domingo, 31 de diciembre de 2017
jueves, 28 de diciembre de 2017
Els Segadors
En 1891, Francesc Alió, uno de los impulsores del “catalanismo musical”, publica Cançons populars catalanes, donde recoge veintitrés canciones con acompañamiento de piano, compuestas al objeto de ser interpretadas en los salones de la floreciente burguesía finisecular. Entre esos temas se encuentra la musicalización de Els Segadors –el texto de Milà–. Parece que la melodía provenía de otra canción campesina, ésta de corte erotico, que entonaban los payeses en las tareas agrícolas. Incluso, en los últimos años, se ha apuntado que la música que adoptó Alió de la canción festiva podría a su vez derivar del himno hebreo Ein K'Eloheinu ("No hay nadie como nuestro dios") que se entonaba como plegaria al final del shacharit, la oración matinal judía. Esta melodía parece datar del siglo XV, es decir dos centurias anterior a los sucesos del Corpus de Sang. En fin, lo importante es que en la última década del XIX, en el ambiente de la Renaixença y los enfervorizados inicios del catalanismo, aparece un primer himno que enseguida será interpretado por L'Orfeó Català, la sociedad coral creada por las mismas fechas con la intención de instaurar e impulsar un movimiento musical propio de Cataluña.
A partir de entonces, la canción se empezó a popularizar en ambientes catalanistas. Por lo visto, a su difusión contribuyó mucho la letra belicosa y, en cierta medida, antiespañola; parece que los más radicales de los catalanistas de aquella primera ola solían silbar la melodía en las estaciones de tren, especialmente cuando llegaban o se iban ministros de la monarquía alfonsina. Sin embargo, el texto de Milá, como ya he dicho, no era del todo adecuado para alcanzar el éxito completo. Probablemente por eso, el 10 de junio de 1899, la Unión Catalanista convocó, a través de las páginas de la revista La Nación Catalana, un concurso para premiar «la mejor composición en verso que, simbolizando en valientes estrofas las aspiraciones nacionalistas de Cataluña, se adapte bien a la melodía popular conocida con el nombre de Els Segadors», transmitiendo «los deseos que siente Cataluña de reconquistar su personalidad perdida y que con su esfuerzo la libren del yugo que hoy sufre». El propio enunciado del concurso deja bastante claras las intenciones de los promotores, así como que el sentimiento de los catalanes (de algunos, al menos) de estar oprimidos no es nada nuevo. El texto ganador –que es el del actual himno oficial de Cataluña– fue obra de Emili Guanyavents, un tipógrafo muy singular porque, además de catalanista, era anarquista (recuérdese que el movimiento anarquista español tuvo en Cataluña su foco más importante y activo). Este Guanyavents, nacido en 1860 y por tanto aún joven cuando obtuvo el premio, tuvo larga y fecunda carrera en la vida cultural catalana (murió en 1941 en Barcelona, su ciudad natal, así que le dio tiempo de verla derrotada y ocupada por el franquismo).
La composición de Guanyavents no gustó a todos, desde luego. Incluso no pocas voces del ámbito del catalanismo manifestaron su desagrado con el tono agresivo de la canción –entre ellos, nada menos que Valentí Almirall, quien calificó el himno de “canto de odio y fanatismo”–. De hecho, hasta la Guerra Civil había otras canciones que quizá fueran más estimadas por los dirigentes catalanistas, pero es verdad que Els Segadors, precisamente por su letra amenazadora contra quienes “encadenan” a Cataluña, era de las preferidas por el pueblo. Es ilustrativo comparar el texto del vigente himno con el del Cant de la senyera, del poeta Joan Maragall, uno de los que con más insistencia fue propuesto en aquellos años como alternativa. Mientras Maragall enarbola la bandera como señal de hermandad y libertad, Guanyavents la convierte en hoz con la que segar cadenas y expulsar a “esta gente tan ifana y tan soberbia”. El caso es que, por las razones que sean (yo apuesto por la agresividad de la letra), durante el Tardofranquismo y los inicios de la Transición, Els Segadors se convirtió de facto en la canción de quienes reclamaban la recuperación de la autonomía catalana. En la multitudinaria Diada de 1977 (la segunda que pudo ser celebrada tras la muerte de Franco) se confirmó su primacía. Aún así, habría de esperarse al 25 de febrero de 1993, fecha en que por Ley del Parlament, Els Segadors fue declarado himno oficial de Cataluña (eran aún los tiempos de Pujol).
