jueves, 29 de junio de 2006

Libros que disfruto y olvido (o casi)

Leo mucho; desde siempre, desde muy pequeñito he leído mucho. Leo mucho, obviamente, porque me lo paso muy bien leyendo. Por eso, tengo la mala tendencia a leer con avidez, a veces en diagonal, saltándome partes del texto. Será también que sé que disponemos de tan poco tiempo y tenemos tantas cosas que leer ...

Quizás como consecuencia de mi glotonería lectora, resulte que me cuesta mucho recordar los detalles (y no tan detalles) de los libros leídos. Acabado un libro, y una vez leídos los cinco o seis siguientes (lo que suele equivaler a un mes después), se me queda tan sólo el argumento general (de qué va) y una valoración sintética del mismo (me gustó o no, mucho o poco).

Cuando ocasionalmente (no es demasiado frecuente) me encuentro con personas que gustan de la literatura y además son aficionadas a hablar de libros, descubro que la mayoría de los que comentan los he leído, pero que me cuesta hablar sobre ellos con un cierto detalle, sobre todo si están algunos años lejanos en el tiempo. Después de esas charlas, de vuelta en mi casa, busco el libro en mi biblioteca (cuando lo tengo) y lo hojeo, Esa relectura a picoteos va despertando recuerdos almacenados que se convierten con frecuencia en ganas de volver a leerlo; al menos, algunos párrafos.

Desde hace mucho tiempo he pensado que, al acabar un libro, debía obligarme a escribir un breve resumen, que se pudiera consultar rápidamente para convocar los recuerdos. Incluso algunas veces hice esta tarea. Ahora resulta que existen páginas de internet en las que lectores han ido haciendo esto. Pues nada, me dedicaré a buscar los resúmenes de mis lecturas hechos por otros ... a ver si sirven para convocar recuerdos.

Este post tiene que ver (me doy cuenta al terminar de escribirlo) con una de mis ansiedades viejas: cómo se disuelve nuestra memoria, cómo cuesta convocar los recuerdos. Y al fin y al cabo, nuestra identidad es nuestra memoria. Por eso siempre ando buscando magdalenas de Proust.


CATEGORÍA: Literaturas
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miércoles, 28 de junio de 2006

¿Pudorosos con la intimidad?

Empecé a escribir en este blog el 20 de febrero; es decir, hace ya cuatro meses. Lo inicié casi jugando, como una prueba, tras haber descubierto este mundo de los blogs (la blogosfera, la llaman, creo); o sea: culo veo, culo quiero. Enseguida comprobé que era una herramienta más de la que podía valerme en esta etapa de cambio, de desconcierto, que estoy viviendo. Ya llevaba unos meses escribiendo más de lo habitual; me hacía bien poner por escrito las cosas que se me pasaban por la mente, como si el verlas negro sobre blanco las ordenara en mi cabeza, me ayudara a entenderlas y, por atnto, a entenderme. Pero, ¿por qué pasar esos escritos a la red sonde son susceptibles de ser leídos por otros?

Me imagino que la respuesta es muy similar en todos los que escriben blogs y, de hecho, algunas he leído al respecto. Evidentemente hay un deseo (anque esté hecho de sensaciones varias, a veces contradictorias entre sí) de hacer públicos tus sentimientos, de contar lo que te pasa ... Y, evidentemente también, hay un deseo de que esas "confidencias íntimas" (qué pedante) encuentren algún oido y, todavia mejor, alguna respuesta. También creo que, al menos en mi caso, es un entrenamiento consciente (y controlado) para aprender a desnudarse, a expresar lo de dentro, a sacarlo.

Digo "controlado" porque el riesgo es mínimo. Soy anónimo; quienes llegan a mi blog lo hacen por enlaces de comentarios míos a otros blogs o, los menos, por casualidad. No nos conocemos. O mejor, podemos irnos conociendo desde lo que contamos, muy pausadamente, sin las expectativas y condicionantes que impone la vida "normal". No obstante, ya desde el principio, hubo alguien que sabía de este blog y con quien mantenía una relación que había alcanzado un grado importante de confianza y cariño. No la conocía en persona, sin embargo, pero fue el interlocutor que tuve en mente al escribir esos primeros posts. Nuestra relación acabó (todavía no entiendo bien por qué: algún día escribiré un post a propósito) y estoy casi seguro de que ya no visita esta página.

Luego le pasé la dirección del blog a dos personas más a quienes también conozco. En ambos casos se trata de amigas que había conocido recientemente y que, obviamente, me caían bien. Sin embargo, a ningún amigo/a de viejo (de los que tengo de antes de mi separación) le he hablado del blog. Sólo hay una excepción y es L.

¿Cómo me explico esto? Creo que el motivo es que no me siento cómodo (todavía) enseñando estos desconciertos míos a quienes me conocen (y me quieren) bien desde hace tanto. No estoy preparado para dejarme ver cómo soy o, mejor dicho, como estoy aprendiendo a ser. Y, desde luego, quien menos querría que viese este blog es R. L es una excepción porque seguramente, de todos mis viejos amigos, es en quien he tenido más confianza, con quien me siento menos vulnerable, más seguro de que no me juzga. Y, además, está muy lejos.

