viernes, 13 de junio de 2014

Compartir coche

En el verano del 84 tres amigas compañeras del segundo curso de italiano en la Escuela Oficial de Idiomas de Madrid y yo decidimos irnos a pasar un mes a la famosa (para quienes estudiábamos italiano) Università per stranieri de Perugia. Iríamos en mi flamante R5 amarillo chillón, pagando entre todos la gasolina. Sin embargo, cuando apenas faltaban unos días, dos de las chicas (entre ellas, la que me gustaba) se rajaron dejándonos a Ángeles y yo con el papelón poco asumible por nuestras maltrechas economías veinteañeras de cargar con unos costes demasiado altos. Así que, tal como era habitual en aquellos tiempos, fuimos a la TIVE en Moncloa y en el tablón de anuncio pinchamos un papel en el que contamos nuestro planes ofreciendo dos plazas a quienes quisieran venir con nosotros compartiendo gastos. A los dos o tres días me llamó (al fijo claro, que en esa época no había móviles) un tal Nando que, casualidades de la vida, tenía la intención de ir con otro amigo, Paco, justamente a pasar un mes a Perugia, no tanto para aprender italiano, sino porque sabían que la capital de l'Umbria en verano se llenaba de jóvenes de toda Europa con ganas de pasárselo de maravilla (de hecho, fue aquél uno de los mejores veranos que he pasado nunca).

Quedamos para conocernos los cuatro y enseguida nos caímos bien (demasiado, porque Ángeles y Paco se hicieron tilín y nada más empezar el viaje se enrollaron), así que a los pocos días salimos de Madrid y en dos jornadas nos plantamos en Perugia. La noche intermedia, dicho sea de paso, la pasamos en Barcelona, alojados por unos amigos de Nando y yo cometí la estupidez de dejar el coche en el Borne sin sacar mi bolsa del maletero que, cuando fui a recogerla, ya no estaba; o sea, que me fui hasta Perugia con lo puesto y no me arruiné gracias a una estupenda tienda de abbigliamento usato. En esos dos días de viaje terminamos de hacernos grandes amigos y ya fuimos inseparables durante todo el verano, alquilando juntos un apartamento en una casona medieval que habitaba –durante el invierno– una alemana y que realquilaba a muy bajo precio mientras estaba en su tierra. Esto ocurrió hace más de 30 años, y aunque a Ángeles hace ya mucho que le tengo perdida la pista y a Nando lo veo de higos a brevas, Paco se convirtió en uno de mis mejores amigos, con el que años después, ya en Tenerife, montamos estudio juntos, y a fecha de hoy (él de vuelta en Madrid, casado y con tres niñas) seguimos manteniendo la relación.

El otro día, con motivo de los cabreos de los taxistas, me he enterado de que en las grandes ciudades se ha popularizado una aplicación para el móvil llamada Uber que permite al usuario localizar vehículos particulares en su entorno que se ofrecen a llevarlo a cambio de una remuneración. Me imagino (no me la he bajado) que el programita combinará un GPS dinámico que muestre sobre un plano de la ciudad dónde están los coches inscritos en la base de datos, de modos que seleccionas el que más cerca te quede y el conductor recibe un aviso para acercarse a recogerte. Si es así es perfectamente explicable que los taxis sientan que les están haciendo competencia desleal. Pero veo complicado que se pueda prohibir (y más que, aún prohibiéndolo, se pueda impedir) porque no me parece ilegal que dos particulares se pongan de acuerdo para compartir coche. Me da la impresión de que los esfuerzos para cargarse este sistema serán baldíos, como todo intento de poner puertas al campo. Como he leído en algún lado, los taxistas y análogos tendrán, les guste o no, que ponerse las pilas ante este nuevo reto derivado de internet, en el fondo no muy distinto del fenómeno de la piratería y el enrocamiento consiguiente en cuanto a los derechos de autor.

