Por motivos que no vienen al caso, tenía interés en conocer cómo se gestó el famoso artículo 15 de la Constitución y a ello dediqué unas cuantas horas de fin de semana, que luego resumí en el post del pasado jueves. Luego me quedé pensando sobre la importancia de la lógica en las construcciones jurídicas, incluso en casos tan reacios a examinarse desde la racionalidad como es éste, y quise escribir otra entrada dedicada al asunto. Este lunes, una amiga se encontró sin buscarla con la carta de Calvino (el azar como motor de la historia) y, conocedora de que andaba en ello, me la hizo llegar; me pareció lo bastante relevante como para hacer una nueva entrada con ella. En los tres posts me he cuidado de no manifestar mi opinión ni mi valoración ética sobre el aborto, manteniéndome lo más neutro posible. No esperaba, en todo caso, que quienes los leyeran hicieran lo mismo, pues se trata de un tema que inmediatamente dispara la emotividad ya que atañe al ámbito de las creencias íntimas de cada cual. Así que, para completar esta serie he pensado que no vendría mal que también yo hablara desde mis creencias. Conste que estas reflexiones no añaden el más mínimo ápice a las argumentaciones lógicas. Son mis propias creencias (no digo convicciones porque distan de ser tan sólidas), muy emparentadas con mis sentimientos y eso lo sé; es decir, que creo no engañarme haciéndolas pasar (ni ante los demás ni mucho menos ante mí mismo) como argumentos lógicos. Estoy ya bastante acostumbrado a la tan humana tendencia de convertir en principios universales lo que no son sino valores personales, por muy extendidos que estén en la sociedad, lo suficiente para desconfiar hasta de mí mismo. De otra parte, que mis creencias (o las de cualquiera) no pertenezcan a la esfera de la lógica, no hace que sean menos relevantes. Como ya dije en uno de estos posts, la lógica sólo garantiza la fortaleza estructural de un constructo intelectual, pero no ayuda nada en cuanto a sus cimientos: siempre se parte de premisas que, en actos de fe, han de asumirse como axiomas autoevidentes. Esas bases, en este y muchos otros asuntos, son convicciones que nos vamos formando y que nos van definiendo hasta el punto de que es difícil separarlas de lo que somos; por eso creo yo que es tan difícil desprenderse de ellas, asunto al que se refiere Lansky en su post del martes. Además, hay asuntos, entre los cuales está el aborto, en que ante esas premisas fundacionales de poco vale la racionalidad y, por tanto, más relevantes me parecen otras potencias de nuestra naturaleza para reflexionar sobre ellos. Lo cual no quita para que trate al menos de que mis creencias se articulen congruentemente (y aquí vuelve a entrar la lógica).
Ya he dicho que dos son las premisas desde las que, con mayor o menor corrección lógica, se decantan los posicionamientos frente al aborto. La primera, que toda persona tiene derecho a la vida, la segunda, que el feto es una persona. Empezando por esta última, yo no creo que el feto sea una persona, pero es que tampoco me parece muy relevante esta premisa salvo como trampa terminológica que obliga a concluir que el feto tiene derecho a la vida. La verdad es que no sé muy bien qué es una persona; entiéndaseme: me refiero a ese algo de naturaleza cuasi mística e indefinible que parece que nos hace a los seres humanos portadores de una singularidad ontológica de la cual nace, como atributo de nuestra esencia, el derecho a la vida (y enlazo con la primera premisa). Ese algo, si somos religiosos, se resuelve con facilidad: es el alma. En realidad, tengo para mí que la "dignidad" del ser humano, de la que nacen todos los derechos que el propio ser humano se atribuye, no es más que una consecuencia de nuestra arrogancia de considerarnos no sólo animales especiales (que sí creo que lo somos, al menos de momento) sino trascendentes, casi divinos. Probablemente, estemos programados, desde que como especie desarrollamos lo que llamamos conciencia, para creernos así y por eso hemos creado a Dios y nos hemos dotado de alma y de derechos y etcétera. A lo mejor sí tenemos alma y sí existe Dios y sí somos trascendentes; a mí me gustaría creerlo pero tiendo más a pensar que no. Eso no impide que comprenda que las mías no son más que creencias, como lo son las de quienes creen lo contrario y procuro dejarlo claro. El ser humano es pues, para mí, un animal singular pero esa singularidad no es "ontológica" (no se me ocurre otro adjetivo). Si no fuéramos a sacar conclusiones de las palabras, no tendría