martes, 26 de julio de 2016

Copular, joder, ayuntar(se), fornicar, follar ... ¿hacer el amor? (4)

Nota previa: En un comentario al anterior post de esta serie, Vanbrugh aventuraba que Follar viene de hollar y se explicaría porque el coito era (para los varones, claro) “algo similar a pisotear, como el que pasa sobre el césped con sus recias botas y lo deja hecho un asco”. También apunta que podrían buscarse justificaciones más o menos poéticas como la de entender que follando se “dejaba huella”, una impresión indeleble en los participantes, aunque el mismo descarta esta o similares interpretaciones.

Ciertamente, Follar es la forma primera en romance de hollar, y hollar significa pisar dejando señal de la pisada (1), comprimir algo con los pies (2) y/o abatir, humillar, despreciar (3). Nos informa Corominas que el verbo romance proviene del latino vulgar fullare que significaba pisotear pero también batanear. En el Corpus del Nuevo Diccionario Histórico del Español de la RAE constan referencias desde principios del XIII y ya en la Edad Media se encuentran ejemplos tanto de la acepción literal (pisotear) como de la más metafórica (humillar o abatir a personas enemigas). Por ejemplo, en la traducción anónima (hacia 1350) de la “Historia de Jerusalem abreviada” de Jacques de Vitry se lee “…que es dicho en Deuteronomio: todo lugar que follare vuestro pie, será vuestro”. Cincuenta años más tarde, Pero López de Ayala, en su “Crónica del rey don Pedro y del rey don Enrique” escribió que “… Castilla es ya follada e despreçiada de gentes estrañas …”. Como muchísimas de las palabras que en romance medieval empezaban por f, follar la cambió por una h y pasó a decirse hollar. Si la hipótesis de Vanbrugh es correcta, habría que verificar si antes de esta evolución fonética el viejo verbo follar pasó a tener la acepción con la que actualmente lo usamos. Sería más improbable que el significado se hubiera consolidado a partir de hollar y hubiera evolucionado hacia atrás para recuperar la f inicial de sus orígenes.

El término follar se corresponde, según el DRAE, con cuatro palabras distintas (por tener distintos orígenes etimológicos). La primera, del latín follis, viene a significar soplar con el fuelle, pero también tirarse un pedo siempre que sea silencioso (acepción muy lógica). Aunque el Diccionario no lo diga, yo afirmaría que estas dos acepciones están más que en desuso, al menos en España; de hecho, buscando en las bases de datos de la RAE no encuentro el verbo con esa grafía y tan sólo, remontándome hasta principios del XVII, aparece pero escrito fuellar. El segundo vocablo, del latín folium, significa “formar o componer en hojas algo”; tampoco creo yo que se use, si acaso sustituyéndola por foliar aunque no sea lo mismo. La tercera palabra sí está en desuso según la academia y es precisamente la que ha evolucionado a hollar. Por último, el término que nos interesa (“practicar el coito”) se consigna como vocablo distinto, supongo yo que porque, aunque se inclinan a atribuirle el mismo origen etimológico que al primero (el follis latino), los académicos no parecen estar convencidos. Lo cierto es que la práctica totalidad de las voces que he encontrado al respecto se decantan por derivar la acepción erótica de follar del fuelle y no del pisoteo, contradiciendo pues la suposición de Vanbrugh.

En la base documental de la RAE, la acepción actual de follar no aparece hasta 1977 (en concreto una cita de “La soledad del manager”, del gran Vázquez Montalbán). Lógicamente, al ser palabra vulgar y además referida a asuntos de los que no se hablaba abiertamente, es normal que hasta el final de la Dictadura no se publicase. En todo caso, aunque sin fuentes precisas, parece haber consenso en varios autores en que el uso de follar como tener relaciones sexuales no empieza hasta finales del XIX o incluso principios del XX. Lo cierto es que Luis Besses, en su “Diccionario de argot español” (1906) ya recoge follar como sinónimo de fornicar. Retrocediendo en el tiempo me he topado con una parodia obscena del Don Juan Tenorio de Zorrilla; se titula Don Juan Notorio, burdel en cinco actos y 2.000 escándalos, escrito en 1875 por un tal Ambrosio de la Carabina, uno de tantos seudónimos humorísticos que abundaban en la clandestina literatura erótica de aquella época. El verbo follar aparece en este breve divertimento hasta cinco veces con el significado que hoy sigue teniendo (aunque quizá también con un sentido ambivalente al estilo de joder); en todo caso, valga este testimonio para probar que en la segunda mitad del XIX ya se empleaba para referirse a la actividad sexual, antes de lo que opinan algunos autores (encontrados en Internet) que creen que el uso empezó hacia finales de aquel siglo.

En fin, que en España –porque no así en la América hispanohablante– follamos desde no más de siglo y medio. Al principio, según leo por ahí, el verbo se empleaba como eufemismo; es sabido que el eufemismo es justamente la fórmula lingüística para mencionar lo que no debe mencionarse, lo tabú. Parece que también la expresión echar un polvo, de igual significado, obedece a tal mecanismo. Durante los siglos XVIII y XIX era costumbre entre las clases acomodadas aspirar tabaco por la nariz; ello provocaba violentos estornudos y por eso, para “echarse unos polvos a la nariz”, los caballeros se salían momentáneamente de la reunión. A la misma excusa se recurrió cuando la escapadita tenía por objeto un escarceo erótico, un quiqui rapidito con la amante que aguardaba en otra sala (por cierto, quiqui parece provenir del inglés quickie, por lo que sólo debe aplicarse a un coito modalidad “aquí te pillo, aquí te mato”). En el caso de follar, el eufemismo no proviene de una excusa mentirosa como en echar un polvo, sino de una metáfora bastante obvia que traslada el sentido original neutro al que se quiere aludir veladamente, en virtud de que en ambas acciones se resopla, se jadea y se bombea. He de confesar que me resulta curioso que un eufemismo pase a convertirse en palabra malsonante, porque ello implica justamente el fracaso de la motivación que originó la acepción eufemística: poder denominar algo tabú. Pero parece que no es nada extraño, al menos no en el ámbito del léxico sexual, ya que con follar otros vocablos o expresiones han perdido también el carácter eufemístico con el que nacieron como, sin ir más lejos, la ya citada echar un polvo, hoy claramente vulgar si no malsonante. Sólo se me ocurre explicar este fenómeno atribuyendo una notable fuerza expansiva al tabú lingüístico sexual. Ahora bien, para acabar este asunto, diré que en mi opinión, si follar era un eufemismo, ya había dejado de serlo en la década de los setenta del XIX, pues visto la descarada procacidad de la obra antes citada, no cuadra que su autor se rebajara a recurrir a eufemismos.

Me sumo pues a la corriente mayoritaria inclinándome por la tesis de que follar derivó por analogía semántica del verbo que designaba el accionar del fuelle. Pero, como los académicos, no se piense que estoy enteramente convencido pues no todo cuadra tan bien como debiera. Por ejemplo, no he logrado encontrar muestras documentales del verbo follar con su acepción canónica (siempre se usa el sustantivo fuelle) y digo yo que para que hubiera esa ampliación de su significado tendría que ser una palabra con un uso suficientemente extendido. En todo caso, lo cierto es que una vez que follar pasa a significar “copular”, arrambla con cualquier acepción distinta, incluso con aquellas que corresponden a palabras de distinto origen etimológico. Nada de lo que extrañarse, por otro lado; las palabras malsonantes, justo por serlo, no pueden emplearse para significados que no sean tabú. Pero volviendo para acabar el post a la hipótesis de Vanbrugh con la que lo iniciaba, he de decir que tampoco me atrevo a descartarla tajantemente. Ciertamente se me antoja poco probable que en época tan tardía como el XIX se ampliara el campo semántico del verbo que ya era hollar y luego se transformara recuperándose la f originaria; me convencería más, si dijéramos hollar en vez de follar, o si la acepción sexual de follar datara de la Edad Media. Pero, de otro lado, no deja de ser curioso que hollar (la proveniente de fullare y no de follis) haya dado origen a palabras en la órbita semántica de las actividades sexuales. Pero a ello me referiré en una próxima entrega.


