Orgasmos feraces y argumentos falaces
Hay orgasmos y orgasmos, vaya esta obviedad de entrada. Decían Bruckner y Finkielkraut en 1977 que el deseo del hombre que copula es lograr el abandono para alcanzar el éxtasis femenino del placer sin tregua, en una pérdida incondicional de su propio ser. Pero ellos hablaban de la continuidad cuasi-eterna de la excitación y sí, sé a lo que se refieren, pero no es de ese orgasmo del que quiero hablar. Y sin embargo hay similitudes, parentescos tan estrechos que a veces precisarlos exige inventarnos un lenguaje. Así que, ¿cómo estar seguros de entendernos?
Todos los hombres son mortales; Sócrates es un hombre; ergo, Sócrates es mortal. Barbara, Celarent, Darii, Ferio ... ¿Quién se acuerda de los modos válidos de los silogismos? Si las dos premisas son verdad, la conclusión necesariamente lo es. Por supuesto, hay que cumplir ciertas reglas; de las 64 posibles combinaciones en cuanto a la estructura formal de los tres juicios, sólo diecinueve son correctas. Las erróneas son falacias lógicas, algunas populares y con su propio nombre. Falacias lógicas, eso da para un buen rato de diversión, pero ahora no es el momento.
Quiero hablar del orgasmo que es placer de abandono pero sin excitación. Sería estrictamente el estado tras el orgasmo, el post-orgasmo. Y sin embargo, llamarle post no le hace justicia; primero porque sigue siendo un éxtasis (otro estado de conciencia), segundo porque no todos los después alcanzan este grado. La cuestión -siempre la misma- es encontrar las palabras, la forma de expresarlo. Quizá la idea clave sea que es el placer separado del cuerpo, un placer desprendido de sus raíces sensoriales, aunque sean ellas las que lo hayan traído.
Un silogismo sencillo: la primera premisa plantea la equivalencia entre dos categorías generales (A=B); la segunda, la pertenencia de un caso particular a la categoría general que es el término medio (x€B); la conclusión, correcta, es que el caso particular se incluye en la primera categoría general. Asisto con frecuencia a debates cuya decisión final puede entenderse como una conclusión similar a la descrita. Para legitimar su adopción como si fuera una inferencia lógicamente necesaria, quienes la proponen (normalmente un jurídico) suelen explayarse en la argumentación de la premisa mayor, la teórica, y dar por sentada la menor. La eficacia de la falacia (¡qué gracia!) descansa tanto en el rechazo mayoritario a las discusiones abstractas (lo que estarán sintiendo quienes ahora están leyéndome) como en el agotamiento mental con el que los participantes llegan a la discusión de la segunda premisa.
Antes del orgasmo habría sido como ir subiendo el volumen de la excitabilidad de cada uno de los receptores sensoriales, cada una de las terminaciones nerviosas de nuestra piel que llevan los datos del placer a nuestras neuronas. De esa guisa, no sólo amplificaríamos nuestra sensibilidad hacia los estímulos placenteros, detectando la más mínimas cargas de goce, sino que iríamos abotargando la recepción de cualesquiera otros tipos de sensaciones. Ha de intentar alargarse ese tiempo, el de la excitabilidad; han de buscarse y forzarse los límites sensoriales, estirar casi hasta el desagarro las fibras de nuestra sensibilidad erótica. Es imprescindible el abandono, perder el control consciente para dejar solo ser al cuerpo: ser sólo materia sintiente ... hasta que la sensación (el placer) explote explotándonos.