inconveniente en decir que el ser humano lo es desde el mismo instante de la fecundación, toda vez que en ese momento ya aparece una nueva célula con la carga genética completa del futuro individuo. Ese cigoto va desarrollándose hasta un punto en que, sin estar completamente desarrollado, nace; y luego el niño sigue desarrollándose y alcanza su madurez biológica y empieza a degradarse (que es el estado en que estamos casi todos los que nos pasamos por aquí) hasta que va y se muere. Exactamente igual que un perro y que una cucaracha. Se trata de un proceso continuo en el que ni siquiera el nacimiento, pese a su evidente relevancia, es un hito cualitativo. En cada etapa del proceso lo que hay tiene distintas características y por eso, a ese ser vivo de nuestra especie, lo llamamos con distintos nombres: embrión, feto, neonato, niño, adolescente, joven, adulto, anciano ... Llamarlos a todos persona no es más que una convención, absolutamente vacía de sentido, salvo que se emplee –como se hace– para derivar de ello conclusiones éticas. Es una trampa lógica porque las personas no existen, no es más que una categoría que nos hemos inventado para dignificar nuestra especie y, de paso, justificar a lo largo de nuestra poco edificante historia tratamientos diferenciados a unos y otros seres humanos. Insisto, no tendría inconveniente en llamar al feto persona si eso hace feliz a mi interlocutor (aunque nunca se ha convenido así), pero sé que si lo hago me someterá burdamente al silogismo Bárbara y no me quedará más remedio que rectificar asegurándole que no, que no considero al feto una persona y, si me apuras, tampoco a un neonato, ni a un niño, ni ... O sea, que no me salgas con lógica de bachillerato a partir de términos que carecen de significado real. ¿Qué coño es una persona?
Tampoco creo –supongo que ha quedado claro– en eso de que todas las personas tengamos derecho a la vida, ni menos en que la vida humana sea sagrada. En primer lugar porque tampoco entiendo del todo esos derechos declarados en el plano metafísico, como atributos inherentes a nuestra condición biológica. Afirmar que por ser seres humanos estamos dotados de una dignidad singular que nos confiere el derecho a vivir pienso que sólo se puede hacer honestamente desde una creencia religiosa, desde la asunción de nuestra trascendencia. Ahora bien, para adelantarme a la fácil (y torpe) conclusión de algún despistado, que yo crea que la grandilocuente afirmación sobre el derecho a la vida (que tan bien queda en una Constitución) no es más que una convención balsámica e hipócrita no autoriza a suponer que legitimo el asesinato, o que no puedo construirme un sistema ético, tan lícito y congruente –si no más– que cualquiera que descanse sobre esa "dignidad ontológica" del ser humano. En este punto, diré que lo "bueno" de creer en esas premisas absolutas (universales, como se llaman en lógica) es que permiten conclusiones tajantes, lo cual facilita sobremanera el saber lo que está bien y lo que está mal, ahorrando al individuo honesto no pocos quebraderos de conciencia. Pero el problema de las universales (tan bonitas ellas) es que se basan en categorías abstractas que, aplicadas sobre la realidad, obligan a clasificar ésta mediante el principio aristotélico de "entre el ser y el no ser no cabe término medio". Es decir, está muy bien manifestar pomposamente que todo A es B y seguir con las siguientes premisas; lo malo es que en la práctica A no es más que un término convencional y no suele ser nada fácil identificar en la realidad si esto es o no A (o si lo es en parte, o en qué momento, etcétera). Afortunadamente, en la vida las cosas no son blancas y negras, aunque la policromía traiga como consecuencia que las universales pertenezcan muy mayoritariamente al mundo ideal. Por eso a veces no está mal darle la vuelta a las premisas universales, para poner en evidencia su circularidad axiomática. En resumen, que sobre el aborto me parece mucho mejor práctica eludir las pretensiones de silogismos basados en universales y formarse la propia creencia desde la escala gradual a que me refiero, pues si en algo es pertinente es justamente en este asunto, en el que hablamos sobre un ser que se está desarrollando. Aprovecho para apuntar que decir que al abortar se está matando un niño es denominar con el nombre de otra etapa de la vida humana a un ser en proceso de formación, lo cual no sería más que una obvia incorrección terminológica si no se pretendiera con ello introducir una tramposa añagaza emocional en el discurso.