  
Sexo en la calle - Los de Marras (Precede, 2001)

PS (27 de julio): Corrijo (sin corregir) las palabras finales del post. Cuando dije que hollar había dado origen a palabras en la órbita semántica de las actividades sexuales estaba pensando en holgar, que hay ejemplos de uso con el sentido de mantener gozosas relaciones sexuales (este verbo no parece tener connotaciones desagradables). Sin embargo, estaba equivocado: holgar proviene también de follicare y ésta del mismo follis del que deriva fuelle y follar. Así que tiendo a descartar cada vez más la hipótesis de Vanbrugh, a la espera de que pase por aquí para defenderla, que seguro que cuenta con sólidos argumentos.

viernes, 22 de julio de 2016

Anteayer llegué a casa antes de tiempo

Sépase que normalmente salgo del trabajo entre tres y cuatro de la tarde. Bajo caminando –corto paseo que apenas demora quince minutos–, de modo que lo habitual es que no entre en casa antes de las dieciséis, hora tardía para prepararme el almuerzo pero es lo que hay. El miércoles a mi casa viene Nancy, que se ocupa de limpiarla, planchar la ropa y demás tareas relacionadas. Se trata de una mujer de unos cincuenta y cinco, bajita, algo regordeta y de hablar muy ceremonioso. Lleva ya conmigo cuatro o cinco años, tiempo más que suficiente para haberme demostrado ser una buena profesional y algo aún más importante, persona de fiar; de hecho, tiene llaves pues normalmente no coincidimos: llega cuando ya me he marchado y hace sus cuatro horas antes de que regrese. Pero anteayer no fue así, porque a las doce cuarenta me habían citado para consulta médica (las malditas cervicales), a la una me habían despachado y a las trece quince más o menos abría la puerta de mi piso.

Como el cerrojo no estaba pasado dos veces, como lo deja cuando se marcha, deduje nada más entrar que Nancy seguiría en casa; un fastidio porque llegaba cansado (había caminado dos kilómetros en cuesta arriba) y no me apetecía nada tener que hablar con ella, responder educadamente a sus bienintencionadas preguntas sobre K y los perros, a sus informes sobre las tareas domésticas, a sus quejas sobre su salud … Iba ya a llamarla cuando me pareció escuchar unos ruidos extraños. En silencio crucé la cocina y salí por la puerta opuesta al pasillo que da a mi dormitorio. La puerta estaba cerrada pero se oían perfectamente los crujidos de la cama, los gemidos de dos personas que –era obvio– estaban follando. Me quedé sin saber cómo reaccionar, qué hacer. Ahí estaba yo, como una estatua petrificada casi pegado a la puerta, oyendo la banda sonora de una peli porno (porque vaya si le metía entusiasmo vocal Nancy, quién lo habría dicho) como hipnotizado, con los pensamientos en pausa. Por fin reaccioné y puede moverme, tanto física como mentalmente. Decidí irme.

¿Por qué me fui? Yo mismo me hice esa pregunta que luego me espetó K. Mi reacción fue espontánea, no resultado de ningún razonamiento, pero creo que acertada. Si en ese momento la hubiera “descubierto” habría planteado una situación sin salida que, con casi toda seguridad, tendría que desembocar en la ruptura de nuestra relación laboral. En cambio, yéndome ganaba tiempo; siempre podré despedirla si así lo decido, pero quedo en condiciones de conducir yo los acontecimientos evitando escenas sumamente desagradables. O sea que retrocedí con el máximo sigilo, salí de mi piso y cerré con cuidado la puerta principal. Una vez fuera, llamé al ascensor y, en cuanto se abrió, toqué el timbre de mi casa e inmediatamente le di al botón de descenso. Fue lo que se me ocurrió para forzarles a concluir el coito; no es que me jodiera que jodieran, pero tampoco me apetecía no poder entrar a mi propia casa.

El timbrazo surtió efecto. No habrían pasado ni cinco minutos cuando salió del portal un tipo al que nunca había visto  –yo me había resguardado invisible en el hueco de un local adyacente–. No era, desde luego, el marido de Nancy, quien a veces la acompañaba a mi casa y en alguna ocasión incluso había saludado. Éste era un chaval bastante joven, en la veintena. Cruzó la calle y se sentó en el murete que delimita el parque público frente a mi edificio. Pasó un rato algo más largo y apareció Nancy, mirando en derredor, nerviosa. Se acercó al muchacho y debió echarle alguna bronca, a juzgar por los aspavientos de sus brazos. Pero fue un momento; enseguida se alejaron de allí. Vaya con la Nancy, pensé mientras subía de nuevo a mi casa, así que se ha ligado a un crío y se lo trae aquí; tan modosita que parecía … Han pasado dos días y todavía no tengo claro qué hacer, aunque cada vez me inclino más por olvidar el asunto, imaginarme que anteayer llegué a mi casa a la hora habitual. Hasta que lo logre procuraré no coincidir con Nancy, porque no sé muy bien cómo la miraría y si lograría evitar que mi cara dejase ver lo que prefiero que no vea.

  
Bad girl - New York Dolls (New York Dolls, 1973)

miércoles, 20 de julio de 2016

¿Pacto con los que quieren romper España?

Ayer martes se constituyó la Mesa del Congreso. Primero salió elegida como presidenta a Ana Pastor, del PP. Luego se votaron los cuatro vicepresidentes que resultaron, en este orden, Prendes de Ciudadanos, Navarro del PSOE, Romero del PP y Elizo de Unidos Podemos. Finalmente, los cuatro secretarios fueron Sánchez Camacho del PP, Gordo del PSOE, Expósito de Unidos Podemos y Reyes Rivera de Ciudadanos. Como se sabía antes del acto, el PP había alcanzado un acuerdo con Ciudadanos para conseguir la Presidencia a cambio de que los de Rivera obtuvieran la primera vicepresidencia. Esto suponía que Albertito, que tanto presume de congruente, se desdecía de lo que sostuvo en la pasada breve legislatura, eso de que era deseable para la democracia que la Mesa estuviera presidida por un partido distinto del que fuera a gobernar, así como de paso de su pacto de entonces con el PSOE. Pero, aunque he escuchado algunas menciones a este cambio de postura de Ciudadanos, han sido pocas y desde luego han quedado apagadas por el asunto que a tantos ha sorprendido y escandalizado (incluyendo –manda narices– a los propios de Ciudadanos): el apoyo de los nacionalistas, esos que quieren romper España, al PP. Así, en casi todos los medios parece darse por hecho que ha habido también un pacto de Rajoy con los nacionalistas (que estaría prefigurando la inminente investidura). Yo, en cambio, no lo creo; supongo que lo que voy a contar en este post alguien lo habrá contado en algún medio de comunicación, pero yo no me he enterado.

La primera votación, la del presidente de la Mesa, dejó meridianamente claro que había un pacto PP-C’s ya que en ambas rondas Ana Pastor obtuvo 169 votos, la suma exacta de los escaños del Partido Popular (137) y Ciudadanos (32). Es evidente que el PP necesitaba la alianza con C’s para obtener la presidencia; si éstos se hubieran abstenido (no ya pactado con el PSOE como en la anterior legislatura), en la segunda ronda Patxi López habría sacado 155 votos (los mismos que sacó ayer, por el apoyo de Unidos Podemos) y el PP se habría quedado solo con sus 137. El pago que recibieron los de Rivera fue la primera vicepresidencia, cuando la que les habría tocado sin acuerdo habría sido la cuarta. Yo diría que la transacción fue claramente beneficiosa para los populares: vale mucho más la presidencia que pasar de vicepresidente cuarto a primero. Dicho de otra forma: los de Ciudadanos no sólo cambian de opinión, sino que lo hacen a bajo precio.

En cuanto a los vicepresidentes, con los escaños de las distintas fuerzas políticas, era obligatorio que cada una de las cuatro principales obtuviera una silla. Si no hubiera habido acuerdos y cada partido votara a su candidato, los vicepresidentes se ordenarían según el número de escaños de cada uno. Si, como ocurrió, el PP y C’s pactaban que estos últimos ocuparan la primera vicepresidencia, lo que había que hacer era que 54 diputados del PP votaran a Prendes para que, sumándose a los 32 votos de Ciudadanos, llegar a 86, uno más que los escaños del PSOE. Bien es verdad que, conociendo ese pacto, alguno o algunos de Unidos Podemos podría haber votado a Micalea Navarro (la candidata del PSOE) para darle la primera vicepresidencia y joder a los de C’s (no les habría supuesto ningún perjuicio: habrían seguido manteniendo la cuarta vicepresidencia). Pero bueno, parece que los paperos y revistas supusieron acertadamente que los de Iglesias no se iban a dar cuenta de que podían estropearles su jugada. Naturalmente, se contaba con que los 25 diputados restantes, los que no tenían ninguna opción a ocupar la Mesa, se abstendrían, como así ocurrió en la segunda ronda de la elección de la presidenta.

