Las Españas
En su último post, Números cita las impresiones de dos viajeros ingleses sobre España y Cataluña para mostrar que "el problema catalán" viene desde bastante antes de Franco. La verdad es que yo no percibo que haya, como él dice, un "acuerdo tácito" en que el desencuentro provenga del "trauma" que supuso el franquismo para Cataluña, pero debe ser porque apenas me intereso por los debates de tertulianos mediáticos. En todo caso, cierto es que los catalanes, a lo largo de la historia de España, han generado en diversas ocasiones "conflictos" con la organización del Estado y reivindicado su singularidad y, por usar términos actuales, "identidad" como pueblo. Situar el origen del "problema catalán" en la dictadura no es más que una garrafal manifestación de ignorancia.
En primer lugar porque, como siempre, lleva implícita la gran mentira de la personificación de una Cataluña mítica maltratada por un régimen centralista. Se trata de un universo mítico, muy adecuado para azuzar los sentimientos, pero nada ajustado a la realidad. No existe tal Cataluña (como tampoco tal España o tal Andalucía o tal Euskadi), sólo hay catalanes con sus muy distintas notas caracterológicas e intereses individuales. La burguesía catalana, por ejemplo, la clase más protagonista de lo que a lo largo del XIX ciertos historiadores dan en llamar "la construcción nacional de Cataluña", no estaba en su mayoría para nada del lado de la república y mucho menos con la política de Companys. Una pléyade de prohombres de ilustres apellidos catalanes (abuelos de notables independentistas de hoy) saludaron con entusiasmo la victoria de Franco y la vuelta del "orden" que necesitaban para seguir amasando sus fortunas. Pragmáticos como eran (y son) renunciar a hablar en catalán (que, sin embargo, seguían usando en el ámbito privado) y comulgar con la huera retórica nacional-católica, no les pareció un precio abusivo. Eso sin referirme a algunos catalanes que sobresalieron en su exacerbada defensa de la sublevación militar, como Pla y Deniel, uno de los inventores de la "Cruzada".
El segundo error estriba, a mi juicio, en asumir implícitamente que hay dos realidades: de un lado España y, de otro, Cataluña. Éstos son, sin embargo, términos que se desenvuelven en planos distintos, tanto desde su origen conceptual como en cuanto a su configuración política. La idea de España proviene del proceso de romanización (con referencias anteriores): siete largos siglos en los que la acción cultural de Roma fue lentamente dotando a las distintas tribus que poblaban la península de una idea de comunidad y, a la vez, de identidad diferencial respecto de las otras partes del Imperio (la geografía es muy importante). Esa "unidad" conceptual de la Hispania romana fue asumida por los invasores godos, abducidos ideológicamente por el substrato hispanorromano que se encontraron. Baste revisar a Isidoro de Sevilla y, sobre todo, al gerundés Juan de Bíclaro quien, para José Antonio Maravall, fue uno de los creadores de la idea política de España. Así pues, la concepción de una "patria" común referida a la completa extensión de la península (con todos los matices diferenciales que se quieran respecto de la terminología actual y evitando falaces trasposiciones a las instituciones políticas contemporáneas) es muy anterior a la aparición de la idea de Cataluña.
Viene luego la irrupción musulmana y los minúsculos reductos norteños cristianos que sobrevivieron durante el siglo VIII que, cada uno a su bola, van expandiéndose hacia el sur durante la llamada Reconquista, casi ochocientos años: ahí es nada. El origen de Cataluña, como es más que sabido, son los pequeños feudos a ambos lados del Pirineo Oriental (Rosellón, Cerdaña, Pallars, Urgel, Ampurias, Besalú, etc), usados como "colchón" protector del imperio carolingio frente al empuje árabe y agrupados (no políticamente) con el significativo nombre de Marca hispánica. Sólo hacia el año mil, tras la crisis de la monarquía franca, puede empezar a hablarse de una relativa autonomía del conde de Barcelona y una también relativa preponderancia sobre el resto de los condados y señoríos feudales que hoy son las comarcas norteñas catalanas. Ahora bien, sería demasiado aventurado y anacrónico calificar a esa débil realidad política como el originario "estado catalán" (sobre todo si se compara con el navarro de la época), máxime cuando los más pretenciosos de los condes de Barcelona se autotitulaban "señores de la España Citerior" y nunca hablaban de Cataluña palabra que no empezaría a usarse hasta bien entrado el siglo XII.
