Pocas metáforas tan manidas como la de que la vida es un camino. Un camino, en sentido literal, es una tira de terreno dispuesta para el tránsito. Un camino es un recinto del espacio, un trozo de espacio. La vida, en cambio, es tiempo. Así que la metáfora asimila algo hecho de tiempo a algo hecho de espacio. ¿Quizás porque entendemos (dominamos) mejor el espacio que el tiempo?
Si el camino es un trozo de espacio, la vida sería un trozo de tiempo. Un trozo del tiempo infinito y multidimensional, el que nos es dado vivir. Mi vida es igual (en esta convención metafórica) al número de años, días, segundos que median entre mi nacimiento (¿o es mi concepción?) y mi muerte. Hasta aquí, me vale la metáfora.
Un camino es un trozo de espacio preparado para transitar sobre él. Caminar sería pues, en la metáfora, vivir. Vivir no es otra cosa que estar vivo, dejar que pasen los segundos, las horas, los días ... sin morirse. Hagamos lo que hagamos, vivimos (salvo que nos muramos); por lo tanto, la vida, más que un camino, sería un andén móvil, una de esas bandas mecánicas que te transportan del inicio al fin de la misma, ya estés caminando o ya te quedes parado.
Claro que habrá quien opine que vivir no es simplemente estar vivo, dejar que pase el tiempo que nos es dado. Que vivir (y aquí se añade “de verdad”) exige actos de voluntad consciente. Los que así piensan dicen que sólo vive (de verdad) quien es consciente de los actos que dan consistencia a su vida. En realidad, la metáfora del camino es pertinente sólo si la vida es entendida así.
No obstante, entre los voluntaristas y los existencialistas pasotas cabría quizás encontrar un margen de acuerdo. Admitamos que la vida es una banda móvil que te lleva quieras o no; pero admitamos también que podemos vivirla desde nuestra voluntad consciente y, por tanto, caminar sobre esa banda móvil e incluso modificar el trazado de la misma (es decir: decidir nuestro trayecto).
Sigamos desbarrando a propósito de la metáfora. Los caminos tienen inicio y fin; y, entre ambos, tienen un determinado trazado. La vida, ciertamente, tiene principio y fin, pero ¿tiene un trazado predeterminado? Nooooo, contestará la mayoría. Nosotros, al vivir (al vivir con voluntad consciente) vamos decidiendo el trazado de ese camino que es la vida (aunque el fin sea siempre el mismo). Pues vale, pero entonces no es un camino, no es un trozo de espacio (de tiempo) predefinido y adaptado para transitar (para vivir).
Hoooombre .... Sí es un camino, pero un camino que lo vamos haciendo al transitarlo. Es decir, que según vivimos (con toda la consciencia que queramos o podamos) vamos definiendo el camino de nuestra vida. Camino que, entonces, no tendrá su trazado definido hasta que lleguemos a la muerte. Ya la metáfora pierde potencia analógica, porque ahora el tiempo de que disponemos (nuestra vida) se nos presenta como una amplísimo espacio (prados, bosques, montañas ...) que podemos transitar siguiendo multitud de trayectos. A medida que vamos caminando vamos abriendo el camino que es nuestra vida ... Pues vale.
Y llegados a este punto es inevitable recordar el conocidísimo poema de Machado (el XXIX de los Proverbios y Cantares). Porque entiendo que la concepción de la vida que subyace en el poema es esta última. Y digo más: me da la impresión de que lo que hace Machado es negar la validez de la metáfora; al menos la niega como referencia para las múltiples consecuencias prácticas (a modo de manual de autoayuda sobre cómo debemos vivir y entender la vida) que se han ido construyendo a partir de la misma.
Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.
En realidad, este post quería hablar de esas “consecuencias prácticas”. Quería discutir críticamente términos tan repetidos y ambiguos como, “el sentido de la vida”, “los propósitos como metas de nuestro camino”, etc ... Pero como siempre me ocurre, me enrollo y no concreto. Pero, en fin, para eso está el blog; ya retomaré el asunto en otro momento.
Y para acabar, en plan provocativo, asumo la misma pregunta que hace Machado en el poema II también de los Proverbios y Cantares:
¿Para qué llamar caminos
a los surcos del azar?...
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