Pero no fue así. La candidatura de José Ignacio Prendes recibió 96 votos: los 32 de C’s, los 54 prestados del PP y 10 donaciones anónimas. Esa decenita no provenían del PSOE ni de UP, porque esos dos candidatos obtuvieron exactamente tantos votos como escaños tienen sus grupos parlamentarios; tampoco del PP, porque su candidata sacó 83 votos, exactamente el número de diputados del PP que no votaron a C’s. Provenían pues necesariamente de los 25 que en teoría debían de abstenerse. Los de Esquerra, por boca de Tardá, han negado indignados que alguno de sus 9 diputados haya votado a Prendes; de otra parte, no creo que sea muy aventurado suponer que tampoco los 2 de Bildu lo han hecho. Por tanto, hay que asumir que esos 10 votos proviene de los 14 diputados que suman los de la ex-Convergencia, PNV y Coalición Canaria; es más, necesariamente han de haber votado tanto vascos como catalanes (si alguno de esos dos grupos no hubiera dado ningún voto no llegarían a 10). Hasta aquí parece haber coincidencia en todos los análisis. Y ahora viene la conclusión de los portavoces (del PSOE, de Podemos e incluso de Ciudadanos): si vascos y catalanes han apoyado a Rajoy es que éste les ha dado algo a cambio. Pues que lo diga y no engañe a los españoles, dice Antonio Hernando (PSOE); pues si busca el apoyo de quienes quieren romper España, nosotros votaremos en contra en la investidura, dice Villegas (C’s).

Lo que no no parece darse cuenta Villegas es que los 10 votos sorpresa fueron a su candidato, no al del PP; fueron ellos los que recibieron el apoyo de los independentistas. Pero lo importante, y que a mi juicio contradice el que hubiera un pacto previo, es que fue un apoyo inútil: el resultado de la distribución de vicepresidentes hubiera sido exactamente el mismo si esos 10 votos nacionalistas hubiesen sido abstenciones. Si Rajoy hubiera hecho un pacto con catalanes, vascos y canarios habría acordado que esos 10 votos (o los 14 totales de esos grupos, que es lo lógico si hubiera habido pacto) fueran a Rosa Romero, de modo que la segunda vicepresidencia fuera para el PP. Hacer un pacto que no se traduce en nada es de idiotas que no saben sumar; y los del PP quizá no sean muy brillantes, pero suman perfectamente. También, por cierto, saben sumar magníficamente los demás, por lo que estoy bastante convencido de que todos ellos están haciendo teatro (y dando una muestra más de sus cinismos) cuando se hacen los escandalizados y tratan de engañar a los españolitos con un pacto secreto entre Rajoy y los rompe-patrias. No, no ha habido ningún pacto. Simplemente, en mi opinión, vascos y catalanes (a lo mejor también Ani Oramas, de Coalición Canaria) han querido dar un mensaje ambiguo, sabiendo que no tenía ningún efecto práctico (si no, habrían votado a la candidata del PP, insisto) y así animar un poco el paripé.

Y para paripé la tercera votación, la de secretarios de la Mesa, de la que se ha hablado poco. De esa si ha salido un orden de distribución que corresponde con el de escaños: Alicia Sánchez Camacho (PP), Juan Luis Gordo (PSOE), Marcelo Expósito (Podemos) y Patricia Reyes (C’s). Ahora bien, mientras PSOE y UP obtuvieron todos los votos de sus disputados (a Podemos le faltó uno, pero probablemente fue un error), 25 diputados del PP votaron a favor de la candidata de Ciudadanos para nada (siguió como cuarta, puesto que tenía asegurado aunque sólo la votaran sus compañeros). ¿Para qué lo hicieron? Y los 25 restantes, en esta tercera votación, se abstuvieron en bloque. No tiene mucho sentido y, desde luego, no apunta en absoluto a un pacto previo (salvo el de PP con Ciudadanos que, además, estaba mal concretado). En fin, dejemos que sus señorías se sigan divirtiendo con estos jueguitos, pero pidámosles que no nos cuenten milongas.

martes, 19 de julio de 2016

El franquismo y nuestras infancias

Estamos cumpliendo el octogésimo aniversario del inicio de la Guerra Civil. 80 años son muchos, tantos que a estas alturas no debe quedar vivo nadie que tuviera un mínimo protagonismo en los sucesos de aquellas fechas. Sin embargo, es indudable que la Guerra Civil (y su posterior consecuencia, la instauración del franquismo) han marcado más que nada la historia contemporánea española. Pero la historia somos todos, es el conjunto de nuestras vidas cotidianas y anónimas, como bien hace notar Lansky en su último post, de modo que hemos de ser conscientes, sobre todo los que nacimos y nos criamos durante el franquismo, que nuestras infancias fueron condicionadas (para mal) por algo que ocurrió antes de existiéramos. Dicho así no es tan sorprendente, claro, pues ciertamente todo lo que ha sucedido, toda la historia, configura el marco social en el que nos toca nacer y vivir. Pero lo que resalta Lansky no es tan obvio o, al menos, no solemos reparar en ello, no nos damos cuenta cabal de cuánto nos ha afectado.

Los años 30 fueron de una efervescencia ideológica que probablemente no tenga parangón en la historia, ni antes ni después. Estaba por un lado la izquierda revolucionaria, envalentonada por el triunfo bolchevique en Rusia (ya llevaban más de una década en el poder y todavía no se habían difundido los horrores del stalinismo), multiplicada en multitud de facciones, incluyendo entre ellas la del anarquismo libertario, que tanto arraigo tuvo en nuestro país. Frente a las propuestas iconoclastas de un mundo nuevo, libre de la opresión de los estamentos poderosos tradicionales, los partidos de izquierda más moderados (los que hoy tildaríamos de socialdemócratas) tenían difícil mantener su cartel en incluso se desgarraban internamente, como fue el caso de los enfrentamientos del PSOE, simbolizados en Prieto y Largo Caballero. Pero frente a la amenaza del comunismo, surgieron los movimientos de corte fascista, no sólo en Italia, Alemania o la propia España. Ambos extremos coincidían en despreciar la tibieza de los partidos tradicionales, también las formas de la democracia formal, “burguesa”, aunque en algunos países –como el nuestro– distaran mucho de practicarse con honestidad.

Esas eran las que podríamos llamar “condiciones de entorno”, bastante comunes, con matices, claro, en todo Occidente. Ciertamente es fácil predecir a toro pasado que la historia se abocaba a un enfrentamiento entre los dos extremos y, en efecto, ésa es una tesis muy repetida de lo que ocurrió en España a partir del 36 (antes incluso del golpe militar, por lo menos desde la campaña electoral de febrero). De hecho, esa tesis sería compartida por los más radicalizados de los protagonistas de entonces, y muchos se alegrarían del Alzamiento porque les daba la excusa para hacer la tan ansiada Revolución. Ahora bien, que lo que ocurrió en España sea explicable no quiere decir, ni mucho menos, que fuera inevitable. La conspiración de Mola y los suyos pudo haber sido abortada por el Gobierno republicano (fueron bastante torpes), el levantamiento pudo haber fracasado (fracasó de hecho, pero quiero decir que la gran mayoría de lo cuarteles no lo aceptaran) y mil eventualidades más. Pero, sobre todo, el conflicto entre los extremos pudo haberse evitado y reconducido hacia esa tercera vía (la que algunos historiadores personalizan en Azaña) moderada, democrática. En todo caso, del resultado de la “crisis ideológica de los treinta” salió una Europa con tres tipos de países: el bloque del Este, en el que la victoria sobre los fascismos se resolvió con la absorción por la URSS y la imposición del comunismo; los occidentales, también victoriosos sobre los fascismos pero en este caso articulando “democracias burguesas” bajo ideologías light (democracia cristiana, socialdemocracia); y una anomalía en el extremo suroriental, nuestra península, con sendos regímenes facistoides más o menos tolerados, por poco confesables razones.

A mí, la verdad, no me gusta la democracia de que gozamos, el sistema en que ha acabado (de momento) lo que empezó en los países occidentales tras el 45. Me parece que dista mucho de ser verdadera democracia y, sobre todo, me repatea ese discurso autocomplaciente de los políticos, cargado de tópicos huecos, sobre las bondades del sistema y nuestros excelsos valores democráticos. Pero, por muy crítico que sea, ciertamente este régimen es bastante mejor que los otros dos que existieron en Europa hasta mediados de los setenta (Península Ibérica) y principios de los noventa (Bloque del Este). Por tanto, comparto la afirmación de Lansky de que lo que se inició hace ochenta años condicionó para mal nuestras infancias. O, dicho con más precisión, cabe sostener que las “condiciones de entorno” de nuestras infancias habrían sido mucho mejores si hubiésemos nacido en Inglaterra, en Francia, en Suecia …

Naturalmente, no necesariamente habríamos sido más felices, pero sí habríamos tenido mejores condiciones para serlo; la felicidad, al cabo, es un asunto personal. Por eso, tampoco imputemos nuestra eventual infelicidad infantil y adolescente al franquismo. Todos los regímenes dictatoriales –y el franquismo lo fue–, pasados los primeros momentos de la represión criminal, tienden a “suavizarse”. Yo viví la segunda etapa del Régimen, con un país domesticado, y asumí como normal (lo era, al fin y al cabo) esa ideología imperante, de pacatismo político, moral y religioso. Era demasiado joven para entender que había otras formas de pensar y, cuando estaba empezando a hacerlo, salí de España y descubrí de golpe una sociedad construida sobre valores completamente distintos, libre de tantas trabas de pensamiento.

