viernes, 22 de noviembre de 2024

La tarde que jugué con la selección (y 2)

Hacia finales de marzo recibí una carta suya. Estaba concentrado en El Escorial y me pedía que nos encontráramos en Galapagar. Él me estaría esperando en su coche por fuera del apeadero del ferrocarril, bastante alejado del centro urbano, en lo que por aquellas fechas era prácticamente un descampado. Prefería que no nos vieran juntos y, a ser posible, que pasara desapercibido. Me había dejado barba, de modo que con una gorra calada y unas gafas de pega era difícil que se me identificara. De esa guisa, al mediodía siguiente, subí en Príncipe Pío al automotor de Ávila. 
 
Salí del apeadero de La Navata y al otro lado de la carretera estaba un coche aparcado. Aunque en la visita a Valencia ya había comprobado que mi hermano gozaba de una desahogada economía (un piso amplio en la mejor zona de la ciudad), no dejó de sorprenderme que dispusiera de automóvil. Era rojo y aparatoso, feo para mi gusto. No podría asegurar la marca (creo que un Eucort, empresa catalana que quebró poco tiempo después), pero se me quedó grabada la matrícula: V-21.111. La encargué con el mayor número de unos, me dijo, porque ese es el dorsal del portero. 
 
Arrancó el coche y se dirigió hacia el pueblo, pero nada más cruzar el Guadarrama dobló hacia la derecha por un camino de tierra que seguía el curso del río aguas arriba. Me di cuenta de que había reconocido los alrededores previamente cuando aparcó en un recodo, junto a un bosquecillo de encinas. He traído tortilla, bocadillos de jamón y una botella de vino, dijo, vamos a dar un paseo y nos sentamos luego a comer algo. Solo hacia el final de aquel improvisado almuerzo campestre me contó lo que quería. 
 
Supongo que sabes que nos jugamos la clasificación para el Mundial con Portugal. El domingo es el primer partido, en Chamartín. El siguiente será la vuelta, en Lisboa. Durante ese segundo partido he de desaparecer por una media hora, sin que nadie lo sepa. Necesito que pases por mí en el campo durante el segundo tiempo. Me quedé atónito, mirándolo como si se hubiera vuelto majara. Él, sin embargo, permaneció impasible. Me es absolutamente imprescindible y me lo debes, dijo con frialdad. No es ninguna locura, lo tengo todo pensado. He sobornado a un empleado del estadio de Jamor que te colará en nuestro vestuario hacia el final de la primera parte. Luego, en el descanso, repetiremos lo de Mestalla, pero esta vez te pondrás en la cabina mi ropa y yo, en cuanto el equipo vuelva al campo, saldré a hacer mi gestión. En la primera jugada en que se te acerque un delantero, vas al choque y caes al suelo fingiéndote lesionado. Te retirarán del campo y saldrá Acuña, el portero del Deportivo. Te vas al vestuario y me esperas. Llego antes del fin del partido y de nuevo damos el cambiazo. 
 
Pero, Iñaki, tus compañeros, el seleccionador, se darán cuenta del engaño. No, me respondió tajante, no nos conocemos tanto. Solo Silvestre podría, pero él está en el ajo, y además es vasco, como nosotros, Peio. Me sorprendió que me llamara así, y no Pedro como siempre. Le brillaban los ojos, pero los labios estaban fruncidos en ese gesto que tan bien conocía desde niño, el que ponía cuando estaba dispuesto a todo para salirse con la suya. ¿De qué va esto, Iñaki? Me lo tienes que decir si pretendes que haga esta locura. No puedo, contestó, y es mejor que no sepas nada. Además, habrás luego de desaparecer. ¿No me has dicho que querías salir de España? Pues te lo facilitaré. Un billete de barco de Lisboa a Montevideo y allí, en Uruguay, tengo amigos que te acogerán para que rehagas tu vida. Así tiene que ser, te lo aseguro. 
 
Todavía hoy me cuesta entender por qué acepté embarcarme en tan disparatada aventura. Prescindo de los detalles y voy directamente a culminar este relato. Asistí el domingo 2 de abril al primer partido en el que luego se llamó estadio Santiago Bernabeu, en el que España goleó cinco a uno a los lusos con Franco en el palco. Tras un inicio de tanteo –se notaba que teníamos miedo de los portugueses–, antes del primer cuarto de hora llegaron tres goles fulminantes, en solo tres minutos (Zarra, Basora y Panizo). La delantera hispana era magnífica, no tanto la defensa, que obligó a Iñaki a atajar más balones de lo normal, algo que me dejó bastante preocupado. El gol de Portugal vino antes del descanso debido a una mala salida de mi hermano, a quien regateó Cabrita para disparar a puerta vacía. Como es natural, acabado el encuentro era un manojo de nervios, imaginándome que en seis días estaría en el césped de otro estadio abarrotado, solo bajo los palos. 
 
Viajé a Lisboa un día antes. Iñaki me había reservado un apartamento en el Hotel Imperio, un edificio nuevo de gran lujo a medio camino entre la plaza del Marqués de Pombal y La Baixa. Ese sábado estuve paseando por la parte baja de la ciudad, que me fascinó, aunque no estaba precisamente en la mejor disposición para disfrutar del turismo. Al atardecer mi hermano se presentó en el hotel y terminamos de concertar los últimos detalles. El día siguiente, tal como habíamos convenido, tomé un taxi que me llevó al Estadio Nacional, muy cerca del estuario del Tajo, entre Lisboa y Estoril. Me aguardaba un tipo bajito y rechoncho, uniformado de gris, que se identificó como Joao. Me condujo a través de pasillos casi vacíos hasta un pequeño almacén. Espera aquí, me dijo, poco antes del final de la primera parte te pasaré al vestuario español. 
 
Y ahí, encerrado en ese cuartucho, permanecí algo más de dos horas, con la única compañía del rumor amortiguado que llegaba desde las gradas. Hacia las cinco y media de la tarde, Joao apareció a cambiarme de lugar, metiéndome en una cabina de ducha. No pasó mucho tiempo hasta que Iñaki dio los tres golpes convenidos en la puerta para que lo dejara entrar. Vamos ganando uno a cero, me dijo, pero la cosa está difícil. Los portugueses reparten mucha leña y el árbitro los favorece, incluso les ha regalado un penalti que, por suerte, Barrosa ha chutado fuera. Tienes que tener cuidado, lesiónate lo antes posible que hay que aguantar el resultado. Si nos ganan, habrá partido de desempate en París y eso hay que evitarlo. 
 
No eran, desde luego, palabras tranquilizadoras, mas ya no había vuelta atrás. Nos intercambiamos las ropas y salí de la cabina. Había gran ajetreo entre los jugadores y el seleccionador, Guillermo Eizaguirre, gritaba nervioso, a veces a todos, a veces a alguno. En un momento, casi sin mirarme, me echó una pequeña bronca: que no saliera tanto, que me notaba inseguro; pero acto seguido me palmeó la espalda y se fue a arengar a otro. Busqué a Silvestre Igoa, pero no lo vi. En cambio había dos jugadores del Valencia, Asensi y Puchades; este último me guiño el ojo, pero no me atreví a sacar conclusiones. De pronto, ese desbarajuste acelerado se calmó y nos pusimos en fila (yo el primero) para desfilar de vuelta al campo de juego. 
 
Me puse en la portería, tratando de imitar los movimientos de Iñaki. Los portugueses atacaban con ímpetu, muy agresivos. A los pocos minutos, un delantero rival pegó un patadón tremendo y el balón vino hacia mí como un rayo. No sé cómo acerté a despejarlo con el puño, pero el rechace lo recogió Travassos y, a bote pronto, lo enchufó a la red. No pude hacer nada, ni siquiera mi hermano habría podido. Poco después, como consecuencia de un córner cedido innecesariamente por Asensi, se montó un barullo en mi área. Era la oportunidad perfecta para fingir que me golpeaban, hacerme el lesionado y, de paso, alejar el peligro. No salió bien. Al mismo tiempo que me tiraba al suelo con un grito de dolor, la pelota volaba y en medio del lío, Correia alcanzó a meter el pie y encajarme el segundo gol. Un desastre. 
 
Era el momento de pedir el cambio. Sin embargo, en ese momento en que los portugueses celebraban alborozados la victoria transitoria y mis ocasionales compañeros me miraban con reprobación silenciosa, algo se disparó en mi interior, una mezcla de rabia, de orgullo, no sé. El caso es que me levanté y, con absurdo convencimiento, decidí que ese partido no se perdería por mi culpa. 
 
