Empezaré con una afirmación obvia y, sin embargo, necesaria: la función primordial de cualquier lenguaje es permitir la comunicación. Si la humanidad estuviera formada por un conjunto de individuos lo suficientemente pequeño para que todos pudieran o necesitaran comunicarse con todos existiría sin duda un idioma común con el que lo harían. De hecho, que haya muchos idiomas se explica justamente porque cada uno de ellos se ha formado gracias a un suficiente grado de aislamiento del grupo que lo habla. Para los partidarios de las teorías monogenéticas, en tiempos remotos todos los escasos seres humanos hablaban una única lengua que fue diversificándose a medida que los descendientes se ramificaban en sus migraciones colonizadoras por las distintas partes del mundo. Los poligenetistas, en cambio, suponen que el habla humana fue surgiendo cuando ya nuestros antepasados formaban grupos separados. Pero, en realidad, saber cuál fue el origen de la multiplicidad lingüística no varía la cuestión básica: que la diferenciación de idiomas deriva de la incomunicación de los grupos hablantes entre si. Por eso, porque la incomunicación ha sido siempre considerada negativamente, también desde siempre los seres humanos han visto la diversidad lingüística como algo malo y es común a muchas mitologías referirse a una edad de oro de la humanidad en la que todos los hombres hablaban un único (y perfecta) idioma. En nuestra tradición judeocristiana, el batiburrillo lingüístico es resultado de un castigo divino a los constructores de la famosa torre de Babel, por haber tenido la audacia de intentar actuar de común acuerdo. Yahveh se dijo: " He aquí que todos forman un solo pueblo y todos hablan una misma lengua, siendo este el principio de sus empresas. Nada les impedirá que lleven a cabo todo lo que se propongan. Pues bien, descendamos y allí mismo confundamos su lenguaje de modo que no se entiendan los unos con los otros".
Otra observación: las lenguas "minoritarias" perviven de forma natural en la medida en que sus hablantes se mantienen aislados. Una comunidad pequeña con lengua propia que se va integrando en otra mayor (e integrarse supone interrelación entre las personas) por pura conveniencia irá adoptando el idioma de su nuevo entorno comunicativo. Durante algunas generaciones serán bilingües, pero a poco, al reducirse el uso de la lengua nativa a un círculo cada vez más estrecho, se irá perdiendo. De los idiomas que hablaban los habitantes del imperio romano antes de su latinización ninguno queda (con la excepción, por supuesto, del euskera). Ciertamente, el latín de un lusitano sería bastante distinto del de un dálmata, pero diferencias dialectales, como las que hay entre el castellano de un madrileño y el de uno de Cochabamba, o entre el árabe de Marruecos y el de Egipto, que no impedirían que pudieran entenderse entre ellos. Que el latín, por ejemplo, derivara en varias lenguas romances, ya sí claramente distintas, obedeció a la desaparición del vínculo de la administración imperial y al progresivo aislamiento y separación entre los embriones de los futuros estados medievales. Eran, de todos modos, otros tiempos. No es previsible, por ejemplo, que el español, pese a llevar más de cinco siglos hablándose en América, se diferencie en idiomas distintos; la "globalización", sin impedir las evoluciones autóctonas de toda lengua vivo, hace que éstas sean cada vez más aportes al acervo común. Vemos una película mexicana y, tras unos primeros momentos para que se nos "haga el oído", aprendemos algunas palabras desconocidas que enriquecerán nuestro vocabulario, del mismo modo que cuando leemos un libro bien escrito. De hecho, la decadencia –e incluso muerte– de las lenguas a medida que sus hablantes se van "integrando" en otra supone el trasvase de elementos de la primera a la segunda; ninguna cultura dominante aniquila completamente a las previas, sino que se contamina siempre en cierto grado de éstas, y eso ocurre también con los idiomas. En español, papa (patata) proviene del quechua, cacao y chocolate del náhuatl (la legua de los aztecas) y así muchísimas.
