viernes, 29 de abril de 2016

Sacramentos civiles

La idea no es mía, desde luego, pero estoy tan convencido que me permito usar este blog para predicarla. Se trata de institucionalizar el equivalente laico de cada sacramento católico. Al fin y al cabo no es más que una exigencia que deriva en absoluta lógica de la prohibición constitucional de discriminar por motivos religiosos. Es evidente que mi hijo, a quien no educo en el catolicismo, ha sido discriminado al no disfrutar como los católicos del acto festivo de la primera comunión y, por tanto, compete a los Poderes Públicos compensar tal discriminación, ofreciendo a las familias no católicas una comunión civil, del mismo modo que hay bodas civiles para quienes no quisimos casarnos por la Iglesia. Y no piensen que tal pretensión es utópica o reservada para un futuro remoto; qué va, ya hay un municipio español, el de Rincón de la Victoria, en Málaga, que aprobó en octubre del año pasado las comuniones civiles. Para ser estrictos hay que decir que el Pleno municipal (controlado por los 11 concejales de PSOE, la marca local de Podemos, Izquierda Unida y el Partido Andalucista frente a los 10 de PP y Ciudadanos) no aprobó exactamente las comuniones civiles, sino una Ordenanza Fiscal reguladora de la tasa por la celebración de bodas y otras celebraciones civiles. Probablemente, los concejales se han arrugado un tantico y no se han atrevido a llamar a las cosas por su nombre por miedo a las represalias de los poderes católicos, pero no hacía falta porque en el acalorado Pleno quedó meridianamente claro que se estaba pensando en las comuniones. De hecho, al día siguiente una vecina del municipio se presentó en el Ayuntamiento a reservar fecha para celebrar la comunión civil de su hija este próximo mes de mayo y así evitar que la niña se traumatice al no tener fiesta y regalos como sus compañeras de cole.

Parece que los más preclaros miembros de la izquierda española han comprendido por fin que hay que civilizar los sacramentos. En el fondo, no es más que un proceso de justa reversión histórica porque no olvidemos que exactamente eso (más bien exactamente lo contrario) fue lo que hizo la Iglesia primitiva: sacralizar ritos sociales de notable importancia en el proceso de maduración e integración de los individuos convirtiéndolos en ceremonias religiosas. Como durante tantos siglos ser católico era obligatorio (la alternativa quemaba), las necesidades de ritualización del desarrollo personal se satisfacían aunque fuera bajo el manto religioso. Pero una vez que hemos conseguido liberarnos de la opresiva dominación eclesiástica, nos encontramos faltos de esos actos simbólicos (ceremonias de iniciación en la mayoría de los casos). De ahí la necesidad de recuperar para la vida civil, para una sociedad aconfesional, lo que nos fue robado por la monopolización católica. Ciertamente, la primera y más evidente de estas recuperaciones fue la del matrimonio, lo que era absolutamente prioritario por los efectos jurídicos del contrato de convivencia (naturalmente no limitándola a las parejas de distinto sexo). Pero, más allá de eso, pensemos en la importancia simbólica de la celebración pública del matrimonio, fundamental no sólo para hacer público ante la sociedad (representada por los invitados) el nuevo estado de los contrayentes, sino sobre todo para que ellos mismos sientan con la máxima intensidad que están entrando en una nueva etapa vital. No debe en absoluto despreciarse la ansiedad de la novia (más que del novio por lo habitual) para que sea un día inolvidable, grandioso, pleno de símbolos.


¿Y qué decir del bautizo? Nada de limpiar el alma de un imaginario pecado original cometido por nuestros inexistentes primeros padres. Esa no es más que la excusa de los cristianos para apropiarse de un acto tan relevante como es la recepción de un nuevo miembro en el colectivo social, la bienvenida de la comunidad (de la civil no la eclesiástica) al recién nacido, presentado por padres y padrinos. Cómo no vamos a reclamar el derecho a celebrar tan primigenio motivo de alegría, a compartir con la familia la felicidad del nacimiento haciéndoles sentir que aceptamos gozosos al recién llegado. Ha sido justamente gracias a una propuesta que el PSOE del Puerto de la Cruz (Tenerife) ha hecho esta semana para que el Ayuntamiento estableciera actos de bautizo civil –comentada en todos los periódicos de la isla– que me he enterado de que esta ceremonia laica lleva ya tiempo existiendo en varios municipios españoles. Fue en noviembre de 2004 cuando el Ayuntamiento de Igualada celebró e primero de ellos. Siguió luego el izquierdoso municipio madrileño de Rivas e incluso la propia capital del Estado en 2009 (pese al ominoso gobierno de la Botella) celebró estas "bienvenidas democráticas" a los niños, como las calificó Pedro Zerolo que actuó de oficiante en el bautizo civil del hijo de la actriz Cayetana Guillén Cuervo. Y tampoco es que en España estemos inventando nada, que el bautizo civil es una tradición inventada en la Francia revolucionaria como alternativa laica y fue nada menos que Fouché quien lo estrenó con su hija Nièvre. Ya sé que algunos dirán que la recepción del nuevo miembro en la sociedad se resuelve con la inscripción en el Registro Civil, pero ese acto carece de todo boato que engalane su importancia simbólica. Se trata de hacer una ceremonia con todas las de la Ley, en un salón digno del Consistorio, oficiado por las autoridades democráticas del municipio, con la lectura de algunos textos señeros de nuestra vida social (por ejemplo, artículos de la Declaración de Derechos del Niño) y la firma, con los invitados como testigos, de la inscripción del niño como nuevo ciudadano (que, naturalmente, tendría efectos civiles). Y luego, claro está, el convite y los regalos. Lamentablemente los partidos que gobiernan el Puerto de la Cruz han desestimado la propuesta de los socialistas. Como se dice en el facebook de éstos, ante una propuesta que se ciñe al reconocimiento constitucional de la libertad religiosa, ellos ponen por delante sus creencias para imponer un sentido de voto desfavorable; una pena que hayamos perdido la oportunidad de convertir a Puerto de la Cruz en un municipio señero en estas celebraciones que estrechan lazos de unión entre nuestros convecinos y potencian la multiculturalidad.



Que yo sepa todavía no hay versión laica de los cuatro sacramentos católicos que restan. Pero eso entre nosotros porque confirmación civil o "humanista" que es como la llaman, la tienen en Noruega desde 1951. Y no es de extrañar porque se trata también de una ceremonia clave para el desarrollo psicológico, representa el paso de la infancia a la vida adulta, cómo no celebrarla, cómo nuestra sociedad democrática no va a integrarla entre sus instituciones civiles. Reconozco que resulta más delicado propugnar una extremaunción laica, pero lo cierto es que sería muy procedente. Del mismo modo que la sociedad da la bienvenida al nuevo miembro a través del bautismo civil, debería despedir a quien está en el trance de abandonar este mundo, manifestándole su aprecio. Quién sabe si del mismo modo que los supersticiosos católicos piensan que los óleos pueden contribuir a sanar el cuerpo (además del alma), el cariño de los amigos y familiares que acompañan al moribundo en una ceremonia de este tipo ayudaría también, si no a su recuperación, sí al menos a un tránsito en paz, a una mejor muerte. Nada que ver con el funeral (para el que, por cierto, también hay alternativas laicas) pues de lo que se trata es de que el enfermo reciba y dé los adioses. En cuanto al órden sacerdotal poco hay que hacer porque ése es un sacramento sólo para los curas, no para todos. En todo caso, podemos asimilarlo a las celebraciones de graduación, que ya se han popularizado entre nosotros imitando, como en tantas otras, el estilo yanqui. Y sólo nos queda la penitencia a la que, por su propia naturaleza privada, no tiene sentido que le busquemos un equivalente laico susceptible de celebración pública. Lo cierto es que, igual que los católicos confiesan sus pecados al sacerdote, en la vida civil actual contamos con no pocos momentos en que hemos de confesarnos ante las autoridades, sin ir más lejos una vez al año como mínimo con Hacienda. De momento, estas confesiones laicas aparentan estar protegidas por el secreto similar al católico, pero en los tiempos que corren de grandes hermanos y filtraciones no hay que estar muy tranquilo al respecto. Quizá en un futuro no demasiado lejano seamos obligados a asistir a actos públicos de confesión colectiva de nuestras culpas con imposición ejemplar de las correspondientes penitencias (creo que hay antecedentes religiosos en alguna variante del cristianismo).

