En 1913 Gertrude Stein escupió escrutó escudriñó y hasta escriñó trescientas-sesenta-y-ocho ringleras de letras que hacen palabras pero no frases pero sí versos, cada uno es cada uno, genéticos fonéticos sintéticos estéticos herméticos. Algunos largos mas casi todos cortos, muy cortos. Palabras repetidas, dilas una y otra vez, Alice (play it again, Sam), silabéalas paladéalas mastícalas deglútelas digiérelas vomítalas. Despojadas de adherencias contextuales, desnudas, sólo así alcanzan a ser, tanto son que deslumbran y anonadan. Recítales mis versos, Alice, clava tus pupilas en Braque y Picasso y Gris para que inhalen cubismo. Era una tarde de sábado en el veintisiete de la rue des Fleurus, (ay, Francia revolucionaria y victoriosa), tan cerquita del Jardín de Luxemburgo, y tú decías junto al barbero / junto al barbero enterrar / junto al barbero enterrar China / junto al barbero enterrar el jarrón de China / junto al barbero y a China / junto al barbero y deprisa / junto a la prisa / junto a la prisa y al jarrón y a la prisa / junto a la prisa deprisa / junto a la prisa deprisa. Claro que lo decías en inglés, salmodiando hurry hurry hurry, que reverberaba el Henry Henry Henry de medio-minuto antes. ¿Quién es Hurry, digo Henry? ¿Y Willie? Rousseau y Apollinaire, claro, pintor y poeta, mano y mano, a hand is Willie / Henry Henry Henry / a hand is Henry / Henry Henry Henry / a hand is Willie. Sí, vale, Picasso bosteza y Eva Gouel le da pataditas, oui ma jolie, mais je ne comprends pas l'anglais. Luego, esa noche, Matisse y Pablo, borrachos, se acordaron de Hemingway sin conocerlo (ay Ernesto, mamporrero del instituto con ínfulas de boxeador) y se dijeron que bueno no estaba tan mal pero tendría que pulirlo, un buen título quizá, a ver si Guillaume ... Sagrada Emilia se llamará (So great so great Emily / Sew grate sew grate Emily), ésa es de Gaudí, contestó Picasso. Apollinaire, en cambio, estaba entusiasmado (una mentira es una mentira es una mentira). No, Apollinaire se defendió con otro poema –perdonadme mi ignorancia, perdonadme que desconozca el antiguo juego de los gusanos–, lo escribió esa noche, entre caladas a la pipa de opio.
Pasan los años, pasa la guerra, vuelve de Mallorca Gertrudis (hoy suena de chacha pero es nombre de poetisas y monjas cistercienses) y publica el poema, que ya no pasa, que se queda y pasa a ser la Biblia de la vanguardia, el rien ne va plus, le dicen en Oxford y en Cambridge entre regata y regata. Es bueno, es bueno, es excelso, aclaman los jóvenes poetas de la generación perdida, pero si no entiendes nada, por eso, por eso, por eso es tan grande, Emily, por eso se hunde en tus entrañas. Como siempre hay escépticos, Gertrudis les explicará (aula magna de venerable universidad gótico-florida) que el artista crea nuevas referencias y éstas resultan impenetrables para el lector profano. Se apiada de sus jóvenes admiradores y les dedica, ya en el 35, su ensayo de elocuente título: ¿Qué son obras maestras y porqué hay tan pocas? Una de ellas es, por-supuesto-desde-luego, Sacred Emily. No en vano, su trescientos-decimo-séptimo verso destila la esencia de la poesía-filosofía-mística-semiótica: Rose is a rose is a rose (no, no es de Mecano). Hemingway, pero qué se podía esperar de ese gañán, ya lejos de París, olvidados los favores que le debía a Gertrudis, olvidados sus innobles coqueteos de gigoló hacia la dama madura, parodiaría esta joya con un chiste fácil: una rosa es una rosa es una cebolla. Ladran, luego cabalgamos (no, no es del Quijote), le dijo Alice Toklas, apretándole amorosa las manos, y Gertrude Stein pensó aquello de cría cuervos ...
