Copular, joder, ayuntar(se), fornicar, follar ... ¿hacer el amor? (4)
Nota previa: En un comentario al anterior post de esta serie, Vanbrugh aventuraba que Follar viene de hollar y se explicaría porque el coito era (para los varones, claro) “algo similar a pisotear, como el que pasa sobre el césped con sus recias botas y lo deja hecho un asco”. También apunta que podrían buscarse justificaciones más o menos poéticas como la de entender que follando se “dejaba huella”, una impresión indeleble en los participantes, aunque el mismo descarta esta o similares interpretaciones.
Ciertamente, Follar es la forma primera en romance de hollar, y hollar significa pisar dejando señal de la pisada (1), comprimir algo con los pies (2) y/o abatir, humillar, despreciar (3). Nos informa Corominas que el verbo romance proviene del latino vulgar fullare que significaba pisotear pero también batanear. En el Corpus del Nuevo Diccionario Histórico del Español de la RAE constan referencias desde principios del XIII y ya en la Edad Media se encuentran ejemplos tanto de la acepción literal (pisotear) como de la más metafórica (humillar o abatir a personas enemigas). Por ejemplo, en la traducción anónima (hacia 1350) de la “Historia de Jerusalem abreviada” de Jacques de Vitry se lee “…que es dicho en Deuteronomio: todo lugar que follare vuestro pie, será vuestro”. Cincuenta años más tarde, Pero López de Ayala, en su “Crónica del rey don Pedro y del rey don Enrique” escribió que “… Castilla es ya follada e despreçiada de gentes estrañas …”. Como muchísimas de las palabras que en romance medieval empezaban por f, follar la cambió por una h y pasó a decirse hollar. Si la hipótesis de Vanbrugh es correcta, habría que verificar si antes de esta evolución fonética el viejo verbo follar pasó a tener la acepción con la que actualmente lo usamos. Sería más improbable que el significado se hubiera consolidado a partir de hollar y hubiera evolucionado hacia atrás para recuperar la f inicial de sus orígenes.
El término follar se corresponde, según el DRAE, con cuatro palabras distintas (por tener distintos orígenes etimológicos). La primera, del latín follis, viene a significar soplar con el fuelle, pero también tirarse un pedo siempre que sea silencioso (acepción muy lógica). Aunque el Diccionario no lo diga, yo afirmaría que estas dos acepciones están más que en desuso, al menos en España; de hecho, buscando en las bases de datos de la RAE no encuentro el verbo con esa grafía y tan sólo, remontándome hasta principios del XVII, aparece pero escrito fuellar. El segundo vocablo, del latín folium, significa “formar o componer en hojas algo”; tampoco creo yo que se use, si acaso sustituyéndola por foliar aunque no sea lo mismo. La tercera palabra sí está en desuso según la academia y es precisamente la que ha evolucionado a hollar. Por último, el término que nos interesa (“practicar el coito”) se consigna como vocablo distinto, supongo yo que porque, aunque se inclinan a atribuirle el mismo origen etimológico que al primero (el follis latino), los académicos no parecen estar convencidos. Lo cierto es que la práctica totalidad de las voces que he encontrado al respecto se decantan por derivar la acepción erótica de follar del fuelle y no del pisoteo, contradiciendo pues la suposición de Vanbrugh.
En la base documental de la RAE, la acepción actual de follar no aparece hasta 1977 (en concreto una cita de “La soledad del manager”, del gran Vázquez Montalbán). Lógicamente, al ser palabra vulgar y además referida a asuntos de los que no se hablaba abiertamente, es normal que hasta el final de la Dictadura no se publicase. En todo caso, aunque sin fuentes precisas, parece haber consenso en varios autores en que el uso de follar como tener relaciones sexuales no empieza hasta finales del XIX o incluso principios del XX. Lo cierto es que Luis Besses, en su “Diccionario de argot español” (1906) ya recoge follar como sinónimo de fornicar. Retrocediendo en el tiempo me he topado con una parodia obscena del Don Juan Tenorio de Zorrilla; se titula Don Juan Notorio, burdel en cinco actos y 2.000 escándalos, escrito en 1875 por un tal Ambrosio de la Carabina, uno de tantos seudónimos humorísticos que abundaban en la clandestina literatura erótica de aquella época. El verbo follar aparece en este breve divertimento hasta cinco veces con el significado que hoy sigue teniendo (aunque quizá también con un sentido ambivalente al estilo de joder); en todo caso, valga este testimonio para probar que en la segunda mitad del XIX ya se empleaba para referirse a la actividad sexual, antes de lo que opinan algunos autores (encontrados en Internet) que creen que el uso empezó hacia finales de aquel siglo.