No puedo explicar lo que pasó en los treinta y cinco minutos que quedaban. Por suerte, los portugueses aflojaron el ritmo, pero aun así llegué a hacer algunas paradas que me parecieron de mérito. Nos anularon un gol de Basora y por fin, hacia el final del partido, Gainza remató de volea un fantástico pase de Panizo que batió al meta luso. Los últimos cinco minutos fueron agónicos: dos saques de esquina que logramos despejar y, sobre todo, un ataque postrero de los delanteros portugueses que logré atajar saliendo a sus pies. Con esa acción salvé la clasificación de España. 
 
Abrazado por varios salí del campo. En la cabina de ducha me esperaba Iñaki. Repetición a la inversa de lo ocurrido hacía poco más de una hora, seguramente la más intensa que había vivido. Después, cuando ya el vestuario estaba desierto, Joao se ocupó de sacarme del estadio. Por la noche, mi hermano llegó al hotel. Al abrirle la puerta, sin decir nada,  se apretó contra mí en un fuerte abrazo. Luego hablamos mucho, limpiando definitivamente las antiguas rencillas. Todavía estuve unos días en Lisboa hasta que, a finales de ese mes de abril, embarqué en el vapor Santa Cruz, un viejo trasatlántico al que le quedaban ya pocas travesías. Hacia mediados de mayo estaba instalado en Montevideo, gracias a la ayuda de los amigos de Iñaki. Tenía 30 años y empezaba una nueva vida. 
 
Ese verano viajé a Brasil para ver el Mundial. Me encontré con Iñaki, claro, aunque en ese campeonato Ramallets le arrebató la titularidad de la portería española. Días felices, máxime cuanto el juego de nuestra selección fue muy aplaudido. No volví a España hasta finales de los setenta, cuando ya mis padres habían fallecido. Hoy, solo y entregado a mis recuerdos, estoy a punto de cumplir un siglo. Mi hermano murió hace unos años. Ya no queda nadie y por eso ahora puedo contar que una tarde muy lejana jugué con la selección española de fútbol.

lunes, 18 de noviembre de 2024

La tarde que jugé con la selección (1)

Nunca he jugado al fútbol. Ni siquiera de niño, cuando en la escuela de los años treinta era a lo único que se jugaba en el patio. Además no me gusta, jamás me ha gustado. Sin embargo, mi padre y mi hermano Iñaki fueron futbolistas. Mientras yo me refugiaba en alguna esquina con mis libros de Salgari o Julio Verne, Iñaki jugaba con el resto de chavales. Era portero, como lo había sido nuestro padre, y resultó ser bueno, muy bueno. Tanto que enseguida pasó a equipos infantiles y justo al comenzar la guerra lo fichó el Donostia FC, que era como se llamó la Real Sociedad durante la República. Yo, en cambio, acabé el bachillerato, aunque solo me valió para llevar las cuentas de la carnicería familiar. 
 
En 1940 a Iñaki lo contrató el Valencia. Recuerdo las broncas en casa. Él no quería dejar San Sebastián; ahí estaba su novia, la cuadrilla, su vida. Pero era bastante dinero para una época de miserias y mi padre le obligó. Yo me mantuve al margen; ya por entonces empezaba mi desapego familiar. En el fondo, aunque no lo quisiera admitir, envidiaba a mi hermano y por eso lo rechazaba, sentía rabia, a veces creía odiarlo. 
 
En el Valencia se consagró. Ganó ligas y copa del Rey, fue el portero menos batido del campeonato. Como tenía que ocurrir, fue convocado a la selección nacional. No seguí su carrera, aunque no podía evitar que los ecos de sus triunfos me perturbaran con frecuencia. Algo antes que él dejé el País Vasco y acabé en Canarias. Entré a trabajar de contable en una finca agraria de La Palma que exportaba a Inglaterra. Allí me enamoré profundamente de la mujer más bella y bondadosa que pueda imaginarse. Enseguida nos casamos; yo tenía veinticinco años, ella veinte. 
 
Vivíamos tranquilos en nuestra casita de Las Manchas, casi ajenos a la vida social isleña, envueltos en una narcotizante nube de dicha absoluta. Pero el tiempo de la felicidad es corto, apenas un espejismo que se nos concede para recordarlo y sufrirlo el resto de la vida. El día de San Juan de 1949 despertó el volcán en la Cumbre Vieja y durante mes y medio ardientes coladas fueron resbalando por las laderas. Fueron días de angustia, de auténtico pavor ante los estallidos y terremotos que se repetían incesantes. Como tantos otros vecinos fuimos evacuados. Nuestra casa quedó arrasada por la lava. 
 
La erupción volcánica anonadó a mi mujer. Su alegría habitual reflejada en una sonrisa que me llenaba de gozo se tornó en una mirada opaca y silencio casi perenne. Una tristeza sombría y desmesurada la envolvió. Traté de animarla, asegurándole que nos recuperaríamos, que todo volvería a ser como antes, mejor que antes. Lo importante, le decía, es que nos amamos, que estamos juntos y salvos. Ella se dejaba querer, casi indiferente, pero no se desembarazaba del espectro lúgubre que la poseía. Todos los días, después del almuerzo, salía sola a dar largas caminatas de las que regresaba de anochecida. Una noche no volvió. Su cuerpo roto apareció al día siguiente en la arena negra al pie del acantilado de Puerto Naos. 
 
Escapé de La Palma, mi paraíso tornado en infierno. Me perdí entre las multitudes madrileñas durante semanas, alcoholizándome metódicamente, enredándome en peleas, buscando calmar un dolor que me roía las entrañas. A finales de septiembre de ese año maldito, en un día furiosamente lluvioso, tuve noticia de las catastróficas riadas de Valencia. De pronto, un zarpazo de ansiedad me trajo a la mente a mi hermano. De pronto, sentí la urgencia inaplazable de saber de él, de verlo, de abrazarlo incluso. 
 
No he dicho que Iñaki y yo éramos gemelos idénticos. Sin embargo, durante aquellos años canarios, ni mi apellido ni mi apariencia bastaron para que los pocos con quienes me relacionaba identificaran mi parentesco. Confieso que esa posibilidad me preocupaba pues ni siquiera a mi mujer le había confesado que el portero de la selección era mi hermano. Afortunadamente, en esa época no había televisión y solo en el No-Do podían verse imágenes borrosas de los partidos de la selección nacional. Al fin y al cabo, preservar mi anonimato no fue inverosímil. 
 
No sabía cómo localizarlo, más allá de que jugaba en el Valencia. Ese domingo, por primera vez en mi vida, escuché las retransmisiones futboleras en la radio. El Valencia jugó en Tarragona, contra el Gimnástico y, en efecto, mi hermano ocupó la portería (empataron a uno, con gol tempranero de los chés y el de los catalanes de falta directa en el último minuto del partido). El domingo siguiente el Valencia jugaba en casa, nada menos que contra el Madrid. Decidí que iría a Mestalla. Pensé en colarme en uno de los autobuses que fletaban las peñas blancas, pero de inmediato me di cuenta de que me arriesgaba demasiado a que me reconocieran. Así que el sábado por la mañana cogí en Atocha el rápido automotor que en solo siete horas me dejó en la capital levantina (ya sé que siete horas parece mucho hoy, pero piénsese que otras opciones de la época –el expreso, el correo– tardaban entre doce y catorce; España es hoy mucho más pequeña que entonces). 
 
Era la primera vez que asistía a un estadio de fútbol y la experiencia me fue ingrata como ya me lo esperaba. La tarde era soleada y tibia, pero vestí abrigo de solapas altas y boina para ocultar mis facciones, aunque no creo que ninguno de los energúmenos enfervorizados que estaban en torno se fijaran en mí. El partido me aburrió, claro. No solo porque el fútbol me parece un juego estúpido y tedioso, sino porque ese encuentro fue especialmente malo, sobre todo a partir de la lesión del extremo derecha valencianista hacia la media hora del primer tiempo. Con el marcador empatado a uno, el juego degeneró casi en rugby, con faltas constantes y muy poca continuidad. En el descanso (el equipo de mi hermano ya iba ganando), me escabullí para esconderme cerca de la zona de los vestuarios. Naturalmente, el acceso estaba vigilado, pero la seguridad no era la de estos días y no me costó demasiado colarme, una vez reanudado el encuentro, aprovechando que los dos guardias estaban más atentos al juego que a sus funciones de vigilancia. Me encerré en una de las cabinas del vestuario local y esperé.

