El área del barrio eran terrenos agrícolas hasta que se los apropió Enrique VIII para incluirlos en los parques que rodeaban su palacio de Whitehall, en Westminster, por entonces todavía separado de la ciudad de Londres. A finales del XVII, después del gran incendio que destruyó la City (1666) y bajo la presión del crecimiento demográfico de la capital, la Corona fue cediendo los suelos a aristócratas para que los parcelaran con vistas a su desarrollo urbano, en la idea de crear una zona residencial de alto nivel. Sin embargo, a diferencia de las áreas vecinas, como Mayfair por ejemplo, las previsiones no cuajaron ya que el Soho se convirtió en destino de las oleadas de exiliados europeos que iban a refugiarse a la más tolerante Inglaterra, muy especialmente los hugonotes franceses a resultas de las persecuciones de Luis XIV. De este modo, para el XVIII el barrio era el más cosmopolita de Londres, una amalgama de gentes de todos los orígenes y oficios que bullía de actividad. Naturalmente, los nobles que se habían construido sus mansiones en el barrio no se sentían nada a gusto con ese vecindario y fueron largándose. El mejor ejemplo lo constituye
Manor House en el número 21 de Soho Square. En 1678 se construyeron en el recién creado solar dos viviendas que luego se unieron para formar un palacete con frente a la plaza. Durante casi un siglo, el edificio fue ocupado por familias de la clase alta, destacando el cuarto barón de Nostell, Sir Rowland Winn. Luego, por un breve periodo –entre 1772 y 1775- fue la embajada de España, dirigida por Felipe Ferrero Fiesco, representante de Carlos III ante Jorge III. En 1776 un tal Thomas Hopper adquirió el inmueble y lo acondicionó como burdel de clase alta, con habitaciones decoradas lujosamente y los mayores refinamientos de la época (incluyendo algunos trucos destinados a aterrorizar a los clientes). El hotel-prostíbulo funcionó hasta los inicios del XIX; allí trabajarían las chicas más apreciadas en su oficio, mientras el resto se distribuían por las calles del barrio, donde prosperaron otros locales de ocio más asequibles. Aclaro que la edificación original fue profundamente reformada por la empresa Crosse & Blackwell, comercializadora de productos alimenticios (fue comprada por Nestlé en 1960) que ocupó el inmueble hasta 1925. La foto que acompaña este párrafo muestra el aspecto del edificio (el que hace esquina) hacia mitad del XIX; hoy, nuevamente reformado, está dedicado a oficinas.
Así, durante el XVIII, el Soho se fue convirtiendo en un bullicioso barrio con la ajetreada actividad de artesanos y comerciantes durante el día y la no menor de la noche, en los cada vez más numerosos locales destinados al entretenimiento que iban dispersándose por sus calles. También, en un bucle causa-efecto, adquirió atractivo como residencia de no pocos artistas e intelectuales. Por ejemplo, en la gira por Europa que organizó el padre de Mozart para exhibir las extraordinarias dotes de sus hijos Nannerl y Wolfgang, llegaron a Londres en abril de 1764 y tras el verano se instalaron en el 20 de Frith Street, en el Soho, elección motivada por la existencia de varias salas de concierto en el barrio. Pero entre los residentes en el Soho hay que citar además al también compositor Frank Liszt, a los pintores Canaletto y Constable, al veneciano Casanova, a los poetas Shelley y William Blake, y hasta el mismísimo Karl Marx tuvo allí su vivienda. Por cierto, fue en las habitaciones de la planta alta de la
public house (así se llamaban los establecimientos de bebidas, de donde proviene el término "pub")
The Red Lion, en la esquina de Great Windmill Street y Archer Street, donde en noviembre de 1847 se celebró el segundo congreso de la Liga Comunista, reunión en la cual Marx y Engels acordaron escribir el
Manifiesto Comunista que se publicaría al año siguiente. Ese pub –en el que tal vez haya tomado una cerveza desconociendo su importancia histórica– cerró en 1998 y fue sustituido por otro local de copas. Pero lo que interesa destacar es que para mediados del XIX el Soho estaba plagado de establecimientos para el ocio (alcohol, sexo y espectáculos) y ya había adquirido un marcado carácter bohemio y algo canalla.
A partir de la década de 1850 Londres vivió la fiebre del
music hall, un género que combinaba canciones populares, teatro de variedades, actos circenses y comedia, mientras el público comía, bebía y fumaba. En pocos años se abrieron muchas salas, primero vinculadas a pubs existentes y enseguida construidas expresamente por toda la ciudad. En el Soho se abrieron dos de los más importantes: el
Oxford Music Hall (1861), en el extremo noreste del barrio, y el
London Pavillion (1961), en la esquina opuesta, junto a Piccadilly Circus (en esa fecha todavía no estaba ejecutada la Shaftesbury Avenue). Se trataba de espacios bastante imponentes, de amplias dimensiones y decorados con aparente lujo, lo que da muestras de la pujanza de la industria del entretenimiento y la fuerte competencia por atraer a los artistas más populares; no es exagerado decir que en la segunda mitad del XIX se cimentó en Inglaterra, y en Londres en particular, el poderoso sector del
show business, con importantes empresarios, muchos de ellos llegados de fuera de la Isla. El género se mantuvo pujante hasta la Primera Guerra, con casi un centenar de grandes salas en la capital y más de trescientas de tamaño modesto. Después, muchos de los locales entraron en decadencia o se reconvirtieron en teatros más convencionales o bien acogieron los nuevos géneros musicales como el jazz, el swing o las grandes bandas. El edificio del
London Pavillium, aunque muy reformado, aún existe, si bien pasó a ser sala de cine en 1934 (allí se estrenó en 1964 la primera película de los Beatles,
A Hard Day's Night) y en 1986 cerró definitivamente para convertirse en centro comercial y de atracciones para los turistas. El
Oxford Music Hall (la imagen muestra su interior hacia 1875), en cambio, pasó a convertirse en teatro hacia el final de la Gran Guerra y en sus últimos años combinó musicales de Broadway con pases de películas; fue demolido en 1926.