Así pues, no diría en mi caso que el franquismo arruinó mi infancia porque, eludidos por motivos cronológicos los años más duros del régimen, tuve el margen suficiente para vivir como se vive a esas edades, descubriendo el mundo, encontrando motivos de gozo, y también sufriendo por cosas que podrían habernos evitado pero veíamos como inevitables. “Es lo que hay”, sería la frase que mejor definiría esos años, aunque entonces yo no la habría pronunciado pues hacerlo implica admitir (concebir al menos) que aún siendo esto lo que hay, podría haber otra cosa. Pero, claro está, pasadas la infancia y adolescencia, descubierto que lo que hay no es lo único que hay e incluso viviendo cómo lo que hay (que habría de seguir habiéndolo por toda la eternidad porque las cosas estaban “atadas y bien atadas”) deja de existir –con resistencias– y pasa a haber otra cosa … A posteriori, en suma, uno se da cuenta de que si hace ochenta años unos militares no se hubieran levantado contra el régimen constituído, si los aconteceres políticos de este país hubiesen seguido una línea similar a los de sus vecinos al Norte de los Pirineos, es muy probable, casi seguro, que nuestras infancias habrían sido mejores.

Como ya he dicho, creo que no solemos reparar en la notable importancia de algunos hechos históricos sobre nuestras vidas personales y cotidianas. Por eso –es lo que me ha ocurrido– tiene algo de turbador pararte a pensarlo cuando lees un texto como el citado de Lansky. Aunque quizá no merezca la pena dedicarle demasiadas reflexiones; se dice que elucubrar sobre “lo que pudo haber sido y no fue” tan sólo conduce a la melancolía. De acuerdo, pues, no le demos más vueltas, pero anotemos en la lista de cargos al franquismo haber empobrecido las expectativas de nuestras infancias.

  
Que la tortilla se vuelva - Quilapayún (Por Vietnam, 1968)

viernes, 15 de julio de 2016

Alzheimer (coda)

Mi tío Jesús rondaría los ochenta cuando murió en junio de 2014. Era el hermano pequeño de mi padre y el último que quedaba. Lo cierto es casi no había mantenido relación con nosotros, su familia más cercana. De él a lo largo de los años nos llegaban noticias sueltas, y en ocasiones muy espaciadas se dejaba ver. Por lo que sé, toda su vida la pasó trabajando como médico general (de familia) en pueblos pequeños de Castilla La Nueva (me gusta este viejo término, hoy en desuso, que me evoca la geografía de primero de bachiller). Creo recordar que unos dos años antes de su óbito, mi hermana recibió una llamada telefónica del director de una sucursal bancaria de Ciudad Real, preguntando si tenía alguna relación de parentesco con él. El hombre estaba preocupado porque Jesús, ya por entonces manifiestamente mermado en sus facultades intelectivas, se había emparejado con una mujer treintañera a la cual había autorizado para sacar dinero; el director de la oficina en la cual tenía sus cuentas se temía que lo dejara sin un duro y desapareciera. Hubo una rápida movilización familiar –de los hermanos que viven en Madrid– y se logró evitar daños mayores (en efecto, la mujer, que estaba casada con un tiparraco de largo historial delictivo, iba a lo que iba). Solventado el desastre, hubo que incapacitarlo e instalarlo en una residencia de mayores en Madrid. Mi hermano –lo llamaré Paco, aunque no sea ése su nombre– se ocupaba una vez a la semana de sacarlo de paseo y pudo ser testigo de disparatadas escenas, entre ellas la que he narrado en el post anterior en falsa primera persona.

Pocas semanas después de la muerte de Jesús, Paco tuvo que ir con su hijo Ricardo a hacer unas gestiones por Quevedo y se acordó del paseo por esas calles con nuestro tío. Había sido idea suya; pensó que a Jesús podría serle positivo volver al que fue su barrio cuando era adolescente, durante los últimos cuarentas y primeros cincuentas (la casa de mis abuelos estaba en Donoso Cortés semiesquina con Bravo Murillo). No sabemos si para bien o mal, pero la experiencia catalizó sin duda recuerdos remotos en la estragada mente del anciano, en especial el de aquella chica de la que estuvo enamorado y de la que, tal vez, lo siguió estando toda su vida (lo cierto es que nunca se casó). Ahora, ya desaparecido Jesús, le picaba la curiosidad por averiguar algo más de esa historia antigua y, sin cortarse un pelo, se decidió a volver a la boutique y sincerarse con aquella señora, la hija de Agustina (aclaro que no sé cómo se llama la tienda ni su ubicación exacta; la boutique Daira en la calle Magallanes existe en la realidad pero no es más que una ficción para salvar mi ignorancia). Así que se llega hasta el local en el que había entrado hacía unos meses y donde volvía a estar la misma mujer de entonces. Se identifica, le hace recordar su anterior visita y le confiesa que le mintió, que en realidad había entrado a petición de su tío con alzheimer, que se creía un joven preuniversitario enamorado de la joven dependiente de la antigua mercería. Conchi, que así se llamaba la señora, se emocionó, máxime cuando no cabía duda de que su madre había sido la enamorada de nuestro tío. Pero su tío no habló con mi madre –le dijo– o, si lo hizo, no la convenció para que fuera su novia porque ella se casó con Ángel, mi padre, sin duda el mismo del que recelaba entonces.

Qué tierna y triste la historia de tu tío (Conchi había pasado con naturalidad al tuteo, al fin y al cabo, le dijo riendo a mi hermano, podríamos haber sido primos). Sabes que, ahora que me la has contado, me acuerdo de que, cuando yo era niña y mis padres se cabreaban, ella le hacía rabiar diciendo que tenía que haberse casado con otro, el que iba para médico. Y pasaron un buen rato hablando cada vez más amigablemente hasta que Conchi les propuso que la acompañaran al piso de sus padres, viven aquí al lado, a menos de una manzana, nunca quisieron salir del barrio. Ella siempre, sobre esa hora más o menos, cerraba la tienda y se daba un salto a prepararles el almuerzo. Ángel, pese a estar a punto de cumplir ochenta y cinco, estaba sano y fuerte como un roble, la mente lúcida, aunque siempre cabreado, refunfuñando sin cesar. Pero Tina apenas vivía en este mundo; como a nuestro tío Jesús el alzheimer la había golpeado y en los últimos meses había empeorado aceleradamente. Paco no estaba nada seguro de que fuera conveniente aceptar, pero Conchi insistió y además le picaba la curiosidad. Mi sobrino, en cambio, se negaba, parecía como si le diera miedo enfrentarse a una anciana desmemoriada que provenía de un pasado anterior a él pero que, de algún modo confuso, podía concernirle. Finalmente los tres salieron juntos del local y juntos se llegaron a la casa de Ángel y Tina.

Conchi presentó a Paco y a Ricardo a su padre; le dijo que el tío, muerto hacía unos meses, había vivido en el barrio y conocido a Tina. Enseguida, con muy pocos datos más, Ángel recordó perfectamente a Jesús. Sí, bebía los vientos por tu madre, le dijo, pero ella ya estaba conmigo, nunca tuvo ninguna posibilidad. Alguna vez me planteé dejarle las cosas claras, incluso hacerle un poco de daño para quitarle cualquier fantasía. Pero no fue necesario: se marchó a estudiar fuera de Madrid, a Sevilla creo. Y me alegré porque en el fondo, a pesar de que le gustaba mi novia, no me caía mal, como mucho me daba lástima. Sobre todo por los padres que le habían tocado. Perdone que se lo diga –se dirigió a mi hermano–, pero sus abuelos eran unos fachas de tomo y lomo; habían llegado al barrio unos años después de acabada la guerra con unas ínfulas ... Su abuela, especialmente, se creía una aristócrata en el exilio y a todos nos miraba como si fuéramos basura. Desde luego el pobre Jesús, tan apocado, ni tenía las agallas para pelear por Agustina ni, de haberlas tenido, su madre se lo habría permitido.