Hora y pico permanecí inmóvil sobre un estrecho banco de madera, hasta que el vestuario se inundó de ruidos y gritos. En todo ese tiempo no se me había ocurrido cómo abordar a Iñaki a solas, sin delatarme. De pronto alguien zarandeó el picaporte. Otra vez se ha encallado esta maldita puerta, dijo, y reconocí alborozado la voz de Iñaki. Descorrí el pestillo en uno de sus empujones. Fue todo casi instantáneo: la puerta se abrió, tiré de él hacia adentro, cerré la cabina a sus espaldas, le apreté la mano contra su boca. La cara de sorpresa de mi hermano me resultó tan cómica que no pude evitar una carcajada. Pero, al mismo tiempo, sentí que una emoción cálida me envolvía y, antes de decir nada, lo estreché en un abrazo que nunca antes le había dado. Al separarnos tenía los ojos húmedos.

Naturalmente, en ese cubículo mínimo apenas hablamos. Ni a él ni a mí —cada uno por sus motivos— nos interesaba hacer pública nuestra relación. De modo que solamente ideamos la forma de que saliera sin ser visto (él sería el último en salir del vestuario y volvería a entrar hablando con los guardias, momento en el que yo había de escabullirme) y poder vernos unas horas después a solas en su piso. El plan funcionó perfectamente y salí tranquilamente del estadio ya desierto. Mi hermano vivía enfrente del mercado de Colón, preciosa muestra de arquitectura modernista, a no más de veinte minutos a pie desde Mestalla. Voy a ver a Don Ignacio, al primero, le dije al portero casi sin detenerme, lo que no me impidió ver su gesto de asombro. Al día siguiente, Iñaki le informaría de que se trataba de un primo de las Vascongadas que sí, se le parecía mucho, no era la primera vez que se lo decían.
 
El reencuentro fue tenso. Había demasiados rencores sordos que hacían que nuestra conversación fuera precavida, como si camináramos por un campo minado. Había sido yo el principal culpable, por supuesto. Esa noche dormí en el piso y allí seguimos casi todo el día siguiente (Iñaki no tenía entreno). Me fui al atardecer. Nos despedimos sin renunciar a nuestras mutuas reservas, pero al menos habíamos tendido un puente hacia nuestra derruida fraternidad. Quedamos en que nos mantendríamos en contacto.

Pasó ese otoño del cuarenta y nueve y pasó el invierno del cincuenta. Viví esos meses en Madrid. Trabajaba en lo que salía, que nunca duraba mucho, cambiaba de pensión, erraba triste y huraño por las calles del centro. Sabía que tenía que decidirme a romper con esa abulia depresiva, pero no encontraba ánimos. Una idea fija se me imponía cada vez más insistente: marcharme de España. Aunque no concretaba ni el dónde ni el cómo.

Con mi hermano intercambié algunas cartas breves (las suyas las recogía en la lista de correos de Cibeles) en las que apenas nos contábamos nada, pero servían para mantener ese tenue hilo recompuesto. Por primera vez empecé a seguir la liga e incluso a aprender algo de fútbol. El Valencia no lo hacía mal y, cuando se interrumpió el campeonato para que España jugara la clasificación al Mundial de Brasil, iba nada menos que cuarto. E Iñaki llevaba una gran temporada; estaba cantado que lo llamarían a la selección.

jueves, 17 de octubre de 2024

El Supremo decide investigar al Fiscal General del Estado

Los antecedentes (y mis comentarios) 
 
1.º El día 23 de enero de 2024 la Sección de Delitos Económicos de la Fiscalía Provincial de Madrid abrió unas diligencias de investigación penal como consecuencia del escrito denuncia remitido por la Agencia Tributaria en la que ponía en conocimiento del Ministerio Fiscal hechos que podrían ser constitutivos de delitos de defraudación tributaria y falsedad documental. 
 
La Agencia Tributaria, obviamente, llevaba un tiempo investigando a Alberto González Amador y otros más. ¿Lo hacía porque era la pareja de la presidenta de la Comunidad de Madrid? Naturalmente, tal es la tesis que defienden Ayuso y su entorno: el gobierno de Pedro Sánchez utiliza las instituciones (en este caso la Agencia Tributaria) para atacar a sus adversarios políticos. Pero esto no es un hecho. 
 
2.º El día 2 de febrero de 2024 el letrado defensor de Alberto González Amador envía un correo electrónico a la Fiscalía Provincial de Madrid para proponer un pacto con el Ministerio Fiscal a fin de reconocer los hechos delictivos (dos delitos contra la Hacienda Pública por el Impuesto sobre Sociedades 2020 y 2021) y conformarse con una determinada sanción penal. 
 
3.º El día 7 de febrero de 2024 el fiscal especialista en delitos económicos encargado del asunto, Julián Salto, dictó Decreto de conclusión de las diligencias de investigación incoadas para esclarecer los hechos denunciados por la Agencia Tributaria. En este Decreto se acordó la interposición de denuncia contra el Sr. González Amador y otros por “delitos de defraudación tributaria y falsedad documental”. 
 
4.º El día 12 de febrero de 2024 el fiscal contestó por correo electrónico al letrado defensor del Sr. González Amador y le manifestó que tomaba nota “de la voluntad de su cliente de reconocer los hechos y satisfacer las cantidades presuntamente defraudadas”, sin que considere que la existencia de otras personas implicadas en la defraudación al erario público denunciada por la Agencia Tributaria pudiera ser un obstáculo para alcanzar una conformidad penal. 
 
Como nunca he estado involucrado en una investigación por delito fiscal, no puedo comentar nada al respecto. Supongo que será normal que el imputado “negocie” con la fiscalía para reducir las sanciones penales derivadas de su presunto delito. 
 
5.º El día 13 de febrero de 2024 el fiscal encargado del asunto interpuso la denuncia contra González Amador y otros cuatro individuos, así como contra ocho sociedades mercantiles, por la comisión de dos delitos contra la Hacienda Pública, relativos al Impuesto sobre Sociedades de los ejercicios 2020 y 2021, y un delito de falsedad en documento mercantil. 
 
6.º El día 20 de febrero de 2024 la Fiscalía Provincial de Madrid remitió la denuncia interpuesta contra el Sr. González Amador y otros al Juzgado de Instrucción Decano de Madrid. 
 
7.º El día 5 de marzo de 2024 el Juzgado de Instrucción Decano de Madrid registró la denuncia interpuesta por el Ministerio Fiscal. 
 
8.º El día 12 de marzo de 2024 el fiscal encargado del asunto remitió la denuncia por correo electrónico al letrado del Sr. González Amador “para facilitarle el derecho de defensa” y le reiteró, como ya hizo el día 12 de febrero, que la existencia de otras personas denunciadas en este procedimiento no constituye un obstáculo para que se pudiera alcanzar una conformidad penal. 
 
Esta cronología de los hechos es la que se describe en la nota informativa emitida el 14 de marzo por la Fiscalía Provincial de Madrid y cuya veracidad no ha sido cuestionada. Hasta aquí no parece haber nada irregular en la tramitación de la apertura de una denuncia penal contra un presunto defraudador. De más está decir que todas estas actuaciones no se hicieron con conocimiento público. 
 
La primera filtración 
 
El 12 de marzo eldiario.es publicó que Alberto González Amador, el novio de la presidenta de la Comunidad de Madrid, había defraudado 350.000 euros a Hacienda. Toda la información que aporta este medio proviene directamente de la denuncia interpuesta una semana antes por la Fiscalía madrileña en el Juzgado. Es decir, alguien se la pasó a eldiario.es. Hay que recordar que en la fase de instrucción de procedimiento penal las actuaciones son reservadas y no tendrán carácter público hasta que se abra el juicio oral (artículo 301 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal). Digo yo que el escrito de denuncia ya forma parte de la fase de instrucción (es el que la inicia) y, por tanto, deduzco que es ilegal filtrarlo a la prensa. 
 
