a Vanbrugh, que (temo) será el único que se lea este tostonazo
En la entrada precedente empleé la fea palabra posicionarse, lo que me mereció un Tu quoque recriminatorio de Lansky. Admití enseguida que ese verbo me disgustaba y me justifiqué alegando que era la palabra que con más precisión expresa lo que quería decir. Naturalmente, esa excusa, como cualquiera, no era toda la verdad. Sí es cierto que escribí posicionarse porque su significado califica con bastante exactitud lo que en mi (poco fundada) opinión llevaba un tiempo haciendo el vicepresidente venezolano, pero también lo es que no me paré a pensar expresiones alternativas que eludieran el palabro. Es más, ni siquiera me había dado cuenta de que se me había colado hasta que Lansky me lo hizo notar, lo cual es síntoma significativo de que, siquiera subsconcientemente, ya estoy "abdicando" (como diría Vanbrugh) no sé si de sólidos principios lingüísticos pero sí al menos de unos criterios estéticos que mucho tienen que ver con el aprecio y respeto por nuestro idioma.
Añadí también en mi pobre comentario exculpatorio que la palabreja constaba en el diccionario de la RAE, lo que quizá fue el detonante para que Vanbrugh me asaeteara inclemente para dejar claro que la admisión de un término por los académicos no es motivo para darlo por válido cuando no lo es. Conste que no justifiqué, porque no lo pienso, la pertinencia de posicionarse sólo por constar en nuestro diccionario de referencia. De hecho, fue una alusión incidental precedida de un aunque que no pretendía insinuar la legitimidad del término pese a su fealdad sino justamente que la Academia admite palabras que no me gustan. Y a mi modo de ver, en los últimos años lo viene haciendo en demasía, sembrándome la duda de si tan respetables señores han relajado en exceso sus criterios o soy yo quien con la edad estoy sufriendo algún proceso de esclerosis estética en relación al lenguaje.
En todo caso, comparto con Vanbrugh que la inclusión de una palabra en el diccionario no es razón suficiente para que un "hablante medianamente culto" la emplee. Si así fuera, se trataría de un argumento de autoridad, a los que se recurre cuando no se tienen ganas o capacidad para sustentar las correspondientes tesis. Ahora bien, no es posible evitar los argumentos de autoridad, por la sencilla razón de que no tenemos ni tiempo ni medios para basar todas nuestras premisas en razonamientos propios; en un escenario caricaturesco, ello equivaldría a que cada ser humano se construyera autónomamente todo su sistema de creencias y conocimientos. De hecho, cuando damos por sentado cualquier enunciado estamos asumiendo argumentos de autoridad que ni siquiera nos hacemos explícitos; sólo los cuestionamos cuando algo nos "chirría". Tal es el caso de posicionarse, que, comprobada su bendición académica, provoca en Vanbrugh el cuestionamiento de la presunta autoridad de los señores académicos.
Y es que, obviamente, la solidez de los argumentos de autoridad descansan en la confianza en la competencia de la persona (o institución) que los emite. Pero ya se sabe que la confianza es difícil de conseguir y muy fácil de perder, así que basta que quien tomábamos por autoridad válida en alguna materia nos revele alguna inconsistencia de su razonamiento para que se nos agriete la confianza en su juicio e incluso tendamos a generalizar la descalificación, con frecuencia injustamente. Algo así podría deducirse de la primera frase del comentario de Vanbrugh, la cual da pie a interpretar (de modo abusivo) que para él los académicos han perdido toda autoridad justamente por las abundantes muestras de comportamiento complaciente y poco riguroso. Yo, más tibio que nuestro amigo (y con mayor riesgo de ser vomitado), aún reconociendo que no me gustan muchas de las recientes decisiones de la RAE por parecidos motivos de coherencia, no he llegado todavía a desposeer a esos señores de autoridad en mi argumentario personal.
Ya lo dice Grillo en uno de sus comentarios: cuando un palabro popular tiene éxito, los académicos, tan serios ellos, tienen que tragar y aceptarlo. Y, en efecto, tal es la postura que defienden los propios académicos acerca de su función. De alguna manera, el diccionario vendría a ser un registro del idioma en ese momento histórico; en realidad, con un cierto atraso, porque se supone que ha de pasar algo de tiempo (cada vez menos, por lo que se ve) para que una palabra "nueva" pueda considerarse consolidada en el hablar. Aceptando que tal es la función del DRAE, resulta difícil negar que posicionarse (o posicionar) es una palabra más que consolidada en el español actual y, por tanto, bien habrían hecho los académicos al incluirla en el diccionario. Aún así, parece que estamos de acuerdo en que no nos gusta.
Pero, ¿por qué no nos gusta? Nuestros gustos no son caprichosos (o no siempre) sino consecuencia de algunas lógicas subyacentes que las más de las veces no nos molestamos en inquirir. Con su comentario Vanbrugh me ha obligado a hacerlo. Se me ocurrió, en una primera hipótesis, que lo que nos chirría es aquello que va contra las reglas internas del lenguaje, ésas que al empezar a hablar hacen suyas los niños y les llevan, por ejemplo, a conjugar erróneamente los verbos irregulares. Sin embargo, muchas irregularidades se explican por motivos fonéticos; es decir, que la forma regular fue sustituida precisamente porque no gustaba a los hablantes cómo sonaba. Claro que a estas alturas de consolidación de nuestro idioma viene a ser muy difícil discernir si la presunta cacofonía de la forma regular fosilizada estaba en el origen (de hecho, la mayoría de las irregularidades proceden del latín) o simplemente es que nos hemos acostumbrado a la palabra correcta. ¿A los primeros hablantes les disgustaba decir "la gallina ha ponido un huevo" y optaron por inventar un participio irregular? Pero entonces, ¿por qué no decimos "Maripuri ha tiesto un niño"? Cuando se curiosea en asuntos de gramática histórica, si bien se aprecian ciertas reglas que se repiten (muchas vinculadas a eufonías/cacofonías), su aplicación o no en los procesos evolutivos de cada término parece haber sido decidida por el azar.
