Después de copular y joder, otra palabra que podría aceptarse como específica para designar la actividad sexual es ayuntar, o incluso mejor en su forma reflexiva, ayuntarse. Etimológicamente no presenta ningún misterio: proviene del latín adiunctus que, a su vez, es un derivado del verbo iungere que, como es bien sabido, significa juntar. Por seguir en el buceo etimológico conviene añadir que iungere a su vez proviene del sustantivo iugum que era el palo con el que se unían los bueyes (el yugo); y si continuáramos llegaríamos a la raíz indoeuropea *yeug, presente en el vocablo sánscrito yogah que –vaya por Dios– significa unión. Pero volvamos al asunto: ayuntarse viene pues a ser juntarse, empleado en acepción genérica, pero más específicamente es realizar el coito, para lo cual, en efecto, hay que juntar los cuerpos (o sea, que en el sexo virtual y/o telemático no cabe en rigor hablar de ayuntarse). El vocablo tiene profunda sonoridad de castellano antiguo y de hecho su uso está documentado desde los inicios del romance, tanto en su acepción genérica como en la sexual. Pero ciertamente ha caído en desuso; salvo para hacer una broma cultista, a nadie se le ocurre hoy hablar (o escribir) de ayuntarse: ¿no te complacería, ángel mío, que gozósamente nos ayuntásemos? Sin embargo, ayuntarse es precisamente lo que a los cónyuges les corresponde, ya que cónyuge también proviene del iugum latino; quiero decir que, al menos etimológicamente, las relaciones sexuales legítimas (dentro del matrimonio, se entiende) no encuentran mejor palabra que la de ayuntamiento, aunque hoy este término quede reservado a la institución de gobierno municipal. Por cierto, durante los primeros siglos del pasado milenio, la palabra ayuntamiento se emplea casi exclusivamente para la reunión de gentes y también para la unión sexual; imagino que el progresivo predominio de la actual acepción habrá ido en paralelo al detrimento de las dos originarias. A estas alturas, en los ayuntamientos no es habitual ayuntarse, aunque quienes allí moran se dediquen con frecuencia a joder.
Creo que en el último libro de Camilleri, relatos cortos, cada uno dedicado a una de las mujeres que han pasado por su vida, ordenados alfabéticamente por sus nombres. No lo tengo a mano, no puedo verificarlo, pero la protagonista era una anciana, la abuela de Andrea quizá, que gustaba de escandalizar y así decía, por ejemplo, esta tarde la pasaré fornicando, o sea, cocinando al horno. En italiano, horno se dice forno porque no ha mutado, como en español, la f latina (furnus) de modo que se hace más evidente la raíz etimológica del verbo fornicar (en italiano fornicare) –otro de los que designan las actividades sexuales–, en la cual no solemos reparar. Pero, ahora que lo hemos hecho, es obligado preguntarnos qué tiene que ver el fornicio (acción de fornicar) con los hornos. Así, a bote pronto, uno se siente tentado de recurrir a alguna de las múltiples metáforas a caballo entre el ingenio y la vulgaridad con que es habitual referirse al coito. Supongamos que los romanos usaban la expresión “meter el bizcocho en el horno”, lo cual es bastante verosímil porque bizcocho es vocablo latino que justamente significaba “cocido dos veces” (bis coctus). Pero la verosimilitud no basta para asentar una etimología; habríamos de revisar los textos clásicos (Marcial, Juvenal, Ovidio, Petronio, Apuleyo …) a ver si mencionan bizcochos y hornos, tarea que brindo gustoso a filólogos aficionados (y si verifican la veracidad de mi ocurrencia que raudos me informen, pues me llevaré una alegría). Pero Corominas acaba con estos divertimentos fútiles aclarándonos que proviene del latín fornix que no es otra cosa que bóveda o arco, ya que bajo estos elementos arquitectónicos (puentes, callejones, soportales) se asentaban las prostitutas romanas para ejercer su oficio. Fornix, a su vez, deriva de fornus debido a la forma abovedada de los hornos, por lo que, en efecto, fornicar tiene como antecedente etimológico a hornear, pero parece que sin necesidad de recurrir a los bizcochos.
