Esta mañana, en mi casa, recluido escribiendo sobre mecanismos de gestión urbanística en suelos más o menos consolidados por edificaciones pero con tremendas deficiencias de urbanización, exprimiéndome los sesos en busca de alternativas viables que puedan justificarse en el rígido sistema legal, carente de herramientas para los problemas actuales del urbanismo (está todo basado en la urbanización de terrenos rústicos, igual que la economía: en la hipótesis absurda de un continuo crecimiento; sin embargo, ningún instrumento útil para intervenir en la ciudad existente que es justamente la asignatura pendiente). Pero no va de urbanismo el post que ya sería lo que me faltaba; al fin y al cabo este blog es una de mis vías de escape, de desconexión. De lo que va es de que suena el interfono, serían las once, y una voz femenina me espeta: Buenos días, caballero, ¿no piensa usted como yo que en estos tiempos no es frecuente creer en nuestro creador?
Me sorprendo, claro, pero reacciono sin titubeos. Deduzco de su pregunta, le digo, que usted cree que hay un creador y cree también que actualmente poca gente cree que lo haya. En efecto, señor, eso es exactamente lo que creo. Ya, me alegro de haber entendido correctamente las premisas de su pregunta y, concretando ésta, lo que quiere saber es si yo las comparto, ¿no es cierto? Pues, sí (noto una cierta duda en su voz). Permítame antes que le pida que me defina qué entiende usted por nuestro creador. Obviamente me refiero a Dios (ligerísimo tono de enfado). Bueno, es que el concepto Dios se me hace todavía más difuso, así que, para evitarnos confusiones, déjeme que me asegure de que sé de lo que habla: ¿es usted cristiana? Naturalmente, por eso estoy aquí, para predicar la palabra de Jesús. Vale (una testigo de Jehová, fijo), en tal caso creo saber cuál es su concepto de Dios, "nuestro creador". Si me dejara subir a su casa, caballero, podríamos continuar más cómodamente esta conversación; tengo además algunas publicaciones que me encantaría ofrecerle ... Discúlpeme, le interrumpo, pero primero me gustaría responder a su pregunta inicial, si no le importa. ¿Mi pregunta inicial (por un momento se ha desconcertado)? Si, claro, lo de si yo creo, como usted, que hay poca gente que crea en Dios. Ah, sí es verdad (voz algo cansina), dígame. Pues la verdad es que depende de lo que entendamos por poca gente; a usted, ¿a partir de qué porcentaje de ateos respecto de la población total considera que hay pocos creyentes? Bueno, señor, no se trata de porcentajes; lo cierto es que hoy en día muy pocas personas son verdaderos creyentes, muy pocos atienden la llamada de nuestro creador y le dejan entrar en sus vidas. Huy, la interrumpo, me está cambiando la cuestión, parece que cuando afirma que hay pocos creyentes está acotando esta categoría a un grupo específico de éstos, los creyentes activos, si le parece bien llamarlos así. Prefiero calificarlos de verdaderos creyentes. Bien, la entiendo, pero ahora déjeme que le pregunte: ¿no piensa usted como yo que en estos tiempos hay muy pocos ateos, o sea, gente que cree que no hay Dios? (Silencio que rompo temiendo que se haya asustado): Quiero decir que en mi opinión son muchísimas más las personas que creen que existe Dios que las que niegan su existencia, porque ¿no irá a decirme que quienes no son "verdaderos creyentes" son todos ateos? (Oigo unos cuchicheos y enseguida con una voz casi suplicante): Caballero, si no le molesta, preferiría que siguiéramos esta conversación en su domicilio, si usted me permitiera subir ... Un momento, le digo, no se retire.
Me levanto y descorro discretamente la cortina. Abajo, en el portal, hay dos mujeres. La que está junto al interfono es una chica joven, vestida con muy mal gusto, pero bastante guapa. La otra una cincuentona de cara avinagrada ataviada con un vestido negro. Ambas cargan bajo los brazos un montón de revistas. Vuelvo al telefonillo. Señorita, ¿sigue ahí? Vale, no tengo inconveniente en que sigamos conversando en mi casa, ahora mismo le abro, pero suba usted sola. ¿Cómo? No señor, no puedo hacerlo, somos dos y siempre hemos de ir juntas. ¿Por qué? ¿Temen acaso que le haga algún daño? No, no es eso, pero así lo tenemos establecido. Pues me parece una tontería, perdone que se lo diga. Mientras usted habla conmigo de nuestro creador, su compañera puede hacer lo mismo con otro vecino y la predicación doblaría su efectividad. Además, yo he hablado con usted y de seguir esta charla es sólo con usted con quien estoy dispuesto a hacerlo. Lo siento, señor, pero en esas condiciones no puedo acceder; no obstante, le agradecería que me abriera el portal para dejar algunas revistas en los buzones cuya lectura puede serle útil a usted y sus vecinos para profundizar en estos asuntos. Me temo que no puedo, señorita, en esta comunidad tenemos acordado no abrir a quienes reparten publicidad. Buenos días.