Cuestión distinta es la acusación de que estos usuarios no pagan impuestos, porque eso llevaría a debatir si en estas operaciones hay lucro o simplemente reducción de gastos. El asunto me parece de lo más sugerente, porque abre al debate el tratamiento fiscal de las transacciones no comerciales o, al menos, no claramente comerciales. Pongo como ejemplo otro fenómeno que ya lleva tiempo aunque no ha alcanzado la intensidad suficiente como para preocupar al sector correspondiente de la "economía oficial". Me refiero al intercambio de viviendas, que es una opción muy interesante –sobre todo para familias con niños– para irse a pasar las vacaciones sin pagar alojamiento. Mi hermana, que es usuaria de este modelo, está encantada porque gracias a él ha viajado a varias localidades europeas. Pero imagínense que se popularizara lo suficiente como para que los hoteleros sintieran en carne propia descensos significativos de la demanda. Podrían decir que quienes prestan su casa por quince días están ingresando el equivalente de lo que cobraría un hotel por alojar a una familia ese tiempo (ingreso que luego se gastarían en el pago a los que a su vez les dejan su casa), lo cual no es incorrecto en términos económicos. Por tanto realizan una actividad lucrativa (aunque no cobren) por la que deben tributar. Este tipo de actividades económicas pero al margen del monetarismo (cuyo paradigma es, sin duda, las tradicionales "sus labores") son profundamente incómodas para el sistema, que trata de mantenerlas en posiciones marginales, cuando no puede integrarlas. Y justamente por eso a mí me parecen un ámbito enormemente esperanzador, donde cada vez más van a ocurrir cosas que quizá comiencen a erosionar la opresiva dictadura del sistema económico. Hay muchísimos ejemplos y desde luego internet se está revelando como una herramienta utilísima para propiciarlos.

Pero volviendo al motivo de este post, una vez que me enteré de lo que era Uber, descubrí que hay una empresa llamada BlaBlaCar que es exactamente el tablón de anuncios de la TIVE al que recurrí en el 83, sólo que ahora mediante internet. Te das de alta en la web de la empresa y anuncias el trayecto que vas a hacer y la fecha (está pensado para viajes interurbanos); además dices qué coche tienes, el tipo de música que piensas poner, si admites fumadores, de qué asuntos te gusta charlar, y cuanta información te parezca relevante. Al publicar el aviso, el sistema te dice el tope de dinero que puedes cobrar, calculado según el trayecto, a fin de evitar que se use con fines lucrativos (se supone que la finalidad es sólo repartir gastos). Quien quiera compartir tu coche, después de un rato de comparar las ofertas, simplemente te selecciona y paga mediante tarjeta, recibiendo a cambio un código para que el día de la salida el conductor lo identifique. Éste no recibe el dinero hasta unos días después del viaje mediante transferencia bancaria y la empresa se queda con una comisión que paga el pasajero. Hay muchas más reglas, todas muy bien pensadas para ofrecer suficientes garantías de seguridad y seriedad. A la vista de la mucha oferta que hay en la web (dicen que tienen más de un millón de usuarios al mes), me da la impresión de que el sistema debe funcionar de maravilla y, consiguientemente, los dueños deben estar forrándose con la comisión que cobren (no sé su cuantía) a los usuarios simplemente por disponer de la infraestructura para permitirles ponerse en contacto.

Nada original el invento, que como prueba mi propia experiencia, es bastante anterior a internet. Pero claro, no es lo mismo acercarse a Moncloa para buscar entre el necesariamente limitado número de anuncios de aquel tablón que organizar un tablón equivalente en la red. Lo sorprendente es que la idea de crear en internet una web para compartir vehículo no se le ocurriera a nadie hasta 2004, año en que un francesito que vivía en París y quería ir a pasar las navidades a su pueblo, no encontró ningún billete de tren, y pensó en buscar a alguien que fuera a hacer el mismo trayecto y ofrecerle compartir gastos. Tras un rato de navegar por internet no encontró nada y se dijo que por qué no ofrecer él mismo ese servicio que tan bien le habría venido. Supongo que, antes que a él, a mucha más gente se le habría ocurrido lo que me parece una idea obvia, nada genial. Pero en internet el que da primero se lleva el gato al agua. Lástima que a mí, en 2004, no me preocupaba ya lo de encontrar con quien compartir coche y que cuando podía habérseme ocurrido no existiera internet.