De otra parte, si un medio de comunicación recibe copia de una denuncia, sabiendo como sabe que se trata de un acto ilícito, ¿es legal que lo publique? Yo diría que no, y así lo confirma la sentencia 13/1985 del Tribunal Constitucional: “Tal secreto (del sumario) implica, por consiguiente, que no puede transgredirse la reserva sobre su contenido por medio de «revelaciones indebidas» (art. 301.2 de la LECr.) o a través de un conocimiento ilícito y su posterior difusión”. En esa misma sentencia, el TC añade que el secreto de la fase de instrucción no impide “que uno o varios elementos de la realidad social (sucesos singulares o hechos colectivos cuyo conocimiento no resulte limitado o vedado por otro derecho fundamental … sean arrebatados a la libertad de información”. No me parece que esta excepción sea aplicable a filtrar y luego publicar que la pareja de Ayuso ha sido denunciada por fraude fiscal. 
 
Así que, a mi modo de ver, eldiario.es infringió la legalidad al publicar la denuncia. Ahora bien, vista la frecuencia con que los medios de comunicación conocen y publicitan contenidos de actuaciones judiciales, hay que concluir que la reserva de las actuaciones de la instrucción penal exigida por la Ley es papel mojado, lo cual, ciertamente, incide negativamente sobre derechos fundamentales ligados al proceso como el Derecho al honor y la propia imagen o la presunción de inocencia. En mi opinión, la tan cacareada libertad de información (que tantas veces es libertad de desinformación) no es en absoluto razón suficiente para que queden impunes actos contrarios a la Ley. 
 
La segunda filtración 
 
En su edición digital de la noche del 13 de marzo elmundo.es publicó que la Fiscalía había ofrecido un pacto a González Amador para que reconociera los delitos. El periódico había tenido acceso al mail que el fiscal encargado (Julián Salto) envió el 12 de marzo, una semana después de interpuesta la denuncia. En esa misma noticia, elmundo.es también señalaba que, según la fiscalía, la propuesta de pacto había partido del letrado de González Amador. 
 
La filtración y difusión de este correo electrónico no reviste, a mi juicio, la misma gravedad que la de la denuncia, siempre que quien se lo haya pasado al periódico haya sido el propio González Amador, como supongo que así habrá sido. Y lo supongo porque hay indicios para pensar que la publicación de El Mundo.es se enmarcaba en el contraataque diseñado por Miguel Ángel Rodríguez, jefe del gabinete de Isabel Ayuso, frente a la noticia de la denuncia contra su novio. Esta campaña, que inicialmente negó que el empresario hubiera delinquido, se centró en que se trataba de una ofensiva contra la presidenta y que era la fiscalía quien, a modo de chantaje, proponía el pacto, pero que luego lo había retirado para presentar la denuncia “por órdenes de arriba”. 
 
La reacción del Ministerio Fiscal 
 
El 14 de marzo, la fiscalía de Madrid publica la nota informativa a la que ya he hecho referencia a fin de desmentir la versión que propalaba el entorno de Ayuso a través de medios afines. Como él mismo ha reconocido, fue el propio Álvaro García Ortiz quien ordenó a la fiscal jefe de la Comunidad de Madrid, Almudena Lastra, que emitiera el comunicado público. En whatsapps intercambiados entre ambos, el fiscal general insistía en la importancia del desmentido diciendo que “ … si tardamos se impone un relato que no es cierto y parece que los compañeros no han hecho bien su trabajo. Es imperativo sacarla”. Finalmente, a las 10 de la mañana, la fiscal madrileña que había mostrado ciertas reticencias, acata las órdenes de su superior y envía la nota informativa a los medios de comunicación. 
 
En esa nota, después de la relación cronológica de los hechos que ya he aportado, se concluía: “En definitiva, el único pacto de conformidad, con reconocimiento de hechos delictivos y aceptación de una sanción penal, que ha existido hasta la fecha es el propuesto por el letrado de D. Alberto González Amador al fiscal encargado del asunto en fecha 2 de febrero de 2024”. 
 
Las primeras denuncias contra la Fiscalía 
 
El 20 de marzo, el Colegio de la Abogacía de Madrid presentó una denuncia contra el Ministerio Fiscal por entender que la nota informativa “ofrece indiciariamente caracteres constitutivos de un delito de revelación de secretos previsto en el artículo 417.2 CP, que sanciona el quebrantamiento por parte de una autoridad o funcionario público -en el caso que nos ocupa, del representante del Ministerio Fiscal-, del deber de sigilo y discreción que impone el Estatuto Orgánico del Ministerio Fiscal”. 
 
A su vez, González Amador presentó una querella contra María Pilar Rodríguez, fiscal jefe de la Fiscalía Provincial de Madrid, y Julián Salto, el fiscal de su caso, por supuesta revelación de secretos: tanto por la difusión de la nota de prensa como por la filtración a los medios del email enviado el 2 de febrero por su defensa. 
 
Conviene subrayar que la nota informativa de la Fiscalía Provincial de Madrid no revelaba ningún dato que no hubiera sido ya publicado por los medios de comunicación. 
 
La actuación del Tribunal Superior de Justicia de Madrid 
 
El 14 de mayo, la Sala de lo Civil y Penal del Tribunal Superior de Justicia de Madrid (TSJM) dictó un Auto por el que acordaba incoar diligencias previas, incorporando los escritos de ambas querellas y la exposición razonada remitida por el Juzgado de Instrucción nº 28 de Madrid. Mediante el Auto de 15 de julio, el TSJM concluye las diligencias previas señalando que “no puede descartarse la naturaleza penal de los hechos relatados, y además, que no se presentan ante el Tribunal huérfanos de todo apoyo, ni de indicios objetivos, ni se persigue tampoco por el querellante una investigación meramente prospectiva”. 
 
Esta conclusión la sustentan en dos hechos. El primero, que un periodista se puso en contacto con Rodríguez Amador informándole que la fiscalía de Madrid iba a interponer una denuncia por delitos fiscales y que al día siguiente efectivamente se interpuso y fue difundida por medios de comunicación; todo ello sin que él hubiera recibido la denuncia. Ciertamente, ello apunta a que alguien de la fiscalía filtró la denuncia (incluso antes de interponerla, si es verdad que el periodista se lo dijo a González Amador), lo cual supondría, en efecto, un indicio de delito. 
 
El segundo hecho es la publicación de la nota informativa por parte de la fiscalía de Madrid, ya que en ella, a juicio del TSJM, “se detalla con precisión cronológica absolutamente minuciosa (hasta entonces desconocida) el contenido y desarrollo de las diligencias que se habían realizado en esta fase pre-procesal, entre las cuales se incluyen las gestiones mantenidas con la defensa en torno a estos hechos y su posible futuro penal”. 
 
Además, el TSJM advierte que de las diligencias previas se deduce que el Fiscal General del Estado estaría involucrado en la publicación de la nota informativa (lo cual, efectivamente, es verdad, como el propio Álvaro García Ortiz ha reconocido). Por tanto, el Auto concluye “elevar la oportuna memoria expositiva dirigida a la Sala Segunda del Tribunal Supremo, por la que, considerando la necesidad de continuar la instrucción, y en la medida en que directamente puede afectar al Excmo. Sr. Fiscal General del Estado, por su condición de aforado ante dicho órgano jurisdiccional, no puede llevar a cabo por falta de competencia, este Instructor”. 
 
La apertura por el Tribunal Supremo de la causa contra el Fiscal General del Estado 
 
El 16 de octubre, la Sala de lo Penal del Tribunal Suprema acordó por unanimidad abrir una causa contra el fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, y contra la fiscal jefa provincial de Madrid, Pilar Rodríguez Fernández, por un presunto delito de revelación de secretos en relación con la difusión de datos relativos a una investigación por delitos de defraudación tributaria y falsedad documental contra un particular. La Sala (según la web del Tribunal Supremo, porque no he conseguido el auto) manifiesta que la nota informativa no contiene, aparentemente, información indebidamente revelada, ante el conocimiento público de los hechos. Sin embargo, de las diligencias previas se desprende que, antes de ser difundidos por medios de comunicación, los correos entre el fiscal del caso y el letrado del particular estaban en poder del fiscal general del Estado y de la fiscal jefa provincial. 
 
Es decir, en contra de lo que ha declarado Félix Bolaños, la investigación a García Ortiz no es por “decir la verdad” ni por “desmentir un bulo” (nota informativa), sino por su presunta implicación en la filtración de los correos electrónicos. Tampoco son de recibo, a mi juicio, las declaraciones de Cuca Gamarra exigiendo la dimisión del Fiscal General desde la asunción de que es culpable. 
 