Entiendo y acepto que poco puedo hablar con alguien que se aferre al silogismo básico cuyas premisas ya he dicho que no comparto. Si todo ser humano tiene derecho a la vida y si todo feto es un ser humano, entiendo que para el que eso crea de corazón no cabe el aborto en ningún supuesto (todo lo más, como daño colateral para salvar la vida –no la salud psíquica– de la madre, y habrá quien ni siquiera esto admita). Yo, desde luego, pienso que no es lo mismo, ni mucho menos, abortar según el grado de desarrollo del nasciturus, como no es lo mismo (permítaseme la cosificación) que una catástrofe natural te destroce las obras de la casa que acabas de empezar a que ocurra cuando está completamente acabada y amueblada. También pienso que, si prescindimos de creencias personales, lo que yo pienso es de bastante sentido común y probablemente es lo que piensa una gran mayoría de personas. Tantas que no es casual que, en este momento histórico, sea asumido en la práctica totalidad de los países que el debate sobre el aborto no se extiende al último tercio de la gestación. De otra parte, creo –como Calvino– que traer un niño al mundo es algo que debería ser el resultado de una profunda reflexión y un profundo amor. Por eso, también coincido con el italiano en que, si el embarazo se produce sin tales requisitos, el aborto debe ser una opción "moral". Lo que debe exigírsele a la mujer (y al hombre, en su caso) es que decida –abortar o no– desde la máxima honestidad de conciencia. Y, para mí, en esa decisión no entran para nada los presuntos derechos del embrión (que ya he dicho que no creo que tenga). Valoraré la ética de esa mujer acorde con la reflexión que ella haga, presumiendo siempre que es una decisión muy difícil, dolorosa y, desde luego, no me siento autorizado a condenarla ni tampoco reconozco al Estado su derecho a hacerlo. Interrumpir un embarazo no perjudica a la sociedad de las personas (a diferencia de un asesinato), salvo que una inmensa mayoría de las mujeres decidiera no parir, lo cual no parece probable a corto plazo; quiero decir, que no hay argumentos objetivos (insisto en excluir las creencias) derivados del bien público. De otra parte, de momento y por imperativo biológico, el nasciturus se desarrolla en completa dependencia de la madre y dentro de ella; es el "fruto de su vientre". Si no fueran así las cosas, hasta podría entender la necesidad de proteger ese proyecto, pero tal como somos, resulta que biológicamente, al margen de elucubraciones, el embrión es de la madre, un singular cáncer que crece en su cuerpo. Desde el momento en que reconocemos el derecho de los individuos a procrear (derecho que, por cierto, tampoco considero como algo absoluto) estamos admitiendo implícitamente el derecho de la mujer a "echarse para atrás", so pena de convertir ese derecho en una obligación. No debe olvidarse que tanto la naturaleza como la cultura "propician" tendencialmente la continuidad de las gestaciones, lo cual hace que –como ya he dicho– siempre sea una decisión costosa para la mujer interrumpirlas. No digo que no haya frívolas que se tomen el aborto como un método anticonceptivo más y descuiden los que lo son; pero deducir nada de casos muy minoritarios es una hipócrita conclusión. Yo al menos nunca he conocido a ninguna de ésas.
En 1984, Ana, la que entonces era mi novia, se quedó embarazada. Fuimos imprudentes, por supuesto. Ella estudiaba cuarto de arquitectura, yo estaba iniciando mi vida laboral. Pasamos dos semanas de tremendas angustias, mucho más ella, obviamente. Desde el principio, tuve claro que la decisión era suya, lo cual confieso que me suponía una parcial descarga de las tribulaciones de conciencia. Traté, por ello, de no influirla, de ayudarla, asumiendo una especie de fatalismo que me suele caracterizar ante situaciones cuyo devenir no depende de mí. Al final decidió abortar y fue una decisión muy dolorosa, no porque pensara que estaba matando a un niño, sino porque su cuerpo, su educación, le pedían que dejara seguir la gestación, pero su mente le decía que no estaba preparada para tener ese hijo, que no se sentía capaz de trastocar toda su vida, de echar por la borda todas sus ilusiones. Entonces –como ahora– no habría admitido que a Ana se le negara el poder decidir y mucho menos en razón de las creencias de otros. Y entonces –como ahora– me habría indignado si alguien desde fuera y desde premisas universales se hubiera atrevido a condenarla éticamente. Por eso yo tampoco me atrevo, y me niego a que creencias personales disfrazadas de lógica falaz se esgriman como argumentos deslegitimadores. La lógica, en este asunto, es muy poco pertinente; lo es totalmente, en cambio, la compasión, la empatía. Por cierto, Ana abortó (abortamos) cuando todavía no era legal. Sin embargo, como ya estaba a punto de salir la primera Ley, existía una cierta permisividad tolerante y la intervención pudo hacerse en Madrid, en la que fue la primera clínica de España (creo), con todas las garantías sanitarias.
