Hasta llegar al
tee del 4, Francisco González –Paco, como me había pedido que lo llamara– no entró en materia. Me elegiste a mí, Miroslav, como ejemplo, casi caricatura, de la injusticia del capitalismo, como paradigma sangrante de la desmesura salarial de los banqueros. Hace cinco años de aquel
post tuyo, pero lo leí con retraso y luego, ya sabes, la agenda demasiado apretada, las ansiedades de esta crisis necesaria. Sin embargo, llevo tiempo buscándote un hueco para este encuentro, me interesaba mucho hablar contigo, señalarte algunas consideraciones que omites en tu artículo y que, como hombre ponderado que me consta que eres, sé que valorarás en su justa medida. Antes de nada, te reitero mi agradecimiento por acudir a esta cita; confío en que no te esté causando demasiados trastornos y que el viaje te haya resultado agradable. Sí, desde luego, contesté a la última pregunta (¿para qué detallarle mis miserables quehaceres?), el avión del banco era comodísimo y hasta hoy no había probado nunca el caviar auténtico.
Mira, continuó, me gustaría que vieras la cuestión menor de nuestros altos sueldos en su marco global y, sobre todo, con perspectiva histórica. El capitalismo, es cierto, se basa en la desigualdad e incluso he de admitirte que la exacerba; cuanto más diferencias haya más potencia adquiere la economía, del mismo modo que la cantidad de energía hidroeléctrica que genera una presa es proporcional a la altura de la presa. El progreso económico (y con él el social), como todo movimiento, requiere el desequilibrio. Pero, de otra parte, hay otros movimientos de mayor espectro a los que llamo envolventes históricas que, contrariamente, tienden a una mayor igualación entre los hombres, a una creciente generalización del bienestar, que fomentan los valores de la espiritualidad frente a la materialidad, la cooperación frente a la competitividad, el amor frente al egoísmo. Por paradójico que te parezca, el capitalismo, con su aparente (e innegable a corto plazo) efecto desigualador, se enmarca en esa tendencia igualadora histórica y, es más, es el motor que impide que se detenga.
Conoces de sobra la historia, cómo nace el capitalismo, tan ligado desde sus inicios a los bancos (o embriones de bancos, si hemos de ser precisos), allá por el XVI. Las distintas rupturas revolucionarias de toda índole del proceso que, no lo olvides, se enfrentaba a una sociedad feudal (de la cual, por cierto, aún hoy día quedan residuos) muchísimo más injusta. Fue por tanto un movimiento en el sentido de la envolvente histórica que te mencionaba. Con crueles desgarros, desde luego, no hace falta más que repasar las condiciones de vida de los trabajadores de las primeras industrias, los obreros de Manchester en la primera mitad del XIX, por ejemplo. Pero los detalles de las vidas individuales, por más que sean tantísimos, no deben impedirte ver el conjunto, la dirección, lenta en términos de una vida humana pero continua, en que evoluciona nuestra especie. Y ésta, insisto, es la adecuada.
Me acabo de referir a los desharrapados, poco más que parias, de las ciudades inglesas al principio de la era victoriana. Sólo medio siglo más tarde, las condiciones de sus vidas habían cambiado a mejor de modo muy significativo. Dirige la vista ahora hacia los estratos menos favorecidos de nuestra sociedad; apenas ha pasado un siglo desde la que se llamó entonces la Gran Guerra, fractura brutal en la psique colectiva, y nada tienen que ver con las clases trabajadoras hacia el final del reinado de Victoria, y no digamos con nuestros paisanos de entonces. Pero, en el otro extremo de la escala social, ¿crees acaso que los ricos actuales lo son (o somos si me incluyes entre ellos) más que los poderosos de hace cien años? ¿Crees que yo podría, como era norma entre quienes ocupaban posiciones similares a la mía en la Inglaterra de principios del XX, vivir en una mansión de más de doscientas habitaciones, con una biblioteca atestada de incunables, colecciones de cuadros y esculturas de los más preciados artistas, jardines de varias hectáreas estilo Renacimiento italiano, cuadras de caballos de pura sangre y tantas más cosas? Es verdad que mi sueldo puede ser mil veces superior a un sueldo medio, e incluso más si lo comparamos con los de esos jóvenes que ahora han dado en llamar
nimileuristas. Sin embargo, para los equivalentes individuales medios en la sociedad europea hacia 1900 esa proporción podía ser fácilmente de uno a diez mil. ¿No demuestra este simple dato que el mismo capitalismo, el que genera el desequilibrio que tan grande te parece, evoluciona hacia una mayor igualación?
Yo, amigo Miroslav, cumplo mi papel en el sistema, contribuyo conscientemente a impulsar la evolución de la humanidad hacia una sociedad más justa, hacia un mundo mejor. Cobro lo que cobro porque así ha de ser necesariamente, porque ése es el sueldo que me corresponde en el nivel de desequilibrio en que se encuentra el sistema económico en estos momentos. Cumpliendo mi función (entre la que está cobrar el sueldo que a tantos escandaliza) contribuyo al imprescindible movimiento del capitalismo y, consecuentemente, a insuflar la única gasolina posible, al menos de momento, para el progreso del bienestar humano. No sé si sabes, y me parece otro síntoma relevante de que el modelo económico avanza en la dirección acertada, que yo no provengo de ninguna familia poderosa, de esas vinculadas a la posesión de bienes inmuebles o al gran capital (como mi colega Botín, por ejemplo); soy para muchos un advenedizo. Nací en una pequeña ciudad, poco más que un pueblo, del centro de Galicia, estudié económicas, trabajé en los ordenadores cuando la informática estaba todavía en pañales, allá por los setenta, me metí a trabajar en bolsa, formé mi propia empresa, me hice valer por mis propios méritos y por mi capacidad de trabajo ... ¿Crees que tengo algo que ver con los capitalistas de hace un siglo?
Hay que ver las cosas con perspectiva histórica, te repito. Hay que ser consciente de que cada uno de nosotros cumplimos un mínimo papel en la asombrosa y apasionante historia de la humanidad y que ésta, no lo dudes, va a mejor. La justicia se va acrecentando a través de lo que a muchos, aquejados de miopía, les parecen flagrantes injusticia. Como bien dicen los curas (en el Vaticano es donde mejor lo saben), Dios escribe derecho en renglones torcidos. No conduce a nada bueno tratar e enderezar los renglones, como demagógicamente claman algunos insensatos, por más que entienda sus indignaciones. Dejemos que Dios (no hace falta que te aclare la metáfora) siga escribiendo e iremos comprobando como los renglones van estando menos torcidos.
Un par de horas más estuvimos hablando Paco y yo. Luego (las apreturas de su agenda) tuvo que irse. Le prometí que reflexionaría sobre la necesidad de una mayor perspectiva histórica antes de opinar precipitadamente. Y también que haría constar sus palabras en este blog. A lo mejor, hasta deja un comentario.