 
Drive - R.E.M. (Auomatic for the people, 1992)

domingo, 8 de junio de 2014

Ni lógico ni razonable

En el anterior post me preguntaba si no era motivo para hacer un referéndum sobre la forma del Estado el que la gran mayoría de los actuales españoles no se haya pronunciado sobre ella. Números opina que no, que ese argumento no lo ve ni lógico ni razonable porque, de serlo, tendríamos que refrendar la Constitución cada generación y, además, porque si la elección entre monarquía y república fuese tan importante para los españoles, ya habría salido por la derecha un partido conservador de tendencias claramente republicanas (y, de momento, ni está, ni se le espera).

Me ha llamado la atención que considere que el motivo que apunto no sea lógico ni razonable. Diré, de entrada, que ambos adjetivos me parecen sinónimos: lógico es lo que lo que ajusta a la lógica y razonable lo que se ajusta a la razón; no se me ocurre que algo pueda ser conforme a razón y a la vez ilógico, o viceversa. Así que habría bastado que Números calificara de ilógico el motivo. Convirtámoslo pues en un silogismo para discutir si respeta las reglas de esta disciplina.

  • La forma de un estado democrático (monarquía / república) es una decisión que –como muchas otras– debe expresar la voluntad mayoritaria de sus habitantes.
  • La gran mayoría de los habitantes de España no ha expresado su voluntad sobre la forma del estado español.
  • Ergo: Para saber si la monarquía es la forma de estado que quiere la mayoría de los españoles hay que preguntárselo.

La premisa menor es, como demostré en el post anterior, matemáticamente incuestionable. La mayor puede no serlo tanto si alguien me dice que una decisión democrática tomada por un grupo vincula per saecula saeculorum a los futuros individuos de ese grupo, algo que no me parece de recibo. Así que, a mi modesto entender, la conclusión es irreprochablemente lógica. Y también su corolorario: desde el momento en que hubo en España más personas que no se habían pronunciado favorablemente sobre la Constitución (sumando a los que estaban vivos y habían votado no o no habían votado con los que tienen más de dieciocho años pero eran menores o no habían nacido en 1978) que personas que votaron afirmativamente, se puede afirmar en estricta lógica que no sabemos si la monarquía (y el resto de preceptos constitucionales) expresa la voluntad mayoritaria de los españoles.

Así pues, decidir someter a referéndum la forma del estado español se ajustaría perfectamente a las reglas de la lógica y, por lo tanto, sería razonable. Lo cual no significa que haya que hacerlo, ni siquiera que tal sea la mejor decisión, porque ciertamente en la vida humana no siempre las decisiones más acertadas son las que se ajustan a los fríos razonamientos lógicos. De hecho, en el post anterior, no me pronuncié a favor del referéndum; tan sólo apunté un motivo –lógico– que creo que es relevante en la discusión al respecto. Desde luego, hay muchos más, y quizá de la consideración ponderada de todos ellos se llegue a la conclusión de que no es conveniente preguntar a los españoles si quieren seguir siendo una monarquía. Podría haberme dicho Números, por ejemplo, que no ve práctico el argumento que cité, pero que no es ni lógico ni razonable ...

