Once notas al hilo de una conferencia
- Gobernabilidad para un desarrollo sostenible: feo título de unas jornadas que se están celebrando en La Laguna y en cuyo marco he escuchado esta tarde al filósofo-matemático Silvio Funtowicz, uno de los que acuñaron hace ya veinte años el término ciencia posnormal, para referirse a las metodologías de investigación procedentes cuando las incertidumbres son altas, la necesidad de decidir urgentes y los riesgos potencialmente elevados. Tesis primera de la conferencia: la ciencia (o mejor sería decir la confianza y seguridad en nuestros conocimientos) ha cambiado mucho en los últimos años. ¿En qué? En que ya se admite (explícita o implícitamente) que desconocemos demasiado sobre los efectos de lo que hacemos. Vale, pero ¿esto es un cambio o siempre, al menos desde Sócrates, lo hemos sabido?
- La ciencia se usa como envoltorio justificativo de las actuaciones de los que gobiernan, porque las legitima como poseedora de la certidumbre, de la Verdad. En tal sentido, la ciencia (más precisamente: lo que con muy poco rigor se denomina ciencia) se convierte en ideología. Tampoco nada nuevo: antes, el mismo papel cumplía la religión que poco a poco, a partir del XVII, ha ido perdiendo su predominancia como principal fuente de autoridad a favor de la ciencia. Los nuevos sumos sacerdotes son los científicos, o mejor, los expertos. Pero claro, los expertos (como antes los teólogos) son usados selectivamente a favor del sistema (cuando no se ponen desvergonzadamente a su servicio).
- El sistema económico (producción, distribución y consumo) es esencialmente insostenible, por la sencilla razón de que consumimos más de lo que el planeta puede producir y, sobre todo, porque tiene en el crecimiento (y en la acumulación) su principal motor. Tampoco esto es nada nuevo: lo dijo ya Malthus hace más de 200 años y, más recientemente, fue objeto de un apasionado debate a finales de los sesenta (Club de Roma), sofocado a principios de los ochenta con el triunfo ideológico de los desreguladores (Thatcher, Reagan). El infantil argumento con que se relegaron esas razonables preocupaciones fue la confianza en el progreso tecnológico para ir resolviendo los problemas, a medida que se presentaran, apoyado, además, en la natural pasividad cómplice de todos nosotros (los que vivimos bien): a nadie le gusta que nos amarguen el futuro y muchas veces basta con no mirar.
- ¿Hay, por tanto, algo cualitativamente nuevo en la situación actual? Yo diría que no. O sí, si es que el desmesurado incremento del quantum pasa a ser cualitativo. Porque la voracidad geométricamente creciente del dragón económico (los "mercados financieros") que se ha desembarazado de esas molestas pulgas que reclaman prudencia y corsés, provoca acontecimientos cuya magnitud catastrófica parece ser capaz de empezar a sacudir nuestras dormidas conciencias. Entre otras razones porque los "expertos" comienzan a no encontrar explicaciones con las que los gobiernos nos tranquilicen.
- Pero, ¿acaso no lo sabían? ¿De verdad pensaban que los argumentos con los que justificaban actuaciones que han conducido a la catástrofe contaban con una mínima y suficiente probabilidad de certidumbre? La capacidad del autoengaño es tan infinita como la estupidez (no es más que una de sus manifestaciones), pero aún así. Que un accidente como el reciente de Fukuyima no sólo podía ocurrir sino que era probable que ocurriera (no necesariamente en esa central) era algo sabido y cuantificado, con el agravante del terrible antecedente de Chernobyl (por cierto, pareciera que lo hemos olvidado; informémonos del estado actual de esa región ucraniana). Que la supresión de las elementales y mínimas limitaciones a los juegos financieros había de llevar necesariamente a la quiebra de Lehman Brothers y sucesivas piezas de dominó en todo el mundo, era algo más que predicho y abundantemente advertido (aunque nuestro saliente presidente, en su inaceptable defensa, se excusara diciendo que quién podría haberlo previsto).
- Si lo sabían (y lo siguen sabiendo, siguen sabiendo los catastróficos y muy altos riesgos de tantas acciones que hacen quienes pueden hacerlas y de las cuales no nos enteramos muchas veces porque no queremos), ¿por qué no rectifican? Porque no rectifican; al contrario, insisten en meter la pata más al fondo, en negarse a admitir el conflicto esencial (estructural o sistémico, como gustan de calificarlo algunos), no cuestionan a los responsables de las catástrofes sino que los siguen manteniendo (con aumentos de sueldo las más de las veces). ¿Por qué? Pues simplemente porque quienes pueden hacer esas acciones (no nosotros, claro) obtienen sustanciales ventajas de hacerlas. Yo sigo pedaleando que si paro me caigo, y a vivir que son dos días.