Sin embargo, es también frecuente que pervivan lenguas minoritarias pese a la integración de sus hablantes en un entono cultural más amplio con otro idioma, de modo que éstos se convierten en bilingües, con un idioma nativo, al que vinculan su afectividad (el que usan con sus allegados, el de las relaciones íntimas, incluyendo los pensamientos), y otro oficial, necesario para la vida "exterior" pero que les es, hasta cierto grado, emocionalmente ajeno. Esto es lo que ha ocurrido, por ejemplo, con las lenguas romances minoritarias que todavía no se han extinguido y que se hablan en la porción occidental de Europa (Portugal, España, Francia, Bélgica, Italia, además de Andorra, San Marino, Vaticano y parte de Suiza) junto con Rumanía y Moldavia (ámbito separado geográficamente del anterior). Cada uno de estos países (entidades políticas) tiene su idioma oficial (sólo seis en total) que se supone que dominan prácticamente todos sus ciudadanos (que rondan los doscientos veinte millones), pero además se hablan otras lenguas circunscritas a espacios "sub-estatales": el sardo, el arpitano (en un área entre Francia, Suiza e Italia, con centro en Lyon), el romanche (en el cantón de Los Grisones y etorno), el siciliano, el friulano (noreste de la península itálica), el occitano (en todo el sur de Francia, con numerosas variedades que algunos consideran lenguas en sí mismas: auvernense, limosín, provenzal y provenzal alpino, gascón, languedociano), el catalán, el navarro-aragonés, el astur-leonés (del cual son variedades el extremeño y el cántabro) y el gallego. Aproximadamente (porque es difícil estar seguro de estas cifras), los hablantes de alguno de estos idiomas suman unos 20 millones de personas; es decir, menos del 10% de la población total del espacio lingüístico romance. Naturalmente, no todas estas lenguas gozan de la misma vitalidad. Del navarro-aragonés sólo queda la fabla, que hablan apenas unas once mil personas –en no menos de treinta variedades dialectales– en las áreas pirenaicas y pre-pirenaicas. En el extremo opuesto, el idioma minoritario con mayor salud es sin duda el catalán (incluyendo valenciano y balear) que, según el Observatori de la llengua catalana, superó en 2012 la barrera de los diez millones de hablantes (lo que supondría casi las tres cuartas partes de la población del dominio territorial del idioma); no obstante, según la misma fuente, "sólo" 4,4 millones tenían el catalán como lengua nativa, menos de la tercera parte de los habitantes de esas áreas.
En principio, que una lengua minoritaria perviva obedece a la voluntad de sus hablantes de seguir manteniéndola como vehículo de comunicación "familiar"; voluntad que ha de suponer un esfuerzo ya que lo más fácil parecería ser, toda vez que aprenden el idioma mayoritario, ir abandonando la lengua nativa, proceso que efectivamente ocurre a lo largo de las generaciones. Eso fue ocurriendo, por ejemplo, con el euskera desde la Baja Edad Media hasta entrado el siglo XX: fue quedando relegado a los caseríos, entre la población menos alfabetizada y, por tanto, más ajena al modelo socioeconómico que poco a poco tendía a englobar al conjunto de la sociedad. En mi infancia, el vasco no se escuchaba en San Sebastián, salvo palabras sueltas de anecdótico sentido folklórico; lo hablaban en los ámbitos más rurales y dispersos, en multitud de variedades, tan diversas entre sí que, como me confirmó un ex-cuñado, natural de Amézqueta y euskaldun zahar (con el euskera como lengua materna, tanto que aprendió el castellano en la adolescencia), casi no podía entenderse con los de Lequeitio, adonde iba de vacaciones en su infancia. No creo que sea exagerado afirmar que, al menos durante los últimos seiscientos años, el euskera ha sido siempre minoritario en número de hablantes en el País Vasco. Desde luego, hacia finales del XIX, cuando surge el llamado Renacimiento vasco (Eusko Pizkundea) propiciado por una elite cultural mayoritariamente de origen urbano y no euskaldunes nativos, de los algo más de seiscientas mil habitantes de las Vascongadas no más del 20% entendería el euskera. En los primeros años del XX, cuando se ponen las bases para la recuperación del vascuence, también había voces disidentes, destacando entre ellas la de Unamuno, con la autoridad de su prestigio intelectual y la de ser euskaldun zahar. En su famosísimo discurso de agosto de 1901 en los Juegos Florales de Bilbao (publicado en El Noticiero Bilbaíno) afirma que "el vascuence se extingue sin que haya fuerza humana que pueda impedir su extinción; muere por ley de vida. No nos apesadumbre que perezca su cuerpo, pues para que mejor sobreviva su alma. La mejor lengua es la propia, como es la mejor piel la que con uno se ha hecho; pero hay para muchos pueblos, como para otros organismos, épocas de muda. En ella estamos. En el milenario eusquera no cabe el pensamiento moderno; Bilbao hablando vascuence es un contrasentido. Y acaso esto nos dé ventaja sobre otros, pues nos encierra menos en nuestra privativa personalidad, a riesgo de empobrecerla. Tenemos que olvidarlo e irrumpir en el castellano ..."
