Diarios de Fabián Weacock (Nota previa del editor)
Acontecimientos recientes
El presente volumen es la transcripción de las páginas manuscritas que pudieron recuperarse de los cuatro cuadernos que Fabián Weacock guardaba en el escritorio de su despacho de director del Centro de Salud Mental Vega del Jarama, integrado en la red sanitaria pública de la Comunidad Autónoma. Como es sobradamente conocido, dicho centro sanitario quedó asolado por el devastador incendio de la pasada nochebuena. El día veinticuatro, hacia media tarde, una llamada anónima alertó de la colocación de varios dispositivos incendiarios, requiriendo la pronta desocupación del inmueble. Agentes de defensa civil y del servicio antiterrorista, pese a rastrear con las más modernas técnicas todo el edificio, no pudieron detectar nada; sin embargo, a instancias del propio Weacock, se optó por el desalojo de pacientes y personal sanitario, tarea que fue culminada poco antes de las nueve de la noche. El viejo caserón quedó pues vacío, así como los frondosos jardines que lo rodean; la parcela, acordonada en todo su perímetro por las fuerzas de seguridad. Hacia medianoche, en breves segundos, varias explosiones seguidas, rematadas por una traca final tremendamente sonora, dieron paso a una espectacular llamarada que brotaba salvaje hacia el cielo rasgando el lucernario del patio central; otras más pequeñas, como ramas de un mismo árbol ígneo, asomaban por las varias ventanas de ambas plantas. Las labores de extinción fueron largas y penosas; estaba alto el sol cuando se dieron por acabadas. Del elegante edificio fin de siecle quedaba poco más que un esqueleto de hierros y ladrillos; paredes carbonizadas, ventanas sin cristales, los faldones de las cubiertas hundidos en su mayor parte ...
El presente volumen es la transcripción de las páginas manuscritas que pudieron recuperarse de los cuatro cuadernos que Fabián Weacock guardaba en el escritorio de su despacho de director del Centro de Salud Mental Vega del Jarama, integrado en la red sanitaria pública de la Comunidad Autónoma. Como es sobradamente conocido, dicho centro sanitario quedó asolado por el devastador incendio de la pasada nochebuena. El día veinticuatro, hacia media tarde, una llamada anónima alertó de la colocación de varios dispositivos incendiarios, requiriendo la pronta desocupación del inmueble. Agentes de defensa civil y del servicio antiterrorista, pese a rastrear con las más modernas técnicas todo el edificio, no pudieron detectar nada; sin embargo, a instancias del propio Weacock, se optó por el desalojo de pacientes y personal sanitario, tarea que fue culminada poco antes de las nueve de la noche. El viejo caserón quedó pues vacío, así como los frondosos jardines que lo rodean; la parcela, acordonada en todo su perímetro por las fuerzas de seguridad. Hacia medianoche, en breves segundos, varias explosiones seguidas, rematadas por una traca final tremendamente sonora, dieron paso a una espectacular llamarada que brotaba salvaje hacia el cielo rasgando el lucernario del patio central; otras más pequeñas, como ramas de un mismo árbol ígneo, asomaban por las varias ventanas de ambas plantas. Las labores de extinción fueron largas y penosas; estaba alto el sol cuando se dieron por acabadas. Del elegante edificio fin de siecle quedaba poco más que un esqueleto de hierros y ladrillos; paredes carbonizadas, ventanas sin cristales, los faldones de las cubiertas hundidos en su mayor parte ...