Pero, ¿por qué no nos gusta? Nuestros gustos no son caprichosos (o no siempre) sino consecuencia de algunas lógicas subyacentes que las más de las veces no nos molestamos en inquirir. Con su comentario Vanbrugh me ha obligado a hacerlo. Se me ocurrió, en una primera hipótesis, que lo que nos chirría es aquello que va contra las reglas internas del lenguaje, ésas que al empezar a hablar hacen suyas los niños y les llevan, por ejemplo, a conjugar erróneamente los verbos irregulares. Sin embargo, muchas irregularidades se explican por motivos fonéticos; es decir, que la forma regular fue sustituida precisamente porque no gustaba a los hablantes cómo sonaba. Claro que a estas alturas de consolidación de nuestro idioma viene a ser muy difícil discernir si la presunta cacofonía de la forma regular fosilizada estaba en el origen (de hecho, la mayoría de las irregularidades proceden del latín) o simplemente es que nos hemos acostumbrado a la palabra correcta. ¿A los primeros hablantes les disgustaba decir "la gallina ha ponido un huevo" y optaron por inventar un participio irregular? Pero entonces, ¿por qué no decimos "Maripuri ha tiesto un niño"? Cuando se curiosea en asuntos de gramática histórica, si bien se aprecian ciertas reglas que se repiten (muchas vinculadas a eufonías/cacofonías), su aplicación o no en los procesos evolutivos de cada término parece haber sido decidida por el azar.
Consejos para padres / La gallina dijo Eureka - Les Luthiers (Les Luthiers hacen muchas gracias de nada, 1980)
El comentario de Vanbrugh parece sugerir que el gusto personal en materia lingüística derivaría de los criterios "generales" que cada uno, conscientemente o no, se ha ido formando. Me parece una explicación brillante pero no me basta para suprimir completamente mis reservas de escepticismo; es decir, sigo dudando de que nuestro aprecio o rechazo por una palabra sea consecuencia de nuestros criterios propios, por más que estén fundados en "principios sólidos" o, por el contrario, construimos esos criterios para argumentar a posteriori lo que nos gusta o, sobre todo, lo que rechazamos. Probablemente (de nuevo mi vomitiva tibieza) tienda a inclinarme por una posición intermedia y ambigua: gustos y racionalizaciones de éste se van influyendo en los conocidos procesos circulares de feed-back, una rueda en movimiento continuo. Y puestos a cuantificar, tiendo a pensar que pesa más el sentido que va desde el gusto a los "principios" que el inverso. Al fin y al cabo, es lo que nos pasa con nuestros personales constructos ideológicos, que solemos argumentar en términos de sistema de valores el que justamente refuerza (y auto-legitima) nuestras emociones.
En el caso que nos ocupa, el principio que enuncia Vanbrugh, y que explicaría por qué posicionarse nos parece una palabra fea, es el siguiente: ningún sustantivo que provenga de un verbo debería poder dar lugar a un nuevo verbo. De esta regla deduce que, si se necesita un nuevo verbo relacionado con la palabra posición, hay que retroceder hacia poner (el verbo de la cual deriva) y no adelantar hacia una aberración como posicionar. El problema es que Vanbrugh no nos explica cómo derivamos del verbo poner otro verbo (no un sustantivo) que acote el campo semántico al más preciso significado del desagradable palabro. De hecho, ahí está el meollo del asunto, creo yo. Poner es uno de esos verbos primigenios de amplísimo significado (44 acepciones en el DRAE). Posición deriva de dicho verbo mediante el sufijo -ción, que es la forma habitual en castellano para construir los sustantivos que expresan la acción y/o el efecto del verbo correspondiente; así que nada extraño en este primer paso, salvo la irregularidad del lexema que, de no haber sido así, nos habría dado ponición. El DRAE, en efecto, señala que posición significa (segunda acepción) "acción de poner"; nótese, como curiosidad, que en este caso no es también, como suele ser habitual, el "efecto de poner" que, en castellano, se expresa con la palabra puesta. Sin embargo, ya casi nadie usa posición para expresar la acción de poner. Nótese por ejemplo que las frases "imitó a Rajoy" e "hizo una imitación de Rajoy" nos resultan intercambiables sin ningún esfuerzo, y en cambio "la gallina hizo la posición de un huevo" se nos presenta poco menos que incomprensible.
La primera acepción de posición según el DRAE es "el modo en que algo está puesto", que viene a ser sinónimo del vocablo postura. Me parece a mí, sin embargo, que esta acepción de posición es más amplia que la equivalente de postura, que yo al menos suelo usar referida a personas o, en todo caso, seres animados. En todo caso, si quisiéramos disponer de un verbo que acotara el significado genérico de poner al más específico de poner algo en una determinada posición, ¿cómo haríamos? La "regla" de Vanbrugh sería, entiendo, derivar el nuevo verbo de poner y, encontrado éste, sustantivizarlo. Creo que los mecanismos "normales" para generar estos verbos derivados son mediante el añadido al lexema del original de un prefijo con valor significante o de otra lexema diferente, en su mayoría adverbial. De hecho, hay no pocos verbos derivados de poner mediante prefijos: aponer, anteponer, componer, deponer, exponer, imponer, interponer, oponer, posponer, preponer (equivalente a anteponer), proponer, reponer, superponer, suponer, transponer (o trasponer), yuxtaponer y seguro que alguno más. He de hacer notar que la mayoría de estas derivaciones nos han llegado directamente del latín; es decir, que ya habían sido generadas por los romanos, lo que me hace pensar que no es un recurso usual para construir neologismos. Quizá (no lo tengo nada claro) sea más frecuente crear nuevos verbos combinando lexemas diferentes y se me ocurren a bote pronto maltratar, menospreciar y alguno más, pero ninguno para poner. En todo caso, estos mecanismos "canónicos" parecen tener bastantes limitaciones si lo que se pretende es crear un verbo derivado del original acotado a una de sus acepciones específicas (salvo que ésta encaje en el valor significante de alguno de los prefijos disponibles). A la espera de que Vanbrugh me lo sugiera, a mí no se me ocurre ninguna derivación de poner que nos dé un verbo cuyo significado sea el mismo que ha adquirido posicionar.
