Inventarse libros que nunca han sido escritos es un recurso viejo en la historia de la literatura. El escritor que abre la veda en las lenguas modernas (seguro que habrá antecedentes latinos, griegos o más antiguos) es Rabelais, tan admirado por mi admirado Alejo Carpentier, culpable de que leyera hará algo más de dos décadas los cinco libros de Gargantua y Pantagruel (tengo ahora, en espera de relectura, una edición reciente de Acantilado). Así, nada más llegar a París sediento de aprendizaje, Pantagruel descubre la magnífica biblioteca de San Víctor (inexistente, claro), de la que Rabelais, con su exuberancia característica, nos ofrece un catálogo de casi ciento cincuenta obras imaginarias, de títulos desopilantes en latín macarrónico la mayoría. Lamentablemente nada se nos cuenta del contenido de esos libros, pero basta su relación para hacerse cabal idea de los asuntos que motivaban las chanzas del médico humanista, y que venían a ser todos los que constituían lo que hoy llamaríamos el sistema social políticamente correcto. En tal sentido, se me ocurre que el Ars honeste petandi in societate, del apócrifo Maitre Hardouin de Graetz, puede entenderse como una declaración de principios éticos si lo traducimos, muy libremente, como el arte de pedorrearse de la sociedad.
Supongo que lo que hace Rabelais se encuadra bajo una concepción amplia de la intertextualidad, aunque las referencias de la novela vayan a obras inexistentes. Medio siglo después, Cervantes da una rotunda vuelta de tuerca en esa línea con El Quijote que, entre muchas más cosas, es diálogo continuo con la literatura y aprovechamiento fructífero de los recursos que a partir de ahí derivan. Cuando en el capítulo VI de la Primera Parte, el cura y el barbero hacen un donoso y grande escrutinio en la librería de nuestro ingenioso hidalgo, nos informan de veintinueve libros, con el guiño autoirónico de incluir La Galatea. Si bien estas obras son verídicas, el juego de la ficción se entronca en la propia génesis de la novela, como nos informa el narrador en el capítulo 9, escapándose de la trama para hacernos saber que desconocía como acababa la batalla con el gallardo vizcaíno y que ello le causaba mucha pesadumbre, pero tuvo la fortuna de toparse en Toledo con unos papeles viejos que contenían la Historia de don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo, y gracias a éstos pudo acabar el cuento. La invención del autor da pie, en este caso, a reescribir, bajo el manto de traducción, la obra pretendidamente imaginaria, sin perjuicio de que ese currículo apócrifo fuera paradójicamente título de autenticidad histórica del disparatado Quijano, por más que las referencias a este misterioso autor abunden en ambigüedades imposibles. En todo caso, el recurso Benengeli es otro más para que Cervantes se recree en sus geniales juegos de intertextualidad y ruptura de los límites convencionales de un texto de ficción. Uno más de tales recursos (y lo dejo, porque no va este post del Quijote) sería la boccaccesca novelita del Curioso Impertinente que encuentra en la venta el cura y lee a la cuadrilla, dedicándose un capítulo entero (el XXIII) a intercalar un texto ajeno por completo al argumento.
Hago un paréntesis para registrar que buscando en internet referencias a libros inventados encontré un breve artículo que se publicó en el suplemento Aula de El Mundo en el cual se dice que "el poeta inglés John Donne ... publicó en 1650 un catálogo de libros ocultos o malditos de autores célebres, alguno tan curioso como Propuesta para la eliminación de la partícula ‘no’ de los Diez Mandamientos, de Martin Lutero, el padre del protestantismo.. Este libro no existía, como tampoco existieron los restantes títulos de los que daba amplio detalle. Todo era una broma intelectual". No me pegaba nada que al santurrón de Donne le hubiera dado por estos entretenimientos y, en efecto, ese presunto catálogo no se menciona en la relación de sus obras completas de una web anglosajona que parece seria. Además, está el pequeño detalle de que este anglicano antipapista (pese a sus orígenes católicos) murió en 1631. Señalo esto para recordar que, siendo internet una fuente maravillosa de información, no hay que dar fiabilidad a todo lo que uno se encuentra y también, ya de paso, para echarle una reprimenda a El Mundo por ser tan poco riguroso.