La ajetreada noche del miércoles 13 de marzo 
 
Recordemos que el día anterior eldiario.es había difundido la denuncia de la fiscalía contra González Amador por presuntos delitos fiscales. Inmediatamente, el entorno de Isabel Ayuso montó una estrategia de defensa. En un tweet publicado a las 21.41, Miguel Ángel Rodríguez afirma que “la fiscalía ofrece por email un acuerdo al sr. González; antes de que pueda responder, las misma Fiscalía dice que ha recibido órdenes "de arriba" para que no haya acuerdo y, entonces, vayan a juicio”. Ya sabemos que no fue así, pero el bulo es ampliamente repetido por diversos medios. Minutos antes, a las 21.29, elmundo.es había publicado que la Fiscalía había ofrecido un pacto a González Amador para que reconociera los delitos. Es decir, en la tarde noche del 13 de marzo, tanto MAR como El Mundo conocían, al menos, el contenido del segundo correo, el que le envió Julián Salto al abogado de González Amador el día anterior. 
 
Según consta en el Auto del Supremo, a las 21,30, Pilar Rodríguez recibe una llamada telefónica de la fiscalía general del Estado en la que le piden los correos entre González Amador y Julián Salto porque se quiere elaborar "una nota de prensa para desmentir una información que está circulando por las redes". Cabe deducir que, antes incluso del tweet de MAR y de la noticia del Mundo, ya estaban circulando rumores sobre la “oferta de pacto” que alertaron a García Ortiz. 
 
A las 22 horas, Pilar Rodríguez contacta con Salto y le pide que entregue urgentemente los correos. Él los reenvía tanto a Pilar Rodríguez como a Almudena Lastra, fiscal superior de la Comunidad de Madrid (la que no estuvo de acuerdo con la publicación de la nota informativa). Por tanto, poco después de las diez de la noche, los dos encausados recibieron los correos. Cabe suponer que hasta entonces no disponían de ellos y, por lo tanto, no pudieron haberlos filtrado. 
 
A las 23.51, la cadena SER informa que ha tenido acceso a un correo del que resulta que novio de Ayuso ofreció a la Fiscalía llegar a un pacto declarándose culpable de dos delitos para evitar el juicio. Ese correo es, obviamente, el primero, el enviado por González Amador. A partir de ese momento varios medios van haciéndose eco del contenido del primer correo, incluso citándolo textualmente. 
 
A las 10,20 del día siguiente, la Fiscalía Provincial de Madrid publica la nota oficial firmada por dos fiscales, la ahora imputada Pilar Rodríguez y el fiscal Julián Salto. Como ya he contado, la redacción de la nota fue impulsada, conocida y aprobada por García Ortiz, quien ordenó publicarla. Hay que suponer que esa noche los fiscales durmieron poco. 
 
Lo que pueden haber pensado los magistrados del Supremo 
 
Está bastante claro que el primer mail se filtró a la prensa a última hora de ese miércoles 13 de marzo, después de que García Ortiz y Pilar Rodríguez lo hubieran recibido. Es impensable que fuera antes porque ello supondría que los medios a los que les llegó (la SER, en primer lugar) habrían retenido demasiado tiempo lo que sin duda era una noticia importante. Parece mucha coincidencia que hasta que los dos investigados no dispusieron del correo éste no se filtrase. 
 
A esas horas de la noche es más que probable que García Ortiz tuviese ya claro que la Fiscalía debía publicar una nota informativa desmintiendo versión engañosa de Miguel Ángel Rodríguez. Tal suposición cuadra con los whatsapp a Almudena Lastra entre las 9.03 y las 9.37 del día siguiente, cuando ya estaba redactada la nota informativa y tomada la decisión. Para demostrar que no había sido la Fiscalía, sino el propio González Amador, quien ofreció el pacto, lo más fácil era hacer referencia al primer correo. 
 
Pero ese primer correo no se había filtrado a los medios, de modo que si la nota informativa lo mencionaba la fiscalía estaría incurriendo en el delito de revelación de secreto. La solución era evidente: filtrar el primer mail para que la nota no revelara nada porque todo sería ya conocido públicamente. Es decir, la filtración del primer mail resultaba imprescindible para que, como reconoce el auto del Tribunal Supremo, la nota de la fiscalía no contuviera “información indebidamente revelada”. 
 
¿Qué otros podían haber filtrado el correo? 
 
Según leo en eldiario.es, la cuenta a la que el abogado de González Amador envió el correo en el que reconocía el delito y proponía un acuerdo a una cuenta tenían acceso 18 personas (14 fiscales de delitos económicos y 4 funcionarios). Es decir, cualquiera de ellos podría haber filtrado ese mail. Sin embargo, no parece razonable que ninguno lo hiciera: ¿qué motivación tendrían? Y menos a esas horas de la noche del 13 de marzo. 
 
Puestos a sospechar, imaginemos que fue Julián Salto, después de habérselo reenviado a las dos fiscales. En tal caso, lo primero que cabe suponer es que lo hizo por orden superior, algo que se me antoja inconsistente. Primero, porque quien se lo pidiera se estaba poniendo innecesariamente en sus manos; segundo porque sería asumir un riesgo grande que no podía desconocer. Se me ocurre (a modo de divertimento) que pudo hacerlo por cabreo ya que, según dice El Mundo, le hicieron abandonar el Metropolitano donde estaba asistiendo al partido de la Champions entre el Atlético de Madrid y el Inter. Pero esta hipótesis va de broma; lo cierto es que ya el TSJM exoneró a Julián Salto de toda responsabilidad penal. 
 
Por supuesto, también tenía ambos correos González Amador (y su abogado, claro). De hecho, como ya he comentado, la filtración del segundo a elmundo.es es casi seguro que provino de él. Pero, ¿por qué habría de filtrar el primero que desmontaba la estrategia del equipo de su novia y le hacía un enorme favor a la fiscalía? No, no parece creíble. 
 
Conclusión 
 
Después de repasar lo ocurrido en los últimos meses, procurando consultar las fuentes, para poder aclararme, me quedo con la impresión de que sí hay indicios suficientes para investigar la participación de García Ortiz y Pilar Rodríguez en la filtración del primer correo a los medios de comunicación, lo que implicaría delito de revelación de secreto (que, de confirmarse, tendría el agravante de haber sido cometido por la máxima autoridad de la fiscalía). 
 
Ahora bien, veo muy poco probable que pueda descubrirse quién y cómo filtró esos correos a la prensa, salvo que se quebrara el secreto profesional de los periodistas, lo cual no es admisible. Y si no se aclara la filtración, no me parece que pueda condenarse a García Ortiz. Ya veremos en qué acaba este nuevo culebrón, aunque lo de menos es la verdad, sino su utilización partidista, con la consiguiente manipulación de los ciudadanos a quienes nos tratan como tontos (y probablemente lo seamos).

domingo, 6 de octubre de 2024

Soborno a un juez (escenas chipunas)

Mauro Santiamén revuelve sin cesar el té negro. Está nervioso y le sorprende. Él, que a estas alturas acumula incontables reuniones con los más altos dignatarios de tres continentes, que siempre se ha desenvuelto con esa personal combinación de desparpajo pícaro y simpatía regalona que le ha otorgado tantos beneficios. Pese a ello, nota en el estómago la misma opresión que sentía en la escuela rural de Valleñocos, cuarenta años atrás, cuando don Celedonio, el puro apretado entre los labios, los ojillos inquisitivos tras los gruesos cristales, le hacía salir a la pizarra. Es verdad que es la primera vez que Mauro va a encontrarse con un juez y que los jueces son para él los principales escollos a sortear en su navegar cotidiano por aguas procelosas. Además, el estreno no es con un cualquiera, pues se trata nada menos que del presidente de la Sala de lo Contencioso del Tribunal Supremo de Cascaterra. Y la conversación va a ser delicada, difícil, sobre todo si no encuentra enseguida la sintonía adecuada. No obstante, hasta anoche nada le preocupaba de esta gestión encargada por Amando Kalinas; una más de tantas otras que lo habían convertido en testaferro, más o menos incógnito según el caso, del poderoso empresario lituano, definitivo empujón hacia su propio éxito. Y hasta ahora la alianza venía siendo plenamente satisfactoria para ambos. Pero anoche, repasando en la habitación del hotel algunos videos de intervenciones del magistrado, de pronto, un primer plano: don Astenio Gabarda era igualito a don Celedonio. 
 