En fin, que en España –porque no así en la América hispanohablante– follamos desde no más de siglo y medio. Al principio, según leo por ahí, el verbo se empleaba como eufemismo; es sabido que el eufemismo es justamente la fórmula lingüística para mencionar lo que no debe mencionarse, lo tabú. Parece que también la expresión echar un polvo, de igual significado, obedece a tal mecanismo. Durante los siglos XVIII y XIX era costumbre entre las clases acomodadas aspirar tabaco por la nariz; ello provocaba violentos estornudos y por eso, para “echarse unos polvos a la nariz”, los caballeros se salían momentáneamente de la reunión. A la misma excusa se recurrió cuando la escapadita tenía por objeto un escarceo erótico, un quiqui rapidito con la amante que aguardaba en otra sala (por cierto, quiqui parece provenir del inglés quickie, por lo que sólo debe aplicarse a un coito modalidad “aquí te pillo, aquí te mato”). En el caso de follar, el eufemismo no proviene de una excusa mentirosa como en echar un polvo, sino de una metáfora bastante obvia que traslada el sentido original neutro al que se quiere aludir veladamente, en virtud de que en ambas acciones se resopla, se jadea y se bombea. He de confesar que me resulta curioso que un eufemismo pase a convertirse en palabra malsonante, porque ello implica justamente el fracaso de la motivación que originó la acepción eufemística: poder denominar algo tabú. Pero parece que no es nada extraño, al menos no en el ámbito del léxico sexual, ya que con follar otros vocablos o expresiones han perdido también el carácter eufemístico con el que nacieron como, sin ir más lejos, la ya citada echar un polvo, hoy claramente vulgar si no malsonante. Sólo se me ocurre explicar este fenómeno atribuyendo una notable fuerza expansiva al tabú lingüístico sexual. Ahora bien, para acabar este asunto, diré que en mi opinión, si follar era un eufemismo, ya había dejado de serlo en la década de los setenta del XIX, pues visto la descarada procacidad de la obra antes citada, no cuadra que su autor se rebajara a recurrir a eufemismos.
Me sumo pues a la corriente mayoritaria inclinándome por la tesis de que follar derivó por analogía semántica del verbo que designaba el accionar del fuelle. Pero, como los académicos, no se piense que estoy enteramente convencido pues no todo cuadra tan bien como debiera. Por ejemplo, no he logrado encontrar muestras documentales del verbo follar con su acepción canónica (siempre se usa el sustantivo fuelle) y digo yo que para que hubiera esa ampliación de su significado tendría que ser una palabra con un uso suficientemente extendido. En todo caso, lo cierto es que una vez que follar pasa a significar “copular”, arrambla con cualquier acepción distinta, incluso con aquellas que corresponden a palabras de distinto origen etimológico. Nada de lo que extrañarse, por otro lado; las palabras malsonantes, justo por serlo, no pueden emplearse para significados que no sean tabú. Pero volviendo para acabar el post a la hipótesis de Vanbrugh con la que lo iniciaba, he de decir que tampoco me atrevo a descartarla tajantemente. Ciertamente se me antoja poco probable que en época tan tardía como el XIX se ampliara el campo semántico del verbo que ya era hollar y luego se transformara recuperándose la f originaria; me convencería más, si dijéramos hollar en vez de follar, o si la acepción sexual de follar datara de la Edad Media. Pero, de otro lado, no deja de ser curioso que hollar (la proveniente de fullare y no de follis) haya dado origen a palabras en la órbita semántica de las actividades sexuales. Pero a ello me referiré en una próxima entrega.
El término follar se corresponde, según el DRAE, con cuatro palabras distintas (por tener distintos orígenes etimológicos). La primera, del latín follis, viene a significar soplar con el fuelle, pero también tirarse un pedo siempre que sea silencioso (acepción muy lógica). Aunque el Diccionario no lo diga, yo afirmaría que estas dos acepciones están más que en desuso, al menos en España; de hecho, buscando en las bases de datos de la RAE no encuentro el verbo con esa grafía y tan sólo, remontándome hasta principios del XVII, aparece pero escrito fuellar. El segundo vocablo, del latín folium, significa “formar o componer en hojas algo”; tampoco creo yo que se use, si acaso sustituyéndola por foliar aunque no sea lo mismo. La tercera palabra sí está en desuso según la academia y es precisamente la que ha evolucionado a hollar. Por último, el término que nos interesa (“practicar el coito”) se consigna como vocablo distinto, supongo yo que porque, aunque se inclinan a atribuirle el mismo origen etimológico que al primero (el follis latino), los académicos no parecen estar convencidos. Lo cierto es que la práctica totalidad de las voces que he encontrado al respecto se decantan por derivar la acepción erótica de follar del fuelle y no del pisoteo, contradiciendo pues la suposición de Vanbrugh.