Existe un blog de dos estadounidenses llamado la biblioteca invisible, en el cual relacionan alfabéticamente autores inexistentes y sus obras imaginarias. También la wikipedia en inglés cuenta con una entrada dedicada a los fictional books que enlaza a su vez a otra con una larguísima lista de títulos nunca publicados, ordenada por los autores que los inventaron. En ambos casos, hay un predominio apabullante de la literatura anglosajona; intuyo que los escritores en inglés deben ser los más aficionados a estas prácticas, pero seguro que hay bastantes más en otras lenguas que no aparecen citados. En todo caso, chequeando la última lista sorprende descubrir algunos escritores que cuentan con una vastísima obra ficticia, aunque de la gran mayoría de ellos ni había oído hablar. Pero también me ha chocado que algunos conocidos han metido en novelas que he leído referencias a obras imaginarias que no recuerdo haber detectado en su día (Agatha Christie, Robertson Davies, Conan Doyle, Aldous Huxley, John Irving, Kafka, Somerset Maugham, Georges Orwell, Orhan Pamuk, Anthony Powell, Evelyn Waugh). De otros citados en la wikipedia sí sabía ya que habían recurrido a estas ficciones, tales como Wodehouse, Kurt Vonnegut, Laurence Sterne, Ian McEwan, Nabokov y, sobre todo, H.P. Lovecraft y Jorge Luís Borges.
Para acabar este primer post (que continuaré) me apetece referirme a otra lista de libros inexistentes, si bien ésta no proviene de ninguna obra literaria sino que fue fruto de la invención de un ingenioso funcionario belga, buen bibliófilo amén de aficionado a los temas más diversos y dotado de un singular humorismo. Se llamaba el caballero Renier Chalon y, con la intención de divertirse un poco a costa de los buscadores de libros inéditos, construyó la biografía de un imaginario conde Fortsas (Jean Auguste Pichauld Nepomuceno, 1770-1839), bibliófilo refinado que dedicó cuarenta años a conseguirse los ejemplares más raros para luego reducirlos a sólo cincuenta y dos títulos, la crème de la crème de la más selecta biblioteca. Todos estos volúmenes eran únicos y conformaban una lista confeccionada mediante la hábil y erudita mezcla de ficción y realidad. Chalon imprimió y circuló por librerías de Bélgica y Francia unos cuantos folletos del presunto Catálogo de estas obras, en el que se anunciaba que se subastarían el 10 de agosto de 1840 en el despacho de un notario de la pequeña ciudad de Binche. Ese día, desde primeras horas, la localidad valona estaba abarrotada de ansiosos bibliófilos de todo el mundo que se miraban recelosos entre ellos; cuentan que incluso había representantes de gobiernos y el propio director de la Biblioteca Real de Bruselas. Para su desesperación, nadie conocía al notario convocante ni existía la calle de sus oficinas. En el periódico de la tarde apareció una nota que anunciaba la anulación de la subasta porque la biblioteca pública de Binche había adquirido la excelsa colección. Pero en Binche tampoco había biblioteca. Sólo años después se identificó al autor de la broma, contra el cual, significativamente, nadie interpuso ninguna querella (quizá por miedo a quedar en ridículo).
Bien.
ResponderEliminarYa que cuentas sobre libros inexistentes y mencionas a John Donne, me voy a echar a un lado del camino para colar de matute una especie de 'plagio' de ese Hemingway que tan poco me gusta; ese que debió quedarse en su tierra como periodista, gacetillero o redactor de crónicas, en vez de venirse a Europa a dar la lata y establecerse en España para beber vinazo y contarnos milongas sobre sexo y guerra...
El título de de "Por quién doblan las campanas" es un verso (no sé si el primero) de un exquisito poema de Jonh Donne: 'For whoom the Bells tolls'.
Cuando menos, pudo Hemingway dar nota y crédito a Donne ¿no?
Si no rcuerdo mal, el poeta metafísico inglés acababa su poema diciendo 'las campanas siempre doblan por tí'...
