Ayer, en la charla del desayuno, no recuerdo bien a cuento de qué, una compañera que tiene 35 años rememoró cuando fue a ver el estreno de
Star Wars y lo mucho que le influyó esa peli. Me quedé sorprendido porque esa primera entrega (posteriormente denominada Episodio IV) es de 1977, fecha en que esta chica tenía 6 añitos. Ella, sin embargo, insistía en que fue a verla cuando se estrenó y que luego también las dos siguientes (en el 80 y en el 83; teniendo ella 9 y 12 añitos respectivamente).
El caso es que me quedé pensando sobre las cosas que vivimos y que se convierten en parte de nuestra historia personal: películas, libros, canciones, series de tv, acontecimientos públicos diversos, etc. Excluyendo lógicamente los sucesos de índole privada o familiar, esos otros conformarían una suerte de bagaje común que compartimos con quienes identificamos como miembros de nuestra misma generación. Normalmente, además, esas cosas a las que me refiero tienden a convertirse en objeto de nuestro interés y por eso solemos construirnos un cierto conocimiento sobre las mismas; conocimiento, que a diferencia de otros que podamos poseer, está tintado con una carga emotiva personal, es algo nuestro.
La música, por ejemplo, es una de esas cosas que más calan en nuestra historia personal. No sé si todos, pero creo que bastantes nos "vinculamos" (a veces con ciertas dosis de radicalismo que el tiempo se encarga de ir puliendo) a grupos, géneros, canciones concretas que escuchamos y hacemos nuestras en torno a la primera adolescencia y a los cuales seguimos siendo "fieles" durante casi toda la vida. En mi historia personal, empecé a oir "mi" música hacia los 13 años, en 4º de bachiller. Fuera por los amigos de entonces, fuera por las simplonas rebeldías adolescentes, el caso es que me "tocaron" cantantes ingleses y norteamericanos del rock, blues y folk que se hacía en aquellas épocas. Ahora, por curiosidad, me pongo a revisar fechas y compruebo que, efectivamente, las fechas de los albumes que yo oía se corresponden con aquellos años: Eric Clapton y su
461 Ocean Boulevard de 1974; los Rolling y su
Goat's Head Soup (con la maravillosa
Angie) de 1973; Pink Floyd y su
Dark Side of the Moon de 1973; Simon&Garfunkel y su disco de
Grandes Éxitos de 1972 (los cogí cuando ya se habían separado); Led Zeppelin y su
Houses of the Holy de 1973 (este disco creo que fue el primer objeto que robé; lugar: una tienda de la calle Mayor de Madrid); Bob Dylan y su
Planet Waves de 1974 (aunque Dylan es un caso especial ya que enseguida me enganché y me dediqué a rastrear a toda prisa hacia atrás). Podría decir muchos más discos, pero éstos me han bastado para volver a ver en mi cabeza las portadas de aquellos vinilos (entonces no recuerdo que se llamaran así, simplemente eran elepés) y evocar a los amigos de entonces, los intercambios, las revistas de música que leíamos, las grabaciones con cassettes portátiles (a veces poniendo el micrófono delante del altavoz). Luego vino la universidad y una ampliación y profundización en esas músicas (y otras análogas), proceso que envolvía las vivencias compartidas con amigos, casi como señas de identidad común.
Han pasado los años y he ido cogiendo gusto a otras músicas pero, salvo contadas excepciones, la mayoría de mis preferencias se han ido ensamblando sobre la estructura básica que se consolidó entre mis 13 y mis 20 años. Por eso, mis canciones, mis cantantes, son sin ninguna duda los que estaban en activo en la segunda mitad de los 70 y ha sido, en el marco musical que con ellos esbocé, que he ido integrando otros nombres. Por ejemplo, cuando recuerdo los primeros 80 en Madrid, en plena efervescencia de lo que ahora se ha dado en llamar el pop-rock español, me doy cuenta de que prefería aquellos grupos que más encajaban con las pautas que me habían formado.
La música no es más que un ejemplo, aunque de los más significativos, para explicar lo que antes decía de las cosas que construyen nuestra historia personal. Así, cuando descubro referencias propias en otras personas tiendo a pensar que pertenecen a mi generación. Sin embargo, a veces son engañosa, como cuando mi compañera me sorprendió "apropiándose" de la primera de las películas de
Star Wars. En mis lecturas de blogs a veces me pasa lo mismo. En un post reciente leo que el autor estaba con unos amigos discutiendo sobre si eran mejores los Beatles o los Rolling, polémica que ni siquiera yo viví en mi época de formación (los Beatles ya no existían); más adelante añade que, en todo caso, a él los que le gustaron de siempre fueron Santana, Jethro Tull y The Who. Obviamente, pienso que este hombre debe ser poco más o menos de mi edad, toda vez que estamos hablando de los 70, sin perjuicio de que estos grupos continuaran en plan
revival incluso hasta hoy (la época "genuina" de Santana se cierra con Greatest Hits de 1974, el famoso LP de un negro sosteniendo una paloma blanca; siendo muy generosos, podemos dar por cerrada la etapa gloriosa de los chicos de Ian Anderson hacia finales de los 70; en cuanto a los Who el cierre "real" hay que echarlo tras la muerte de Keith Moon y los contemporáneos cuelgues de Townshend, también a finales de los 70). Pues no, me equivoqué; a medida que iba leyendo otros posts anteriores iba comprobando que la hipótesis no cuadraba, lo que se confirmó definitivamente cuando pude calcular que debe de andar algo por debajo de los 30. Es decir, nacido a finales de los 70 (unos veinte años después que yo), cuando esos grupos cerraban sus épocas míticas.