La conversación estaba desarrollándose en la sala de estar del piso, sentados los cuatro en el sofá y los dos sillones a juego en torno a una mesa baja, y Tina en una silla de rueda aparcada en la esquina, junto a su marido, la mirada ausente, sin aparentemente prestar atención, ajena, perdida en el laberinto oscuro de su cerebro. Pero de pronto, como si se hubiera activado el contacto de algunas neuronas apagadas, alzó levemente la cabeza, miró hacia mi sobrino y en sus ojos brilló una débil chispa. Vaya, Jesusín, por fin has tenido el valor –le espetó–; venga, diles a mis padres y a estos señores que eres un hombre, que te haces cargo. Ricardo palideció, se notaba que estaba aterrorizado. Agustina, tras ese fogonazo sorpresivo volvió a apagarse en su mutismo ausente. El piso lo invadió un silencio tenso que finalmente rompió Ángel: puñetera mujer, hasta chocha quiere seguir jodiendo.

  
La storia - Fiorella Mannoia & Francesco de Gregori (In Tour, 2002)

martes, 12 de julio de 2016

Alzheimer

— Acerquémonos a la mercería a ver si está Tina, vamos.
— ¿Tina? ¿Quién es Tina, Jesús?
— ¿Quién va a ser? Agustina, la hija de los Larrazábal, los dueños.
— ¿Y por qué tantas prisas ahora por verla? Sigamos paseando.
— No, no, quiero verla, tengo que verla, vamos, es aquí a la vuelta, en la esquina con Magallanes.

Jesús dobló decidido por Fernández de los Ríos, caminaba a paso rápido sin importarle si lo seguía, la mirada perdida hacia el frente y mascullando una especie de letanía. Me puse a su lado, agucé el oído; repetía: “tengo que hacerlo, tengo que hacerlo”.

— ¿Qué es lo que tienes que hacer, Jesús?.
— Hablar con Tina, ya te lo he dicho —parecía enfadado.
— Pero, ¿tiene que ser ahora? ¿Por qué no puedes esperar?
— Y que se me adelante Ángel, quia.
— Pero es que hoy Tina no va a estar, Jesús.

Ni me escuchó o, si lo hizo, le dio igual. De pronto frenó en seco sus veloces zancadas. Se detuvo delante de un bar de tapas, adyacente a un local de moda, una modesta boutique de barrio. Se le veía tenso, dubitativo, volvía a mascullar la misma letanía (“tengo que hacerlo, tengo que hacerlo”), pero no se movía.

— ¿Estás bien, Jesús?
— Sí, bueno, no sé … —le cogí de la mano (sudaba, temblaba).
— Vamos a pasear un ratito más, tienes que calmarte.
— Hazme un favor, necesito que me hagas un favor —me apretaba la mano, muy fuerte.
— Claro, Jesús, claro. Tranquilo. ¿Qué quieres?
— Asómate a la mercería y dime si la que atiende es una chica rubia muy mona, y si está sola.

Seguirle la corriente. Entré en el espacio de escaparate de la boutique que se empeñaba en llamar mercería. Un local pequeño con un mostrador al fondo; tras él una señora cincuentona larga que hojea una revista del corazón.

— ¿Desea algo?
— Buenos días. Verá, mi mujer estuvo aquí el otro día, me dijo que la atendió una chica rubia …
— Sería mi hija, que a veces me echa una mano; pero ahora no está.
— Agustina, se llama, ¿no es verdad?
— ¿Agustina? No, no, se llama Anabel. Pero tiene gracia porque Agustina es el nombre de mi madre. Pero, dígame, ¿qué le ha encargado su señora?
— Es que parece que su hija, Anabel (no sé de dónde saqué lo de Agustina), le habló de un vestido que iban a recibir y quería saber si ya lo tenían …
— Con solo eso no puedo ayudarle; Anabel no me dijo nada y, la verdad, me extraña. ¿Cómo se llama su señora?
— Yolanda. Pero no se preocupe, ya le diré yo que se pase ella misma y hable con usted; seguro que enseguida se aclaran.
— Estupendo. Le voy a dejar nuestra tarjeta por si quiere llamar antes —ponía: “Daira, moda” y debajo, en letra más pequeña, antigua mercería Larrázabal, desde 1942.

Jesús me esperaba con signos de ansiedad. Me preocupaba tanta excitación, lo mejor sería llevarlo lo antes posible a la Residencia.

— Cuánto has tardado. ¿Estaba Tina?
— No, la que atendía era una señora mayor.
— Su madre. Menos mal que no he entrado, la tía esa no puede ni verme. ¿Y te ha dicho cuándo estará Tina?
— Hasta mañana no vuelve, tenía cosas que hacer, me ha dicho.
— ¿Cosas que hacer? La bruja te ha engañado, para mí que se ha recelado algo. Seguro que en un rato viene su hija y la sustituye.
— Creo que no, Jesús, pero en todo caso, mejor sigamos paseando no vayan a verte aquí parado. Si quieres volvemos dentro de un rato a ver si ya está Tina.
— Vale, pero no te olvides, es que a veces me mareo. Tenemos que volver, es muy importante. No puedo irme a Sevilla sin decirle que la quiero, que me espere.
— ¿A Sevilla? ¿A qué vas a ir a Sevilla?
— ¿Cómo que a qué? ¿No eres el rector de la facultad de medicina? Tú mejor que nadie sabes que voy a estudiar, que voy a ser médico como mi hermano Eduardo, como quiere mi padre. ¿Por qué me lo preguntas?
— Perdona, Jesús, se me ha ido el santo al cielo.
— Tengo hablar con Tina, tengo que decirle que la quiero, que seré médico y me casaré con ella, que no se deje camelar por el puñetero de Ángel …

Parecía perder fuelle, desinflarse. Acabábamos de llegar a Bravo Murillo, a unos metros de la glorieta de Quevedo. Lo abracé, sujetándolo, porque me dio la impresión de que iba a desvanecerse.

— Jesús, te veo cansado, sentémonos en ese banco.
— Sí, me noto mareado. ¿No es ya la hora de comer?
— Falta poco, sí.
— Vamos a casa, almorzaremos con mis padres.
— Descansa un rato, no hables.

Se había quedado sin fuerzas, también sin recuerdos. Agustina Larrázabal, de momento, había vuelto al rincón perdido de su mente. Lo alcé suavemente; se dejaba hacer, casi sonámbulo. A unos metros estaba la parada de taxis.


viernes, 8 de julio de 2016

I'm down

Hoy, jueves siete de julio de dos mil dieciséis, y ahora, las diecinueve treinta hora GMT, me siento tremendamente alicaído. Sin duda, la causa principal es que desde ayer porto encima un trancazo más propio de los meses invernales que de éstos, aunque verdad es que éstos no está muy claro a cuál estación corresponden, porque llueve, hace mucho viento, calor y de pronto casi frío ... Así por aquí, isla atlántica expuesta a los caprichos alisios y también, pero no estos días- saharianos, pues parece que no es igual para los que, en la metrópoli, estáis “mil millas por detrás”. Y sí, me viene a la cabeza el verso de Bob (For I’m one too many mornings and a thousand miles behind) de una canción que desde luego es triste, que refleja demasiado bien mi estado de ánimo (It’s a restless hungry feeling) el cual, me digo, no es más que consecuencia de una infección viral leve del aparato respiratorio superior, que congestiona la nariz y a la vez la tapona y la convierte en un grifo inagotable de mocos, que me rasca la garganta con ligero dolor al tragar y toses improductivas, que me tiene los ojos llorosos y picantes y, last but not least, que me produce un sordo y persistente dolor de cabeza, en la zona frontal izquierda, aunque desde ayer parece que se va desplazando muy ligeramente hacia la derecha, como el país. Sé que no he de darle importancia y que en unos días habrá pasado, pero anoche dormí muy mal y estoy, además de débil y dolorido, cansado. Más proclive, por tanto, a tomarme por la depresiva los inevitables contratiempos cotidianos.