Fue entonces, cuando las autoridades sanitarias recuperaron el control, que se constató la desaparición de Weacock. La jefa de enfermeras resultó ser la última persona que lo había visto, cuando juntos dieron una última ronda de inspección por el Centro, más o menos hacia las nueve y media de la noche. Algo después, sobre las diez, con apenas un par de minutos entre ambos, Weacock había grabado dos mensajes en sendos contestadores telefónicos. El primero, en el de la consulta del doctor Francisco Aiza, presidente de la Asociación Española de Psiquiatría; el segundo, en el de la sede barcelonesa de la Agrupación Gestáltica Europea. En ambos decía lo mismo: "Soy Fabián y esto es una despedida; así que ajo y agua, y a olvidarse de mí, hijos de puta". Ambas llamadas fueron realizadas desde un móvil que no volvió a usarse. Pasado el incidente se comprobó que faltaba también uno de los pacientes del Centro, cuya identificación no ha sido facilitada hasta la fecha por la autoridad judicial. No obstante, se sabe que ese paciente era un extraño personaje, de cierta categoría, a quien el director le concedía no pocas prebendas. Se dice, por ejemplo, que pocos días antes del incendio este paciente, acompañado por dos enfermeros, había salido del Centro para gestiones particulares; de hecho, nadie estaba seguro de haberlo visto de regreso.
La publicación de los cuadernos de Weacock no ha estado exenta de avatares. El incuestionable prestigio del profesor, reconocido como una de las mayores autoridades en las patologías esquizoides y un polemista controvertido que estaba aportando nuevos enfoques a la psicología de la conciencia, era motivo más que suficiente para que varias editoriales se interesasen, al certificarse su desaparición y encontrarse los cuadernos, en su publicación. Sin embargo, tanto el doctor Aiza de la AEP, como el señor Marc Caspers de la AGE, se opusieron insistente y aparatosamente a que los cuadernos viesen la luz, argumentando la conveniencia de que fueran previamente estudiados y expurgados por sus respectivas instituciones. Cada uno alegaba presuntas relaciones de colaboración científica con Weacock, llevadas a cabo con intensa afinidad; sin embargo, no aportaron ninguna prueba convincente al respecto, máxime cuando ellos dos eran justamente los receptores de los insultantes mensajes telefónicos. Finalmente nuestra editorial, en la que Weacock ha publicado el grueso de su importante obra, obtuvo la autorización judicial para disponer de los cuadernos y darlos a conocer al público interesado.
Breves apuntes biográficos
Fabián Weacock tenía 49 años en el momento de su desaparición. Nacido en Mendoza (Argentina), con apenas ocho años perdió a sus padres en un accidente de tráfico. Una Fundación benéfica judía radicada en Florida (USA) se ocupó desde entonces de su tutela, de acuerdo a disposiciones testamentarias de Deborah, la madre. Muy poco conocemos de los antecedentes familiares de Weacock, que él procuraba ocultar, cuando no envolver en sombras de misterio. Sabemos, eso sí, que su padre era un ingeniero de origen británico que trabajaba para una compañía ferroviaria en el norte de la Argentina. Archibald Weacock había conocido a Deborah durante la estancia de la joven en Mendoza. Debbie era una joven cubana, se decía que de una muy buena familia de la isla, terratenientes del tabaco; también se decía que viajaba por el continente para mantenerse apartada de la convulsa situación cubana. Fuera verdad o no (otras versiones refieren que la chica era hija ilegítima de un gangster judío que controlaba los casinos de La Habana), lo que parece cierto es que Debbie, de veintidós años, y Archibald, de cuarenta, se conocieron y enamoraron en la fiesta de año nuevo de 1958. El amor fue algo más que platónico y para San Valentín el inglés dejó claro que sabía cuál era su deber de caballero. Así que, en los últimos días del verano austral se celebró la boda y a finales de agosto del 58 nació un niño. Se le llamó Fabián porque tal era el nombre de quien fue su padrino, un mulato enjuto que hablaba con miradas silenciosas y que acompañaba a Deborah en su viaje. Fue este Fabián quien, ocho años después, sin apenas explicaciones, embarcó con el pequeño Weacock en un avión a Miami.