Con el "retroceso" que Vanbrugh propone puede también estar diciendo que una vez situados en el verbo original busquemos palabras que, con lexemas distintos, expresen con mayor precisión el significado que nos interesa. En el caso de poner, disponemos de dos verbos nada cacofónicos que, en principio, parecen plenamente idóneos para el fin pretendido: colocar(se) y situar(se). Los significados de ambos son prácticamente idénticos: poner a alguien o algo en un sitio (lugar, puesto, posición) preciso, con la diferencia de que colocar pareciera incorporar el matiz de que el sitio donde algo se coloca es el debido, el que le corresponde. Posicionar es, según el DRAE, "tomar posición", pero posición significa, al menos en la acepción de la cual deriva el feo verbo, el sitio o lugar, sea físico o inmaterial (por ejemplo, posición social). Luego, tomar posición vendría a ser equivalente a situar(se) o colocar(se). Así pues, ¿procede emplear los verbos colocar o situar en vez de posicionar? En principio, yo diría que sí. Si en la frase que escribí en el anterior post reemplazo el posicionarse por cualquiera de estos dos verbos sinónimos parece que no se altera lo que pretendía decir: "Maduro lleva ya tiempo maniobrando para situarse/colocarse en el futuro panorama político venezolano". Añado que, además de los citados, probablemente podrán encontrarse más verbos equivalentes en nuestro idioma; apunto a modo de ejemplo instalar y ubicar (éste poco empleado en España).
Ciertamente hay una ligerísima diferencia semántica entre ambas frases asociada al plano connotativo y que, me parece, es justamente la que da origen al término posicionar. Intuyo que posicionar tiene su génesis en el mundo del comercio, originado como tecnicismo para referirse a la actividad de colocar un producto en la percepción de los potenciales consumidores (y que esa percepción, claro está, sea positiva). Así, los publicistas habrían recurrido a una de las acepciones de posición que significa no sólo un lugar, sino un sitio específico en un marco de referencia ordenado. Cuando preguntamos en qué posición ha quedado un atleta, por ejemplo, va implícito que la respuesta es un número ordinal; pero si ese atleta no ha participado en la carrera, simplemente no está en ninguna posición. Por tanto, cuando los del departamento de marketing (aunque todavía no se llamara así) de una empresa querían que su nuevo producto pasara a ser considerado por la clientela, dirían que había que posicionarlo y, por supuesto, posicionarlo lo mejor posible. Como el posicionamiento de una marca no es otra cosa que la valoración perceptual que de la misma tienen los consumidores, barrunto que la traslación del tecnicismo al lenguaje común sucedería apoyándose en ese tinte subjetivo del nuevo verbo. Posicionar algo (o posicionarse alguien) vendría a diferenciarse de situar, ubicar, colocar o instalar en que llevaría implícito que el sitio en que se pone el algo o el alguien es un "lugar" en un sistema referencial ordenado y, además, goza de una valoración positiva. De ahí que posicionarse venga a incluir el conjunto de actos que uno realiza para instalarse en ese puesto dentro del sistema jerárquico. Nada habría impedido, desde luego, que para expresar estos matices se hubiera seguido usando cualquiera de los verbos ya citados, mejor arraigados en nuestro lenguaje, pero el éxito (supongo) del neologismo iría desprendiendo a aquéllos de esa acepción específica apropiándose de la misma con pretensiones de exclusividad. Fíjense, si no, qué bien entendemos lo que alguien quiere expresar cuando dice, por ejemplo, "ése está posicionándose de cara a las elecciones" y cómo el significado queda más ambiguo en la frase "ése está situándose de cara a las elecciones".
La pregunta a estas alturas es si debemos o no usar palabrejas como ésta. Mi posición (o posicionamiento) al respecto es que sí cuando el matiz diferencial semántico del palabro no puede conseguirse con otros términos más arraigados (y, consecuentemente, más agradables a nuestra sensibilidad lingüística). Claro que la valoración de si se puede o no conseguir no ha de hacerse desde nuestro punto de vista sino desde el del oyente. La aclaración me parece importante en especial para quienes podamos tender a pontificar sobre lo que deben entender los demás, despreciando lo que realmente entienden. Para mojarme con el caso concreto, creo que, como ya he dicho, podría haber escrito la misma frase con prácticamente idéntico significado si en vez de posicionar hubiera puesto cualquiera de los verbos ya citados. El mínimo matiz diferencial que eventualmente aporta el verbo posicionar no justifica a mi juicio emplearlo, contribuyendo de ese modo al afeamiento de nuestro idioma. Por tanto, confieso arrepentido mi pecado en el post precedente (si no lo corrijo es porque en tal caso dejaría de entenderse éste). Ahora bien, si la evolución en el uso del lenguaje hubiera llegado a un estado en el que el significado específico que porta el verbo posicionar no pudiera expresarse con suficiente precisión mediante otro verbo, entonces me parece que lo correcto sería emplearlo. No hemos alcazado ese punto, creo, pero me da que poco nos falta; de hecho, como ya he comentado, la inclusión del palabro en el DRAE es un síntoma no del poco caso que hay que hacerle sino, por el contrario, de que ha adquirido ya, en opinión de los académicos, un grado de consolidación notable.
Ahora bien, quiero volver sobre el criterio que propone Vanbrugh: "ningún sustantivo que provenga de un verbo debería poder dar lugar a un nuevo verbo", porque me ha hecho pasar un rato de entretenida reflexión. No sé de dónde ha deducido esa regla pero lo cierto es que resulta sugerente aunque tal vez un poco esotérica. Me pregunto si la máxima inversa también podría servir como guía para neologizar: "ningún verbo que provenga de un sustantivo debería dar lugar a un nuevo sustantivo". En todo caso, a bote pronto y quizá por que tengo el ánimo algo fúnebre, me viene a la mente que el sustantivo muerte (mors, mortis) que deriva del verbo morir (morire) da lugar a palabras tan asentadas y eufónicas como amortajar, amortiguar, amortizar y la preciosa pero en desuso amortecerse. Apuesto a que Vanbrugh no las descalifica, probablemente porque las ha hecho propias, pertenecientes a "su" lengua, un ámbito en el que posicionar tiene de momento vedado el ingreso.