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lunes, 25 de diciembre de 2017
Ranita hervida
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miércoles, 20 de diciembre de 2017
Paseo madrileño
Camino por Madrid. Esta ciudad, si no vives, mejor dicho, si no trabajas en ella, es fantástica para pasear y tropezarte incesantemente con descubrimientos o redescubrimientos (es decir, que ya conocías pero has olvidado y, por tanto, no esperabas encontrarlos). Esta mañana he salido de casa de mi hermana (cerca del barrio de San Juan Bautista, entre la M30 y Arturo Soria), he cruzado la autovía circunvaladora y he bajado todo López de Hoyos hasta la Castellana. Pretendía llegar al Museo del Romanticismo, en la calle San Mateo, con previa parada en la Fundación Mapfre del Paseo de Recoletos; o sea, combinar caminata con disfrute artístico. Sin embargo, al pasar por Colón me apeteció echar un vistazo a la muestra homenaje al recientemente fallecido Basilio Martín Patino, que hay en el Centro Cultural de la Villa. La exposición se titula "Madrid, rompeolas de todas las Españas", tomado de unos versos que Antonio Machado escribió en noviembre de 1937, en una ciudad cercada ("Madrid, Madrid, ¡qué bien tu nombre suena / rompeolas de todas las Españas! / La tierra se desgarra, el cielo truena, / tú sonríes con plomo en las entrañas"). Desde luego, me alegro de haber entrado y dedicar una hora y media a repasar, mediante fotos y fragmentos de sus películas, la historia de Madrid: República, Guerra Civil, Posguerra, Transición, Movida y los años mäs recientes (los indignados de Sol). Hacia el final, veo una intervención del cineasta en aquel magnífico programa de TVE que fue "La Clave" (¿concebiríamos hoy un programa donde los tertulianos dejaran hablar y, además, argumentaran con sentido e inteligencia?) y, como un destello, me viene a la memoria una tarde de mi adolescencia (calculo que sería hacia 1972) en la que Basilio con su hermano José María, que era amigo de mi padre, estuvieron en nuestra casa (José María, jesuita, fue secretario del cardenal Tarancón durante la Transición). Como niño bien educado que era saludé a aquellos señores quienes por entonces no me interesaban en absoluto. Creo que no me acordaría si no fuera porque unos años después, cuando por fin se autorizó la exhibición de "Canciones para después de una guerra" –yo acababa de entrar en la universidad–, mi padre me contó que de esa película habían hablado aquella tarde en nuestra casa. Luego, sobre todo en los ochenta, vi dos o tres filmes más de Martín Patino, pero he de reconocer que no lo he seguido apenas; es más, ni siquiera me enteré de que había muerto este pasado agosto. La visita de hoy me ha incentivado a repasar su obra; otro propósito de año nuevo.
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domingo, 17 de diciembre de 2017
Palabras de muerte
Muhammad no tenía más que dieciocho años y en su corta vida era odio de lo que más disponía. Vivía conmigo, su padre y sus tres hermanos en Beitunia, una pequeña ciudad a solo tres kilómetros al Oeste de Ramala. El fuego de su odio se avivó salvajemente cuando supimos que el maldito presidente de los Estados Unidos reconocía el derecho judío sobre Jerusalén. Ismael Hanniya nos pidió un viernes de la ira, una protesta contra los hebreos. Lloré toda la noche previa, intentando conmover con mis súplicas a Muhammad y a su hermano, convencerlos de que no fueran a Ramala. No me hicieron caso, pero –Al·lahu-àkbar– regresaron, aunque Khalil, su hermano mayor, con golpes en todo el cuerpo y dos costillas rotas. Volví a llorar ante su cama una semana después, de nuevo infructuosamente. Este viernes han matado a mi hijo menor. Lo han matado los soldados israelíes, pero es como si lo hubiera matado ese maldito servidor del diablo. Me pregunto cómo alguien puede mostrar tan cruel indiferencia hacia la vida de miles de inocentes. Ese hijo de Satán sabía con seguridad absoluta que las declaraciones que hizo traerían muertes y desolación; y, sin embargo, las hizo. Me pregunto cómo alguien así puede dormir por la noche y sólo puedo responderme que no pertenece a la comunidad de los hombres. Te maldigo con toda la inmensa rabia de mi sufrimiento.
