El vestíbulo del Fénix estaba lleno de gente; hervía bullicio de fans y periodistas, también abundantes policías. Entre empellones, logramos llegar a la mesa de recepción y Cati, jurando y perjurando que era amiga personal de McCartney, consiguió que uno de los empleados llamase al Beatle y le dijese que miss Catalina H, de Tenerife, preguntaba por él. La cara de hueso del tiparraco aquel se mudó en asombro y colgando nos miró con respeto (joder con estos dos mocosos). Perdonen, dijo, yo mismo les acompaño hasta las suites. Y así, escoltados por el uniformado, sorteamos la multitud y accedimos a unos ascensores que se abrían con una llavita dorada. Íbamos en silencio, Cati muy digna, yo con el corazón a cien y un torbellino de pensamientos a tanta velocidad que sentía que podía perder la conciencia en cualquier momento.
Debía ser casi la una de la madrugada y ahí estábamos nosotros dos, a la puerta de la suite 122, que se abría y aparecía el mismísimo Paul sonriendo a Cati y abriéndole los brazos. Cati le abraza y le dice en su inglés con deje canario lo feliz que está de volver a verle, y justo entonces, todavía en el pasillo alfombrado, aparece George gritando
Keitikeitikeiti y se la trata de arrebatar a Paul mientras yo sigo quieto como un pasmarote junto al otro pasmarote (el del hotel), y vemos como los dos beatles arrastran a Cati-Keiti hacia la habitación, y pienso que me voy a quedar fuera pero entonces mi amiga se da la vuelta y grita
hey, kids, wait a moment, this is my friend Charly. Sí, no es que tradujera mi nombre, sino que yo, por aquellos años, así me hacía llamar en vez de Carlos. Creía tener algún derecho, al fin y al cabo mi padre era americano y el inglés era casi mi lengua materna; pero sobre todo, en esa época, no ser español, diferenciarme de lo que mi nacionalidad significaba, constituía uno de mis anhelos. No me imaginas como Charly, ¿verdad?
Y me hicieron pasar con muestras de alborozo, como si fuera uno de ellos, un amigo, como los otros pocos que estaban dentro, de los que apenas ya me acuerdo, salvo, claro, de John, Ringo y, cómo no, de Brian,
Brian Epstein, el manager del grupo. Estaban todos relajados, hablando y riendo. Yo no podía creer que estuviera allí, con ellos. No sólo eso, sino que, además, me hablaban amablemente, aunque, la verdad, yo no resultara muy simpático, de tan alelado que estaba. Todo lo contrario que Cati que se mostraba extraordinariamente expansiva. Al cabo de un rato, media hora o poco más, algunos de los que allí estaban sugirieron salir de marcha por la ciudad. Brian, que para entonces parecía algo ebrio, era el más animado; los Beatles, sin embargo, preferían seguir en el hotel y acostarse no demasiado tarde (al día siguiente habían de volar a Barcelona y actuar en la Monumental). No sé ya exactamente cómo sucedió, pero el caso es que de pronto me vi con Brian, el chofer y guardaespaldas,
Mal Evans, y Wendy, la asistente de Epstein, una inglesa gordita, metiéndonos en el asiento trasero del famoso cadillac que había recogido al grupo en Barajas el día anterior. Según supe luego, Brian quería volver a un bar de ambiente que existía en Madrid en aquellos años, el Bourbon creo recordar que se llamaba; pero Mal le convenció de que diéramos un paseo por el centro y, así, acabamos en la Plaza Mayor.
Rememorando después esa noche, comprendí que se habían puesto de acuerdo para servirme en bandeja a Epstein. Hacía un rato, ya Cati me había hecho saber que, según Paul, Brian era homosexual, pero tampoco esa idea se imponía claramente en esos momentos. Ten en cuenta que, como luego comprobé, la orientación sexual de Brian era una especie de secreto compartido entre los amigos; desde luego, él no iba por ahí en plan maricona, no tenía ninguna pluma, para nada. Era un tío simpático, algo tímido, con una sonrisa muy agradable y carita de niño bueno, a pesar de que tenía entonces treinta años, el mayor del grupo. De otra parte, para mí la homosexualidad no tenía significados precisos, era algo ambiguo, confuso, considerado, eso sí, como repugnante y malvado. Pero se trataba de una condena genérica en la que el "acto nefando" carecía de contornos precisos. Supongo que no hace falta recordarte que en España, de acuerdo a la entonces vigente
Ley de Vagos y Maleantes ser homosexual era un delito castigado con el internamiento en los llamados "establecimientos de trabajo" que te imaginarás cómo eran. Y los que escapaban de estas medidas eran fichados y vigilados,
violetas se les llamaba. Los gays lo llevaban crudo, pero no sólo en la España franquista. La homosexualidad era ilegal en casi todos lados; también en el Reino Unido y, de hecho, Brian había pasado por dos o tres detenciones debido a sus inclinaciones. En septiembre del 67, un mes después de su muerte, la homosexualidad se despenalizó en Inglaterra. Yo estaba ordenando papeles en la oficina de Londres cuando apareció Mal Evans y me lo comentó; lo contento que habría estado Eppy, añadió, y me eché a llorar como un crio. Pero me adelanto, volvamos a la noche madrileña entre el 2 y el 3 de julio de 1965.