Dice Vanbrugh que admitir estas derivadas significa dar paso libre a nuevas derivaciones en una espiral sin fin que se le antoja nauseabunda. Yo diría que exagera, que el propio idioma se ocupa de limitar los excesos, aunque sólo sea porque la brevedad silábica es uno de los genes dominantes en la evolución lingüística. Me da la impresión de que este proceso de segunda derivada al que responde posicionar requiere, para consolidarse, que la conveniencia o necesidad del nuevo significado sea suficientemente fuerte para vencer la resistencia del aumento de la complejidad fonética que trae consigo el nuevo palabro. De hecho, para desgracia de Vanbrugh, el siguiente paso ya ha sido dado (y también recogido en el DRAE) y así contamos con la todavía más espantosa posicionamiento. ¿Cabe esperar que por haber infringido el criterio que Vanbrugh nos aporta ha de venir a continuación una horripilante posicionamentar. Eso implicaría que se necesita precisar el campo semántico de posicionar de la misma manera que posicionar acotaba el de poner y, francamente, no veo cómo.
Mientras estoy escribiendo me viene otro contraejemplo a la regla vanbrughiana, que me parece mejor que el de morir. Se trata del verbo estar, de los más fundamentales en nuestra lengua. Pues bien, de estar derivan bastantes sustantivos (o adjetivos): estable, establo y estación, por ejemplo, y cada uno de ellos da lugar, en flagrante infracción del criterio de Vanbrugh, a tres estupendos verbos: estabilizar, estabular y estacionar, los cuales, a su vez generan tres nuevos sustantivos que no suelen chirriarnos: estabilización, estabulación y estacionamiento. Absolutamente similar a la secuencia poner–posición–posicionar–posicionamiento. Y, por cierto, dudo que nadie esté preocupado por una próxima aparición del vocablo estacionamentar, pongamos por caso.
Si, como me atrevo a sospechar, estabilizar, estabular o estacionar no le resultan desagradables a Vanbrugh (ni tampoco amortajar, amortiguar o amortizar), he de concluir que o su criterio no es tan sólido como proclama o que, en realidad, más que un criterio es un ingenioso constructo a posteriori para justificar que la palabra no es que no le guste porque le suena mal, sino que le suena mal porque contradice un pretendido principio del que no quiere abdicar. Naturalmente, puedo estar en un error pero, mientras no me convenzan de lo contrario, el comentario de Vanbrugh ha venido (además de regalarme una excusa para pasar un rato entretenido) a confirmarme la que era mi intuición previa: que más que nos gusten (o disgusten) las palabras por su grado de adecuación a nuestros criterios, elaboramos tales criterios para legitimar nuestros gustos (a veces con notable ingenio, como Vanbrugh, que contribuye poderosamente a reforzar su capacidad de convicción).
Pero entonces, si posicionar responde exactamente a la misma lógica que estacionar, ¿por qué la primera nos chirría y no lo hace la segunda? A falta de razones sólidas, oso sugerir la cutre explicación de que se debe a que estamos acostumbrados al segundo término, mientras que el primero ha hecho su aparición en nuestro universo lingüístico cuando éste ya estaba suficientemente armado (y, probablemente, algo rigidizado). De momento, tal es mi posicionamiento.
Mama nen - Pau Riba (Jo, la Donya i el Gripau, 1971)
En defensa de la palabreja (me perdí el porque del palabro usado en el post.) debo decir que la frase usada "para posicionarse en el futuro panorama político venezolano" recibe de la palabra una connotación de mercadeo que es toda una posición política.
ResponderEliminar¿Podría haberse usado "ubicarse"? sin dudas, pero hubiera perdido el matiz que tiene "posicionarse" de que las cosas no posicionadas no existen como entes reconocibles
Claro, cada vez que escucho "el zaguero recepciona el pase corto..." quiero usar la espada flamígera del ángel vengador, tal como hace Vanbrugh.
Chófer: Recepcionar viene de Recepción que es "acción y efecto de recibir". En principio, idéntico proceso formativo que posicionar (y estacionar) con la decisiva diferencia respecto a éstas que recepcionar no varía en absoluto el contenido significante de recibir. En cambio posicionar no es lo mismo que poner (por más que las diferencias semánticas sean escasas). Claro que, como esta espantosa palabra no ha sido (¿todavía?) admitida en el DRAE no puedo estar seguro de si quienes la emplean le confieren una acepción que matiza, precisa o altera en cualquier grado la de recibir; yo creo que no, pero ...
ResponderEliminarSi Vanbrugh saca la "espada flamígera" al leer posicionar, imagínate el arsenal que le dedicaría a recepcionar.
¡Puf! No sé por dónde empezar a comentar este pedazo de post, sobre el que tengo verdaderamente demasiadas cosas que decir. En cualquier caso, gracias por escribirlo y por dedicármelo.
ResponderEliminarEntraremos al bulto in media res, y que la cosa se vaya colocando ella sola lo mejor que pueda.
Los criterios de DRAE me resultan muy respetables , y que los posponga a los míos propios no significa que los desprecie, ni que evite los argumentos de autoridad. Como bien dices, hay que usarlos, puesto que no tenemos tiempo ni medios de razonar por nuestra cuenta todas nuestras posturas sobre la lengua. Solo cuando algo chirría entre los criterios académicos y los nuestros es cuando debemos -y puesto que no ocurre con tanta frecuencia, también podemos- pararnos a explicitar cuál es nuestro razonamiento en ese caso concreto, y en qué choca con el suyo. Lo cual no significa que los académicos hayan perdido para mí toda su autoridad, sino que, para mi propio gobierno, concedo a la mía propia aún más jerarquía que a la suya.