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jueves, 14 de diciembre de 2017
El ciclo catalán
Habrá quien piense que, aún admitiendo una mayor belicosidad de los catalanes (una menor disposición a integrarse o a renunciar a sus peculiaridades), la monarquía hispánica no fue capaz de aplastar el molesto catalanismo (permítaseme este otro anacronismo) como, por ejemplo, si supieron hacer los reyes franceses y, después de ellos, los revolucionarios republicanos. No sé si ello hubiera sido posible ejerciendo más mano dura, pero de lo que no cabe duda es que desde Felipe II hasta el siglo pasado ha habido un buen número de “pacificaciones” de Cataluña, que hacen que no sea demasiado exagerada la frase atribuida a Espartero: “Hay que bombardear Barcelona cada 50 años para mantenerla a raya”. Es decir, que llevamos ya más de cuatrocientos años con una pauta que se repite sin fin: aumento de la desafección en Cataluña respecto del resto de España (dan un poco igual los motivos concretos), explosión y enfrentamiento con el Estado, represión más o menos violenta que derrota al “catalanismo”, aparente pacificación y vuelta al redil a lo que siempre han contribuido concesiones desde el Estado (el catalanismo es especialista en obtener beneficios tras las derrotas), y progresivo aumento de la desafección reiniciando el ciclo eterno. A ver si saco tiempo para repasar la historia catalana (y española) desde la óptica de este conflicto, cuya evolución parece responder a una función sinusoidal. Pendiente de ello, creo que puede admitirse, al menos de forma provisional, que a lo largo de los últimos cinco siglos nunca se ha alcanzado una situación de equilibrio estable en lo que se refiere a la integración de Cataluña en el conjunto del Estado. Los catalanes (la minoría dirigente, pero cada vez mas la población en general) siempre han reclamado y obtenido cotas de autogobierno notablemente mayores que el resto de entidades territoriales del Estado, y pareciera que nunca han sido suficientes. Mas creo que es justo señalar también el contrapunto: los castellanos (simbolizando en ellos las minorías que han ido construyendo –con no demasiado éxito– el Estado) siempre han recelado de esas pretensiones de autonomía catalanas, no han querido entenderlas (casi ni conocerlas) y en numerosas ocasiones han procurado menoscabarlas si no suprimirlas.
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lunes, 11 de diciembre de 2017
Incestuosa concepción
Aprovechando la oscuridad genealógica del que había de ser el gran malvado del siglo XX, Norman Mailer ficciona la infancia de Hitler exacerbando sus orígenes incestuosos. De entrada, se suma a quienes sostienen que el padre de Alois fue Johann Nepomuk, pero añade que los Hiedler eran primos de los Schicklgruber. No he encontrado ninguna mínima argumentación al respecto, así que supongo que es una invención del novelista, pero tampoco improbable en el entorno campesino de la época. Maria Anna, de 42 años y soltera por aquellas fechas, trabajaba como sirvienta en Graz; en algún habría regresado a su pueblo natal, Strones, y allí habría coincidido con su primo que habrían ido desde Spital donde residía a visitar a los parientes. Se encontraron, le embargó la nostalgia de sus juegos de infancia y fueron a darse un buen revolcón en algún pajar del pueblo. Así, según Mailer, fue concebido Alois. Y Maria Anna se lo dijo a su primo el cual, como ya tenía una familia, optó por pasarle dinero todos los meses (ella decía que se lo mandaban desde Graz, lo que dio origen a que se pensara que el padre del niño era su antiguo patrón, y más tarde corrió el bulo de que era un judío adinerado) y, posteriormente, arregló el matrimonio con su hermano mayor, por lo visto un borracho impenitente.