Veo perfectamente que lo que hago es inseguridad de mi parte. Pero, al mismo tiempo, intuyo que iré desprendiéndome de ella poco a poco, como maduran los frutos. De hecho, mientras escribo voy repasando a los amigos a quienes quiero y pienso en algunos a los que, quizás, en breve les comentaré de este blog. Aun así, no deja de ser algo que pertenece a mi intimidad y que quiero desvelar con las adecuadas dosis de prudencia y con sus "instrucciones de uso".

En fin, no me enrollo más. Este post ha venido motivado porque ayer hablé con Elena, una de esas dos personas que conozco desde hace poco y que sabe de este blog. Le pregunté qué le parecía y la noté algo violenta. Me dijo que le parecía que exponía mucho mi intimidad y que ella nunca sería capaz de dejar que escritos así fueran vistos por personas con las que no tuviera muchísima confianza, que no conociera "de toda la vida". Tengo que decir que tampoco creo que esté desnudándome en exceso (me queda mucha ropa por quitarme) pero, en todo caso, lo cierto y lo curioso es que a mí me ocurre lo contrario que a ella en cuanto a con quienes funcionan más los pudores.

Me encantaría que blogueros con mucha más experiencia que yo me comentaran al respecto.


PS: La imagen que acompaña a este post es un acrílico sobre lienzo denominado "de mayor quiero aprender a ser pequeño" de la serie "Las Ventanas del Alma" de Nicoletta, una pintora residente en Valencia. El título de la serie es muy adecuado para el tema de este post y también me gusta el título del cuadro concreto. Pero, en el fondo, no son sino excusas para poner una pintura de esta chica, descubrimiento reciente gracias a un blog (del que ahora no me acuerdo) y que me parece sensacional. Recomiendo a quienes esto lean que visiten su página.

CATEGORÍA: Blogs e Internet
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lunes, 26 de junio de 2006

Máscaras masculinas

Cuando R se fue de casa, poco después de destaparme de golpe nuestra crisis (la que yo no alcancé a evaluar en su real dimensión), pasé unos meses muy malos. Lo que más necesité entonces fue hablar, que me escucharan y, sobre todo, que me hicieran sentir que podía comunicar mis sentimientos, que había un canal abierto entre mi interlocutor y yo.

En esos meses hubo varias amigas que posibilitaron que esa necesidad mía fuera cubierta y, consecuentemente, contribuyeron muy mucho a que sobrellevara el dolor y, muy especialmente, a que ese dolor fuera el motor de una transformación para mejor. Amigas a quienes ya conocía (Paula, Esther, Laura, Carmen, Aria, Elena ...) y otras a quienes justamente conocí con motivo de la crisis (Elena, Eva, Adriana, Maricarmen ...); con todas ellas, aunque en distintas medidas y con distintos matices, logré una intimidad comunicativa que nunca (creo) he tenido con hombres.

También hablé con dos o tres amigos. Yo mismo, ya de entrada, descarté a varios de mis amigos como interlocutores; estos dos o tres eran los que están más cerca de mi intimidad ... ¡y aún así! Los hombres (salvo en el estado de efusividad alcohólica) nos sentimos muy incómodos cuando otro hombre nos desnuda (o lo intenta siquiera) su intimidad. Y eso aun a pesar de que, estoy seguro, lo que yo estaba pasando y sintiendo eran cosas que estos dos o tres amigos habían pasado y sentido.

Puestos en el trance en que los puse, estos amigos me "aconsejaron", me dijeron lo que tenía que hacer. No decían exactamente lo mismo (al fin y al cabo, el qué no era, ni entonces ni ahora, lo importante), pero adoptaban una actitud similar: eludían el ponerse a mi lado, compartir mi emotividad, hacerme ver que la entendían y, en cambio, me daban instrucciones de acciones que debía acometer, pasos a dar. Evidentemente, va en nuestro carácter (el de los hombres) la dificultad para compartir sentimientos y la tendencia a ofrecer soluciones prácticas.

Pero este ser así de los hombres (y de las mujeres) no es porque unos sean de Marte y las otras de Venus, sino el resultado de una diferenciación de los roles sociales que tiene una base biológica y adaptativa (muy poco funcional en los tiempos actuales). El caso es que los varones "aprendemos" a definirnos como tales a costa de ir reprimiendo nuestras emociones o, al menos, la expresión natural de las mismas. Y nos vamos colocando máscaras con las que nos mostramos a los demás e incluso a nosotros mismos.

Estas máscaras son muy útiles, mientras las cosas vayan tranquilas, mientras uno pueda vivir sin dar suelta a sus emociones. Pero, por suerte, la vida suele darte los palos necesarios para que reacciones, para que crezcas por dentro; y cuando eso ocurre, hay que empezar a quitarse las máscaras. Lo que pasa entonces es que, como en algún cuento que ahora no recuerdo bien, la máscara se ha adherido a la cara y resulta muy difícil despegarla.

La verdad es que no es demasiado fácil ser tío. Me dirán que no tenga cara, que mucho más jodido es ser mujer. No estoy comparando, no se trata de eso. Simplemente, estoy pensando en las estúpidas cargas autoimpuestas de la masculinidad que, al fin y al cabo, se traducen en limitaciones que no hacen sino dificultar la felicidad. Y de todo esto puedo hablar, extensa y profundamente, con amigas pero ... ¡cuánto cuesta hacerlo con amigos! Me viene ahora a la cabeza la conversación de hace una semana con P: sin atreverse a decírmelo expresamente, lo que buscaba era abrirse, dejar al descubierto sus emociones y sentimientos.