A cuento de esto (y de la conversación de ayer) no puedo sino desconcertarme un poquillo más de lo que es mi nivel habitual. A lo mejor vivimos una época de
revivals incluso de los recuerdos, a lo mejor nos podemos construir nuestras historias personales con "cosas" (acontecimientos, músicas, películas, etc) de segunda mano. También puede ser síntoma del eclecticismo dominante, del gusto por crearse un bagaje "cultural" amplio y casi atemporal. En fin, no tengo ni idea; sólo dejo constancia de mi asombro. Es como si algunos quisieran vivir lo que no han vivido y no sé si, en ese afán, se pierden vivir lo que deben. Naturalmente, es más que posible que todo esto que digo no vaya para nada con el autor del blog que he leído; su lectura, simplemente, ha despertado en mí estas ideas.
Pero sin particularizar en personas concretas, lo que sí es verdad es que, a medida que nos hacemos mayores, se descubre con cierta frecuencia que gente bastante menor se refiere a acontecimientos que uno ha vivido con un aplomo sorprendente. Y uno se admira porque hablan como si lo hubieran vivido, con una seguridad que ni siquiera quienes consideramos esas cosas como parte nuestra (las tenemos interiorizadas) somos capaces de sentir. Quizás es que a medida que nos hacemos mayores uno va perdiendo o poniendo en crisis las viejas seguridades.
De todas maneras, salvo porque es melancólicamente agradable, me parece bastante ocioso darle vueltas a nuestros pasados (y bastante peligroso pontificar sobre ellos, máxime cuando no los hemos vivido). El tiempo va tan deprisa que los esfuerzos los debemos concentrar en aprovechar el presente. Ya sé que es una obviedad, pero me da que no la tenemos en cuenta tanto como debiéramos. Ayer, en la charla del desayuno, no recuerdo bien a cuento de qué, una compañera que tiene 35 años rememoró cuando fue a ver el estreno de Star Wars y lo mucho que le influyó esa peli. Me quedé sorprendido porque esa primera entrega (posteriormente denominada Episodio IV) es de 1977, fecha en que esta chica tenía 6 añitos. Ella, sin embargo, insistía en que fue a verla cuando se estrenó y que luego también las dos siguientes (en el 80 y en el 83; teniendo ella 9 y 12 añitos respectivamente).
El caso es que me quedé pensando sobre las cosas que vivimos y que se convierten en parte de nuestra historia personal: películas, libros, canciones, series de tv, acontecimientos públicos diversos, etc. Excluyendo lógicamente los sucesos de índole privada o familiar, esos otros conformarían una suerte de bagaje común que compartimos con quienes identificamos como miembros de nuestra misma generación. Normalmente, además, esas cosas a las que me refiero tienden a convertirse en objeto de nuestro interés y por eso solemos construirnos un cierto conocimiento sobre las mismas; conocimiento, que a diferencia de otros que podamos poseer, está tintado con una carga emotiva personal, es algo nuestro.
La música, por ejemplo, es una de esas cosas que más calan en nuestra historia personal. No sé si todos, pero creo que bastantes nos "vinculamos" (a veces con ciertas dosis de radicalismo que el tiempo se encarga de ir puliendo) a grupos, géneros, canciones concretas que escuchamos y hacemos nuestras en torno a la primera adolescencia y a los cuales seguimos siendo "fieles" durante casi toda la vida. En mi historia personal, empecé a oir "mi" música hacia los 13 años, en 4º de bachiller. Fuera por los amigos de entonces, fuera por las simplonas rebeldías adolescentes, el caso es que me "tocaron" cantantes ingleses y norteamericanos del rock, blues y folk que se hacía en aquellas épocas. Ahora, por curiosidad, me pongo a revisar fechas y compruebo que, efectivamente, las fechas de los albumes que yo oía se corresponden con aquellos años: Eric Clapton y su 461 Ocean Boulevard de 1974; los Rolling y su Goat's Head Soup (con la maravillosa Angie) de 1973; Pink Floyd y su Dark Side of the Moon de 1973; Simon&Garfunkel y su disco de Grandes Éxitos de 1972 (los cogí cuando ya se habían separado); Led Zeppelin y su Houses of the Holy de 1973 (este disco creo que fue el primer objeto que robé; lugar: una tienda de la calle Mayor de Madrid); Bob Dylan y su Planet Waves de 1974 (aunque Dylan es un caso especial ya que enseguida me enganché y me dediqué a rastrear a toda prisa hacia atrás). Podría decir muchos más discos, pero éstos me han bastado para volver a ver en mi cabeza las portadas de aquellos vinilos (entonces no recuerdo que se llamaran así, simplemente eran elepés) y evocar a los amigos de entonces, los intercambios, las revistas de música que leíamos, las grabaciones con cassettes portátiles (a veces poniendo el micrófono delante del altavoz). Luego vino la universidad y una ampliación y profundización en esas músicas (y otras análogas), proceso que envolvía las vivencias compartidas con amigos, casi como señas de identidad común.
