Cuando me enteré de que Dylan estaba grabando un disco de versiones de Sinatra, pensé que ya volvía de nuevo a las andadas –genio y figura–, desconcertando al personal; pero si eso es lo que viene haciendo durante toda su carrera, con más razón a los setenta y tres años. También, dicho sea de paso, me temí que le saliera un bodrio como el disco de villancicos que hizo con fines benéficos en 2009 (en mi opinión, claro, porque sobre ese trabajo hay críticas y opiniones de lo más diversas). En todo caso, y aunque con Bobby no hay que sorprenderse de nada, me extrañó que le interesaran los clásicos temas que conforman el llamado
Great American Songbook, compuestos mayoritariamente a partir de la Primera Guerra Mundial por los nombres consagrados de la época (Irving Berlin, George Gershwin, Richard Rodgers, Cole Porter, Hoagy Carmichael ...) y difundidos a través de Broadway y Hollywood para un público biempensante. Un estilo que fue casi definitivamente exterminado con el triunfo popular del rock, expresión musical del radical cambio generacional de los sesenta, uno de cuyos más significativos voceros –incluso a su pesar– fue el propio Dylan. ¿Vendría en cierto modo a hacer ahora con este disco un ejercicio de penitencia?
La verdad es que a mí nunca me ha gustado ese tipo de música, tan correcta y melódicamente previsible, excesivamente orquestada. Además, Sinatra –su más famoso representante– siempre me cayó mal. Verdad es que todo ello lo asocio a mi infancia, a algún vinilo que escuchaban mis padres y a viejas comedias musicales que me aburrieron (aunque luego, más mayor, supe apreciar algunas películas excelentes en las que, sin cantar, actuaba La Voz). Aún así, a la muerte de Sinatra (1998) y la consiguiente avalancha de recopilatorios póstumos, mi ex de pronto se entusiasmó con el cantante y durante una temporada en casa sonaron sus canciones con frecuencia. Ahí tuve la oportunidad de acercarme a su música, pero no lo hice. Así que a la fecha sigo bastante analfabeto en este tipo de música y si he en los últimos días he curioseado sobre ella, ha sido sólo porque Dylan ha sacado este disco.
Leo que las diez canciones que Dylan interpreta en este
Shadows in the Night proceden de los llamados años de Capitol, periodo comprendido entre 1953 y 1961, durante el cual el
crooner publicó para el sello discográfico de Los Ángeles. Aunque no sea completamente verdad (algunos temas no fueron grabados durante esa etapa), sí es cierto que todos ellos expresan un "aire" común, estrechamente emparentados, que refleja el ánimo que embargaba a Sinatra por aquel tiempo –y que, según los que saben, supuso un verdadero renacimiento del intérprete–. Durante los cuarenta Sinatra, grabando para Columbia, se había convertido en el máximo ídolo popular de la canción romántica, pero en los cincuenta cae en un grave bache: en parte porque los gustos evolucionaban y no supo adaptarse pero también porque sufrió problemas de voz; además, se dice que el rechazo de una importante porción de sus fans mucho tuvo que ver con su matrimonio con Ava Gardner, precedido de cuernos a su mujer de entonces, Nancy, y el divorcio subsiguiente. De hecho, en los primeros cincuenta ninguna compañía estaba dispuesta a hacerse cargo del cantante y cuando finalmente lo fichó Capitol fue con la humillante condición de que se pagara él mismo los costes de estudio. Parecía que su estrella declinaba definitivamente cuando consigue volver al primer plano gracias a su participación en
De aquí a la Eternidad, que le valió el Oscar al mejor actor de reparto de 1953 (es leyenda hollywoodiense que Frank consiguió el papel gracias a las presiones de sus amigos de la Mafia –historia recreada en
El Padrino con la famosa escena de la cabeza de caballo–, pero parece que no hubo tales pero sí ruegos de la Gardner a los magnates del cine). El caso es que, entrando en su cuarentena, Sinatra remonta el vuelo. Pero la relación con Ava es turbulenta y desgraciada (sobre todo para ella) y la vida emocional del cantante se proyecta en su evolución artística y así, en 1955, publica uno de sus mejores discos,
In the wee small hours, pleno de melancolía y sensibilidad, deudor según dicen los entendidos de la forma de cantar baladas de la grandísima Billie Holiday. Dos años después, coincidiendo con el inevitable divorcio de la actriz, graba en la misma línea
Where are you?, del que provienen cuatro de las canciones que ahora retoma Dylan.
