En 1500, Durero tiene veintinueve años y está en la mitad de su vida (aunque no lo supiera, claro). Ha acabado ya su etapa de aprendizaje, es un grabador reconocido, de los mejores de Núremberg y allí, en la cuna de la imprenta, estaban los mejores en esos tiempos de grandes cambios. El aspecto del artista lo conocemos bien, porque él mismo se dejar constancia del pasar de sus años. El primer autorretrato que nos ha llegado es un dibujo sobre papel con trece años. En 1493, con veintidós, pinta el primero en óleo, y cinco años después el que se conserva en El Prado. No es mucho el tiempo que separa estos dos lienzos y sin embargo el cambio de imagen es notable: el chico joven ha dejado paso a un hombre. Ese aspecto físico se mantiene en el siguiente autorretrato, el que ahora nos interesa (Alte Pinakothek de Múnich): barba recortada, melena rubia rizada, ropa de calidad que denota la prosperidad social de que disfruta. Pero lo más destacado de este óleo es la mirada hierática, perdida hacia el infinito; el pintor se representa a sí mismo al modo en que la tradición flamenca mostraba a Cristo.
Saltemos ahora casi tres siglos y medio, hasta 1840. Joseph Mallord William Turner tenía entonces sesenta y cinco años, un viejo excéntrico, sin casi amigos y cada vez más obsesionado por la luz (dicen que sus últimas palabras fueron “el sol es Dios”), sus cuadros cada vez más impresionistas, más abstractos casi. La esclavitud había sido prohibida en el imperio británico en 1833 pero todavía continuaban cruzando el Atlántico barcos con seres humanos encadenados, a quienes no había reparo en arrojar por la borda si así convenía. Turner era un activo militante contra la trata; muy impresionado por la lectura de un libro de Thomas Clarkson, el conocido abolicionista, pinta The Slave Ship, una maravillosa marina en la que un barco navega al atardecer ante un tifón que se aproxima. El óleo es una espectacular explosión de color, una fantástica muestra del poder creador de la luz. El cuadro lo presentó en una conferencia antiesclavista a la que asistió el príncipe Alberto, consorte de la reina Victoria. Fue adquirido nada menos que por John Ruskin quien aseguró que si tuviera que quedarse con una sola de las obras de arte que produjo Turner, escogería ésta.
Picasso en 1937, cincuenta y seis años, artista consagrado, el pintor más admirado en todo el mundo. España está en guerra, Azaña lo ha nombrado director honorario del Prado; realiza en enero el Sueño y mentira de Franco, dieciocho escenas pensadas para reproducirse como postales en las que denunciaba el golpe de estado fascista; en la Exposición Internacional de París de ese año se presenta el Guernica. La madre con hijo muerto de ese inmenso lienzo es un motivo sobre el que trabaja obsesivamente durante ese otoño, produciendo diversas variaciones de una mujer que llora (con las lágrimas y el pañuelo que no aparecen en el Guernica) y que representa el dolor y sufrimiento asociado a la Guerra Civil. La versión final y la más conocida de esta serie –la que reproduzco– se conserva en la Tate Modern londinense; otra previa, en tonos verdosos, fue adquirida por la National Gallery of Victoria de la ciudad australiana de Melbourne en 1985 por 1.600.000 dólares. Apenas un año después, el sábado 2 de agosto de 1986, el cuadro fue robado de modo muy similar a como se robó en 1911 la Mona Lisa del Louvre (asunto al que dediqué unos posts hace años). Un grupo que se denominaba “Terroristas Culturales Australianos” reivindicó el robo y amenazó con destruirlo si el gobierno no aumentaba en un 10% el presupuesto de cultura y no instituía un concurso para jóvenes artistas que llevara por nombre Rescate Picasso. Diecisiete días después, gracias a una llamada anónima, se recuperó el lienzo en la consigna de una estación de ferrocarril de Melbourne. Nunca se descubrió a los culpables.
