A la vista de los comentarios a los dos últimos posts, parece que todos los que pasan por aquí –y me incluyo– creen que si existe un Dios personal y que además se preocupa por nosotros hasta el punto de decidir si hemos de tener una vida eterna gloriosa o atormentada, ese Dios no le da ninguna importancia a las pajillas de los chavales púberes. Cuestión distinta es cómo y cuándo llegó cada uno a esa conclusión y en ello –supongo que estaremos de acuerdo– alguna (mucha) influencia tiene los "mentores religiosos" que le tocaron en suerte a esas edades. Porque todo lo relacionado con el sexo ha sido desde siempre en Occidente una cuestión moral y, desde luego, asunto sobre el que la Iglesia Católica ha querido ejercer el control de las conductas y la imposición de normas de comportamiento, pese a que, que recuerde ahora, su "magisterio" en esta materia no tiene excesivos apoyos en los Evangelios. En todo caso, justificadamente o no, en la educación moral de los críos (que en este país y durante muchos años se integraba indisolublemente con la religiosa) se transmitía una idea del sexo en general como malo o sucio en sí mismo, si bien podía convertirse bajo condiciones y con finalidades muy específicas en algo bueno. Pero en tanto la persona no se encontrara en esas circunstancias, en las que evidentemente era imposible estar a los catorce años, el sexo, fuera de pensamiento o comisión, era pecaminoso. No hacía falta mencionar expresamente la masturbación ni cualquier otra práctica; se daba por sobreentendido. De hecho, como he contado en estos posts, yo no recuerdo que en el colegio (ni siquiera en mi casa) se me hablara explícitamente sobre sexo, lo cual, dicho sea de paso, no habría estado nada mal para que paliáramos mínimamente nuestras espléndidas ignorancias que procurábamos cubrir a través de las fuentes que tuviéramos a mano (nunca mejor dicho), por muy disparatadas que fueran. Sin embargo, en lo que sí se nos insistía era en la maravillosa virtud de la castidad, en lo importante que era resistir las tentaciones del Maligno (¿y qué tentaciones había aparte de las de "la carne"?), en la pureza de la Santísima Virgen como modelo a seguir ... En fin, que estoy convencido de que todo chaval de esa época (y anteriores) tenía claro que hacerse pajas era pecado, una transgresión de los mandamientos y, como tal, contraria a la conducta que debía observar un cristiano.
Ahora bien, que sea pecado cada uno lo podía "procesar" de muy distinta forma. Por ejemplo, cabe admitir que había chavalillos que, como Lansky, eran ya desde tan temprana edad inmunes a todo ese rollo y, simplemente, por usar una expresión suya, se la sudaba y, consecuentemente, no le producía ningún conflicto anímico, ni angustias ni otras zarandajas, el "caer en la tentación" porque simplemente no se creía que estuviera ofendiendo a Dios, cuya existencia es posible que ya por entonces negara. A mi modo de ver, esos críos fueron, al menos en lo que a su relación mental con el sexo se refiere, los más afortunados. Supongo que la inmunidad que lograron tenía su origen en una combinación de cualidades innatas ("de fábrica"), una sana educación familiar y que no cayeran en manos de profesores bien preparados en las técnicas de manipulación mental. Tengo para mí que este grupo de chavales tuvieron que ser la más exigua de las minorías en la España franquista pero, pese a la bajísima probabilidad estadística dado el corto número de mis lectores, contamos en este blog con uno de tales ejemplares.
Tengo la impresión de que la mayoría de los adolescentes de esos años asumirían respecto del binomio sexo (masturbación) – pecado un comportamiento, tanto fáctico como mental, como el que tan graciosamente describe Grillo. Es decir, sabían que lo que hacían era algo contrario al comportamiento que debían tener, pero las "comeduras de coco" tampoco eran demasiado pesadas. En realidad, creo yo, esos chicos iniciaban un proceso que les llevaría a ser como son la mayoría de los católicos adultos; que creen "vagamente" en los fundamentos de la fe y aceptan en términos genéricos la autoridad de la Iglesia, pero adaptan sus comportamientos a una moral que dista en muchísimos aspectos prácticos de lo que predica el magisterio eclesiástico. El "truco" es no pensar sobre estos asuntos, eludiendo con habilidad ni siquiera consciente las incongruencias de sus particulares éticas. De hecho, suelen sentirse incómodos, si no irritados, cuando una conversación deriva por esos lares.
Molón Suave dice en alguno de sus comentarios que mucho tenían que ver los efectos de esa educación con la sensibilidad del chaval. Estoy de acuerdo, si entendemos este término como la capacidad de dejarse impresionar por las prácticas "pedagógicas" que a algunos nos tocó sufrir. Los dos grupos de personas a que me he referido en los párrafos precedentes eran obviamente poco o nada sensibles en este sentido o, si se prefiere, quienes fuimos afectados tan negativamente por las "manipulaciones religiosas" adolecíamos de una sensibilidad enfermiza. Claro que la intensidad de esa afección negativa en un chaval dependía de la suma ponderada de su grado de sensibilidad y de la eficacia de la prédica. Estoy seguro de que no todas las "educaciones morales" eran igualmente eficaces. De entrada, se fueron "relajando" a medida que se acercaba el fin del franquismo. Y, de otra parte, había quienes insistían mucho más que otros en convencer a los niños de las gravísimas e irrevocables consecuencias de sus actos. Para mi mala suerte, a mí me tocaron unos de los más "eficaces" en tales empeños, mientras que a Vanbrugh (y a El Búcaro y a Números) otros que probablemente minimizarían esos pecadillos y, en cambio, "vendían" (perdóneseme el término) un Dios que era fundamentalmente bondadoso.
Sin duda, este último tipo de educadores (que se me antojan minoría en aquella época) eran los que más inteligentemente jugaban, a mi modo de ver, las bazas para lograr que incluso chavales sensibles afianzaran la fe que habían recibido por mera tradición familiar. Aunque, la verdad, para construirse una moral consecuente a veces me parezca que se están obviando (cuando no negando) varias partes de la doctrina católica, incluso algún que otro dogma. Por ejemplo, la conclusión a la que llegó un Vanbrugh adolescente de que "la bondad y la misericordia de Dios era absolutamente incompatible con que fuera a imponerme castigos eternos por hacerme unas cuantas pajas con las que no molestaba a nadie" me genera varias dudas. Esa conclusión personal, ¿le fue corroborada expresamente por sus "mentores espirituales"? ¿No cabe, por el mismo razonamiento, concluir que la bondad y misericordia de Dios es incompatible con la imposición de castigos eternos? Pero no pretendo ahora enzarzarme en estos asuntos.
En todo caso, lo que sí me parece bastante probable es que la pedagogía moral basada en la asociación entre masturbación y pecado no contribuyó en modo alguno a que quienes la vivieron tuvieran una mejor preparación para su vida sexual. En sentido inverso, y dada la relevancia de las hormonas a esas edades, esa asociación también tuvo que tener efectos (aunque sólo fueran como catalizadores) en la futura evolución de las creencias y comportamientos religiosos de los adolescentes. Pero, al fin y al cabo, tampoco es para tanto. Por muy mal o menos mal (o incluso bien) que lo pasáramos cada uno en esa etapa turbulenta, casi todos hemos podido salir razonablemente ilesos.
Como epílogo, acompaño una breve escena de la película Il Marchese del Grillo que dirigió el gran Monicelli en 1983. Ambientada en la Roma de principios del XIX, vemos que también por entonces los adolescentes pecaban de los mismo, aunque ni el cura ni el tío del chaval (el genial Alberto Sordi) se lo tomaban demasiado en serio.