Xabiertxo
He estado, durante las dos últimas semanas, trayendo libros desde mi casa de Santa Cruz a la de Tacoronte. A ver si, antes de que acabe agosto, consigo vaciar la primera para ponerla en alquiler. Tengo la sensación de que, año y medio después, eso podría marcar una especie de cierre a este periodo de aturdimiento triste en que vivo desde la muerte de Luisa, que no termino de asumir del todo. Hace dos sábados, desmontamos los ocho módulos delanteros de mi librería chicharrera, los trajimos aquí en la furgoneta de la empresa de Héctor y los montamos sobre la pared del pasillo. Luego, casi todos los días, viajes de ida y vuelta a Santa Cruz para llenar en cada uno seis pesadas cajas y pasar no poco rato colocándolos ordenadamente. Ya están en sus nuevos sitios todas las novelas y la librería se ha llenado. Aún me queda un número similar de volúmenes por mudar, los que no son literatura de ficción. Para éstos habré de encontrar otros lugares: en los módulos de mi despacho o en los del cuarto que construí a unos cincuenta metros de la casa, junto al gallinero. ¿Para qué tanto esfuerzo? Lo más probable es que no vuelva a leer casi ninguno de estos libros que he ido acumulando casi desde la niñez (además, desde hace ya varios años prácticamente solo leo en formato electrónico). En la última novela de Fernando Aramburu –Los vencejos, 2021–, el protagonista ha decidido suicidarse en un año y durante ese plazo va dedicándose a deshacerse de sus pertenencias, especialmente de los abundantes libros que posee, abandonándolos en las calles de Madrid. Confieso que me tentó la idea aunque, desde luego, no tenga ninguna intención suicida. Pero no soy capaz de renunciar al fetichismo libresco que he padecido toda mi vida. Que quienes queden hagan lo que quieran con estos kilos de papel viejo. Además, lo cierto es que mi nueva librería ha quedado muy bonita en su nuevo emplazamiento.
Pero de lo que quiero hablar es de un librito concreto. Se llama Xabiertxo y está escrito en euskera. Me lo regaló mi abuelo en algún veraneo donostiarra, calculo que en la primera mitad de los sesenta. Desde entonces lo he conservado aunque jamás pude leerlo (no sé euskera), ni supe nada acerca del mismo, hasta hoy cuando, junto a mis entrañables recuerdos de Papa Salva me ha invadido la curiosidad. Descubro así que el autor fue Isaac (Ixaka en vasco) López Mendizábal (1879-1977) y que lo publicó en 1925, durante la dictadura de Primo de Rivera. López Mendizábal fue un impresor y escritor tolosarra, de intensa vocación nacionalista y militante desde joven el partido nacionalista vasco. Su mayor empeño fue la promoción del euskera, lo que le empujó a publicar varias obras didácticas sobre la lengua. Además valoraba muy especialmente la enseñanza del euskera a los niños; por eso escribió diversos textos infantiles y fundó varias ikastolas en los años treinta, considerándosele un pionero a este respecto. Fue presidente del Euskadi Buru Batzar y concejal en su Tolosa natal tras las elecciones de 1931. Señalado por los franquistas, pasó a Francia al inicio de la Guerra Civil (su magnífica biblioteca fue quemada públicamente en una plaza de Tolosa) y de ahí se exilió en Buenos Aires donde fundó, en 1941, la editorial vasca Ekin. Hacia mediados de los sesenta, octogenario, regresa a Tolosa y vuelve a instalar una imprenta. Murió a los 97 años.
Como ya he dicho, nada sabía de este buen señor. Hacia finales de los sesenta y principios de los setenta, cuando en los veranos iba con mi abuelo a su librería de Eibar, no pocas veces me llevaba a comer a Vergara, Azpeitia o, aunque está algo más lejos, a la propia Tolosa. Fantaseo ahora que descubro a este buen señor que quizá, en alguno de los paseos por esa ciudad pudiéramos habernos cruzado con un viejito de mirada triste, de vestimenta formal y algo anticuada. Sigo desvariando y me imagino que mi abuelo, señalándolo, me habría dicho: “mira, es el autor de Xabiertxo, el librito que te regalé hace unos años”. No ocurrió ese encuentro tan improbable; además, dudo mucho que mi abuelo, que se instaló en San Sebastián al finalizar la Guerra, conociera a López Mendizábal o a nadie del mundo nacionalista, poco visible por entonces y contrario a su forma de pensar.
