Adiós, Chiqui
Lo conocí hacia el 90 o el 91 y desde el primer momento me impresionó su energía, su clarividencia, su capacidad de enfocar acertada y productivamente los asuntos, su rapidísima y casi siempre correcta diagnosis de los caracteres de las personas, su habilidad para aunar esfuerzos y conseguir que las cosas caminasen en buena dirección. Y, a la vez, su forma de ser, tan directa y práctica, carente de cualquier vanidad estúpida y sin pelos en la lengua, nada proclive a las expansiones afectivas y, sin embargo, haciéndote sabedor de su amistad leal, franca, verdadera. Extremadamente inteligente, tanto como para conocer y enseñarte lo que realmente importa, ayudándote a quitar valor a tantas nimiedades que nos ofuscan cotidianamente. Un tío extraordinario, de esos que hay pocos, poquísimos.
Durante casi veinte años he estado trabajando con él. Bajo su dirección, un pequeño grupo de personas, a principios de los noventa, iniciamos una línea de trabajo dirigida a la organización sistemática de la información territorial, lo que incluye cartografía, catastro, urbanismo y muchas más “capas”. Sin armar demasiado revuelo y dejando que las “medallas” se las fueran colgando quienes las ansían, fuimos creando toda una base doctrinal y, sobre todo, instrumentos, procesos y sistemas que empezaron a funcionar y que hacen que probablemente, a la fecha, Canarias sea la comunidad autónoma de más alto nivel en estas materias. Todo lo que hoy funciona y es muy valorado desde fuera (desde dentro menos, por lo mismo que enseguida los usuarios se acostumbran a las mejoras) no habría sido de ninguna manera posible si no hubiera existido esta persona. Su labor, además, no se limitaba a su tierra natal sino que proyectos similares (y otros relacionados) fueron impulsados por él en Madrid, Baleares, Navarra, así como en varios lugares de América.
Es una frase tópica esa de que ninguno somos imprescindibles. Siendo verdad, hay, sin embargo, algunos que se acercan mucho a este calificativo y Chiqui (tal era el apelativo con el que lo llamábamos los amigos) entraba plenamente en esa categoría. Pese a su destacadísima contribución en tantos aspectos del planeamiento y la administración (gobierno) territorial, sólo los que estamos directamente implicados en dichos asuntos sabíamos de la importancia real de su trabajo. Eludía con inteligentísima habilidad que su nombre apareciese en los medios, una condición casi imprescindible para conseguir efectividad en cualquier objetivo. Pero, desde muy discretos segundos planos, y con una acumulación de información exhaustivísima que, además, sabía interrelacionar y ponderar certeramente, movía en la buena dirección las personas y los acontecimientos. Aún así, éramos muchos los que, cercanos a él, colaborando en tantas de sus actividades, conocíamos su inmensa valía.
No sólo era excepcional en sus facetas profesionales, también en los que solemos denominar valores humanos. Muchos lo queríamos mucho y yo, desde luego, también. Siento, sé, que ha sido una de esas pocas personas buenas que he tenido la suerte de que cruzara y se metiera en mi vida y que me ha ayudado enormemente a ser mejor. Me cuesta mucho hablar de mis sentimientos hacia Chiqui, de las emociones que me han sacudido en estos cortos tres últimos meses y, además, todavía no creo que las haya procesado mínimamente. Junto al gran cariño que le tenía (que le tengo) había (hay) una enorme admiración, acrecentada tremendamente durante el reciente y fulminante proceso de su muerte.
Los tres últimos años fueron un calvario para su salud, entrando y saliendo de hospitales por distintos problemas (hace un año le abrieron en canal para reconstruirle entera la columna) y sin que ello le mermara un ápice su permanente actitud al frente del cañón, atento a los numerosísimos frentes que mantenía abiertos, consiguiendo, como el más habilidoso de los malabaristas, que todas las bolitas se mantuvieran en el aire en sus bailes armónicos. El pasado dos de marzo le detectaron un cáncer de pulmón. Al día siguiente me llamó para decírmelo sin tapujos y tuvo que ser él quien me consolara. Las metástasis se multiplicaron con la más voraz de las velocidades, indiferentes a quimio y radioterapias. En estos meses se ocupó de dejar todo organizado, entre otras cosas, el futuro de su empresa y la forma en la que debemos trabajar a partir de ahora. Mientras se iba deteriorando físicamente no paraba de convocarnos y darnos instrucciones y, al mismo tiempo, salvo cuando los dolores le ponían de mala leche, haciendo bromas y comentarios entre irónicos y crípticos que, acertando siempre en el blanco, nos hacían ver el correcto enfoque respecto a varios asuntos. El jueves pasado fue la última vez que lo vi, pero él estaba sedado. Este fin de semana se reanimó ligeramente y habló con unos cuantos amigos (y, por supuesto, con su familia que estuvo con él todo el tiempo), pero la noche del domingo al lunes volvió a empeorar y hacia las cinco de la tarde falleció dormido en el Clínico de Madrid.