Es el principio de identidad, lo saben los estudiantes de primer año de filosofía, o sea, Sócrates es Sócrates, y ese es es la forma inmutable eterna inamovible del ser, o sea, Dios, que es el que es porque sólo se puede ser en toda la plenitud metafísica en la más absoluta permanencia, no hay tiempo ni espacio, o sea, que lo que existe no es, salvo Sócrates que es idéntico a Sócrates pues, al fin y al cabo, existió nada más que para ser, para dar sentido a los principios de la lógica aristotélica y que los matemáticos pudieran añadir una tercera rayita al signo igual. Entonces va Gerturdis, no había leído a Hegel, y dice una rosa es una rosa es una rosa, tautología identitaria que seguiría hasta el infinito, por qué no escribirlo setenta veces siete en ortodoxo talionismo, que para eso era judía. O por qué no una roca es una roca es una roca, ein Stein ist ein Stein ist ein Stein, que para eso era su apellido y además la roca es más que la rosa. El estudiante de filosofía, pasado el primer año, ya sabe semiótica, o sea, se sitúa en la hipertextualidad posmoderna y pilla la ironía, porque: qué es menos que una rosa, ergo Gertrudis lo sabía y la poética repetición es el tiempo que niega la esencia y el principio de identidad se niega a sí mismo, ya lo argumentaría Wittgen-stein que estuvo entre los oyentes del recital-conferencia-ensayo de Gertrude-stein en el Trinity. Así que sí, la rosa, no la roca, va desnudándose de roseidad esencial a cada predicado, mas ese marchitar metafísico deviene, ave fénix, en esencia. O sea, que el ser está en el nombre, es el principio de la sabiduría, mantra cabalístico contemporáneo que Alice grabaría en círculos de plata, pisapapeles místicos en la cotidianeidad del matrimonio lesbiano.
Nos queda sin embargo la terrible duda del número de repeticiones, tres rosas recordaba yo, cuatro leo en otras ediciones. Paul Bowles insiste en que tres, y él a sus veinte añitos fue niño mimado de la Stein, el prometedor jovenzuelo –qué distinto a Ernest, éste sí no nos saldrá rana– al que la sesentona susurraba Freddy Freddy Freddy, así, tres veces, que ya eran manía los tríos, pero ahora, una década después, sin despertar los celos de la Toklas, quizá porque sacaba a pasear a Basket, el poodle filósofo. Muchos años después, desde Tánger, evoca Bowles la explicación del verso (¿se la inventa o se la contó la autora?), la casa de veraneo de las dos mujeres en Bilignin, cerca del Ródano al pie de los Alpes, allí conocían a la hija de unos granjeros, una preciosa muchacha llamada Rose, Rosa es una rosa, le dijo una a la otra, "Rosa es una rosa" es (la frase) una rosa, contestó la otra. Prosaico tal vez, pero así son todos los eurekas, démosle otra vuelta de tuerca al verso quizá y helo en su belleza extrema (loveliness extreme) para que lo repitan críticos poetas músicos semiólogos per saecula saeculorum amen. Malditas rosas, tan recurrentes desde los latinismos hasta las vanguardias (pasando por Shakespeare, of course), tan preñado de referencias que el nombre de la rosa se vacía de significado, y así deja de ser para ser o puede que ni una cosa ni la otra, pero le vale a un italiano para trocar sus estructuras ausentes por una novela de crímenes abaciales también plagada de intertextualidades y homenajes borgianos. Y anche a una cantautrice italiana de voz excelsa para componer una canción de amor: Baciami ancora e ancora sulle labbra / E ancora e ancora mi baciò mi baciò e mi baciò / Una rosa è una rosa / E' una rosa, è una rosa, è una rosa ...
Pasan los años, pasa la guerra, vuelve de Mallorca Gertrudis (hoy suena de chacha pero es nombre de poetisas y monjas cistercienses) y publica el poema, que ya no pasa, que se queda y pasa a ser la Biblia de la vanguardia, el rien ne va plus, le dicen en Oxford y en Cambridge entre regata y regata. Es bueno, es bueno, es excelso, aclaman los jóvenes poetas de la generación perdida, pero si no entiendes nada, por eso, por eso, por eso es tan grande, Emily, por eso se hunde en tus entrañas. Como siempre hay escépticos, Gertrudis les explicará (aula magna de venerable universidad gótico-florida) que el artista crea nuevas referencias y éstas resultan impenetrables para el lector profano. Se apiada de sus jóvenes admiradores y les dedica, ya en el 35, su ensayo de elocuente título: ¿Qué son obras maestras y porqué hay tan pocas? Una de ellas es, por-supuesto-desde-luego, Sacred Emily. No en vano, su trescientos-decimo-séptimo verso destila la esencia de la poesía-filosofía-mística-semiótica: Rose is a rose is a rose (no, no es de Mecano). Hemingway, pero qué se podía esperar de ese gañán, ya lejos de París, olvidados los favores que le debía a Gertrudis, olvidados sus innobles coqueteos de gigoló hacia la dama madura, parodiaría esta joya con un chiste fácil: una rosa es una rosa es una cebolla. Ladran, luego cabalgamos (no, no es del Quijote), le dijo Alice Toklas, apretándole amorosa las manos, y Gertrude Stein pensó aquello de cría cuervos ...