La madre de Alois murió de tuberculosis cuando éste tenía diez años. Pero desde antes el pequeño había sido mudado de Strones a la granja de su tío (¿padre?) en Spital. Mailer sugiere que eso ocurrió cuando el crío tenía cinco años; si así fue, habría sido al poco de entrar en el hogar Johann Georg en calidad de marido. Es probable que maltratara al niño y por eso la madre y el cuñado se pusieran convinieran en el cambio de familia. Desde luego, Alois salió ganando; en primer lugar porque la situación económica de Johann Nepomuk era aceptablemente holgada y, de otra parte, porque fue recibido con entusiasmo y cariño por las tres hijas del matrimonio, encantadas con tener un hermanito al que cuidar. En su papel de fabulador, Mailer nos cuenta que desde muy jovencito Alois resultó bastante mujeriego, lo que ciertamente lo confirmaría adulto (tuvo tres mujeres y no pocas amantes). Así, en cuanto llegó a la pubertad, empezó a practicar juegos ilícitos con sus hermanas, que tanto lo querían. Siempre según el novelista, cuando el chiquillo tenía trece años, Johann Nepomuk lo sorprendió retozando en el establo con Walpurga, su segunda hija, entonces de dieciocho y ya prometida. De modo que, con gran dolor de su corazón, tuvo que sacarlo de la casa en previsión de males mayores (parece que el diablillo ya había jugueteado también con Josefa, la hija pequeña) y enviarlo a Viena como aprendiz de zapatero. Y en la capital del Imperio a Alois le fue muy bien: después de cinco años en una tienda de botas, se presentó e ingresó en el cuerpo de aduaneros de los Habsburgo, donde desarrolló una carrera funcionarial de notable éxito para un hombre sin casi educación. No volvió a Spital hasta 1859; Johann Nepomuk, destrozado por la muerte de Josefa y añorándole, le pedía que los visitara.
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viernes, 8 de diciembre de 2017
Hotel California
Hoy se cumplen 41 años. Cuarenta y un años desde mi segundo nacimiento, parto atroz que, a diferencia del primero, es un recuerdo cruel y doloroso. En cambio, apenas guardo memoria de los diecisiete y pico años previos, una sucesión de escenas borrosas de las que siento que es otro, no yo, el protagonista. Son cortes breves de película, fotogramas inconexos y dañados. Me veo liando un porro y enseguida riendo. Me veo ante el director del instituto, sin entender sus airadas palabras, ensimismado en el frenético movimiento de su boca y el refulgir de su diente de oro. Me veo desnudo en mi habitación, desnudos también Mike y Jenn, los tres cuerpos revueltos. Me veo en silencio, toda mi piel enrojecida, ardiente, frente a mis padres; él salmodia palabras que parecen condenas –drogas, perversión, homosexualidad–, ella llora. Me veo en el asiento de atrás de la ranchera de mi padre, el viejo Dodge verde con bandas imitando madera. Una carretera infinita que rasga el desierto en dos mitades, el viento frío se cuela por las rendijas de las ventanillas mal cerradas y es una aguja helada que me horada las fosas nasales, la garganta, los pulmones. Al mismo tiempo, el humo cálido y agrio de los cigarrillos de mis padres me embota la cabeza. Está anocheciendo y estoy cada vez más mareado. De pronto, al final de la recta, destella una trémula luz de neón. Ahí es, dice mi padre, el Hotel California. Y siento la tenaza de la angustia apretándome el estómago, me desvanezco por unos instantes en la oscuridad, miedo negro.PS: Ayer, oyendo la radio en el coche, me enteré de que hoy se cumple 41 años de esta mítica canción de The Eagles. Pensé en escribir mi recuerdos de cuando escuché aquel LP por primera vez (lo tenía mi amigo Mario), pero luego decidí hacer un breve relato a partir de la enigmática letra de la canción.