De más está decir que este discurso de don Miguel fue piedra de escándalo; durante el propio acto, cuando se refirió al vascuence, se escucharon en las localidades altas del Teatro Arriaga voces y silbidos que degeneraron en tumulto que interrumpió la conferencia durante diez minutos. Baroja, pocos días después, decía que "para un castellano, lo dicho por Unamuno es una revelación, para un éuscaro es una blasfemia; para un vascongado inteligente, es una verdad que está harto de saberla". Uno de los más relevantes éuscaros, como llamaba don Pío a los bizkaitarras, era Sabino Arana quien publica en septiembre una crónica del acto y arremete con notorio rencor contra Unamuno, tergiversando sus palabras para atribuir al rector de Salamanca el deseo de que muera el pueblo vasco. De sobra es sabido que la promoción del euskera (que derivaría hacia su artificiosa estandarización, proceso iniciado por el propio Arana) era en los comienzos del nacionalismo vasco (y sigue siéndolo) la base fundamental de la defensa de la identidad como pueblo. En el fondo, no estaban tan alejados los dos bilbaínos; ambos consideraban que el vasco era un pueblo singular, que existía un alma vasca. Pero mientras uno veía en el idioma autóctono un lastre para la expansión de ésta, el otro lo consideraba su elemento fundamental, hasta el punto que su extinción equivaldría a la de la raza vasca. Los vascos eran vascos en tanto poseían el euskera; de ahí que la voluntad de preservar esta lengua –y supongo que el ejemplo del vascuence puede extrapolarse a otros idiomas minoritarios– no obedeció (ni obedece) a motivos funcionales, a eficacia en la comunicación. Tampoco al amor a la lengua propia, por más que ésta sea la excusa subyacente y ciertamente tenga su parte de verdad. Enseguida los bizkaitarras se dieron cuenta de que había que cercenar su apreciado idioma, homogeneizarlo y regularlo suprimiendo su diversidad, artificializarlo con neologismos para que sirviera; en fin, tantas operaciones que difícilmente cabe entender que mucho amaran al original. No, la voluntad de preservar el euskera fue sobre todo de orden político, la voluntad de diferenciarse, de erigirse en distintos de los españoles. La lengua ha de servir para comunicarnos entre nosotros y para que no nos entiendan los otros (alguien dijo hace tiempo que el nosotros de los nacionalistas debe leerse, mediante la mínima sustitución de una letra por otra, como no a otros). Así: "Tanto están obligados los bizkainos a hablar su lengua nacional, como a no enseñársela a los maketos o españoles. No el hablar éste o el otro idioma, sino la diferencia del lenguaje es el gran medio de preservarnos del contacto con los españoles y evitar así el cruzamiento de las dos razas. Si nuestros invasores aprendieran el euzkera, tendríamos que abandonar éste, archivando cuidadosamente su gramática y su diccionario, y dedicándonos a hablar el ruso, el noruego o cualquier otro idioma desconocido para ellos" (Sabino Arana).