Pues eso, que le había gustado a Epstein y se propuso llevarme al huerto, seducirme, para decirlo en plan elegante. Nos sentamos en una cafetería de turistas y Mal y Wendy nos dejaron solos. Brian era extremadamente encantador; empezó a preguntarme de todo, como si estuviese interesadísimo en conocerme. No creas que esa actitud era una mera táctica de ligue; Brian era una persona muy curiosa, cuando alguien le atraía (y no me refiero sólo en términos sexuales) quería conocerlo todo y demostraba gran empatía, te hacía sentir que lo que a ti te interesaba también le interesaba a él; y no fingía, te repito. Así que me encontré, yo que solía ser un chaval reservado y huraño, contándole no sólo mis "datos objetivos" (situación personal, trabajo, familia, etc), sino también mis ansias e ilusiones. Por supuesto, con la más tierna candidez, le confesé mi admiración por los Beatles, cuanto anhelaba dejar mi gris cotidianeidad y acercarme a ese mundo de colores vivos (así lo imaginaba) que gravitaba en torno a mis ídolos. Brian me escuchaba y, al mismo tiempo, acercaba su silla a la mía; a veces, con la mayor naturalidad, como remate de algún gesto, me tocaba, me acariciaba casi, sin que en ningún momento esos contactos tan aparentemente espontáneos provocaran en mí recelos. Poco a poco, a medida que me sentía más a gusto con él, me animé a preguntarle por los Beatles, por ese mundo que tanto me atraía, y fue entonces él quien empezó a protagonizar la conversación, a contarme anécdotas, a describirme su vida y la de los cuatro Beatles ...
En esas estábamos cuando aparecieron Wendy y Mal y, casi al mismo tiempo, un camarero somnoliento nos dijo que tenían que cerrar la cafetería. Serían las tres y pico de la madrugada y ahí andaba yo, en la plaza Mayor, sin tener muy claro que iba a pasarme. Bueno, dije, me ha encantado conoceros; ojalá que podamos volver a vernos. No te vayas, me respondió Brian, ¿por qué no vienes a dormir con nosotros al hotel? En realidad, la pregunta no fue tan directa; usó un inglés casi victoriano, algo así como si me sentiría incómodo si me pidiera que viniera a pasar la noche en el hotel con ellos (
would you find it embarrassing if I ask you to stay with us in a hotel overnight?) No sé si se me pasaría por la imaginación el que Epstein quisiera tener relaciones sexuales conmigo, pero si así fue no pasó de un pensamiento fugaz cuya importancia, además, era ínfima en comparación con la oferta que me estaba haciendo. En esos momentos yo estaba completamente "enamorado" de Brian; por supuesto sin ninguna connotación sexual, pero absolutamente subyugado, tanto por su personalidad como por el mundo que me estaba abriendo. Así que, al oír la propuesta, no pude evitar una amplia sonrisa y que me brillasen los ojos. Claro, les dije, me encantaría. Mal, un gigantón fornido, me pasó el brazo por las espalda apretándome cariñoso los hombros, y Wendy dio unos saltitos acompañados de breves carcajadas. Brian, en cambio, se quedó un momento callado, mirándome a los ojos como si buscara algo dentro de ellos. Pasado ese instante, sonrió él también y exclamó,
OK, Let's go.
Y volvimos al Cadillac mientras en mi cabeza sonaba esa estrofa de
I'm a Loser con la que tanto me identificaba (
Although I laugh and I act like a clown / Beneath this mask I am wearing a frown / My tears are falling like rain from the sky / Is it for her or myself that I cry); quizá estaba a punto de dejar de ser un perdedor. Por cierto, antes de seguir, ¿sabías que esa canción,
I'm a Loser, es la primera que compuso Lennon de marcada influencia dylaniana? La escribió en el verano del 64 durante el tour norteamericano, probablemente poco antes del primer y famoso encuentro de los Beatles con Bob Dylan. Todo eso me lo contó Brian poco después, cuando me hizo descubrir la marihuana.