Tampoco tenemos muchos datos del Fabián niño y adolescente. Parece que vivió en diversas ciudades de la costa atlántica estadounidense, siempre en barrios residenciales periféricos y asistiendo a selectos colegios privados. Era un chico extremadamente inquieto pero también muy inteligente; con sólo diecisiete años, ya graduado en biología, aprobó el examen de admisión de Medicina con la mejor nota de su promoción y entró en la Universidad Johns Hopkins, en Baltimore. Desde los primeros cursos, Weacock manifestó sus preferencias por la psiquiatría y, especialmente, por las corrientes más críticas provenientes del psicoanálisis. El propio Weacock, años más tarde, confesaría que la lectura en esos años del libro de Thomas Szasz, El mito de la enfermedad mental (1961), le impresionaría profundamente; tanto que en el tercer curso decidió trasladarse a la Universidad de Siracusa (NY) y convertirse en alumno del célebre psiquiatra de origen húngaro. Al año siguiente, sin embargo, cruzó el país para matricularse en la Universidad de California en Santa Cruz con la intención de asistir a las clases de Gregory Bateson, cuyos enfoques semióticos sobre la esquizofrenia y sus planteamientos holísticos le interesaban sobremanera.
Fabian Weacock tenía veinte años recién cumplidos cuando se instala en California. Probablemente no llegaría a asistir a las clases universitarias de Bateson quien, en ese año 1978, abandona la universidad para pasar los dos últimos años de su vida dirigiendo cursos nada convencionales en el Instituto Esalen. Con casi total seguridad, Weacock seguiría al anciano profesor a esa extravagante institución, en la que se combinaban charlatanerías vacuas de una balbuceante new age con intuiciones geniales de tantos notables que por allí pasaron. Es posible que contemplando los mágicos atardeceres sobre un pacífico tantas veces embravecido contra los acantilados del Big Sur, nacerían muchas de las ideas que Weacock luego habría de desarrollar. También allí, en la costa californiana, conoció a Thalía, una mexicana veinteañera peleada con su millonaria familia del DF y refugiada en Esalen gracias a la generosa asignación de su abuela. Unos cinco años, vive Weacock en California; suponemos que cursó varias disciplinas, completando la licenciatura en medicina y llegando a trabajar en el Mental Research Institute de Palo Alto. En 1981 nace su hija Sarah y unos meses después contrae matrimonio con Thalía.
El periodo californiano toca a su fin en enero de 1983. En esa fecha, Weacock, Thalía y Sarah viajan a Miami convocados por la Fundación que, hasta entonces, le prodigaba un más que generoso sustento económico. Parece ser que la estancia en Florida tuvo por objeto una especie de liquidación financiera, acabando a partir de entonces la vinculación entre Weacock y la misteriosa institución judía. Años después, con motivo de la tan aireada disputa con los laboratorios Novartis de Basilea a propósito de los inhibidores de serotonina en el tratamiento de la esquizofrenia, se publicó en algunos periódicos de países centroeuropeos que la fortuna de Weacock (parte de la cual estaba invertida, justamente, en la industria farmacéutica suiza) tenía su origen en la herencia del multimillonario mafioso Meyer Lansky, precisamente muerto en Miami en enero de 1983. Preguntado al respecto, Weacock eludió cualquier explicación, limitándose a afirmar que, de acuerdo al testamento de su madre, había de acceder al control de su patrimonio al cumplir los veinticuatro años.
En 1985 Weacock y su familia fijan su residencia en Madrid. Antes habían pasado poco más de un año en México DF, tiempo en el que Thalía se reconcilió con sus padres. Durante su estancia mexicana, avalado por su suegro, un importante industrial muy relacionado con el sector biotecnológico californiano, Fabián estrecha contactos con importantes personajes del mundo financiero y académico, rumoreándose que ingresa en distintos círculos más o menos restringidos y más o menos esotéricos. En esa misma línea, se afirma que su desplazamiento a Madrid obedecía a oscuros designios de algún tipo de conspiración secreta. Como fuera, lo cierto es que al poco tiempo de su llegada el nombre de Weacock adquiere notoriedad en los ambientes psiquiátricos y desde entonces ha sido referencia inevitable no sólo en el campo de la salud mental sino en muy diversas áreas de la vida cultural y social española.