  
One too many mornings - Steve Howe & Phoebe Snow (Portratits of Bob Dylan, 1999)

El principal ha venido a la vez que los primeros síntomas de este resfriado y no es otro que parece habérseme jodido gravemente (no hablemos todavía de defunción) mi maravilloso iMac, en el que, entre otras cosas, guardaba tres posts a medio redactar. De pronto, ayer por la tarde, mientras navegaba por internet la pantalla empezó a vibrar aceleradamente, empezó a ponerse de varios colores (rojo, azul, verde, todos ellos muy brillantes) y al cabo de un ratito de exhibición cromática soltó el sonoro pedo característico del reinicio del sistema: o sea, se apagó y volvió a encenderse solito. Volvió a funcionar y yo, preocupado, traté de hacer con urgencia dos cosas a la vez: la primera pasar a un disco externo parte de los datos que guardaba en el ordenador (entre otras razones, porque tenía el disco duro a punto de rebosar); la segunda, pasarle un antivirus a ver si se me había colado algún primo virtual de los que estaban por entonces infectando mi organismo. Ambas tareas tan sólo pude realizarlas parcialmente porque volvió a colapsar el sistema. No voy a aburrir a nadie con la crónica detallada del progresivo deterioro del iMac y de mis esfuerzos cada vez más desesperados para conseguir mantenerlo encendido el tiempo suficiente para poder trasladar el máximo de información a una unidad externa. Me acosté con escasos triunfos y esta tarde, al volver del trabajo, ya me ha sido imposible que terminara de cargar el sistema operativo (aparece la manzanita de Apple, se ve el avance de carga por la barrita hasta que se pone la pantalla gris y ahí se queda). He intentado todos los trucos que explican en la página de Apple y en los foros de Mac, pero aunque ayer alguno funcionaba hoy ya no. Así que, finalmente, he tenido que cargar el monstruo (cómo pesa el condenado) en el coche y llevarlo hasta el Servicio técnico. En dos o tres días (o sea, la semana que viene) me darán noticias. Cruzo los dedos, pero soy pesimista (será por el resfriado).


Y es que llueve sobre mojado. Hace un par de meses, también de súbito, uno de mis discos duros externos cascó. Perdí el acceso a unas setecientas gigas de música (la “no anglosajona”, mayoritariamente española e italiana), recopilada, ordenada, completada y archivada durante muchas horas a lo largo de varios años. Me hablaron de un tipo que armado de paciencia, varias máquinas y diversos programitas, era capaz de recuperar los discos más jodidos y, en efecto, lo consiguió en un bastante alto porcentaje. Pero me advirtió que era inevitable que, con el tiempo, los soportes en los que grabamos nuestros datos se deterioren y éstos se pierdan. La solución no es otra que hacer copias y copias, en un bucle infinito. Las enormes ventajas de la acumulación digital frente a la física (el espacio que no se ocupa) decaen completamente al tener en cuenta la tremenda volatilidad de la primera. Y cuando me doy cuenta de esto, como estoy down, pienso que vaya mierda, que todo lo que hago (dado que la mayoría es digital) está a punto de desaparecer, y de ahí, claro, a la triste verificación de que soy yo mismo quien no es más que una mota de polvo de la cual en breve no quedará ningún recuerdo, ninguna huella ...

  
I'm down (take 1) - The Beatles (Anthology 2, 1996)

Hay, por supuesto otros motivos fácticos para que mi actual tendencia depresiva encuentre justificación. Pero, en fin, basta ya de victimismo y autocompasión y seamos prácticos. De momento, esperar a que conocer el diagnóstico de mi iMac y confiar en que se pueda salvar una parte muy importante de lo que he producido durante los últimos cinco años. Si no, será un palo pero tampoco, a la larga, pasará gran cosa; quizá no sea mala terapia ir borrando cada lustro los testimonios de lo vivido (fotos, escritos, etc). De otra parte, que se me quite este trancazo, recupere las fuerzas y vea las cosas con mejor ánimo. Y, para hacer tiempo, me voy a ver la semifibal de la Eurocopa entre Alemania y Francia.

lunes, 4 de julio de 2016

Ficción / realidad

Los dos posts anteriores son ficción. Un lector del blog, sorprendido por algunas de mis “revelaciones” y una vez informado de que no eran verdad me ha advertido de que convendría que lo aclarase, no vaya a ser que alguien se moleste (se sienta engañado) e incluso lleve su disgusto a mayores. Así que este post tiene por objeto deslindar los datos reales de los inventados por mí. Pero antes he de señalar que no es ésta la primera vez, ni será la última, en que construyo un relato en el que la ficción se entrelaza estrechamente con la realidad. De hecho, he de reconocer que me divierte hacer ese tipo de cosas; de alguna manera es como “recrear” la historia, contar lo que quizá no sucedió pero pudo haber sucedido (o sucedió en alguno de los infinitos universos paralelos). Cuando lo hago, me esfuerzo en documentarme para afianzar la historia con datos ciertos que son los pilares que le dan consistencia, verosimilitud. Lo mismo he hecho en esta narración sobre la juventud de los hermanos Voight y el matrimonio del actor con la que sería la mamá de Angelina Jolie, aunque, como contaré a continuación, me he permitido algunas trampas (a mis propias reglas) para hacer más bonito el cuento.

Empiezo explicando el porqué del relato. Hace un par de semanas, el número de julio de Mojo, una de las revistas de música más importantes de la actualidad, incorporó un CD llamado Blonde on Blonde revisited, homenaje al famoso álbum doble de Dylan para celebrar el quincuagésimo aniversario de su publicación. Catorce intérpretes, de los cuales no conocía a casi ninguno, cantan los catorce temas que componían ese maravilloso disco. La verdad es que son versiones en general muy distintas de las originales, la mayoría muy vanguardistas, una música casi experimental, con sonidos envolventes. Cuando, como es mi caso, tienes muy oídas unas canciones, escucharlas tan cambiadas se te hace extraño, desconcertante casi. No soy un cerrado defensor de los originales (ni tampoco de la frase “nobody sings Dylan like Dylan”, pero ha de reconocer que, aún pareciéndome interesante la “revisión”, me quedo con el Blonde on Blonde de 1966. Aún así, algunas de estas versiones me llamaron especialmente la atención y una de ellas fue justamente el One of us must know (sooner or later) cantado –casi declamado, como digo en el post anterior– por un tal Chip Taylor, que me sonaba vagamente pero nada más.

La manera tan intimista en que Taylor canta el tema de Dylan me llevó a imaginar que estaba haciendo suya la letra, como si realmente le hubiera ocurrido a él lo que cuenta la canción. Como ya sabía (aunque hube de volver a traducírmela), se trata de una emotiva confesión de arrepentimiento que le hace el cantante a una chica que lo ha abandonado. ¿Y si hubiera sido la madre de la Jolie quien hubiera abandonado a Chip para irse con Jon? Naturalmente, no tenía ningún indicio de que pudiera haber sido así y en cuanto empecé a investigar un poco comprobé que no (habría sido una enorme sorpresa lo contrario), pero a mi parte morbosa le gustó la idea. Para entonces había visto por primera vez en mi vida fotos de Marcheline, y me sorprendí de lo guapa que era en su juventud y lo parecida a ella que salió su hija. Puestos a desbarrar, ya que todo partía de una canción de Dylan, pensé en reforzar la conexión y establecer que Angelina se llama así en honor a otra composición del de Minnesota. Con estas premisas, la credibilidad de la historia exigía que Chip y Bob se hubieran conocido, que hubieran sido en cierta medida amigos. Estos eran los mimbres; a partir de ahí se trataba de construir un relato que encajara en la cronología real de los personajes involucrados; para ello investigar y verificar, algo siempre divertido y que te descubre cosas nuevas y sorprendentes. Explicada la génesis del post y el planteamiento "metodológico", repasemos la historia que he contado para discernir las realidades de las ficciones.

El primer párrafo es absolutamente verídico y, salvo los comentarios personales (míos, claro) del tipo "volvió a casa con el rabo entre las piernas", de muy fácil comprobación. Digo lo mismo del segundo párrafo, en el que en breves brochazos doy una idea de los inicios profesionales de Jon Voight, a excepción de la última frase. Sé que, efectivamente, Laurie Peters y Jon tuvieron problemas en su relación relativamente pronto, aunque lo de que él se consolaba juntándose con su hermano pequeño en "noches bohemias de de música, drogas y alcohol" es pura invención pero, dados el entorno y la época, me parece suficientemente verosímil. A partir del tercer párrafo empieza ya la ficción descarada, aunque procurando asentarla sobre bases sólidas. Así, es verdad que Joan Baez dio un concierto en White Plains, ciudad muy cercana a NYC en la que, en efecto, estaba el instituto al que habían ido ambos hermanos Voight; también es cierto que en ese concierto apareció Dylan y cantó su It ain't me babe. De lo que no tengo ningún dato es de que asistieran Jon y Chip. Pero si lo hicieron, ha de admitirse que sería bastante probable que Bob y Joan fueran presentados a los Voight e incluso que éstos, en calidad de oriundos de la ciudad, se ocuparan de organizarles la juerga de esa noche. Naturalmente, que acabaran en un menage a quatre se me antoja menos creíble pero tampoco imposible. Lo que es cierto es que por esas fechas Dylan empezó a experimentar con drogas psicodélicas, así que bien podría llevar algunos tripis encima en esa ocasión. A la Baez me cuesta imaginármela tan promiscua como la pinto, pero insisto en que era aquella una generación que estaba rompiendo con los esquemas morales heredados. En todo caso, la escena me pareció una buena manera de justificar el nacimiento de una cierta amistad entre Dylan y Taylor.