Richard Lindner fue un pintor tardío. Formado como ilustrador en Baviera, escapó de Alemania con la llegada de los nazis y terminó instalándose en Nueva York y nacionalizándose estadounidense en 1948. En el 54, ya cincuentón, tiene su primera muestra individual y a partir de entonces se dedica plenamente a la pintura. Se le encuadra en el pop-art y, en efecto, a ese estilo remiten sus colores planos y chillones con reminiscencias de la estética de los comics. Pero también dicen que no encaja ahí del todo, que se percibe en sus obras huellas del expresionismo alemán que probablemente integrara de sus vivencias juveniles. Lo cierto es que sus cuadros resultan algo inquietantes, amenazadores a veces. Éste que reproduzco se llama Woman and Man, pintado en 1970, es buena muestra de su estilo, reflejando una sexualidad ambigua, casi peligrosa. Más representativo me parece su Luna sobre Alabama que puede verse en el Thyssen madrileño.
Y ya que pasamos por Madrid, vayamos a la pinacoteca por excelencia y extasiémonos ante los cuadros de Jeroen van Aeken, conocido como El Bosco, y de cuya muerte se cumplen 500 años este agosto (motivo por el cual tengo entendido que El Prado prepara una gran exposición). Por supuesto, plantémonos ante el tríptico de El Jardín de las Delicias, que Jerónimo pintó ya en su cincuentena, y fijémonos en concreto en el panel derecho, el Infierno o también llamado El Infierno Musical por la abundancia de instrumentos que aparecen. ¿Por qué El Bosco vincula la música a los pecados? En el detalle que reproduzco se ven unos gigantescos laúd, arpa, órgano de manivela, oboe y tambor como instrumentos de infernal tortura; en su derredor condenados sufren o cantan, leyendo la partitura impresa en las nalgas de otro desgraciado; un monstruo azul con cabeza de ave peluda, sentado en un trono-letrina, devora a los condenados y los defeca a una burbuja transparente. Uno se puede pasar horas escudriñando este cuadro, preguntándose por el simbolismo de cada escena, alucinando ante la imaginación de ese flamenco que apasionaba a Felipe II (por eso están tantas de sus obras en España). Pocos pintores han influido tanto como El Bosco en la imaginación y la creatividad de los humanos; y aún sigue asombrando.
Durero, Turner, Picasso, Lindner, El Bosco … ¿Por qué agrupar estos cinco pintores? En realidad, no hago más que copiar a quien ya previamente lo hizo. Y faltan otros más, lo que me da excusa para un segundo post. La pista la doy en el título, pero en todo caso la respuesta estará en la próxima entrada.
Picasso en 1937, cincuenta y seis años, artista consagrado, el pintor más admirado en todo el mundo. España está en guerra, Azaña lo ha nombrado director honorario del Prado; realiza en enero el Sueño y mentira de Franco, dieciocho escenas pensadas para reproducirse como postales en las que denunciaba el golpe de estado fascista; en la Exposición Internacional de París de ese año se presenta el Guernica. La madre con hijo muerto de ese inmenso lienzo es un motivo sobre el que trabaja obsesivamente durante ese otoño, produciendo diversas variaciones de una mujer que llora (con las lágrimas y el pañuelo que no aparecen en el Guernica) y que representa el dolor y sufrimiento asociado a la Guerra Civil. La versión final y la más conocida de esta serie –la que reproduzco– se conserva en la Tate Modern londinense; otra previa, en tonos verdosos, fue adquirida por la National Gallery of Victoria de la ciudad australiana de Melbourne en 1985 por 1.600.000 dólares. Apenas un año después, el sábado 2 de agosto de 1986, el cuadro fue robado de modo muy similar a como se robó en 1911 la Mona Lisa del Louvre (asunto al que dediqué unos posts hace años). Un grupo que se denominaba “Terroristas Culturales Australianos” reivindicó el robo y amenazó con destruirlo si el gobierno no aumentaba en un 10% el presupuesto de cultura y no instituía un concurso para jóvenes artistas que llevara por nombre Rescate Picasso. Diecisiete días después, gracias a una llamada anónima, se recuperó el lienzo en la consigna de una estación de ferrocarril de Melbourne. Nunca se descubrió a los culpables.