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jueves, 7 de diciembre de 2017
Partero y enterrador
Durante la década de los noventa, la mayor parte de mi tiempo laboral estuvo dedicada a la elaboración del Plan Insular de Ordenación de Tenerife (PIOT), primero como coordinador desde el Cabildo de un equipo profesional externo y luego como responsable directo de la redacción del documento. El Plan Insular estaba concebido entonces como lo que fueron en la vieja legislación estatal del suelo los planes directores de coordinación; es decir, tenía por objeto definir el “esquema básico de la estructura territorial insular” así como unas directrices a modo de “reglas de juego básicas” para los procesos de transformación territorial. Pero –y esto es muy importante–, el PIOT no pretendía ser “directamente operativo”; es decir, no se concebía como la norma que había de aplicarse para conceder una licencia de obra, para aprobar un plan de urbanización de un sector, para autorizar un proyecto de nueva carretera. Tales funciones competían a los planes generales, formulados y gestionados por los Ayuntamientos (31 hay en esta pequeña isla). Naturalmente, cada Plan General debía desarrollar y concretar sobre el territorio de su municipio las directrices básicas del PIOT. Para hacer más complicado el sistema, había multitud de aspectos (el turismo, los grandes centros comerciales y de ocio, los espacios naturales protegidos) cuya ordenación, en atención a su relevancia, se remitía a instrumentos específicos (planes territoriales), distintos de los municipales. De este modo, se configuraba un entramado de competencias en la ordenación del territorio muy interdependientes unas de otras, en el marco de un sistema de planeamiento fuertemente jerarquizado (al menos en teoría). A ello se sumaba una legislación que pretendía someter casi todo a los planes (exagerando: nada se podía hacer si no estaba previsto en algún plan territorial o urbanístico vigente).
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domingo, 3 de diciembre de 2017
De Xavier a Javier
Hoy, 3 de diciembre, es San Francisco Javier (1506-1552), jesuita navarro de la primera hornada, misionero en el Lejano Oriente y canonizado por Gregorio XV junto a Ignacio de Loyola, Teresa de Ávila, Isidro y Felipe Neri. Hoy es el santo de los javieres que, si tienen suficiente edad, se llamarán Francisco Javier y si son más jóvenes, cuando ya se podían poner nombres a los recién nacidos sin respetar el santoral, quizá se llamen Javier a secas o en cualquier otra combinación. Lo cierto es que bastantes de quienes llevan este nombre ignoran que Javier es una localidad de la comarca de Sangüesa, precisamente en la que nació el santo. Su nombre completo era Francisco Jasso Azpilicueta Atondo y Aznarez; su padre, originario de la Baja Navarra (en Francia), era presidente del Consejo de los reyes de Navarra, Juan de Albret y Catalina de Foix, los últimos antes de la conquista por Fernando el Católico.Lo cual nos lleva a la grafía y la fonética de nuestro idioma en los albores del XVI. De entrada, parece que por esas fechas no existía en el castellano el sonido de nuestra actual J, la fricativa velar sorda, cuyo símbolo en el alfabeto fonético internacional es precisamente /X/. Había por aquellos tiempos tres letras cuyos sonidos van a ir confundiéndose en esa etapa de transición idiomática: la g, la j (que es una evolución de la i) y la x. En una Gramática de 1559 se nos informa que la g tiene dos sonidos: uno “flojo” delante de a, o y u que es igual al actual, y otro más “fuerte” delante de e e i, y éste no es el actual (sonido de la J) sino el del italiano y francés delante de esas dos vocales (giorno, por ejemplo). La j sonaba como la misma grafía en francés (Jean). Finalmente, la x se pronunciaba como la ch francesa (chevalier) o como la sc italiana (sciuto), es decir, muy similar a como se sigue pronunciando en catalán.