Estos últimos veintidos años españoles habrían sido la vida feliz de un profesional de éxito si la tragedia no la hubiese rasgado con un zarpazo cruel y repetido. En el verano de 1987, Thalía y Sarah, de 28 y 6 años respectivamente, mueren en el acto en un brutal choque contra un camión en la autopista de La Coruña. El golpe cambia radicalmente el modo de ser de Weacock; deja de ser una persona alegre y extrovertida para convertirse en un hombre huraño, de exacerbado sentido crítico. Abandona su recientemente ganada cátedra en la Universidad Autónoma y se encierra durante dos años en su casa de la colonia de El Viso, dedicado a la lectura y a la investigación. Ya en los noventa, tras la publicación de su controvertido ensayo Contra casi todos (fobias psiquiátricas argumentadas), vuelve a la vida pública, afianzando su fama de sabio erudito, contertulio incómodo, profesional riguroso, polemista acerbo y misógino insolidario. A pesar de haber siempre negado cualquier concesión a la corrección política (y mucho menos adulado a los poderosos), sus incuestionables cualidades profesionales le granjearon los apoyos suficientes para ocupar cargos relevantes en el sistema de salud, como el que desempeñaba en el momento de su desaparición.
Los cuadernos
Parece bastante claro que en los cuadernos que ahora presentamos Weacock vertía, no muy ordenadamente, sus ideas sobre la esencia de la realidad y de cómo la percibimos, con vistas a una publicación de naturaleza divulgativa. Es fácil colegir que la escritura de cada una de las entradas corresponde a una reflexión a partir de la lectura de alguno de los autores principales en este debate; en cierto modo, no sería muy erróneo afirmar que el ensayo que estas notas esbozan podría haber sido una continuación y profundización de su polémica obra Contra casi todos. Muchos de los autores que entonces eran objeto de sus refutaciones críticas (Jung, Laing, Lacan, Bion, Schneider, Reich, Jaspers, Foucault, Szasz, Bateson ...) son revisitados; pero aparecen nuevos, escasos los provenientes de la psiquiatría/psicología y, en cambio, abundantes los pensadores de otros humanismos, especialmente filósofos y antropólogos. Entre las novedades sobresalen personajes iconoclastas y, sobre todo, materias que tienen poco encaje en los curricula académicos y que suelen agruparse bajo la ambigua etiqueta de esoterismos.
No es nuestra intención pontificar sobre las tesis de Weacock, máxime cuando los propios cuadernos no van más allá de señalar rutas que están muy lejos de ser precisas. Aun así, no creemos errar en demasía, si apuntamos que sus indagaciones desarrollan la identidad esencial entre realidad e información. Somos sólo información; tal es el núcleo subyacente a la materia, a la energía. Weacock parte de la trinidad lacaniana (lo real, lo imaginario y lo simbólico) para admitirla sólo a efectos didácticos, pero negándola como herramienta de conocimiento. De hecho, sostiene, el discernir entre los tres niveles, en vez de ser una nota de salud mental, representa la más profunda limitación del humano y, por ende, su trágica condena existencial. La esquizofrenia aparece, bajo esta óptica, gracias a su confusión decodificadora, como una de las vías de escape de nuestra condición maldita. Aunque no es la única, ni siquiera la más adecuada, debido a las crisis orgánicas y vitales que conlleva, ha sido a partir del estudio de estos pacientes, parece insinuar Weacock en algunos pasajes, y de su correlación con diversas experiencias antropológicas, que se le han abierto otras posibilidades de conocimiento. En este sentido, las notas que en el cuaderno cuarto dedica a las principales obras de Mircea Eliade son sorprendentes y obligarán, sin duda, a una revisión crítica de las tesis clásicas del sabio rumano. Ciertamente, cuesta negar la ilación que propone entre el mito y el sueño, más allá de la barrera de la muerte, así como resulta de lógica necesidad la existencia, aunque solo fuera teórica a modo de una constante física, del decodificador (o codificador, si se prefiere) universal y atemporal, la sustancia a la que Weacock bautiza con el curioso término de necrosomnia.