Richard Lindner fue un pintor tardío. Formado como ilustrador en Baviera, escapó de Alemania con la llegada de los nazis y terminó instalándose en Nueva York y nacionalizándose estadounidense en 1948. En el 54, ya cincuentón, tiene su primera muestra individual y a partir de entonces se dedica plenamente a la pintura. Se le encuadra en el pop-art y, en efecto, a ese estilo remiten sus colores planos y chillones con reminiscencias de la estética de los comics. Pero también dicen que no encaja ahí del todo, que se percibe en sus obras huellas del expresionismo alemán que probablemente integrara de sus vivencias juveniles. Lo cierto es que sus cuadros resultan algo inquietantes, amenazadores a veces. Éste que reproduzco se llama Woman and Man, pintado en 1970, es buena muestra de su estilo, reflejando una sexualidad ambigua, casi peligrosa. Más representativo me parece su Luna sobre Alabama que puede verse en el Thyssen madrileño.
Y ya que pasamos por Madrid, vayamos a la pinacoteca por excelencia y extasiémonos ante los cuadros de Jeroen van Aeken, conocido como El Bosco, y de cuya muerte se cumplen 500 años este agosto (motivo por el cual tengo entendido que El Prado prepara una gran exposición). Por supuesto, plantémonos ante el tríptico de El Jardín de las Delicias, que Jerónimo pintó ya en su cincuentena, y fijémonos en concreto en el panel derecho, el Infierno o también llamado El Infierno Musical por la abundancia de instrumentos que aparecen. ¿Por qué El Bosco vincula la música a los pecados? En el detalle que reproduzco se ven unos gigantescos laúd, arpa, órgano de manivela, oboe y tambor como instrumentos de infernal tortura; en su derredor condenados sufren o cantan, leyendo la partitura impresa en las nalgas de otro desgraciado; un monstruo azul con cabeza de ave peluda, sentado en un trono-letrina, devora a los condenados y los defeca a una burbuja transparente. Uno se puede pasar horas escudriñando este cuadro, preguntándose por el simbolismo de cada escena, alucinando ante la imaginación de ese flamenco que apasionaba a Felipe II (por eso están tantas de sus obras en España). Pocos pintores han influido tanto como El Bosco en la imaginación y la creatividad de los humanos; y aún sigue asombrando.
Durero, Turner, Picasso, Lindner, El Bosco … ¿Por qué agrupar estos cinco pintores? En realidad, no hago más que copiar a quien ya previamente lo hizo. Y faltan otros más, lo que me da excusa para un segundo post. La pista la doy en el título, pero en todo caso la respuesta estará en la próxima entrada.
Supongo que lo que une todo esto es el videoclip que grabó Dylan para el albúm de la canción Jokerman, mezclando planos e imágenes del músico con otras de la Historia del Arte, como las que mencionas y las que faltan: Mantegna, Goya, etcétera.
ResponderEliminarEn efecto, Lansky. Un lector a quien no le gusta comentar me ha dicho que era demasiado fácil, y que no tenía que haberle puesto el título "Jokerman" al post y mucho menos decir que ésa era la pista. Y es que ciertamente, en estos tiempos de internet, basta con teclear Jokerman para enseguida descubrir que el video promocional de la canción acumula varias obras de arte, entre ellas las que cito.
EliminarPero es que, en realidad, lo de plantearlo como una adivinanza no es más que una excusa de última hora. Descubrí el post hace un par de días (la canción, por supuesto, la tenía muy escuchada) y me gustó. Tanto que me apeteció revisar las distintas pinturas que reproduce, que siempre vale para aprender algo nuevo. Por ejemplo, de Lindner conocía muy poco, tanto de su obra como de su vida. En fin, un entretenimiento ocioso, que procuraré completar con otros cinco cuadros en la siguiente entrada.
Sí, es eso, también aparecen las diosas minoicas, y Munch y su grito y el Moises de Miguel Ángel, e imágenes de aquella actualidad, el hombre en la luna, etc. Un video precioso, como la canción:
ResponderEliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=1XSvsFgvWr0
Nos hemos cruzado.
Eliminar