemas de credibilidad, choteo y confusiones múltiples en España y fuera de aquí. - ¿Cómo se deletrea NADA? preguntaba alguna señorita al teléfono para cualquier gestión de permisos o algo... (No podía creer que NADA fuera un nombre posible.)
Nadie mejor que tú para hacer posible un proyecto cmo este, con PRISA, pero nos da lo mismo, la prisa al final vemos que es el pan nuestro de cada dia...
ResponderEliminarAnimo que lo sacaremos...
El plan nuestro de cada día...?
ResponderEliminarÁnimo, pues...
Y un consejero de Prisa ¿dira eso de 'la prisa es mala consejera'?
ResponderEliminarAnecdotario.
ResponderEliminarA Polanco, 'Jesús del Gran Poder', le ayudó bastante el franquista Barreiros cuando entonces; y se casó con Mari Luz, que iba siempre más pintada que una puerta.
Jugaban fatal al mus, por allá, por la finca de nomeacuerdo, pasado Majadahonda.
(Puta memoria mía)
Estamos contigo, Miroslav. Qué salga todo bien. Enseguida pensé en "Blaupause", alemán para "copia azul" o "cianotipo" pero veo que no tiene ninguna similitud en español.
ResponderEliminar¡ Hombre, Zaffe ! ¿ Dónde estabas ? Y ahora vuelves con Jesusito. ¿ Tuviste más problemas con el ordenador ?
Grillo, quitate de enmedio. Se me borra todo. Jaaaaa
ResponderEliminarLansky: Es que no ibas dePRISA. Y sí, seguro que dicen el refrán al iniciar las sesiones del Consejo; de hecho lo han registrado en la SGAE.
ResponderEliminarGrillo: Hombre a CALMA tal vez le hubieras encargado un proyecto, pero ... ¿a PAUSA? ¿Has jugado al mus con Polanco? Todo un hacha, sí señor.
Jesús: Menos peloteo y a traballar. Y ojalá que después de esto tengamos algo de calma.
Zaffe: No lo sabes tú bien (o sí, sí lo sabes).
C.C.: Gracias, los ánimos son bienvenidos que falta me hacen.