lunes, 31 de diciembre de 2007

Fin de año

Mi quiosquero habitual, o es un zoquete o un filósofo. El caso es que esta mañana quería comprar yo El País a pesar de ser lunes treinta y uno de diciembre de 2007 (solo lo compro sábados y domingos) para conseguir el documental Invisibles. Llego pues, cojo el periódico y le pido al quiosquero que me dé el DVD. Pero el quiosquero no me entiende y le he de mostrar el periódico para que vea que, debajo de la cabecera, dice clarito "Invisibles, gratis con EL PAÍS. El documental producido por Javier Bardem se entrega hoy". Ya, me contesta, pero vaya usted a saber a qué hoy se refiere, porque mañana también será hoy y ayer era hoy, así que no podemos saber cuándo hay que entregar esa película que usted me dice. Pero, hombre, cuando un diario dice hoy se refiere obviamente a la fecha del mismo; este es el periódico del 31 de diciembre así que ésta es la fecha de hoy y, por tanto, en esta fecha El País entrega gratis el DVD. Ya sé que hoy es treinta y uno de diciembre y que mañana será uno de enero de 2008, y también el uno de enero será hoy, y si no, venga mañana y lo comprueba. Ah, no (se corrige) que mañana no hay periódicos y cierro; bueno, pues entonces venga el miércoles que también será hoy y entonces, a lo mejor, es cuando he de entregarle el video ese. Yo dudo entre carcajearme o desesperarme y, manteniendo la compostura, le pregunto si tiene o no tiene la película. Pues creo que no, me responde, pero es que no hay manera de estar seguro de nada con estos periódicos de Madrid que no dicen las cosas con precisión. Pues vale, me despido, ya vendré el miércoles. Y en otro quiosco dos calles más abajo consigo el periódico y el DVD.

Lo voy leyendo mientras paseo por el parque con mi perra. La concentración cristiana "a favor de la familia": algo menos de 160.000 asistentes según El País, dos millones para los organizadores. Me acuerdo de la web del manifestómetro y apunto mentalmente consultarla al llegar a casa; la estimación de estos chicos varía entre 86.790 y 173.580 asistentes, decantándose por una cifra de la mitad hacia abajo (o sea, en torno a 100.000). Tendría que repetir lo que ya dije en el post que dedique a este asunto; desde luego me maravillo que pueda haber divergencias tan grandes en algo que debiera ser relativamente fácil de objetivar. Por cierto, podríamos también sugerir que se aplicasen a las mediciones de manifestantes las propuestas que hace Crichton para propiciar la objetividad en la ciencia (véase mi post de ayer, domingo 30 de diciembre de 2007). Retomo el hilo: me apetece comentar sobre la familia y los obispos, pero no son estas fechas propicias para ello, así que ...

El artículo que sí me estremece (un poco fuerte el verbo, quizás) es el dedicado a la aparición de un aparato electrónico para leer libros, cuya popularización amenaza con la desaparición del libro tradicional (o, si no tanto, sí al menos la radical disminución demográfica de estos seres de celulosa). Ciertamente, casi todo parecen ventajas y no me cabe ninguna duda de que, al igual que ha ocurrido en el ámbito de la música (y el proceso dista mucho de estar culminado), el Kindle y todos sus demás primos que surgirán (¿o ya han surgido?) significará una revolución en la lectura, la industria editorial, la existencia misma de los libros. Sólo aprecio una desventaja y es la depresión fetichista que para algunos nos va a suponer el nuevo escenario. Pero todo será cuestión de irse acostumbrando al nuevo sistema y sustituir viejos fetiches por otros (o intentar progresar en el desapego budista, siempre recomendable); y, en el peor de los casos, los que percibimos estas desventajas somos cada vez una minoría más ínfima que, además, no es renovable, así que ...

Me interesa el tema del aparatito este y me propongo (el año que viene) investigar sobre el asunto. Creo que las consecuencias pueden ser muy interesantes. Pero tampoco es cuestión de enrollarme ahora y, además, he terminado de ojear el periódico al tiempo que estoy de vuelta en mi casa y pienso que, así a lo tonto, se ha acabado ya esta primera semana de minivacaciones y apenas he hecho el diez por ciento de lo que debía hacer por lo que se queda todo para el año que viene. Y acabaré el 2007 tragándome, por primera vez en mi vida, doce uvas peladas y despepitadas, porque yo lo valgo o porque me estoy volviendo un pijo repugnante y dónde se habrán metido mis principos de antaño. Y ya está bien de sinsentidos, porque en breve habré de ponerme a organizar la cena y no pensaré en ningún propósito de año nuevo vida nueva (salvo los que tengo para la semana que viene) porque es muy deprimente pero, a cambio, estoy dispuesto a iniciar el año adecuadamente borracho (vino y sidra) y colocado (maría); ah, y también procuraré aplicarme un sabio refrán italiano que reza chi scopa in capodanno, scopa tutto l'anno, así que ...

Así que, hasta aquí. Con un fondo de petardos que asustan a mi perra, aprovecho para desearos a todos quienes me leáis un feliz 2008 (pero sin abusar).



PS
: He estado buscando algun video en Youtube alusivo al fin de año y que fuera ingenioso y/o divertido, pero no he tenido éxito. Así que opto por subir, como felicitación, las Danzas Polovotsianas, de Borodín, dirigidas por Bernstein, que tuve la suerte de escuchar en el concierto de navidad de Orquesta Sinfónica de Tenerife en el puerto de Santa Cruz. Así que, imagínemonos en las estepas rusas luchando contra los cumanos en el ejército del príncipe Igor. Feliz año, again.

CATEGORÍA: Irrelevantes peripecias cotidianas

domingo, 30 de diciembre de 2007

Doctrina del shock y cambio climático

Acusa Naomi Klein en su último libro (“La doctrina del shock, el auge del capitalismo de desastre”) a Milton Friedman de ser el principal propulsor de la doctrina del shock, que consiste en someter a grupos sociales a un trauma colectivo (golpe de Estado, atentado terrorista, incluso un desastre natural) a fin de lograr que las personas se vuelvan más vulnerables y presenten menos defensas a las acciones tendentes a conseguir los objetivos de quienes han creado el estado de shock.

Leo sobre este asunto en un blog argentino (prende la luz) que, según declaran sus autores, pretende sacar de la oscuridad a un pueblo que quiere hacerse cargo de su futuro (en cualquier caso, advierto que los artículos son bastante "parciales"). En un breve repaso aplican la tal doctrina del shock a la historia reciente argentina. Es inevitable, al hilo de estos asuntos, recordar las tantas teorías (Michael Moore a la cabeza) conspiratorias del 11S. Se piense lo que se piense, lo que es cierto es que los atentados crearon un trauma colectivo más que suficiente para que la sociedad estadounidense dejase hacer a su gobierno muchas barrabasadas.

En el post que cito, se relaciona el Cambio Climático con la doctrina del shock, partiendo de las conclusiones "periodísticas" de la cumbre del IPCC en Valencia del pasado noviembre ("no actuar ya contra el cambio climático es una irresponsabilidad criminal" y "el mundo dispone de menos de diez años para cambiar su rumbo y revertir un proceso cuyas consecuencias serán catastróficas"). La verdad, cuesta deducir la lógica de tal ilación, pero me atrevo a imaginar que sería algo así como lo siguiente: dado que preferimos ignorar el colapso ecológico que se nos avecina (y no haremos nada para evitarlo), éste efectivamente ocurrirá; en ese momento estaremos ante un shock colectivo (obviamente) y admitiremos la implantación de un fascismo ultramilitarizado.