El ejemplo más reciente lo viví hace pocos días; una reunión de una veintena de personas, cada una representando a alguna institución. El asunto era si se daba luz verde a la iniciativa municipal, contraria al plan insular, de urbanizar unos terrenos. Larga argumentación teórica sobre el alcance competencial de dicho plan insular; un monólogo leído con voz monótona por el jurista estrella de la Dirección General de Urbanismo. La premisa mayor del silogismo era, a su vez, conclusión de complejos encadenamientos de textos legales y jurisprudenciales (hasta del Constitucional) sin que en ningún momento hubiera la mínima referencia a los terrenos concretos. Acabada la lectura, nadie se atrevió a discutir que A=B, pese a que en la argumentación había yo detectado más de un salto en el vacío (pero no era un tema de mi isla, así que debía callarme). Hasta los asistentes más tenaces habían ido rindiéndose al aburrimiento y desconectando en algún momento del discurso. Así que la segunda premisa se aceptó, sin prestar apenas atención. Ciertamente, si la premisa mayor era verdad (con la erudición que se había empleado para establecerla), más habría de serlo la menor. Por tanto, la prohibición de urbanizar del Plan Insular se había de entender como una recomendación no vinculante y se aceptaba la iniciativa municipal. A otro asunto.
Cuando el placer explota (nos explota) vacía de sensibilidad todo nuestro cuerpo, porque todos los órganos sensoriales estaban excitados en la percepción erótica y sólo en ella. Entonces es como si todo lo que fuéramos (todo lo que sentimos que somos, al menos) fuera el placer ... Y el placer no es corpóreo, por más que salga del cuerpo, dejándolo vació al salir, disolviéndolo. Ha sido ya la explosión y la excitación se ha ido, pero también se ha ido todo estímulo sensorial, se ha ido el cuerpo. Es ese periodo de absoluto abandono sin percepción corpórea lo que quiero seguir llamando orgasmo. No somos cuerpo, somos placer intensísimo sin soporte orgánico; somos, sobre todo, paz.
A otro asunto, sí, pero la premisa menor era falsa, deslegitimizando la conclusión, mas a quién le importa la lógica. Ese mismo día, otro ejemplo parecido: una sentencia judicial que declaraba ilegal lo que había establecido un Plan Z sobre unos terrenos Y. Se trae a colación para discutir una determinación igual del Plan R sobre otros terrenos K. El carácter ilegal de Z sobre Y se amplía a R sobre K; ciertamente es la misma determinación (clasificar terrenos como suelo urbanizable), pero para nada se trata de los mismos supuestos. Aunque, de nuevo, qué más da.
Estar sintiendo que no se tiene cuerpo (no sintiéndolo en absoluto) y que, por tanto, se es algo inmaterial. Esa inmaterialidad es puro placer, prorrogado del placer orgásmico y ahora suspendido, pareciera que eternamente. Cuesta describir con palabras la naturaleza de ese goce, quizá porque cuesta asociar paz, vaciedad, disolución a placer, intensidad, alegría. En ese rato (cuya duración temporal se constata una vez ha acabado) se siente que se entiende, que se alcanzan las verdades sin necesidad de silogismos. Son periodos feraces porque ese fluido incorpóreo que uno es parece contactar, mezclarse, con otros que bullen en torno: ideas, sentimientos, imágenes ... ¿cabe acaso clasificarlos?
En cambio, de las reuniones institucionales que pretenden sustentar en la lógica las decisiones urbanísticas saldría uno sintiéndose estafado si no fuera porque son ya demasiados años. No son los argumentos para buscar la verdad, sino para enmascararla y, así, justificar intereses. A eso se le llama vestir el santo, por más que los vestidos sean todos como el traje del emperador. Y, como en el cuento, cuánta importancia se da a callar sobre las desnudeces, por obvias que sean. A eso se le llama guardar las formas.
Pasado un tiempo (¿cuánto?), uno va recuperando la sensibilidad corporal y, maldita sea, redescubriéndose material. Y nuestra esencia mágica, fluida, desaparece como lo hace la niebla. Te queda la sonrisa tonta de la felicidad, mientras notas los achaques del cuerpo (uno ya no es joven) e intentas en vano apresar las huidizas ideas, imágenes, sentimientos que te visitaron. Habrás de volver a manejarte con los argumentos respetando las reglas de la lógica, aunque no valgan para muchas cosas y se falseen para las que debieran valer. Pero en ese juego seguimos, hasta que seamos muertos que sueñan.
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