Compartir coche
En el verano del 84 tres amigas compañeras del segundo curso de italiano en la Escuela Oficial de Idiomas de Madrid y yo decidimos irnos a pasar un mes a la famosa (para quienes estudiábamos italiano) Università per stranieri de Perugia. Iríamos en mi flamante R5 amarillo chillón, pagando entre todos la gasolina. Sin embargo, cuando apenas faltaban unos días, dos de las chicas (entre ellas, la que me gustaba) se rajaron dejándonos a Ángeles y yo con el papelón poco asumible por nuestras maltrechas economías veinteañeras de cargar con unos costes demasiado altos. Así que, tal como era habitual en aquellos tiempos, fuimos a la TIVE en Moncloa y en el tablón de anuncio pinchamos un papel en el que contamos nuestro planes ofreciendo dos plazas a quienes quisieran venir con nosotros compartiendo gastos. A los dos o tres días me llamó (al fijo claro, que en esa época no había móviles) un tal Nando que, casualidades de la vida, tenía la intención de ir con otro amigo, Paco, justamente a pasar un mes a Perugia, no tanto para aprender italiano, sino porque sabían que la capital de l'Umbria en verano se llenaba de jóvenes de toda Europa con ganas de pasárselo de maravilla (de hecho, fue aquél uno de los mejores veranos que he pasado nunca).
Quedamos para conocernos los cuatro y enseguida nos caímos bien (demasiado, porque Ángeles y Paco se hicieron tilín y nada más empezar el viaje se enrollaron), así que a los pocos días salimos de Madrid y en dos jornadas nos plantamos en Perugia. La noche intermedia, dicho sea de paso, la pasamos en Barcelona, alojados por unos amigos de Nando y yo cometí la estupidez de dejar el coche en el Borne sin sacar mi bolsa del maletero que, cuando fui a recogerla, ya no estaba; o sea, que me fui hasta Perugia con lo puesto y no me arruiné gracias a una estupenda tienda de abbigliamento usato. En esos dos días de viaje terminamos de hacernos grandes amigos y ya fuimos inseparables durante todo el verano, alquilando juntos un apartamento en una casona medieval que habitaba –durante el invierno– una alemana y que realquilaba a muy bajo precio mientras estaba en su tierra. Esto ocurrió hace más de 30 años, y aunque a Ángeles hace ya mucho que le tengo perdida la pista y a Nando lo veo de higos a brevas, Paco se convirtió en uno de mis mejores amigos, con el que años después, ya en Tenerife, montamos estudio juntos, y a fecha de hoy (él de vuelta en Madrid, casado y con tres niñas) seguimos manteniendo la relación.
El otro día, con motivo de los cabreos de los taxistas, me he enterado de que en las grandes ciudades se ha popularizado una aplicación para el móvil llamada Uber que permite al usuario localizar vehículos particulares en su entorno que se ofrecen a llevarlo a cambio de una remuneración. Me imagino (no me la he bajado) que el programita combinará un GPS dinámico que muestre sobre un plano de la ciudad dónde están los coches inscritos en la base de datos, de modos que seleccionas el que más cerca te quede y el conductor recibe un aviso para acercarse a recogerte. Si es así es perfectamente explicable que los taxis sientan que les están haciendo competencia desleal. Pero veo complicado que se pueda prohibir (y más que, aún prohibiéndolo, se pueda impedir) porque no me parece ilegal que dos particulares se pongan de acuerdo para compartir coche. Me da la impresión de que los esfuerzos para cargarse este sistema serán baldíos, como todo intento de poner puertas al campo. Como he leído en algún lado, los taxistas y análogos tendrán, les guste o no, que ponerse las pilas ante este nuevo reto derivado de internet, en el fondo no muy distinto del fenómeno de la piratería y el enrocamiento consiguiente en cuanto a los derechos de autor.
