Era uno de sus mantras, siempre a punto cuando alguien le confesaba su preocupación por cualquier asunto, el que fuera: no te preocupes, ocúpate. Preocuparse, la palabra, se forma añadiendo el pre al verbo ocuparse, así que su significado originario pudo ser hacer algo previamente a ocuparse. Ahora bien, ocuparse viene a ser emplearse en una tarea, es decir, hacer algo; de modo que no tiene mucho sentido un verbo que exprese una acción previa al hacer. O a lo mejor sí, a lo mejor preocuparse habría significado el conjunto de acciones (básicamente mentales, como en efecto lo son) previas a ponerse manos a la obra; preocuparse sería prepararse para empezar a ocuparse. Claro que la preparación no puede convertirse en una acción bastante más dilatada en el tiempo que la propia acción que se supone que se prepara, pero lo cierto es que es usual que las preocupaciones sean más duraderas que las ocupaciones que presuntamente anticipan. De hecho, en esta acepción, preocuparse y ocuparse nunca pueden ser simultáneos. De ahí que la mejor manera de dejar de preocuparse es ocuparse de lo que nos preocupa. Y a la inversa, prolongar la preocupación equivale a no ponerse manos a la obra, con lo cual estar preocupado, al impedir la actuación, contribuye a agravar la preocupación (convirtiéndola en no pocos casos en angustias paralizantes). Ergo, si preocuparse es prepararse para ocuparse, el consejo es acertado: no nos preocupemos (o sólo durante el mínimo tiempo imprescindible) sino que pongámonos lo antes posible a ocuparnos.
Otra interpretación semántica dice que preocuparse no es tanto prepararse para ocuparse sino ocuparse de algo antes de tiempo. En realidad este significado viene a ser el mismo que el anterior porque no puedes ocuparte de algo antes de tiempo (si te ocupas de algo es que no es antes de tiempo). Es decir, que como en la etimología anterior, lo único que hacemos cuando nos preocupamos de algo es darle vueltas al coco sin hacer nada. La diferencia podría estar en que en este caso no estamos cogiendo impulso para empezar a ocuparnos, ya que el momento a partir del cual podemos ocuparnos no está de nuestra mano. La sustancia de la acción (comerse el coco) es más o menos igual, pero en este caso el comportamiento es incluso más perjudicial. Y de hecho, este preocuparse (obsesionarse casi) por asuntos sobre los que no podemos ocuparnos (o, para ser más genéricos, cuyo devenir es independiente de cualquier intervención nuestra) es bastante frecuente; todos conocemos cantidad de personas –cuando no nosotros mismos– cuya principal fuente de sufrimiento es la preocupación por sucesos que aún no han ocurrido y que, además, el cómo ocurran no ha de ser afectado por ninguna acción que pueda acometer el que tanto se preocupa. Así que, si te preocupa algo que aún no ha ocurrido, no te preocupes y espera que ocurra no para preocuparte sino para ocuparte (gestionar las consecuencias). O, como mucho, si crees que tienes capacidad para influir en el devenir de ese algo que te preocupa (aunque no debería) haz lo que corresponda, ocúpate, pero deja de preocuparte.
Non ti preoccupare, Giulio - Simone Cristicchi (Dall'altra Parte del Cancello, 2007)
Me viene a la cabeza –inevitable– la tan conocida plegaria de la serenidad, atribuida al teólogo y politólogo norteamericano Reinhold Niebuhr (Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, fortaleza para cambiar lo que soy capaz de cambiar y sabiduría para distinguir unas de otras). Pues habría que convenir que esos eternos preocupados no han recibido ninguno de esos tres dones, probablemente porque tampoco los desean. Ni tienen serenidad para aceptar lo que no pueden cambiar, ya que se preocupan por ello; ni fuerzas para cambiar lo que sí podrían, ya que no dan palo al agua porque sólo se preocupan; ni tampoco, finalmente, deben saber distinguir lo que podrían cambiar de lo que no. Casi todas las personas que conozco con tendencias "preocupadoras" creo que piensan que no tienen capacidad para cambiar lo que les preocupa. En cambio, muchos de los asuntos concretos que he conocido (siempre futuribles) pertenecían a mi juicio a la categoría de los que se podían cambiar (o evitar que los efectos negativos que se temían); cuando he intentado transmitir al preocupado ese convencimiento mío, he solido encontrarme con un rechazo fatalista, revelador de una grave inseguridad o baja autoestima. Entonces, ya que crees que no puedes evitar lo que va a venir, deja de preocuparte, le decía. Y, si ya me había empezado a hacerme antipático con mi inicial empujarle a la acción, con este tipo de comentarios pasaba a ser definitivamente odioso, alguien incapaz de entender el sufrimiento ajeno: ¿acaso no es normal que me preocupe?