¿Son parecidos sentimientos melancólicos los que embargan a Dylan y le han impulsado a hacer suyas las viejas canciones de Sinatra? Pues no tengo ni idea y desde luego él, fiel a su estilo, no da ninguna pista al respecto. A diferencia de la de Frank, la vida amorosa de Bob siempre ha sido sumamente discreta, al menos desde que se separán de Sara Lownds en 1977. No fue hasta la publicación de la biografía de Howard Sounes en 2001 que se supo que entre el 86 y el 92 estuvo casado con Carolyn Dennis, una de las cantantes que le hacían los coros en sus discos "cristianos"; recientemente,
The National Enquirer, la más famosa revista yanqui de cotilleo sensacionalista, ha desvelado que Dylan se casó en 2012 con una tal Darlene Springs, su pareja desde hacía siete años, pero que la relación estaba a punto del divorcio debido a que la mujer gastaba tanto que casi se había pulido la fortuna del de Minnesota. En todo, tanto las diferencias de edad como de carácter, no parecen apuntar a que el estado emocional de Dylan pueda parecerse al de Sinatra hace sesenta años. Más bien –como él mismo cuenta en una entrevista a la revista
AARP– parece que se trata de un viejo anhelo que provendría de sus recuerdos de niñez, porque él sí creció escuchando esas canciones y le gustaban. Es más, a finales de los setenta, al salir el
Stardust de Willie Nelson –un álbum de versiones de temas clásicos–, le propuso al presidente de Columbia hacer algo parecido, pero a éste no le interesó la idea en absoluto (y Dylan publicó
Street Legal, que en su momento me defraudó un poquillo –le había precedido el notabilísimo
Desire– pero que con el paso del tiempo y las audiciones más me ha ido gustando). Total, que no versionó a Sinatra cuando tenía treinta y ocho años y lo hace con setenta y tres; ahora es el momento adecuado, dice.
Dije antes que Dylan
hace suyas esas viejas canciones, y para mí quizá esa sea la característica más relevante del nuevo disco. De entrada, logra esa "credibilidad" optando por un acompañamiento musical relativamente sobrio, una banda de cinco instrumentistas que nada tiene que ver con las habituales orquestaciones que se asocian a estos temas. Dice en la entrevista que el productor quería poner cuerdas, vientos, pero que se negó; ni siquiera aceptó piano porque le parecía que habría adquirido excesivo protagonismo. Cuenta el ingeniero de sonido que además le obligó a alejar los micrófonos, excepto el suyo, y que se negó a que se emplearan auriculares, cabinas,
overdubs o pistas separadas. De alguna manera quería grabar como se grababa entonces; incluso lo hizo en el estudio B de la Capitol, el más frecuentado por Sinatra. Pero, sobre todo, lo que me ha impresionado de este álbum es la voz y la forma de usarla, suavemente intimista, interpelándote. Creo que, desde el punto de vista exclusivamente vocal, es una de las mejores obras de Dylan, aunque sea casi "otro" Dylan. En relación a este disco ha declarado que "tienes que creer lo que dicen las letras, porque las letras son tan importantes como la melodía; si no te crees la canción y la has vivido, no tiene sentido interpretarla". Pues bien, al escucharle (y entender mejor que en cualquiera de sus canciones lo que dice) uno se cree lo que dice y también que lo ha vivido. Tras unas cuantas audiciones, me puse el
Where are you? de Sinatra y comparé los cuatros temas que interpreta Dylan: me gustan más, me convencen más, los de Bob (claro que reconozco que soy poco objetivo). Y eso que el de Minnesota considera un chiste que se le pueda comparar con Frank: "nadie ha llegado tan lejos como Sinatra, ni yo ni ningún otro". Aún así, preguntado sobre qué opinión cree que habría tenido de su trabajo, contesta que piensa que estaría sorprendido y algo orgulloso. En fin, tampoco es que este disco vaya a cambiar mis gustos musicales (ni lo ponga entre mis preferidos de Dylan), pero sí considero que merece la pena.