Sobre Casandra (1)
Lady Hamilton as Cassandra (George Romney, c.1785) |
Casandra es un personaje de la mitología griega, la que en nuestra cultura merece el calificativo de clásica, la mitología por excelencia, es decir, la que no necesita que se le añada el adjetivo griega para saber que se trata de ésta. Para entendernos, convengamos en aplicar la palabra mitología a una colección de mitos (también a la disciplina que estudia los mitos, pero esta acepción ahora no viene al caso). El mito, por tanto, vendría a ser el relato, sea éste la creación del mundo, los trabajos de Hércules, la Guerra de Troya, por referirnos sólo a la mitología griega. Es relevante destacar que una mitología concreta (la griega que es la que nos interesa) consigue un grado suficiente de congruencia; es decir, los distintos mitos forman un relato de largo alcance que, pese a inevitables disonancias y contradicciones puntuales, es en su conjunto coherente. Como dice Carlos García Gual*, los mitos se insertan en una red narrativa, cultural; no funcionan como relatos aislados, al modo de los cuentos populares. De otra parte, está más que asumido que cualquier mitología es tradicional; es decir, se trata de una narración que viene de muy atrás y ha pasado de generación en generación, con anterioridad a su fijación literaria. Naturalmente, eso no quiere decir que cada mito se mantenga inalterable, más bien al contrario, según pasa el tiempo (los siglos) va sufriendo cambios. No obstante (y vuelvo al artículo ya citado de García Gual), en cada mito han de permanecer constantes algunos motivos que son justamente los que definen la estructura básica del relato. Ahora bien, nuestro conocimiento de una mitología proviene de las fuentes literarias que la recogieron y han llegado hasta nosotros. Por eso, tengamos en cuenta que cuando los escritores más antiguos (cuyas obras son para nosotros las más antiguas disponibles) nos relatan los mitos están, primero, incorporando a la literatura una tradición previa pero también, en segundo lugar, enriqueciéndola, ampliando la narración, si bien en aspectos menores, que no cuestionan las invariantes que definen el mito de que se trate.
El texto escrito más antiguo que contiene relatos mitológicos griegos es La Iliada y en La Iliada aparece por primera vez (para nosotros) mencionada Casandra. La confección de la Iliada, como de la Odisea, se fecha (si no toda, sí en su mayor parte) en la segunda mitad del siglo VIII antes de Cristo. De acuerdo a la historiografía, estamos en los inicios de la Época Arcaica, al inicio de la Edad del Hierro, cuando sobre la base de una multiplicidad de etnias (pelasgos, aqueos, jonios, dorios, eolios, arcadios) se estaba formando en el entorno del Egeo –Europa, Islas y Asia Menor– la que sería la civilización griega. Se está empezando la helenización, y en este proceso que permitiría la eclosión cultural y artística del época clásica jugó un papel fundamental la creación del alfabeto griego (a partir del fenicio) y la aparición de las primeras grandes obras literarias, sobre una importantísima tradición oral precedente –recuérdense los aedos, los que cantaban las epopeyas acompañándose de un instrumento musical–. Homero, en cierto modo, puede considerarse el último aedo (y el primer “escritor”) y de hecho en La Odisea abundan aedos (el propio Ulises lo es). Así pues, parece razonable pensar que cuando Homero fija en papiro su peculiar crónica de cincuenta y un días del décimo año del asedio de Troya no está sino recogiendo una tradición miles de veces repetida (sin que ello, supongo, le impidiera no sólo darle su toque personal sino añadir datos de su propia cosecha). Por eso, digo yo, no se siente obligado a informar al lector sobre el “quién es quien” entre los dioses y los héroes, porque daba por sentado que eso era conocimiento generalizado. Él lo que hacía era contar una epopeya, no elaborar un manual de mitología (aunque nunca lo habrían llamado así); de eso, ya se ocupó el otro gran contemporáneo, Hesíodo, con la Teogonía. Pero Hesíodo no menciona a Casandra.