Lo de invocar la normalidad para validar un comportamiento o actitud nunca me ha convencido. Si me ha salido un bulto es normal que me preocupe, pon que me dice queriendo decir: cualquiera en mi situación se preocuparía; es más: cualquiera que sea normal tiene que preocuparse; y, por tanto: lo que pasa es que tú no eres normal. Y pasan los días y no hace sino preocuparse, no va al médico porque está aterrorizada, aunque al final va, y el bulto no es nada ... O es (así fue una vez, en efecto) y entonces la preocupación se intensifica hasta la angustia, y ahí sí que ya casi no se es capaz de ocuparse. Pues sí, claro que entiendo que preocuparse es la reacción natural de los humanos, nacida de un miedo instintivo. Y ya puestos, habré de confesar que me falta habilidad (¿inteligencia emocional?) para en esos momentos ayudar eficazmente a quien se preocupa (y quiero) a que pase a ocuparse (y deje de preocuparse). Naturalmente que preocuparse es tonto e inútil, que la frase que tanto gustaba a mi padre es casi siempre correcta, pero sólo diciéndola no suelen conseguirse los efectos buscados. Y es que no basta con saber lo que conviene ni tampoco con querer el bien de quien sufre, hay que saber cómo ayudar. Nunca advertí en mi padre que esta cuestión le importara. A mí en cambio sí, pese a que tiendo a comportarme de forma muy parecida a como él lo hacía. Por eso, aceptando la plegaria de Niebuhr antes citada, la completaría en mi caso pidiendo más sabiduría (empapada en caridad) pero para ser capaz de ayudar mejor a quienes quiero.
Lo de invocar la normalidad para validar un comportamiento o actitud nunca me ha convencido. Si me ha salido un bulto es normal que me preocupe, pon que me dice queriendo decir: cualquiera en mi situación se preocuparía; es más: cualquiera que sea normal tiene que preocuparse; y, por tanto: lo que pasa es que tú no eres normal. Y pasan los días y no hace sino preocuparse, no va al médico porque está aterrorizada, aunque al final va, y el bulto no es nada ... O es (así fue una vez, en efecto) y entonces la preocupación se intensifica hasta la angustia, y ahí sí que ya casi no se es capaz de ocuparse. Pues sí, claro que entiendo que preocuparse es la reacción natural de los humanos, nacida de un miedo instintivo. Y ya puestos, habré de confesar que me falta habilidad (¿inteligencia emocional?) para en esos momentos ayudar eficazmente a quien se preocupa (y quiero) a que pase a ocuparse (y deje de preocuparse). Naturalmente que preocuparse es tonto e inútil, que la frase que tanto gustaba a mi padre es casi siempre correcta, pero sólo diciéndola no suelen conseguirse los efectos buscados. Y es que no basta con saber lo que conviene ni tampoco con querer el bien de quien sufre, hay que saber cómo ayudar. Nunca advertí en mi padre que esta cuestión le importara. A mí en cambio sí, pese a que tiendo a comportarme de forma muy parecida a como él lo hacía. Por eso, aceptando la plegaria de Niebuhr antes citada, la completaría en mi caso pidiendo más sabiduría (empapada en caridad) pero para ser capaz de ayudar mejor a quienes quiero.
Worried life blues - B.B. King & Eric Clapton (Riding with the King, 2000)
Bien consejo, pero algo ramplón, con perdón para ti y especialmente para tu padre q. e. p. d.
