La erección se produce por la afluencia y retención de sangre al pene que llena sus cuerpos cavernosos y hace que aumente de tamaño y rigidez. Mantener el pene en erección, por tanto, implica que el hombre tenga menos sangre circulando por su cuerpo o, lo que es lo mismo, aportar menos nutrientes a las células y recoger menos desechos metabólicos. Un hombre empalmado, pues, se encuentra mermado en sus facultades salvo, precisamente, en la de ejercitar el coito. Naturalmente, esta merma no es en general significativa y, desde luego, no tanta como para afectar la funcionalidad metabólica básica. Pero sí adquiere importancia en cuanto a la reducción de la capacidad pensante y, más específicamente, en el comportamiento de la corteza prefrontal ventromedial, donde se elaboran los "juicios morales". De ahí el famoso chiste de que los hombres piensan con el pito.
Lo anterior viene a ser la premisa básica sobre la que se sostuvo la argumentación de la defensa en el cacareado proceso judicial del Estado de Kentucky contra Richard Maddock (enseguida conocido como Dick Madcock). Maddock acumulaba una larga ristra de faltas y delitos menores desde la adolescencia. Detenido en mayo de 2016 bajo la acusación de acoso sexual, abusos deshonestos e intento de violación, ya en las primeras vistas quedó claro que su comportamiento respondía a una pauta constante: la urgencia de satisfacer sus apetitos carnales por encima de cualquier freno moral, incluyendo el consentimiento del objeto de sus deseos. El famoso penalista Robert Lyar, recurriendo a farragosos estudios médicos, consiguió que el jurado admitiera como atenuante cualificado la falta de riego cerebral que el chico sufría en estado de excitación sexual y el consiguientemente debilitamiento de los mecanismos represores del comportamiento. Desde ese planteamiento, el Tribunal de Kentucky impuso al chico de dieciocho años una condena menor que ni siquiera le obligó a ingresar en prisión, tan sólo trabajos para la comunidad durante seis meses y una indemnización a la víctima.
Como cabía prever, el caso adquirió gran difusión desde que Lyar enfocó la defensa desde esa perspectiva. La polémica estaba servida y alcanzó extraordinaria ebullición al conocerse la sentencia. Por supuesto, la mayoría de los ciudadanos se sintieron escandalizados y hubo no pocas manifestaciones a lo largo del país de rechazo a la decisión judicial. Pero también pronto aparecieron voces que no sólo entendían sino que hasta justificaban el atenuante sosteniendo que, en efecto, un hombre excitado no era completamente responsables de los actos sexuales que su ofuscación le impulsaba a cometer. Animado por esta repercusión mediática y con la intención de incrementarla en su beneficio, Lyar decidió recurrir la sentencia de Kentucky hasta la Corte Suprema de los Estados Unidos, declarando que debía sentarse jurisprudencia nacional que consagrara la tesis de la responsabilidad penal limitada en los delitos sexuales.
En las largas sesiones de Washington, tras interminables debates sobre estudios andrológicos, se acabó admitiendo que existía una correlación probada entre la falta de riego cerebral y el comportamiento sexual agresivo, así como que esa disminución en la afluencia de sangre al encéfalo generaba ciertamente dos efectos aditivos: de un lado relajaba la capacidad moral del individuo y, de otro, priorizaba extremadamente los pensamientos (entiéndase con este término cualquier "producto" de la actividad cerebral) enfocados hacia la satisfacción del deseo carnal. Establecidas tales premisas, las cuestiones eran fundamentalmente cuantitativas: ¿en cuánta cantidad de sangre debía reducirse el flujo cerebral para que tales efectos fueran relevantes a efectos de limitación –o incluso desaparición– de la responsabilidad penal?
Lamentablemente, tales valores no pudieron concretarse con una mínima fiabilidad científica. El ya para entonces famosísimo Dick Madcock (reclamado por todas las televisiones y la industria pornográfica) fue sometido a múltiples experimentos en el prestigioso Institute for Andrology Research de Annapolis, Maryland, sin que los médicos pudieran llegar a resultados concluyentes. De hecho, si bien quedó más que demostrado que en estado de excitación el muchacho exhibía siempre unas pautas de agresividad sexual, las variaciones en los fujos sanguíneos, medidos tanto en cerebro y pene como en otras partes del cuerpo, no guardaban ni la estabilidad ni la congruencia necesarias para obtener conclusiones. Para complicar más las cosas, la ampliación de los ensayos con una muestra bastante importante de sujetos (todos ellos voluntarios) aumentó la confusión, poniendo de manifiesto múltiples factores que parecían intervenir en la presumible correlación entre la cantidad de riego sanguíneo y la conducta sexual, desde parámetros cerebrales hasta experiencias anteriores. Incluso se apuntó que influía el tamaño del miembro viril (más concretamente la diferencia de volumen entre el estado de reposo y de erección), toda vez que cuanto mayor fuera ésta más sangre se requería. De más está decir, que esta tesis fue una de las que mayor difusión e hilaridad pública generó, pero también algún incidente desagradable como el escrache al que grupos feministas sometieron al un popular actor porno, acusándole de violador y amenazándole con un recorte tajante de su apéndice, cuyas descomunales dimensiones eran la base de su éxito.