No, la conversación de los dos párrafos en violeta no ha ocurrido más que en mi imaginación. Lo cierto es que a la verídica pregunta inicial de la chica mi contestación, en un tono cortante para inmediatamente colgar el interfono, fue que yo no creía en ningún creador. Pero no se piense que esta ficción es inverosímil porque hace ya unos veinte años sostuve en mitad de la calle otra de parecido tenor, aquella vez con un mormón jovencito y rubio de pelo muy corto. Si no hubiese sido porque andaba demasiado enfrascado en mis redacciones urbanísticas, hasta me habría divertido recrear la experiencia. Lo que sí hice fue levantarme y comprobar a través de la ventana cómo las tías se pasaban un buen rato llamando a los distintos pisos de mi edificio sin, presumiblemente, obtener de ninguno de mis vecinos satisfacción a sus demandas, pues el portal no se abrió y finalmente echaron a caminar calle abajo, inmunes al desaliento hacia el siguiente objetivo. En fin, voy a tener que darle la razón en que hay poca gente interesada en que le hablen de nuestro creador; algunos hasta prefieren leer libros sobre la evolución.
Me sorprendo, claro, pero reacciono sin titubeos. Deduzco de su pregunta, le digo, que usted cree que hay un creador y cree también que actualmente poca gente cree que lo haya. En efecto, señor, eso es exactamente lo que creo. Ya, me alegro de haber entendido correctamente las premisas de su pregunta y, concretando ésta, lo que quiere saber es si yo las comparto, ¿no es cierto? Pues, sí (noto una cierta duda en su voz). Permítame antes que le pida que me defina qué entiende usted por nuestro creador. Obviamente me refiero a Dios (ligerísimo tono de enfado). Bueno, es que el concepto Dios se me hace todavía más difuso, así que, para evitarnos confusiones, déjeme que me asegure de que sé de lo que habla: ¿es usted cristiana? Naturalmente, por eso estoy aquí, para predicar la palabra de Jesús. Vale (una testigo de Jehová, fijo), en tal caso creo saber cuál es su concepto de Dios, "nuestro creador". Si me dejara subir a su casa, caballero, podríamos continuar más cómodamente esta conversación; tengo además algunas publicaciones que me encantaría ofrecerle ... Discúlpeme, le interrumpo, pero primero me gustaría responder a su pregunta inicial, si no le importa. ¿Mi pregunta inicial (por un momento se ha desconcertado)? Si, claro, lo de si yo creo, como usted, que hay poca gente que crea en Dios. Ah, sí es verdad (voz algo cansina), dígame. Pues la verdad es que depende de lo que entendamos por poca gente; a usted, ¿a partir de qué porcentaje de ateos respecto de la población total considera que hay pocos creyentes? Bueno, señor, no se trata de porcentajes; lo cierto es que hoy en día muy pocas personas son verdaderos creyentes, muy pocos atienden la llamada de nuestro creador y le dejan entrar en sus vidas. Huy, la interrumpo, me está cambiando la cuestión, parece que cuando afirma que hay pocos creyentes está acotando esta categoría a un grupo específico de éstos, los creyentes activos, si le parece bien llamarlos así. Prefiero calificarlos de verdaderos creyentes. Bien, la entiendo, pero ahora déjeme que le pregunte: ¿no piensa usted como yo que en estos tiempos hay muy pocos ateos, o sea, gente que cree que no hay Dios? (Silencio que rompo temiendo que se haya asustado): Quiero decir que en mi opinión son muchísimas más las personas que creen que existe Dios que las que niegan su existencia, porque ¿no irá a decirme que quienes no son "verdaderos creyentes" son todos ateos? (Oigo unos cuchicheos y enseguida con una voz casi suplicante): Caballero, si no le molesta, preferiría que siguiéramos esta conversación en su domicilio, si usted me permitiera subir ... Un momento, le digo, no se retire.