Acabo ya y lo hago insistiendo en la necesidad de que la sociedad recupere, civilizándolos, los sacramentos como fiestas laicas. Conviene que, en efecto, sean los Ayuntamientos, las instituciones más cercanas al ciudadano, quienes se ocupen de amparar y acoger las pertinentes celebraciones de modo que, a corto plazo, cumplan la función de lugar de reunión de la comunidad que antaño ejercían las iglesias. Así, no estaría mal que una vez a la semana el alcalde oficiara en la Casa Consistorial una celebración comunitaria laica, de reforzamiento de los lazos vecinales y exaltación de los valores democráticos, en alternativa laica a las misas católicas. Como en la mayoría de nuestros municipios es probable que los edificios municipales no contaran con espacios suficientes para albergar a los vecinos en estas misas laicas, deberían expropiarse algunos templos que, al fin y al cabo, se usan muy por debajo de sus capacidades. En suma, que el Estado, los poderes públicos, ejerza de catalizador comunitario, papel que abusivamente ha asumido la Iglesia durante tantos años. Sin duda, ponerse manos a la obra en este empeño es una de las cosas más importantes y urgentes que pueden hacerse a favor del interés público.
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Ave Maria - Eleanor McEvoy (Early Hours, 2004)

miércoles, 27 de abril de 2016

Rogosin (3)

En Octubre de 2012 un amigo tinerfeño, que exuda erudición cinematográfica, me propuso viajar a Córdoba para asistir al Festival de Cine Africano. Esta muestra cinematográfica se había iniciado en 2004 organizada por la ONG Al Tarab, una organización creada para la difusión de la cultura africana en España y Europa. Las primeras ocho ediciones se celebraron en Tarifa, luego pasó durante cuatro años a Córdoba (20012-2015) y este año se celebrará, entre finales de mayo y principios de junio, en Tarifa y Tánger de forma simultánea. Decliné la invitación de mi amigo (andaba un poco pachucho y bajo de moral por esos días) y desaproveché una excelente oportunidad para conocer mínimamente el cine del continente vecino del cual lo ignoro prácticamente todo. También dejé de ver Come Back Africa, que la emitieron el una sección retrospectiva titulada “Cine y Urbe”. Claro que hace tres años y pico ni siquiera sabía de la existencia de Rogosin, así que no ha sido hasta la semana pasada que me he dado cuenta de lo que pudo ser y no fue, ejercicio inútil que, además, es inagotable (porque obviamente, lo que dejamos de hacer es infinito). Pero bueno, lo importante –o no– es que con bastante retraso he podido ver una película que se estrenó el año de mi nacimiento (la copia de que dispongo fue restaurada por la Cineteca de la municipalidad de Bolonia en 2005 a partir de los negativos originales). Transcribo a continuación los textos que se superponen sobre las imágenes iniciales: “Esta película fue rodada clandestinamente para poder mostrar las condiciones de vida en la Sudáfrica de hoy. En este drama sobre el destino de un hombre y de su país no hay actores profesionales. Esta es la historia de Zachariah, uno de los cientos de miles de africanos forzados cada año por el régimen a abandonar su tierra para trabajar en las minas de oro”.

Como ya he dicho, Rogosin entró en el país diciendo que iba a filmar una comedia musical, políticamente neutra, incluso sugirió a las autoridades racistas que sería un reclamo publicitario para el turismo. Naturalmente, los funcionarios del gobierno tampoco eran tontos y Lionel y su equipo lo saben, lo que les obliga a filmar con muchas precauciones y excesiva lentitud, rodando escenas falsas (para que las vieran los inspectores), y en un ambiente de secretismo continuo. En gran parte, estos esfuerzos tuvieron éxito gracias al empleo de cámaras muy ligeras que permitían filmaciones casi improvisadas. Desde el punto de vista técnico todos sabían que la película presentaba bastantes debilidades pero, al mismo tiempo, eran plenamente conscientes de estar llevando a cabo una obra importante, seminal y necesaria. De hecho, ante el temor de que en cualquier momento la policía interrumpiera los trabajos y les requisara el material, a medida que filmaba Rogosin escondía los rollos de negativos en el doble forro de maletas que enviaba a los Estados Unidos. En esas condiciones tan problemáticas se logró rodar la película, lo que habla mucho y bien de la tenacidad del joven director americano. Bien es cierto que contó con la valiosísima ayuda de varios amigos sudafricanos, intelectuales negros en su mayoría que pertenecían a la primera generación fuertemente movilizada contra el apartheid, muchos de los cuales habrían de exiliarse tras el brutal endurecimiento del régimen tras la masacre de Sharpeville en 1960 (como reacción a este crimen, bastantes opositores se pasaron a la lucha armada, Mandela entre ellos). O sea, que Rogosin tuvo la suerte de llegar a Sudáfrica en el momento justo; probablemente Come Back Africa no habría podido realizarse ni antes ni después. Por las circunstancias, las colaboraciones y el tiempo en que se hizo, pese a que la autoría principal corresponde a un judío norteamericano, no pocos historiadores del cine africano consideran esta película casi sudafricana (o que debería haber sido sudafricana), la que sienta las bases para un cine propio, nacional. Supongo que hoy, pasados más de veinte años desde la abolición de la segregación racial, Sudáfrica y Johannesburgo deben ser muy distintos de como eran a finales de los cincuenta. Sin embargo, siguiendo con la cámara de Rogosin las penurias de Zachariah, que deja también la mina porque el salario no le da para vivir y mandar dinero a su familia, que busca y acepta todo tipo de trabajo –empleado doméstico, lavacoches, camarero– y siempre es maltratado por los blancos que acaban despidiéndole sin miramientos, uno se pregunta si con tan poco tiempo transcurrido el país ha logrado ya cicatrizar de verdad heridas sociales tan profundas.


Viendo la película se comprueba inmediatamente lo precario de su realización. También, al principio, se piensa que el filme requeriría una mejor trabazón de las escenas, una narración más articulada; pero poco a poco uno se acostumbra a ese ritmo sincopado y comprende que esa apariencia de filmación casual, como de aficionado que pasa por ahí, es intencional, un compromiso con los presupuestos teóricos del cinema verité francés, del nuevo realismo norteamericano que Rogosin propugnaba, en el cual el cineasta debía ser “una mosca en la pared”, sin interferir en el acontecer que se filma (algo, dicho sea de paso, que es imposible). En todo caso, esa renuncia a los recursos técnicos (aunque sin llegar a los extremos que pocos años después ensayaría Warhol) adquiere paradójicamente valor estético a medida que avanza el metraje. A este respecto, una de las cosas que más me ha llamado la atención es la abundancia de escenas musicales, siempre de negros tocando los más diversos instrumentos (predominan las flautas) y bailando. No es, desde luego, una comedia musical como aseguró Lionel a las autoridades, pero la música se revela como uno de los factores también definitorios del apartheid ya que pareciera que es exclusiva de los negros. Elemento de integración comunitaria, cuando opera entre ellos, mientras que, en los espacios de los blancos vale para convertirlos en cierto modo en “monos de feria”, como ocurre en algunas escenas, especialmente en la del grupo de niños improvisando con una guitarra y varias flautas al pie del imponente basamento de un edificio oficial mientras son observados por rubios descendientes de holandeses. Pero, ya que hablo de espacios de blancos y negros, también es llamativo el contraste tan bien logrado entre las imágenes de un Johannesburgo de estética art-dèco y la barriada en la que va a vivir Zachariah cuando llegan del campo su esposa y dos hijos. Se trataba del suburbio de Sophiatown, densamente poblado por negros que habitaban viviendas construidas con los más diversos y pobres materiales que, sin embargo, era el epicentro de diversos movimientos musicales, culturales y políticos. Probablemente ese fuera uno de los principales motivos que impulsaron a las autoridades gubernamentales a derruir el área, justamente en la época en que Rogosin filmaba la película. A los allí residentes (unos sesenta mil, la gran mayoría negros) se los asentó forzosamente en Soweto, algo más alejado de Johannesburgo, lo que supondría posteriores y graves conflictos con el régimen. En Sophiatown, su territorio, los negros actúan desinhibidamente, con naturalidad (bailando casi continuamente); en la ciudad, en cambio, se les ve claramente en territorio enemigo: van con caras serias, siempre apurados en grupos que son vomitados por los trenes para desfilar apurados hacia sus trabajos. Y una última cosa que me ha resultado curiosa: el empleo de hasta tres idiomas: el zulú cuando hablan entre ellos los proletarios negros, el afrikáner que lo emplean los policías que reprimen y arrestan a los negros, y el inglés de los negros más comprometidos (e intelectualizados) así como de los blancos que se dedican a los negocios. También el idioma tenía connotaciones simbólicas en aquellos tiempos.


No puedo dejar Come Back Africa sin comentar mínimamente la presencia de Miriam Makeba en la película, como adelanté al final del post anterior. Aparece hacia el final de la cinta, presentándose en una reunión en la que Zachariah está con otros cuatro hombres que discuten de filosofía política, a un nivel intelectual bastante superior al del protagonista (en un momento dice éste: no lo entiendo todo, pero me gusta escucharlo). Llega pues Miriam que hace de sí misma y enseguida los hombres le piden que cante y ella interpreta dos temas. El primero es una canción triste de amor; el segundo, bastante más animado, cuenta la historia del enamorado que de Johannesburgo se fue a Ciudad de El Cabo y le fue bastante mal. La Makeba tenía entonces veintisiete años y bastante vida y carrera profesional a sus espaldas. Con apenas dieciocho ya se había casado y tenido su único hijo, había pasado por un cáncer de mama, abandonada por su marido, empezado a cantar en un grupo de jazz denominado The Manhattan Brothers, formado luego su propio grupo sólo de mujeres, The Skylarks y grabado el que fue su primer y más grande hit, la conocida canción Pata pata que la hizo popular en toda Sudáfrica. Pero, sobre todo, desde febrero de 1959, Miriam Makeba interpretaba a la protagonista del musical King Kong (nada que ver con el gorila del mismo nombre), una “opera jazz” que tuvo un éxito tremendo en Sudáfrica. Así que, dada su relevancia, participar, aunque solo fuera un breve cameo, en una película de denuncia del apartheid suponía una toma de partido que no podía salirle gratis. De hecho, la primera consecuencia fue que el que entonces era su marido (el segundo, creo) optó rápidamente por separarse a fin de evitarse problemas con el régimen. Consciente de la situación y también del enorme potencial que significaba contar con Miriam para la promoción de la película, Rogosin puso todo su empeño –y lo consiguió– en que se le permitiera viajar a la presentación de la película en el Festival de Venecia en septiembre de 1959, donde la cantante impresionó sobremanera y algo contribuyó a que el filme recibiera el premio especial de la crítica. En todo caso, la película impactó y recibió bastantes reseñas positivas en periódicos de Europa y Estados Unidos. Naturalmente, estas críticas se complementaban con condenas al apartheid por el modo cruel en que trataba a los negros, lo que desde luego no gustó nada a las autoridades sudafricanas (imagino que más de uno sería sancionado por no haber advertido a tiempo el tipo de película que estaba haciendo Rogosin). La cosa es que Miriam, que había viajado a Londres para conocer a Harry Belafonte, se encontró con que el gobierno de su país le impedía volver (su madre había muerto y pretendía asistir a su funeral). De este modo, Makeba empezó su exilio (y una carrera como cantante que la hizo famosa en todo el mundo) y no volvería a Sudáfrica hasta la liberación de Mandela, en 1990. Miriam murió el 9 de noviembre de 2008, a los setenta y seis años, a causa de un infarto justo después de cantar en un concierto en Castel Volturno (cerca de Nápoles) en apoyo del escritor Roberto Saviano, amenazado por la Camorra. El director finlandés Mika Kaurismäki rodó en 2011 Mama Africa, una película documental sobre su vida; a ver si me la consigo.