Han pasado los años y he ido cogiendo gusto a otras músicas pero, salvo contadas excepciones, la mayoría de mis preferencias se han ido ensamblando sobre la estructura básica que se consolidó entre mis 13 y mis 21 años. Por eso, mis canciones, mis cantantes, son sin ninguna duda los que estaban en activo en la segunda mitad de los 70 y ha sido, en el marco musical que con ellos esbocé, que he ido integrando otros nombres. Por ejemplo, cuando recuerdo los primeros 80 en Madrid, en plena efervescencia de lo que ahora se ha dado en llamar el pop-rock español, me doy cuenta de que prefería aquellos grupos que más encajaban con las pautas que me habían formado.
La música no es más que un ejemplo, aunque de los más significativos, para explicar lo que antes decía de las cosas que construyen nuestra historia personal. Así, cuando descubro referencias propias en otras personas tiendo a pensar que pertenecen a mi generación. Sin embargo, a veces son engañosa, como cuando mi compañera me sorprendió "apropiándose" de la primera de las películas de Star Wars. En mis lecturas de blogs a veces me pasa lo mismo. En un post reciente leo que el autor estaba con unos amigos discutiendo sobre si eran mejores los Beatles o los Rolling, polémica que ni siquiera yo viví en mi época de formación (los Beatles ya no existían); más adelante añade que, en todo caso, a él los que le gustaron de siempre fueron Santana, Jethro Tull y The Who. Obviamente, pienso que este hombre debe ser poco más o menos de mi edad, toda vez que estamos hablando de los 70, sin perjuicio de que estos grupos continuaran en plan revival incluso hasta hoy (la época "genuina" de Santana se cierra con Greatest Hits de 1974, el famoso LP de un negro sosteniendo una paloma blanca; siendo muy generosos, podemos dar por cerrada la etapa gloriosa de los chicos de Ian Anderson hacia finales de los 70; en cuanto a los Who el cierre "real" hay que echarlo tras la muerte de Keith Moon y los contemporáneos cuelgues de Townshend, también a finales de los 70). Pues no, me equivoqué; a medida que iba leyendo otros posts anteriores iba comprobando que la hipótesis no cuadraba, lo que se confirmó definitivamente cuando pude calcular que debe de andar algo por debajo de los 30. Es decir, nacido a finales de los 70 (unos veinte años después que yo), cuando esos grupos cerraban sus épocas míticas.
A cuento de esto (y de la conversación de ayer) no puedo sino desconcertarme un poquillo más de lo que es mi nivel habitual. A lo mejor vivimos una época de revivals incluso de los recuerdos, a lo mejor nos podemos construir nuestras historias personales con "cosas" (acontecimientos, músicas, películas, etc) de segunda mano. También puede ser síntoma del eclecticismo dominante, del gusto por crearse un bagaje "cultural" amplio y casi atemporal. En fin, no tengo ni idea; sólo dejo constancia de mi asombro. Es como si algunos quisieran vivir lo que no han vivido y no sé si, en ese afán, se pierden vivir lo que deben. Naturalmente, es más que posible que todo esto que digo no vaya para nada con el autor del blog que he leído; su lectura, simplemente, ha despertado en mí estas ideas.
Pero sin particularizar en personas concretas, lo que sí es verdad es que, a medida que nos hacemos mayores, se descubre con cierta frecuencia que gente bastante menor se refiere a acontecimientos que uno ha vivido con un aplomo sorprendente. Y uno se admira porque hablan como si lo hubieran vivido, con una seguridad que ni siquiera quienes consideramos esas cosas como parte nuestra (las tenemos interiorizadas) somos capaces de sentir. Quizás es que a medida que nos hacemos mayores uno va perdiendo o poniendo en crisis las viejas seguridades.
De todas maneras, salvo porque es melancólicamente agradable, me parece bastante ocioso darle vueltas a nuestros pasados (y bastante peligroso pontificar sobre ellos, máxime cuando no los hemos vivido). El tiempo va tan deprisa que los esfuerzos los debemos concentrar en aprovechar el presente. Ya sé que es una obviedad, pero me da que no la tenemos en cuenta tanto como debiéramos.
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