Sí coincido con Números en que un corolario que se sigue del argumento lógico que expuse es que habría que refrendar la monarquía cada generación, lo cual no aminora en nada la lógica del razonamiento; simplemente hace que una consecuencia lógica pueda parecerle a algunos poco práctica. Obviamente, abrir el melón del debate sobre la forma del estado puede suponer un nivel de embrollo que quizá se juzgue poco adecuado en estos momentos, que distraiga la acción pública de acciones más importantes o más urgentes. Son éstas consideraciones de índole práctica que admito que pueden prevalecer sobre las consecuencias lógicas enunciadas, siempre en un plano más teórico. Lo que no admito es que se diga (como implícitamente hacen muchos) que la monarquía se legitimó democráticamente de una vez para siempre. Porque ninguna decisión, por muy democrática que sea, queda legitimada eternamente, salvo aquéllas que son consustanciales con el propio concepto de democracia (por ejemplo, que todos los españoles son iguales ante la Ley). Y desde luego que la jefatura del estado sea un derecho de nacimiento no sólo no es consustancial con la democracia sino que contradice sus fundamentos. Cuestión ésta de la que no llego a derivar, como ha dicho Cayo Lara, que sea necesariamente incompatible con la democracia, pero sí convierte a la monarquía en una de las cuestiones que, por muy democráticamente que se haya decidido (y en nuestro caso no lo ha sido tanto), más requiere ser refrendada con cierta periodicidad, por ejemplo con motivo del cambio de monarca.

En una conferencia dictada el 11 de marzo de 1882 en la Sorbona, Ernest Renan expuso su famosa frase sobre lo que es una nación, base de una concepción democrática tan opuesta a la esencialista del romanticismo que todavía hoy goza de excelente salud entre los nacionalistas. "Una nación es, pues, una gran solidaridad, constituida por el sentimiento de los sacrificios que se han hecho y de aquellos que todavía se está dispuesto a hacer. Supone un pasado; sin embargo, se resume en el presente por un hecho tangible: el consentimiento, el deseo claramente expresado de continuar la vida común. La existencia de una nación es (perdonadme esta metáfora) un plebiscito cotidiano, como la existencia del individuo es una afirmación perpetua de vida". Yo comparto esta filosofía, por más que peque de excesivamente idealista, que haya de mantenerse en el plano teórico. Es decir, creo que las "reglas de juego" que se da un grupo humano (llámese nación o como se quiera) para organizar su convivencia –y entre ellas, desde luego, el acceso a la jefatura del estado– deben ser mayoritariamente consentidas por los miembros del mismo.

No es necesario consultar continuamente a la población para saber si está de acuerdo o no con la reglas vigentes. Eso, en efecto, sería muy poco práctico, llevaría a la paralización de la vida pública y a la postre tendría un efecto contraproducente sobre el propio ejercicio democrático. Sin embargo, hay suficientes indicadores para sospechar si alguna de las reglas vigentes pudiera haber perdido ese consentimiento mayoritario que reclama Renan; también hay determinados momentos en que parece oportuno que reglas concretas se debatan. Cuando se dan esas circunstancias es cuando la conclusión lógica a la que me refería encuentra plena justificación práctica para llevarse a cabo. Y creo que, en el asunto de la forma del estado español, nos encontramos ahora en esa situación.

Por tanto, en mi opinión, que los partidos mayoritarios en el Congreso (PP y PSOE) nieguen hasta la posibilidad de abrir el debate me parece profundamente antidemocrático. Nótese que no llego a afirmar que haya de hacerse el referéndum; tan sólo digo que las circunstancias actuales exigen abordar políticamente la conveniencia de mantener o no la monarquía (y ello sin necesidad de postergar la proclamación de Felipe VI) y hacerlo de manera pública y transparente. Que se hable de las ventajas y desventajas que para los intereses de los españoles (que tan frecuentemente son distintos de los que los políticos consideran intereses de España) tiene que seamos un reino o una república. Y que como conclusión de ese debate se decida si procede o no consultar a la población (no se me ocurre qué motivos habría para concluir que no ha de consultarse). No me vale, desde luego, que los partidos principales, con la excusa de que están avalados por la mayoría de los españoles, decidan sin preguntar a sus votantes que tenemos que seguir siendo una monarquía. Aunque, me temo, eso es lo que va a ocurrir.

martes, 3 de junio de 2014

Monarquía y Constitución

Constitución española (selección)

3.1. La forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria.

14. Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social.

23.1. Los ciudadanos tienen el derecho a participar en los asuntos públicos, directamente o por medio de representantes, libremente elegidos en elecciones periódicas por sufragio universal.