El fallo del Supremo, con el voto particular en contra de la única magistrada, declaró la no culpabilidad de Richard Maddock e impuso al Estado de Kentucky una indemnización millonaria a su favor. Sin embargo, la jurisprudencia que sentó no satisfizo a ninguna de las dos corrientes de opinión que a esas alturas se habían radicalizado hasta extremos opuestos e irreconciliables. Así, reconoció que la erección podía afectar a la capacidad del varón de mantener un juicio moral y, consiguientemente, la admitía como atenuante penal. Ahora bien, el grado en que tal estado atenuaba la responsabilidad del sujeto (admitiendo incluso hasta su extinción) era algo que debía ser valorado en cada caso concreto, correspondiendo la carga de las pruebas al acusado.
El contraataque jurídico vino enseguida, a principios del siguiente año (2019), mediante un recurso de constitucionalidad presentado por el poderoso lobby Women Rights. En un brillante alegato transmitido por las cadenas nacionales, Jenny Cutter, la contrafigura de Lyer y tan mediática como él, admitió que era verdad que la capacidad racional de los varones menguaba notablemente cuando estaban excitados y que se alegraba de que por fin se reconociera como verdad jurídica algo que todas las mujeres sabían desde tiempos inmemoriales. No es culpa de los hombres caer en la ofuscación mental, sino de su biología, añadió con tono falsamente compasivo. Sin embargo, sí son responsables de prever y evitar los efectos de ese funcionamiento anatómico, que sobradamente conocen. Si los hombres excitados son mentalmente deficientes y hasta incapaces de decidir entre un comportamiento correcto e incorrecto, es evidente que la sociedad debe exigirles que controlen sus libidos. Es más, remató, un varón sólo se debería permitir excitarse en situaciones controladas y carentes de riesgos. Dado que en la actualidad existen medios farmacológicos para amortiguar el deseo sexual, nadie puede alegar como eximente de un delito tener una erección, pues es responsabilidad suya evitar que se produzca la excitación previa y necesaria.
El Tribunal dio la razón a Women Rights, reconociendo que, a los efectos del debate sobre los límites de la responsabilidad penal, la ofuscación por falta de riego debida a la erección es equivalente a la que producen el alcohol o las drogas y, sin embargo, ésta última no sólo no es un atenuante sino que agrava el delito en el caso de los accidentes de tráfico. Del mismo modo que alguien que ha bebido sabe que no debe ponerse al volante de un vehículo, quien está excitado sexualmente ha de abstenerse de ponerse en situaciones en las que su estado le impela a tomar decisiones moralmente erróneas. Y en este punto, el Alto Tribunal, excediéndose en sus competencias según varios analistas, añadió que la decisiones erróneas a que se refería debían entenderse en sentido amplio, no limitadas a comportamientos delictivos de naturaleza sexual.
Con el país profundamente dividido (y el resto del mundo perplejo y expectante), el siguiente golpe de Women Rights fue una batería de iniciativas legislativas (en los cincuenta estados y en el Congreso federal) entre las que destacaba la Temporal Chemical Castration Act, que pretendía que todos los varones entre los quince y los sesenta y cinco años fueran obligados a tomar una dosis diaria (ajustada a los niveles de testorena de cada individuo) de un fármaco que anulaba transitoriamente la libido masculina. Así, defendían las impulsoras de la norma, se evitaría el riesgo de que los varones cometieran actos erróneos llevados de su ofuscación eréctil. Por otra parte, argumentaban, esta represión química de la libido no impediría a los hombres disfrutar de su sexualidad, pues bastaría ingerir otra pastilla de efectos opuestos para recuperar (incluso potenciado) el deseo erótico. Debido a su incapacidad biológica, el varón debía ser obligado por el Estado a asumir la responsabilidad en el control de su libido.
Ningún Estado (y mucho menos el Congreso Federal) aprobó la TCC Act en los términos en que fue propuesta pero sí logró hacer caer en el más absoluto de los olvidos la tesis atenuante de Robert Lyar quien, desprestigiado y denostado, no volvió a comparecer en un tribunal (parece que vive retirado en una granja al sur de Montana). Pero aunque no se llegara a la imposición legal generalizada de la castración química, sí se aprobaron normas en algunos Estados que obligaban a la ingestión de antiandrógenos en situaciones concretas e incluso que admitían la legitimidad de que así se exigiera en los contratos laborales. Quizá debido a un vago sentimiento de culpa por haber sido la cuna de este embrollo, fue la cámara de Kentucky la primera en aprobar una ley de esta naturaleza, al mismo tiempo que reformaba el código penal para pasar a considerar un agravante el exceso de libido en los delitos sexuales. A modo de justicia poética, apenas una semana después de la promulgación de esta reforma, Richard Maddock, ahora con 23 años, fue detenido con una acusación muy similar a la originaria. Lo condenaron a una pena de prisión de veinte años.
