Apuntes recordatorios
En la elaboración de los planes urbanísticos, al principio, hay que plantear los criterios y objetivos que se pretenden y presentar públicamente las distintas opciones generales que se contemplan para el desarrollo del municipio. Esta exigencia legal tiene por finalidad que la ciudadanía conozca las alternativas viables y participe en la toma de las decisiones básicas a partir de las cuales, posteriormente, se concretarán las determinaciones urbanísticas precisas. En la práctica, es muy poco habitual que esos procesos de participación pública sean otra cosa que un mero trámite que hay que cumplir; rara vez se busca involucrar de verdad a los ciudadanos (quienes sí "participan" son los que tienen intereses inmobiliarios concretos). En el proceso de planeamiento que me está tocando coordinar, sin embargo, hemos llevado a cabo unos cuantos "experimentos". Entre ellos, presentar respecto a ciertos temas (el crecimiento de los núcleos urbanos, los posibles usos y conformación volumétrica de ciertas áreas singulares, determinadas intervenciones viarias, etc) distintas alternativas, todas viables y compatibles con los criterios y objetivos del Plan. A costa de un esfuerzo agotador durante dos meses, estas alternativas se han presentado y explicado a la población con el compromiso de los responsables municipales de asumir lo que resulte de la participación ciudadana. El pasado sábado, el Pleno del Ayuntamiento (con un comportamiento vergonzoso de la oposición) aprobó, en cada uno de los más de cincuenta temas que se habían abierto al debate, la correspondiente alternativa en base a la cual se desarrollará la ordenación pormenorizada. Profesionalmente, la experiencia me ha parecido de lo más instructiva; de otra parte, con todas sus imperfecciones, creo honestamente que ha sido un ejercicio de profundización en llevar a la práctica unos principios de participación pública en las decisiones sobre el futuro urbano que no suelen pasar de lsu enunciación teórica. Por supuesto, habría mucho que discutir y el debate sería rico y fructífero. Sin embargo, lo que me ha dejado desagradablemente sorprendido, es que quienes más deberían entusiasmarse en este debate y exhibir mayores dosis de rigor, mis colegas profesionales que se dedican al urbanismo, son quienes, en una gran mayoría, han descalificado de plano la experiencia. Con el argumento de que no es admisible que "la gente" sea quien decida, se han dedicado (sotto voce, eso sí) a denigrar el proceso tildándolo de demagógico, sin siquiera querer conocer los detalles de cómo se ha llevado a cabo. ¿Temor, quizá, a la pérdida de poder o prestigio? Es un asunto sobre el que me gustaría reflexionar más extensamente.
Stash. Phish (A Picture of Nectar, 1992)
Con relativa frecuencia, tanto en blogs que leo como en conversaciones privadas (en ambos casos, con interlocutoras femeninas), me encuentro con una más o menos explícita reivindicación de la intensidad emocional, del apasionamiento. Recientemente, mi ex-mujer me escribió un correo en el que me recordaba esa "necesidad" suya de sentimientos intensos, que la arrastraran tumultuosamente, como un huracán. Mientras lo leía revivía viejas crisis, pasadas sensaciones de torbellinos emocionales de los que salía (salíamos) golpeados y, a mi modo de ver, sin avanzar un ápice en nuestro "crecimiento personal" (perdóneseme el término tópico, pero ahora mismo no se me ocurre otro). Tras mi crisis de pareja, en un proceso largo de sufrimiento (las heridas, cuatro años después, sé que no están completamente cerradas) tuve ocasión de pensar mucho sobre ello y, consecuentemente, aprender a reordenar en mi interior muchos de estos factores. A estas alturas, desconfío enormemente de las pasiones y, por el contrario, ansío la serenidad como uno de los valores supremos. Niego que el sentir (y piénsese en cualquier sentimiento, el amor incluido, por supuesto) sea mejor cuando es tumultuoso; al contrario, estoy convencido de que sólo la paz interior permite vivir las emociones con verdadera (y fructífera) intensidad. Cuestión distinta es la necesidad de "chutes" emocionales, subidones pasionales que suelen confundirse con "sentir". Pero lo que pienso (y siento) sobre estos asuntos nunca logro expresarlo adecuadamente ni convencer a mis interlocutoras; aun así, me gustaría volver a intentarlo con más calma.