Ayer pasé casi todo el día en el tanatorio de la carretera de Colmenar Viejo, donde él mismo había dispuesto que había de ser incinerado. Cuantísima gente, cuantísima emoción, cuantísimas conversaciones recordando lo que ha sido este hombre que muere con sólo cincuenta y ocho años, dejándonos a tantos con una dolorosa sensación de orfandad. Nos queda su ejemplo y, a mí al menos, me queda él dentro de mí, como parte relevante de lo que soy. Adiós, Chiqui.
Durante casi veinte años he estado trabajando con él. Bajo su dirección, un pequeño grupo de personas, a principios de los noventa, iniciamos una línea de trabajo dirigida a la organización sistemática de la información territorial, lo que incluye cartografía, catastro, urbanismo y muchas más “capas”. Sin armar demasiado revuelo y dejando que las “medallas” se las fueran colgando quienes las ansían, fuimos creando toda una base doctrinal y, sobre todo, instrumentos, procesos y sistemas que empezaron a funcionar y que hacen que probablemente, a la fecha, Canarias sea la comunidad autónoma de más alto nivel en estas materias. Todo lo que hoy funciona y es muy valorado desde fuera (desde dentro menos, por lo mismo que enseguida los usuarios se acostumbran a las mejoras) no habría sido de ninguna manera posible si no hubiera existido esta persona. Su labor, además, no se limitaba a su tierra natal sino que proyectos similares (y otros relacionados) fueron impulsados por él en Madrid, Baleares, Navarra, así como en varios lugares de América.
Es una frase tópica esa de que ninguno somos imprescindibles. Siendo verdad, hay, sin embargo, algunos que se acercan mucho a este calificativo y Chiqui (tal era el apelativo con el que lo llamábamos los amigos) entraba plenamente en esa categoría. Pese a su destacadísima contribución en tantos aspectos del planeamiento y la administración (gobierno) territorial, sólo los que estamos directamente implicados en dichos asuntos sabíamos de la importancia real de su trabajo. Eludía con inteligentísima habilidad que su nombre apareciese en los medios, una condición casi imprescindible para conseguir efectividad en cualquier objetivo. Pero, desde muy discretos segundos planos, y con una acumulación de información exhaustivísima que, además, sabía interrelacionar y ponderar certeramente, movía en la buena dirección las personas y los acontecimientos. Aún así, éramos muchos los que, cercanos a él, colaborando en tantas de sus actividades, conocíamos su inmensa valía.
No sólo era excepcional en sus facetas profesionales, también en los que solemos denominar valores humanos. Muchos lo queríamos mucho y yo, desde luego, también. Siento, sé, que ha sido una de esas pocas personas buenas que he tenido la suerte de que cruzara y se metiera en mi vida y que me ha ayudado enormemente a ser mejor. Me cuesta mucho hablar de mis sentimientos hacia Chiqui, de las emociones que me han sacudido en estos cortos tres últimos meses y, además, todavía no creo que las haya procesado mínimamente. Junto al gran cariño que le tenía (que le tengo) había (hay) una enorme admiración, acrecentada tremendamente durante el reciente y fulminante proceso de su muerte.
Los tres últimos años fueron un calvario para su salud, entrando y saliendo de hospitales por distintos problemas (hace un año le abrieron en canal para reconstruirle entera la columna) y sin que ello le mermara un ápice su permanente actitud al frente del cañón, atento a los numerosísimos frentes que mantenía abiertos, consiguiendo, como el más habilidoso de los malabaristas, que todas las bolitas se mantuvieran en el aire en sus bailes armónicos. El pasado dos de marzo le detectaron un cáncer de pulmón. Al día siguiente me llamó para decírmelo sin tapujos y tuvo que ser él quien me consolara. Las metástasis se multiplicaron con la más voraz de las velocidades, indiferentes a quimio y radioterapias. En estos meses se ocupó de dejar todo organizado, entre otras cosas, el futuro de su empresa y la forma en la que debemos trabajar a partir de ahora. Mientras se iba deteriorando físicamente no paraba de convocarnos y darnos instrucciones y, al mismo tiempo, salvo cuando los dolores le ponían de mala leche, haciendo bromas y comentarios entre irónicos y crípticos que, acertando siempre en el blanco, nos hacían ver el correcto enfoque respecto a varios asuntos. El jueves pasado fue la última vez que lo vi, pero él estaba sedado. Este fin de semana se reanimó ligeramente y habló con unos cuantos amigos (y, por supuesto, con su familia que estuvo con él todo el tiempo), pero la noche del domingo al lunes volvió a empeorar y hacia las cinco de la tarde falleció dormido en el Clínico de Madrid.
Ayer pasé casi todo el día en el tanatorio de la carretera de Colmenar Viejo, donde él mismo había dispuesto que había de ser incinerado. Cuantísima gente, cuantísima emoción, cuantísimas conversaciones recordando lo que ha sido este hombre que muere con sólo cincuenta y ocho años, dejándonos a tantos con una dolorosa sensación de orfandad. Nos queda su ejemplo y, a mí al menos, me queda él dentro de mí, como parte relevante de lo que soy. Adiós, Chiqui.
CATEGORÍA: Irrelevantes peripecias cotidianas