También es más que sabido que la constitución política de los reinos medievales fue un laborioso esfuerzo de las monarquías para doblegar las ambiciones de los poderosos señores feudales. Los embriones de lo que, a lo largo de la edad moderna, habrían de convertirse en estados nacionales se desarrollan alimentados por la ideología del derecho divino del monarca y, en el caso de la península, por la justificación religiosa de la recuperación del territorio a la verdadera fe. En esas peleas internas de nobles y reyes (de las que el pueblo no era más que el sufridor) se configuran finalmente los cuatro reinos cristianos, entre los que no se cuenta la Cataluña actual, pero sí Portugal) y en todos ellos existía la idea de pertenencia a una entidad común, España, que había que "recuperar y salvar". Se trata, por supuesto, de una idea vaga, sin connotaciones político-administrativas, ya que éstas se iban construyendo en el seno de los dominios territoriales de cada reino. Pero esta idea de "patria común" subyacía en los discursos y estrategias políticas, compatibilizándola interesadamente en cada momento con las conveniencias de cada monarca. En los cálculos a largo plazo de casi todos los "politicológos" de la Baja Edad Media se jugaba con las uniones dinásticas peninsulares, con vistas a una organización más o menos unitaria del territorio. La boda en 1469 de Isabel y Fernando y la posterior ascensión de cada uno de ellos a los tronos castellano y aragonés produce la unión de los dos reinos mayores, aunque manteniendo cada uno sus muy distintas peculiaridades. Luego Fernando, muerta ya Isabel, anexionaría Navarra; y posteriormente, con Felipe II, se lograría la unión (también dinástica) con Portugal, que apenas duró sesenta años.
Desde luego, hablar como hacen los mitólogos nacionalistas, de una "identidad catalana" desde el medioevo es una anacronismo desaforado. Las gentes de la Edad Media carecían de los actuales sentimientos identitarios y éstos, como mucho, estaban vinculados al terruño, no más grande de lo que hoy llamaríamos comarca y que entonces se denominaba "país". Las tan cacareadas construcciones nacionales se hacen siempre desde el poder, a través de los discursos de ciertas elites, sean intelectuales o políticas y, prácticamente siempre, vinculadas a intereses concretos (nada románticos) de éstas. De otra parte, hablar de estado con una mínima similitud a lo que hoy entendemos carece de sentido hasta el siglo XVI e incluso hay que tomarlo con muchas reservas durante toda la Edad Moderna. En todo caso, para volver al post de Números y a su constatación de la "antigüedad" del problema catalán, es a partir del XVII cuando empiezan a aparecer los primeros desajustes en la estructura política de la monarquía de los Austrias, que son zanjados radicalmente con el cambio dinástico, probablemente para mal. Luego vendrá la Revolución Francesa que cambiará profundamente el lenguaje y el modo de pensar y ya, a partir del siglo XIX, comienza a tener sentido hablar de naciones y pueblos, surge la excusa para nuevos argumentarios (también interesados, claro) que se siguen empleando casi doscientos años después. Y así nos va.
En fin, me he desviado de lo que quería contar que tenía que ver con la idea de España y, sobre todo, de "las Españas". Tan sólo apuntaré que, a diferencia del caso francés, la construcción histórica del estado español se ha hecho a través de un dificultoso proceso de amalgama de instituciones político-administrativas diversas bajo una idea de unidad "light" que es históricamente muy anterior a las entidades territoriales menores. Simplificando demasiado, la idea originaria de España tiene ciertas analogías con la más reciente de Europa. Cataluña, por supuesto, es tan España como Castilla, aunque ciertamente tengo para mí que el vector castellano ha pesado más que el catalán (o el aragonés) en la conformación ideológica del estado español.