Cuestión distinta es la acusación de que estos usuarios no pagan impuestos, porque eso llevaría a debatir si en estas operaciones hay lucro o simplemente reducción de gastos. El asunto me parece de lo más sugerente, porque abre al debate el tratamiento fiscal de las transacciones no comerciales o, al menos, no claramente comerciales. Pongo como ejemplo otro fenómeno que ya lleva tiempo aunque no ha alcanzado la intensidad suficiente como para preocupar al sector correspondiente de la "economía oficial". Me refiero al intercambio de viviendas, que es una opción muy interesante –sobre todo para familias con niños– para irse a pasar las vacaciones sin pagar alojamiento. Mi hermana, que es usuaria de este modelo, está encantada porque gracias a él ha viajado a varias localidades europeas. Pero imagínense que se popularizara lo suficiente como para que los hoteleros sintieran en carne propia descensos significativos de la demanda. Podrían decir que quienes prestan su casa por quince días están ingresando el equivalente de lo que cobraría un hotel por alojar a una familia ese tiempo (ingreso que luego se gastarían en el pago a los que a su vez les dejan su casa), lo cual no es incorrecto en términos económicos. Por tanto realizan una actividad lucrativa (aunque no cobren) por la que deben tributar. Este tipo de actividades económicas pero al margen del monetarismo (cuyo paradigma es, sin duda, las tradicionales "sus labores") son profundamente incómodas para el sistema, que trata de mantenerlas en posiciones marginales, cuando no puede integrarlas. Y justamente por eso a mí me parecen un ámbito enormemente esperanzador, donde cada vez más van a ocurrir cosas que quizá comiencen a erosionar la opresiva dictadura del sistema económico. Hay muchísimos ejemplos y desde luego internet se está revelando como una herramienta utilísima para propiciarlos.
Pero volviendo al motivo de este post, una vez que me enteré de lo que era Uber, descubrí que hay una empresa llamada BlaBlaCar que es exactamente el tablón de anuncios de la TIVE al que recurrí en el 83, sólo que ahora mediante internet. Te das de alta en la web de la empresa y anuncias el trayecto que vas a hacer y la fecha (está pensado para viajes interurbanos); además dices qué coche tienes, el tipo de música que piensas poner, si admites fumadores, de qué asuntos te gusta charlar, y cuanta información te parezca relevante. Al publicar el aviso, el sistema te dice el tope de dinero que puedes cobrar, calculado según el trayecto, a fin de evitar que se use con fines lucrativos (se supone que la finalidad es sólo repartir gastos). Quien quiera compartir tu coche, después de un rato de comparar las ofertas, simplemente te selecciona y paga mediante tarjeta, recibiendo a cambio un código para que el día de la salida el conductor lo identifique. Éste no recibe el dinero hasta unos días después del viaje mediante transferencia bancaria y la empresa se queda con una comisión que paga el pasajero. Hay muchas más reglas, todas muy bien pensadas para ofrecer suficientes garantías de seguridad y seriedad. A la vista de la mucha oferta que hay en la web (dicen que tienen más de un millón de usuarios al mes), me da la impresión de que el sistema debe funcionar de maravilla y, consiguientemente, los dueños deben estar forrándose con la comisión que cobren (no sé su cuantía) a los usuarios simplemente por disponer de la infraestructura para permitirles ponerse en contacto.
Nada original el invento, que como prueba mi propia experiencia, es bastante anterior a internet. Pero claro, no es lo mismo acercarse a Moncloa para buscar entre el necesariamente limitado número de anuncios de aquel tablón que organizar un tablón equivalente en la red. Lo sorprendente es que la idea de crear en internet una web para compartir vehículo no se le ocurriera a nadie hasta 2004, año en que un francesito que vivía en París y quería ir a pasar las navidades a su pueblo, no encontró ningún billete de tren, y pensó en buscar a alguien que fuera a hacer el mismo trayecto y ofrecerle compartir gastos. Tras un rato de navegar por internet no encontró nada y se dijo que por qué no ofrecer él mismo ese servicio que tan bien le habría venido. Supongo que, antes que a él, a mucha más gente se le habría ocurrido lo que me parece una idea obvia, nada genial. Pero en internet el que da primero se lleva el gato al agua. Lástima que a mí, en 2004, no me preocupaba ya lo de encontrar con quien compartir coche y que cuando podía habérseme ocurrido no existiera internet.
Drive - R.E.M. (Auomatic for the people, 1992)