Tras la Primera Guerra el protagonismo del ocio nocturno correspondió a los
nightclubs, se supone que un invento de los norteamericanos dirigido a la diversión de la clase trabajadora, locales de menor tamaño que los
music halls en los que, además de beber alcohol, se bailaba (nada que ver con los tradicionales clubs ingleses reservados a los
gentlemen). Uno de los primeros y más famosos durante los locos años veinte fue el 43 –porque estaba en el 43 de Gerrard Street– regentado por Kate Meyrick, una irlandesa con agallas abandonada por su marido con ocho hijos, persistentemente perseguida por los gobiernos de Lloyd George y Stanley Baldwin y encarcelada hasta cinco veces. También en el Soho se abrió el
Café de París (1924) –aún en activo– y que pasó a la fama porque allí Louise Brooks presentó por primera vez en la capital británica el baile americano que haría furor, el Charleston. Y muchos más, pero también pervivieron los grandes edificios para espectáculos, y han de citarse dos de importancia, que compitieron agresivamente desde la primera década del siglo pasado. El primero fue el
Hippodrome, en la esquina de Charing Cross Road y Leicester Square (en el extremo sureste del Soho), construido en 1900 para Moss Empires, la compañía de espectáculos mayor de la época. Diez años después Walter Gibbons, otro de los grandes empresarios del sector, erigió el
London Palladium, en Argyll Street (al extremo noreste) con capacidad para más de dos mil doscientas personas frente a las 1.340 del
Hippodrome. En 1919, el
Hippodrome acogió la primera actuación oficial de jazz en el Reino Unido, con la
Original Dixieland Jazz Band. Empezó la época triunfante del jazz, y en 1932 Louis Armstrong actuó en el
Palladium y un año después lo hizo Duke Ellington. Durante los treinta Soho estaba definitivamente consolidado como el barrio nocturno por excelencia de la capital, si bien en esa década, a medida que el ambiente sociopolítico se iba haciendo más asfixiante, se abatió sobre el barrio una intensa política represiva para erradicar las prácticas licenciosas (se barrió la prostitución callejera lo que originó que las chicas se mudaran a apartamentos en las plantas altas, convenientemente anunciados con luces de neon) que obligó a cerrar a no pocos locales nocturnos. Parecía que se podía acabar con el Soho transgresor y tremendamente vital, un verdadero
melting pot de culturas y clases sociales. Pero entonces vino la guerra.
Durante la década de los cincuenta se abrieron nuevos locales, dirigidos mayoritariamente al jazz, pero que empezaron a acoger otras músicas como el
skiffle (del que ya hablé en un post anterior) y el
blues. Por ejemplo, el
Club Eleven que estuvo apenas dos años abierto –entre el 48 y el 50– en 41 Great Windmill Street, tiempo suficiente para introducir el
bebop en Gran Bretaña. Hacia principios de la década, un pub que existía desde mediados del XVII en la esquina de Brewer y Wardour streets, llamado
The Roundhouse empezó también a acoger veladas de jazz y en el 55 se fue orientando hacia el skiffle (en ese año actuó allí Cyril Davies) para luego derivar hacia el blues. También en Wardour street estaba el popular
Flamingo que abrió en 1958 y que en su primera época contó con Sara Vaughan, Ella Fitzgerald y Billie Holiday, casi nada. Y al final de la década, en el 58, se abre
The Marquee Club que, aunque no renegaba del jazz, fue de los primeros en los que desde sus inicios predominó el
rhythm&blues. El lunes 4 de noviembre de 1963, los Bluesbreakers de John Mayall, con nuestro amigo John al bajo, actuaron en el Marquee: era el ascenso a la primera división de la escena británica. Hay que suponer que antes habrían recorrido tugurios de menor calado, pero al fin llegaban al Soho. Como postre curioso diré que ese mismo día en el
London's Prince of Wales Theatre, a unos setecientos metros del Marquee, se celebró el
Royal Command Performance, la gala con fines benéficos más importante de cada año. Asistía toda la familia real, aunque ese año no fue Isabel II que estaba embarazada; una pena porque ante tan selecto auditorio actuaban Los Beatles. Fue la velada de la famosa irreverencia de Lennon: antes de la última canción –
Twist and Shout– se dirigió al público y les dijo que quería pedirles ayuda, que los de los asientos baratos batieran las palmas mientras que los restantes bastaba con que sacudieran sus joyas. Obviamente, quienes vieron la primera actuación en serio de John ni se habrían planteado ir a la gala real.