Sobra decir que de esta experiencia personal (nada baladí en mi vida) no cabe deducir ninguna razón que añadir a los argumentos del debate sobre el aborto. No obstante sé que sí que influyó en la conformación de mis creencias (que no es lo mismo que decir que pienso lo que pienso porque fui partícipe de un aborto o que lo hago para justificarme moralmente a mí mismo). Curiosamente, ya más adultos y separados, los dos hemos deseado tener hijos biológicos y ninguno lo hemos logrado; alguien dirá que es castigo divino.
Lost woman song - Ani Di Franco (Ani Di Franco, 1990)
Suscribo totalmente este post, Incluso podría hablar de experiencias propias como la tuya con Ana, pero no aportaría nada nuevo a la tuya, salvo que es muy parecida en sensaciones y decisiones.
ResponderEliminarSólo quiero añadir algo que quizás a muchos les parezca que no viene al caso o que sea irrelevante.
Un ser que se está desarrollando, es un continuo sin rupturas tajantes sino convencionales. Igualmente el llamado Homo sapiens es un continuo con el resto animal; no hay rupturas, sólo convenciones, como el caso de llamar (o considerar) persona a todas las fases del desarrollo humano desde el zigoto al viejo moribundo. De hecho, es por evitar confrontaciones ideológicas por la que los taxónomos, zoólogos , armados con la genómica moderna tendrían que concluir (y de hecho lo hacen: en voz baja, digamos) que hay tres especies actualmente vivas de antropoides (hay más: gorila. gibones, orangutanes): Homo sapiens, Pan troglodytes y Pan paniscus (hombre, chimpancé y bonobo) que deberían clasificarse dentro del género Homo (el más antiguo y por tanto como tiene prevalencia frente al género Pan)como Homo sapiens, Homo troglodytes y Homo paniscus, dada su escasísima distancia genética. Como sabes hay una corriente ética que reclama los mismos derechos para ellos que para los humanos (proyecto Gran Simio, traducido literalmente y liderado por el filósofo Peter Singer ); yo no estoy de acuerdo. Creo que los derechos implican igualmente deberes parejos, pero de ahí no concluyo que se les pueda tratar como a caracoles o lombrices y tampoco concluyo que haya una ruptura, una solución de continuidad entre ellos y nosotros, como no la hay en ninguna fase del embrión con la anterior o la posterior, sino un continuum: son convenciones más o menso de sentido común las que establecen ‘el corte’, que deben adoptarse con honestidad intelectual y moral, pero no hay ningún rigor lógico que nos auxilie totalmente; igualmente no creo que un aborto sea comparable a una operación quirúrgica como la apendicitis. No me gustan demasiado los zoos, pero si me veo obligado a visitar a alguno siempre evito la zona de los primates superiores, los llamado antropoides, porque realmente no puedo soportar la mirada alienada, de tremendo dolor que se enfrenta a la mía desde la de esos reclusos. Es una convención que nosotros seamos personas y ellos dos no. Como lo es que una blástula sea persona o no. En mi ‘brutalidad’, siento más empatía, más comunicación con un chimpancé cautivo que con una mórula, una acumulación de células por muy proyecto de ser humano que sea finalmente.
Comparto totalmente lo que dices. Me gustaría añadir la precisión de que un óvulo humano es un organismo genéticamente independiente de la madre (dos óvulos son organismos genéticamente distintos entre sí, y por lo tanto ninguno de ellos es idéntico a la madre). Así que, si un óvulo humano es un ser vivo, entonces es de cajón que es un SER HUMANO. Pero nadie en su sano juicio pretende que, por ser un ser humano, el óvulo vaya a tener los derechos de una persona.
ResponderEliminarAl óvulo, sencillamente, le falta ALGO para convertirse en persona, IGUAL que al embrión también le falta ALGO, aunque le falta MENOS.