Y no porque me considere más listo que ellos, sino porque su función y la mía no son la misma. Como bien decís Grillo y tú, los académicos tienen que reconocer y admitir la existencia de las palabras que realmente existen, les gusten o no. Su misión no es la imposible e inútil de decirle a la gente cómo ha de hablar, sino la necesaria y bastante útil de registrar cómo habla. Si la gente dice posicionar, deben reconocerlo. Que lo hagan me parece muy bien, pero no obsta para que yo tenga mi propia opinión sobre si debe o no decirse posicionar y, sobre todo, sobre si debo o no decirlo yo. Ni para que, llegado el caso, les cuente estos criterios a los amigos a los que aprecio lo suficiente como para desear que no incurran en lo que en mi opinión son aberraciones, extendidas o no y, en consecuencia, aceptadas o no por la Academia.
Sigo:
ResponderEliminarPareces, por otra parte, centrar tu post en la cuestión de si mis criterios explícitos sobre la incorrección de posicionar y otros engendros son la causa o la consecuencia de que haya proscrito esas palabras. Pretendo, vienes a decir, que mi rechazo es intelectual y consecuencia de mis razonamientos; pero en realidad es anterior a ellos y de carácter estético e irracional, y mis razonamientos son invenciones a posteriori, para justificarlo.
Pues qué quieres que te diga, muy probablemente sea así. ¿Y qué? En casi todos los terrenos actúo así, y creo que no solo yo, sino todo el mundo. Solo Sheldon Cooper y alguna otra inteligencia artificial razonan primero y eligen después. Lo habitual es que algo te parezca mal o bien, en este y en cualquier otro terreno, antes de que sepas por qué; y que tengas, después, que pararte examinar qué hay en eso que te gusta o no, que hace que te guste o no. Que el razonamiento venga a confirmar -o, en su caso, a desautorizar- la elección previa del gusto o del instinto, no le quita ninguna validez. Si lo que argumento en favor de mis preferencias irracionales es correcto, da exactamente igual que las justifique antes o después de haberlas yo formado. En cualquier caso, me alegro de tener un instinto lingüístico que me hace detectar como incorrectas formas que luego el razonamiento me confirma que lo son, y me explica por qué. Si no fuera así, efectivamente, tendría que pararme a examinar la validez y corrección de TODAS las palabras que uso, lo que no sería posible. Gracias a mi elección irracional anterior al razonamiento, puedo reservar este fatigoso proceso solo para algunas, las que me suenan mal.
En cuanto al principio que enuncio sobre el caso concreto de posicionar; principio que he formulado por mi cuenta y riesgo y que no me consta que esté establecido como regla por nadie más en ningún otro sitio, lo mantengo. Probablemente habría que matizarlo: ningún sustantivo que exprese la acción y efecto de un verbo debería dar origen a un nuevo verbo.
Pero incluso sin corregirlo así, lo que haría que dejara de ser aplicable a los casos de estabilizar y estabular -suponiendo que establo venga, efectivamente, de estar- que haya verbos que yo acepto sin problemas y que se han formado siguiendo ese procedimiento que condeno no significa nada. Las excepciones no confirman la regla, pero tampoco la desmienten. En todo caso, la ilustran. Todos aceptamos sin problemas la palabra modisto o la palabra asistenta, sin que ello signifique que renunciamos a las reglas según las cuales las dos están claramente mal formadas. Son, de hecho, sendas burradas que todos usamos y que la Academia aceptó en su día, que demuestran cómo, si bajamos la guardia, las burradas se asientan en el idioma. Un buen motivo más para no cometer burradas.
Vanbrugh: No he pretendido desautorizar el que el razonamiento siga a la intuición (o a la emoción, en otros casos). Todos actuamos así porque así está organizado nuestro cerebro. Tienes pues razón cuando dices que si el argumento racional que confirma nuestras intuiciones o gustos previos es correcto, no pierde un ápice de validez porque se haya elaborado a posteriori. Y también en que es una suerte que nuestro "instinto pre-racional" nos fuencione, evitándonos la obligación imposible (porque nos paralizaría) de argumentar todo.
ResponderEliminarAhora bien, ser conscientes de que el razonamiento suele seguir a la intuición (como lo somos) habría de servirnos para estar especialmente atentos a no distorsionarlo ilícitamente para que "demuestre" lo que ya a priori hemos asumidos. No digo que la precedencia de la intuición invalide el razonamiento, pero sí sostengo que es frecuente que propicie en el "razonador" una cierta laxitud en sus exigencias de rigor.
En mi opinión, algo de eso ocurre en esta respuesta tuya. Que me digas que las excepciones no desmienten la regla se me antoja un patadón a la banda. He citado, a modo de ejemplo, 6 excepciones contra un solo ejemplo justificado en la regla. Cuando uno plantea una hipótesis (como la tuya que explica el porqué una palabra nos parece fea), ha de molestarse en someterla a prueba y me parece cuando menos frívolo afirmar que el que no se cumpla en algunos (¿pocos, muchos?) casos no significa nada.
Así pues, tú mantienes tu principio (matizándolo), pero no das razones que me inclinen a pensar que es válido, que es una de esas normas implícitas que tiene el lenguaje. Y mira que me gustaría que me convencieras; de hecho, como has comprobado, tu "regla" me ha parecido lo suficientemente sugerente e ingeniosa como para dedicar un rato a ponerla a prueba. Pero el caso es que no me ha convencido y, a la espera de que ocurra, pienso que es una muestra del riesgo a que hacía referencia antes.
PS: Establo sí viene de Estar (Corominas dixit = argumento de autoridad).
Ah, bien. O sea, que no me estás acusando de legitimar a posteriori mis gustos irracionales buscándoles coatadas argumentales, sino de hacerlo falseando la argumentación, de forzar los argumentos de modo que validen, que quieras que no, mis preferencias previas. Pues me quedo mucho más tranquilo.
