Los gatos riñen y arañan la historia
El 11 de marzo por la tarde los generales Mola, Franco y Queipo de Llano visitan al duque de la Igualada en su residencia palaciega del Paseo de la Castellana. Naturalmente este Don Álvaro del Valle así como los títulos nobiliarios que ostenta son completa y legítimamente ficticios. Que un aristócrata de la época, con dinero e influencias, se reuniese con tres de los más notables generales descontentos ante el caos político y social de esos días también es verosímil. ¡Pero no en esa fecha! Ahora mismo no tengo a mano comprobar dónde andaban Mola y Queipo, pero Franco dejó Madrid en viaje a Canarias (fue primero a Cádiz) el día 9 de marzo, al siguiente de la famosa reunión de los militares conspiradores en la madrileña casa de José Delgado. No parece importarle este pequeño detalle a Mendoza que hasta agrava el desatino cuando dice que Franco "… está en Madrid, como los otros, para asistir a un cónclave de generales; para ello ha hecho un largo viaje, porque desde hace poco el gobierno que preside Azaña lo ha destinado a Canarias". En efecto, "hace poco" que habían nombrado a Franco Comandante General de Canarias (el 21 de febrero), pero acababa de irse, dos días antes de cuando Mendoza lo sitúa en el Palacio de Igualada. ¿No se da cuente el escritor de que suena muy poco creíble que en tan poco tiempo Franco hubiera viajado a Canarias y vuelto a Madrid?
Siempre en la novela, al día siguiente, el 12 de marzo, Franco y José Antonio tienen una entrevista por mediación de Ramón Serrano Suñer en la casa de los padres de éste. Obviamente, como acabo de decir, tal entrevista era imposible en esas fechas (Mendoza esboza un patético reclamo de verosimilitud diciendo que Franco había dejado Canarias secretamente: ¡por favor!). Como en el primer ejemplo, el escritor lo que hace es trasladar de fecha la entrevista real que ocurrió, tal como cuenta el propio Serrano en su libro de Memorias de 1977, pocos días antes de las elecciones del 16 de febrero. De hecho, la descripción que Mendoza hace del encuentro (salvo la patochada de los estudios de inglés del general) está descaradamente basada en el texto de Serrano Suñer.
Los tres anteriores son los principales errores que he detectado durante la lectura estos días de la novela Riña de Gatos. Hay algunos más de índole menor y otro de mayor calado que omito porque no he podido comprobar cómo se desarrollaron realmente ciertos acontecimientos narrados en el libro que a mí se me antojan disparatados. Aclaro que las fechas las he deducido partiendo de la que encabeza la carta que escribe el inglés protagonista a su amante: 4 de marzo de 1936. Podría ser que esta fecha correspondiese a un día anterior al de la entrega de la carta en la estafeta de correos de Venta de Baños, en cuyo caso todas las que acabo de señalar habría que cambiarlas por un día más. Tiendo a pensar que tal debe ser la datación correcta, pues la novela acaba con la detención de José Antonio Primo de Rivera, que sería en la madrugada del 13 o del 14, según una u otra opción (la orden de ilegalización de Falange y de detención de sus dirigentes fue firmada en la noche del 13, lo que avala la corrección que apunto, salvo que queramos añadir otra imprecisión cronológica al relato de Mendoza). En todo caso, que la primera noche madrileña del inglés no sea la del 4 al 5 sino la siguiente no mejora sino empeora la situación.
Se me dirá que poca importancia tiene la precisión histórica cuando se escribe una obra de ficción. No estoy de acuerdo. El género de la novela histórica tiene que cumplir ineludiblemente el requisito de la verosimilitud. Los acontecimientos que se narran son ciertamente inventados pero el marco que define los límites de esa invención es el de los hechos históricos conocidos. Esta exigencia es tanto más necesaria cuando se hace intervenir en la novela personajes reales, y mucho más si sus andanzas están sobradamente documentadas. Que una novela histórica engarce afinadísimamente sus invenciones en la urdimbre de los hechos documentados no basta para que sea una obra de calidad, pero me atrevo a decir que si no se cumple estoa condición difícilmente será una buena novela. Puede haber, claro está, excepciones a esta regla: novelas de expresividad tan potente que se permiten impunemente despreciar el rigor histórico, pero incluso ésas (no me viene ahora a la mente ningún ejemplo) seguro que dejan claro al lector que las referencias históricas se las toman a título bufo, como mera excusa literaria.
No es el caso de Riña de Gatos. No se trata de una buena novela, yo diría que es de las más flojas de Mendoza (no es que cupiera esperar mucho más de un texto escrito para que le dieran el Planeta). Pero es que tampoco puede uno pensar que el desprecio a la cronología histórica de Mendoza obedezca a motivos literarios de algún calado. Por el contrario, la trama se basa en la combinación de dos o tres ideas descabelladas cuyo único interés está en servir de hilo conductor para la descripción de una semana en el Madrid de marzo del 36. Así que lo menos que cabría pedir es que hubiera sido riguroso con los hechos, lo cual habría podido hacerlo perfectamente, bien adelantando la narración a la primera quincena de febrero o, cuando menos, unos días antes, o bien prescindiendo del mitin del cine Europa y hasta de la anómala visita de tres generales conspiradores al palacete madrileño de un aristócrata. Supongo que quería que la última jornada del inglés y el desenlace de la trama coincidiese con la detención del jefe de la Falange, aunque la verdad no es que me parezca demasiado importante. De hecho, cuando se llega al final uno se queda con la sensación de que ha sido una sucesión de tonterías, sin que al argumento le salve el buen manejo humorístico del absurdo cuasi-surrealista de sus dos primeras novelas. Para nada: aunque hay ciertos guiños de irónica comicidad, creo que cualquier lector tiende a tomarse en serio (con reparos) la historia y a pensar que está ambientada en el adecuado contexto histórico.
Me queda pues la duda inevitable: ¿Por qué Mendoza incurre en tan crasos errores? Desde luego no creo que ignore que está falseando el devenir de los hechos, porque se aprecia que hizo los deberes mínimos de documentación (como ya he dicho, las descripciones del mitin del cine Europa y de la reunión entre Franco y José Antonio son ajustadas a cómo ocurrieron). Entonces, ¿considera que la alteración cronológica es poco precio ante las exigencias de la trama? Si así fuera (lo que no comparto), habría que pedirle que, como hacen muchos otros novelistas, pusiera al final del libro unas notas aclaratorias al respecto. Como las omite, me pregunto si es que piensa Mendoza que todos somos idiotas (y puede que no yerre) o es que le importa tres pepinos lo que opinen sus lectores. Ojalá que me lo explicara.
Festa - Premiata Forneria Marconi (Storia di un Minuto, 1972)