Me levanto y descorro discretamente la cortina. Abajo, en el portal, hay dos mujeres. La que está junto al interfono es una chica joven, vestida con muy mal gusto, pero bastante guapa. La otra una cincuentona de cara avinagrada ataviada con un vestido negro. Ambas cargan bajo los brazos un montón de revistas. Vuelvo al telefonillo. Señorita, ¿sigue ahí? Vale, no tengo inconveniente en que sigamos conversando en mi casa, ahora mismo le abro, pero suba usted sola. ¿Cómo? No señor, no puedo hacerlo, somos dos y siempre hemos de ir juntas. ¿Por qué? ¿Temen acaso que le haga algún daño? No, no es eso, pero así lo tenemos establecido. Pues me parece una tontería, perdone que se lo diga. Mientras usted habla conmigo de nuestro creador, su compañera puede hacer lo mismo con otro vecino y la predicación doblaría su efectividad. Además, yo he hablado con usted y de seguir esta charla es sólo con usted con quien estoy dispuesto a hacerlo. Lo siento, señor, pero en esas condiciones no puedo acceder; no obstante, le agradecería que me abriera el portal para dejar algunas revistas en los buzones cuya lectura puede serle útil a usted y sus vecinos para profundizar en estos asuntos. Me temo que no puedo, señorita, en esta comunidad tenemos acordado no abrir a quienes reparten publicidad. Buenos días.
No, la conversación de los dos párrafos en violeta no ha ocurrido más que en mi imaginación. Lo cierto es que a la verídica pregunta inicial de la chica mi contestación, en un tono cortante para inmediatamente colgar el interfono, fue que yo no creía en ningún creador. Pero no se piense que esta ficción es inverosímil porque hace ya unos veinte años sostuve en mitad de la calle otra de parecido tenor, aquella vez con un mormón jovencito y rubio de pelo muy corto. Si no hubiese sido porque andaba demasiado enfrascado en mis redacciones urbanísticas, hasta me habría divertido recrear la experiencia. Lo que sí hice fue levantarme y comprobar a través de la ventana cómo las tías se pasaban un buen rato llamando a los distintos pisos de mi edificio sin, presumiblemente, obtener de ninguno de mis vecinos satisfacción a sus demandas, pues el portal no se abrió y finalmente echaron a caminar calle abajo, inmunes al desaliento hacia el siguiente objetivo. En fin, voy a tener que darle la razón en que hay poca gente interesada en que le hablen de nuestro creador; algunos hasta prefieren leer libros sobre la evolución.
Credo - Mia Martini (La neve, il cielo, l'immenso, 2005)
Yo tengo que soportar a menudo en la línea 2 del metro de Madrid, a la hora en que regreso a casa a un zote que sin apenas saber hablar correctamente farfulla a voz en grito y con muy mal gusto ( cuando el tsunami de Japón se apresuró a decir que era un castigo de Dios) que debemos ‘reconocer a Cristooo’, es un pobre individuo que tiene casi el mismo horario laboral que yo, él reclamando oro en la calle con un chaleco fluorescente. Te tiende una papeleta mal impresa con oraciones que yo nunca cojo, salvo una vez que lo hice para inmediatamente soltarla ante sus narices al suelo, pero ni por esas: interrumpe conversaciones, lecturas y hasta a músicos itinerantes si se tercia. Y ahí voy, que esos predicadores no está tocados por ninguna gracia divina o no de la elocuencia, son toscos, y tópicos, pero qué pasaría si nos interpelará el mismísimo Sócrates, o Hegel y nos interpelara, se podría tener una buena conversación, aunque me temo que tan imaginaria como la que tú has relatado aquí…
ResponderEliminarEs una lástima que la escasa gente dispuesta a participar en una conversación sobre este asunto esté mucho más interesada, en realidad, en soltar su propio discurso preelaborado que en escuchar nada nuevo que pueda decirle nadie: predicadores, no verdaderos conversadores. Yo he intentado alguna vez hablar con alguno de estos misioneros y es tarea inútil, son perfectamente impermeables, indeformables e impenetrables.
ResponderEliminar(Ahora que lo pienso, probablemente lo más alarmante de este fenómeno es que no se da solo entre los predicadores religiosos. Son, digamos, la aristocracia de esta plaga, sus representantes más evidentes, pero no los únicos. Hay mucha gente, me temo, cuya idea de hablar sobre algo es dejar sus opiniones monolíticas acerca de ese algo sobre cualquier ser vivo que cometa el error de ponerse a tiro...)
Como en la talla de vírgenes, nadie puede competir con los predicadores religiosos,ese campo lo dominan ellos
ResponderEliminarNo me imagino el mismo tono dialéctico en un fisico hablando de agujeros negros..., pero si quieres repartir entre todos, Vanbrugh...
"Son, digamos, la aristocracia de esta plaga, sus representantes más evidentes..." Me tomé la molestia de decirlo expresamente, aunque del tono de mi comentario y de su contexto se desprendía ya suficientemente. Fue inútil, no sirvió de nada. Lansky ya había decidido que yo quería 'repartir entre todos' y que estaba tratando de evitar a los predicadores religiosos -normal, a fin de cuentas: debe de tenerme por uno de ellos- la justa condena que a ellos y solo a ellos corresponde. Y se le disparó el mecanismo, que para algo tiene convenientemente engrasado y automatizado.