ResponderEliminarSabiendo ya que es esto lo que hago, voy a perseverar en la tarea. Para ello, voy a matizar el principio vanbrughuiano en la línea que anuncié ya en comentarios anteriores. Así, no es a cualquier sustantivo derivado de un verbo a quien prohibo dar origen a nuevos verbos, sino solo a los sustantivos que expresen la acción y efecto de ese verbo. Los otros, los que simplemente se deriven de un verbo, pero no se refieran a su acción y efecto, sino que nazcan de él de cualquier otro modo, sí pueden dar lugar a verbos nuevos. Eso legitima a estabular y estabilizar y te deja sin dos de tus seis ejemplos, creo.
Item más, solo les estará prohibido generar verbos nuevos a los sustantivos que quedan reseñados cuando lo hagan sin añadir a su raiz nuevos prefijos o sufijos que maticen o modifiquen el significado del verbo inicial, por levemente que lo hagan. Si añaden cualquier modificador, la operación ya sí es legítima. Esto recupera para el campo de lo vanbrughianamente aceptable a amortajar, amortiguar y amortizar, me parece, y deja reducido a uno el número de tus contraejemplos. Empezamos a movernos ya con más tranquilidad.
Por último, hasta las operaciones que prohiben las dos reglas anteriores pueden ser permisibles si han tenido lugar en latín, y no en castellano. Lo que Cicerón, Ovidio y congéneres hicieran con su idioma cae fuera de mi jurisdicción, proclamo solemnemente. Recibo como un dato inmodificable el castellano tal como nos lo legaron los romanos y limito mi actividad censora a lo que con él hicieron y hacemos los ya castellano hablantes. Sospecho que esta última cláusula venga a legitimar también a estacionar, pero como no estoy muy seguro de que hubiera en latín ninguna statio, ni ningún stationare; y como tampoco me gusta abusar, te concedo estacionar como único contraargumento frente a mis posicionar, explosionar, visionar, recepcionar… Como ves, aún siendo generoso gano por goleada.
Sobre todo porque estoy seguro de que tu propio buen natural lingüístico obrará a mi favor y de que, por tanto, por muchos argumentos que puedas pergeñar para oponer a los míos, en tu fuero interno sabrás sin sombra de duda que decir “visionar” o “recepcionar” es repugnante e inadmisible, de entrada y por principio; y que si para argumentar un rechazo visceral tan natural y saludable como el que cualquier hablante bien nacido experimenta frente a tales horrores es necesario forzar la argumentación, inventar principios inexistentes y hasta asesinar a alguien, resulta doloroso pero inevitable dar por buenos el forzado de argumentos, la invención de principios inexistentes y hasta el asesinato de inocentes en número razonable.
Yo, por lo menos, lo tengo clarísimo.
Unos comentarios a tus ejemplos:
ResponderEliminarExplosionar: No es un verbo derivado del sustantivo que expresa la "acción y efecto" de otro verbo (que imagino que piensas que es explotar), sino que deriva de un sustantivo (explosión). De hecho, el sustantivo castellano explosión proviene directamente del latino explosio, explosionis. Curiosamente, la acepción de "hacer o provocar una explosión" que el DRAE asigna a explotar es relativamente reciente (y probablemente por contaminación con "explosión"), entre otras cosas por que explotar nos llega proveniente del francés (no del latín) con el sentido de "sacar provecho de algo", derivado a su vez del verbo latino explicare que significaría desplegar, desenredar (y que nos ha dado, en castellano, el más evidente explicar). De hecho, explotar no aparece en la VII edición del DRAE (1823) y sí explosión, pero ciertamente no explosionar. En todo caso, con lo dicho, creo que puedo restarte explosionar de los casos incluidos en tu "regla".
Visionar: Respecto de éste, te concedo sin reservas que encaja en tu categoría de "verbos formados en nuestro romance derivando el sustantivo que expresa la acción y efecto de otro verbo (ver). Además, no aparece recogido en mi ejemplar del DRAE de 1823, aunque sí, en efecto, en la última edición (no sé desde cuándo). O sea que, en este caso si estaríamos ante una palabra que no debería haber nacido si se hubiesen respetado las normas internas del lenguaje. Ahora bien, visión, aparte de expresar la acción y efecto de ver, significa desde muy antiguo algo que uno cree ver sin ser real. Ciertamente, esta acepción amplía tanto el significado del sustantivo derivado del verbo que, casi, podríamos admitir que éste se desliga de su génesis y por tanto, si eres generoso, puede escapar a la férrea prohibición de tu regla y dar origen al denostado verbo. De hecho, la formación de visionar obedecería, supongo, a la conveniencia de tener un término para expresar la acción de "tener visiones", prescindiendo del complemento necesario para poder sustituirlo por el objeto específico de cada visión. Naturalmente, me dirás que sobraba el neologismo porque podría siempre decirse "Santa Teresa tuvo una visión en la que se mostraba la Virgen María" (y yo mismo lo prefiero a "Santa Teresa visionó a la Virgen María"). Pero espero que no me niegues que el nuevo verbo acota (incluso cambiándolo) el significado del original del cual es segunda derivada (que tal es mi tesis explicativa de por qué aparecen, sin que, lo sigo pensando, tales fenómenos sean frenados por tu regla). La segunda acepción de visionar, que es la más corriente en la actualidad, se refiere a " ver imágenes cinematográficas o televisivas, especialmente desde un punto de vista técnico o crítico", significado para el que los hablantes no requirieron (en contra de lo que tendemos a pensar) inventar ninguna palabra sino "aprovechar" la ya existente ampliando su campo semántico.
Sigo:
ResponderEliminarRecepcionar: Ese gol te lo anulo por fuera de juego, toda vez que de momento y afortunadamente nuestros amigos de la RAE no lo admiten. Y, según mi teoría, dudo mucho que lo incluyan toda vez que el significado que le dan quienes lo emplean es absoluta y exactamente intercambiable (al menos en todos los casos en que lo he escuchado) con el de recibir. Ahora bien, pese a lo espantoso que es, estoy convencido de que si se necesitara una palabra para un significado específico emparentado con el de recibir, es posible que pasara al diccionario.