lunes, 25 de abril de 2016

Rogosin (2)

Lionel Rogosin murió en diciembre de 2000 a los setenta y seis años, pero su producción cinematográfica acabó en 1974 (Arab Israeli Dialog); durante casi un cuarto de siglo, aunque continuó trabajando en diversos proyectos, dificultades financieras impidieron que ninguno llegara a materializarse. En 2005, sus dos hijos mayores, Michael y Daniel, fundaron Rogosin Heritage, con el objeto de restaurar, preservar y promover la obra de su padre. La web de Rogosin Heritage es prácticamente el único sitio en Internet dedicado al cineasta, lo que sorprende un poco dado que se le reconoce como uno de los pioneros del cine político documental norteamericano; pareciera que la figura de Lionel Rogosin es materia propicia para futuras tesis académicas. Obviamente, la web citada habla de la vida y obra de Rogosin en términos muy elogiosos. Buscando estos días más información sobre el cineasta, me he topado con la autobiografía de su ex mujer, Elinor Hart, de la cual he podido leer unos pocos capítulos completos, además de varias reseñas. En este libro (Chasing Love, a mother’s journey, 2011) se nos ofrece una version mucho menos amable de Lionel, centrada no en su faceta professional sino en su la personal. Hart y Rogosin se casaron en 1956 y se divorciaron diez años más tarde; el matrimonio, según escribe Elinor, fue completamente disfuncional y fuente de mucho sufrimiento para ella. Si bien hay que tomar con ciertas reservas lo que escribe de su marido, también es verdad que lo hace una década después de su muerte, siendo ya un mujer mayor (casi octogenaria) y motivada sobre todo para dar testimonio de la dolorosa experiencia de una madre que ha perdido a un hijo (el tercero y menor, Jonathan, que en 1982, con 19 años, se fue a la India y desapareció para siempre). Así que creo que puede ser útil referirse a lo que nos cuenta esta mujer para conocer mejor al Lionel de sus inicios cinematográficos, pues se conocieron justo cuando acababa de rodar On the Bowery.

Ocurrió a finales de 1955 en una cena benéfica a favor del Instituto Chad Weizmann; es decir, se trataba de un acto al que asistían los pudientes judíos norteamericanos y los simpatizantes a fin de recaudar fondos para Israel. Elinor Hart era también judía (probablemente el apellido no fuera el original) y por entonces una joven estudiante en Columbia que había tenido que renunciar a sus sueños de ser coreógrafa debido a una lesión. Vivía en una residencia femenina y llevaba una vida tranquila, pero esa noche su tío Ralph la había invitado a codearse en los salones del Waldorf Astoria con lo más granado de la sociedad neoyorkina pro-sionista. El caso es que estaba a la puerta de la gran Sala de Baile donde se iba a celebrar la cena con su tío tratando infructuosamente de cerrar el broche de un brazalete de diamantes que le había regalado cuando apareció Lionel, que conocía al tío Ralph (de hecho, este Ralph había sido quien le había facilitado su primera cámara de filmación). Rogosin sin ninguna dificultad consiguió cerrar la pulsera y enseguida, como si se conocieran desde hacía mucho, empezó a hablar animadamente con Elinor. Se gustaron, vaya, aunque hay que decir que fue desde el principio una relación bastante asimétrica, de entrada por la diferencia de edad: treinta y uno él, ella diez menos. Lionel la trató como una chiquilla ignorante, a la que podía impresionar; en realidad, se nota que no le importaba casi nada ella, sino tan sólo como destinataria de lo que a él le interesaba. Así, enseguida le deja claro que está en esa fiesta porque quiere convencer a su padre de que monte una fábrica en Israel (lo que efectivamente hizo), la hace partícipe de sus ideas políticas y, sobre todo, le habla de cine y de lo fundamental que es para él hacer películas comprometidas para cambiar el mundo. Supongo que Elinor quedaría ciertamente impresionada, más debido a que se trataba de una persona que pertenecía a su mundo, le era familiar (de hecho, ella lo había conocido cuando era una niña en casa de unos primos).

A los pocos días de ese encuentro casual, Lionel, para la sorpresa de Elinor, la telefonea a la residencia y la invita a cenar. De esa manera empiezan a salir, aunque por lo que cuenta Elinor no era propiamente una relación amorosa, simplemente Lionel la convirtió en su acompañante femenina. Si bien con frecuencia ella fue a su apartamento amueblado en Bleecker Street (en pleno Greenwich Village), lo que trasluce que la chica gozaba de bastante libertad para la época, de lo que nos cuenta se desprende que no llegó nunca a pasar nada o, al menos, nada importante. Lo que sí nos da es una imagen del Lionel primerizo en el mundo del cine, pero que se movía con gran seguridad, sobre todo cuidando y recurriendo a sus muchos amigos de las altas esferas. A varios de ellos los invitó a un primer pase de On the Bowery y sus reacciones le debieron hacer ver a Rogosin que al filme le faltaba congruencia, orden. Gracias a sus contactos, consiguió que Carl Lerner le ayudara con el montaje de la película para conseguir la versión definitiva. Hago aquí un paréntesis para cuestionar lo que nos cuenta Elinor: que Lionel estaba entusiasmado con que Lerner hubiese aceptado porque era el que había hecho el montaje de la excelente Doce hombres sin piedad de Sidney Lumet. Pero es que resulta que esa peli se estrenó en 1957, al menos un año después de cuando se supone que sucedió esta escena. Salvando ese detalle, lo que es cierto es que Lerner fue efectivamente quien se ocupó del montaje de On the Bowery –también del de 12 angry men–. Es probable que Lionel llegara a él a través de contactos judíos (no sé si Carl lo era, pero su mujer, Gerda, era una judía vienesa que había escapado del terror nazi y que en Estados Unidos se convertiría en una de las fundadoras de la Historia de mujeres); pero también es posible que el contacto con el editor fuera a través de las amistades izquierdosas de Rogosin, ya que aquél pertenecía al partido comunista de Estados Unidos. Cierro el paréntesis y resumo que lo que nos cuenta Elinor son pinceladas de una niña más o menos obnubilada ante un tipo mayor y no poco presuntuoso, que le habla de Robert Flaherty, de Jean Rouch y su cinéma-vérité y de sus grandes proyectos. En una de sus citas, Lionel llegó muy excitado porque On the Bowery había sido seleccionada para presentarse en el Festival de Venecia. Unos días después, la llevó a un restaurante, pidió unos cócteles de champán y le ofreció una pequeña caja que sacó de su bolsillo, un anillo de diamantes y zafiros; vas a ser la señora de Lionel Rogosin, le anunció. Elinor piensa que Lionel decidió casarse con ella no porque la amara sino porque necesitaba ser amado.

Se casaron pues. Una boda acorde con la tradición judía, a la que siguió inmediatamente el viaje a Europa: París primero y luego Venecia, para asistir – entre el 16 de agosto y el 25 de agosto de 1956– a la Mostra Internazionale del Film Documentario e del Cortometraggio y recibir el premio al mejor documental extranjero (hay que hacer constar que este concurso cinematográfico era previo al que consideramos propiamente el Festival de Venecia). Supongo que durante la estadía de los recién casados en Venecia –buen lugar para una luna de miel, aunque me da que no hubo tanto romanticismo como le habría gustado a Elinor– Rogosin aprovechó para estrechar sus contactos con los grandes prebostes de la cinematografía mundial, máxime cuando el premio recibido le otorgaba una aureola de consagrado. Lo que es seguro es que se afianza en su convencimiento casi mesiánico de que tenía una misión. Al poco de llegar a Estados Unidos estalla la revolución húngara contra las políticas impuestas en el país desde la URSS. El aplastamiento del movimiento por los tanques soviéticos a principios de noviembre provocó la tragedia de miles de muertos y cientos de miles de refugiados que escaparon del país. Ante el drama el United Nations Film Board, una agencia de la ONU, decidió producir un cortometraje (25') que filmó Rogosin durante diciembre de ese año y se estrenó sin apenas repercusiones en enero de 1957. Por más que he lo he buscado, parece que no hay ni trazas de este documental en internet, ni tampoco reseñas mínimamente sustanciosas. Me imagino que no le dejarían entrar en Hungría pero a lo mejor estuvo en Austria (por ejemplo) filmando a los huídos que allí hubieran llegado. En todo caso, se trata de una obra menor, un simple paréntesis antes de afrontar el proyecto que tenía en la cabeza desde su viaje de juventud por aquel país: hacer un documental que denunciara el infame apartheid sudafricano.