Deberíamos a aprender a construir un nuevo tipo de amistad entre hombres, aparcando los miedos, recelos, burlas y demás lastres machistas y competitivos. Creo que aprenderíamos mucho de quienes viven emociones y problemas muy similares. Y creo que una amistad mucho más abierta entre tíos contribuiría enormemente a relacionarnos con las mujeres. Pero queda mucho por andar en esa dirección ...


CATEGORÍA: Reflexiones sobre emociones
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jueves, 22 de junio de 2006

Mojándolo todo

Me acabas de enviar un sms y me cuentas que has estado releyendo posts antiguos de este blog. Has oído el Contigo de Sabina cantado por Niña Pastori, que subí en un post escrito para ti (recuerdo que fue por las vacaciones de semana santa, ¿te acuerdas?).

Hace tiempo que no subo canciones y tu mensaje me incita a ello. Esta mañana escuchaba el CD de Aute (Auterretratos) en el que recopila sus "grandes éxitos" en versiones nuevas, algunas sorprendentes, sobre todo en los arreglos. Y, aunque ya la conocía, creo que es la primera vez que atiendo detalladamente a la letra de "Mojándolo Todo". Es una canción erótica basada en un poema de Paul Eluard; y es preciosa, sugerente, excitante, lírica, húmeda (por supuesto). Qué mejor que dedicártela ahora, recordando esta tarde.

Por cierto (para que me maldigas de nuevo) Eluard fue un poeta surrealista que se casó, muy jovencito, con Gala. Ambos visitarían a Dalí y el pintor se enamoraría locamente de la musa, quien abandonaría al poeta. Esta mañana he buscado el poema francés que inspira a Aute, pero no lo he encontrado. Ya aparecerá; entre tanto, lée la letra y escucha la música y, sobre todo, disfruta.


Mojándolo todo - Luís Eduardo Aute (Auterretratos, volumen 1, 2003)


Tendida,
con los muslos como alas abiertas,
dispuestas al vuelo.. me incitas,
me invitas a viajar por lácteas vías
y negros agujeros levemente desvelados
por tú mano que juega
con pudores y sudores enjugando
entre pétalos de carne, el estigma
de tu flor más desnuda,
Mojándolo todo...
Volando por universos de licor.

Húmedas llamas
los labios que con tus dedos
delicadamente delatas, dilatas para mí,
mostrándome, obscena la cueva del milagro
por donde mana el líquido rayo de la vida,
incandescente fuente, lechosa lava,
salpicaduras de agua profunda que inunda
Mojándolo todo...
volando por universos de licor.

Mi boca
besando tus labios incendiados
se dispone a beber en tu cáliz de polen y licor
y, entre zumos y zumbidos de olas y alas,
libidinosamente libar el néctar
de la flor de tus mareas...
lamiendo la miel salada que te fluye
y quema mi lengua que vibra,
lasciva, entre savia y saliva
mojándolo todo...
volando por universos de licor

Mis alas
de cera batiendo combatiendo tu fuego
en oleadas de ardientes espumas y plumas
e Ícaro volando tan alto, tan alto...
que a punto de entrar en el jardín del Edén,
fundido su vuelo por tu derramado sol,
cae, como el ángel exterminado,
al mar de los naufragios,
mojándolo todo...
volando por universos de licor.


CATEGORÍA: Canciones y otras líricas
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Conversación con P

El lunes pasado almorcé con P. Hacía tiempo que no nos veíamos y hacía bastante más tiempo que no teníamos ocasión de hablar relajada y largamente (desde bastante antes de mi separación). Tenía ganas de hablar P, tenía ganas de poner sobre la mesa de ese restaurante de pueblo en que sólo estábamos nosotros dos sus desazones que callaba.

Gran parte de la conversación paseó por su matrimonio. A medida que entraba en calor, que íbamos encajando las piezas de la confianza, fue disparando los flashes que reflejaban, aunque fuera en destellos puntuales, su mar de fondo. Quiere a M y M le quiere a él, pero ya no hay pasión, la cotidianeidad agobia en exceso (ambos trabajan y mucho), las tres niñas son una presencia continua y castradora. Por cierto, M lleva un retraso (muy corto todavía) y tiene náuseas. P me dice que no puede ni concebir tener un cuarto hijo, siente pánico ante esa posibilidad.

Las cosas que me contaba me iban dibujando una imagen hasta cierto punto parecida a la de mis últimos años de matrimonio. La principal diferencia: que entre ellos se mantiene la cadena fuerte de las responsabilidades paternales compartidas. La principal semejanza: que la comunicación va desvaneciéndose cada vez más.

Hablamos un buen rato sobre su vida sexual (y también sobre la mía: la actual y la de mis últimos años matrimoniales). En este aspecto se centran varias de sus insatisfacciones. De esas insatisfacciones no habla con M; de hecho, follan apenas una vez al mes. Tampoco mi ex-mujer y yo hablábamos de sexo, y dejábamos que la resignación se fuera imponiendo, que la libido fuera apagándose; en los últimos años, el sexo era poco más que un desahogo ocasional y meramente biológico.