La mitología griega no sólo es un conjunto de relatos congruentes, integrados entre sí, sino que se articula con vocación de ser una narración histórica (o proto-histórica, si se quiere). Hasta bastante después de Homero, el relato mitológico contaba verosímilmente el pasado que se dividía en tres épocas: la edad de lo dioses (teogonías), la edad en la que hombres y dioses se mezclaban y la edad de los héroes. Esta última acaba con la Guerra de Troya y sus secuelas (en particular el trabajoso regreso de Ulises a Ítaca). Es decir, Homero está narrando –en la Iliada y en la Odisea– los últimos episodios de los tiempos heroicos y lo hace cuando han pasado ya muchos siglos desde que ocurrieron, en un tiempo en que ya no hay héroes y los dioses parecen haberse olvidado de los humanos o, por lo menos, ya no intervienen como lo hacían antes. A los griegos de la época clásica no dudaban de la historicidad del conflicto; es más, consideraban que sus orígenes como pueblo (más en una acepción cultural que étnica) se remontaba justamente a ese acontecimiento bélico (Tucídides, el gran historiador clásico, opina en su Guerra del Peloponeso que la primera vez que los griegos actuaron juntos como un solo pueblo fue en la guerra de Troya). A finales del XIX, cuando la mayoría de los académicos adscribían el acontecimiento al mundo de la ficción, Heinrich Schliemann “descubrió” Troya y actualmente se piensa (aunque no de forma unánime) que lo que convirtió Homero (o los autores que se personifican en Homero) en una grandiosa epopeya correspondió en la realidad a una serie de conflictos entre las ciudades griegas, que por motivos comerciales necesitaban atravesar los Dardanelos, y los gobernantes de Troya, que les exigían fuertes impuestos para permitirles el paso. La fecha de la guerra que dio Eratóstenes de Cirene, director de la Biblioteca de Alejandría a mediados del siglo III aC es congruente con las aportaciones de la arqueología: 1184 aC.Es decir, Homero cuenta el relato –y lo fija para la posteridad– de unos acontecimientos que han ocurrido entre cuatro y cinco siglos antes y que durante todo ese tiempo se han ido transmitiendo a viva voz. Increíble, ¿verdad?
Pero volvamos a la relación mitología – literatura. En los inicios de la época arcaica, Homero y probablemente otros, aprovechando la nueva herramienta del alfabeto griego, empiezan a poner por escrito la tradición mitológica oral. No es de extrañar que hubiera otros poemas que contaran los mitos que ni Homero ni Hesíodo relatan. De hecho, se piensa que hay seis poemas perdidos que junto con la Iliada y la Odisea forman el llamado ciclo troyano, que trata de la guerra de Troya y de los acontecimientos relacionados con ella (conocemos estos poemas gracias a resúmenes de sus argumentos realizados por un tal Proclo, tal vez un neoplatónico del siglo V dC). Lo que me interesa resaltar son dos cosas. Primera, que a lo largo de la época arcaica (incluso diría que en las primeras décadas de ésta, a lo largo del siglo VIII aC), se pasa a la nueva escritura (también al nuevo idioma) la mitología completa, de modo que los griegos de la época clásica (entre ellos, por supuesto, los grandes literatos) tenían a su disposición todos esos relatos, cuyo contenido dejó de depender de la transmisión oral. Cuando, por ejemplo, Esquilo compone las tragedias de la Orestiada puede recrear, añadir, matizar y dar su visión de la trama de los acontecimientos pero, como dije antes, lo básico de ésta es invariante. Pero, en segundo lugar, Homero y sus contemporáneos, al fijar por escrito los mitos no se diferencian demasiado de lo que harán los grandes dramaturgos que le seguirán tres siglos después. Es decir, tampoco Homero pudo “inventar” el relato de la guerra de Troya ni del regreso de los héroes aqueos, sino tan sólo darle su estilo personal y complementarlo en los detalles. Y esto fue así porque los relatos eran conocidísimos por los contemporáneos los cuales, como un niño pequeño cuando su padre le está contando un cuento, no habrían admitido que se modificaran en sus estructuras básicas.