En esta teoría resulta que "los malos", conocedores de la catástrofe que se avecina, están impidiendo la toma de medidas correctoras (incluso que nos enteremos de la gravedad de la situación) para propiciar el shock. Sin embargo, necesario es admitir que la "cruzada" de Al Gore y el IPCC está ya teniendo bastante éxito en que todos nos enteremos del "colapso ecológico" derivado del cambio climático. Vaya a ser la catástrofe real o no, lo que es cierto es que antes de que ocurra, los apóstoles del cambio climático están logrando que se perciba como tal y, como decía Milton Friedman, basta con eso para que la doctrina del shock sea aplicable. Así que podríamos plantear, aunque sólo fuera a título de hipótesis, que los acontecimientos que estamos viviendo respecto a la transmisión social de la teoría del cambio climático presentan bastante bien las características propias de actuaciones que obedecen a la doctrina del shock. Baste sólo considerar el apoyo prácticamente generalizado de los gobiernos estatales y la desautorización (silenciamiento) de las voces disidentes. Como muestra, lo que leo en la web del Ministerio de Medio Ambiente español: " Una vez que ya está aceptado que el cambio climático es una realidad y que es necesario tomar medidas urgentes ..."

Aunque no con la dedicación que me gustaría (me falta el tiempo y me sobran cosas que hacer) he estado recopilando y leyendo información sobre el cambio climático. El tema es complejo y me obliga a estudiar para entender mínimamente de lo que se habla. Aun así, puedo asegurar que me encuentro con muchas (demasiadas) voces disidentes y la mayoría de ellas para nada me parecen sospechosas de estar a sueldo de las grandes compañías petroleras. De otra parte, es llamativo el contraste entre los discursos de ambos "lados". Quienes no están de acuerdo con que el calentamiento sea debido a la actividad humana, se esfuerzan en dar datos, señalar las contradicciones, citar las fuentes, etc ... Los "creyentes"(que son muchísimos más en la Red) se limitan a dar por sentado que la culpabilidad de los humanos es un hecho y, a partir de ahí, construyen sus diversos razonamientos. No hay pues debate (o yo todavía no lo he encontrado), pues quienes se posicionan con las tesis oficiales ni siquiera se molestan en rebatir los argumentos de los disidentes. Esta actitud por sí sola es ya bastante sospechosa.

Pero es que, como el propio Ministerio reconoce (sin darse cuento, imagino, de la aberración en que incurren), el cambio climático ha salido ya del ámbito científico para pasar al político. Y en este otro ámbito las reglas son distintas. Naturalmente, la primera víctima (como en las guerras) es la Verdad. Como anécdota curiosa de la que me he enterado hace unos días hojeando un libro que al final no compré, parece ser que Gore presidió un subcomité del senado de los USA (antes de ser vicepresidente) que trataba justamente sobre los métodos científicos y la prevención del fraude; puede que ahora, que prefiere el apostolado al cuestionamiento crítico, ya no se acuerde de aquellos días. También es curioso que uno de los políticos que más importancia tuvo en el desarrollo y afianzamiento de internet, tenga en la Red las voces que más le discuten; a este respecto, es famosa la broma que parece que hizo el propio Gore en el show de David Letterman: "Recuerda, América, que yo te di internet, así que puedo quitártela". Confío en que no tenga tentaciones totalitarias de ese estilo.

En fin, volvamos al tema; hace un par de días, Javier Carrascón me facilitó el enlace a un blog de medio ambiente y urbanismo y, específicamente, a un post en el que está traducida una conferencia de Michael Crichton (sí, el escritor de best-sellers) del 17 de enero de 2003. El título de la charla es fantástico: "Los extraterrestres son los causantes del calentamiento global". Pero, a partir de este gag provocador, Crichton repasa las relaciones entre ciencia y política en los últimos cuarenta años y aporta, a mi modo de ver, algunas claves significativas sobre lo que está pasando en estos tiempos con el asunto del calentamiento global.

Resulta curioso (otra casualidad de algún azar juguetón) que antes de leer ese texto de Crichton andaba yo dándole vueltas (como comento en los párrafos anteriores) a cómo la política prostituye la que debería ser una exigencia ética fundamental de cualquier sociedad: la búsqueda de la verdad. Y haciendo eso, sin duda, ataca al centro más íntimo y profundo de nuestra libertad, que se vincula a nuestra capacidad de pensar libremente. Pues resulta que la charla de Crichton trata justamente de lo mismo. Quise terminar mi propia traducción (no me gustaba demasiado la del blog que me facilitó JC) antes de publicar este post, con la idea de aprovechar para añadir mis comentarios. Pero creo que estoy más guapo calladito, así que lo que hago es simplemente recomendar la lectura de la citada conferencia (es entretenida). Los que sepan inglés pueden acceder directamente a la web de Crichton y los que no pueden ir al blog que me facilitó Javier o bien bajarse mi versión desde aquí.

Nada más; ya seguiré poniendo algún que otro post sobre este tema. Entre tanto, sugiero que nos cuestionemos si la doctrina del shock es congruente con el activismo del cambio climático y, si la respuesta es afirmativa, especulemos sobre los posibles motivos que tienen Gore y sus amigos para vendernos una catástrofe inminente. Y, desde luego, feliz año a todos; deseo encarecidamente que el 2008 nos exima de catástrofes climáticas y, ya puestos, de cualesquiera otras; a cambio, que nos ofrezca las dosis de felicidad que cada uno requiera.



PS: La canción es Make me smile (Come up and see me), interpretada por sus autores, Steve Harley & Cockney Rebel, una banda británica de los setenta. No es que tenga mucho que ver con el post, pero me sonó el otro día (cantada por Suzi Quatro) y me puso de buen humor. Me gusta la alegre ligereza de su melodía, las descaradas influencias dylanianas y, sobre todo, el estribillo: "ven a verme y hazme sonreir; haré lo que quieras durante un rato". Y es que sonreir es muy bueno, incluso aunque no te apetezca.

CATEGORÍA: Todavía no la he decidido

martes, 25 de diciembre de 2007

Diarios de Fabián Weacock (Nota previa del editor)

Acontecimientos recientes

El presente volumen es la transcripción de las páginas manuscritas que pudieron recuperarse de los cuatro cuadernos que Fabián Weacock guardaba en el escritorio de su despacho de director del Centro de Salud Mental Vega del Jarama, integrado en la red sanitaria pública de la Comunidad Autónoma. Como es sobradamente conocido, dicho centro sanitario quedó asolado por el devastador incendio de la pasada nochebuena. El día veinticuatro, hacia media tarde, una llamada anónima alertó de la colocación de varios dispositivos incendiarios, requiriendo la pronta desocupación del inmueble. Agentes de defensa civil y del servicio antiterrorista, pese a rastrear con las más modernas técnicas todo el edificio, no pudieron detectar nada; sin embargo, a instancias del propio Weacock, se optó por el desalojo de pacientes y personal sanitario, tarea que fue culminada poco antes de las nueve de la noche. El viejo caserón quedó pues vacío, así como los frondosos jardines que lo rodean; la parcela, acordonada en todo su perímetro por las fuerzas de seguridad. Hacia medianoche, en breves segundos, varias explosiones seguidas, rematadas por una traca final tremendamente sonora, dieron paso a una espectacular llamarada que brotaba salvaje hacia el cielo rasgando el lucernario del patio central; otras más pequeñas, como ramas de un mismo árbol ígneo, asomaban por las varias ventanas de ambas plantas. Las labores de extinción fueron largas y penosas; estaba alto el sol cuando se dieron por acabadas. Del elegante edificio fin de siecle quedaba poco más que un esqueleto de hierros y ladrillos; paredes carbonizadas, ventanas sin cristales, los faldones de las cubiertas hundidos en su mayor parte ...

Fue entonces, cuando las autoridades sanitarias recuperaron el control, que se constató la desaparición de Weacock. La jefa de enfermeras resultó ser la última persona que lo había visto, cuando juntos dieron una última ronda de inspección por el Centro, más o menos hacia las nueve y media de la noche. Algo después, sobre las diez, con apenas un par de minutos entre ambos, Weacock había grabado dos mensajes en sendos contestadores telefónicos. El primero, en el de la consulta del doctor Francisco Aiza, presidente de la Asociación Española de Psiquiatría; el segundo, en el de la sede barcelonesa de la Agrupación Gestáltica Europea. En ambos decía lo mismo: "Soy Fabián y esto es una despedida; así que ajo y agua, y a olvidarse de mí, hijos de puta". Ambas llamadas fueron realizadas desde un móvil que no volvió a usarse. Pasado el incidente se comprobó que faltaba también uno de los pacientes del Centro, cuya identificación no ha sido facilitada hasta la fecha por la autoridad judicial. No obstante, se sabe que ese paciente era un extraño personaje, de cierta categoría, a quien el director le concedía no pocas prebendas. Se dice, por ejemplo, que pocos días antes del incendio este paciente, acompañado por dos enfermeros, había salido del Centro para gestiones particulares; de hecho, nadie estaba seguro de haberlo visto de regreso.