Sexual healing - Marvin Gaye (Midnight Love, 1982)
No eres tú nadie inventando nombres: Dick Madcock (!), Jenny Cutter (!!), Lyar (!!!)... Con todo y ser muy buena la historia, y estar tan estupendamente contada como es costumbre en ti, creo que son los oportunos apellidos lo que más me ha gustado de todo.
ResponderEliminarHilarante, todavía no me he recuperado, jajaja. No me esperaba un relato cómico-sexual de ciencia ficción!
ResponderEliminar¡Joder! Entonces no veas lo que tiene que ocurrir con los grandes comilones, cuando a la hora de la digestión una buena cantidad de sangre se acumula en el estómago.
ResponderEliminarHay cosas con las que no se juega, estás tocando temas muy delicados
ResponderEliminarVanbrugh: La invención/elección de los nombres de los personajes hay que cuidarla y además es materia propicia para divertirse un poco. Veo que tus limitaciones con el inglés (tú, tan francófilo) no te han impedido hacerlo.
ResponderEliminarMi chabola: Bienvenido/a por estos lares. Me alegra que te hayas reído.
Molón suave: La diferencia está en que las digestiones pesadas te inutilizan para la acción.
Lansky: No me seas prohibicionista y menos con la actividad lúdica. Se puede jugar con todo. ¿O acaso no te parece este post un ejemplo de divulgación lúdica?
¡Por favor! Mi comentario era absolutamente irónico
ResponderEliminarLo sabía, Lansky, lo sabía. Y te contesté en la misma clave.
ResponderEliminarVosotros reíos, pero tal como veo las cosas al final terminaremos haciendo apología del gatillazo.
ResponderEliminarMi inglés no va muy allá, desde luego -y mi francés, ya que lo mentas, solo un poco más- pero para traducir dick, mad, cock, liar o cutter me llega.
ResponderEliminar¡Ja! Bien encogida tendrías la "pichounette" cuando escribiste esto, si no, no me explico tanta irrigación cerebral.
ResponderEliminarGracias, Miros, pasé un buen momento leyéndote.
¡ Anda ! Pues tiene razón C.C. : debías tener la cuca hecha un bígaro para razonar tan bien y tan jocosamente.
ResponderEliminarCreo que Vambrugh te está vacilando y sabe que en en inglés de andar por casa el 'dick' es otro de los motes que se da al pene, como aquí la picha, el nabo, cipote, verga, o 'el muñeco', que me hace mucha gracia.
Me he reído una barbaridad. Qué cosas se te ocurren. Dentro del disparate tan bien hilado, con visos de verosimilitud fisiológica, podrías haber retorcido más el cuento si hubieras añadido que también la mujer que se presta a la follación entusiasta sufre o padece varios cambios fisiológicos en sus parámetros y en sus hormonas; especialmente en el clítoris, cuya única función anatómica es producir placer.
(Yo siempre he deseado tener un clítoris propio, mío.)
Y termino con aquél jovenzuelo que creyó haberse quedado impotente porque 'antes' se la bajaba con una mano y 'ahora ni con las dos'...
¡ Eres la polla ! Ahora sí que viene al caso.
Grillo
¡Pero qué feas son las pollas! (ver ilustración supra), hay que ser muy mujer o muy maricón para que te guste alguna que no sea la tuya.
ResponderEliminarNo sé qué decirte, Lansky...
ResponderEliminarUna polla, flojita y encapullada o tiesa con brillo acharolado no es tan fea. Todo lo que tiene está a la vista y tampoco puede esconder sus 'intenciones', su 'anhelo', su disponibildad.
A mi me gusta mucho mas lo que tienen las señoras, pero estaremos de acuerdo en que entre los pelos que algo cubren por arregladitos que estén, los labios salientes y los escondidos, más los recovecos del interior de la raja, se agazapa un mundo más enrevesado - por más que nos guste y sepamos despejar el camino hasta donde se precisa.
Si Miros, u otro cualquiera, mostrase una lámina con el sexo femenino físicamente descrito y detallado, se tiene que llegar a la forzosa conclusión de que es un laberinto de carnes y gruta no muy estético. Vamos, digo yo. Un coño anatómico es más feo que un picha.
Lo digo, lo aseguro y me vanaglorio de haber jugueteado ahí dentro y fuera con muchísimo gusto. Y seguiría en ello si tuviese el vigor no ya de la juventud o la madurez, sino incluso la alegría y el entusiasmo de hace apenas cautro o cinc añitos.
(Pero el deseo sigue ahí. Tengo mis dudas de si el actual muñeco se entusiasmaría a la vista y a la entrega de una jovencita. Cosa que no pienso poner a prueba por vergüenza torera y porque poquísimas veces he comerciado con sexo de pago en mi larga y agitada vida, y no voy a entrar ahora en esa dinámica. Me parecería burlesco.)
Geillo
Estaba hoy escuchando esta canción y no pude evitar recordar esta entrada XDDD Recuerdo haberme reído tanto con tu relato como la primera vez que escuché la canción de Buscaglia: https://soundcloud.com/user3568376/cerebro-orgasmo-envidia-sof-a
ResponderEliminar(Y gracias por la bienvenida)
ResponderEliminarLa erección está sobrevalorada.(XLMP)
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