Saludos
Jesús Al óvulo le falta la otra mitad de su carga genética. Al embrión solo le falta tiempo.
ResponderEliminarNúmeros
ResponderEliminaral embrión le falta MUCHÍSIMO MÁS que tiempo; necesita todo lo que le aporta el entorno del útero. Si fuera sólo cuestión de tiempo, la madre se lo podría sacar y dejar que creciera "con el tiempo" fuera de su cuerpo.
Pensar que es MÁS IMPORTANTE lo que el óvulo recibe del espermatozoide que todo lo que le llega después a través de la placenta no es más que un juicio de valor totalmente subjetivo. Desde el punto de vista biológico, ambas cosas son IGUAL de importantes, en concreto, son TODO lo importantes que algo puede ser, pues son IMPRESCINDIBLES LAS DOS.
Tiene razón. Ponga un óvulo en las mismas condiciones que un embrión y verá como al cabo de nueve meses le sale medio niño ;-)
ResponderEliminar¿Y de acuerdo con su razonamiento cuál es entonces la diferencia entre un embrión y un recién nacido? Ninguno de los dos es capaz de sobrevivir por sí mismo.
Si me dice que considerar a un embrión persona es subjetivo, tendré que darle la razón. Ya reconozco aquí lo difícil que a mí me resulta establecer a qué llamamos persona. Pero, dejémoslo claro, decir que un óvulo (o un espermatozoide) es un ser vivo y comparable a un embrión es no tener ni p*t* idea de biología.
la madre se lo podría sacar y dejar que creciera "con el tiempo" fuera de su cuerpo.
Tranquilo que eso no es más que un problema técnico que se solucionará con el tiempo. Pregunta al aire. ¿Aceptaríamos entonces que los fetos abortados en vez de triturarlos en el seno materno, sacarlos a pedacitos y después tirarlos a la basura, se sacasen con vida, se llevasen a incubadoras y se engordasen a fin de poder utilizar para, por ejemplo, trasplantes?.
Lansky Coincido con lo que dice, salvo en el último párrafo.
ResponderEliminarEn mi ‘brutalidad’, siento más empatía, más comunicación con un chimpancé cautivo que con una mórula, una acumulación de células por muy proyecto de ser humano que sea finalmente
Yo, por el contrario siento más empatía hacia el proyecto de ser humano, que hacia el mono. De hecho si tuviese que sacrificar un mono para que un niño pudiese llegar a nacer, no le quepa la más mínima duda que lo haría.
Numeros
ResponderEliminarYo no digo que el óvulo sea IGUAL que el embrión, ninque el embrión sea IGUAL que el niño. Digo, como tú, que las diferencias biológicas no son suficientes para establecer cuándo debemos considerar que un ORGANISMO es una persona, y en particular, que el tener un determinado genoma diferenciado es un mero dato biológico que es EN SÍ MISMO irrelevante.
Lo que las futuras generaciones decidan legislar sobre la posibilidad de criar embriones fuera del útero, será problema suyo. Pero si comparten mi criterio, no creo que consideren LEGALMENTE OBLIGATORIO llevar a término todas esas gestaciones, pues probablemente no acepten que un embrión sea jurídicamente un sujeto de derechos.
Jesús Pues entonces le pido disculpas, pues entendí mal su post.
ResponderEliminarDe su lectura había colegido que consideraba que un óvulo era un ser vivo y que, por lo tanto, es tan ser humano como lo pudiera ser un embrión.
Numeros
ResponderEliminarMi comentario intentaba mostrar la falacia que se encubre bajo el uso de la expresión "ser humano". Estrictamente hablando, el óvulo es un ser humano, aunque es obvio que no es en lo que la gente piensa cuando usa esa expresión. Del mismo modo, llamar "ser humano" a un embrión oculta la misma falacia: pretender que es una mera cuestión biológica el hecho de que el cigoto sea o deje de ser una "persona"
Saludos
De verdad que no es la biología ni la ciencia la que puede suministrar ‘sólo’ normas sensatas de conducta en este asunto; todo lo más que puede hacer es desmontar los falaces argumentos que se utilizan con ella, en un interminable ciclo.
ResponderEliminarContradiciéndome a lo que digo arriba: no obstante, Números a mi juicio su frase que un óvulo era un ser vivo y que, por lo tanto, es tan ser humano como lo pudiera ser un embrión. contienen en tan poco espacio tres errores. Y aún así, insisto, creo que ese no es el asunto
Lansky NO es mi frase y no la comparto.