Otra observación: las lenguas "minoritarias" perviven de forma natural en la medida en que sus hablantes se mantienen aislados. Una comunidad pequeña con lengua propia que se va integrando en otra mayor (e integrarse supone interrelación entre las personas) por pura conveniencia irá adoptando el idioma de su nuevo entorno comunicativo. Durante algunas generaciones serán bilingües, pero a poco, al reducirse el uso de la lengua nativa a un círculo cada vez más estrecho, se irá perdiendo. De los idiomas que hablaban los habitantes del imperio romano antes de su latinización ninguno queda (con la excepción, por supuesto, del euskera). Ciertamente, el latín de un lusitano sería bastante distinto del de un dálmata, pero diferencias dialectales, como las que hay entre el castellano de un madrileño y el de uno de Cochabamba, o entre el árabe de Marruecos y el de Egipto, que no impedirían que pudieran entenderse entre ellos. Que el latín, por ejemplo, derivara en varias lenguas romances, ya sí claramente distintas, obedeció a la desaparición del vínculo de la administración imperial y al progresivo aislamiento y separación entre los embriones de los futuros estados medievales. Eran, de todos modos, otros tiempos. No es previsible, por ejemplo, que el español, pese a llevar más de cinco siglos hablándose en América, se diferencie en idiomas distintos; la "globalización", sin impedir las evoluciones autóctonas de toda lengua vivo, hace que éstas sean cada vez más aportes al acervo común. Vemos una película mexicana y, tras unos primeros momentos para que se nos "haga el oído", aprendemos algunas palabras desconocidas que enriquecerán nuestro vocabulario, del mismo modo que cuando leemos un libro bien escrito. De hecho, la decadencia –e incluso muerte– de las lenguas a medida que sus hablantes se van "integrando" en otra supone el trasvase de elementos de la primera a la segunda; ninguna cultura dominante aniquila completamente a las previas, sino que se contamina siempre en cierto grado de éstas, y eso ocurre también con los idiomas. En español, papa (patata) proviene del quechua, cacao y chocolate del náhuatl (la legua de los aztecas) y así muchísimas.
Sin embargo, es también frecuente que pervivan lenguas minoritarias pese a la integración de sus hablantes en un entono cultural más amplio con otro idioma, de modo que éstos se convierten en bilingües, con un idioma nativo, al que vinculan su afectividad (el que usan con sus allegados, el de las relaciones íntimas, incluyendo los pensamientos), y otro oficial, necesario para la vida "exterior" pero que les es, hasta cierto grado, emocionalmente ajeno. Esto es lo que ha ocurrido, por ejemplo, con las lenguas romances minoritarias que todavía no se han extinguido y que se hablan en la porción occidental de Europa (Portugal, España, Francia, Bélgica, Italia, además de Andorra, San Marino, Vaticano y parte de Suiza) junto con Rumanía y Moldavia (ámbito separado geográficamente del anterior). Cada uno de estos países (entidades políticas) tiene su idioma oficial (sólo seis en total) que se supone que dominan prácticamente todos sus ciudadanos (que rondan los doscientos veinte millones), pero además se hablan otras lenguas circunscritas a espacios "sub-estatales": el sardo, el arpitano (en un área entre Francia, Suiza e Italia, con centro en Lyon), el romanche (en el cantón de Los Grisones y etorno), el siciliano, el friulano (noreste de la península itálica), el occitano (en todo el sur de Francia, con numerosas variedades que algunos consideran lenguas en sí mismas: auvernense, limosín, provenzal y provenzal alpino, gascón, languedociano), el catalán, el navarro-aragonés, el astur-leonés (del cual son variedades el extremeño y el cántabro) y el gallego. Aproximadamente (porque es difícil estar seguro de estas cifras), los hablantes de alguno de estos idiomas suman unos 20 millones de personas; es decir, menos del 10% de la población total del espacio lingüístico romance. Naturalmente, no todas estas lenguas gozan de la misma vitalidad. Del navarro-aragonés sólo queda la fabla, que hablan apenas unas once mil personas –en no menos de treinta variedades dialectales– en las áreas pirenaicas y pre-pirenaicas. En el extremo opuesto, el idioma minoritario con mayor salud es sin duda el catalán (incluyendo valenciano y balear) que, según el Observatori de la llengua catalana, superó en 2012 la barrera de los diez millones de hablantes (lo que supondría casi las tres cuartas partes de la población del dominio territorial del idioma); no obstante, según la misma fuente, "sólo" 4,4 millones tenían el catalán como lengua nativa, menos de la tercera parte de los habitantes de esas áreas.