En mayo de 1957 Lionel viaja con Elinor a Sudáfrica y pasa allí una larga temporada. Pretendía ambientarse, profundizar en la realidad de ese país, en la situación de la población negra, esperando que esa inmersión le permitiera descubrir la película que quería filmar pero aún no sabía cómo. Luego, de vuelta en Nueva York (y según el historiador de cine Kenneth Hey), se reúne con Walter White, el secretario de la NCAAP (la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color, una de las instituciones que más luchó por los derechos civiles y la supresión de la sgregación racial en los USA), y con Alan Paton, escritor y político sudáfricano que era el activista blanco más combativo contra el apartheid. Parece ser que a partir de esas conversaciones, Rogosin tuvo clara la película que quería hacer; escribió el guión y solicitó la visa al gobierno sudafricano, engañándoles descaradamente: contó que quería realizar un musical en el que mostrar la vida feliz de negros satisfechos de trabajar para las minas de oro del gobierno. Así las cosas, vuelve a Sudáfrica en la primavera del 58 (otoño en el hemisferio Sur) y empieza la filmación. Hay que decir que durante su primera estadía un año antes había hecho los contactos que le resultarían imprescindibles para el rodaje, todos del movimiento anti-apartheid. Probablemente, el más importante fuera Bloke Modisane, un periodista negro de Sophiatown, el suburbio de Johannesburgo en el que se rodaría la mayor parte de la película. Modisane (junto con otro joven escritor, Lewis Nkosi) colaboró en el guión, por lo que es probable que cuando Rogosin se reunió con White y Paton tuviera las cosas bastante más claras de lo que les dejó ver, interesado seguramente en contar con el apoyo de la poderosa NCAAP. Aunque, por otro lado, Michael Rogosin, el hijo mayor de Lionel y presidente de la ya citada Rogosin heritage afirma que esa reunión neoyorkina nunca existió.

Bueno, tampoco tengo medios para desentrañar los detalles de la gestación de la que sin duda fue la primera gran denuncia pública contra el apartheid. Pero, en fin, lo cierto es que Lionel se fue para Sudáfrica con Elinor que estaba embarazada (su hijo mayor, Michael, nacería el 17 de septiembre de 1958 en la maternidad Florence Nightingale de Johannesburgo) y llevaría a cabo un rodaje de lo más azaroso, agobiado continuamente por el miedo a ser descubierto por los inspectores del gobierno. Pero mejor sigo con esta historieta en un próximo post, que ya me parece que me he enrollado bastante y me apetece contar algunas cosas más antes de llegar a donde quiero llegar (sí, porque Rogosin se me ha presentado mientras curioseaba sobre otros asuntos relacionados con la pobre niña rica). Eso sí, como adelanto dejo a la que por entonces era una joven cantante desconocida fuera de Sudáfrica y que gracias a esta película empezó una carrera de notables éxitos (y continuada lucha contra el apartheid) que la hicieron merecedora de ser llamada Mamá África.

  
Shihibolet - Miriam Makeba (The Voice of Africa, 1964)

jueves, 21 de abril de 2016

Rogosin (1)

Valozyn es una ciudad hoy bielorrusa cerca de Minsk, la capital. En 1803, Chaim ben Yitzchok, un rabino ortodoxo, fundó allí una Yeshiva (escuela talmúdica) que se convertiría en la más importante del siglo XIX, revolucionando la enseñanza del judaísmo. En 1854, Naftali Zvi Yehuda Berlin pasa a ser el rabino de la Yeshiva que la dirige hasta clausurarla en 1892 ante la presión del gobierno ruso para imponer las enseñanzas laicas. Aunque bajo su dirección la Yeshiva alcanzó su máximo esplendor y fue el alma mater de muy importantes futuros rabinos, también es cierto que hubo de enfrentarse (y ser derrotado) ante dos tendencias contrarias: de un lado la progresiva secularización del judaísmo, concretado en la Haskalá, de otra parte, el creciente semitismo en los territorios del imperio ruso. Visto a toro pasado, la pretensión de los ilustrados de "salir del gueto" e integrarse con los gentiles en cada comunidad nacional se demostró una estrategia fracasada; el antisemitismo, al fin y al cabo, los prefería diferentes para poderlos separar del resto de la población, evitando la contaminación. De hecho, durante la Primera Guerra Mundial el ejército polaco ocupó la ciudad y organizó campañas contra los judíos. En 1941, durante la Segunda, Valozyn fue bombardeado, capturado e incendiado en su mayor parte por los alemanes; los 3.500 judíos que vivían en la ciudad fueron prácticamente aniquilados. Los pocos sobrevivientes, una vez liberados por la tropas soviéticas, regresaron a la ciudad y casi todos fueron asesinados por sus vecinos. Hoy en día, en el lugar que fue la capital del judaísmo ortodoxo durante el siglo XIX no debe residir casi ningún judío.

Naftali Zvi Yehuda Berlin
Antes del principio del fin, en 1890, Naftali Zvi Yehuda Berlin envió a uno de sus fieles a Estados Unidos a recolectar fondos para sostener la Yeshiva. Este hombre, que por entonces tendría unos treinta y cinco años, se llamaba Samuel Eliezer Ragozin, estaba casado con Hanna y tenía tres hijos, Sarah, Bessie, Israel y Rachel. No sé nada de lo que hizo Samuel los primeros años en Estados Unidos, casi con toda seguridad en Nueva York (y con toda probabilidad en Brooklyn) que era el destino preferido de la inmigración judía de los residentes en Valozyn, que ya llevaba unos pocos años. Elucubro que a lo mejor, durante los primeros años, Samuel podría estar yendo y viniendo entre América y Rusia, una especie de enlace entre la incipiente comunidad neoyorkina y el centro espiritual de origen, un repatriador de los escasos fondos que pudieran aportarle. También es una suposición el que se fuera convenciendo de que en Valozyn no había casi futuro y que lo que le convenía era construirlo al otro lado del charco. El caso es que en 1895 funda un pequeño taller textil en Brooklyn y enseguida manda venir a su familia (en Estados Unidos nacerían dos más, Dinah y Harry). Hay que decir que el sector de la confección en la época del cambio de siglo estaba creciendo desmesuradamente en Nueva York, copado en altísima proporción por los judíos. En paralelo, se iba asentando un fuerte contingente inmigratorio judío, proveniente mayoritariamente del Este de Europa (muchos que escapaban de los progromos del antisemitismo ruso).

Israel Rogosin en Israel
Aunque ciertamente Samuel demostró excelentes dotes empresariales y en pocos años logró hacer que floreciera su negocio manufacturero, le podía más la vocación religioso-pedagógica y hacia 1903 decidió dedicarse por completo a la dirección de una Yeshiva, probablemente de las primeras que se crearían en Brooklyn. La dirección del taller, que por entonces daba empleo a unos doscientos trabajadores, quedó en manos de su hijo Israel quien solo tenía dieciséis años. El chico superó con creces al padre: amplió la producción y el número de trabajadores, compró nuevas fábricas y se dedicó sobre todo a la fabricación de viscosa (o rayón, fibra textil artificial). A medida que consolidaba su imperio industrial, Rogosin, en la tradición de la familia, se volcaba en el apoyo a causas judías. Tras la Primera Guerra, se comprometió financieramente con la Agencia judía por Israel, una de las organizaciones más eficaces del sionismo que contribuyó poderosamente a la creación del Estado judío en 1948. En 1956, para contribuir al desarrollo industrial del joven país y a instancias de su ministro de finanzas, trasladó su principal planta fabril a Ashdod, una ciudad de nueva creación planificada justamente para impulsar el sector secundario israelí. Rozando los ochenta se deshizo de sus acciones dejando un importante complejo corporativo (Beaunit Corp.) que daba trabajo a más de diez mil empleados. Hasta su muerte en 1971 se ocupó sólo de labores filantrópicas: donó mucho dinero a instituciones educativas judías (tanto en los USA como en Israel) y creó el Rogosin Institute, un centro médico sin fines de lucro dedicado al tratamiento e investigación de las enfermedades renales.

Para escribir los tres párrafos anteriores he estado buscando información sobre este hombre en varias webs aunque lo cierto es que tampoco me interesaba demasiado. De quien quería saber más era de su hijo Lionel, cuyo nombre me había saltado en las lecturas que últimamente estoy haciendo sobre Nueva York y los primeros años sesenta. En mis intentos de "ver" con el mayor realismo posible la realidad de un tiempo y un lugar desaparecidos, tiendo a acumular datos a modo de trozos de película congelados, cayendo en la fácil tentación de seguir hacia atrás los múltiples eslabones de la cadena de la historia. Pero bueno, tras este paréntesis autojustificativo y ligeramente pedante, conozcamos un poco a Lionel Rogosin.