ResponderEliminarEs lo que yo creía que pensaba Jesús, y que por lo visto piensa.
Jesús acaba de afirmar, y ya me está empezando a volver loco, que "estrictamente hablando, el óvulo es un ser humano".
En MÍ opinión decir eso es no tener ni p*t* idea de biología, salvo que consideremos a todas y cada una de nuestras células, epiteliales incluidas, seres humanos.
Numeros
ResponderEliminar¡EXACTAMENTE! Todas nuestras células son organismos en sentido propio, todas son humanas (bueno, las bacterias simbiontes, no), y por lo tanto, en sentido ESTRICTO son "seres humanos"
Si esa conclusión nos PARECE aberrante es porque la expresión "ser humano" no la usamos para referirnos a lo que BIOLÓGICAMENTE es lo único a lo que se le puede llamar "ser humano" (cualquier organismo de origen humano). Darnos cuenta de que "ser humano" no se usa normalmente COMO UN CONCEPTO BIOLÓGICO (p.ej., en la decl.univ.de los dchos.humanos), sino como un concepto JURÍDICO, es un paso imprescindible para evitar falacias en estos temas.
Yo no soy (sólo) mi ADN, eso es obvio, igualmente un embrión vivito y coleando (ya quito lo de ser vivo) Tampoco es el posible ser humano que llegaría a ser o no. Y que Bizancio nos perdone.
ResponderEliminarP.D.- Por cierto, insisto en que no viene al caso, pero está claro que Jesús P. Zamora Bonilla no anda escaso de formación en biología
En cualquier caso esta discusión, como la planteas tú, Números no me interesa demasiado, con todos mis respetos. Prefiero infinitamente el enfoque reflexivo y la vez personal del propio post de Miroslav
Confianza y confidencia por confidencia confiada:
ResponderEliminarTambién yo tuve mi particular Ana hace mucho.
Éramos novios muy jóvenes (20 y 19) y muy enamorados. Por descuido quedó embarazada. A mí, amoroso y lanzado, me habría gustado mucho tener un hijo con ella, lo cual le (la) sumía en más dudas porque lo veía como prueba de amor y valentía. Pero durante unos días, (antes de que el feto o nasciturus tomara más 'cuerpo') pensó racionalmente en lo poco preparada que estaba para ser madre y en que tampoco entre los dos no teníamos economía para mantener una familia. Optó por el aborto. Muy entristecida me lo planteó.
Entendí perfectamente sus dudas (al margen de lo no tan tópico de que sería ella la que finalmente llevaría ese hijo/a 9 meses y luego parirlo , amamantarlo, etc.) Y aunque yo le garantizaba mi ayuda como novio/padre no varió su decisión. Lo acepté sin rechisto, e incluso tratando de restarle importancia.
Con dinero prestado fuimos a Londres. En veinte minutos se hizo la intervención. Estuve presente cogido a su mano. Tres días más tarde estábamos de vuelta a Madrid, cada uno con su trabajo; y añadiré que más cariñosos, más tiernos. No diré que nos supusiera un gran trauma, pero sí nos costó bastante superarlo.
En ningún momento tuvimos remordimientos ni consideraciones morales o éticas a la page. Fue una consideración personal e íntima, bien racionalizada. Era un asunto nuestro, personal, y ante eso hicimos caso omiso de cualquier tipo de convención social ni religiosa.
Es evidente que no lo tengo olvidado, pero ambos lo tomamos como un accidente/incidente bastante común y seguimos nuestro noviazgo tan ricamente durante varios años más.
Ahora (y más tarde durante un pare de años) he considerado si hubiese sido un buen marido y padre. Creo que sí. Pero también sigo creyendo que hicimos bien, porque fue NUESTRA decisión, para nada tomada a la ligera.
Grillo
Lansky: Sí creo que lo que apuntas es relevante al caso que tratamos y, desde luego, me resulta muy sugerente para reflexionar, más allá de convencionalismos (sean jurídicos o religiosos) en lo que es un ser humano o una persona, si se prefiere.