Gabarda cruzó la puerta giratoria casi veinte minutos tarde. Mientras el juez se adentraba indeciso en el salón principal, desde el discreto rincón en que se había agazapado, Santiamén lo examinó con recelo. Sí, era del tipo de su viejo maestro, pero tampoco idéntico. Aferrándose a esas diferencias fue poco a poco calmando su inquietud y, alzándose, caminó hacia él con los brazos tímidamente abiertos, a modo de seña identificativa y amago de saludo. Don Astenio, qué honor conocerlo, soy Mauro Santiamén, y casi sin esperar su respuesta, apoyándole ligeramente la mano en el hombro (acto al que se obligó para superar los restos de su miedo infantil), lo condujo hacia la mesita esquinada, al mismo tiempo que hacía señas a uno de los tres impasibles camareros de la sala, casi sin clientes a esa hora temprana. 
 
— Encantado, señor Santiamén. Un zumo de naranja, colado por favor, añadió dirigiéndose al camarero. Veo que usted ya ha pedido. 
 
Mauro miró su taza de té. No lo había probado, pero parte del líquido se había derramado sobre el platito. Sintió una punzada de asco. 
 
—Sí, pero ya no me apetece. Tráigame un coñac, por favor. He de reconocerle que estoy algo nervioso; no todos los días se conoce a una personalidad de su talla. Su manual de derecho ambiental significó para mí casi una revelación, además de permitirme aprobar el administrativo de tercero. 
 
Gabarda miró con curiosidad a su interlocutor. El libro que le citaba, publicado a inicios de su carrera, cuando aún vivía el Derecho como militancia ética, había pasado sin pena ni gloria. Luego se habían ido acumulando las desilusiones, tanto profesionales como personales, en paralelo a su carrera judicial. El juez, desde luego, no era tonto. Sabía por qué estaba ahí, entrevistándose con un enviado de ese lituano de Chipunia, de quien dependía el bienestar de su ya próxima jubilación. Pero se jugaba mucho, las palabras eran peligrosas, debía encontrar un equilibrio entre lo que dijera y lo que callara. Por supuesto, no se fiaba de este hombre, pero también reconocía el placer del halago inesperado y no pudo evitar una sonrisa. 
 
—Es una obra ya antigua, obsoleta casi. Me sorprende que la conozca. Tampoco sabía que usted era jurista. 
 
Muchas horas rebuscando en librerías de viejo le había costado a Mauro conseguir el maldito manual de Gabarda, descatalogado hace años. Y otras tantas leer la farragosa y aburrida prosa de sus páginas, para poder subrayar algunos párrafos. Había que preparar bien los encargos; solo así, como comprobaba satisfecho, se obtenían los frutos deseados. Notó que recuperaba su proverbial empaque; la imagen de don Celedonio iba gradualmente desvaneciéndose del rostro del magistrado. 
 
—¡Qué va! No terminé la carrera. Hube de dejarla por obligaciones familiares. Al final he acabado en el mundo de los medios de comunicación, aunque tampoco estoy licenciado en periodismo. La vida nos impone sus normas, Don Astenio, pero las viejas aficiones siguen latentes y el Derecho, más precisamente las discusiones teóricas sobre materias jurídicas y sus consecuencias, es una de ellas. He de confesarle que, en gran medida, usted es uno de los culpables de ello. 
 
No pueden ser sino patrañas todo lo que cuenta, pensó el juez (y no erraba). Mas aun así, el tipo conseguía hacérsele simpático. Habría de extremar precauciones en esta esgrima verbal, aunque sabía de su torpeza en las conversaciones, de su tendencia a hablar de más. Lo suyo era expresarse por escrito, sopesando previamente las palabras y revisándolas a posteriori antes de exponerlas a la lectura de otros. Ahí sí era cuidadoso, tanto que a veces le acusaban de que los argumentos jurídicos de sus sentencias pecaban de confusos, enredados en vericuetos cuya lógica costaba descifrar. 
 
—Vaya, es usted una rara avis. Algo me había comentado nuestro común amigo. Y, dígame, entre esas reflexiones jurídicas que le interesan, ¿hay alguna de la que desee hacerme partícipe? 
 
—Pues sí, Don Astenio. La semana pasada discutíamos Kalinas y yo sobre los derechos indemnizatorios que podrían corresponder a los propietarios de terrenos que se declaran espacio natural protegido y, consiguientemente, se deprecian significativamente. 
 
—No procede indemnización ninguna, amigo mío. Tenga en cuenta que el derecho de propiedad en suelo rústico se acota, por su función social, al uso de los terrenos y ejercicio de las actividades acordes a su naturaleza, sin en absoluto gozar de facultades urbanísticas. Además, la protección de los valores ambientales es un principio básico de nuestro ordenamiento, un argumento indiscutible de interés público. 
 
—Ya, eso lo sé. Pero, ¿qué sucede si en el interior del espacio natural se localiza un sector de suelo urbanizable? La declaración supondría impedir a los propietarios ejercer sus derechos a urbanizar y construir en esos terrenos. 
 
—En tal caso, habría que discernir si tales derechos siguen vigentes. Considere, amigo Santiamén, que lo más habitual es que hayan caducado por la inactividad de los mismos propietarios. 
 
—Es verdad. De hecho, la discusión se generó a propósito de un caso real, que le cito solo a modo de ejemplo. Seguro que conoce la Declaración de Espacios Naturales de Chipunia que protegió gran parte de nuestro territorio, incluyendo el macizo montañoso de San Trifón del Río. Allí, en una ladera, se aprobó a finales de los sesenta, un plan parcial, amparado en aquella Ley que pretendía impulsar el entonces incipiente desarrollo turístico de Cascaterra. 
 
—Sí, conozco aquella Ley. No fue poca su influencia en la destrucción del litoral cascaterrano. Pero, claro, eran otros tiempos. 
 
—Comparto su opinión. Afortunadamente, muchos de esos proyectos no llegaron a ejecutarse, como es el caso del que he traído a colación. Se trata de un lugar casi inaccesible y de orografía endiablada. Imagino que las cuentas no cuadrarían de ninguna forma y por eso los propietarios no hicieron nada. 
 
—Así que su ejemplo es la confirmación de la regla: inactividad de los propietarios y, consecuentemente, desaparición de cualquier derecho indemnizatorio. La doctrina del Supremo está muy consolidada en ese sentido, especialmente en sentencias que validan la clasificación como suelo rústico de antiguos planes parciales. Supongo, por cierto, que en el plan general del municipio así aparecerán esos terrenos. 
 
—Pues no, Don Astenio, y aquí entra en juego otro factor. Durante la elaboración del plan general, el alcalde de San Trifón suscribió un convenio con la Junta de Compensación por el que se mantenía la clasificación urbanizable a cambio de renunciar a parte de la edificabilidad del antiguo plan, a fin de disminuir el impacto ambiental. 
 
—Vaya, eso en efecto complica el asunto. De modo que todavía seguía viva la Junta de Compensación, tantos años después. 
 
—Sí, sigue viva, pero estoy convencido de que con nula voluntad de urbanizar. Para mí que lo único que pretenden es deshacerse de esos terrenos al mejor precio posible, ya vendiéndolos (dudo que alguien los compre) o forzando a la administración a que se los expropien. Comprenderá usted la relevancia de la discusión jurídica que le he planteado. 
 
—La tiene, la tiene. Aunque, en mi opinión, basta con dejar pasar el tiempo para que se extinga cualquier posibilidad de reclamación indemnizatoria de los propietarios. En ese momento, se podría modificar el plan general y reclasificar los terrenos a suelo rústico. Es lo que yo aconsejaría a los responsables públicos chipunos. 
 
—Sí, eso sería lo correcto, al menos desde la óptica de los intereses públicos. Lo que pasa es que en Chipunia gusta más llegar a acuerdos, evitar la confrontación, sobre todo con personas destacadas en nuestra sociedad. Permítame una pregunta, Don Astenio, y siéntase libre de no contestarla si le resulta incómoda: ¿Qué le aconsejaría usted a los miembros de la Junta de Compensación? 
 
Ya está. Santiamén ha descubierto la primera carta, ha empezado a tensar el nudo. Confía en que no haya sido demasiado brusco y el juez se asuste, pero la cosa se empezaba a alargar. Por unos instantes el silencio cae sobre la mesa, como la niebla húmeda de los montes de Chipunia. Mauro ha aprendido que el éxito de sus negociaciones guarda estrecha relación con la duración de esos silencios. Afortunadamente, éste es breve. Gabarda, aunque se le nota violento, esboza una media sonrisa. 
 