Lionel Rogosin
Lionel nace en Nueva York en 1924 y fue el hijo único de Israel y su primera mujer, Ray Epstein, de Milwaukee (con ese apellido, con toda seguridad también judía). Su infancia transcurrió en el barrio acomodado de Port Washington, en Long Island, un vecindario muy distinto del Brooklyn judío y pobre en el que había crecido su padre. Vástago de un capitalista prominente, fue enviado nada menos que a Yale, una de las universidades de la Ivy League que históricamente ha tenido una relación especial (de cierta fascinación) con los judíos. Aún así, por esas fechas Yale, como muchas otras instituciones educativas norteamericanas, mantenía la que se ha llamado "cuota judía" que limitaba el número de judíos que podían ingresar. Probablemente, el dinero de su padre contribuiría a que Lionel fuera aceptado en ingeniería química; la elección de esa carrera obedecía, claro está, al deseo de Israel de que el chico se incorporara al negocio de la familia y le sucediera en la dirección del mismo. Pero, como ocurre con demasiada frecuencia, los hijos se empeñan en contradecir los planes de sus progenitores y decidir por sí mismos la vida que han de llevar (aunque, las más de las veces, más que decidir lo que quieren, deciden lo que no quieren sólo por afán de negación, pero ya se sabe que para madurar, según Freud, hay que matar al padre). La cosa es que nada más graduarse decidió enrolarse en la marina estadounidense para combatir en la Segunda Guerra Mundial (supongo que pasaría poco tiempo porque cuando la Guerra finalizó tenía solo veintiún años). Cuando se licenció, en vez de volver a casa, pasó unos cuantos años recorriendo Europa, Israel (que todavía no existía como Estado aunque estaba a punto) e incluso África. En ese viaje de juventud conoció los terribles frutos de los fascismos europeos (el Holocausto en particular) y de la guerra, así como el apartheid sudafricano; también por entonces adquirió plena conciencia del profundo racismo de su propio país, autoproclamado adalid de las libertades. De vuelta en Estados Unidos ya habían germinado en su interior la amalgama de ideales e inquietudes que le hacían sentirse ideológicamente comprometido con las aspiraciones del cambio social (la izquierda norteamericana de los cincuenta).

Robert J. Flaherty
Decide que será a través del cine como desarrollará su activismo político. Pero primero, antes de poder dedicarse a lo que quiere, ha de trabajar unos años en la empresa de su padre, en la que rápidamente alcanza el cargo de presidente de la división textil. Pero, a la vez, intenta de forma autodidacta adquirir una formación cinematográfica (se consiguió una cámara de 16 mm). Su inevitable referencia es Robert J. Flaherty, autor del primer documental de la historia (Nanook el esquimal, 1922) y cuyo método de trabajo consistía en convivir largo tiempo con los protagonistas de las historias que quería filmar, implicarse en sus vidas. Pero también, y quizá más, por las películas neorrealistas de la época y muy en especial por las de Vittorio De Sica. Por fin, recién entrado en la treintena, dimite de sus cargos ejecutivos e invierte todos sus ahorros (unos 60.000 dólares de la época) en la producción de su primera película, On the Bowery, el por entonces empobrecido barrio del Sur de Manhattan. El documental sigue a Ray Salyer, que después de una dura jornada tendiendo vías del ferrocarril, deambula por el barrio en una especie de descenso a los infiernos. La película fue rodada durante varios meses entre 1955 y 1956 y, pese a tener poco apoyo oficial (eran los años del macartismo) y dificultades en su distribución comercial , ganó el premio al mejor documental en el Festival de Venecia de 1956. Lo cierto es que Lionel pasó a adquirir un notable prestigio, a considerarse uno de los padres y modelos del cine independiente estadounidense y On the Bowery una referencia obligada para los futuros jóvenes realizadores. El reconocimiento a su trabajo (algunos dijeron que mostraba una nueva forma de arte cinematográfico), reforzó la seguridad en sí mismo de Rogosin y lo animó a afrontar un proyecto que llevaba considerando desde hacía tiempo. Pero ya lo contaré en un próximo post.


domingo, 17 de abril de 2016

Pobre niña rica (2)

Pero antes que a Warhol, Edie conoció a Dylan, al menos según dijo Bob Neuwirth en 1964 (y lo mismo afirma Howard Sounes en su biografía del cantante). Estamos a finales del 64 y Bob se acababa de mudar a un apartamento del Chelsea Hotel con Sara Lownds y su hija María, de tres añitos. Esta Sara es Sara, claro, la de la canción de Desire (1975), pero antes la dama de ojos tristes de las tierras bajas, el maravilloso tema que ocupaba –por primera vez en la historia– una cara entera de un LP (la B del segundo disco del doble Blonde on Blonde). Sara iba a ser la primera mujer de Bob (1965-1977) y la madre de sus primeros cuatro hijos. Pero cuando conoció al de Minnesota apenas era nadie, tan solo una veinteañera casada con un tipo que le doblaba la edad y con una niña pequeña; eso sí, era una chica muy guapa que pretendía hacer carrera como modelo o quizá en el cine. El caso es que la relación entre Bobby y Edi –tuviera el alcance que tuviera– duró desde finales de 1964 hasta probablemente febrero del 66, cuando ya habían empezado las sesiones de grabación de Blonde on Blonde. Durante ese tiempo, la pareja "oficial" de Dylan era Sara, pero eso no le impedía coquetear (y seguro que bastante más que coquetear) con otras. Entre esas otras estuvo Edie y, de todas, Edie era sin duda la más guapa, la más atractiva, la más glamurosa, la más sexy ... Pero Dylan se quedó con Sara.



Victor Maymudes, amigo y confidente de Bob y su tour-manager, fue uno de los que se sorprendió con la decisión de casarse. ¿Por qué te casas? ¿Y por qué con Sara? Según cuenta en su libro póstumo (Another Side of Bob Dylan: A Personal History on the Road and off the Tracks), Bob le contestó que "porque Sara estará en casa cuando yo quiera que esté en casa, porque estará donde yo quiera que esté, porque lo hará cuando yo quiera que lo haga". La respuesta muestra un Bob profundamente machista y probablemente lo era; al fin y al cabo, por mucho que se hubiera involucrado con los jóvenes rebeldes de los primeros sesenta, con la lucha por los derechos civiles, era hijo de su época y venía de un entorno rural, de la "América profunda". Imagino que el Bobby de veinticuatro años tenía un modelo vital inscrito en el subconsciente: había llegado el momento de tener un hogar con una mujercita sumisa que se ocupara de darle hijos y cuidarlos, de esperarlo y acogerlo en los intermedios de su intensa actividad profesional mientras él, fuera de casa, hacía lo que quería (incluyendo polvetes con tantas otras que lo admiraban). Desde luego, Edie Sedgwick no respondía a ese modelo de mujer (y Sara a lo mejor sí los primeros años, pero parece que finalmente no estuvo dispuesta a seguir representándolo).

Sin negar que Bobby fuera por entonces bastante machista, creo que en su elección de Sara influyó otro factor, el factor judío. Que Dylan es judío por sus cuatro costados es más que conocido pero lo cierto es no suele considerársele parte del muy numeroso e importante grupo de personas que integran la que podríamos llamar cultura judía estadounidense. En 1978, Ron Rosenbaum, un conocido periodista judío neoyorkino, le preguntó si había crecido consciente de ser judío, si había reflexionado sobre ello. Dylan respondió tajantemente que no, que nunca se había sentido judío, que nunca se había considerado ni judío ni no-judío, que no se sentía fiel a ningún credo. Hay que tener en cuenta que esa entrevista se hizo en un tiempo en que el cantante estaba bajo de ánimo: la separación de Sara lo había dejado tocado y para colmo las críticas a sus últimos trabajos no eran buenas. También por entonces estaba a punto de iniciar su etapa de "cristiano renacido", y a lo mejor eso le influiría a renegar de su identidad judía. Pero, en cualquier caso, es más que sabido que no hay que fiarse en absoluto de las declaraciones de Bob. De hecho, tanto su vida como su carrera artística ha sido un continuo reinventarse, colocarse una tras otra las más diversas máscaras, ser distintas personas, en el sentido originario de la palabra. Y sí, es verdad que Dylan es uno de los más claros símbolos del individualismo, del rechazo a cualquier adscripción grupal, a cualquier "identidad colectiva". Sin embargo, dado que siempre ha sido celosísimo guardián de su intimidad, no es ningún disparate pensar que su conciencia de ser judío forma parte de ésta, es algo que le concierne profundamente y que justamente por eso oculta (hacia finales de la primera década de este siglo, siendo ya sesentón largo, Dylan comenzó a exhibir muestras de practicar el judaísmo).

Pues bien, Sara Lownds es también judía. Lownds era el apellido del fotógrafo con el que se había casado en 1960, a los pocos meses de llegar a Nueva York procedente de Wilmington, Delaware, donde había nacido. En realidad se llamaba Shirley Marlin Noznisky y su padre, Isaac Noznisky era un judío polaco que emigró a los USA muy jovencito con sus dos hermanos. Isaac se casó hacia 1924 con Bessie, de la cual no he conseguido ninguna información (si no fuera judía, en rigurosa ortodoxia Sara tampoco lo sería pues la condición de judío se transmite matrilinealmente; pero una cosa es que Dylan se considerase íntimamente judío y otra que fuera tan puntilloso al respecto). No voy a decir que para el Bobby veinteañero fuera un requisito imprescindible que su mujer fuese judía, pero sí me creo que era un factor importante, algo que sumaba a la idea que tenía (consciente o inconscientemente) de lo que debía ser el núcleo familiar: un ámbito cerrado, protegido. A ello hay que sumar que cuando Dylan conoció a Edie ya llevaba algún tiempo viviendo con Sara y su hija María y, según cuentan quienes lo conocieron por entonces, se había encariñado mucho con la pequeñaja (de hecho, la adoptó). En ese modelo tradicional de esposa y madre, ni Edie ni ninguna otra (por ejemplo, Joan Baez con la que seguía enrollándose) tenían nada que hacer frente a Sara.