No me consta que Bob y Chip se conozcan y mucho menos que sean amigos; por tanto, todas las escenas en las que aparecen juntos son pura invención. La coincidencia en una fiesta de la nochevieja de 1964 pudo ocurrir porque por esas fechas Dylan estaba en Nueva York (vivía en el Chelsea Hotel con Sara) y acababa de conocer a Edie Sedgwick (que el sarao lo organizara un ejecutivo de la Warner lo puse porque era la compañía con la que Chip tenía contrato). También es verdad que las sesiones de grabación de Bringing it all back home fueron los días 13, 14 y 15 de enero de 1965, pero como sé que allí no estuvo Taylor me inventé que Bobby estuviera cabreado, lo cual no es para nada inverosímil. En ese mismo párrafo digo que ambos pasaron un fin de semana en la casa de Albert Grossman en Woodstock, y en efecto ese fin de semana Dylan fue allí (entre otras cosas para tomar las fotografías para la portada del nuevo disco). Con esos datos, si Chip hubiera sido invitado (lo que con un 99% de probabilidades no ocurrió) no habría sido raro que escuchara el Farewell Angelina, canción que ciertamente Dylan había grabado en Columbia en esa semana pero finalmente decidió descartar. Como sin mentir digo en el post, la granaría unos meses después Joan Baez. Que Chip la llamara, fuera a verla a California y pasara unos románticos días con ella es, desde luego, invención mía; pero posible porque, que yo sepa, en esos días Joan estaba algo desencantada de cómo la había tratado Dylan y aún no había conocido a quien sería su marido, David Harris.

La primera parte del siguiente párrafo (el primero del segundo post) es verídica: Jon Voight alcanza el estrellato gracias a Cowboy de medianoche y Chip Taylor ha acumulado ya los suficientes éxitos para que su nombre suene en los circulos del music bussiness. También es verdad que los Big Brothers and the Holding Company fueron a grabar a Nueva York, que su manager era Grossman y que éste quería separar a Janis de la banda. Lo que es invención mía es que Janis se interesara por Taylor, aunque no es imposible porque, en efecto, había tenido que alucinar con la versión de Wild thing que hizo Hendrix en Monterey. Así que lo de la mudanza de Chip a Los Ángeles es una simple elucubración personal, aunque entra dentro de lo probable ya que sí es absolutamente verdad que el hermano menor colaboró con Ragovoy en la composición del Try que incluiría la Joplin en su primer disco en solitario. La cosa, como puede verse, era aprovechar esa excusa verosímil (la de componer para Janis) para situar a Chip en Los Ángeles e inventarme que conoció en una discoteca a Marcheline, quien por entonces no había cumplido aún los veinte. Necesitaba darle unos meses a la relación entre el tío y la mamá de Angelina, antes de que entrara en escena Jon. Naturalmente, el acontecimiento para reunirlos había de ser la fiesta de los Oscars del 70, a la que asistió Jon como nominado; parecía obligado suponer que Jon invitaría a su hermano, que la chica, ansiosa de meter un pie en Hollywood, estaría encantada de acompañarle: todos los ingredientes para que estallara el drama fraternal. En este punto he de confesar que forcé la realidad más de lo que mis propias reglas permiten porque Jon no conoce a Marcheline hasta un año después, según afirma Andrew Morton en su Angelina: An Unauthorized Biography. Desde luego, no es a través de su hermano sino de un conocido que le muestra orgulloso la foto de la que era su novia. La escena del hotel de Beverly Hills ocurrió tal cual, sólo que un año después y con otro novio. En mi versión Jon queda un poco peor (siempre es más feo quitarle la novia a un hermano que a un amigo) pero la valoración de Marcheline no cambia demasiado. Pero, en fin, supongamos que fue un flechazo sincero e irreprimible por ambas partes. Por cierto, los chismes que cuento sobre Jennifer Salt (salvo que se embroncara por el arrobamiento de Jon ante Marcheline, ya que obviamente no existió) y Hoffman son también verídicos, como que Jon asumió con mayor dignidad que Dustin que no le dieran el Óscar. Asimismo es verdad que Marcheline influía poderosamente en las decisiones de Jon y que se enrolló con Al Pacino durante el rodaje de Deliverance.

Y llegamos ya a la explicación del desenlace. En junio del 70, en efecto, Dylan estaba en Nueva York, de vuelta de Nasville donde había grabado el Selfportrait; por tanto, entra dentro de lo posible que se encontraran y que Bob intentara animarle. También es cierto que en noviembre del 73 murió de cáncer la madre de Marcheline y que Jon no asistió al funeral porque estaba de gira; partiendo de ese dato, quise imaginar que la joven madre y esposa se sintiera abandonada y recurriera a Chip. Pero esta reconciliación no pudo llegar a más porque Jon se llevó a su mujer y al pequeño James Haven a Europa para la filmación de Odessa (todo eso es cierto). Para echarle una buena dosis de picante, me invento que al regresar a los USA, Marcheline llama a Chip para cesar una infidelidad casi incestuosa de mi cosecha. No es difícil imaginar que esa ruptura pudo llevar dos o tres sesiones de tiernos lloriqueos, justo nueve meses antes del nacimiento de Angelina Jolie. De más está añadir que la reconciliación entre los dos hermanos es inventada, como también lo es que se hubieran enfadado; pero cierra muy bien el círculo fantasear con los tres en la casa de los Voight-Bertrand y Chip tocando a la guitarra los dos temas de Dylan que han aparecido a lo largo de esta historia ficticia.

Bueno, pues hasta aquí la explicación, que casi es más larga que la propia historia. Confío en que nadie se moleste, que tan sólo se trata de un divertimento para pasar el rato.

viernes, 1 de julio de 2016

El tío de Angelina (antes o despues) 2

Cuatro años después, en 1969, las cosas habían cambiado mucho para nuestros protagonistas. Jon ya había conseguido pequeños papeles en algunas pelis que le fueron haciendo conocido en el mundillo cinematográfico. El empujón definitivo le llegó cuando le ofrecieron el papel protagonista –Joe Buck– en Midnight cowboy; gracias al film de Schlesinger pasaría de ser un cuasi desconocido a uno de los actores de moda, deseado por la industria. Chip, por su parte, había coleccionado ya unos cuantos éxitos como compositor. Al ya mencionado Wild thing hay que sumar otros temas que pegaron fuerte en las listas, como el I can´t let go, cantado por Los Hollies; el Angel of the morning por Evie Sands; el Country girl, city man por el duo de Judy Clay y Billy Vera... En el verano de 1968, en los estudios neoyorkinos de Columbia, Chip conoció a Janis Joplin. Los Big Brother and the Holding Company estaban en la Gran Manzana para grabar el que sería su mejor álbum, Cheap Thrills. Los había contratado Albert Grossman, el manager de Dylan, aunque para entonces las relaciones entre ambos empezaban a agriarse. Grossman estaba encantado con Janis, a la que le veía un futuro esplendoroso, pero no tanto con los restantes del grupos, a quienes consideraba un lastre del que había que deshacerse. Así que machacaba a la insegura muchacha con que tenía que independizarse y buscarse colaboradores y repertorio propios. Dejándose tentar, Janis le preguntó si conocía al autor de Wild thing, tema que había escuchado en la mítica versión de Jimi Hendrix del Festival de Monterey del 67. Ya sabemos que sí, que Grossman conocía a Taylor, y se ocupó enseguida de hacer de celestina musical. La cosa es que hacia finales del 68, Chip se mudó a Los Ángeles, para moverse en el ambiente de la psicodelia californiana y de paso colaborar con Jerry Ragovoy en posibles temas para la Joplin (de hecho, parirían el maravilloso Try (just a little bit harder) que grabó en I Got Dem Ol' Kozmic Blues Again Mama!

