Orientación sexual / Aversión sexual
En los últimos meses, en varias conversaciones ha salido el tema de la homosexualidad. Quienes conversábamos no éramos (se supone) homosexuales y (también se supone) pretendíamos profundizar, entender, aprender, contrastar ... Sin embargo, tras esas charlas me quedaba con la desazón de haber estado dando vueltas a un asunto del que no sabíamos ni, en el fondo, queríamos saber. Parece muy sencillo concluir que, si no somos homosexuales, qué podemos saber del tema; y vale, en principio, eso puede explicar la inutilidad de las charlas. Pero más que en la ignorancia, creo que esa superficialidad estéril radica en los miedos que tenemos de hablar abiertamente de nuestros deseos sexuales, tanto los más explícitos como los que pueden subyacer en las profundidades de nuestros cerebros.
En términos simples, la orientación sexual de una persona no es sino la etiqueta con que se califican los objetos de su deseo sexual, sus preferencias sexuales. El sistema clasificatorio (etiquetador) usado mayoritariamente es el del sexo de las personas que a uno le atraen; así, heterosexual es aquél a quien le atraen sexualmente personas del sexo distinto al suyo; homosexual el que siente deseos sexuales hacia personas de su mismo sexo; bisexual el que desea (o puede desear) a personas de ambos sexos ... (perdónenseme tantas obviedades). Ahora, sin salirse de este esquema, caben dos interpretaciones no muy aceptadas socialmente. La primera es que la orientación sexual podría ser una cuestión de grado; como si nos situáramos en un segmento en cuyos dos extremos opuestos están los dos sexos: el igual al nuestro (homo) y el distinto (hetero). Así, si a mí me atraen sólo las mujeres sería 100% heterosexual y 0% homosexual, y si me atraen solo los hombres, pues al revés. Pero, éstos serían casos extremos, ya que puede que me eroticen parcialmente, ocasionalmente, etc, objetos propios de la sexualidad homosexual, sin que dejen de atraerme las mujeres; en ese caso sería –digamos- 90% heterosexual y 10% homosexual. También me parece razonable que uno se mueva a lo largo de esa línea según épocas o constantemente.
Vaya por delante que esta interpretación me parece una chorrada, por más que sea un ejercicio curioso a efectos didácticos. Su defecto es que implica que el gradiente de atracción hacia un sexo conlleva la disminución proporcional de la atracción por el otro. O sea, que la medida en que me homosexualizo es la misma en que me desheterosexualizo. Y las cosas no van así. Sin embargo, resulta interesante porque explica a mi juicio otro comportamiento que suele confundirse con la orientación sexual cuando es otra cosa: la aversión sexual. Como hemos mamado fuertes dosis de aversión hacia los comportamientos ajenos a la que es (se supone que es) nuestra orientación sexual, si sentimos el más mínimo amago de deseo asociado a la orientación sexual contraria (normalmente la homosexual), surge el miedo a que eso suponga que nos estamos desplazando en el segmento descrito y, por ende, desheterosexualizando.
Lógicamente, este fenómeno se agudiza por la imposición social implícita de que sólo caben dos orientaciones sexuales legítimas (hasta hace poco, nada más una), las que se sitúan en los dos extremos del segmento. O eres heterosexual u homosexual. Por más que las orientaciones bisexuales estén ahí desde siempre, me parece que se consideran, más que orientaciones, comportamientos anómalos, “perversiones” ocasionales de personas aburridas del sexo normal que quieren “probar” otras experiencias. De hecho (y aunque esto daría para otro post), tengo la sensación de que gran parte de las reivindicaciones del movimiento homosexual va en la línea de “acomodarse” en el esquema políticamente correcto de las relaciones sexuales, lo que les lleva a aceptar implícitamente el teorema dicotómico: o se es heterosexual o se es homosexual, pero no cabe término medio.
Como me gustan los modelos gráficos, propongo concebir la orientación sexual más como un diagrama bidimensional que como un segmento. Así, el eje de ordenadas podría medir el grado de atracción/repulsión hacia personas del sexo opuesto, mientras que en las abcisas se medirían las mismas pulsiones respecto al mismo sexo. Obviamente, una orientación heterosexual canónica correspondería a un punto situado en el vértice superior izquierdo del mismo cuadrante (máxima atracción hacia las personas del sexo opuesto y máxima repulsa hacia las del mismo sexo) y, simétricamente, la orientación homosexual canónica coincidiría con un punto en el vértice inferior derecho del correspondiente cuadrante. La orientación “asexual” se sitúa lógicamente en el cruce entre los dos ejes de coordenadas, así como las personas de “sexualidad débil” (con pocos deseos) se grafiarían mediante puntos cercanos a este cruce de ejes. El caso paradigmático de la bisexualidad se dispondría en el vértice superior derecha de ese cuadrante (alguien a quien le atraen al máximo tanto hombres como mujeres). Y así sucesivamente ... Pues bien, imagino que si cada uno pusiera el punto que representa su orientación sexual encontraríamos una gran nube de puntos muy abigarrados en torno al vértice superior izquierda (el de la heterosexualidad), otras más pequeña (dicen por ahí que de un 15%) pero igualmente abigarrada que se situaría en torno al vértice de la homosexualidad; y luego la gran parte de la superficie restante casi vacía de puntos. Y me pregunto si un mapa así, resultado de encuestas, sería verdad; si realmente las orientaciones sexuales humanas son tan dicotómicas.
¿No podría ser que la aversión sexual sea incluso más fuerte que la atracción sexual en la determinación de nuestra orientación? Porque me parece que las sensaciones de repulsa sexual (por ejemplo, lo que me suscita imaginarme besando a un tío con “toda la barba”) provienen en su gran mayoría más de condicionantes sociales que naturales; es decir, creo que son más “respuestas fisiológicas aprendidas”. Pero lo sean o no, lo que me parece bastante claro es que opera como un freno fortísimo ante cualquier amago de “atracción anómala” que podamos experimentar; un freno que intuyo que está muy interiorizado, especialmente en los hombres heterosexuales, y que, entre otras cosas, nos impide siquiera profundizar en estas cuestiones, nos hace sentirnos incómodos ... Y no digamos si de lo que se trata es de cuestionarnos sobre nuestros deseos en ámbitos en que pudieran rozarse las turbias aguas de la homosexualidad. Por supuesto, de eso no se habla ante otros, pero me atrevo a pensar que ni siquiera ante uno mismo. Claro que, por muy interiorizada que esté la aversión sexual, hay niveles del cerebro que escapan de su control y así, a veces, alguno se sorprende (y asusta).
En fin, me paro aquí. Son solo algunas ideas sueltas a raíz de las conversaciones citadas al principio y de lo que hace un rato he estado leyendo en internet. Deberíamos poder hablar abiertamente sobre todo ... ¿o no?