Pero volvamos al relato. Estamos en diciembre de 1964. En noviembre, Bob y Sara habían asistido como pareja a la boda de Albert Grossman con Sally, que era quien los había presentado. Después de la ceremonia, Dylan se mudó con Sara y María al apartamento de Grossman en Manhattan mientras duraba la luna de miel. Poco después, se trasladaron a la habitación 211 del hotel Chelsea, uno de esos edificios míticos de Manhattan, adorado por los beatniks (la cantidad de artistas célebres que allí han residido y las muchas obras que también allí han visto la luz exigirían un post monográfico sobre este hotel; actualmente en obras de reforma). Según los testigo de la época, en el Chelsea Bob llevaba una vida tranquila, probablemente componiendo en el piano que tenía en la habitación los temas que habrían de ir al próximo disco (sería Bringin' it all back home). Pero también es cierto que de vez en cuando le apetecía salir de marcha y lo habitual es que no fuera con Sara. El acompañante fijo era Bobby Neuwirth, que tendrá no poca importancia en la vida de Edie Sedgwick. Neuwirth era algo mayor que Bob, se habían conocido en el Gaslight (el club donde Dylan empezó a cantar) y trabado amistad en un festival folk algo después. En el primer volumen de su autobiografía, Dylan lo describe como sigue: "Era todo un personaje. Podía hablar con quienquiera hasta hacerle sentir que su inteligencia se había agotado. Tenía una lengua cáustica y mordaz que incomodaba a cualquiera, y con ella podía salir de cualquier apuro. Nadie sabía qué pensar de él. Si hubo jamás un hombre renacentista que saltara de un tema a otro sin el menor esfuerzo, tenía que ser él. Neuwirth era de lo más agresivo. A mí no me provocaba, sin embargo, de ningún modo. Todo lo que hacía me divertía, y él me caía bien. Tenía talento pero carecía por completo de ambición".

Dylan, Neuwirth y el resto de amiguetes de la época solían ir al Kettle of Fish un bar en MacDougal Street, en el mismo edificio que el famoso Gaslight (éste estaba en el semisótano y el bar a nivel de la calle). Poco antes de la navidad, una noche estaban en el bar bebiendo y riendo cuando alguien le dijo a Dylan que tenía que conocer a Edie, que era una chica fantástica. Según cuenta Neuwirth, Dylan la llamó (¿cómo sabía su número?) y Edie quedó entusiasmada con la idea de conocer a uno de los chicos de moda, alguien profundo, nada superficial. Así que alquiló un Cadillac limusina y apareció ante el Kettle of Fish bajo una copiosa nevada. Edie, con su belleza y su alegre y extravagante forma de ser, les encantó a todos; seguro que fue ella la que propuso que se acercaran a ver las luces de la iglesia de San Antonio de Padua, a cinco minutos del bar (en Sullivan st con Houston). Este fin de semana he visto Factory Girl, una peli de 2006 sobre Edie Sedgwick (Sienna Miller la interpreta con una caracterización fantástica) dirigida por George Hickenlooper. En la película, el encuentro de Dylan y Sedgwick es posterior, cuando Edie ya es la musa de Warhol y ha protagonizado varios de sus bodriosos filmes. La verdad es que eso resultaría más natural, porque Edie habría adquirido la notoriedad suficiente para llamar la atención de Bob; en diciembre del 64, nuestra niña rica lleva apenas dos o tres meses en la Gran Manzana. Sin embargo, aunque nos extrañe, parece que el encuentro fue como lo he contado. Así que ya se conocen: la pobre niña rica y el folkie que se está haciendo rocker; ella será su musa en una etapa de bullente creatividad y, probablemente, se enamorará de él.

jueves, 14 de abril de 2016

Nos miente, no nos miente, nos miente, no nos miente ...

Lunes 11 de abril al mediodía: El Confidencial y La Sexta publican que en los papeles de Panamá aparecen el ministro Soria y su hermano como administradores de una sociedad denominada UK Lines. Esta sociedad se disolvió en marzo de 1995 (poco antes de la campaña electoral que llevaría a Soria a la alcaldía de Las Palmas) pero antes, en noviembre de 1992, el bufete de Mossack Fonseca había sustituido como administrador a José Manuel Soria por su hermano Luis.

Ese mismo día, al llegar a Lanzarote y conocer la noticia, Soria convoca una prensa en que niega rotunda y enfáticamente que nunca (lo repite tres veces) ha tenido nada que ver con esa sociedad UK Lines. Admite conocerla porque se trata de una empresa cien por cien británica con la que trabajaba su empresa cuando enviaba buques con mercancías agrarias a Gran Bretaña, pero es una sociedad totalmente ajena a él y a su familia. Además, insiste en que ha pedido al fiscal que investiga esos papeles que requiera la información a Panamá porque quiere que se sepa la verdad, ya que lo que se ha publicado es completamente falso.


Martes 12 de abril por la mañana: De nuevo El Confidencial y La Sexta publican sobre el ministro; esta vez proveniente no de Panamá sino del registro público de sociedades del Reino Unido. Según esta fuente la sociedad británica UK Lines fue creada por el padre de José Manuel Soria y él mismo fue el secretario entre 1991 y 1997 (dos años después de su entrada en política).

Más tarde, desde el Congreso de los Diputados, Soria volvió a negar que haya tenido ninguna relación con empresas radicadas en paraísos fiscales, pero ya sí admite haberla tenido con la UK Lines británica (la panameña era un “clon” de ésta), aunque aseguró no saber qué había sido secretario de la misma. No sabía por qué su nombre aparecía en los papeles ingleses y en los panameños, y supone que deben ser errores. Además, dijo que quería comparecer ante la Cámara para explicar su situación y defender su honorabilidad.

Miércoles 13 de abril: Los mismos medios publican la copia escaneada de un documento público del registro mercantil británico que corresponde al nombramiento de Soria como secretario de UK Lines con su firma manuscrita debajo. Si no es falsa (y se trata de un montaje conspiratorio para acabar con el ministro del PP), resulta extraño que Soria no sepa que había sido secretario (se le habrá olvidado).

A partir de esa fecha, parece que el ministro ha cesado (de momento) de hacer declaraciones e incluso de acudir a actos que tenía en su agenda. Parece que está previsto que comparezca el lunes por la tarde en el Congreso y, para entonces, veremos qué nuevas informaciones (verdaderas, falsas o miti-miti) habrán salido a la luz. Lo cierto es que ya a estas alturas casi se puede asegurar que ha mentido, incluso aunque las noticias sean falsas, porque hay contradicciones (o, al menos, incongruencias) entre sus propias declaraciones. La cuestión, ahora, está en saber la dimensión de la mentira. Eso sí, una vez que termine de declarar (porque puede que la vaya agrandando con el tiempo).

Por más que sea de dudosa moralidad, tener una sociedad en Panamá no es en sí mismo un delito. De otra parte, parece que los actos que se han destapado en los papeles de Panamá ocurrieron cuando aún no se dedicaba a la política. Quiero decir con esto que cuesta entender por qué Soria ha optado por esa negación contundente desde el principio cuando no le habría sido demasiado difícil justificar sus actuaciones. Salvo que todo sea un montaje (lo que parece difícil de creer, entre otras razones por el propio comportamiento del ministro a medida que se iban dando nuevas noticias), la única explicación que se me ocurre es que Soria sea idiota, que se hubiera creído que no se iba a poder descubrir nada concluyente contra él (me recuerda aquello que hace ya años dijo Felipe González de que “ni hay pruebas ni las habrá”).

La mentira tiene las patitas cortas, dice el dicho, y antes se coge a un mentiroso que a un cojo. Como me cuesta creer que el ministro sea tan tonto como parece a la vista de las declaraciones que ha hecho esta semana, y como también me cuesta creer que sea falso que la sociedad UK Lines fuera de su familia y se hubiera “clonado” en Panamá, pues estoy intrigado por saber cómo saldrá de este embrollo sin que quede meridianamente claro que ha mentido. Y si queda meridianamente claro que ha mentido, al mar-gen de la legalidad/moralidad de sus sociedades de antes de ser político, me gustará saber si se retirará de la vida política. Porque seguro que don José Manuel, que predica la especial ejemplaridad que corresponde a los políticos, convendrá conmigo en que un político que miente no puede seguir en la política.

Seguiremos atentos al folletín ...