23.2. Asimismo, tienen derecho a acceder en condiciones de igualdad a las funciones y cargos públicos, con los requisitos que señalen las leyes.

56.1. El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones, asume la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales, especialmente con las naciones de su comunidad histórica, y ejerce las funciones que le atribuyen expresamente la Constitución y las leyes.

56.3. La persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad. Sus actos estarán siempre refrendados en la forma establecida en el artículo 64, careciendo de validez sin dicho refrendo, salvo lo dispuesto en el artículo 65, 2.

57.1. La Corona de España es hereditaria en los sucesores de S. M. Don Juan Carlos I de Borbón, legítimo heredero de la dinastía histórica. La sucesión en el trono seguirá el orden regular de primogenitura y representación, siendo preferida siempre la línea anterior a las posteriores; en la misma línea, el grado más próximo al más remoto; en el mismo grado, el varón a la mujer, y en el mismo sexo, la persona de más edad a la de menos.

64.2. De los actos del Rey serán responsables las personas que los refrenden.

Es llamativo que se vuelva ahora (se lo he escuchado a una catedrática de Derecho Constitucional en uno de los muchísimos debates que florecen con esto de la abdicación) a decir que hay que cambiar la Constitución para suprimir la discriminación a favor del varón en la sucesión real. Por cierto, también es discriminación anticonstitucional que prevalezca el mayor antes que el menor. No sé por qué no se insiste en la discriminación por razón de nacimiento que es intrínseca a la monarquía hereditaria, prohibida en el artículo 14. No sé por qué tampoco se señala que los ciudadanos no tenemos, no ya derecho, sino ni siquiera posibilidad de acceder al cargo público de Jefe de Estado. Es de una evidencia meridiana que la monarquía es constitucional contra los principios de la propia Constitución.

Por supuesto que no hay que hacer un referéndum para saber si queremos monarquía o república. Ya está establecida la forma política del Estado en la Constitución y como ya la votamos, votamos que queríamos monarquía (otro "argumento" repetido en varios debates televisivos). En primer lugar, es mucho suponer que los 15.706.078 españoles que dijeron sí (apenas el 59% del censo electoral en diciembre de 1978) estuvieran a favor de la monarquía. Muchos había que querían la república, pero prefirieron que se aprobara la Constitución, aún con monarquía, a que saliera rechazada. De otra parte, téngase en cuenta que de los que pudieron votar entonces casi la mitad ya ha muerto; así que si aplicamos a los que quedamos–algo más de catorce millones– el porcentaje del voto afirmativo, resulta que sólo hay unos 8,3 millones de españoles vivos que avalaron la Constitución y (forzando mucho las cosas) la monarquía. Frente a esa cifra colóquense los más de veinte millones de españoles que hoy son mayores de dieciocho años pero que en 1978 no llegaban a esas edad o ni siquiera habían nacido. O sea, que aún admitiendo (que no) que la monarquía fue votada por la mayoría de los españoles, lo que es matemáticamente incuestionable es que la gran mayoría de los actuales españoles no se ha pronunciado sobre ella. ¿No basta este argumento para sostener que sí hay al menos un motivo para un referéndum, aprovechando el cambio sucesorio?

Quizá convenga realizarlo inmediatamente después de organizar un intento de golpe militar que frustre con ejemplar firmeza democrática Felipe VI. O, para no ser tan truculento, inmediatamente después de que ganemos el inminente Mundial y el nuevo Rey salga en todas las teles feliz y orgulloso y arropado por todos los jugadores de la selección, el más efectivo símbolo de la unidad patria.

