La última vez que estuve en Benidorm fue en 2002 o 2003. Pasábamos unos días en Denia, visitando a mi hermana, y nos dimos un salto con las sobrinas a Terra Mítica. Tras el agotador via crucis del parque de atracciones, nos acercamos a cenar a un restaurante en el Paseo que, limitando el casco viejo, se abre a la inmensa playa de Poniente. La verdad es que apenas tuve tiempo de patear esa megalópolis turística y confrontar su aspecto de principios del XXI con el que había conocido con cierto detalle a principios de los ochenta, tras la lectura del pionero libro de Mario Gaviria (en esos días yo era alumno suyo en un curso de doctorado de la Escuela de Arquitectura de la Politécnica madrileña). Años antes, de niño, pasé una quincena veraniega en la todavía embrionaria ciudad vacacional. La cosa es que desde hace tiempo, viviendo en una isla turística y dedicándome a la reflexión y planificación urbana en espacios turísticos, me repito con cierta frecuencia que debería darme un salto a la ciudad alicantina “por motivos profesionales”. Y lo haré; el día menos pensado, sin necesidad de pensarlo mucho, me doy un salto.
Pero si se me ha ocurrido escribir sobre Benidorm es por culpa de una foto que aparece en último post de Julian Bluff a propósito de los Diarios de Iñaki Uriarte. Se trata de una imagen en la pantalla del ordenador de Bluff que muestra desde arriba el famoso “Balcón del Mediterráneo”, nombre con el cual se conoce al mirador construido en la Punta o Cerro de Canfali, sobre los restos del Castillo de Benidorm del cual solo quedan en pie los arcos que dan entrada a la Plaza del Castillo. Lo cierto es que al ver esa foto mi sensibilidad estética ha recibido un mazazo, un fortísimo impacto que sin duda no fue señalado en la Declaración de ídem que a lo peor requirió esa actuación. El caso es que casi puedo asegurar que en ninguna de mis visitas a Benidorm he estado allí porque, si hubiera estado, no lo habría olvidado. Supongo pues que se trata de una intervención pública (municipal probablemente) para acondicionar un punto extraordinario de la topografía costera a fin de que los residentes y visitantes puedan disfrutar de las sin duda maravillosas vistas. Y teniendo en cuenta dónde estamos, no tengo nada que objetar a las intenciones de quienes impulsaran esta actuación. Pero, por todos los santos, habría sido prácticamente imposible hacer algo más feo.
Me asaltan desgarradoras tentaciones de ensañarme con esta cursilería vomitiva, este engendro que atenta contra las más elementales reglas del buen gusto, este pecado mortal de horterada en grado sumo. Podría cebarme en la descripción prolija del catálogo de desafueros estéticos, con los que los promotores han mancillado hasta la más banal vulgaridad un enclave maravilloso de la costa. Pero me resisto y obligo a la contención, que es virtud que todos debemos practicar. Me limito pues a ilustrar este post con imágenes obtenidas de la red de este popular balcón, a la espera de que yo mismo, en un día no lejano, pueda obtener fotografías propias, para mi personal catálogo de fealdades. Entre tanto, procuraré enterarme de las circunstancias de esta intervención urbanística, que seguro que son sabrosas.
Casi nunca suscribo el tópico de que una imagen vale por mil palabras, pero en este caso… bueno, en este caso creo que tus palabras quedan perfectamente avaladas por las imágenes. Se ha usurpado por la fealdad hortera una punta rocosa privilegiada. Es sencillo comparar este horror con intervenciones estéticamente mucho mejores, integradas y discretas como las de César Manrique en Lanzarote (Mirador del Río, por ejemplo), aunque claro yo hubiera preferido que no hubieran colocado el puñetero balcón cutrehortera, que hubieran dejado esa punta sin intervenir, pero eso es demasiado utópico.