Creo que en el último libro de Camilleri, relatos cortos, cada uno dedicado a una de las mujeres que han pasado por su vida, ordenados alfabéticamente por sus nombres. No lo tengo a mano, no puedo verificarlo, pero la protagonista era una anciana, la abuela de Andrea quizá, que gustaba de escandalizar y así decía, por ejemplo, esta tarde la pasaré fornicando, o sea, cocinando al horno. En italiano, horno se dice forno porque no ha mutado, como en español, la f latina (furnus) de modo que se hace más evidente la raíz etimológica del verbo fornicar (en italiano fornicare) –otro de los que designan las actividades sexuales–, en la cual no solemos reparar. Pero, ahora que lo hemos hecho, es obligado preguntarnos qué tiene que ver el fornicio (acción de fornicar) con los hornos. Así, a bote pronto, uno se siente tentado de recurrir a alguna de las múltiples metáforas a caballo entre el ingenio y la vulgaridad con que es habitual referirse al coito. Supongamos que los romanos usaban la expresión “meter el bizcocho en el horno”, lo cual es bastante verosímil porque bizcocho es vocablo latino que justamente significaba “cocido dos veces” (bis coctus). Pero la verosimilitud no basta para asentar una etimología; habríamos de revisar los textos clásicos (Marcial, Juvenal, Ovidio, Petronio, Apuleyo …) a ver si mencionan bizcochos y hornos, tarea que brindo gustoso a filólogos aficionados (y si verifican la veracidad de mi ocurrencia que raudos me informen, pues me llevaré una alegría). Pero Corominas acaba con estos divertimentos fútiles aclarándonos que proviene del latín fornix que no es otra cosa que bóveda o arco, ya que bajo estos elementos arquitectónicos (puentes, callejones, soportales) se asentaban las prostitutas romanas para ejercer su oficio. Fornix, a su vez, deriva de fornus debido a la forma abovedada de los hornos, por lo que, en efecto, fornicar tiene como antecedente etimológico a hornear, pero parece que sin necesidad de recurrir a los bizcochos.
El verbo fornicar está asentado en el latín tardío con la acepción de mantener relaciones con prostitutas pero pronto va ampliando su significado para referirse a cualesquiera actos sexuales que se realizaran fuera del matrimonio. De lo que he podido encontrar por ahí infiero que el principal protagonismo en esta generalización semántica le cupo a la Iglesia; los cada vez más severos defensores de una nueva moral sexual (había que cambiar las relajadas costumbres de aquella Roma pagana) requerían una palabra específica para designar la actividad sexual pecaminosa, la que condenaban desde los púlpitos. Aún así, esta acepción debió tardar en asentarse porque compruebo que en la Vulgata (la traducción de la Biblia al latín que hizo Jerónimo de Estridón en 382) el sexto mandamiento (Éxodo 20,14) se enuncia non moechabaris. El verbo latino moechari significaba cometer adulterio, por lo que quedaban inicialmente exentas las relaciones sexuales entre solteros (por cierto, no conozco palabras en castellano que deriven de moechari), pero supongo que no tardaría en alcanzarles la prohibición. Lo que es seguro es que desde los principios del romance el verbo fornicar está más que asentado (en el Corpus del Nuevo Diccionario Histórico del Español de la RAE hay referencias desde el siglo XII) y también que es el que se emplea para el sexto mandamiento, como por ejemplo en un Fuero General de Navarra del primer cuarto del XIV. Para entonces, la palabra tendría ya el significado que mantiene aún hoy (tener ayuntamiento o cópula carnal fuera del matrimonio) y que produce una serie de vocablos relacionados como, por ejemplo, fornecino que es el hijo bastardo o nacido del adulterio (la cito porque no la conocía, siempre se aprende algo nuevo). Ahora bien, me atrevo a afirmar que la mayoría desconoce el significado preciso de fornicar y la consideran sinónimo de “mantener relaciones sexuales”. Tampoco es que importe mucho porque la palabra ha caído en franco desuso; sería divertido que un marido le propusiera a su mujer pasar la tarde fornicando y ella, pedante, le respondiera que para hacerlo habrían de divorciarse.
Bueno, lo dejo aquí por el momento pero anuncio la siguiente palabra que me apetece repasar y que no es otra que follar, mi preferida pero desde luego tampoco nos vale como palabra específica por considerarse malsonante y socialmente inadmisible. Aún así, en España, es probablemente la que más usamos pero, ¿qué sabemos de ella?