Grillo: Tampoco Hemingway ha sido nunca santo de mi devoción. No sabía que su famoso título provenía de Donne. He aprovechado para buscarlo en la web que cito en el post y compruebo que, más que un poema, se trata de una "meditación" (la XVII) sobre la muerte: ahora esta campana que tañe por otro me está diciendo: tú has de morir. El texto fue publicado en 1624, cuando el poeta tenía 52 tacos.
ResponderEliminarStanislaw Lem, polaco escritor de S.F.: Vacío perfecto (Doskonała próżnia) es una colección de reseñas de obras literarias y científicas ficticias que el escritor polaco Stanisław Lem (1921-2006) publicó en 1971. Forma parte de la serie Biblioteca del Siglo XXI, compuesta además por Magnitud imaginaria (1973), Golem XIV (1981) y Provocación (1982).
ResponderEliminarHay cientos, probablemente, de casos más; este que menciono es genial
Lo conozco, Lansky, y pensaba referirme a ese libro, aunque antes he de hablar de Borges (prelaciones cronológicas).
ResponderEliminarsi por prelaciones cronológicas, entonces Cervantes y El Quijote
ResponderEliminarAl Quijote ya le he dedicado un párrafo en este post; ¿no los has leído?
ResponderEliminarSí, claro, no me refería a la atribución casi posmoderna del morisco autor, sino a las reseñas de libros falsos de la segunda y genial parte del qijote
ResponderEliminarCon el anterior post te has revelado tú mismo como un magnífico inventor de libros apócrifos. Confiado en tu erudición sobre literaturas recónditas, me creí a pies juntillas (curiosa expresión: me la investigue, cuando tenga un rato) a tu Bicskei, me lo tragué sin un pestañeo. Mérito de tu excelente inventiva, desde luego, pero también de mi oceánica ignorancia sobre literatura húngara... bueno, y sobre literatura, en general.
ResponderEliminarPor cierto, no sé por qué le afeas a El Mundo que aludiera al inexistente catálogo de Donne: a mí me parece una broma de "metacrítica" de lo más adecuado. ¿Qué mejor, hablando de libros ficticios, que incluir un catálogo ficticio él mismo?
Me ha intrigado la inclusión de mi reverenciado Wodehouse entre los autores que se inventan referencias literarias. No recuerdo ninguna suya, y mira que lo tengo leído.
ResponderEliminarWodehouse...¿manuales de cocina y de jardinería?
ResponderEliminarSí, y revistas de cotilleos femeninos -la que dirige la tía Dahlia con grave quebranto económico, o el "Pyke's Home Companion".- Pero libros propiamente literarios, no recuerdo ninguno.
ResponderEliminarParece ser que el libro más leído en España es el catálogo de Ikea
ResponderEliminarVanbrugh: Sí, hombre, ¿no te acuerdas de Florence Craye, que sale en Júbilo Matinal? Quizá yo la tenga más presente que tú pues leí ese libro al poco de conocer tu blog. Pues recordarás que tenía escrita una novela. Según la wikipedia, Wodehouse cuenta con muchos más libros inventados; compruñebalo (por cierto, el enlace estaba mal, pero ya lo he corregido).
ResponderEliminarCierto, cierto. Y está también la conocida escritora de novelas rosas Rosie M. Banks, casada con Bingo Little, el amigote de Bertie. Es autora de obras tan meritorias como "Una roja, roja rosa de verano", y es el ejemplo de sus protagonistas aristócratas, que se enamoran de animosas muchachitas proletarias, el que induce al tío de Bingo a desafiar las iras familiares, casarse con su cocinera y evitar así que se la birlen sus colegas de club.
ResponderEliminarNo había olvidado estos importantes ejemplos, pero pensé que hablábamos solo de libros a los que se tratara de hacer pasar por verdaderos, no de la obra de literatos que son, a su vez, personajes de ficción.
Me parece pertinente tu acotación. En efecto, deberían distinguirse esas dos categorías que señalas: libros ficticios de primer orden y de segundo (escritos por personajes de la propia ficción); y hasta, supongo, podrían hacerse más derivadas, a modo de muñecas rusas. Me temo que la página de la wikipedia que enlazo no llega a tales sutilezas y es una pena.
ResponderEliminarque buen espacio, no tenia conocimiento de algunas cosas pero genial leer tu espacio, saludos.
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