La publicación de los cuadernos de Weacock no ha estado exenta de avatares. El incuestionable prestigio del profesor, reconocido como una de las mayores autoridades en las patologías esquizoides y un polemista controvertido que estaba aportando nuevos enfoques a la psicología de la conciencia, era motivo más que suficiente para que varias editoriales se interesasen, al certificarse su desaparición y encontrarse los cuadernos, en su publicación. Sin embargo, tanto el doctor Aiza de la AEP, como el señor Marc Caspers de la AGE, se opusieron insistente y aparatosamente a que los cuadernos viesen la luz, argumentando la conveniencia de que fueran previamente estudiados y expurgados por sus respectivas instituciones. Cada uno alegaba presuntas relaciones de colaboración científica con Weacock, llevadas a cabo con intensa afinidad; sin embargo, no aportaron ninguna prueba convincente al respecto, máxime cuando ellos dos eran justamente los receptores de los insultantes mensajes telefónicos. Finalmente nuestra editorial, en la que Weacock ha publicado el grueso de su importante obra, obtuvo la autorización judicial para disponer de los cuadernos y darlos a conocer al público interesado.

Breves apuntes biográficos

Fabián Weacock tenía 49 años en el momento de su desaparición. Nacido en Mendoza (Argentina), con apenas ocho años perdió a sus padres en un accidente de tráfico. Una Fundación benéfica judía radicada en Florida (USA) se ocupó desde entonces de su tutela, de acuerdo a disposiciones testamentarias de Deborah, la madre. Muy poco conocemos de los antecedentes familiares de Weacock, que él procuraba ocultar, cuando no envolver en sombras de misterio. Sabemos, eso sí, que su padre era un ingeniero de origen británico que trabajaba para una compañía ferroviaria en el norte de la Argentina. Archibald Weacock había conocido a Deborah durante la estancia de la joven en Mendoza. Debbie era una joven cubana, se decía que de una muy buena familia de la isla, terratenientes del tabaco; también se decía que viajaba por el continente para mantenerse apartada de la convulsa situación cubana. Fuera verdad o no (otras versiones refieren que la chica era hija ilegítima de un gangster judío que controlaba los casinos de La Habana), lo que parece cierto es que Debbie, de veintidós años, y Archibald, de cuarenta, se conocieron y enamoraron en la fiesta de año nuevo de 1958. El amor fue algo más que platónico y para San Valentín el inglés dejó claro que sabía cuál era su deber de caballero. Así que, en los últimos días del verano austral se celebró la boda y a finales de agosto del 58 nació un niño. Se le llamó Fabián porque tal era el nombre de quien fue su padrino, un mulato enjuto que hablaba con miradas silenciosas y que acompañaba a Deborah en su viaje. Fue este Fabián quien, ocho años después, sin apenas explicaciones, embarcó con el pequeño Weacock en un avión a Miami.

Tampoco tenemos muchos datos del Fabián niño y adolescente. Parece que vivió en diversas ciudades de la costa atlántica estadounidense, siempre en barrios residenciales periféricos y asistiendo a selectos colegios privados. Era un chico extremadamente inquieto pero también muy inteligente; con sólo diecisiete años, ya graduado en biología, aprobó el examen de admisión de Medicina con la mejor nota de su promoción y entró en la Universidad Johns Hopkins, en Baltimore. Desde los primeros cursos, Weacock manifestó sus preferencias por la psiquiatría y, especialmente, por las corrientes más críticas provenientes del psicoanálisis. El propio Weacock, años más tarde, confesaría que la lectura en esos años del libro de Thomas Szasz, El mito de la enfermedad mental (1961), le impresionaría profundamente; tanto que en el tercer curso decidió trasladarse a la Universidad de Siracusa (NY) y convertirse en alumno del célebre psiquiatra de origen húngaro. Al año siguiente, sin embargo, cruzó el país para matricularse en la Universidad de California en Santa Cruz con la intención de asistir a las clases de Gregory Bateson, cuyos enfoques semióticos sobre la esquizofrenia y sus planteamientos holísticos le interesaban sobremanera.

Fabian Weacock tenía veinte años recién cumplidos cuando se instala en California. Probablemente no llegaría a asistir a las clases universitarias de Bateson quien, en ese año 1978, abandona la universidad para pasar los dos últimos años de su vida dirigiendo cursos nada convencionales en el Instituto Esalen. Con casi total seguridad, Weacock seguiría al anciano profesor a esa extravagante institución, en la que se combinaban charlatanerías vacuas de una balbuceante new age con intuiciones geniales de tantos notables que por allí pasaron. Es posible que contemplando los mágicos atardeceres sobre un pacífico tantas veces embravecido contra los acantilados del Big Sur, nacerían muchas de las ideas que Weacock luego habría de desarrollar. También allí, en la costa californiana, conoció a Thalía, una mexicana veinteañera peleada con su millonaria familia del DF y refugiada en Esalen gracias a la generosa asignación de su abuela. Unos cinco años, vive Weacock en California; suponemos que cursó varias disciplinas, completando la licenciatura en medicina y llegando a trabajar en el Mental Research Institute de Palo Alto. En 1981 nace su hija Sarah y unos meses después contrae matrimonio con Thalía.

El periodo californiano toca a su fin en enero de 1983. En esa fecha, Weacock, Thalía y Sarah viajan a Miami convocados por la Fundación que, hasta entonces, le prodigaba un más que generoso sustento económico. Parece ser que la estancia en Florida tuvo por objeto una especie de liquidación financiera, acabando a partir de entonces la vinculación entre Weacock y la misteriosa institución judía. Años después, con motivo de la tan aireada disputa con los laboratorios Novartis de Basilea a propósito de los inhibidores de serotonina en el tratamiento de la esquizofrenia, se publicó en algunos periódicos de países centroeuropeos que la fortuna de Weacock (parte de la cual estaba invertida, justamente, en la industria farmacéutica suiza) tenía su origen en la herencia del multimillonario mafioso Meyer Lansky, precisamente muerto en Miami en enero de 1983. Preguntado al respecto, Weacock eludió cualquier explicación, limitándose a afirmar que, de acuerdo al testamento de su madre, había de acceder al control de su patrimonio al cumplir los veinticuatro años.

En 1985 Weacock y su familia fijan su residencia en Madrid. Antes habían pasado poco más de un año en México DF, tiempo en el que Thalía se reconcilió con sus padres. Durante su estancia mexicana, avalado por su suegro, un importante industrial muy relacionado con el sector biotecnológico californiano, Fabián estrecha contactos con importantes personajes del mundo financiero y académico, rumoreándose que ingresa en distintos círculos más o menos restringidos y más o menos esotéricos. En esa misma línea, se afirma que su desplazamiento a Madrid obedecía a oscuros designios de algún tipo de conspiración secreta. Como fuera, lo cierto es que al poco tiempo de su llegada el nombre de Weacock adquiere notoriedad en los ambientes psiquiátricos y desde entonces ha sido referencia inevitable no sólo en el campo de la salud mental sino en muy diversas áreas de la vida cultural y social española.