Unamuno, por Ramón Casas (1904) |
De más está decir que este discurso de don Miguel fue piedra de escándalo; durante el propio acto, cuando se refirió al vascuence, se escucharon en las localidades altas del Teatro Arriaga voces y silbidos que degeneraron en tumulto que interrumpió la conferencia durante diez minutos. Baroja, pocos días después, decía que "para un castellano, lo dicho por Unamuno es una revelación, para un éuscaro es una blasfemia; para un vascongado inteligente, es una verdad que está harto de saberla". Uno de los más relevantes éuscaros, como llamaba don Pío a los bizkaitarras, era Sabino Arana quien publica en septiembre una crónica del acto y arremete con notorio rencor contra Unamuno, tergiversando sus palabras para atribuir al rector de Salamanca el deseo de que muera el pueblo vasco. De sobra es sabido que la promoción del euskera (que derivaría hacia su artificiosa estandarización, proceso iniciado por el propio Arana) era en los comienzos del nacionalismo vasco (y sigue siéndolo) la base fundamental de la defensa de la identidad como pueblo. En el fondo, no estaban tan alejados los dos bilbaínos; ambos consideraban que el vasco era un pueblo singular, que existía un alma vasca. Pero mientras uno veía en el idioma autóctono un lastre para la expansión de ésta, el otro lo consideraba su elemento fundamental, hasta el punto que su extinción equivaldría a la de la raza vasca. Los vascos eran vascos en tanto poseían el euskera; de ahí que la voluntad de preservar esta lengua –y supongo que el ejemplo del vascuence puede extrapolarse a otros idiomas minoritarios– no obedeció (ni obedece) a motivos funcionales, a eficacia en la comunicación. Tampoco al amor a la lengua propia, por más que ésta sea la excusa subyacente y ciertamente tenga su parte de verdad. Enseguida los bizkaitarras se dieron cuenta de que había que cercenar su apreciado idioma, homogeneizarlo y regularlo suprimiendo su diversidad, artificializarlo con neologismos para que sirviera; en fin, tantas operaciones que difícilmente cabe entender que mucho amaran al original. No, la voluntad de preservar el euskera fue sobre todo de orden político, la voluntad de diferenciarse, de erigirse en distintos de los españoles. La lengua ha de servir para comunicarnos entre nosotros y para que no nos entiendan los otros (alguien dijo hace tiempo que el nosotros de los nacionalistas debe leerse, mediante la mínima sustitución de una letra por otra, como no a otros). Así: "Tanto están obligados los bizkainos a hablar su lengua nacional, como a no enseñársela a los maketos o españoles. No el hablar éste o el otro idioma, sino la diferencia del lenguaje es el gran medio de preservarnos del contacto con los españoles y evitar así el cruzamiento de las dos razas. Si nuestros invasores aprendieran el euzkera, tendríamos que abandonar éste, archivando cuidadosamente su gramática y su diccionario, y dedicándonos a hablar el ruso, el noruego o cualquier otro idioma desconocido para ellos" (Sabino Arana).
Baga-Biga-Higa - Mikel Laboa (Lekeitioak, 1988)
Sabino Arana era un nazi antes del nacismo, el comentario que trascribes al final lo deja más que claro.
ResponderEliminarEstudié en la Universidad Laboral de Córdoba. Allí coincidí con grupos de vascos, gallegos, valencianos, catalanes, etc., la mayoría de ellos más de pueblos de sus provincias que de las capitales. Sólo los catalanes se comunicaban entre ellos en catalán. Los demás en castellano, porque no conocían el idioma que se hablaba (o se debía hablar) en su tierra. El catalán no sólo se ha mantenido de forma natural, sino que además cuenta con una importante literatura, algo que no les ocurre a los demás que se hablan en España, salvo, en parte, al gallego.
El tema no puede desligarse de lo político. Por ello una misma acción puede esconder intenciones distintas, incluso contrapuestas. La intención de preservar un idioma nunca es simple, puede ser un acto positivode amor por lo propio (un idioma es algo más que una gramática y un diccionario de palabras, es un ecosistema cultural distinto), como en el caso de escritores y otros artistas (Bernardo Atxaga, que escribe en vascuence y se traduce luego el mismo en castellano, o eso afirma; o como el cantautor Benito Lertxundi apodado El Bardo de Orio) o como un acto de odio hacia los otros, ese nosotros que se traduce por no a otros, de acomplejados xenófobos como Sabino Arana. El problema se retroalimenta, como todo nacionalismo victimista con la actitud de sectores parejos del grupo mayoritario vistimario tan odiador, intransigente y xenófobo el que se les enfrenta, nacionalismo centrífugo vs. centrípeto, euskaldunes frente a españolistas. Unos y otros tienen en común además de su intransigencia y odio al otro (no a otros) su poca disposición a celebrar la diversidad maravillosa del mundo. Curiosamente un intento exitoso de celebrar lo propio a través de la Academia vasca, las ikastolas, etc., ha conseguido extender el euskera unificado, batua, y preservarlo, pero a costa de eliminar en el proceso los euskeras distintos de cada valle, Y eso no deja de ser una paradoja, probablemente necesaria, pero en el interín también han extendido el recelo al castellano entre muchos. Las declaraciones contra maquetos de Arana encuentran su simetría en las del sargento chusquero que decía a catalanes o vascos en la mili eso de “¡habla en cristiano, joder!”