No sigamos elucubrando y dejemos a los interesados que lean libres de prejuicios las páginas que siguen. Estamos seguros, en todo caso, de que las revolucionarias tesis, que más que sostenerse se apuntan, han de convertirse en material fecundísimo de próximos debates, revisiones académicas, desarrollos científicos, creaciones filosóficas. Pero antes de cerrar la introducción conviene aclarar algunos extremos sobre esta publicación. En primer lugar, como el lector comprobará, el volumen que tiene en sus manos está dividido en cuatro partes, correspondiendo a cada uno de los cuatro cuadernos recuperados. El orden de cada parte de este libro coincide con el orden sucesivo de las páginas del cuaderno de que se trate, que presumimos cronológico (cuando Weacock marca la fecha de lo escrito, se ha dejado constancia de ésta). Sin embargo, parece que nuestro autor escribía en los cuatro cuadernos simultánea, alternativa o aleatoriamente; por tanto, es difícil asegurar las relaciones temporales entre páginas de dos cuadernos distintos. Parece lógico pensar que Weacock dedicaba cada cuaderno a unos propósitos específicos, pero las hipótesis al respecto preferimos dejarlas al lector. Otra advertencia importante es que varias páginas de casi todos los cuadernos estaban muy deterioradas por el fuego, resultando ilegibles; tal circunstancia se hace notar pertinentemente en la presente edición. Por último debemos decir que hay suficientes motivos para pensar que estos cuadernos no eran, en absoluto, el único material, ni siquiera el más relevante, que Weacock estaba produciendo acerca de sus preocupaciones intelectuales. Tenemos casi la certidumbre de que Weacock desapareció llevándose ingente cantidad de información sobre los asuntos de que tratan los cuadernos. Descartado que la presencia de los cuadernos en el despacho del Centro se debiera a un olvido, la pregunta es obvia (aconsejamos que se mantenga en la mente durante la lectura de las siguientes páginas) : ¿Qué pretendía Weacock dejando que se conociera el contenido de los cuadernos?
La canción de Genesis se llama Danzando con el Caballero de Luz de Luna y es de 1973 (como la de Cat Stevens del post anterior). En esos años Peter Gabriel y sus chicos tuvieron algunas experiencias de acceso a niveles paralelos de realidad que luego contaron a Weacock. El caballero de la canción habrá de volver a visitarnos.
Procedencia de algunas de las fotos de este post: La de la arbolada calle de Mendoza pertenece a Febo y está obtenida del Foro argentino de SkyscraperCity; las dos de la Universidad Johns Hopkins (el interior de la Peabody Library y la vista nevada del exterior de Gilman Hall) provienen de la correspondiente página de wikipedia; la de la costa californiana de Big Sur es de kudaker y la encontré en Flickr; la del edificio de Novartis en Basilea pertenece a un reportaje de C. Pascual en la web de El País; la de la vivienda racionalista de la colonia de El Viso, en Madrid (obra de Rafael Bergamín en los años 30) está tomada de un interesante catálogo de arquitectura que habré de revisar con calma; el dibujo de Michel Foucault es de Roy Boshi (alterado digitalmente por mí) y está alojado en wikipedia; la última fotografía, Sombra en Rojo, es de Martín Gallego.
CATEGORÍA: Ficciones
Con tus narraciones consigues enganchar al lector y siempre dejas una puerta abierta, que no siempre hay que cerrar, pienso.
ResponderEliminarTambién, encuentro correlaciones con los distintos personajes que usas en diferentes narraciones que hasta ahora has hecho, por ejemplo el de ser víctimas de accidentes, sobretodo de coche. Es curioso.
un feliz año!
ResponderEliminar¿A dónde nos va a llevar esta historia que comenzó con una receta de pastel?
ResponderEliminarMe tienes intrigada y enganchada.
Besos