El día anterior había visto una película que es una obra maestra sobre la incomunicación (no estoy hecho para ser amado). Un hombre que deja que su vida transcurra sin ser capaz de expresar sus verdaderos sentimientos; pero ni él ni los personajes con los que se relaciona. Hay una escena brillante, en la que dialoga con la mujer a la que ama (y por la cual es amado) y ninguno de ambos es capaz de decir lo que siente, lo que verdaderamente anhela. ¡En qué gran medida es nuestra gilipollez, nuestra incapacidad de comunicarnos (miedos y pudores absurdos), la causante de nuestra infelicidad!

Pensaba en la película, pensaba en mi propia torpeza comunicativa y emocional, pensaba en la bobería consustancial al ser humano ... pensaba en todas esas cosas mientras P me contaba que se estaba planteando aventuras extraconyugales, que necesitaba recursos externos antes de la resignación abúlica a la que se veía encaminado. Y le dije (¿qué otra cosa le iba a decir?) que buscara esos recursos con M.

Que hablara con M, que le propusiera dedicarse mutuamente tiempo, que ambos se lo tomaran como un deber, como algo que habían de hacer. Que organizara escapadas periódicas, frecuentes. Tienen una chica que se ocupa de los niñas, así que ... ¿por qué no marcharse todos los sábados solos a ocuparse el uno del otro? Y en esas escapadas, vivir las fantasías que no se atreve a plantearle a ella ... En fin, tomarse en serio el divertirse juntos, el recuperar la complicidad, el erotismo. Y sin ponerse límites.

Luego, ya yo solo en el tren, pensaba en lo claras que se ven las cosas después de haberlas vivido (habiendo hecho lo contrario de lo que ahora aconsejo).

CATEGORÍA: Sexo, erotismo y etcéteras
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miércoles, 21 de junio de 2006

¿La abstención deslegitima los resultados electorales?

Obviamente, la pregunta viene a cuento de las declaraciones de los peperos tras los resultados del referendum sobre el Estatuto catalán (ya sé que se me ve el plumero). Creo que la respuesta es también obvia: NO. Al menos, de momento NO. La democracia exige que haya plena libertad para decidir y también –lógicamente- para abstenerse de decidir. Por tanto, quien se abstiene está implícitamente aceptando la decisión que resulta de los que participan. Por supuesto, podríamos empezar a matizar, pero no procede a los efectos de mi argumento.

Los referenda (ya se sabe) suelen tener poca participación, salvo que se trate de temas candentes y concretos. Si la abstención es grande, entiendo que los políticos deberían tomar nota: es posible que el asunto no interese demasiado a los ciudadanos (por ahí van los tiros de Rajoy). Pero cuidado con las conclusiones simplistas y apresuradas; a lo mejor la abstención es debida a otras causas. Me acuerdo ahora del intenso debate social, en la calle, con motivo del referendum sobre la integración de España en la OTAN (marzo del 86). Sin embargo, la abstención fue del 40% y estoy seguro (ya sé que mi seguridad personal no vale para nada) de que muchos de los que se abstuvieron no lo hicieron por desinterés.

Ciertamente, cabría plantearse que para aprobar algo que se considera muy importante se requiera el voto afirmativo de al menos el 50% del censo electoral. Creo que, con motivo de este referendum catalán, Convergencia pidió algo así. Pero hay que pensar este tipo de reglas con cuidado, so pena de arriesgarse a la paralización del sistema electoral. En todo caso, lo cierto es que no se aprobó ninguna regla de este tipo y, por tanto, aunque la abstención fuera del 70% (porcentaje alcanzado en las elecciones norteamericanas alguna vez) los resultados son siempre absolutamente legítimos.

Creo que hay que evitar declaraciones deslegitimadoras; pienso que los políticos deberían cuidarse mucho de esas simplificaciones manipuladoras y demagógicas. Las hacen, sin duda, porque saben que de esa manera están provocando esos instintos tan “españoles” de la mala leche: cómo nos gusta dramatizar y exagerar; qué aburrido resulta reflexionar calmadamente, matizar, ponderar. Venga, coño, vamos todos a romper España. Como recordatorio final dedicado a Rajoy: para ser coherente con sus últimas declaraciones debería proponer el cuestionamiento de la integración española en la OTAN, toda vez que en el 86 sólo 3,1 de cada 10 españoles votó a favor (la reforma del Estatut, al menos, la apoyan explícitamente 3,7 de cada 10 catalanes). Y ya puestos, quizás debiera volverse a someter a referendum la conformación de Galicia como Comunidad Autónoma, ya que en el referendum de su estatuto más del 70% no fue a votar y sólo 1 de cada 5 gallegos mostró su conformidad.

Pero ... ¿qué más da? Si todo forma parte del circo.

PS: Este blog no está dedicado (hasta ahora) a sembraos políticos. Pero sí a lo que se me ocurre a raiz de lo que me ocurre. Y este post obedece a una pequeña reflexión después de leer las reacciones tras el referendum y comprobar los efectos (nocivos) de las mismas en personas muy queridas. Sería fantástico, en todo caso, que el debate político en este país tuviera un poquito más de nivel; sería fantástico que los políticos no taparan con telarañas la lucidez, que contribuyeran a aclarar, a la convivencia. Qué ingénuo soy, verdad?