En resumen, que me atrevo a subir la puja y sostener que tu regla no sólo no es una limitación implícita en los mecanismos evolutivos del castellano, sino uno de sus mecanismos, cuyo ámbito de acción se manifiesta preferentemente cuando los hablantes quieren matizar, acotar o modificar el significado demasiado amplio de un verbo original, y lo hacen justamente verbalizando el sustantivo que expresa la acción y efecto de aquél. En lo que te doy la razón es que los resultados (al menos estos últimos que citas) son bastante feos, aunque sigo pensando en que ello se debe sobre todo a que no tenemos acostumbrado el oído a los mismos-
PS: Confío en que de tu primer párrafo no deba deducir que te he ofendido. Nada más lejos de mi intención cuando te estoy agradecido por el entretenimiento que me procuras.
Vanbrugh: Olvidaba comentar el párrafo final de tu comentario en el que defiendes contundentemente tu posicionamiento. Te agradezco que me otorgues un "buen natural lingüístico" el cual, en efecto, me lleva a rechazar el uso de palabras que me parecen feas (respecto de las que, imagino, coincideremos en gran número), aunque no me atrevería a calificar su uso como "repugnante". Sin embargo, por muy loable que sea el fin de evitar el afeamiento del castellano, no llego a justificar el empleo de cualquier medio y menos uno tan descaradamente ilícito como forzar la argumentación (sí, en cambio, admitiría el de asesinar a más de uno; de hecho tengo una larga lista de encargos para Lansky, pero me temo que se ha retirado de sus actividades liquidadoras).
ResponderEliminarLo primero de todo: no, claro que no me has ofendido. Ni siquiera me ofendes ahora, al sospechar que pueda haberme sentido ofendido, y eso que considero esta sospecha mucho más ofensiva que tu insinuación de que fuerzo los argumentos para defender mis manías, insinuación que más bien me enorgullece que otra cosa.
ResponderEliminarTodas tus consideraciones diccionariales, admirables, vienen a explicar cuándo y cómo se han formado cosas como explosionar y visionar. Cuestión que me resulta tan instructivo como irrelevante para el asunto que nos ocupa. Llegara al español antes o después que el verbo explotar -orden cronológico- y lo hiciera de su mano o por libre, en el orden lógico la explosión es la acción y efecto de explotar. Cuando explota una bomba, tiene lugar una explosión. Cuando se produce una explosión, es porque algo ha explotado. Y esta innegable y obvia relación lógica entre ambas palabras, hayan llegado a mantenerla por los caminos por los que lo hayan hecho, que eso es asunto suyo, las somete de lleno, a mi entender, al ámbito de mi interdicto. Explosionar, para mí, será toda la vida abominación injustificable.
Otro tanto digo de visionar. Tu explicación respecto de las visiones sería mucho más eficaz si alguien alguna vez hubiera usado el verbo visionar para referirse a las apariciones de la Virgen o a las alucinaciones de oasis que sufren los sedientos, de las que puedo admitir que no son cosas que exactamente se vean. Pero lo cierto es que para lo que mayormente se usa es para la acción y efecto de ver películas, sobre todo cuando lo hace algún enteradillo que se cree más cualificado que un espectador normal y necesita por ello usar otra palabra distinta para su especializada visión que la que designa lo que hacen los simples mortales. Cuando lo cierto es que con más o menos conocimientos y con unos u otros fines, lo que está haciendo es ver la película, como todo hijo de vecino. Si quiere diferenciar su visión de la mía, porque él sabe más, que diga que la estudia, o la analiza, o la disecciona. O que se invente una palabra nueva, pero que se la invente bien. Inventarse ese atroz 'visionar' es, lo siento, inventársela mal. Como la Academia no puede decirlo, porque lo impide su augusta misión de dar cuenta objetiva de los destrozos que los hablantes van haciendo en la lengua, lo tendré que decir yo. Y eso hago, decirlo.
Y decir que tales engendros nos resultan feos porque no tenemos el oído acostumbrado me hace el mismo efecto que si dijeras que las ejecuciones públicas nos resultan estremecedoras porque no hemos asistido a un número suficiente de ellas.
Personalmente, confío en no llegar a acostumbrarme nunca, ni a las ejecuciones públicas, ni a las posicionamentaciones, ni a los visionamientos, ni a las explosionancias.
Hombre, Vanbrugh, que digas que es irrelevante el camino por el cual se han formado las palabras (feas) a los efectos de tu tesis explicativa me resulta cuando menos forzado. Vamos a ver, explosión NO es la "acción y efecto de explotar"; ni lo es ahora (DRAE) ni lo fue en su origen. Es un sustantivo originario del verno latino explodare, que vendría a expresar la acción de patear y abuchear en los espectáculos públicos para echar a alguien afuera. El verbo no pasó al romance pero sí el sustantivo en genitivo (explosionis).
ResponderEliminarNada que ver con el galicismo tardío (probablemente ya avanzado el XIX) derivado de exploiter (del latín explicare), y que en absoluto tiene la acepción de "hacer explosión" (de hecho, la RAE considera esta acepción como otra palabra aunque sea idéntica), sino "aprovechar algo". Imagino que en algún momento se decidió ampliar el significado de explotar para que significara algo totalmente ajeno a su campo semántico, mecanismo éste que, aunque dé un resultado más estético, no me parece demasiado conveniente para el lenguaje.
Sería interesante saber cómo dirían los castellanos del XVII, por ejemplo, "explota las minas" (frase absolutamente ambigua, por cierto), teniendo en cuenta que no existía el verbo explotar pero sí el sustantivo explosión. En principio se me ocurre que, sin infringir tu regla, a lo mejor alguna había ya empleado el feo explosionar formándolo mediante otro de los recurrentes mecanismos de la evolución lingüística: hacer un verbo a partir de un sustantivo originario (no derivado de otro verbo).