Actualización (15 de abril a las 12:00): A primera hora de esta mañana José Manuel Soria, a través de un comunicado escrito a los medios, ha anunciado su renuncia al cargo de ministro, al acta de diputado en el Congreso y a la presidencia del Partido Popular en Canarias: abandona, dice, toda actividad política. Renuncia, según él, porque ha cometido errores en las explicaciones sobre sus actividades empresariales anteriores a su entrada en política en 1995, debidos a que le faltó información precisa sobre hechos que ocurrieron hace más de veinte años. No reconoce pues que haya mentido ni mucho menos que esas actividades empresariales (de dudosa moralidad) parece que las siguió realizando estando ya en política (a la luz de las más recientes revelaciones). Lo que está claro es que el hombre está políticamente muerto. Todavía habrá que ver si se atreve a dar la cara y comprobar el daño que esto hace al PP.

lunes, 11 de abril de 2016

Dylan en romance (11)

En el anterior post de esta serie atribuía a los chicos que se acogieron al paraguas del Grup de Folk la autoría de las primeras adaptaciones de Dylan al catalán. Sin embargo, buscando por varios sitios, me he encontrado con un grupo, Els Corbs, que en 1966 grabaron en la discográfica Edigsa El senyor del tambor, versión en catalán del Mr. Tambourine man. De estos "cuervos" poco he podido averiguar, salvo que eran cinco chavales que, como unos cuantos otros en Cataluña (y también, peor menor medida, en el resto de España), se habían formado a imagen y semejanza de los Beatles, para hacer versiones de los éxitos británicos del momento (Els Corbs, por ejemplo, grabaron en catalán The last time de los Rolling y Tired of waiting de los Kinks). El destino de estos chicos fue pasar sin dejar mucha huella en el panorama musical de entonces, un grupo más entre tantos. Si los he descubierto es gracias a que su señor del tambor fue recogido en un recopilatorio de versiones en catalán (Tribute to Bob Dylan), creo que grabado en 2012, aunque apenas tengo referencias (lo conseguí en iTunes Store). La verdad es que la interpretación de Els Corbs deja bastante que desear: la guitarra me parece chirriante, la base rítmica pobre y molesta, las voces aburridas. Pero en fin, aunque mucho más corta que la original (seguro que sólo tradujeron algunas estrofas) y a mil leguas de ésta en calidad, podría ser la primera versión de una canción de Dylan en un idioma penínsular. Ahí va:

  
El senyor del tambor - Els Corbs (1966)

También en los sesenta hay que dejar constancia de Miquel Cors (1948-2010), que fue más conocido como actor. Hacia finales de la década se inició en los escenarios como animador y cantante, vinculado de vez en cuando al Grup de folk. Adquirió cierto renombre gracias a la grabación del Romanço del fill de vidua, el poema que interpretaron Els 3 tambors con la melodía de Tombstone Blues, pero esta vez con otra música. Y en el 68 graba un EP –Miquel Cors canta cançons folk– con dos versiones de Dylan adaptadas ambas por Ramon Casajoana: una es El dia que el vaixell vindrà, que ya la puse en el post anterior cantada por el propio Casajoana con Joan Boix; y la otra No et capfiquis, ja està fet, traducción del Don't think twice, it's alright, que es la que acompaño a continuación, con sonido algo machacado (rayones de vinilo), y que he de confesar que tiene cierto encanto; la voz de Cors es muy agradable (no en vano uno de sus oficios más constantes fue doblador, tanto al catalán como al castellano) y su entonación suave te envuelve casi como si de una nana se tratara. He de decir que a Cors lo conocí en persona en Barcelona, hacia principios de los noventa, porque era amigo de una pareja muy amiga nuestra por entonces. Creo que ya vivía con Silvia Munt, pero ella no vino a aquel almuerzo. Desde luego, por esas fechas, no tenía ni idea de que había cantado a Bob Dylan. Eso lo he descubierto en estos días y también me he enterado de que murió en 2010 de un ataque cardiaco; tenía 61 años.

  
No et capfiquis, ja està fet - Miquel Cors (1968)

Buceando en busca de pioneros de Dylan en catalán me topo con dos chicas de Vic, Mª Carme Bau y Mª Dolors Roca, compañeras de escuela, que de forma más o menos espontánea se ponen a cantar en catalán con una guitarra. Se hacen llamar Duo Ausona (grafía entonces de la comarca catalana) y se presentan al programa de Salvador Escamilla en Radio Barcelona, lo que les supone el salto al modesto estrellato de la época, obviamente en el entorno de la nova cançó. Era el año 64 y las nenas de Vic tendrán una intensa carrera de giras por Cataluña y Baleares hasta el 69 en que dan por finalizada la aventura. Dolors se une a Esquirols, un grupo recién formado también de la comarca en el que seguirá hasta su disolución en el 86, mientras que Carme deja la música. Siendo ya dos señoras sesentonas reaparecieron en 2011 en un acto benéfico contra el cáncer en su ciudad natal, lo que trajo varias entrevistas en radios y televisiones catalanas (la nostalgia vende). Este dúo femenino grabó tres EPs con Edigsa, y en el último, del 68, uno de los cuatro temas es el Farewell Angelina de Dylan. Bob lo compuso en 1965 con la intención de incluirlo en Bringing it all back Home pero nunca llegó a grabarlo. Quien popularizó la canción fue Joan Báez, que la grabó ese mismo año. No me extrañaría mucho pues que las dos chicas creyeran estar versionando a la folkie norteamericana y no al de Minnesota (aunque en el disco se indica la autoría correctamente). Sin ánimo de condicionar el juicio del oyente, transcribo lo que se decía en la contraportada del EP: "El Duo Ausona da a cada canción una interpretación muy particular con una afinación perfecta. Así, sus voces conjuntadas crean para quien escucha un clima sedante y armonioso. Son dos voces con ángel que se hacen agradables de oír una y otra vez".

  
Bon viatge, Angelina - Duo Ausona (1968)

Ahora me toca volver sobre un músico que mencioné en el post anterior pero muy de pasada; me refiero a Albert Batiste, el mayor de los dos hermanos de Els 3 tambors (Jordi, dos años menor, volverá a esta serie pues, sin duda, es el nombre más importante si se habla de Dylan en catalán). En la época de "los tamborileros" y del Grup de Folk, Albert estaba en la Escuela de Arquitectura de la Politécnica barcelonesa y muy concienciado contra el franquismo, tanto que participó en la fundación del Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona (resultado del rechazo estudiantil a la asociación única de afiliación obligatoria que había creado el régimen), así como en la Caputxinada, reunión del movimiento universitario disidente en el convento de los Capuchinos de Sarriá, que fue disuelta mediante el asalto de la policía (11 de marzo de 1966). En el 69 aparece por Barcelona José Manuel Bravo "Cachas", un madrileño que participaba en la movida progre-musical de la capital, en gran medida reflejo de la barcelonesa (Hilario Camacho, Elisa Serna, Adolfo Celdrán, Julia León), hermano menor de Pilar Bravo, la por entonces máxima dirigente del PCE en la universidad madrileña. Cachas era un tipo inquieto y altamente creativo y eso puede explicar que, pese a haber conseguido cierto prestigio en Madrid, se mudase a Cataluña donde, lógicamente, entró en contacto con los colegas del Grup de Folk, y de éstos con los más vanguardistas y hippies. Para no hacerla larga, el caso es que con Albert Batiste, Jaume Sisa y una chica llamada Selene forma un conjunto que se llamó Música Dispersa y que hacía composiciones sin letra (cantaban pero sin palabras) en un género que podría calificarse de rock progresivo-acústico. Colaboran con Pau Riba en su Dioptria 2 y ellos mismos, además de actuar en el circuito underground de la capital catalana, graban su propio disco, que pasó sin llamar demasiado la atención aunque desde luego resulta de lo más interesante y, sobre todo, absolutamente sorprendente para la época y el lugar (el 16 de agosto de 1970, Jordi Sierra i Fabra escribe en Disco-Expres una delirante y elogiosa reseña del álbum y cita –¿palabras de los músicos?– que la música tiene reminiscencias dylanianas; no las veo yo mucho, pero las concedo gustoso). No me resisto a subir uno de los temas de aquel LP, justamente el compuesto por Batiste con Cachas.

  
Eco - Música Dispersa (1970)

Pero volvamos a Albert Batiste porque me desvío (es que me divierte demasiado). A principios de los setenta, se enrola en Slo-Blo el grupo de Gato Pérez y Rafa Zaragoza, una banda country-dylan-california (así la definió el propio Zaragoza). No grabaron ningún disco pero, según he leído, solían interpretar temas de gente como los CSN&Y o JJ Cale; seguro que harían más de uno de Dylan, pero parece que sin traducirlos porque el Gato hablaba muy bien el inglés. Luego viene la famosa Orquestra Platería, de la cual Albert fue uno de los fundadores. Unos pocos amigos pensaron que sería divertido juntarse para celebrar la nochevieja de 1974 en la Sala Zeleste (que estaba en la calle Platería, de ahí el nombre) cantando los temas de bailes que habían escuchados durante sus infancias. Pero resultó un bombazo y el que iba a ser un grupo efímero duró cuarenta años. Claro que Batiste no estuvo más que al principio; no he encontrado que siguiera en la música y me imagino que, acabada la carrera (en el 73 según su Facebook), se dedicaría a la profesión de arquitecto. Lo que sí sé es que se trasladó a Sevilla (por causas "parejiles") y allí fue arquitecto de la Diputación, trabajando en urbanismo. Resulta que a finales de los noventa, el equipo que estábamos rematando el Plan Insular de Tenerife viajamos a un congreso en Sevilla y, entre los varios actos que nos habían preparado, tuvimos una reunión de trabajo con los técnicos de la Diputación. Dada mi pésima memoria no logro acordarme, pero digo yo que es bastante probable que conociera por entonces a Batiste. Actualmente, a punto de entrar en los setenta y jubilado, Albert reside de nuevo en Barcelona y, por lo que veo, sigue tan combativo como en sus años universitarios, ahora como miembro de ATTAC. Pues nada, ya he hecho un rápido repaso a su biografía, sólo para justificar la canción que subo, Els temps estan canviant (The times they are a-changin'). La he sacado del recopilatorio ya citado Tribute to Bob Dylan, cuyos cuatro últimos temas (éste entre ellos) están atribuidos al Grup de Folk y son en directo. Estoy prácticamente seguro de que corresponden al Festival Folk del 67 (el primero) y, comprobando en el disco de Edigsa, veo que, en efecto, esta canción de Dylan la interpretó Albert Batiste (la traducción también es suya). Ahora bien, resulta que también la noia del Nord la cantó en ese concierto Albert y no Jordi como dije en la anterior entrega de esta serie. De hecho, la que subí hace unos días sí la canta Jordi pero ha de ser bastante posterior (como tuve que haber apreciado por los arreglos y la instrumentación). En fin, hecha la fe de erratas, escuchemos a Albert Batiste: versión poco arriesgada con una traducción en la que la letra no termina de encajar bien con la música.