CATEGORÍA: Política y sociedad
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martes, 20 de junio de 2006

Un amigo

Yo tenía sueño cuando empezó a escribir, así que no me acuerdo bien. Escribía con bolígrafo rojo y a cada rato (cada diecisiete segundos, me dijo) se olía los dedos índice y pulgar de la mano izquierda. Trataba de sistematizar sus dudas (¿ya hace tantos años?), pero recordó que al día siguiente debía asistir a la clase de las 8. Siguió, no obstante, escribiendo, a pesar de mis bostezos, a pesar de su nada. ¿El que la tinta roja sea más fluida que la negra redundará en una literatura más espontánea, más directa? No tenía nada que decir y para hacerlo llevaba escritas apenas diecisiete líneas; con eso no iba a ninguna parte.

Nos conocimos en el colegio; es decir, nos conocíamos de toda la vida. Él quería ya entonces ser escritor y yo siempre tenía sueño. Compartimos un profesor noruego y sordo; asistimos a un seminario de análisis literario impartido por un tipo medio chalado que explicaba teorías combinatorias aplicadas a la sintáxis; puteábamos cuanto podíamos al cura que enseñaba griego por las mañanas y nos confesaba por las tardes (dirección espiritual obligatoria). Son recuerdos de la época en la que el coche del almirante voló en el barrio de Salamanca.

En los recreos de las once jugábamos frontón a mano desnuda contra la pared trasera del gimnasio. Una de esas mañanas no vino a jugar. Entró en los vestuarios y arrambló con todos los rollos de papel higiénico. Luego fue a la capilla del colegio y se dedicó a lanzarlos contra las imágenes beatas, los cursis vitrales que daban a la sacristía, la lámpara de cristalitos y velas que colgaba sobre el altar. La capilla quedó hecha un desastre: papel higiénico por todos lados y trocitos de cristales de colores, de cerámicas esmaltadas, de objetos varios de difícil identificación. El sacrilegio se atribuyó a la crisis adolescente y el castigo quedó atenuado por la importancia de su padre.

Una de esas tardes, mi amigo vino a visitarme con dos chicas. Una era pelirroja, pecosa y expresión risueña. La otra tenía aparato dental y no mostraba ningún interés por la literatura. Cuando se convenció de ello, mi amigo enredó la lengua entre los hierros. Yo me fui con la pelirroja; era más bonita y pensaba estudiar arquitectura. La tarde y la noche pasaron rápidas y la otra chica le prometió a mi amigo que se quitaría el aparato.

Cuando cumplí quince años mi amigo se enfadó conmigo en el transcurso de la borrachera celebratoria. Pensé que era estúpido y que no aguantaba el trago. Gritamos obscenidades y maldiciones en plena calle y corrimos más de una vez perseguidos ya no recuerdo por quienes. La última vez que lo vi estábamos en un baño despidiendo la cerveza; nosotros no nos despedimos. Mi amigo era rencoroso: no volvió a hablarme y así acabamos el colegio.

Sé que estudió literatura y, al mismo tiempo, se hizo un experto en jazz (su tesis doctoral relacionaba ambos mundos; investigaba en la poética literaria de esa música). Lo encontraría muchos años más tarde, cuando ya no éramos adolescentes. Pero esa es otra historia.

(revisión de un relato de hace 28 años)

CATEGORÍA: Personas y personajes
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La cambiante belleza de los rostros

Cosas que me vienen a la cabeza mientras trato de dormirme: cómo me han parecido cambiantes, distintos, los rostros de algunas mujeres que han pasado por mi vida.

Por ejemplo C. Cuando la conocí, no me gustó su cara: rasgos duros, la boca se me antojaba agresiva, los ojos (quizás fueran las pestañas) le daban un aire altanero. La segunda tarde en que nos vimos (ya no recuerdo por qué volvimos a salir) fue la de una larga conversación, en la mesa de una terraza madrileña. Yo hablaba mucho y con entusiasmo, ella escuchaba y su mirada brillaba. Cuanto más la miraba, su rostro más se iba transformando en otro, se suavizaba, dulcificaba. Esa tarde (que luego se hizo una noche larga) C me pareció muy bella.

A, una compañera de trabajo. Ella era (sigue siendo) guapa, pero a mí no me parecía expresiva o, mejor dicho, su belleza no me expresaba apenas nada. Pero hubo una temporadilla de cercanía intensa y cotidiana. Hablamos mucho, y también callamos mucho, pero juntos. Yo me sentía cada vez más cercano (ella también, creo). Y empecé a verla bellísima, tremendamente deseable. En este caso, fue todo el rostro el que resplandeció. El hechizo acabó tras una tarde de besos (¡cómo besaba!): no podía ser.

No puedo olvidar a L, intermitentemente presente durante los últimos 18 años. El recuerdo que ahora evoco es el de su rostro con los ojos cerrados, en la cama, lleno de calma y belleza, los rasgos relajados. Cuánta armonía. En ese momento me parecía más bella que nunca, mientras la miraba con tanta ternura.

Desde luego, el record en la variabilidad de mi percepción se lo lleva el rostro de K, sobre todo cuando hacemos el amor. Su cara, en el momento del orgasmo (ya desde algo antes) se transfigura e irradia una belleza inenarrable. Son sus rasgos y, obviamente, están todos en el mismo sitio. Pero ese rostro es otro, es el de una diosa o un ángel. Es impresionante lo mucho que cambia lo que veo; y es fantástico lo mucho que me emociona.