ResponderEliminarNo olvidemos que el idioma no sólo sirve para comunicarse, sino como las banderas para identificarse , distinguirse de los otros (no a otros) y también para no ser entendido y para engañar (y además se puede engañar en el idioma propio compartido también, véase políticos y vendedores)
A raíz de lo que dice Lansky en Cataluña en los años 70 el idioma era un indicativo de la clase social a la que pertenecías.
ResponderEliminarEl charnego hablaba, como no, el español. La burguesía, temerosa de ser confundidas con los charnegos, el catalán. La alta burguesía, temerosa a su vez de ser confundida con un vulgar burgués e imposible de ser confundida con un charnego hablaba el español.
La alta burguesía catalana, (que tiró tanto de España en lo cultural en su momento) hablaba un catalán excelente si era necesario. Pero tanto allá como en Madrid o en el resto del país, se expresaban en un español (castellano para el que lo prefiera) EXCELENTE. Sin el menor deje ni acento, ni esa construcción tan peculiar. Era absolutamente imposible detectarles el menos signo que fueran catalanes. Eran sobre todo, gente educadísima y por lo general ajenos al actual 'problema' lingüístico ni separatista -aunque estaban orgullosos de Cataluña.
ResponderEliminarMolón Suave: Es tentador calificar a Arana quien, desde luego, no me cae nada bien. Sin embargo, el tipo era algo más complejo, un producto de su época (como casi todos lo somos) y no tan fácil de encasillar a poco que se le va conociendo.
ResponderEliminarLansky: Una de las claves es, en efecto, que el idioma sirve también para no entenderse, aberrante paradoja. Ello deriva, como dices, de la necesidad de buscar la propia identidad por vía negativo, oponiéndote a los otros (y, para ello, las ventajas de una lengua propia son difícilmente igualables). Claro que, al mismo tiempo, se busca la indiferenciación personal en la tribu (el rebaño). En fin, la obsesión por la identidad, tan habilmente manipulada y tan desastrosa en la historia de nuestra especie.
Lertxundi es muy bueno; a ver si en el próximo post sobre este asunto pongo algún tema suyo. De momento he recurrido a Miñel Laboa, que no le va a la zaga.
Números: Más o menos era así, pero esa simplificación obvia muy diversos matices de la Cataluña franquista a partir de la industrialización de los sesenta.
Grillo: ¿Te has fijado que el desarrollo del Estado autonómico ha traído la reivindicación de los acentos regionales hablando en español? Hace treinta años en la tele (la única) no se distinguía el origen de ninguno de los que salían, todos con una vocalización perfecta y una entonación neutra. Hoy hasta parece que a veces se exagera el acento andaluz, catalán, gallego o canario.
¿Me he fijado, Miros? Hace treinta años y aún hoy se les oye decir esa pregunta de arranque de oración a la catalana de ¿Es que no no conoces a mi cuñado?, p. ej. en vez de ¿no conoces a mi cuñado?.
ResponderEliminarO lo tan catalán e imposible de 'es para sacarse el sombrero' Me pregunto yo ¿Sacárselo de dónde? ¿no lo lleva usted en la cabeza?
Y lo de 'Como que tuve que ir a Madrid..' En vez del pelado 'tuve que ir a Madrid.
Y docenas de cosas así; incorrectas.
Seré muy chinche, pero me pongo de los nervios al oírles. Debo tener algo profundo en contra (o se lo están ganando a pulso) porque escucho peores expresiones en otras lenguas españolas y no me molesta tanto.
Claro, Miros, Laboa me encanta, y su Txoria txori, por ejemplo, me parece una letra preciosa:
ResponderEliminarHegoak ebaki banizkio
nerea izango zen,
ez zuen aldegingo.