ResponderEliminar"Se ha usurpado por la fealdad hortera una punta rocosa privilegiada". Espléndidamente expresado y, por supuesto, coincido al 100%. Lo que ya no tengo tan claro es que sea mejor no intervenir. Ten en cuenta que soy arquitecto, me han formado para intervenir, para modificar el medio "natural". Por eso probablemente me cuesta admitir como dogma que sea mejor no ha cer nada; más bien tiendo a pensar que podemos "mejorar" el espacio previo, incluso aunque sean sitios "privilegiados". De hecho, podría darte una serie de ejemplos en los que, para mí, el lugar está mejor tras la obra humana (la arquitectura) que antes. Ciertamente, el objeto del post no es uno de tales ejemplos, sino de lo contarrio, lamentablemente lo más frecuente.
EliminarCada vez hay más "intervenciones" buenas y malas estéticamente en el planeta. Especialmente en zonas frágiles por ser lineales, como las costas, así que no intervenir parece un avance.
EliminarY además, en mi primer comentario te menciono intervenciones aceptables y hermosas como algunas en Lanzarote
EliminarSí, hombre, estoy de acuerdo, no te piques. En todo caso, ante la profusión de "intervenciones" estoy de acuerdo contigo en que cada vez es más necesario el principio de prudencia y, si no está muy convencido, mejor no hacer nada; en especial en espacios frágiles y escasos, ciertamente.
EliminarLo edificante de esas imagenes, que para edificar gentes se hacían las catedrales y los bancos, es que te vuelves muy desconfiado de la especie y te dan ganas de retirarte a un convento, como Carlitos el primero o al campo, como Lansky. Todos beneficios, sin duda.
ResponderEliminarCreo que ni viéndolo así ...
EliminarEn la "Feria de Sevilla" es típico acudir a última hora, antes del retorno al hogar, a "los buñuelos". "Los buñuelos" son unas casetas que montan los calés, junto a los coches de choque y la noria ("los cacharritos" los llaman allí) llenas de gasas y organdís de color blanco nuclear, para surtirles de grasas (grasas de las ricas) a los payos pasados de copas y que así, al día siguiente, la resaca no les golpe tan duro a los pobrecillos. A mí me encanta ir a "los buñuelos" están justo donde tienen que estar y son justo como tienen que ser. Y es que...
ResponderEliminar... tener de verdad buen gusto, va a conllevar tenerlo un poco peor, o incluso malo, cuando la ocasión lo demande. ;-)
Las muestras del mal gusto valen para que apreciemos las intervenciones bien hechas, hasta ahí puedo admitirte. En todo caso, me es difícil saber cuándo la ocasión demanda el mal gusto, pero en fin. Tu ejemplo de la feria sevillana (a la que nunca he asistido) tiene el atenuante de que esas casetas son temporales, imagino. La truculenta glorieta perpetrada en la roca litoral de Benidorm se hizo con absoluta vocación de permanencia y parece que es muy del gusto de visitantes y residentes. Y es que, el mal gusto es mucho más democrático y así nos va.
EliminarVisto desde arriba, el mirador tiene la silueta de una pala, en serio...
ResponderEliminarTambién de una catapulta ...
EliminarEstuve en Benidorm un día, hace cuarenta y cinco años, una rápida excursión desde Alicante; y ya entonces, menos sensible yo a mis doce años y menos arrasado él por el antiurbanismo y el turismo de masas, me pareció un lugar horrendo y francamente digno de ser evitado. Lo hice escrupulosamente durante muchos años hasta hace unos trece o catorce, en que volví a aventurarme allí, esta vez desde Valencia. Solo las conveniencias sociales más arraigadas me impidieron escapar pidiendo socorro y cagándome a gritos en el padre de la administración urbanística valenciana, si lo tiene conocido. (Descendí canónicamente hasta el balcón de tus fotos, autopropuesto emblema de "lo mejorcito" de este supuesto paraíso, y lo que allí experimenté aún puebla mis sueños más desesperanzadores y pegajosos, los que padezco a veces en noches de exceso de problemas laborales y de féculas en la cena). Lo siento, pero no puedo compartir el tolerante criterio de Bluff sobre las distintas modalidades del buen gusto. Benidorm ha segregado en mi ánimo, enquistándolo como una perla en su ostra, todo un arquetipo de "vacaciones en el Mediterráneo" que ha encaminado resueltamente mis pasos estivales hacia el Cantábrico, el Pais Vasco, Asturias, Galicia, Cantabria... paisajes verdes y agrestes, pueblos de verdad, lluvia, helechos y pastos en abundancia. Todo lo que menos se parezca, menos evoque y más niegue el espantoso mundo de arenales al sol, rascacielos al borde del mar tibio y manso, chiringuitos con música ramplona a gran volumen y muchedumbres sudorosas en camiseta y chanclas que, con injusta generalización de la que Benidorm es el principal responsable, supone para mí la mera y espantosa idea de acercarme al mediterráneo español entre junio y septiembre.