 
A farewell to kings - Rush (A farewell to Kings, 1977)

lunes, 2 de junio de 2014

Periodismo rastrero

He de reconocer que no me caen demasiado bien los periodistas. Es un prejuicio y, como todos los prejuicios, injusto. Naturalmente, hay periodistas excelentes y el oficio -qué duda cabe- no sólo es tan honorable como cualquier otro sino que, además, su ejercicio es absolutamente necesario. Lo que pasa es que los periodistas son profesionales de la comunicación y ésta se mide en la actualidad en unidades muy pequeñas, así que ellos no tienen más remedio que condensar extremadamente el mensaje y presentarlo del modo más llamativo posible. El riesgo, claro, es equivocarse, ya sea por las prisas, por la falta de comprensión global de los datos, por dejarse llevar por el sensacionalismo o, sencillamente, porque hacer un buen resumen es desde luego tarea muy difícil que pocos resuelven correctamente. Pero estos defectos que apunto digo yo que son los gajes de ese oficio y, por tanto, mi susceptibilidad ante ellos no me parece una actitud ponderada. He de procurar desactivarla y atemperar mis prejuicios; ser más tolerante, en suma, que en todos los ámbitos hay mejores y peores profesionales.

Ahora bien, una cosa es tu calidad profesional y otra muy distinta que seas un mal bicho. Supongo que entre los periodistas el porcentaje de malos bichos no será significativamente distinto al de cualquier otro grupo corporativo pero, para su desgracia, se notan más. Y no digamos cuando esos plumillas malos bichos participan en los circos mediáticos (en la televisión, especialmente), juntos y revueltos con políticos, que son la otra fauna que ahí más abunda. Los llamados debates políticos en la tele son espectáculos que me irritan sobremanera; salvo rarísimas excepciones los que intervienen jamás argumentan (en la acepción de respetar las más elementales reglas de la lógica), sino que se limitan a espetar sus manoseados mensajes, recurriendo continuamente a descalificaciones personales y tópicos de lo más cutre. El sábado pasado, animado por K que quería ver lo que se hablaba sobre el sorprendente resultado de Podemos en ‘La Sexta Noche’, me tragué el debate que tenía como protagonista a Pablo Iglesias (advierto, para que se vea mi autismo informativo de los últimos meses, que ni siquiera me había enterado de la existencia de este nuevo grupo político, al que obviamente no voté).

Lo peor del rato que estuve frente al televisor fue tener que ver y escuchar a uno de los mejores ejemplos que hay en la actualidad de periodista mal bicho; me refiero, desde luego, al ruin reportero de El Mundo Eduardo Inda. El hombre, aparentemente molesto con las loas generalizadas que recibía Podemos se había preparado su intervención para, cual ángel vengador y martillo de herejes, desenmascarar a Pablo Iglesias, desvelando ante sus ingenuos votantes y admiradores su verdadera faz, miserable y diabólica. Inda, al cual he tenido la desgracia de escuchar en algunas otras ocasiones, es un analfabeto lógico, no le interesan para nada los argumentos y sólo sabe emplear técnicas sofistas, siendo sus preferidas la manipulación y falseamiento de las palabras del oponente, deducir interesadamente conclusiones erróneas y, sobre todo, los ataques personales (los famosos argumentos ad hominem). Supongamos que Pablo Iglesias sea tan malo como nos lo quiso presentar este individuo tan pagado de sí mismo, ¿restaría eso algún valor a las tesis que expone? La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero; lo que significa que la primera exigencia de honestidad intelectual es discutir sobre lo que se dice, no valorarlo en función de quien lo dice. Pero Inda será cualquier cosa menos intelectualmente honesto (y, por lo visto, probablemente habría que añadir otros adverbios); lo que dejó claro es que a él el qué se dice le importa un carajo. Transcribo a continuación, para la posteridad, los dos minutos y veinte segundos de la primera intervención del “periodista”, para que quienes hayan tenido la suerte de no verlo puedan ahora leerlo evitándose soportar la visión de su cara y los gestos hipócritas con los que la adornaba.
      