  
Try (just a litlle bit harder) - Janis Joplin (I Got Dem Ol' Kozmik Blues Again Mama!, 1969)


A principios del 70, Taylor conoció en una de las discotecas de moda de Beverly Hills a una jovencita preciosa llamada Marcia Lynne. Tenía diecinueve años, hacía algunos trabajillos de modelo pero lo que realmente quería era ser actriz. Su única experiencia había sido un papel secundario en un episodio de la popular serie Ironside. Chip quedó deslumbrado, fue amor a primera vista, confesaría más tarde; la chica era diez años menor, incluso demasiado joven, pero inmediatamente decidió que tenía que conquistarla, que había de ser la mujer de su vida. No le costó demasiado presentarse y resultarle interesante a esa muchacha ambiciosa, muy consciente de su atractivo y dispuesta a usarlo. A los pocos días empezaron a salir juntos y Marcheline (el nombre que enseguida adoptaría) se convirtió en la musa indispensable de sus composiciones. Aquellos primeros meses de 1970 fueron su winter of love, pero sin llegar nunca a definirse como pareja formal. Era la época del amor libre y, al menos en los círculos bohemios de músicos y actores, no se trataba sólo de palabras. Pero pese a los mutuos escarceos, parecía que algo se iba fraguando; al menos así lo sentía Chip. Y entonces sobrevino la tragedia, pero cómo haberla previsto, cómo pensar que asistir a la gala de los Óscar podría traer esas consecuencias. Fue Jon, naturalmente, quien los invitó; Midnight cowwboy había sido nominada a seis estatuillas, entre ellas el propio Voight como mejor actor principal (también Dustin Hoffman). Es fácil imaginar la ilusión que embargó a Marcheline al saber que conocería a Jon, quien podría introducirla en los ambientes más selectos del cine. El sábado 4 de abril, tres días antes de la ceremonia, los dos hermanos con sus respectivas parejas se reunieron a cenar en un restaurante chino en el centro de Los Ángeles. La impresión que Marcheline produjo en Jon fue brutal y por más que intentó disimularla quedó en evidencia ante Chip y la que era por entonces su chica, Jennifer Salt (esa noche hubo bronca en el hotel en que se quedaban y a punto estuvo Jennifer de largarse; pero al final hicieron las paces aunque solo fuera por las apariencias: el padre de la chica era el guionista de la película y también estaba nominado al Óscar).

En la noche de los Oscars (el martes 7 de abril) Midnight cowboy se consagró como la mejor película del año, además de recibir el premio al mejor director (John Schlesinger) y al mejor guión adaptado (Waldo Salt, el padre de Jennifer). Pero ni Dustin ni Jon obtuvieron el galardón por el mejor actor (tampoco Sylvia Miles el de mejor actriz de reparto). Hoffman se cogió un rebote de cuidado. Llovía sobre mojado: el año anterior, pese al espectacular éxito de El Graduado, su primer papel protagonista, la Academia ni se había dignado nominarlo. Y ahora le mangoneaban el Óscar para dárselo a ... ¡John Wayne! por un puñetero western; no había derecho. Jon, en cambio, lo asumió con bastante más calma; al fin y al cabo, él no estaba, como Dustin, en terapia psiquiátrica para sobrellevar la popularidad pero, sobre todo, en esos momentos más que su carrera profesional (que, en todo caso, parecía haberse encauzado por fin) le interesaba ligarse a esa preciosidad que salía con su hermano pequeño. Así que, acabados los fastos californianos pasó unos días en Nueva York pero enseguida se volvió a California, con la excusa de negociar un contrato con la Paramount para participar en una sátira bélica, Catch-22; era verdad, pero lo que realmente le empujaba era ver a Marcheline y probablemente Jennifer lo sabía. Nada más llegar a Los Ángeles, y aprovechando que su hermano Chip estaba de viaje, la invitó a tomar el te en un hotel de lujo de Beverly Hills. Después de unas fresas con nata, bollos y algo de charla intrascendente, sin que vniera muy a cuento, Jon le soltó que quería tener dos hijos con una jovencita que estuviera a punto de cumplir los veinte (el cumpleaños de Marcheline, el 9 de mayo, era dos días después). Las palabras salieron de mi boca, ni siquiera fui realmente consciente de lo que estaba diciendo, contó años después Jon, pero ella ni pestañeó, así que no me achiqué.

De modo que, de forma natural, Marcheline cambió de hermano; como había dicho unos años antes Joan Baez, eran casi iguales, pero aparentemente tenía más en común con Jon. Cuando Chip regresó a Los Ángeles su puesto había sido ocupado y esta vez no se admitían los tríos. La chica se negó a hablar con el ex-novio y éste, desolado primero, muy cabreado después, rompió con ella y con su propio hermano. A pesar de todo, la relación se consolidó. Jon descubrió que Marcheline, detrás de su apariencia casi infantil y su belleza lánguida, guardaba un carácter fuerte que le ofreció valioso apoyo en esos primeros años de su carrera profesional. Fue decisiva, por ejemplo, para que Voight se animara a rodar Deliverance en 1971, un thriller de violencia en entorno natural. Durante ese rodaje, Marcheline vivió una intensa aventura dramática con Al Pacino, a quien había conocido por el propio Jon. Cuando éste le propuso casarse, ella le pidió un poco de tiempo, a la espera de que el futuro Michael Corleone se decidiese a hacer lo mismo. Pero Pacino, aunque ciertamente estaba enamorado de la bella, era tímido y, sobre todo, se sentía incapaz de traicionar a un amigo que, además, le había ayudado económicamente con su grupo de teatro. De modo que finalmente, poco antes de las navidades de 1971, Jon y Marcheline se casaron en la casa de él en Los Ángeles, y empezaron su vida marital. La felicidad duró poco, pero sí lo suficiente para que nacieran dos niños, James y Angelina. En 1976, cuando todavía no habían cumplido cinco años de casados, se separaron; Marcheline se había hartado de las continuas infidelidades de Jon.

  
One of us must know (sooner or later) - Bob Dylan (Blonde on Blonde, 1966)

La "traición" de su chica con su propia hermano destrozó a Taylor. En Junio del 70 se mudó a Nueva York y coincidió en un par de ocasiones de nuevo con Dylan. Cinco años después de su último encuentro, Bob era ya casi un Dios mientras Chip seguía sin haber publicado un disco propio. En ese momento, sin embargo, la crítica musical abundaba en blasfemias a causa del último álbum de Dylan, Selfportrait, y el cantante estaba de bastante mala leche. Aún así, se mostró muy receptivo ante las penas y quejas de su amigo (en unos años le tocaría vivirlas a él). ¿Sabes? Le dijo de pronto Chip, describiste perfectamente lo que he vivido en una de tus canciones, en One of Us Must Know (Sooner or Later). Yo, con Marcheline, tampoco me di cuenta de lo joven que era; embelesado por su voz, creí todo lo que me decía; cegado por su belleza, no fui capaz de ver lo que me estaba mostrando; y, sin darme cuenta hacia donde íbamos, la creí cuando me aseguraba que ella sí lo sabía, aunque en realidad iba a arrancarme los ojos. Bueno, contestó Bob, si es así, entonces antes o después ella tendrá que saber que lo intentaste todo para estar a su lado. Y sí, ella llegó a saberlo. Ambos se encontraron y reconciliaron tres años después; la madre de Marcheline había muerto de un fulminante cáncer de ovario y Jon la había dejado sola (representaba en teatro Un tranvía llamado deseo). Para entonces, Chip ya había publicado tres discos y el último, de ese mismo 1973, había obtenido elogios unánimes en el mundo del country. El tiempo todo lo cura, y más si las cosas se enderezan.

Los encuentros con su ex-novia pudieron avivar los rescoldos del amor casi olvidado; es probable que intentara convencerla de que abandonase a su hermano y se fuese con él. Pero Marcheline no creía que ya hubiera que dar por muerto su matrimonio. Pocos meses después, Jon aceptó filmar Odessa y viajó a Munich llevándose consigo a Marcheline y al pequeño James Haven. Invitados por Maximilian Schell, pasaron las vacaiones de verano en Berna con Robert Shaw, Jacqueline Bisset y Donald Shuterland. Todos quedaron encantados con Marcheline (la veían como a una verdadera hippie que daba de mamar en público a James) y ésta volvió a sentirse emocionalmente unida a Jon. En otoño volvió a verse con Chip unas cuantas veces en un hotel de Los Ángeles, pero fueron citas ya con sabor a despedida, en mutuo homenaje a lo que pudo haber sido y no fue. Unas semanas después, Marcheline descubrió que volvía a estar embarazada. En junio del año siguiente (1975) dio a luz una niña a la que insistió en llamar Angelina. Ese nacimiento fue la excusa para la reconciliación de los dos hermanos; a petición de Marcheline, Chip fue a cenar con el matrimonio y abrazó a Jon. Luego, acompañado de una guitarra, cantó dos temas de Dylan (en recuerdo de los viejos tiempos, le dijo a Jon). Uno fue el Farewell Angelina, dedicado a la recién llegada. El otro, el One of us must know, casi declamado, tan distinto de como lo grabó Bob en su maravilloso Blonde on Blonde. Pero aún así suena muy bien.

  
One of us must know (sooner or later) - Chip Taylor (Blonde on Blonde Revisited, 2016)