Así que, será que la belleza no es algo estático, será que los rostros, al expresar emociones y sentimientos se transforman. Pues va a ser que sí.


CATEGORÍA: Recuerdos
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domingo, 18 de junio de 2006

Sigo con el asunto de los caminos

La metáfora vida-camino se ha usado mucho en el ámbito religioso. Es completamente natural, porque la mayoría de las religiones aportan al ser humano un sentido de trascendencia ante el miedo a la muerte, una alternativa consoladora al todo se acaba de la biología. Así, nuestra vida es un camino que nos lleva a otra vida que ya no es camino, ya es paz absoluta. Hay muchas variantes. Por ejemplo, el budismo y la rueda cuasi eterna de las reencarnaciones; en todo caso, muchos caminos, pero al final llega la paz: siempre se pasa de la dinámica a la estática.

Es curioso que en la mayoría de las religiones se entienda la vida (el camino) como una prueba para ganarse el descanso. Estamos aquí para caminar hasta alcanzar el ansiado descanso. Implícitamente, el caminar es actividad dolorosa, sufriente, esforzada … Y se hace sólo porque se quiere llegar a un fin: esa paz eterna (¿eterna?) que es la que da sentido a todo el caminar. Así se cierra el círculo religioso: el sentido de la vida es hacer méritos para alcanzar la paz, el descanso feliz y pleno.

La “explicación” religiosa, me parece a mí, desmerece la vida. La vida sólo es una prueba, sin valor en sí misma; algo que hay que pasar para conseguir el premio (o el castigo, o la repetición de curso). La vida se me antoja, entonces, como una broma perversa de un dios sádico que juega con nosotros. ¿Por qué no, mejor, nos quedamos en la paz estática maravillosa desde toda la eternidad? En fin, que no me convence.

Otra cuestión distinta (a la que me refiero sólo de pasada) es la “normativización” de ese camino-prueba. Es decir, cuando se nos dan las reglas que debemos cumplir para escoger EL camino correcto, el que lleva al premio. Aquí entra ya cada Iglesia (cada religión institucionalizada). En el caso de la cristiana, a la hora de buscar fuentes justificativas de su actividad doctrinaria, la remisión a Juan 14,6 es muy frecuente: “Yo soy el camino, la Verdad y la Vida. Nadie puede llegar hasta el Padre, sino por mí”. He aquí el monopolio del dogma desde el que tantos males y sufrimientos se han excusado (e incluso alentado).

Por cierto, esta frase de Jesús (¿la habrá dicho realmente?) en la Última Cena se presta a múltiples ejercicios dialécticos en relación al alcance de la metáfora: aparecen los dos términos que se comparan (vida y camino) como conceptos distintos (¿o es mera repetición retórica, de las que tanto gustaba el Nazareno) y encima añade a la verdad. No veas la de tinta que ha corrido sobre esta frasecita.

Pero volvamos al hilo de este post inconexo. Imagino que en estos tiempos pocos se plantean la vida como el valle de lágrimas que hay que atravesar para llegar al paraíso, cuya consecución da sentido a los sufrimientos vividos. Sin embargo, sí creo que la concepción religiosa de búsqueda de un sentido finalista a la vida sigue subyaciendo en la mayoría de nosotros, aunque ese sentido lo hayamos terrenalizado. Ahora el cielo que da sentido a nuestro caminar, que justifica el simple hecho de caminar, que nos guía en la elección de uno u otro de los caminos posibles (¿de las vidas posibles?) son nuestros propósitos. Propósitos definidos, con mayor o menor precisión, desde unos valores que tenemos, que la mayoría de las veces no son más que tópicos que nos han ido enquistando desde pequeñitos y que rara vez nos planteamos cuestionar (¡qué vértigo quedarnos sin las referencias, sin el sentido de nuestra vida!).

Una amiga, hace poco, me decía que sin propósitos la vida carecía de sentido y una vida sin sentido no era nada. No voy a despreciar los propósitos, ni mucho menos a reivindicar su inutilidad. Lo que reivindico es que la vida no necesita de nuestros propósitos para merecer ser vivida. Lo que digo es que la vida en sí misma es lo único que tenemos (y, por tanto, maravillosa) y que el principal propósito debiera ser (pero allá cada uno) el aprender a vivirla, a disfrutarla, a exprimirla. Y entonces, para mí, no existe EL camino (y mucho menos LA verdad), sino multitud de paisajes con senderos que se bifurcan hasta el infinito, múltiples oportunidades de exploración vital.

Por supuesto, cada uno se va haciendo sus mapas de ruta, sus reglas de uso personal para transitar; pero no me gustan los propósitos-anteojeras que te impiden desviarte de EL camino (el que es LA verdad). Por eso, más que de propósitos (con su connotación finalista) prefiero hablar de criterios (los míos), los que pongo en juego al dar cada paso y orientarlo en una u otra dirección, atento siempre a aprovechar, a descubrir, esos paisajes inesperados que me sorprenden a la vuelta de un recodo.

Pero de mis criterios no toca hablar en este post.

CATEGORÍA: Todavía no la he decidido
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viernes, 16 de junio de 2006

Cayéndome de sueño

Tres horas de vuelo con la noche cayendo. Un sudoku samurai de un País atrasado, un par de capítulos de la última de Irving, algunas canciones del i-pod. Pero la modorra se impone y me embebe la niebla somnoliente; ese espacio fronterizo entre el sueño y la vigilia.