En la base documental de la RAE, la acepción actual de follar no aparece hasta 1977 (en concreto una cita de “La soledad del manager”, del gran Vázquez Montalbán). Lógicamente, al ser palabra vulgar y además referida a asuntos de los que no se hablaba abiertamente, es normal que hasta el final de la Dictadura no se publicase. En todo caso, aunque sin fuentes precisas, parece haber consenso en varios autores en que el uso de follar como tener relaciones sexuales no empieza hasta finales del XIX o incluso principios del XX. Lo cierto es que Luis Besses, en su “Diccionario de argot español” (1906) ya recoge follar como sinónimo de fornicar. Retrocediendo en el tiempo me he topado con una parodia obscena del Don Juan Tenorio de Zorrilla; se titula Don Juan Notorio, burdel en cinco actos y 2.000 escándalos, escrito en 1875 por un tal Ambrosio de la Carabina, uno de tantos seudónimos humorísticos que abundaban en la clandestina literatura erótica de aquella época. El verbo follar aparece en este breve divertimento hasta cinco veces con el significado que hoy sigue teniendo (aunque quizá también con un sentido ambivalente al estilo de joder); en todo caso, valga este testimonio para probar que en la segunda mitad del XIX ya se empleaba para referirse a la actividad sexual, antes de lo que opinan algunos autores (encontrados en Internet) que creen que el uso empezó hacia finales de aquel siglo.
En fin, que en España –porque no así en la América hispanohablante– follamos desde no más de siglo y medio. Al principio, según leo por ahí, el verbo se empleaba como eufemismo; es sabido que el eufemismo es justamente la fórmula lingüística para mencionar lo que no debe mencionarse, lo tabú. Parece que también la expresión echar un polvo, de igual significado, obedece a tal mecanismo. Durante los siglos XVIII y XIX era costumbre entre las clases acomodadas aspirar tabaco por la nariz; ello provocaba violentos estornudos y por eso, para “echarse unos polvos a la nariz”, los caballeros se salían momentáneamente de la reunión. A la misma excusa se recurrió cuando la escapadita tenía por objeto un escarceo erótico, un quiqui rapidito con la amante que aguardaba en otra sala (por cierto, quiqui parece provenir del inglés quickie, por lo que sólo debe aplicarse a un coito modalidad “aquí te pillo, aquí te mato”). En el caso de follar, el eufemismo no proviene de una excusa mentirosa como en echar un polvo, sino de una metáfora bastante obvia que traslada el sentido original neutro al que se quiere aludir veladamente, en virtud de que en ambas acciones se resopla, se jadea y se bombea. He de confesar que me resulta curioso que un eufemismo pase a convertirse en palabra malsonante, porque ello implica justamente el fracaso de la motivación que originó la acepción eufemística: poder denominar algo tabú. Pero parece que no es nada extraño, al menos no en el ámbito del léxico sexual, ya que con follar otros vocablos o expresiones han perdido también el carácter eufemístico con el que nacieron como, sin ir más lejos, la ya citada echar un polvo, hoy claramente vulgar si no malsonante. Sólo se me ocurre explicar este fenómeno atribuyendo una notable fuerza expansiva al tabú lingüístico sexual. Ahora bien, para acabar este asunto, diré que en mi opinión, si follar era un eufemismo, ya había dejado de serlo en la década de los setenta del XIX, pues visto la descarada procacidad de la obra antes citada, no cuadra que su autor se rebajara a recurrir a eufemismos.
Me sumo pues a la corriente mayoritaria inclinándome por la tesis de que follar derivó por analogía semántica del verbo que designaba el accionar del fuelle. Pero, como los académicos, no se piense que estoy enteramente convencido pues no todo cuadra tan bien como debiera. Por ejemplo, no he logrado encontrar muestras documentales del verbo follar con su acepción canónica (siempre se usa el sustantivo fuelle) y digo yo que para que hubiera esa ampliación de su significado tendría que ser una palabra con un uso suficientemente extendido. En todo caso, lo cierto es que una vez que follar pasa a significar “copular”, arrambla con cualquier acepción distinta, incluso con aquellas que corresponden a palabras de distinto origen etimológico. Nada de lo que extrañarse, por otro lado; las palabras malsonantes, justo por serlo, no pueden emplearse para significados que no sean tabú. Pero volviendo para acabar el post a la hipótesis de Vanbrugh con la que lo iniciaba, he de decir que tampoco me atrevo a descartarla tajantemente. Ciertamente se me antoja poco probable que en época tan tardía como el XIX se ampliara el campo semántico del verbo que ya era hollar y luego se transformara recuperándose la f originaria; me convencería más, si dijéramos hollar en vez de follar, o si la acepción sexual de follar datara de la Edad Media. Pero, de otro lado, no deja de ser curioso que hollar (la proveniente de fullare y no de follis) haya dado origen a palabras en la órbita semántica de las actividades sexuales. Pero a ello me referiré en una próxima entrega.
Sexo en la calle - Los de Marras (Precede, 2001)
PS (27 de julio): Corrijo (sin corregir) las palabras finales del post. Cuando dije que hollar había dado origen a palabras en la órbita semántica de las actividades sexuales estaba pensando en holgar, que hay ejemplos de uso con el sentido de mantener gozosas relaciones sexuales (este verbo no parece tener connotaciones desagradables). Sin embargo, estaba equivocado: holgar proviene también de follicare y ésta del mismo follis del que deriva fuelle y follar. Así que tiendo a descartar cada vez más la hipótesis de Vanbrugh, a la espera de que pase por aquí para defenderla, que seguro que cuenta con sólidos argumentos.