Ahora bien, después de la ruptura de la continuidad cultural clásica tras el triunfo del cristianismo y la subsiguiente caída del imperio romano (acompañada de la pérdida de muchísimas obras), cuando un occidental quería escribir sobre alguno de estos personajes mitológicos tenía que remitirse a las fuentes disponibles, a las supervivientes podríamos decir. Naturalmente, dado que son personajes mitológicos, cualquiera puede “reinterpretarlos” como quiera. Pero, cuidado, porque no han perdido del todo su carácter sagrado, aunque solo sea por pertenecer a los fundamentos más profundos de nuestra cultura (y si nos ponemos psicoanalíticos en plan jungiano, ya serían palabras mayores). Así que es recomendable, si uno se pone a escribir sobre Casandra y sus compañeros de aventuras, revisar las fuentes y eso es lo que he pretendido hacer, incluso para un divertimento como el que estoy publicando en el blog, carente de toda pretensión. De modo que, a medida que vaya avanzando en la historia (y antes de que, como es usual en mí, se vea interrumpida), iré intercalando resúmenes de lo que los autores nos cuentan de Casandra, empezando, claro está, por Homero.
Grecia Homérica. Mapa creado por Pinpin para Wikimedia Commons |
Pero volvamos a la relación mitología – literatura. En los inicios de la época arcaica, Homero y probablemente otros, aprovechando la nueva herramienta del alfabeto griego, empiezan a poner por escrito la tradición mitológica oral. No es de extrañar que hubiera otros poemas que contaran los mitos que ni Homero ni Hesíodo relatan. De hecho, se piensa que hay seis poemas perdidos que junto con la Iliada y la Odisea forman el llamado ciclo troyano, que trata de la guerra de Troya y de los acontecimientos relacionados con ella (conocemos estos poemas gracias a resúmenes de sus argumentos realizados por un tal Proclo, tal vez un neoplatónico del siglo V dC). Lo que me interesa resaltar son dos cosas. Primera, que a lo largo de la época arcaica (incluso diría que en las primeras décadas de ésta, a lo largo del siglo VIII aC), se pasa a la nueva escritura (también al nuevo idioma) la mitología completa, de modo que los griegos de la época clásica (entre ellos, por supuesto, los grandes literatos) tenían a su disposición todos esos relatos, cuyo contenido dejó de depender de la transmisión oral. Cuando, por ejemplo, Esquilo compone las tragedias de la Orestiada puede recrear, añadir, matizar y dar su visión de la trama de los acontecimientos pero, como dije antes, lo básico de ésta es invariante. Pero, en segundo lugar, Homero y sus contemporáneos, al fijar por escrito los mitos no se diferencian demasiado de lo que harán los grandes dramaturgos que le seguirán tres siglos después. Es decir, tampoco Homero pudo “inventar” el relato de la guerra de Troya ni del regreso de los héroes aqueos, sino tan sólo darle su estilo personal y complementarlo en los detalles. Y esto fue así porque los relatos eran conocidísimos por los contemporáneos los cuales, como un niño pequeño cuando su padre le está contando un cuento, no habrían admitido que se modificaran en sus estructuras básicas.
Ahora bien, después de la ruptura de la continuidad cultural clásica tras el triunfo del cristianismo y la subsiguiente caída del imperio romano (acompañada de la pérdida de muchísimas obras), cuando un occidental quería escribir sobre alguno de estos personajes mitológicos tenía que remitirse a las fuentes disponibles, a las supervivientes podríamos decir. Naturalmente, dado que son personajes mitológicos, cualquiera puede “reinterpretarlos” como quiera. Pero, cuidado, porque no han perdido del todo su carácter sagrado, aunque solo sea por pertenecer a los fundamentos más profundos de nuestra cultura (y si nos ponemos psicoanalíticos en plan jungiano, ya serían palabras mayores). Así que es recomendable, si uno se pone a escribir sobre Casandra y sus compañeros de aventuras, revisar las fuentes y eso es lo que he pretendido hacer, incluso para un divertimento como el que estoy publicando en el blog, carente de toda pretensión. De modo que, a medida que vaya avanzando en la historia (y antes de que, como es usual en mí, se vea interrumpida), iré intercalando resúmenes de lo que los autores nos cuentan de Casandra, empezando, claro está, por Homero.
Casandra - Ismael Serrano (Sueños de un hombre despierto, 2007)
* Mitología y literatura en el mundo griego, artículo en el número 0 de “Amaltea, revista de mitocrítica”, 2008