Poor Heart. Phish (A Picture of Nectar, 1992)
Cuando oímos sobre la corrupción urbanística, jueces que "destapan" turbias operaciones inmobiliarias vinculadas a planes urbanísticos, desde nuestra ignorancia de los detalles tendemos a pensar que ése, el del urbanismo, es un mundo lleno de chorizos. En términos generales, el sistema legal de que disponemos propicia necesariamente las corruptelas, toda vez que se basa en atribuir a unos terrenos (las mal llamadas "recalificaciones") unas potencialidades económicas que suponen el enriquecimiento, con frecuencia exagerado, de sus propietarios. La cosa es que esta "moda" de "judicialización" del urbanismo, pasando rápidamente de la esfera contencioso-administrativa a la penal, está teniendo algunos efectos preocupantes, no siendo el menor de ellos la parálisis de las administraciones. A veces, ante iniciativas de algunos jueces, uno no puede evitar pensar que están motivadas por el afán de notoriedad y echa en falta que haya un mínimo sentido común que, ante situaciones carentes de fundamento, impida dilapidar dineros públicos y generar molestias y preocupaciones innecesarias a las personas. En una de esas situaciones me han envuelto, junto con casi cincuenta personas más, hará cosa de un mes. Resulta que estoy imputado por delitos contra la ordenación del territorio y prevaricación por haber pertenecido a un órgano colegiado que hace casi diez años (no me acuerdo de nada) aprobó un plan general de un pequeño municipio de la isla de La Palma. El tema es tan surrealista que, si no fuera porque estas cosas no pueden tomarse a chacota, no merecería la mínima atención. Pero me afecta, claro, y me gustaría contarlo.
Llama. Phish (A Picture of Nectar, 1992)
Hay una expresión que me retrotrae a mi infancia: "bajarse del burro". El burro es la terquedad, el orgullo, la ofuscación. Mientras uno está subido en el burro es incapaz de ver con una mínima objetividad la realidad y, mucho menos, si se refiere a sus propios comportamientos, actitudes. Bajarse del burro, por tanto, es condición necesaria para conocerse y entender los conflictos. Sin embargo, en la línea tan castellana del castizo mantenella y no enmendalla, solemos preferir seguir aupados en nuestros burros personales, con el lamentable resultado de que, por más hostias que nos llevemos, no terminamos de enterarnos de por dónde van los tiros y, menos todavía, aprendemos lo que la vida nos está enseñando. También en las relaciones de pareja es harto frecuente que uno o ambos se nieguen a bajar del burro y cuando dos personas que se aman se enfrentan subidos en sus respectivos burros no sólo no hay amor (en esos momentos) sino que contribuyen inevitablemente a erosionarlo. El diálogo (que no es tal) desde los burros sólo es un ejercicio dialéctico más propio de un tribunal que de una pareja que se quiere, en el que cada uno trata de "ganar", que quede a salvo su "posición", sin dejar que las palabras del otro entren de verdad en su interior; nos negamos a meditarlas, a admitirlas amorosamente para reflexionar sobre su verdad, para entender los sentimientos del otro que llevan consigo, y las rechazamos como una pared de frontón devuelve casi inmediatamente la pelota. En los últimos días también, a ratos sueltos, me han venido estas ideas a la cabeza.
The Landlady. Phish (A Picture of Nectar, 1992)
En fin, los cuatro anteriores (y alguno más del que ahora no me acuerdo) son temas de los que me gustaría escribir algo más pausadamente. Valgan de momento estas notas apresuradas a modo de recordatorio personal.