ResponderEliminarUna gacela Thompson camina por la sabana en compañía de otras altamente preocupadas por el imprevisible, pero seguro ataque de los leones (en realidad leonas, que son las que cazan). Pues no, resulta que pastan apaciblemente, pero alertas, y sólo se ocupan de correr y escapar cuando el ataque por fin se desencadena. Es decir, se ocupan cuando llega el caso, pero no se preocupan antes. Lógico, leones y gacelas comparten el mismo hábitat y no pueden hacer nada por evitarlo. Se ocupan, pero no se preocupan. Sabiduría animal. Ahora bien, el encéfalo y especialmente el neocortex altamente desarrollado de los humanos nos hace animales distintos del resto, y no podemos evitar del todo preocuparnos. Adiós al arte y a todas y cada una de las tragedias de Shakespeare si fuéramos meras gacelas, o incluso leones o lo que sea. Si solo nos ocupásemos y no nos preocupásemos. Como hormiguitas laboriosas ¿Qué horror!
¿Ramplón? Bueno, quizá, aunque yo no usaría ese término en concreto. Lo que sí es cierto es que está ya muy manido, sobre todo a través de la pléyade de manuales de autoayuda. Pero ten en cuenta que la frase de mi padre la escuché hará medio siglo, y por aquellos tiempos, al menos en estos lares, no era tan habitual.
EliminarDe otra parte, todo es cuestión de equilibrio y, en efecto, "preocuparse" moderadamente, no demasiado tiempo y, sobre todo, sin que ello implique la inacción, no es malo. Lo que sin duda es verdad es que es muy humano. Ahora, decir que sin preocupaciones no habría arte me parece demasiado radical; al menos tendrías que argumentarlo más. Pero ya digo, seguramente el preocuparse al que me refiero (y mi padre) puede que no sea exactamente el mismo del que tú hablas.
Discúlpame, pero creo que no necesito argumentarlo más. Basta con leer a Shakespeare, a Cervantes, a Chejov, etc... No hablan de ocupaciones, sino de las preocupaciones de los seres humanos, de la envidia, de los celos, del odio, del amor...
EliminarTú no usarías el término 'ramplón', pero yo es evidente que sí. ¿Medio siglo? Séneca escribió sobre eso de ocuparese y preocuparse un par de milenios antes, como muchos otros estóicos y noestóicos.
Insisto, creo que lo que llamo en este post 'preocupaciones' no es exactamente lo mismo a que tú te refieres (los ejemplos que poner los calificaría de 'sentimientos', 'emocionse', etc).
Eliminar'Ramplón' quiere decir vulgar, chabacano; por eso no usaría el término. He supuesto que querías aludir a que es un consejo muy 'manido' (aunque ramplón no significa eso) y con tal acepción te lo acepté. Aunque, vuelvo a insistir, hace cinco décadas no lo era tanto (por más que Séneca ya hubiera hablado del tema).
Tienes razón en lo de ramplón, está mal elegido el adjetivo y puede resultar hasta insultante, quería decir 'trivial', ‘que es sabido por todos’.
EliminarNo llevas en cambio razón, en mi opinión claro, en lo de que yo no hablo de preocupaciones sino de emociones, pues las que cito son ambas cosas, como es casi lógico. Se puede andar preocupado por un problema matemático, esa es la acepción de ‘antes de ocuparse’ (pre-) de dicho problema, pero lo habitual es andar preocupado por si tu novia te deja o por si te despiden del trabajo, cosas que quizás no estén en tu mano remediar, pero que te preocupan pese a todo, te ocupes o puedas ocuparte o no.
En fin, está claro que mi ejemplo zoológico inicial no te ha interesado ni ocupado ni preocupado, pero a mis clásicos respétalos un poco (es broma)
Sí, llevabas algo de razón. Este consejo tiene diversas variantes, la que conocí fue el proverbio árabe (en la url conoceréis otras dos variantes):
ResponderEliminarSi tiene solución, ¿por qué te preocupas? Y si no la tiene, ¿por qué te preocupas?
https://es.wikiquote.org/wiki/Proverbios_%C3%A1rabes
Sin duda, se parece mucho a la plegaria de la serenidad de Niebuhr, con el matiz de que parece menos individualista: Niebuhr asume que la solución del asunto que nos preocupa depende de nuestra fortaleza, mientras el proverbio habla simplemente de la solución, pues puede que no dependa de nosotros en última instancia (por ejemplo, una sequía tiene solución en una época de lluvias).