ResponderEliminarJesús y Números: sin querer intervenir en vuestra discusión, creo que irrelevante en cuanto a lo que se plantea en el post. Como ya digo, para mí que el cigoto (o el óvulo) sea o no ser humano a fin de basar en esa disquisición conclusiones absolutas es algo que reo que no conduce a nada (bueno, sí, conduce al actual diálogo de sordos). Por eso, me sumo al comentario de Lansky (el cual agradezco) y os rogaría que, si os apetece, entréis al enfoque que se propone en este post.
Grillo: A ver si resulta que este post se convierte en un recepátaculo de confesiones abortistas. Estas experiencias no son nada gratas y ayudan a "humanizar" la aséptica racionalidad.
Quiero pedirte mis sinceras disculpas por mi intervención. No tanto por el off-topic, cosa que sucede muy a menudo, si no por haberlo hecho en una entrada tan íntima y asumo que dolorosa para ti.
ResponderEliminarEn mi defensa confieso que nunca pensé que mi entrada de las 8.52 diese para tanto.
En cuanto a la entrada en sí, poco que comentar. Coincido básicamente en lo que dices en la primera parte.
Aún así, y sin ánimo de entablar nuevas discusiones, al menos en esta entrada, me gustaría puntualizar dos cosas:
De otra parte, creo –como Calvino– que traer un niño al mundo es algo que debería ser el resultado de una profunda reflexión y un profundo amor Si eso fuese así me atrevo a aventurar que desaparecía como mínimo las dos terceras partes de la humanidad.
También pienso que, si prescindimos de creencias personales, lo que yo pienso es de bastante sentido común y probablemente es lo que piensa una gran mayoría de personas. Tantas que no es casual que, en este momento histórico, sea asumido en la práctica totalidad de los países que el debate sobre el aborto no se extiende al último tercio de la gestación
Aún siendo cierto lo que dices,
me preocupa un poco que podamos llegar a pensar que lo que piensa
una gran mayoría de personas nos sirva para discernir lo que está bien de lo que está mal.
Pero que quede de nuevo claro que no quiero volver a iniciar otros debates off-topic en este post.
De tu situación personal, como en tantas otras ocasiones, también en mi familia se vivió una similar. En esta ocasión los interesados lo hablaron con los padres y el embarazo, con el apoyo de las dos familias, siguió adelante. A día de hoy cada uno está por su cuenta y con nuevas parejas, pero el que entonces era solo un ¿feto, embrión? es, a día de hoy, toda una persona.
Es bastante lógico que este post se convierta en una especie de confesionario para abortistas.... No solo por seas tú el primero en confesar, sino porque el tema vuelve (inútilmente a mi entender) a estar de 'moda'.
ResponderEliminarDe siempre de toda la vida, millones de mujeres han abortado por las razones que fueren y así seguirá siendo contra viento y marea, contra florituras religiosas, políticas o científicas.
Repito que nunca es un buen trago para la mujer, y no sé de ninguna, presente o pasada, que aborte por deporte, porque sí, porque 'hoy no me puedo levantar' pero voy a abortar mañana, a ver qué tal.
Si no me equivoco conté en mi blog de una chica, hija de unos amigos super religiosos, muy joven y piadosa que fue a una de esas manifestaciones 'por la vida' - o algo así, cerca del Bernabeu; y tras los apretujones multitudianrios se encamó con el novio, quedó embarazada... y los padres la acompañaron a Londres a deshacerse del nasciturus o como se le quiera llamar.
Hombre ¡ Hasta ahí podíamos llegar ! nuestra pequeña embarazada por un error de juventud...
¿No da eso para un relato breve o un cortometraje?
Comparto en su práctica totalidad el contenido de tu entrada. Creo sinceramente que tu postura es de lo más razonable. Me gustaría, no obstante añadir algunas puntualizaciones o comentarios:
ResponderEliminar1.- Traer a un niño al mundo. ¿No deberían los padres preguntarse si ese hijo querría venir? Conozco a más de dos que charlando sobre el tema admitieron que si de ellos hubiera dependido no hubieran nacido.
2.- La Iglesia Católica da preferencia a la vida del nasciturus sobre la de la madre. A título ilustrativo véase la película El Cardenal.
3.- La mayoría de los antiabortistas son también enemigos furibundos de la educación sexual, imprescindible, a mi juicio, para prevenir un embarazo no deseado. Véase al ínclito García Serrano llamando zorra, guarra y otras lindezas a la Consejera catalana que había introducido esta enseñanza en la escuela.
4.- El que esté libre de haber colaborado directa o indirectamente en la práctica de un aborto que tire la primera piedra.