Si así hubiera sido (y no es nada descabellado) habría resultado que luego aparece un verbo nuevo (afrancesado para más inri) cuyo campo semántico se amplía abusivamente (perdiendo precisión) con lo que pasa a apropiarse, como efecto y acción propios, del sustantivo que existía desde mucho antes y a suprimir, por feo, el (presunto) verbo derivado de éste. En fin, decir que es irrelevante el orden cronológico ...
Otro tanto también puedo decirte de tus argumentos contra visionar. Supongo que, en efecto, más de uno habrá usado dicho verbo para referirse a las apariciones marianas o a las alucinaciones de oasis, ya que tal es el significado que tiene en el DRAE de 1823, cuando difícilmente preverían su empleo por pedantes enteradillos. Como ya te dije, éstos no han inventado una palabra, sino ampliado el campo semántico de una preexistente; con bastante más moderación, por cierto, que quienes ampliaron el significado de explotar .
Cuando arremeto contra la Academia por aceptar palabros que juzgo incorrectos, se me dice, con razón, que su misión es registrar lo que la gente realmente usa. Bien, pues lo que la gente realmente usa es el verbo explotar para referirse a lo que hacen las bombas y las bombonas de butano, tanto o más que para referirse a lo que hacen los empresarios con los obreros o los mineros con las minas. Si la Academia no ha aceptado aún explotar con este sentido, ya está tardando, porque es el que tiene en primer o segundo lugar para el noventa y cinco por ciento de los hispano hablantes. Y una vez aceptado que es así, sanciónelo o no la Academia, negar que entre explosión y explotar existe exactamente la misma clase de relación que entre posición y poner, o que entre visión y ver, a mí sí que me parece forzar los argumentos, sinceramente.
ResponderEliminarY ni siquiera forzándolos consigues negar que la visión sea, y siempre haya sido, la acción y efecto de ver. Tus argumentos respecto de esta última vienen a decirme que la burrada no la han cometido por primera vez los enteradillos que ahora visionan películas, sino que les precedieron en doscientos y pico años otro tipo de enterados que visionaban a la Virgen y a los santos. Vale, así será. Pero las burradas cometidas hace doscientos años no tienen por qué parecerme menos burradas que las que se cometan ahora mismo. En todo caso, tu argumento lo que que niega es que visionar nos suene mal solo por falta de costumbre. Si tras doscientos años de escucharla y leerla hasta en los diccionarios sigue sonándome mal es que tiene que ser realmente atroz...
Ea, hasta mañana. Voy a visionar si dormiciono un poco.
Vanbrugh: Espero que hayas dormicionado bien (por cierto, hay que ver lo que uno aprende con estos bizantinismos: la primera acepción de dormición es "tránsito de la Virgen"; lo de "acción de dormir" la Academia lo considera ya obsoleto).
ResponderEliminarLa RAE sí ha aceptado explotar con el sentido con el que, efectivamente, lo usamos mayoritariamente; simplemente parece considerar que son dos palabras. La segunda tiene con explosión, en efecto, la misma relación que poner con posición. No lo niego.
Lo que digo es que esa relación se produce al revés: primero es el sustantivo y de él deriva el verbo. Y que haya sido así, a mí me parece relevante para aplicar tu regla sobre explosionar. Si se usa en castellano antes de la introducción del galicismo explotar tu regla no sería de aplicación, porque se trataría de un verbo creado a partir de un sustantivo que no derivaba a su vez de otro verbo. Que, tras caer en desuso, hubiera ahora vuelto a emplearse sería una infracción "sobrevenida" de tu regla, tan solo aparente, porque en realidad se estaría recuperando una palabra previa. Admito, sin embargo, que es probable que quienes lo hayan empezado a usar en tiempos recientes lo hayan derivado directamente dde explotar y, en todo caso, no me consta que existiera en castellano previamente a explotar.
En todo caso, aunque no tenga que ver directamente con la discusión, hago hincapié en que el mecanismo lingüístico mediante el cual un galicismo con un significado y un origen etimológico completamente distintos pasó a invadir el campo semántico de un sustantivo previo (explotar convirtiéndose en el verbo de explosión) me parece, por muy estético que nos resulte, más grave para el idioma.
No existen los sinónimos estrictos, pero sí existen palabras superfluas: posicionarse, estoy convencido es una de ellas; fea y superflua.
ResponderEliminarY hablando de sinónimos: no es lo mismo criterio que gusto; creo que el no usar 'posicionar' es un tema, además, de criterio, y no de simple gusto, pero eso sí el (buen) gusto es una guía bastante certera del criterio.
Pedazo de post, como dice, Vanbrugh... por supuesto ni qué decir tiene, eres muy dueño, pero das dimensiones excesivas a tus post (para este medio internáutico, que no son ponencias en un congreso ni 'papers')
Dormicioné tan bienamente que experiencié la imposibilitancia de reflexionamentar con más detenición sobre esta asuncionancia. En consecuenciación, mis conclusinamientos al respective continuacionan mantenimientándose más o menos en el mismo puntuamiento que anoche. Qué quiere usted que le accione. Quizás cuando lecture tu post más atencionadamente...
ResponderEliminarNo implementéis vuestros argumentos.
ResponderEliminarBueno aún falta discutir una acepción de posicionar , aún no reconocida en el DRAE, pero que se utiliza muy a menudo en el ámbito científico e ingenieril.
ResponderEliminarPosicionar es dar tu posición en términos de latitud, longitud y altura. Habitualmente esta posición se obtiene gracias al GPS (Global Positioning System)
Números:
ResponderEliminarEso se llamó siempre: l-o-c-a-l-i-z-a-r-s-e
Lo que a mí me pasa, Números, es que en estas cuestiones el significado de las palabras me importa muy poco o nada. Si considero que posicionar es una palabra mal formada, que no debería existir y que me niego a usar, es estrictamente por motivos morfológicos, y mi opinión no cambia en nada porque al palabro se le haya asignado uno u otro significado, com mayor o menor acierto y con más o menos oportunidad o necesidad. Discuto la factura de la caja, al margen de lo que le quieran meter dentro.
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