Estos últimos veintidos años españoles habrían sido la vida feliz de un profesional de éxito si la tragedia no la hubiese rasgado con un zarpazo cruel y repetido. En el verano de 1987, Thalía y Sarah, de 28 y 6 años respectivamente, mueren en el acto en un brutal choque contra un camión en la autopista de La Coruña. El golpe cambia radicalmente el modo de ser de Weacock; deja de ser una persona alegre y extrovertida para convertirse en un hombre huraño, de exacerbado sentido crítico. Abandona su recientemente ganada cátedra en la Universidad Autónoma y se encierra durante dos años en su casa de la colonia de El Viso, dedicado a la lectura y a la investigación. Ya en los noventa, tras la publicación de su controvertido ensayo Contra casi todos (fobias psiquiátricas argumentadas), vuelve a la vida pública, afianzando su fama de sabio erudito, contertulio incómodo, profesional riguroso, polemista acerbo y misógino insolidario. A pesar de haber siempre negado cualquier concesión a la corrección política (y mucho menos adulado a los poderosos), sus incuestionables cualidades profesionales le granjearon los apoyos suficientes para ocupar cargos relevantes en el sistema de salud, como el que desempeñaba en el momento de su desaparición.

Los cuadernos

Parece bastante claro que en los cuadernos que ahora presentamos Weacock vertía, no muy ordenadamente, sus ideas sobre la esencia de la realidad y de cómo la percibimos, con vistas a una publicación de naturaleza divulgativa. Es fácil colegir que la escritura de cada una de las entradas corresponde a una reflexión a partir de la lectura de alguno de los autores principales en este debate; en cierto modo, no sería muy erróneo afirmar que el ensayo que estas notas esbozan podría haber sido una continuación y profundización de su polémica obra Contra casi todos. Muchos de los autores que entonces eran objeto de sus refutaciones críticas (Jung, Laing, Lacan, Bion, Schneider, Reich, Jaspers, Foucault, Szasz, Bateson ...) son revisitados; pero aparecen nuevos, escasos los provenientes de la psiquiatría/psicología y, en cambio, abundantes los pensadores de otros humanismos, especialmente filósofos y antropólogos. Entre las novedades sobresalen personajes iconoclastas y, sobre todo, materias que tienen poco encaje en los curricula académicos y que suelen agruparse bajo la ambigua etiqueta de esoterismos.

No es nuestra intención pontificar sobre las tesis de Weacock, máxime cuando los propios cuadernos no van más allá de señalar rutas que están muy lejos de ser precisas. Aun así, no creemos errar en demasía, si apuntamos que sus indagaciones desarrollan la identidad esencial entre realidad e información. Somos sólo información; tal es el núcleo subyacente a la materia, a la energía. Weacock parte de la trinidad lacaniana (lo real, lo imaginario y lo simbólico) para admitirla sólo a efectos didácticos, pero negándola como herramienta de conocimiento. De hecho, sostiene, el discernir entre los tres niveles, en vez de ser una nota de salud mental, representa la más profunda limitación del humano y, por ende, su trágica condena existencial. La esquizofrenia aparece, bajo esta óptica, gracias a su confusión decodificadora, como una de las vías de escape de nuestra condición maldita. Aunque no es la única, ni siquiera la más adecuada, debido a las crisis orgánicas y vitales que conlleva, ha sido a partir del estudio de estos pacientes, parece insinuar Weacock en algunos pasajes, y de su correlación con diversas experiencias antropológicas, que se le han abierto otras posibilidades de conocimiento. En este sentido, las notas que en el cuaderno cuarto dedica a las principales obras de Mircea Eliade son sorprendentes y obligarán, sin duda, a una revisión crítica de las tesis clásicas del sabio rumano. Ciertamente, cuesta negar la ilación que propone entre el mito y el sueño, más allá de la barrera de la muerte, así como resulta de lógica necesidad la existencia, aunque solo fuera teórica a modo de una constante física, del decodificador (o codificador, si se prefiere) universal y atemporal, la sustancia a la que Weacock bautiza con el curioso término de necrosomnia.

No sigamos elucubrando y dejemos a los interesados que lean libres de prejuicios las páginas que siguen. Estamos seguros, en todo caso, de que las revolucionarias tesis, que más que sostenerse se apuntan, han de convertirse en material fecundísimo de próximos debates, revisiones académicas, desarrollos científicos, creaciones filosóficas. Pero antes de cerrar la introducción conviene aclarar algunos extremos sobre esta publicación. En primer lugar, como el lector comprobará, el volumen que tiene en sus manos está dividido en cuatro partes, correspondiendo a cada uno de los cuatro cuadernos recuperados. El orden de cada parte de este libro coincide con el orden sucesivo de las páginas del cuaderno de que se trate, que presumimos cronológico (cuando Weacock marca la fecha de lo escrito, se ha dejado constancia de ésta). Sin embargo, parece que nuestro autor escribía en los cuatro cuadernos simultánea, alternativa o aleatoriamente; por tanto, es difícil asegurar las relaciones temporales entre páginas de dos cuadernos distintos. Parece lógico pensar que Weacock dedicaba cada cuaderno a unos propósitos específicos, pero las hipótesis al respecto preferimos dejarlas al lector. Otra advertencia importante es que varias páginas de casi todos los cuadernos estaban muy deterioradas por el fuego, resultando ilegibles; tal circunstancia se hace notar pertinentemente en la presente edición. Por último debemos decir que hay suficientes motivos para pensar que estos cuadernos no eran, en absoluto, el único material, ni siquiera el más relevante, que Weacock estaba produciendo acerca de sus preocupaciones intelectuales. Tenemos casi la certidumbre de que Weacock desapareció llevándose ingente cantidad de información sobre los asuntos de que tratan los cuadernos. Descartado que la presencia de los cuadernos en el despacho del Centro se debiera a un olvido, la pregunta es obvia (aconsejamos que se mantenga en la mente durante la lectura de las siguientes páginas) : ¿Qué pretendía Weacock dejando que se conociera el contenido de los cuadernos?


La canción de Genesis se llama Danzando con el Caballero de Luz de Luna y es de 1973 (como la de Cat Stevens del post anterior). En esos años Peter Gabriel y sus chicos tuvieron algunas experiencias de acceso a niveles paralelos de realidad que luego contaron a Weacock. El caballero de la canción habrá de volver a visitarnos.


Procedencia de algunas de las fotos de este post: La de la arbolada calle de Mendoza pertenece a Febo y está obtenida del Foro argentino de SkyscraperCity; las dos de la Universidad Johns Hopkins (el interior de la Peabody Library y la vista nevada del exterior de Gilman Hall) provienen de la correspondiente página de wikipedia; la de la costa californiana de Big Sur es de kudaker y la encontré en Flickr; la del edificio de Novartis en Basilea pertenece a un reportaje de C. Pascual en la web de El País; la de la vivienda racionalista de la colonia de El Viso, en Madrid (obra de Rafael Bergamín en los años 30) está tomada de un interesante catálogo de arquitectura que habré de revisar con calma; el dibujo de Michel Foucault es de Roy Boshi (alterado digitalmente por mí) y está alojado en wikipedia; la última fotografía, Sombra en Rojo, es de Martín Gallego.

CATEGORÍA: Ficciones

domingo, 23 de diciembre de 2007

Felicidad e inconsciencia, personal y colectiva

Nación feliz, sin duda, la que no tiene ningún pensamiento sobre sí misma. La frase anterior la leo en un artículo de Carlos Taibo sobre el Nacionalismo español, el primero de un libro colectivo con este mismo título (Los Libros de la Catarata, 2007). La frase es una cita de un tal Harold Lasswell, a su vez citada por RL Ninyoles en otro libro de título similar (Nai España. Aproximación ó nacionalismo español). Los confines de mi ignorancia quedan infinitamente lejanos y en su inmenso océano flotaba, entre tantísimos otros, ese Harold Lasswell. Pero existe internet y google en cinco centésimas de segundo me encuentra cincuenta y tres mil trescientas referencias a este señor. Norteamericano de Illinois, Lasswell (1902-1978) es considerado el fundador de la psicología política. Analizó profundamente la propaganda y abrió las vías metodológicas para estudiar cómo se produce la influencia en la sociedad, cuestión clave en los debates sobre el ejercicio de la libertad en la democracia y temas afines.