- Sí hay una novedad en la época contemporánea que puede parecer poco relevante pero a mí se me antoja no sólo síntoma sino hasta factor coadyuvante. La absoluta falta de sentimiento de culpa o de vergüenza por parte de esos individuos que están a los mandos del sistema económico (sí, los mercados tienen nombres y apellidos). No creo que la maldad (porque tal es el término que les corresponde) de los poderosos actuales sea antropológicamente muy distinta de sus antecesores, pero sí es mucho mayor la falta de pudor, la exhibición de su arrogancia, nacida –imagino– de una confianza en su impunidad. También son más estúpidos, más cutres. Lo que más me llamó la atención del famoso documental Inside the Job (que pocas cosas nuevas me aportó sobre el porqué y el cómo de la crisis económica) fue la desvergonzada actitud de esos bellacos. Y mucho me temo que este estilo irá a más; me parece escandaloso que no nos escandalicemos (o no lo suficiente).
- ¿Qué hacer? Evidentemente no nos vale la respuesta de Lenin de 1902. Estoy convencido es de que los cambios no provendrán de las "instituciones democráticas", totalmente al servicio (en Occidente) del sistema económico. ¿Acaso creemos todavía que algún político es otra cosa que la voz de su amo? ¿Acaso creemos todavía que nuestros "gobernantes" tienen capacidad de gobierno? Su papel es entretenernos (y anestesiarnos) con infladas polémicas sobre cuestiones de "usos y costumbres", único ámbito en el que pueden exhibir sus diferencias "ideológicas". Pero en lo que afecta a los intereses de quienes de verdad mandan, lo que les toca es obedecer y, cuando se lo indiquen, hacer los cambios precisos para que todo siga igual, recordando a Lampedusa. A este respecto es muy ilustrativo, aunque sea para echarse a llorar, conocer a los candidatos de los cuales saldrá el aspirante del partido Republicano a la presidencia de los USA (y eso que parecía imposible encontrar una marioneta más impresentable que Bush).
- ¿Qué hacer? Ni p... idea, ya me gustaría a mí saberlo. Tan sólo se me ocurren medidas muy locales, muy limitaditas, simples chinitas frente al arrogante rodillo del demoledor aparato de los poderosos. Usar los recursos del sistema para intentar que chirríe, propiciar pequeñas batallas que puedan ser vencidas y con tales victorias limitar, aunque sea poco, los daños o ganar tiempo. Algunas ideas concretas tengo, pero no es este el momento para enunciarlas. También, naturalmente, obligarnos a mirar lo que no quieren que veamos, esforzarnos en dejar de ser súbditos complacientes, activar la solidaridad, la compasión (etimológicamente hablando). Pero esto es jodido, porque a los humanos no nos gusta sentirnos mal, es natural; si vas a contarme que nos estamos yendo a la mierda, con saberlo no gano nada, así que mejor bebamos y discutamos sobre el Madrid-Barça que ya falta poco. Sin embargo, no sabiéndolo, contribuimos a que nos lleven a la mierda más rápido, les eliminamos fricciones.
- Lamentablemente preveo el deterioro progresivo con creciente encadenamiento de catástrofes. Sí, soy pesimista, y por eso no podría ganarme la vida dando conferencias, que éstas hay que acabarlas con mensajes de esperanza (es lo que quieren los humanos, es natural). Funtowicz, por el contrario, se declara optimista, aunque no supe ver en qué radicaba su optimismo. La única pista que dio fue que estamos ante una época de cambio radical y eso a él siempre le parece bueno. Si nos situamos en el post-cambio no tengo inconveniente en coincidir con este argentino (que parece más acostumbrado a hablar en inglés que en castellano), porque también creo que el sistema económico está agonizando y algo mejor habrá de sucederle (¿qué? ni idea). Pero me temo que el proceso será largo (dudo que yo vea el final) y muy doloroso, cruelmente violento.
- Algún día lejano, nuestros descendientes se asombrarán, quizá, de cómo sabiendo cuan irremisiblemente nos dirigíamos hacia el colapso no tomamos las medidas para evitarlo. Nunca lo hemos hecho, y nuestra especie ya ha vivido muchas crisis cualitativamente similares en la historia que siempre, absolutamente siempre, se han resuelto por las malas, pagando un altísimo precio en calamidades y sufrimientos. Igual que los niños (y los no tan niños) no aprenden y rectifican si no es después de darse una hostia los suficientemente dolorosa (y algunos ni con esas). La diferencia es que los palos que se avecinan (que ya están cayendo) son mucho mayores. Pero todo sacrificio es poco para prolongar la supremacía de los mercados y –ténganlo en cuenta aspirantes a redentores– quienes los personifican no tienen ningún escrúpulo en deshacerse de sus opositores. Poco ha cambiado la especie (poderosos y súbditos): lo mismo ocurría, por ejemplo, en las guerras de religión que asolaron Europa en el XVI.
Revolution - The Beatles (The Beatles (White Album), 1968)