En los tiempos del Santo, pues, en castellano no se pronunciaba el fonema /X/. De modo que la cantidad de palabras de nuestro idioma que ahora y entonces se escribían con J se pronunciarían como lo siguen haciendo los catalanes, por ejemplo. Multitud de nombres propios –Juan se diría Yuan, José, Yosé, Joaquín, Yoaquín–, pero también palabras de lo más comunes: oyos en vez de ojos, illos por hijos, etc. La ausencia del fonema /X/ hacía que los sonidos de ese castellano fueran mucho más similares al resto de lenguas romances, incluyendo desde luego las otras que se hablaban en la Península. Si, por otro lado, la localidad natal del Santo se escribía con X, hay que asumir que en sus tiempos se pronunciaría como una CH algo más suave. Esta suposición es congruente con la etimología del nombre –Etxeberri (casa nueva)– ya que probablemente la sílaba txe (che) derivaría a Xa (Cha).
Tenía yo la creencia de que la existencia de la fricativa velar sorda en nuestro idioma se debía a las influencias del árabe, pues en su lengua también existe. Pero, si bastante después de acabada la Reconquista no existía el fonema /X/, es obvio que no pudo ocurrir así. De hecho, según leo en algunos artículos de filólogos, a lo largo de la Edad Media, mientras convivieron ambas lenguas en la Península, la castellana tomó prestados numerosos arabismos pero convirtiendo los fonemas de la J y H aspirada a otros con los que contaba, mayoritariamente a la F, el que tenía mayor semejanza acústica (por ejemplo, al-jomra pasó a alfombra). Parece que la aparición del fonema de la actual J ocurrió a finales del primer tercio del siglo XVII, como evolución espontánea del idioma. Así, las palabras que hasta entonces se escribían con X y se pronunciaban como la CH francesa (Xavier entre ellas) pasaron a decirse con el sonido J actual. Décadas después el fonema no sólo pasó a representarse con la grafía J sino que, además, muchas de las palabras escritas con J y G fuerte cambiaron su pronunciación para adoptar la actual. Resultados de ese último y tremendo cambio fue que el castellano se llenó de palabras con el sonido /X/ y que la grafía X pasó a representar otro fonema distinto (el actual, equivalente a ks). Y, claro está, las palabras que escritas con X habían sido las primeras en adoptar el fonema /X/ se pasaron a escribir con J para mantener la nueva pronunciación.A lo que no he encontrado aún explicación satisfactoria es al porqué de la aparición del actual sonido J en el castellano, máxime cuando se produce cuando el dominio geográfico de nuestra lengua incluía ya las Américas. ¿Cómo es posible que en un tiempo relativamente corto (aunque fuera en dos etapas) palabras que se pronunciaban de otro modo pasaran a decirse con un sonido muy distinto y, además, de mayor dificultad fonética? Este cambio radical se me antoja contra la lógica de la evolución fonética y tengo una tremenda curiosidad por saber sus causas. Pero, hasta que las averigüe, sentemos como datos ciertos que Xavier se escribía así en castellano en los tiempos del Santo, pero se pronunciaría más o menos Chavier (la ch algo más suave que la actual); que cien años después (en los primeros del XVII) pasaría a pronunciarse Javier, pero seguiría escribiéndose con X; y que finalmente, no sé hacia qué fechas, el fonema /X/ pasó a representarse con la J y –con la G delante de e e i– y Javier que ya se pronunciaba con el sonido de la J, pasó a escribirse también con esta letra. No obstante, durante algún tiempo, ese fonema se pudo escribir en castellano con las dos grafías (X y J) hasta que en la octava edición de la Ortografía de la lengua castellana (1815) se decidió eliminar el uso de la letra X como representación de ese sonido. Salvo, claro está, algunas contadas excepciones: México, Texas, Oaxaca ... Y el Xavier de mi amigo.