Teniendo en cuenta lo que habla Pablo Iglesias, te felicito, porque parece que has ganado las elecciones. Yo pensaba que habías sido el cuarto, pero veo que las has ganado. Tú dices que no insultas ... pero tú a mí en este programa me has llamado tonto e impresentable en dos o tres ocasiones y no me parece la forma más correcta de hacer democracia. Yo respeto a la gente que votó el pasado domingo a Podemos porque es gente desesperada que ha perdido toda esperanza y los respeto. Respeto a la formación Podemos; yo he estado estos días con otros dirigentes de Podemos y son gente tolerante, gente que debate, pero a Pablo también le respeto pero hay que precisarle varias cosas. Él dice que no apoya el régimen bolivariano, pues aquí está el documento que demuestra que percibió él y la asociación en la que él estaba, el centro de estudios políticos y sociales, trescientos veinte mil euros del régimen bolivariano, de la dictadura bolivariana, que en las últimas semanas ha matado, ha asesinado en las calles a cuarenta y cinco personas por manifestarse libremente. Trescientos veinticinco mil euros de un régimen, ha recibido Pablo Iglesias y sus compañeros de fundación, de un régimen que tiene a dos mil personas en la cárcel por discrepar. Por no hablar de los elogios que ha dedicado, que dedicó en una conferencia que compartió con dos personas del entorno de ETA, de ETA, según el Supremo Euskal Herritarrok y Gara son ETA, elogios que dedicó a los cuales les llamó patriotas, los diputados del pueblo, dijo que eran las personas que de manera más contundente (eso es verdad: han matado a 900, han asesinado a novecientas personas y herido a miles) expresaban las reivindicaciones ante un estado opresor. Hay que decir que Pablo Iglesias es una persona que se jacta en internet –hay un video en internet colgado- de agredir a gente de clase inferior a la suya, lo de clase inferior a la suya lo dice en ese video. Videos por cierto que yo voy a poner a disposición de la directora del programa, de doña Sandra Fernández, por si considera oportuno emitirlos. El de ETA, el video en el cual llama gentuza a gente, abro comillas, lo dice él no lo digo yo, de clase inferior a la mía, cierro comillas, y le facilito si quiere el documento que prueba que han recibido dinero de la dictadura bolivariana que asesina a sus ciudadanos en la calle.
     
Tres acusaciones con la única intención de ensuciar a la persona y, a través suya, al partido político que representa. Sólo eso pone de manifiesto la bajeza intelectual del personaje, coloca su estilo periodístico en las coordenadas del repugnante amarillismo. Pero además, cada una de esas imputaciones refleja la torticera actitud de ese pretendido desenmascarador desenmascarado, si no fuera porque no desvela nada: ni a Pablo Iglesias al que simplemente calumnia, ni a sí mismo cuya bajeza moral es palmaria para quien le escucha sólo por un rato. Lo de estar financiado por la dictadura bolivariana, lo desmontó con suma facilidad Pablo Iglesias en su respuesta. El documento probatorio que exhibía tan sólo probaba que el gobierno de Maduro había pagado unos servicios de consultoría a la Fundación Centro de Estudios Políticos y Sociales (CEPS), no a él. Al margen de lo tremendamente discutible que es condenar sin paliativos el régimen venezolano, roza el absurdo concluir que todo aquél que trabaja para el gobierno de ese país es culpable de complicidad en sus presuntos crímenes (a ese respecto, Iglesias señaló que España vende un porcentaje significativo del material militar de que dispone Venezuela). El propio Inda admitió inmediatamente que él no decía (sí lo dijo, véase supra) que quien había cobrado fuera la persona sino la Fundación, pero mientras Iglesias lo puntualizaba y dejaba claro que Podemos no estaba financiado por Venezuela, el "periodista" no cesaba de sonreír con suficiencia burlona como si las palabras del chaval le estuvieran dando la razón. Concluyó Iglesias su respuesta a esta primera imputación diciendo lo siguiente, que es objetiva y completamente verdad: Que alguien que se autodenomina periodista infiera de eso que a Pablo Iglesias le financia no se qué Gobierno revela el nivel a que ha llegado cierto tipo de periodismo en este país. Yo no sé si eres consciente, Eduardo, de la vergüenza que sienten algunos trabajadores de tu periódico cuando se habla de ti, porque hay una cosa que es muy importante y que es el periodismo. Los periodistas trabajan con fuentes ; pueden criticar, pueden incluso dar caña, pero lo que tú haces, Eduardo, es algo rastrero. Y no es la primera vez que lo haces, además, y revela algo que es triste: la condición a la que os habéis convertido algunos en este país.
      
