Vivimos en un país de tradiciones. De hecho, que algo sea tradicional, que se lleve repitiendo el suficiente tiempo, es motivo bastante para sacralizarlo y, si nos apuran, declararlo patrimonio intangible de la humanidad. Yo, a mi modesta escala, llevo ya once años consecutivos publicando un post el 31 de diciembre en el que pretendo hacer un escueto balance personal del año que acaba. Por tanto –qué remedio–, hoy estoy obligado a seguir la tradición en la que yo mismo me he entrampado y publicar la preceptiva entrada de cierre del año en curso y bienvenida al que viene, el sexagésimo por el que transcurriré.
Pero la verdad –y no es el primer año que me ocurre– es que no me apetece nada y, si estoy escribiendo este post, es sencillamente porque me siento obligado a hacerlo. Me pregunto que por qué no, sencillamente, paso de esta regla autoimpuesta y no encuentro una respuesta convincente. Una posible es el encanto de las series, cuanto más largas mejor. Dentro de un rato habré publicado una docena consecutiva de posts de fin de año y estaré en condiciones de prolongar la serie a trece, catorce, veinte … En cambio, si cedo a mis apetencias de hoy y rompo la serie impido que esa potencialidad sea acto. Por supuesto, con cada una de nuestras acciones abortamos una infinidad de sucesos potenciales, así que este argumento no deja de ser una tontería. Pero, no sé, no es lo mismo impedir lo que desconocemos que algo que ya hemos iniciado.
Si he de ser sincero, supongo que obedecer este imperativo mucho tiene que ver con factores supersticiosos. Desde pequeñito me iba poniendo pruebas mentales a las que condicionaba la consecución de ya ni recuerdo qué objetivos. Por ejemplo, si acierto al árbol de la plazoleta con tres pedradas seguidas, ocurrirá cualquier acontecimiento que deseaba. Me da la impresión de que tengo imbuidos algunos mecanismos irracionales que me impelen a cumplir ciertas normas secretas, casi mágicas, cuya infracción me ha de traer perjuicios. Naturalmente, sobra decir que no soy supersticioso, que sé que todo eso son tonterías absurdas, pero eso no quita que –ya lo conté en un post– todos los días de mi vida (al menos desde que, como se decía antes, tengo “uso de razón”) sea siempre el pie derecho el primero que apoye al levantarme de la cama, independientemente del lado de ésta en que duerma.
Así que, probablemente, si publico hoy este post es porque algún pepito grillo interior me insinúa que puede ser de mal fario no hacerlo. Unas cuantas veces en estos días me he planteado romper mi tradición (y publicar en cambio otro post que tengo casi acabado y que sigue con el asunto de los himnos), y al imaginarlo he sentido un confuso desasosiego. Vaya tontería, me digo, pero, al fin y al cabo, escribir estas líneas tampoco es tan dificultoso y así sigo la serie … ¡Y ya van doce! No obstante, me irrita un tanto la idea de ser esclavo de mi propia estupidez (aunque siempre sea mejor que serlo de la de otros) y me propongo, no la rebeldía de despreciar radicalmente la tradición, pero sí al menos una pequeña transgresión testimonial (¿de qué?); es decir, se trata de pactar una solución que armonice mi derecho soberano a hacer lo que me dé la gana (o a no hacer lo que no me apetece, en este caso) con el respeto supersticioso a la tradición propia de publicar un post de fin de año.
Y la solución a tan complejo enigma es sencilla: publico hoy, 31 de diciembre de 2017, el duodécimo post de fin de año de una serie que no interrumpo; pero, en este post no hago ningún balance del año que acaba, sino que me dedico a poner por escrito las boberías que ya han podido leer hasta aquí. ¡Problema resuelto! Lo que sí no puedo dejar de hacer es felicitar a los pocos (pero fieles) que se acercan por aquí. Ciertamente, la moda de los blogs ya ha pasado, y no debemos ser muchos los que seguimos publicando asiduamente después de casi doce años. Aunque lo hago porque me divierte y no para acumular lectores, eso no quita que esté agradecido a quienes me leen y más si cabe a los muy pocos que todavía comentan. En todo caso, para ellos y para todos, que el 2018 nos trate lo mejor posible y a ver si dentro de un año, el próximo 31 de diciembre, escribo un post que contenga un espectacular balance.