Por unos momentos, poco antes de aterrizar, semisueño con R. Me despabila el altavoz (en breves momentos tomaremos tierra en el aeropuerto de ...) y me descubro con una extraña sensación de tristeza, quizás de nostalgia. Han sido muchos años juntos, muchos viajes compartidos ...

Luego conversación con mi hermana. Me cuenta su charla telefónica del otro día (era el cumpleaños de R). Yo le cuento mi último y desagradable diálogo con ella, el malestar de mi vergüenza, la rabia (infantil) de haber sido puesto en evidencia.

No la amo, sé que ya no la amo. Imagino volver con ella y no me produce la más mínima apetencia, al contrario. Pero quizás haya ahora, una vez ido el amor, una cierta y sutil nostalgia de la relación acabada. No lo sé.

En todo caso, sólo estoy poniendo por escrito una sensación huidiza vivida en el amodorramiento aéreo. Sabes que es a ti a quien quiero, ¿verdad?

Basta ya, me voy a la cama porque aquí es una hora más.

CATEGORÍA: Mis estados de ánimo
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martes, 13 de junio de 2006

Caminante, no hay camino


Pocas metáforas tan manidas como la de que la vida es un camino. Un camino, en sentido literal, es una tira de terreno dispuesta para el tránsito. Un camino es un recinto del espacio, un trozo de espacio. La vida, en cambio, es tiempo. Así que la metáfora asimila algo hecho de tiempo a algo hecho de espacio. ¿Quizás porque entendemos (dominamos) mejor el espacio que el tiempo?

Si el camino es un trozo de espacio, la vida sería un trozo de tiempo. Un trozo del tiempo infinito y multidimensional, el que nos es dado vivir. Mi vida es igual (en esta convención metafórica) al número de años, días, segundos que median entre mi nacimiento (¿o es mi concepción?) y mi muerte. Hasta aquí, me vale la metáfora.

Un camino es un trozo de espacio preparado para transitar sobre él. Caminar sería pues, en la metáfora, vivir. Vivir no es otra cosa que estar vivo, dejar que pasen los segundos, las horas, los días ... sin morirse. Hagamos lo que hagamos, vivimos (salvo que nos muramos); por lo tanto, la vida, más que un camino, sería un andén móvil, una de esas bandas mecánicas que te transportan del inicio al fin de la misma, ya estés caminando o ya te quedes parado.

Claro que habrá quien opine que vivir no es simplemente estar vivo, dejar que pase el tiempo que nos es dado. Que vivir (y aquí se añade “de verdad”) exige actos de voluntad consciente. Los que así piensan dicen que sólo vive (de verdad) quien es consciente de los actos que dan consistencia a su vida. En realidad, la metáfora del camino es pertinente sólo si la vida es entendida así.

No obstante, entre los voluntaristas y los existencialistas pasotas cabría quizás encontrar un margen de acuerdo. Admitamos que la vida es una banda móvil que te lleva quieras o no; pero admitamos también que podemos vivirla desde nuestra voluntad consciente y, por tanto, caminar sobre esa banda móvil e incluso modificar el trazado de la misma (es decir: decidir nuestro trayecto).

Sigamos desbarrando a propósito de la metáfora. Los caminos tienen inicio y fin; y, entre ambos, tienen un determinado trazado. La vida, ciertamente, tiene principio y fin, pero ¿tiene un trazado predeterminado? Nooooo, contestará la mayoría. Nosotros, al vivir (al vivir con voluntad consciente) vamos decidiendo el trazado de ese camino que es la vida (aunque el fin sea siempre el mismo). Pues vale, pero entonces no es un camino, no es un trozo de espacio (de tiempo) predefinido y adaptado para transitar (para vivir).

Hoooombre .... Sí es un camino, pero un camino que lo vamos haciendo al transitarlo. Es decir, que según vivimos (con toda la consciencia que queramos o podamos) vamos definiendo el camino de nuestra vida. Camino que, entonces, no tendrá su trazado definido hasta que lleguemos a la muerte. Ya la metáfora pierde potencia analógica, porque ahora el tiempo de que disponemos (nuestra vida) se nos presenta como una amplísimo espacio (prados, bosques, montañas ...) que podemos transitar siguiendo multitud de trayectos. A medida que vamos caminando vamos abriendo el camino que es nuestra vida ... Pues vale.

Y llegados a este punto es inevitable recordar el conocidísimo poema de Machado (el XXIX de los Proverbios y Cantares). Porque entiendo que la concepción de la vida que subyace en el poema es esta última. Y digo más: me da la impresión de que lo que hace Machado es negar la validez de la metáfora; al menos la niega como referencia para las múltiples consecuencias prácticas (a modo de manual de autoayuda sobre cómo debemos vivir y entender la vida) que se han ido construyendo a partir de la misma.

Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.

En realidad, este post quería hablar de esas “consecuencias prácticas”. Quería discutir críticamente términos tan repetidos y ambiguos como, “el sentido de la vida”, “los propósitos como metas de nuestro camino”, etc ... Pero como siempre me ocurre, me enrollo y no concreto. Pero, en fin, para eso está el blog; ya retomaré el asunto en otro momento.

Y para acabar, en plan provocativo, asumo la misma pregunta que hace Machado en el poema II también de los Proverbios y Cantares:

¿Para qué llamar caminos
a los surcos del azar?...