—Hombre, Santiamén (ya no le llama amigo), un magistrado del Supremo no es un consultor privado. De todos modos, no alcanzo a ver que podrían hacer los propietarios, salvo intentar llegar a un acuerdo con el Ayuntamiento para una expropiación pactada. 
 
—Perdóneme, Don Astenio; a veces olvido con quien estoy hablando, le aseguro que no pretendo ponerle en ninguna situación difícil. Si le he mencionado este asunto, ha sido porque Amando, contra mi consejo, se ha empeñado en invertir algo de dinero en esos terrenos para que la Junta de Compensación elabore y presente el proyecto de urbanización. Una iniciativa condenada al fracaso, sin duda, pero ya conoce a nuestro amigo. Bueno, dejemos el tema. Este encuentro ha colmado con creces mis expectativas. Cuando supe de su amistad con Kalinas, le rogué que me concertara esta cita, solo para gozar del placer de conocerlo. Quizá debiera haber esperado a que se presentara una ocasión, cómo lo diría, más natural. Pero soy impaciente y, además, he de confesarle que con Kalinas nunca se sabe; a veces pienso que es anárquicamente caprichoso en sus relaciones personales: de pronto, sin que se me alcancen las causas, deja de frecuentar a quien hasta el día anterior era un gran amigo. En fin, Don Astenio, no sabe lo feliz que me siento. Confío en que nos sigamos viendo, en que no le importe que lo llame en próximos viajes a Gavia, ya sin intermediación de Amando. 
 
El magistrado entendió. No pudo menos que admirar –e incluso agradecer– la educada delicadeza con la que Santiamén transmitía el mensaje. Nada inconveniente se había dicho, apenas unas alusiones a un asunto urbanístico para ilustrar una discusión de naturaleza teórica. Asunto, además, que no estaba judicializado, de modo que en nada le afectaba. Ahora bien, sin duda lo estaría y, en este contrato implícito que tan sutilmente estaban negociando, su parte consistiría en resolverlo a favor de los intereses de Kalinas. De cómo cerrara la entrevista dependería la continuidad de esta incierta aventura. 
 
—No se preocupe, amigo Santiamén, en absoluto me ha incomodado. Y claro que me agradará mucho que sigámonos viendo; también yo he pasado un rato muy agradable. Pero habrá de ser aquí, en Gavia, porque por un tiempo me resultará imposible viajar a Chipunia. Discúlpeme con nuestro amigo, que repetidas veces me ha invitado. Por cierto, despéjeme una curiosidad. La Declaración chipuna de Espacios Naturales es anterior a la obligación previa de elaborar un Plan de Ordenación de los Recursos Naturales, ¿verdad? 
 
—Sí, en efecto, lo es. Pero, después de promulgarse la Ley básica cascaterrana, el Gobierno de Chipunia aprobó un PORN sobre la totalidad del territorio, de modo que legitimó los espacios naturales que se habían declarado con anterioridad. 
 
Los dos hombres se miraron unos instantes sin hablar. Ahora fue Santiamén quien comprendió. Sintió que la satisfacción le inflaba por dentro, tenía ganas de explotar en carcajadas, casi de abrazar al magistrado. No había nada más que hablar. La reunión había superado sobradamente sus más optimistas previsiones.

jueves, 11 de julio de 2024

VOX y los MENAs

La normativa legal sobre extranjería (Ley Orgánica 4/2000 y su Reglamento) establece que cuando se identifique a un menor de edad no acompañado (MENA), éste será inscrito en un Registro y la delegación o subdelegación del Gobierno del territorio en el cual se halle el menor llevará a cabo el procedimiento para su repatriación al país donde se encontrasen sus familiares. Entre tanto se resuelve dicho procedimiento, la tutela del menor corresponde a la Comunidad Autónoma bajo cuya custodia se encuentre el menor. Si se acredita la imposibilidad de retorno del menor con su familia o a su país de origen, se le otorga una autorización de residencia. 
 
En su último programa electoral VOX proponía que todos los menores extranjeros no acompañados deben ser repatriados a sus países de origen de forma inmediata y, hasta que se implanten los protocolos y mecanismos suficientes, los centros de acogida de los mismos han de ubicarse alejados de núcleos urbanos para impedir conductas delicitivas que atentan contra la convivencia en nuestros barrios”. Lo de que se devuelvan “de forma inmediata” no deja de ser una expresión demagógica porque es evidente que no se puede detener a un MENA y expulsarlo hasta no saber a dónde; es necesario seguir un procedimiento que, entre otras cosas, garantice la salvaguarda de los derechos del menor, en cumplimiento de los acuerdos internacionales al respecto suscritos por España. De hecho, VOX mismo lo reconoce implícitamente cuando admite que ello debe hacerse en base a protocolos y mecanismos suficientes. Por tanto, por mucho cacareo contra la inmigración dirigido a captar votos, VOX no adopta una posición contraria al planteamiento básico de la vigente normativa legal. 
 
Según datos del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, a 31 de diciembre de 2023 había en España algo más de 15.000 menores no acompañados, las tres cuartas partes de ellos de origen marroquí. No he conseguido encontrar datos completos sobre repatriaciones pero, en base a algunas informaciones parciales, cabe concluir que el número de los que se devuelven a sus países de origen es mínimo, inferior al 1%. El procedimiento administrativo de repatriación debe durar (según el Reglamento) un máximo de seis meses y lo resuelve el Delegado o Subdelegado del Gobierno, de acuerdo con el principio de interés superior del menor. La decisión ha de ser la devolución del menor a su país de origen o donde se encuentren sus familiares o que permanezca en España. Tampoco he encontrado datos sobre cuántos expedientes de repatriación se incoan y cuántos se resuelven y en qué sentido. Conociendo cómo funciona nuestra administración, supongo que solo sobre una pequeña parte de los menores se incoará y terminará el procedimiento; también supongo que, en los casos en que se lleve a término, la mayoría de las resoluciones serán de permanencia en España porque no estará garantizado el interés del menor en su país de origen. Estas suposiciones mías explicarían que la gran mayoría de los menores que llegan a España se queden en nuestro país y obtengan la autorización de residencia. 
 
Imagino que VOX querría modificar este procedimiento para lograr expulsar con mayor prontitud (“de forma inmediata”) al mayor número posible de los MENAs que entran en España. Ello implicaría reducir notablemente las garantías de defensión y, sobre todo, devaluar el principio del interés superior del menor, que es una de las piedras angulares de la convención internacional de los derechos del niño, suscrita por España. En mi opinión, ese camino no solo es éticamente rechazable, sino que en la práctica resulta inviable en un Estado de Derecho. Es decir, en el supuesto de que VOX llegara al gobierno de la Nación, estoy casi seguro de que no podría modificar la normativa legal para lograr su objetivo programático. De hecho, no he oído ni leído ninguna propuesta concreta de ese partido político en tal sentido. Sería muy interesante que las hiciera para poder discutir sobre su viabilidad real, lo que probablemente dejaría claro que las manifestaciones de VOX no tienen otra intención que exacerbar las bajas pasiones de sus simpatizantes. 
 
En cualquier caso, lo que es indiscutible es que un menor no acompañado que entra en España debe ser atendido por las autoridades, le guste o no a algunos y cueste lo que cueste. A mi modo de ver, le llegada de estos chicos a un país como el nuestro, en clara recesión demográfica, es un fantástico regalo que sería de tontos desaprovechar. La estrategia, por tanto, debería ser conseguir su integración en la sociedad española, formarlos y “hacerlos” españoles productivos, lo que contribuirá sin duda en beneficio del país, a un coste bastante menor del que conlleva el de un hijo de españoles. Los supuestos problemas de inseguridad que generan (con datos que intencionadamente se exageran) no son sino consecuencia, precisamente, de las deficiencias en las políticas de integración de estos chicos. Insistir en ello como hace VOX solo sirve para boicotear la integración, generando rechazo de los españoles de origen y, por tanto, al dificultar la integración, contribuir a agravar el problema que justamente denuncian. Abascal y su gente se convierten así en fieles seguidores de la máxima leninista de “cuanto peor, mejor” que, como es sabido, resulta muy útil a todos los que pretenden sacar provecho del río revuelto agravando los conflictos en vez de resolverlos. 
 