ResponderEliminarY es que hay gente, me temo, cuya idea de hablar sobre algo es dejar caer sus opiniones monolíticas acerca de ese algo sobre cualquier ser vivo que cometa el error de ponerse a tiro...
Venga, Vanbrugh, tu reacción sí que es de automatismo
ResponderEliminar"Lansky ya había decidido que yo quería 'repartir entre todos' y que estaba tratando de evitar a los predicadores religiosos -normal, a fin de cuentas: debe de tenerme por uno de ellos-"
ResponderEliminaresto sí que me parece injusto, Vanbrugh, que me atribuyas con ese 'debe' opinones tan zafias hacia tí
Bueno, reconozco que hay bastante de cierto en tus respuestas. Mi reacción es automática y posiblemente injusta, cierto. Y en gra medida retórica, desde luego: sé que no me tienes por un predicador religioso, sería ciertamente una opinión zafia y me consta que no lo eres. Vale, lo siento...
ResponderEliminar(Pero es que me ha molestado un poco lo de que 'quiero repartir entre todos', la verdad.)
O.K
ResponderEliminarMiroslav, tu "Credo" no funciona.
ResponderEliminarY gracias por haber quitado las "palabras" anti-spam.
ResponderEliminarNo funciona ninguna de las canciones de mi blog, C.C. Parece que el servidor Divshare está caído. Confío en que resucite pronto.
ResponderEliminarC.C: Ya funcionan las canciones del blog, salvo justamente el Credo de este post; será que a Divshare no le gusta. El fallo no es mío. Incluso he cambiado la apariencia del reproductor (como puedes ver) y sigue sin sonar cuando le das a la flecha del Play. No obstante, he probado que después de dar a la flecha y esperas un ratito y compruebas que empieza a avanzar en la pantallita el gráfico de frecuencias (aunque no suene nada), si entonces haces un clik a la izquierda de ésta (pegadito al botón de Pause) entonces se pone en marcha la reproducción sonora. En fin, misterior de internet.
ResponderEliminarTambién a mi me hace DivShare a veces cosas raras e inexplicables. Cuando da en que una música no funcione, creo que no hay otro modo que borrar el link y ponerlo nuevo. En mi caso todo lo que cuelgo en el blog lo he 'subido' (upload) yo mismo antes, no es música suministrada por DivShare sino por mí: DivShare se limita a proveerme el alojamiento desde el que hacerlo sonar. Por lo que suele funcionarme borrar el archivo y volverlo a subir.
ResponderEliminarYo uso DivShare exactamente igual que tú, Vanbrugh: como un mero servidor-puente para poner en mi blog canciones que ya tengo en mi ordenador. En este caso concreto, el archivo lo he subido hasta tres veces. En mi ordenador suena perfectamente pero no en DivShare (en la página). Como le dije a C.C, me da que Mia Martini (que está muerta, la pobre) no es del gusto de DivShare.
ResponderEliminarMia Martini, a la que no conozco, tiene voz de macho, pero bien macho. Además no oigo la palabra "credo" en la canción.
ResponderEliminarMiroslav, cuando tengas un momento libre, pásate por mi blog.
No sé si lamentar o congratularme con Hace años las diversas opiniones/comentarios al post de Miroslav.
ResponderEliminarPara empezar, eso de ir de puerta en puerta o por la calle avasallando al prógimo me parece una forma invasiva y obsoleta de catecumenización. Lo suyo es no prestar atención si uno ya tiene su concepto del Creación bien formado.
Pero como en la ficción de Miros o en el caso de Lansky si no hubiera ido con prisas, un día de ocio semiaburrido, hace muchos años, dejé subir a mi apartamento a una de esas como la
que cuentas en tu post.
Charlé un rato, como dejándome convencer o dudándolo, mirándole a las cachas y las tetas, la invité a café, me aburrió batante, le dije que yo le iba a dar otros 'panfletos' (mentira) derivé la conversación hacia otros temas más prosáicos... Era bastante mema, inculta, simple...
Y cuando me harté le pedí que se largara. Total: que eché la tarde en compañía.
Se puso hecha una hidra, llorosa e iracunda. Me apenó. No he vuelto a hacer nada parecido con mormones y demás que andban cerca de mi casa.
C.C.: Me da que la canción que has oído no era la de Mia Martini: tiene voz femenina y la palabra creco la repite varias veces.
ResponderEliminarGrillo: Tienes que escribir un post contando esa conversación con la mormona.