Bainan, honela
ez zen gehiago txoria izango
eta nik...
txoria nuen maite.
(Si le hubiera cortado las alas
habría sido mío,
no habria escapado.
Pero así,
habría dejado de ser pájaro.
Y yo...
yo lo que amaba era un pájaro.) ¡Toma ya!
Por cierto, es relativamente fácil asistir a la muerte/desaparición de un idioma, pero no al nacimiento de otro nuevo (y seguro que está sucediendo, pese a la globalización, pienso precisamente en el Euskera batua). La razón, yo creo que es la misma que la de la extinción de especies biológicas y la aparición de otras nuevas: uno es un proceso casi repentino en términos temporales distantes, el otro muy paulatino para apreciarlo (como un movimiento ralentizado en exceso que el ojo no detecta: el crecimiento de un vegetal, por ej.)
ResponderEliminarLlego tarde, pero son dos magníficas entradas.
ResponderEliminarEl paradigma de la "contaminación" lingüística es el inglés, que podría tener de un 28 hasta un 40% de términos procedentes del francés (varía según los expertos y si tal o cual palabra es contada como latina o francesa). De hecho, y aunque no soy lingüista, tengo la sensación de que cualquier término de cualquier país del mundo que llega a ser medianamente conocido tiene entrada en cualquier diccionario de inglés.
Sobre el árabe de Egipto y el de Marruecos, no sé qué decir. Hay una gran discusión sobre si el árabe en sí, que existe, es realmente una lengua tan hablada, pues no son pocos los "árabes" que saben leer, escribir y lo que quieras en la variedad local de su país pero que no tienen ni idea del árabe estándar. Ten en cuenta que en los mil quinientos años de historia del árabe como lengua del Islam ha habido tiempo sobrado de que hayan aparecido dialectos que se parecen como el francés y el italiano respecto al latín, es decir, más bien remotamente.
No sé qué quieres decir con la "artificiosa estandarización del eusquera". Dejando a un lado que Sabino Arana era un miserable hijo de puta y sus admiradores una pandilla de cobardes asquerosos, toda estandarización lleva consigo cierta artificiosidad. Por ejemplo, aquí un conocido, muy defensor de que las traducciones al español hechas como está mandado, decía que la del español también tuvo sus caprichos, especialmente en la recuperación de formas latinas porque sí:
http://larealidadestupefaciente.wordpress.com/2007/01/22/lpd-2003-dinamita-en-la-palabra/
Por cierto, cometiste en la primera entrada un error que ha pasado inadvertido:
en el mundo existen 6.809 idiomas, número que obviamente ha de tomarse como aproximado pues no hay consenso unánime entre cuáles son las diferencias que hacen que dos formas de hablar se consideren idiomas distintos y, además, tampoco conocemos completamente todas las lenguas del planeta. En todo caso, la cantidad me parece apabullante; a una media de poco más de mil personas por idioma.
No. De media, hay un millón de personas por idioma... A no ser que sea un partidario de la teoría de la conspiración millárdica, según la cual nos exageran las estadísticas de población mundial por mil.
Grillo: En general me desagradan los acentos "exagerados", no sólo el catalán.
ResponderEliminarLansky: Bonita la letra de esa canción de Laboa. Y muy oportuna la apreciación sobre la dificultad de apreciar la aparición de nuevas lenguas.
Ozanu: Hace unos dias, unos marroquíes, aun reconociendo que les costaba entender el árabe egipcio, me aseguraron que lo lograban. En lo de la artificiosidad del euskera no quiero decir más que lo que digo; ciertamente todos los idiomas se estandarizan "artificiosamente", pero hay grados. Y en cuanto al error, gracias por advertírmelo; paso a corregirlo de inmediato.
Pero lo que dices de los marroquíes tiene su truco: en la actualidad, el árabe egipcio es el dialecto más extendido, sobre todo por la importancia de la cadena Al-Yazira, tanto que para muchos debería transformarse en el nuevo estándar del árabe. En la propia Wikipedia leo que:
ResponderEliminar"Within the non-peninsula varieties, the largest difference is between the non-Egyptian North African dialects (especially Moroccan Arabic) and the others. Moroccan Arabic in particular is hardly comprehensible to Arabic speakers east of Libya (although the converse is not true, in part due to the popularity of Egyptian films and other media)."