Pero en la Red no encuentro la frase de Lasswell (me interesaba el contexto). Taibo, como he dicho, la cita de segunda mano, tras leerla en la traducción gallega de un libro que, publicado en castellano en 1979, fue famoso a principios de los ochenta (Madre España). Su autor, Rafael Lluis Ninyoles, uno de los nombres más importantes de la sociolingüística catalana, es profesor de la universidad de Valencia y cuenta con varios escritos sobre conflictos nacionales, centrados principalmente en las vertientes lingüísticas. El caso es que Madre España es un libro que sé que he tenido y leído, pero al ir a buscarlo en mi biblioteca no lo encuentro (tampoco es demasiado de extrañar, dado el desorden en que se encuentra). Con lo cual me quedo con las ganas de contextualizar, aunque fuera indirectamente, la frase de Lasswell.

Como sea, Taibo trae la cita a colación de la reflexión permanente sobre la condición nacional que este país ha ¿padecido? y, desde luego, sigue padeciendo. Parece que el fenómeno de autoanálisis psico-colectivo data de principios del XIX, cuando los ilustrados españoles de entonces decidieron con entusiasmo abolir el antiguo régimen e inventar el estado-nación que todavía somos (Cortes de Cádiz). Fuera para siempre el país patrimonio de los reyes (aunque sigamos manteniéndolos) y construyamos un estado de ciudadanos (aunque no todos hayan de ser iguales en el reparto de la tarta). Pero no se trata de debatir, sino de dejar constancia de que llevamos al menos doscientos años dándole vueltas al psicoanálisis nacional. En la misma sopa, guste o no, están por supuesto los españoles que no quieren serlo. Tanta preocupación esencialista puede ser síntoma de alguna patología porque, si no, ¿de qué? Esa importancia que le damos a nuestra identidad nacional (para afirmarla, para negarla, para oponerla otra a la cual damos también tanta importancia) .... ¿No revela acaso carencias en nuestro propio ser personal?

El protagonista de una novela que leí hace no mucho (y que ya no recuerdo cuál era) declaraba la incompatibilidad entre ser feliz y ser consciente; o se busca la felicidad o se busca la verdad, algo así. Muchos estarían de acuerdo en esa apreciación y aceptarían el corolario: ¿Eres feliz? Entonces eres un inconsciente. En esta tesis, pensar, reflexionar, cuestionarse, nos alejarían de la felicidad. De hecho, ¿para qué pensar más allá de los automatismos cerebrales? Cuando se hace es frecuente poner en crisis nuestras estructuras internas, las que nos dan estabilidad; y, si eso ocurre, viene la ansiedad. Ciertamente por esos derroteros no se llega a finales felices ... ¿o sí? A propósito viene transcribir un párrafo del primer capítulo de Las Benévolas, la novela de Jonathan Littell premiada el año pasado con el Goncourt:

No; lo que resultó penoso, agobiante, fue dedicarme sólo a pensar. Consideradlo: ¿en qué pensáis en el transcurso de un día? En muy pocas cosas, de hecho. Sería facilísimo clasificar de forma razonada vuestros pensamientos habituales: pensamientos prácticos, o automáticos, planificación de gestos y de tiempo (por ejemplo: poner a hervir el agua del café antes de lavarse los dientes, pero meter las tostadas en el tostador después, porque tardan menos en hacerse); preocupaciones del trabajo; incertidumbres financieras; problemas domésticos; ensueños sexuales. Os ahorraré los detalles. Durante la cena, le miras la cara a tu mujer, que va envejeciendo, mucho menos sugestiva que la de tu amante, pero con mucho más estilo en todos los aspectos; qué le vamos a hacer, es la vida; así que habláis de la última crisis ministerial. En realidad, os importa un carajo la última crisis ministerial, pero de algo hay que hablar. Si dejáis de lado ese tipo de pensamientos, estaréis de acuerdo conmigo en que ya no queda mucho que digamos. Por supuesto que hay momentos diferentes. De forma inesperada, entre dos anuncios de detergente, un tango de antes de la guerra, La Violeta pongo por caso; y hete aquí que resucitan el chapoteo nocturno del río, los farolillos del merendero, el leve olor a sudor en la piel de una mujer jubilosa; a la entrada de un parque, el rostro sonriente de un niño nos devuelve el de nuestro hijo un segundo antes de que eche a andar; por las calles, un rayo de sol atraviesa las nubes e ilumina las hojas anchas, el tronco blanquecino de un plátano y, de pronto, nos acordamos de nuestra infancia, del patio de recreo del colegio donde jugábamos a la guerra, vociferando de pavor y de dicha. Acabamos de tener un pensamiento humano. Pero ocurre muy de tarde en tarde. (Página 15)

Pues sí, es verdad que pensamos poco y que lo que llamamos pensamientos son del tipo de los que describe Max Aue, el ex SS que narra en primera persona los horrores del nazismo en guerra. Sin embargo, no creo (o no quiero creer) que felicidad y reflexión sean incompatibles, salvo que la felicidad que admitamos sea muy parecida a un opiáceo. En todo caso, ni siquiera creo que sea una opción; me temo que, en la casi totalidad de los casos, te sacan a patadas de las ficciones bucólicas, por más que haya (¿hayamos?) tantos empeñados en reconstruirlas a cada rato. Si, en cambio, uno se atreve a verse desnudo siempre estará la angustia, pero de esa materia también estamos hechos. Al cabo, le felicidad bien entendida no es sino una forma de consciencia (y, de más está añadirlo, no es incompatible con el dolor).

Lo que intuyo como proceso para los individuos no lo veo tan claro (en absoluto) para las colectividades. Traicioneras son las analogías (y mucho más lo son las metáforas) y me echo a temblar cuando se habla de identidades colectivas o se personifican pueblos (o naciones). Dicho lo cual, tiendo a ser prudente al referirme a esencias nacionales y a las consiguientes existencias per se (al margen de sus ciudadanos, trascendiéndoles). Sin embargo, aunque me falten datos para garantizar una mínima seriedad comparativa, si en España hay (ha habido) muchos (relativamente) ciudadanos que se han preguntado por su esencia, habrá que concluir que algo peculiar hay sembrado entre nosotros. Dada la permanencia de componentes morbosos en esas reflexiones (con frecuentes tendencias a la grandilocuencia), me inclino a coincidir con la frase de Lasswell y pensar que alguna patología sociológica nos aqueja.

Por eso, quizás, convenga desarmar lo más posibles los discursos esencialistas de la escena política. Pero mi deseo para el año que viene (además de la paz mundial y la fraternidad universal) caerá nuevamente en vaso roto y seguiremos en este debate estéril de naciones y pueblos. Tenemos, creo, sobredosis de sentimiento nacional (sea éste español, vasco, catalán, gallego, canario o el que se quiera), lo cual influye más de lo recomendable en nuestras emociones, en nuestra percepción de la realidad, en nuestra forma de pensar. A mi modesta manera de ver, sería saludable (desde la óptica de la felicidad de cada uno de nosotros y nuestro mejoramiento personal) que nos desnacionalizáramos lo más posible, que rechazásemos lo que, en el fondo, no es sino manipulación desde todos los frentes o una nube de humo, como diría el lexicógrafo de la nave Beagle III-09876, que actualmente se encuentra en órbita sobre la Tierra.

Quiero acabar este post deslavazado citando, también de segunda mano, a un hombre a quien tuve (¿tengo?) aprecio. Transcribo a Carlos Taibo (del libro citado): Creo que fue Manuel Vázquez Montalbán quien, enmendándole la plana irónicamente a José Antonio Primo de Rivera, habló al respecto de una unidad de desatino en lo "universal". Pues eso, que desatinemos lo menos posible o que nos permitamos aquellos desatinos que contribuyan a nuestras felicidades. Y feliz navidad, claro.


PS: No es que esta canción tenga que ver con el post, pero es que me sonó ayer sin esperarla y me trajo, como catarata, recuerdos de mi adolescencia.