CATEGORÍA: Todavía no la he decidido
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martes, 6 de junio de 2006

Identidad colectiva

La identidad colectiva es el sentimiento de pertenencia a un grupo; hago míos atributos colectivos. Ese grupo puede ser religioso, nacional, étnico, cultural ... Dice Todorov que la identidad colectiva es necesaria. ¿Por qué? Porque el ser humano necesita sentirse reconocido socialmente, sentirse aceptado, reconocerse en la mirada del otro. Y cuando las otras formas de reconocimiento (las basadas en sus cualidades individuales) no le son accesibles, el hombre recurre (requiere) la identidad colectiva.

A mí, las identidades colectivas me dan yuyu. Reconozco que no hay por qué demonizarlas radicalmente. Digamos que, en dosis adecuadas, pueden no estar mal (amén de ser necesarias). Pero, la necesidad de esos atributos colectivos como señas de identidad personal no es, en el fondo, sino la admisión de nuestro fracaso individual, de nuestras carencias personales. Caricaturizando un poco: cuanta más identidad colectiva, menos identidad individual. Otra conclusión, quizás también simplista: a medida que uno crece en su maduración y mejoramiento personal, debe irse desprendiendo de lastres de identidad colectiva.

Lo que sí parece comprobado es que hay una cierta correlación inversa entre el predominio de los valores identitarios colectivos y la capacidad intelectual. Yendo a temas más concretos: hay una correlación entre los votantes de partidos nacionalistas populistas (¿qué partido nacionalista no es populista?) y el bajo nivel educacional. También está más que comprobado como los discursos nacionalistas no son sino la musiquilla que se pone a las masas para que, distraídas, permitan a los dirigentes nacionalistas repartirse entre ellos el pastel. El nacionalismo populista ha conseguido ser de verdad interclasista: votan los pobres para que manden los ricos (y sigan enriqueciéndose).

En esta tierra en la que vivo, el partido que gobierna (nacionalista populista) ya ha empezado su campaña electoral (¡y falta casi un año!). El slogan es “sentir Canarias”. El viejo sofisma nacionalista: si eres canario (si sientes Canarias) sólo puedes votar a Coalición Canaria; o dicho de otra forma: si no votas a Coalición Canaria no eres canario de verdad (no sientes Canarias). En vez de tanto rollo, alguien debería mostrar públicamente las rentabilidades individuales (para los dirigentes de CC) de este emotivo discurso nacionalista.

El caso es que la cantinela funciona electoralmente y, en consecuencia, permite mantener el chiringuito (que no es otro que el control político-económico de la situación). Pero para lograr esta finalidad evidente, el sistema produce, entre otros efectos, la progresiva estupidización de la masa social, la progresiva anulación de la capacidad crítica (con la descalificación pronta de los disidentes que se atreven a hacer uso de la racionalidad). Ya es sabido: cuanto más bajo el nivel cultural y crítico de una sociedad mejor germina el caldo nacionalista, más identidad colectiva necesita.

Dice Vargas Llosa en un artículo de este domingo en El País que las identidades colectivas son campos de concentración (cito de memoria, por aproximación). Me gusta la metáfora.

CATEGORÍA: Política y sociedad
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jueves, 1 de junio de 2006

Declaración

Tengo (casi) cuarenta y siete años.
Ha empezado la segunda parte,
queda mucho partido.
Pero ya no tengo que seguir las reglas
(al menos, no tengo que seguir las reglas que no me creo).
Espero encontrar a quien quiera jugar sin esas reglas,
porque con las viejas yo ya no puedo: no me las creo.

En cambio, sí puedo no jugar con las reglas viejas;
puedo permitírmelo y me lo permito.
Me he atrevido a regalarme ese permiso
(no ha sido fácil: es mi premio de fin de etapa).
En palabras llanas: ejercer mi libertad.
Y no sólo puedo, debo.
En caso contrario, me engañaría;
con el agravante de que me daría cuenta
y la habríamos jodido ...

Quiero actuar como pienso
(sin autocomplacencias: habría que explicarlo).
Quiero sentir como pienso, aunque sé que necesito tiempo:
Admitir los sentimientos de las viejas inercias
para pactar con ellos las treguas necesarias;
despertar y mimar los sentimientos que quiero ...

No sé cuál es el camino, pero quiero andarlo.
Sólo me he prometido (tú lo sabes) ser honesto;
y -añado- procurar ser bueno y sentirme así.
Eso equivale, para mí, a sentir amor.
Amor (y emociones vecinas) que se me han derramado
como si un grifo (o varios) se me hubiera roto dentro;
de esto hace ya unos meses.

Así soy o así, al menos, quiero ser.
Tú has aparecido en mi etapa de desconcierto
y me has dado (me estás dando) tanto amor
y me estás dejando que te dé yo tanto ...
Que aunque tenga aún que aprender cómo expresarlo
supongo que sabes que soy feliz a tu lado
y obviamente te amo.

Y te amo con un amor al que no he puesto nombre,
porque me gustaría que lo inventáramos juntos
sin condicionarnos por las connotaciones viejas
por las reglas en las que no creo, por los sobreentendidos ...
(Me imagino tu mohín huraño mientras lees esto;
así que no sigo porque has de ser tú quien se convenza).


CATEGORÍA: Mis estados de ánimo
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