Por supuesto, sin perder su sonrisita desdeñosa, Inda hizo inmediatamente hincapié en que le había llamado rastrero, a lo que Iglesias se disculpó precisando que había dicho que el calificativo lo había aplicado al comportamiento. Desde luego que esa manera de hacer periodismo es rastrera en la tercera acepción del DRAE: es baja, vil y despreciable. Pero es que los rastreros como Inda disfrutan como cochinos en sus chiqueros en cuanto se les da la más mínima oportunidad de sentir ofendido un honor que tanto invocan sin poseer. Así que no desaprovechó la ocasión para sentenciar que "utilizar el insulto como argumento es propio de regímenes fascistas, pero yo no le voy a llamar fascista" (ja, ja ,ja). No, Lalito, dos precisiones: utilizar el insulto como argumento es propio de idiotas de cualquier ideología y calificar a las cosas con adjetivos adecuados (y rastrero lo es para el tipo de periodismo que ejerces) es una elemental práctica de higiene intelectual. Lamentablemente, encuentro en la red varias reacciones a ese debate que alaban la "lección de periodismo" que ofreció Inda y el "baño" que dio al líder de Podemos, lo cual hace pensar que este forma de ejercer la profesión cuenta con amplias aprobaciones y que los varios Indas pululan en los medios cuentan con apoyos de sobra para perseverar en sus torticerías. Nada bueno dice esto sobre el nivel intelectual de nuestro país.
       
No merece la pena entrar en detalle a las otras acusaciones: la de proetarra y la de violento y clasista. He visto los dos videos a que se refería Inda y, por muy desafortunados que puedan parecerles a algunos (por ejemplo, a quienes piensan que la unidad de la Patria es sagrada o a los obsesionados por lo políticamente correcto), de ellos no se infiere en absoluto la descalificación personal que pretende el periodista de El Mundo. Tan sólo apunto que en la conferencia que pronunció en una herriko taberna de Pamplona ante un público obviamente abertzale, estuvo acompañado de un diputado nacional de Amaiur, que no es –por más que no cesara de repetirlo– Euskal Herritarrok, y de un periodista de Gara, que, por muy independentista que sea y por mucho que haya sido "vocero" de ETA, es un medio de comunicación legal. Lo que queda claro en ese video es que Pablo Iglesias apoya el derecho de autodeterminación de los pueblos (yo, ya lo he escrito más de una vez, no creo en derechos colectivos) y que simpatiza con la ideología de la izquierda abertzale, no en absoluto con los métodos criminales con la que la llevó a la práctica ETA. Eso puede gustar o no, pero no deja de ser tremendamente hipócrita que los mismos que condenaban la violencia de ETA con el argumento de que en nuestro país se pueden defender todas las posturas ideológicas de forma democrática, descalifiquen ahora a quienes lo hacen, negándoles la voz porque piensan lo mismo ETA (y, consiguientemente, son ETA). Buena muestra de tolerancia democrática, sin duda, pero también de exquisita finura lógica que me ha llevado a descubrir que yo soy de ETA porque, como muchos de la banda, soy seguidor de la Real Sociedad).
     
   
En fin, para qué seguir ... Añadir nada más que no ha sido el objeto de este post defender a Pablo Iglesias o a Podemos (ya en otro momento me referiré a lo que pienso de este tipo de corrientes antisistema), de quienes poco sé. Lo que pretendo es resaltar el comportamiento de estos periodistas carroñeros que, en la medida en que encuentra aplausos y hasta eco en las mentes de quienes lo escuchan, tan dañino es para la salud mental de los españoles. Confío –quizá ingenuamente– que cada vez sean más los que se indignen con esta forma de hacer periodismo, único camino para erradicar a estos miserables. Y usar este verbo no es fascismo (como me imputaría Inda) sino benevolente deseo de que los sofistas no prevalezcan en la sociedad en la que habito.