CATEGORÍA: Política y Sociedad

martes, 18 de diciembre de 2007

Habla Gabriela al otro lado del espejo

Cuando crucé, me vi en una sala de blanca inmensidad. Seis planos diédricos, superficies níveas brillantemente pulidas, cada una cruelmente sujeta por cuatro líneas aceradas, aristas en las que el blanco planar se intensificaba en luz hiriente. Miré en mi derredor y nada vi, salvo el color blanco de la nada. El aire que no había empezó a remolinearme en una espiral cónica cuyo eje horadaba mi médula. Fui girada sobre mí misma rindiendo los ojos al estupor de la desorientación. Ya no había espejo y enseguida no supe qué eran paredes, qué suelo y qué techo. Las aristas de luz vibraban y se tornaban curvas, desgarrándose de los planos que ataban. Y así, líneas, planos y espacio escapaban de la geometría rígida y me envolvían transfigurándome. Yo era el espacio que me contenía y entonces empecé a escuchar los cantos.

Eran millones de voces superpuestas en los miles de idiomas de los muertos. Pese al guirigay de sonidos mi alma se mecía tranquila entre ellos, identificándolos en el no tiempo y uno a uno sintiéndolos. Paseaba oyendo, oliendo, tocando y viendo las voces con sus caras y aromas, sus brumas de sueños. Me enredaba y desenredaba en múltiples recuerdos y así, acento tras acento, oí el áspero rasgueo de la sílabas osetias que refrescaron mi cara con los aires del Cáucaso. Saludé a un hombre joven, de ojos azules profundos y tristes, cuya mirada evocaba una larga estirpe desde los sanguinarios escitas. Supe enseguida que él había de ser quien me confesara el secreto, quien me recordara lo que el ángel ocultó al sellarme los labios. Entonces, callaron todas las voces, se detuvo el revoloteo incesante.

Quise acercarme al joven escita pero estalló en añicos acristalados el silencio inaudito. De pronto estaba sola en una nave hipóstila reverberada con ecos sordos. Los aleteos de un ave a mi espalda me alertaron; una gran rapaz en rápido vuelo pasó sobre mí, dejando caer dos largas plumas. Asiéndolas, deje que me arrastraran tras ella y sentí mi cuerpo, vestido con túnica blanca, convertirse en móvil aéreo entre columnas de mármol. Volaba y volaba y volaba, jaleada por los murmullos sordos e ininteligibles, hasta que el espacio se abrió a un cielo infinito y callaron los rumores y apareció el color y la música, plena de notas mojadas.

Estaba en un prado, una inmensa llanura de yerba verde, una alfombra húmeda, mullida en la que mis pies descalzos se hundían. El ave había desaparecido; también las plumas. Ante mi, sólo verde y azul en dos bandas horizontales, límpidas, que dividían mi panorama. Empecé a andar sin referencias, dejando que esa música absoluta me guiase. Anduve un tiempo que se me hacía eterno, por más que supiese que no transcurría. Sin embargo, sentía en mi cuerpo la retrospección orgánica. Caminaba con la mirada alineada en el horizonte mientras mis células deshacían hacia atrás su desarrollo y así fui joven, niña, embrión y me descubrí luego una anciana, una mujer madura, otra joven, otra niña, otro embrión y de nuevo anciana, mujer, niña, embrión y así una y otra vez, cada vez más rápido, mientras el paisaje mutaba y, despacio, se iba salpicando de detalles, desperezando sus topografías la llanura, estarciéndose de nubes el cielo. No sé cuantas generaciones había recorrido, ni sé siquiera si fueron todas en una misma dimensión vital, cuando divisé a lo lejos los primeros arbolillos de un bosque otoñal. Para entonces, la melodía transitaba en arpegios cada vez más sombríos como iban tornándose los colores del prado y del cielo. El azul se oscurecía y nubes deshilachadas aparecieron como latigazos caprichosos. Aceleré mis pasos.

Llegué al bosque cuando la luz del aire se había tornado del color del fuego. Me di cuenta, sin apenas asombro, de que mis pies flotaban sobre un mar de hojas secas y de que la materia de mi cuerpo se hallaba en un estado a medio camino entre lo sólido y lo gaseoso. Era una especie de ectoplasma gelatinoso, de apariencia cambiante. Mi rostro (sí, podía vérmelo) eran mil rostros en etéreas superposiciones sucesivas y mi piel vibraba dibujando fractales en el aura. El bosque era un hayedo, muy igual y también muy distinto de aquél en el que me revelaste tu secreto. Las hojas infinitas teñían con todos los colores del otoño acordes de violines largamente sostenidos. Llegada al centro del bosque, la ansiedad me atenazó. De pronto la música había cesado, el aire se aquietó pesado, la sinfonía vegetal se atenuó hacia un gris rojizo. Los troncos desnudos se llenaron de ojos que me miraban. Son los ojos azules del joven escita que se multiplican y empiezan a sangrar fluidos negros que, resinas viscosas, resbalan por las cortezas de las hayas y corren formando ríos radiales hacia mí, haciendo un charco negro de líquido denso y frío en el que me hundo; aunque no sé si soy yo la que caigo por el sumidero oscuro o, por el contrario, es esa sustancia la que se convierte en columna mercuriana y me penetra por la vagina, invadiéndome, llenándome. Y entonces, justo cuando estoy a punto de sentir en el paladar el sabor acre del miedo líquido, oí tu voz gritando mi nombre.

Cada sílaba de mi nombre por tu voz multiplicada se hizo un eslabón de una cadena de terciopelo y esa cadena se enroscó con cien vueltas alrededor de mi cuerpo para de golpe, como si fuera jalada por una voluntad omnipotente, alzarme por encima de los árboles y catapultarme vertiginosamente hacia los espacios celestes. Volé otra vez, pero ahora sin rapaz que me guiara ni plumas en las manos, y no había columnas a mis flancos. Cruzaba un cielo casi negro y casi mudo y, a pesar de ser una ráfaga apresurada, percibía que de mi cuerpo iba cayendo el negro miedo líquido, igual que el agua de una esponja. A medida que la ansiedad me abandonaba, el cielo iba adquiriendo color y el aire dejándome oír su tenue música. Ya me sentía totalmente liviana cuando apareció un sol inaugural en el firmamento rojo y justo delante, enfrentado a mi mirada, este castillo en el que estamos. De pronto mi vuelo era el flotar de una pelusa, una suave caída hacia los matorrales al pie de las murallas. Me enderecé y atravesé el pórtico de piedra y aquí, en este patio central, tú me esperabas sonriendo. Y ahora dime tú, amor mío, ¿cómo has llegado?

Notas: La primera foto es de Gregory Colbert, la segunda de Magnus Lindqvist y las tercera y cuarta de Martín Gallego. Como es obvio, el post es una excusa para colgar estas fotos (clikar sobre cada una para verla en grande).

CATEGORÍA: Ficciones

lunes, 17 de diciembre de 2007

Calentamiento global

Como supongo que todos sabemos, hay un acuerdo generalizado sobre la veracidad de las siguientes afirmaciones:
  1. La temperatura media global del planeta está aumentando progresivamente.
  2. Este calentamiento global se debe principalmente a la acción del ser humano.
  3. La acción humana más significativa a estos efectos es la emisión de gases invernadero, especialmente el CO2 (dioxido de carbono).
  4. Los resultados a corto plazo de este aumento de las temperaturas serán catastróficos.
  5. Para evitarlos, es necesario reducir drásticamente las emisiones de gases invernadero.
Más que acuerdo generalizado, podríamos decir que hay un consenso oficial (o políticamente correcto, si se prefiere) sobre la veracidad de las premisas anteriores. Es más que sabido que el vocero principal de estas tesis, de la teoría del calentamiento global, es el ex-vicepresidente estadounidense Al Gore, con el respaldo del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC). Este año 2007, Gore y el IPCC han recibido el Premio Nobel de la Paz (amén de otras distinciones entre las que se cuenta el Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional), con lo que la teoría ha pasado a consolidarse casi como un dogma incuestionable. Como inteligentemente subraya el propio Gore, no es sólo un tema político (o científico) sino sobre todo ético (¿acaso los temas políticos no son éticos?); con esta afirmación intenta pasar el asunto al plano de las conciencias individuales, de los intereses y sentimientos de los ciudadanos comunes. Y ciertamente lo consigue en un porcentaje asombroso, porque la gran mayoría de las personas corrientes creen que, en efecto, las frases anteriores son absolutamente verdad y que de nosotros (los seres humanos) depende salvar la especie. Los ciudadanos comunes (ordinary people) luchando contra los malvados gobiernos y capitalistas para salvar el planeta, para salvarnos a nosotros mismos. El componente emocional es evidente.