De todos modos, como comenta Lansky, nada más humano que preocuparse, pues está íntimamente relacionado con nuestra superior capacidad para predecir fenómenos según los indicios.
Todo es una cuestión de grados: ni andar siempre obsesivamente preocupado, que supongo es una enfermedad mental o conduce a ella, ni pretender sólo ocuparse ramplonamente de lo que supuesta o realmente se puede resolver, ya que la cuestión esencial radica en la sabiduría de la tercera parte de la oración de Niebuhr, que es la que nos hace humanos; las dos primeras, en cambio, sólo son recetas para andar por casa, nunca mejor dicho.
EliminarEs cierto que el tercer ruego es el más importante, y sin duda depende de nosotros.
EliminarLos tres ruegos me parecen muy pertinentes. Es muy frecuente no tener el valor o la fuerza para intentar cambiar lo que sabemos que se puede y se debe cambiar. Y también, el empeñarse en darse cabezazos contra algo que no puede cambiarse y lo sabemos.
EliminarInsisto en la relevancia del tercero
EliminarHay preocupaciones que son el preámbulo para ponernos manos a la obra, es como el pistoletazo de salida, el impulso para coger el toro por los cuernos e intentar eliminar ese estado de preocupación, pero hay otras preocupaciones que son premeditadas, aprendidas, recurrentes y sin intención de eliminarse, son estrategias para obtener un doble beneficio que es que te descarguen de tus ocupaciones pendientes otros y además desahogarte, cagalástimas victimistas tan reforzados siempre en esta sociedad. Definitivamente la sabiduría es lo que te da la serenidad y la fortaleza, y sobre todo te hace ser responsable de tus preocupaciones y/o ocupaciones.
ResponderEliminarLa preocupación como estímulo, advertencia para ponerse manos a la obra me parece indispensable. Pero no creo que ese estado mental mi padre lo calificara de preocupación. Él (y este post) se refería a las otras preocupaciones. Y me parece muy pertinente tu comentario, refiriéndote a algo de lo que no he hablado: que muchas veces esas tendencias a las preocupaciones recurrentes y paralizantes son estrategias psicológicas para escaquearse. Y no necesariamente estrategias conscientes.
EliminarComo consejo lo adscribo a la categoría de:
ResponderEliminarA Dios rogando, pero con el mazo dando
Creo que lo que cuentas del bulto es un buen ejemplo de que lo que hay que hacer es ocuparse y no preocuparse.
Por otro lado está el hecho de que los seres humanos nos preocupamos de aquello que no podemos ocuparnos; como por ejemplo de que nuestros hijos sean felices en su matrimonio, que no les pase nada cuando salgan de noche... Lanski, como de costumbre, lo calza con su ejemplo de la gacela.
Y cambiando de tema, y volviendo al post anterior, no te ofendas ni te molestes; pero chico, seis hijos y tener desavenencias sexuales con su mujer... Puff, hubiera dado algo por oír esa conversación.
No conviene equiparar en humanos frecuencia placentera de actividad sexual con número de hijos; de hecho, sospecho que son variables independientes
EliminarTe quedaste intrigado, Números :)
EliminarMuy brevemente. A mi madre el sexo le parece repulsivo pero era una obligación del matrimonio cristiano para traer a este mundo hijos. Cuando mi padre tenía unos sesenta, aprovechando una mudanza de domicilio, decidió que cada uno tuviera su propio dormitorio individual; al fin y al cabo, ya había cumplido sobradamente con sus deberes maternales. Supongo que ya desde antes le venía negando o al menos rehuyendo sus "favores" a mi padre, pero ese fue el acto de clausura definitiva.
Y mi padre, según sorprendentemente le confesó a mi hermana unos pocos años después, esa actitud la llevaba muy mal. ¿Satisfecha tu morbosa curiosidad?