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sábado, 2 de diciembre de 2017
Cultura de la crueldad
En “La ética de la crueldad” (Premio Anagrama de Ensayo 2012), José Ovejero afirma que España es un país en el que la crueldad está especialmente presente. Tiendo a desconfiar de esas afirmaciones en las que nos adjudicamos puestos relevantes en cualquier tipo de ranking porque, entre otras razones, suelen responder a conclusiones bastante desequilibradas. El hecho de ser españoles –y, por tanto, estar familiarizados con nuestras costumbres– hace que necesariamente privilegiemos y exageremos las notas que conocemos frente a las de los otros países. Aún así, no parece que yerre Ovejero al referir que la presencia de la crueldad en las manifestaciones culturales de la historia española es más abundante que en otros entornos. Bien es verdad, que el autor, aún reconociendo que se trata de cosas distintas, mete en el mismo saco la crueldad y lo grotesco, entendiendo este adjetivo como síntesis de lo exagerado, la radicalidad, lo exaltado, la búsqueda de emociones fuertes y el rechazo a la reflexión calma. Visto así, se diría que es cierto que en la literatura y el arte españoles puede apreciarse un gusto, un descarado sesgo en tal sentido y, desde luego, con ejemplos demasiado frecuentes de representaciones de la crueldad. De otra parte, es conocido que España ha tenido fama de país bárbaro y cruel hasta no hace mucho (y no estoy seguro de que tal fama haya desaparecido completamente), lo cual, dicho sea de paso, era tanto motivo de rechazo como de atracción (piénsese en Hemingway, por ejemplo). Por tanto, una primera hipótesis sería que los españoles sienten (y han sentido históricamente) una mayor atracción hacia la crueldad que individuos de otros países. Aceptémosla provisionalmente porque, a falta de demostración concienzuda, no puede negarse que cuenta con suficientes indicios de verosimilitud.
Empecemos por las aves en el mejor lugar posible, un pueblo llamado El Carpio de Tajo, en la ribera de ese río a mitad de camino entre Talavera de la Reina y Toledo. Villa de origen medieval –se aprecia en su trama, no tanto en su arquitectura, bastante anodina–, cuenta en la actualidad con unos 2.200 habitantes. Sus fiestas mayores son en honor a Santiago Apóstol, del 24 al 27 de julio y en ellas hay carreras de caballos enjaezados (con muy bonitos colores) con música folklórica de dulzaina y tamboril. Pero el plato fuerte es el llamado Correr de los gansos: se hincan dos postes en la plaza enlazados por una soga de la cual, amarrados por las patas, cuelgan gansos; la cosa consiste en pasar a caballo bajo la cuerda e intentar descabezar al palmípedo de un fuerte tirón (no es fácil, eh, el cuello resiste bastante). El jinete que lo logra enseña orgulloso la cabeza del ave y el público aplaude enfervorizado. Por lo visto, el rito se remonta a finales del siglo XVI, y se debería a un tal Martín Fernández de Olmedo, apodado el Indiano, que era militar de los Tercios de Flandes y que se inspiró en una costumbre alemana de la zona del Rin. Pero no está claro, porque leo por otra parte que fueron más bien oriundos carpeños quienes llevaron a Centroeuropa la que para ellos era una tradición desde que la villa fue arrebatada a los árabes. Lo cierto, según compruebo asombrado, es que la gracia festiva de descabezar un ganso al galope se celebra en una localidad cercana a Amberes, y en Hontrop y otros lugares de la cuenca renana (incluso fue llevada a Estados Unidos por emigrantes holandeses, aunque la práctica desapareció a finales del XIX). Desde luego, la fiesta auténtica, acorde con la tradición, era con gansos vivos. En 1984 (no hace tanto) el Gobierno Civil prohibió que se celebrara con animales vivos y, desde entonces, se les sacrifica el día antes. Por cierto, en un artículo de El País con motivo de las fiestas de este año, uno de los jinetes participantes declara que para ellos es una tradición y un orgullo y que ahora se celebra con gansos muertos porque se entendió que era innecesario que sufrieran (la dosis inevitable de cinismo políticamente correcto). En cualquier caso, uno se pregunta cómo a alguien puede gustarle (provocarle placer) ver arrancar la cabeza de un ganso. A mí, verlo en un video, aun sabiendo que el bicho está muerto, solo me produce malestar y rechazo.
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Miroslav Panciutti
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