Es el principio de identidad, lo saben los estudiantes de primer año de filosofía, o sea, Sócrates es Sócrates, y ese es es la forma inmutable eterna inamovible del ser, o sea, Dios, que es el que es porque sólo se puede ser en toda la plenitud metafísica en la más absoluta permanencia, no hay tiempo ni espacio, o sea, que lo que existe no es, salvo Sócrates que es idéntico a Sócrates pues, al fin y al cabo, existió nada más que para ser, para dar sentido a los principios de la lógica aristotélica y que los matemáticos pudieran añadir una tercera rayita al signo igual. Entonces va Gerturdis, no había leído a Hegel, y dice una rosa es una rosa es una rosa, tautología identitaria que seguiría hasta el infinito, por qué no escribirlo setenta veces siete en ortodoxo talionismo, que para eso era judía. O por qué no una roca es una roca es una roca, ein Stein ist ein Stein ist ein Stein, que para eso era su apellido y además la roca es más que la rosa. El estudiante de filosofía, pasado el primer año, ya sabe semiótica, o sea, se sitúa en la hipertextualidad posmoderna y pilla la ironía, porque: qué es menos que una rosa, ergo Gertrudis lo sabía y la poética repetición es el tiempo que niega la esencia y el principio de identidad se niega a sí mismo, ya lo argumentaría Wittgen-stein que estuvo entre los oyentes del recital-conferencia-ensayo de Gertrude-stein en el Trinity. Así que sí, la rosa, no la roca, va desnudándose de roseidad esencial a cada predicado, mas ese marchitar metafísico deviene, ave fénix, en esencia. O sea, que el ser está en el nombre, es el principio de la sabiduría, mantra cabalístico contemporáneo que Alice grabaría en círculos de plata, pisapapeles místicos en la cotidianeidad del matrimonio lesbiano.
Nos queda sin embargo la terrible duda del número de repeticiones, tres rosas recordaba yo, cuatro leo en otras ediciones. Paul Bowles insiste en que tres, y él a sus veinte añitos fue niño mimado de la Stein, el prometedor jovenzuelo –qué distinto a Ernest, éste sí no nos saldrá rana– al que la sesentona susurraba Freddy Freddy Freddy, así, tres veces, que ya eran manía los tríos, pero ahora, una década después, sin despertar los celos de la Toklas, quizá porque sacaba a pasear a Basket, el poodle filósofo. Muchos años después, desde Tánger, evoca Bowles la explicación del verso (¿se la inventa o se la contó la autora?), la casa de veraneo de las dos mujeres en Bilignin, cerca del Ródano al pie de los Alpes, allí conocían a la hija de unos granjeros, una preciosa muchacha llamada Rose, Rosa es una rosa, le dijo una a la otra, "Rosa es una rosa" es (la frase) una rosa, contestó la otra. Prosaico tal vez, pero así son todos los eurekas, démosle otra vuelta de tuerca al verso quizá y helo en su belleza extrema (loveliness extreme) para que lo repitan críticos poetas músicos semiólogos per saecula saeculorum amen. Malditas rosas, tan recurrentes desde los latinismos hasta las vanguardias (pasando por Shakespeare, of course), tan preñado de referencias que el nombre de la rosa se vacía de significado, y así deja de ser para ser o puede que ni una cosa ni la otra, pero le vale a un italiano para trocar sus estructuras ausentes por una novela de crímenes abaciales también plagada de intertextualidades y homenajes borgianos. Y anche a una cantautrice italiana de voz excelsa para componer una canción de amor: Baciami ancora e ancora sulle labbra / E ancora e ancora mi baciò mi baciò e mi baciò / Una rosa è una rosa / E' una rosa, è una rosa, è una rosa ...
Una rosa è una rosa - Giuni Russo (Morirò d'amore, 2003)
Vaya manera de introducir una canción. ¿ Es que no dejarás de sorprendernos nunca ? ¿ Acabas de leer la biografía de Gertrude Stein ?
ResponderEliminarUn beso
Era tan fea que tuvo que dedicarse a ser mecenas, que para eso papi hizo mucha pasta
ResponderEliminarC.C: La introducción más larga que lo introducido, sí; tu comentario me ha hecho recordar el "vals del segundo" (http://www.youtube.com/watch?v=qghO4OgAFYE) de los geniales Les Luthiers. Y no, no acabo de leer la biografía de la Stein, sólo el poema completo que nunca lo había hecho, a pesar de que el versito de la rosa lo conocía desde hace mucho. Eso sí, lo he leído en inglés volviéndome loco intentando darle sentido sin lograrlo. A partir de ahí, con algunos pocos datos que sabía de la Stein (y que he completado gracias a internet), me he dedicado a contar a mi manera, inventándome las tres cuartas partes, la gestación del poemita.
ResponderEliminarLansky: Parecía un tío, con permanente cara de mala leche. Ahora, según Bowles, tenía una voz muy dulce.
No conocía a Gertrude Stein, ni su invento/recurso poético de la repetición, pero me gusta, me gusta, me gusta... Es como una especie de eco, de eco, de eco… o de percutor, que hace que las palabras penetren un poco más, más, más… a cada percusión, dentro del alma, del alma, del alma…
ResponderEliminarGracias y un saludo.