Ahora bien, hay quienes no están de acuerdo con que las afirmaciones anteriores sean verdad. Esos desacuerdos son de distinto grado, desde parciales hasta radicales y sus defensores no son precisamente ignorantes en capacidad científica o sospechosos de intereses mercenarios. Sin embargo, esas voces no son difundidas con la misma eficacia y, en vez de apoyos oficiales, encuentran desprecio y silenciamiento. Una teoría que dista mucho de estar corroborada con las garantías que exige el método científico y, sin embargo, en base a y argumentos de autoridad y criterios de conveniencia populista, se oficializa materializándose en múltiples consecuencias prácticas. Por poner un ejemplo, en Canarias se ha creado una Agencia de Desarrollo Sostenible y de Lucha contra el Cambio Climático, cuyas competencias se basan en la veracidad de que es la actividad humana la causante del calentamiento global.

Yo mismo, durante el último año, había ido viviendo un proceso de sutil filtración de las conclusiones de la teoría, siempre confusas y poco argumentadas, lo cual no es óbice (antes bien al contrario) para que se vayan asentando como verdades, casi sin que uno se moleste en discutírselas. Así las cosas, como a otros muchos, me llegó el impacto multimedia de la Verdad Incómoda de Al Gore que, sin duda, impresiona. La eficacia semiótica del filme estriba justamente en que se dirige no a la razón sino a la emoción y, para ello, recurre a las eficacísimas técnicas del marketing. Si, a diferencia de Saulo, no caí totalmente del caballo y me entregué en cuerpo y alma a la nueva religión, fue porque algún pepito grillo interior se me resistía y porque tengo un amigo que, cada cierto tiempo, me aportaba algunos datos que obligaban a poner en duda la teoría, que hacían pensar que la explicación de Al Gore no cuadraba del todo.

Hace menos de dos meses, gracias a un post de Nanny Ogg, me enteré de la existencia del documental La Gran Farsa del Calentamiento Global. Tardé un mesecito en ponerme a verlo completo y despacio (atendiéndolo y entendiéndolo, para lo cual recomiendo ir parándolo y tomando notas); seguramente, su duración me asustó un poco. Una vez visto (o visionado, como dicen algunos), te quedas con la sensación de que el cuestionamiento de la teoría del calentamiento global es más sólido que la propia teoría y que, en la explicación de ésta, Al Gore ha hecho más de un truquillo de ilusionismo (por ejemplo la escena fantástica de la correlación entre temperaturas y CO2) que no parece muy compatible con la honestidad intelectual.

No voy a decir que ahora esté convencido de la absoluta falsedad de la afirmaciones que ponía al principio de este post. No tengo ni datos ni formación suficiente para tener una opinión suficientemente fundada. Sin embargo, el temita ya me ha picado y estoy decidido a ser capaz de formarme esa opinión. Para ello, no se me ocurre otro camino que el largo y tedioso (no, tedioso no) de ir cuestionando las distintas premisas mediante confrontaciones, lo que me obliga además a aprender algo sobre química, clima, etc ... Como en los viejos tiempos de la universidad me iré haciendo mis resúmenes y, a lo peor, los cuelgo en el blog (¿crearé una sección que se llame cambio climático?) para que quienes sepan más que yo me corrijan o confirmen.

Eso es lo que voy a hacer, porque creo que, siempre que dispongamos de algo de tiempo, es lo que debemos hacer antes de opinar. Estoy visceralmente en contra de las convicciones emocionales y de todas las prácticas asociadas que tan bien han dominado (y siguen dominando) las religiones. Sin embargo, hoy mismo, un compañero de trabajo que de estos temas sabe más que yo, me ha sorprendido con una frase que me parece aterradora: “da igual que sea verdad o no, esto ya no se va a parar”. Se refería, obviamente, a la teoría de Gore y a su posición personal de subirse al carro para evitar ser un outsider sin encaje en el mundo real. Esto, señores, se llama realpolitik que, aunque sea un término alemán (acuñado por Bismarck en el XIX) viene heredado de la astucia italiana del Renacimiento; no en vano, allí se asentó la Iglesia Católica y allí dictó su teoría magistral Maquiavelo: non è vero, ma ben trovato.

Digo que me parece tremenda esta posición y, sin embargo, me doy cuenta de que es la predominante en casi todos nosotros. Poner en cuestión los discursos oficiales es trabajoso, obliga a buscar, a ser crítico, a preguntar ... Pero es que pensar con pensamiento propio es trabajoso, no es fácil ser dueño de nuestros propios pensamientos. Al fin y al cabo, nuestros pensamientos somos nosotros, por lo que da miedo imaginar lo poco que vamos siendo a medida que dejamos de ser capaces de tener pensamientos propios. Y lo más aterrador es que, cuando sólo seamos capaces de producir pensamientos prestados, nos creeremos que son nuestros.

Y acabo preguntando: ¿Cuántos de los que conocen la existencia del documental citado lo han visto completa y atentamente? Los que, conociéndolo, no lo habéis visto, ¿por qué? Los que lo hayáis visto: ¿qué pensáis? ¿no creéis que debería ser respondido puntualmente?



PS: Este video es un buen ejemplo de cómo debemos educar a nuestros niños en un pensamiento crítico e independiente. En fin, para los que no lo hayan visto, este video y siguientes en youtube:


CATEGORÍA: Todavía no la he decidido

domingo, 16 de diciembre de 2007

Um arquiteto apaga cem velinhas

Ayer fue el cumpleaños de Oscar Niemeyer, el arquitecto vivo más famoso de América Latina. Cumplió ... ¡100 años! No conozco ningún arquitecto célebre (ningún profesional o artista célebre, en realidad) que haya llegado a centenario. Y que lo haya hecho, además, en las condiciones de lucidez en las que se encuentra el maestro carioca.

Hará unos treinta años que yo conocí (descubrí) a Niemeyer. Fue en la asignatura de Arquitectura Contemporánea, a través de los entretenidos pases de dispositivas (todavía no existía el powerpoint) de un profesor excesivamente histriónico. Niemeyer se nos presentaba como uno de los herederos del Movimiento Moderno en Latinoamérica. Y, sin embargo, los grandes arquitectos latinoamericanos del siglo pasado (de los que sólo sobrevive Niemeyer) fueron, en general, radicales negadores de los principios estéticos de la Bauhaus, de Corbu. Pero, acaso la mejor aceptación de una herencia es su negación, tras haberla asumido; la creación de la obra propia tras la digestión de lo previo. Quizás, frente a la pretensión del internacionalismo estético de los maestros europeos, continuado tras la guerra con aceptación mimética en los USA, los grandes de la arquitectura iberoamericana encontraron su fuerza expresiva en la feracidad excepcional de sus geografías, de sus sociedades.

Sería interesante, creo, repasar la titubeante evolución de la arquitectura latinoamericana y sus contrastes con las "modas" dominantes en el oficio; también lo sería compararla con repasos similares en otros campos de la creación humana: las artes, la literatura ... Tierra de contradicciones enormes, tanto como su vitalidad (justamente por eso). Un amigo americano una vez se quejaba de que la arquitectura del continente oscila entre la sumisión mimética a las modas oficiales del internacionalismo o intentos patéticos de diferenciarse a través de engendros folkloristas. Puede que así sea en muchos casos; sin embargo, hay caminos de creatividad personal que encuentran sus motivos en el espacio latinoamericano y, por eso justamente, son expresión de un espíritu colectivo, de una sociedad, de una geografía. En ese intento hay que citar nombres como el mexicano Luis Barragán (dense un paseo virtual por la que fue su casa-estudio, declarada Patrimonio de la Humanidad, para entender las ideas de luz y color en la arquitectura), el colombiano Rogelio Salmona (muerto el tres de octubre pasado) y, por supuesto, el propio Niemeyer.