ResponderEliminarA mí, en cambio, Benidorm no me parece un absoluto horror, incluso le reconozco un cierto interés y hasta validez, siempre que se cumplan ciertos condicionantes (que no es el caso de explicar aquí). Distinto es que ese entorno urbano sea el hábitat que me apetece para unas vacaciones, pero entiendo que sí lo sea para mucha gente. Ya puestos, mayor "aberración urbanística" es Manhattan, una isla plana, en un emplazamiento privilegiado, que han densificado hasta lo imposible (y en ese exceso está en gran medida la clave de su belleza).
EliminarAhora bien, aunque podría discutir mucho sobre la estética de Benidorm y la validez de ese modelo de "ciudad-vacacional" y ser entender tolerantemente posiciones divergentes (al fin y al cabo, tampoco es que mis ideas al respecto estén firmemente asentadas), sobre lo que no admito discusiones es respecto de la absoluta fealdad del mirador de marras.
Suscribo totalmente el repudio, que tan bien describe Vanbrugh, a veranear en horrendos sitios como este. Ahora bien, desde el punto de vista del consumo de recursos es mucho peor la generación de innumerables colonias de chalés dispersos con su correspondiente parcelita por todo el litoral mediterráneo, y es mejor concentrarlas en poco espacio y en horrendas torres a cambio, eso sí, de, insisto, no intervenir en el resto de la costa. Esa era la tesis de Mario Gaviria al que Miroslav cita en el post (a Gaviria no a la tesis) y la mía.
EliminarVanbrugh,
EliminarLo que tu opinas, es lo que probablemente opinaría Jeeves, Bertram Wilberforce -el verdadero aristócrata, el aristócrata "ad naturam"- no creo que estuviese de acuerdo.
Como le dije a Vanbrugh, el modelo urbano al que responde Benidorm da para muchas discusiones que no era cuestión en desarrollar aquí. En todo caso, el argumento que ha citado Lansky (intensificación edificable en poco espacio) es uno de los argumentos que me parecen más relevantes. Lo de que esas torres sean o no horrendas es discutible y, en todo caso, no una necesidad (hay rascacielos preciosos).
EliminarBertie no estaría de acuerdo conmigo, muy probablemente. Ni en desacuerdo. El verdadero lechuguino -Wooster, como yo, es plebeyo, no tiene título; los títulos no dejan de ser un exceso ostentoso ligeramente falto de buen gusto- no opina más que de lo que le concierne directamente. Sabe qué palo de golf debe usar en cada ocasión, qué corbata y qué sombrero, y en casa de qué amigo quiere pasar el fin de semana, y qué proporción de soda debe añadírsele al whisky, y sobre todas estas cuestiones, y similares, tiene opiniones firmes y bien formadas, que es capaz de argumentar muy sólidamente. Sobre urbanismo, política, literatura, arte o cualquier otra cuestión general que no le afecte personalmente de modo inmediato, no opina, y mucho menos discute, que es una cosa cansadísima. Ocuparse de ese género de asuntos es una de las muchas cosas para las que, con excelente criterio, contrató a Jeeves, y se fía por completo de lo que Jeeves dictamine. Como yo.
EliminarSeguro que inspiró a los creadores del juego Minecraft, la versión creativa, en la que alicatas hasta el mar...¡ay madre!
ResponderEliminarNo conozco el juego ese pero en lo de alicatar los valencianos son peligrosísimos.
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