La edición que tengo de Xabiertxo es de 1959, año en que nací. Por lo visto, fue publicada por fascículos grapados en el interior de la revista Karmel entre 1960 y 1961, la cual también desconocía completamente. Se trata de la revista en vasco de los carmelitas de Markina (Vizcaya) que se viene publicando desde y que actualmente está disponible en internet. Creo que nunca he estado en Markina (Vizcaya la conozco mucho menos que Guipúzcoa) pero pasare por ella cuando retome el Camino de Santiago por el Norte (el pasado septiembre hice las tres primeras etapas, hasta Deva; la siguiente acaba justamente en Markina). El conjunto formado por la iglesia, convento y fuente del Carmen es, por lo visto, uno de los principales atractivos del pueblo (declarado conjunto monumental por el Gobierno vasco). Allí han estado los padres carmelitas descalzos desde finales del XVII (con algunos periodos de ausencia por motivos políticos) y desde principios del pasado siglo se convirtió en uno de los centros más relevantes en la promoción de la cultura vasca, incluyendo especialmente el fomento del euskera. Seguramente, las actividades de estos frailes no serían muy del agrado de las autoridades franquistas, pero lo cierto es que la revista Karmel se publicó durante el pasado Régimen, si bien fue prohibida entre 1961 y 1970. Supongo que la tolerarían por su cariz religioso y además imagino que no preocuparían demasiado los eventuales tintes nacionalistas debido a su escasa difusión. En todo caso, habría gente que la leería por más que el idioma vasco estuviera muy sofocado en aquellos tiempos.
Xabiertxo fue elaborado para que los niños vascos aprendieran a leer en euskera y desde su publicación se convirtió en el libro más popular en las ikastolas anteriores a la Guerra Civil. En un programa de la televisión vasca con motivo de los noventa años de la primera edición, escucho que en el franquismo fue prohibido (no del todo cuando mi edición es de 1960) pero aun así se utilizaba en las ikastolas clandestinas. En ese mismo 2015 se organizó en Bilbao una exposición conmemorativa bajo el título Gure Xabiertxo (Nuestro Xabiertxo). Descubro así que este pequeño libro, que nunca he podido leer pero que he guardado siempre como amuleto sentimental, es algo así como un tesoro afectivo para muchos vascos, símbolo amado de sus infancias. López Mendizábal lo planteó a modo de sencilla enciclopedia que va paseando en brevísimos capítulos por las distintas materias del mundo y la vida cotidiana. Son fundamentales en la obra los dibujos que ilustran la mayoría de los epígrafes, cuyo autor fue John Zabalo Ballarín, Tkiki, uno de los mejores grafistas anteriores a la guerra, que también se exilió al finalizar aquélla (él a Inglaterra). Los dibujos son sencillos, de trazos nítidos y colores vivos, aunque en mi edición (que se realizó bastante austeramente) están todos impresos en monocromía verde. Me entero, gracias a un exhaustivo artículo de Koldo Ordozgoiti, que López Mendizábal presentó Xabiertxo a un concurso para seleccionar libros para enseñar a leer en las ikastolas. Por lo visto, la obra asombró al jurado que “encuentra en esa obra un euskera limpio y fácil, muy propio para niños; gradaciones de materias y textos, desde las más sencillas hasta otras más difíciles y que requieren mayor esfuerzo; fondo ameno y variado que hace el libro agradable e interesante, y en una palabra, esas condiciones especiales de divulgabilidad y de facilidad de comprensión”.
Por supuesto, el libro responde a una visión claramente propia del humanismo católico, como correspondía al nacionalismo vasco de la época. El primer capítulo ya marca la orientación pedagógica; reza más o menos así (me apoyo en Google para traducirlo): “Dios es el autor de todas las cosas. Él hizo la tierra, el sol, la luna y todas las estrellas. La tierra, los ríos, las montañas, los mares, los ríos, las aves, los animales y todo lo que vemos en la Tierra está hecho por Él. Nos hizo suyos. Dios nos hizo para ser buenos, y luego, después de la muerte, para ser eternos. A él le debemos nuestra vida y todo lo que tenemos. Debemos amar a Dios con todo nuestro corazón”. A continuación viene la presentación de Xabiertxo, el niño protagonista (Xavier era el nombre del hijo de López Mendizábal) y la piadosa exaltación de la familia: “Este niño pequeño es Xabiertxo.- ¡Buenos días, mamá! ¡Buenos días padre! - Buenos días, Xabiertxo. Los buenos días se deben dar al despertar. Padre y madre quieren mucho a Xabiertxo. Xabiertxo es muy bueno. Su hermana, Iziartxo, lo quiere mucho. Un buen hijo es la alegría de sus padres. Los buenos niños no se enojan entre ellos. Dios no quiere que nadie sufra daño. Todos somos hermanos y Dios quiere que todos nos amemos”. Y en ese tono se mantiene el resto del libro (aunque apenas he podido traducirme hasta ahora las primeras treinta páginas); como se decía hace años, una lectura edificante que hoy podría parecernos ñoña. En fin, me he entretenido un buen rato redescubriendo la historia de este pequeño libro, del que nada sabía. Y, de paso, me ha traído recuerdos viejos, de mi infancia donostiarra y de mi muy querido abuelo.