  
Els temps estan canviant - Albert Batiste (1967)

viernes, 8 de abril de 2016

Los papeles de Panamá (y 2) (escenas chipunas)

– Pues justamente te he llamado para que hablemos de Gino Pezzi, Aquilino, porque, en efecto, la noticia de su presunta empresa off-shore panameña no es nada buena; esto puede hacer mucho daño, no sólo al Trifón Atlético, sino a la causa chipuna.

– Me alegra que digas eso, Amando, porque significa que tú, como yo, eras consciente de la importancia de Pezzi para el nacionalismo chipuno. Pero ahora, sospechoso de evasión fiscal, pierde su potencialidad, no podemos empañar la causa con la sombra de delitos.

– Adivino que estás pensando en Joan Formol, el ex-presidente de Lacetania. No es lo mismo: Formol era el fundador de su partido y el máximo referente moral, mientras que a Pezzi nadie lo puede situar aún en la órbita del PICHi. Pero, sobre todo, Formol confesó que tenía dinero fuera de Cascaterra sin declarar, mientras que Gino de momento guarda silencio. Entre otras razones porque yo mismo me he ocupado de ordenarle que así lo haga, hasta que decidamos qué es lo que conviene.

– Pero, Amando, ¿es verdad o no que Pezzi tiene una sociedad off-shore en Panamá?

– ¿Verdad? ¿Qué es la verdad, Aquilino? ¿Cuántos filósofos se han hecho esta pregunta sin llegar a una única respuesta? ¿Podemos acaso, pobres de nosotros, saber lo que es la verdad? Pero, sobre todo, ¿tiene realmente importancia la verdad? ¿Interesa saber la verdad o, más bien, depende del precio que haya que pagar?

– ¿Precio? No estoy seguro de entenderte, de comprender a dónde quieres llegar.

– Pues es muy sencillo, Aquilino. Admitamos que la veracidad de un enunciado no sea algo objetivo en sí mismo, sino  resultado de un proceso dialéctico. De hecho, tal es la “verdad judicial”, la conclusión tras un enfrentamiento en el tribunal entre defensor y fiscal. Si Pezzi fuera juzgado, sólo al final del proceso, sabríamos la verdad: delincuente si el acusador logra convencer al jurado, inocente si quien se lleva el gato al agua es el abogado. Y estaremos de acuerdo en que, si se llegara a una causa penal, todos los chipunos querríamos que la tesis del abogado triunfase, que la verdad fuera que Gino es inocente.

– Sí, claro, pero la verdad no resulta ser siempre la que queremos. A veces no podemos convencer al fiscal porque los hechos son tozudos, incuestionables.

– Tienes razón, a veces los hechos son tan evidentes que te imposibilitan creer la verdad que quieres que sea. Pero no olvides que, en las más de las ocasiones, los hechos se perciben tal como te los presentan. Es más, la mayoría de la gente no tiene acceso a lo que convenimos en llamar hechos. Dejémonos de abstracciones y volvamos a lo que nos importa: ¿cuál es el hecho? De momento la filtración de unos documentos de los que se desprende que Pezzi tiene una sociedad en Panamá en la que oculta algunos milloncejos de euros. Pero, ¿cómo sabemos que no son burdas mentiras? ¿Qué valor como prueba tiene la firma de Gino en azul y una copia de su pasaporte en esos papeles, cuando hoy en día disponemos de software de reproducción y tratamiento de imágenes que permiten que hasta el más torpe logre excelentes falsificaciones?

– Entonces, ¿esos papeles son falsos?

– Coño, Aquilino, no terminas de entender; ¿para qué vuelves a preguntar si son falsos? Serán verdaderos o falsos según resulte del consiguiente proceso dialéctico. Lo relevante es cómo queremos que acabe ese proceso y, por tanto, en qué lado vamos a estar, qué papel vamos a jugar: ¿el de fiscal o el de defensor?

– Vale, lo capto. Hemos de ser defensores, claro; la verdad debe ser que esos papeles son falsos, que Pezzi no es un evasor fiscal.

– Así es, en efecto. Y fíjate que si nos erigimos en defensores es porque hay fiscales que acusan, que quieren que la verdad sea la contraria, que están interesados en que Gino Pezzi sea declarado un evasor fiscal, e incluso que sea arrebatado a Chipunia para encerrarlo en una cárcel cascaterrana.

– Por supuesto, ahora sí que comprendo el sentido completo de lo que me dices. Son ellos, quienes quieren que Gino sea culpable, los que se han ocupado de filtrar las pertinentes falsificaciones. Y ese interés obedece al miedo del centralismo cascaterrano a que Pezzi se convierta en un símbolo de la soberanía chipuna. Se trata, sin ninguna duda, de una nueva campaña del colonialismo para cercenar las apiraciones de libertad de nuestro pueblo.

– Muy bien, Aquilino, muy bien. Exactamente ése es el núcleo del discurso; en esa línea has de trabajar. Te darás cuenta de que estamos ante una gran oportunidad para conseguir que el porcentaje de chipunos partidarios de romper amarras con Cascaterra se multiplique vertiginosamente. El fútbol se ha convertido en la más eficaz argamasa nacionalista, tanto que casi todos los chipunos preferirán la desconexión con el Estado si eso garantiza la inmunidad de su ídolo. El propio Surquillo está de acuerdo. Ya ha comprobado que la política conciliadora no lleva a ninguna parte o más bien lleva al menoscabo del CHIPi. Pezzi hará mañana, en vísperas del partido contra el Águilas, una rueda de prensa en la que declarará que los datos que aparecen en los papeles de Panamá son falsos, medias verdades en realidad, que son mentiras aún peores; presentará certificados sobre sus ganancias en los últimos dos años –desde que está sometido a la fiscalidad cascaterrana– justificando que ha pagado todos los impuestos que obliga la Ley. El lunes, el presidente, en horario de máxima audiencia, dirigirá un mensaje televisado en el que informará de que el gobierno está convencido de la inocencia de Pezzi y además de que cuenta con indicios sólidos de que las filtraciones aparecidas en los medios son falsificaciones interesadas en dañar el prestigio y la dignidad de los chipunos. A partir de ahí empezará tu trabajo. A través del Chifún y de Hoy, del que mañana serás nombrado director, habrás de acometer una intensa campaña para enardecer a los chipunos, para hacerles ver que estamos siendo atacados y que es necesario rebelarse, independizarse. En un plazo máximo de tres meses, las encuestas deben reflejar un porcentaje del 80% como mínimo de partidarios de la independencia. Estaremos entonces ante un nuevo escenario pleno de posibilidades.

– ¿Director de Hoy? Amando, me dejas sin palabras, es un altísimo honor, no sé qué decir ...

– Ni falta que hace que digas nada, Aquilino. Nadie como tú merece ese cargo que sabrás desempeñar tan bien o mejor que el difunto Gobelio. Y no te preocupes que, como él, contarás con el apoyo en cuerpo y alma de Malena, mi excelente secretaria, mujer altísimamente eficaz y de mi absoluta confianza. David ya está al tanto y ha dado su visto bueno más entusiasta.

– Vaya, creo que he sido injusto con el presidente ...

– Estamos juntos en el mismo barco, no lo olvides. Ahora tenemos que ponernos a trabajar, supeditarlo todo a nuestro gran objetivo, para cuya consecución hemos de estar dispuestos a pagar el más alto precio, mucho más, por ejemplo, del que tiene una verdad siempre resbaladiza.

– Te estoy muy agradecido, Amando, no sabes cuánto. Ten por seguro que trabajaré incansablemente, que me volcaré sin desmayos en este esfuerzo patriótico. Debería ya mismo hacerle una entrevista a Pezzi que sea portada de Hoy en cuanto ocupe la dirección del periódico, ¿no crees?

– No, Aquilino. Gino debe permanecer de momento alejado de los medios hasta su rueda de prensa. De hecho, lo tengo secuestrado en el Hedonia Park, hasta le he quitado el móvil aunque por el momento ni lo echa en falta. Advierte que debo prepararlo, es demasiado ingenuo, infantil incluso.

– Ya, comprendo. Imagino que estará dolido, indignado con estas infames calumnias. Tienes que hacerle ver que él no es más que una víctima propiciatoria de nuestros poderosos enemigos.

– No, no creo que le tenga que hacer ver eso precisamente. Me parece que vuelve a escapársete la naturaleza de la verdad. Recuerda, Aquilino, ésta es irrelevante y, por tanto, también lo es que se trate realmente de una conspiración contra Chipunia. Será una conspiración contra Chipunia porque nosotros, tú sobre todo, haremos que lo sea.

– Tienes razón, me cuesta estar a tu altura. La verdad es, en efecto, la que tiene que ser, la que exige la necesidad histórica. El Destino ha hecho que nuestros enemigos nos den las armas para nuestra libertad, unas armas que no habrían sido mejores si nosotros mismos las hubiésemos escogido.

– Así es, Aquilino, así es.

Los dos hombres, muñidores de una patria naciente, se fundieron en un abrazo dando por acabado el encuentro. Y Aquilino Jambón salió pletórico del despacho de Kalinas, henchido de gozo e ilusión, rejuvenecido.