Finalmente, en referencia al debate reciente sobre el traslado de menores desde Canarias a otras Comunidades Autónomas, he de decir que me parece una vergüenza la posición de VOX (a la que hay que sumar la de JUNTS según las declaraciones de su portavoz en el Congreso, Miriam Nogueras). El archipiélago acoge en la actualidad a más de 5.500 MENAs. Es de sentido común que el total de menores inmigrantes que España se ve en la obligación de acoger debe distribuirse equitativamente entre todas las CCAA, por ejemplo, en proporción a sus respectivas poblaciones. En mi opinión, ni siquiera se trata de solidaridad, no es un asunto de voluntariedad de cada territorio. La inmigración y las consiguientes consecuencias en cuanto a acogida y residencia son un tema estatal (el menor entra en España, independientemente de cuál sea la Comunidad en que lo haga) y, por tanto, no es aceptable que las CCAA tengan derecho a decidir cuántos acogen, sin perjuicio de que deban ser escuchadas. Puedo entender (que no compartir) que VOX quiera que se expulse a los MENAs, pero entre tanto se resuelven sus expedientes, lo que no es admisible es que se niegue a la distribución de los mismos en todo el territorio (aparte de que ello es contrario a sus repetidos cacareos sobre la unidad nacional). Solo puede explicarse, de nuevo, por la estrategia de esa formación política a agravar el problema, fomentando crisis humanitarias que hagan la situación insostenible (en este caso, en Canarias).

miércoles, 29 de mayo de 2024

Tres microrrelatos

Atascos 

Tú no viviste los atascos de esta Isla. La veinteañera miró al viejo de al lado. ¿Atascos? Sí, colas infinitas, más de dos horas del Puerto a Santa Cruz, cualquiera cogía su coche, miles en el asfalto, una locura. Fue en el veinticuatro. Primero, carriles exclusivos para guaguas en la mayoría de las carreteras; después, restricciones al uso del vehículo privado. Vaya bronca se montó, pero la presidenta aguantó el tirón y mira ahora: una maravilla. 

El viejo despertó de su ensoñación. Ahí seguía, en una guagua atrapada en el enjambre inmóvil de la autopista del norte. 

 

Mi rostro 

Milenios guardan mis huesos. Nací junto a los lagos ya agostados de lo que hoy llamáis Botsuana. Durante largos siglos he recorrido el ancho mundo, que siempre me fue ajeno. He vivido amores y odios, guerras y festejos, alegrías y penas. He conocido las obras más excelsas del ingenio humano y también sus actos más atroces. Los persistentes dedos de Cronos han modelado mis rasgos, archivos orgánicos de la historia de los hombres. 

Ahora, cuando el fin de mi peregrinar es inminente, me miro en el espejo: un óvalo liso y vacío, borrado por la indiferencia del olvido.

 

Glioblastoma multiforme 

Nunca supe si lo supo. La biopsia del tumor cerebral se llevó su voz, mas también los rejos de malhumor y orgullo. Fueron nueve meses duros –muy duros–, pero plenos de amor. Como nunca lo admití, tampoco quise que ella lo pensara. Solo en una ocasión, con lengua de trapo, trató de pedirme que cuidara de su hija, pero no la dejé acabar; vas a ponerte bien, la interrumpí. Me miró con ojos brillantes y sonrió. 

Durante estos años tristes, con frecuencia me siento junto al magnolio y más de una vez se lo he preguntado: ¿Lo sabías, mi amor? ¿Qué pensabas? ¿Qué sentías? Pero nunca me contesta, desde las raíces del árbol, bajo tierra. 


sábado, 27 de abril de 2024

El amago de Pedro Sánchez

Como sabe toda España y parte del mundo mundial, el pasado miércoles Pedro Sánchez, en una carta a la ciudadanía difundida a través de su cuenta oficial en X, anunció que a raíz de la denuncia presentada contra su esposa (a modo de gota que rebosa el vaso) dijo que necesitaba “parar y reflexionar” si le merece la pena continuar al frente del Gobierno o dimitir, anunciando que daría a conocer su decisión el próximo lunes 29 de abril. Como es natural, el revuelo que ha causado esta misiva pública ha sido mayúsculo y hay reacciones y opiniones para todos los gustos. 
 
Me cuesta mucho creer que la carta sea sincera. No digo que Sánchez no esté seriamente afectado por los ataques a su mujer, pero, aunque sea verdad, no tiene sentido amagar con la renuncia porque, una vez abiertas las diligencias previas, el procedimiento judicial seguirá su curso dimita o no. Si de verdad piensa que su mujer es inocente (o, al menos, que no hay pruebas suficientes para abrir juicio, que es la impresión que yo tengo), dejando el cargo no gana nada. Es más, es bastante probable que el archivo de este asunto desactive futuros ataque a Begoña Gómez. Y si, en cambio, cree que “hay caso judicial” tampoco alivia en nada el sufrimiento familiar estando fuera de la Moncloa. Al contrario, dará la impresión de que dimite porque algo hay de verdad en la acusación de tráfico de influencias a su mujer. 
 
Así que mi conclusión a este respecto es que la carta de Sánchez no obedece en absoluto a la denuncia presentada el juzgado madrileño porque, simplemente, no hay ninguna concatenación entre la dimisión y evitar el daño a Begoña, que es lo que supuestamente pretendería lograr. A este argumento de pura lógica hay que sumar que no casa para nada con el carácter del presidente arrugarse frente a los ataques, por muy enamorado que esté. Por tanto, en mi opinión, la carta no la ha publicado a causa de la denuncia contra su mujer. Ésta es solo una excusa (bastante inconsistente, por cierto) para publicarla. Pero el verdadero motivo o motivos has de ser otros. ¿Cuáles? 
 
El primero que se me ocurre es el de fortalecer su imagen y popularidad, sobre todo ahora, en vísperas de dos citas electorales (catalanas y europeas). Presentarse ante la ciudadanía como un marido enamorado y dolido ante ataques a su familia que sobrepasan los límites de la decencia (mensaje repetidamente difundido), genera sin duda corrientes de simpatía. De hecho, en estos días se han ido viendo muchas muestras de empatía hacia el Presidente, más allá de las esperadas manifestaciones de apoyo de los socialistas. Ciertamente, esa estrategia no cuaja entre los numerosos “haters” de Sánchez, pero eso ya lo daría por descontado. Tampoco, lógicamente, vale para los dirigentes de VOX o del PP, aunque es probable que sus declaraciones (carentes de cualquier muestra de comprensión hacia el lado humano) les pasen factura si el asunto judicial se resuelve favorablemente para Begoña Gómez. 
 
Ahí podría radicar un segundo motivo de la carta. Si Pedro Sánchez confía en el archivo de la causa (como opinan bastantes juristas ante la indigencia probatoria de la acusación), la oposición quedará retratada como personas sin escrúpulos dispuestas a recurrir a acusaciones indecentes y carentes de la más elemental sensibilidad humana y decencia. Es decir, mediante una iniciativa insólita (que, no lo olvidemos, es la marca de Sánchez), buscaría tanto reforzar su popularidad como perjudicar la de la oposición. 
 
Por supuesto, en congruencia con esta interpretación, apuesto por que no va a dimitir. Tampoco creo, como he escuchado a algunos analistas, que haya de anunciar algo extraordinario el lunes. Una vez que ha hecho algo tan explosivo, necesariamente, dicen algunos, tendrá que resolver la crisis con una medida de calado equivalente, aunque no sea la dimisión. Yo no lo veo así, aunque tampoco lo descarto. Podría limitarse simplemente a dar un discurso en el que explique que, tras reflexionar con su mujer, escuchar a sus cercanos y sentir el apoyo de la ciudadanía, ha decidido seguir en el cargo y, superado el momento de debilidad humana, continuar defendiendo las políticas progresivas y no permitir el triunfo de la “máquina del fango”. 
 
Pero, aunque creo que no dimitirá, todo es posible. Ahora bien, no me cabe duda de que si dimite es porque tiene ya decidida otra estrategia. No es ahora el momento de elucubrar sobre ésta (algunas ideas se me ocurren); mejor esperamos a ver qué ocurre el lunes. En todo caso, dimita o no, poco o nada tendrá que ver la decisión con el asunto de su mujer, aunque una gran mayoría de los españoles pensarán que sí, que es lo que Pedro Sánchez quiere. Aprovecho para decir que no me parece legítima esta actuación del Presidente, pero, al mismo tiempo, hay que reconocer que es audaz y sabe cómo movilizar a la ciudadanía.