Bueno, lo dejo aquí por el momento pero anuncio la siguiente palabra que me apetece repasar y que no es otra que follar, mi preferida pero desde luego tampoco nos vale como palabra específica por considerarse malsonante y socialmente inadmisible. Aún así, en España, es probablemente la que más usamos pero, ¿qué sabemos de ella?
Qué bueno este paseo por los posibles, o más bien imposibles, modos de referirse a la coyunda carnal. Me ha encantado la retorcida etimología de "fornicar", con ese remoto parentesco con las hornos a través de sus bóvedas. Personalmente me inclino por "holgar". No es que lo use, para ser sincero -con todo, uno aspira a ser comprendido cuando habla, sobre todo en ciertas circunstancias- pero me parece el más apropiado y me gustaría popularizarlo. Sobre "follar", que es el que todos hemos acabado por usar, aventuro mi propia versión, que parece bastante evidente: es "hollar", dejar la propia huella, y aunque pueden buscársele, y hasta encontrarlas, justificaciones más o menos poéticas -coitos memorables, que dejan impresión duradera en los partícipes- me temo que la verdadera es menos defendible: follar, hollar, era algo similar a pisotear, como el que pasa sobre el césped con sus recias botas y lo deja hecho un asco. En fin, así semos. El idioma nos retrata.
ResponderEliminarHombre, Vanbrugh, qué alegría verte por este blog que sin ti no es lo mismo. Me alegra que te haya gustado el paseo que, por si acaso, tiene dos etapas previas y todavía le añadiré alguna más. Todavía no me he puesto con follar, pero tendré en cuenta tus apreciaciones. Holgar no está nada mal, a ver si lo incorporo a mi vocabulario.
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EliminarA mí follar me parece un verbo gozosamente amable.
ResponderEliminarEl lenguaje es algo más que las palabras, como la materia es algo más que los átomos. Además si se utiliza acertadamente el verbo follar, su modo transitivo es muy progresista. Por ejemplo, en lugar de decir “me folle a fulanita” (sujeto masculino, verbo follar, objeto femenino), fulanita dice: “me folle a menganito” (sujeto femenino, verbo follar, objeto masculino: mi sueño) queda muy chulo, y si decimos inusualmente: “nos follamos”, o aún mejor y más juguetón: “nos folleteamos”, queda precioso
A mí en cambio usar follar como transitivo no me gusta nada, ni siquiera en plan reflexivo (nos follamos) aunque te reconozco cierta gracia. Más que follarla o que ella me folle, prefiero follar con ella (y ella conmigo, claro). No sé, no puedo evitar percibir cierta connotación agresiva en el pronombre transitivo.
EliminarMe pasa algo bastante parecido a lo que dice Miroslav con el uso transitivo de follar: mu gusta que alguien y yo follemos, me gusta follar con alguien o que alguien folle conmigo, pero lo de follara alguien (y no digamos ya "follarme" a alguien) o que alguien me folle me suena brutal y agresivo, asimétrico y prepotente. Y me despierta las peores resonancias etimológicas del verbo, ese pisoteo al que antes me refería. Solo hay que pensar en esa simpática expresión, llena de buenas intenciones: "¡Que te follen!". Decididamente, no, no me gusta el modo transitivo de follar, y me resulta todo lo contrario de progresista.
EliminarEn algunos pueblos, los casados son obligados a pasear por un campo con una yunta sobre sus hombros. No sé si será por una broma etimológica o por exceso de literalismo (etimológico).
ResponderEliminarY como ya han dicho algunos, interesante el origen de la palabra "fornicar". Me suena que un conocido me comentó que el colmo de la pobreza de una prostituta romana era ejercer bajo un puente, una vez más bajo un arco.
Por lo visto, ejercer bajo puentes no era el colmo de la pobreza de las prostitutas sino más o menos la norma. Has de pensar que para un romano, ver un arco o bóveda era pensar en prostitutas.
EliminarYa sabrás eso de perro ladrador poco mordedor ... En todo caso, teoría y práctica no son excluyentes y, aunque esté mal vista, la primera ayuda a la segunda (y viceversa, claro). Dicho esto, he de hacer constar que estos posts no van de teoría sexual sino de etimología, pero es que baste que se miente el sexo para que a muchos se le dispare la libido.
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