Para celebrar su cumpleaños, he curioseado la página de la Fundación Niemeyer. Leyendo su biografía me entero de que no empezó a estudiar arquitectura hasta después de casado, con 22 años, cuando dice que comprendió que tenía que asumir responsabilidades. A mediados de los treinta empieza a trabajar con Lucio Costa, cinco años mayor que él pero ya para entonces el gran pionero de la arquitectura y del urbanismo brasileño. En el 36 conoce a Le Corbusier, quien había sido invitado por Lucio Costa a pasar una temporada en Brasil; de esa estancia son los proyectos de Corbu del Ministerio de Salud y Educación y de la Ciudad Universitaria, ambos en Río de Janeiro.

Hago un paréntesis para contar el porqué de este viaje del gran maestro suizo a Brasil. En el 35 se convoca un concurso público para el diseño del Ministerio de Salud y Educación; el premio no llevaba aparejado el encargo de construcción. Fallado éste, Lucio Costa, que pese a su juventud era miembro del Jurado y una personalidad influyente, convence al ministro Gustavo Capanema para que, en vez de construir el proyecto ganador, se encargue a un equipo de arquitectos jóvenes (entre los que, casualmente, estaban él y Niemeyer) asesorado por Le Corbusier un nuevo proyecto que, efectivamente, fue el que posteriormente se realizó. La anécdota me trae a la mente casos similares menos célebres pero más cercanos que, obviamente, fueron objeto de enconadas polémicas. El edificio, acabado en 1947, es un fiel reflejo del manifiesto corbuseriano y un estupendo ejemplo de la arquitectura del Movimiento Moderno. Claro que queda la pregunta de si tan excelente resultado consolaría a los ganadores del concurso que se quedaron sin edificar su proyecto. Tengo la impresión de que, más de setenta años después, la cuestión dista de estar resuelta.

No acabará ahí la relación de Niemeyer con Corbu. Recién fundada la ONU, la Asamblea General reunida en Londres a finales de 1946 decidió aprobar la oferta de John D. Rockefeller Jr. de unos terrenos a orillas del East River neoyorkino en los cuales construir su sede. Inmediatamente se formó una Junta Asesora de Diseño formada por diez arquitectos de diez países, de los cuales adquiriría un protagonismo evidente Le Corbusier (nombrado por Francia). Brasil nombra a Niemeyer y me atrevo a imaginar que en esa decisión debió influir el franco-suizo. El nombramiento, en todo caso, debió de ser conflictivo, porque a Niemeyer, recientemente ingresado en el Partido Comunista Brasileño, le habían negado el visado de entrada en USA unos meses antes cuando iba a dar unas conferencias invitado por la universidad de Yale. Finalmente, se desplaza a Nueva York y trabaja en el diseño de la sede; según consta en la ficha de la AIA (American Institute of Architects), si bien la concepción global del conjunto arquitectónico se asocia principalmente a Le Corbusier, se piensa que las contribuciones de Niemeyer son fundamentales.

Pero, sin duda, la consagración de Niemeyer fue Brasilia, la nueva capital del país. Niemeyer conocía desde hacía muchos años a Kubitschek, el médico izquierdista que ocupó la presidencia de la República desde 1956 a 1961 y que decidió finalmente llevar a la realidad lo que estaba previsto desde la primera Constitución de 1891: desplazar la capital de Río al centro geográfico del Brasil. Decidido el emplazamiento de la nueva capital y constituida un ente público ejecutivo para materializarla (NOVACAP), Oscar Niemeyer es nombrado el director de arquitectura. A instancias suyas, en septiembre de 1956 se convoca un concurso de ideas para el plan urbanístico; pese a la abundante información que se les aporta, a los concursantes sólo se les pide que entreguen un plano a escala 1:25.000 y una memoria. El concurso lo gana (cómo no) Lucio Costa, con su famosísimo plano en el que expresaría los principios de la Carta de Atenas, el acta fundacional del urbanismo del Movimiento Moderno.

La planificación y construcción de Brasilia es sin duda una de las aventuras más apasionantes de la arquitectura y el urbanismo modernos; etapa cargada de ilusiones, con espléndidos éxitos y estruendosos fracasos. Entre el 56 y el 62, Niemeyer construye multitud de edificios públicos (casi todos los oficiales), cada uno de ellos una maravilla arquitectónica y algunos verdaderas obras de arte. A mi modo de ver es en este periodo, rondando la cincuentena, cuando el arquitecto alcanza su plena madurez expresiva. Seguramente de esas fechas es su definitivo renegar de la línea recta y, como dijo en su discurso de aceptación del Pritzker Price, "de las prematuras conclusiones del racionalismo, con su monotonía y sus soluciones repetitivas". Me pregunto si estaría pensando en los principios estéticos de Corbu que él mismo respetó en sus colaboraciones con el gran ideólogo del Movimiento Moderno ... Y, sin embargo, el primer proyecto que abordó para Brasilia (antes incluso del plan urbanístico), la Capilla del Palacio de la Alborada, surgió a partir de unos bocetos en los que el arquitecto divagaba a partir de Ronchamp, la maravillosa iglesia que Le Corbusier había terminado apenas un par de años antes.

Entre los tantísimos edificios de Niemeyer en Brasilia, por motivos de nostalgia personal, me quedo con el Palacio de Itamaraty, la sede del Ministerio de Asuntos Exteriores brasilero. Nunca he estado en Brasil pero habré de ir, y habré de darme un salto a Brasilia y sentarme de noche frente al cubo rodeado de arcos y ver sus reflejos en el estanque. A lo mejor me vendrán entonces esas ráfagas extrañas del chaval que fui, impactado por la belleza de una imagen de ese edificio proyectada en un aula cochambrosa de una universidad miraflorina. Pero, nostalgias aparte, si logro visitar Brasilia tendré muchos más edificios y espacios que visitar, además de la sede del Ministerio de Asuntos Exteriores.

En fin, me estoy enrollando como una persiana. Acabo de comprar El País y encuentro una referencia al cumpleaños de Niemeyer; la mujer que lo escribe me ha copiado cosas que he escrito e incluso algunas que todavía no he escrito: todos recurrimos a internet. Pensaba seguir escribiendo sobre Niemeyer, pero la red está llena de información para quién le interese. Después de todo, lo único que pretendía era felicitarle y expresar mi alegría de que este hombre, el autor de fantásticos edificios, siga vivo y activo. Veo la foto que publica El País y que dice que es de ayer: cuesta creer que corresponda a una persona de 100 años (y fuma como un carretero). Según parece que él mismo comenta, su longevidad es consecuencia de mantenerse activo; ayer, en su celebración, comentó que pese a haberse pasado la mayor parte de su vida detrás de la mesa de delinear, lo más importante no es la arquitectura, sino la vida, los amigos y este mundo injusto que debemos modificar. Procuraré aplicarme su filosofía y ya veremos si dentro de poco más de medio siglo celebro también yo mi centenario con otro post. Felicidades, maestro.

PS: Como es natural, la prensa brasileña atiende mucho más profusamente la onomática. Para quien le interese, adjunto los enlaces a O Globo y al Jornal do Brasil, ambos de Río de Janeiro, donde nació y reside Oscar Niemeyer.

De dónde he robado algunas de las fotos de este post: La de la casa Gilardi proyectada por Barragán en Tacubaya, es de Armando Salas Portugal y proviene del Premio Pritzker. La del Ministerio carioca proviene de la web plataforma de arquitectura. La de la sede de la ONU desde el East River, de wikipedia. La del Palacio de Itamaraty, de la web de un fotógrafo brasilero, Rui Faquini.

CATEGORÍA: Personas y personajes