La estrategia de Víctor, vista a toro pasado, era bastante simple. Primero consiguió convertirse en el hombre de absoluta confianza de Pedro, el joven consejero. Hay que decir que desde siempre Víctor había mostrado altas habilidades sociales, una actitud abierta y extrovertida que exhibía, sobre todo, en ambientes con suficiente densidad de personajes poderosos. En cuanto detectaba a alguien con poder o que él preveía que habría de tenerlo (y aunque esto sea mucho más difícil es sorprendente el porcentaje de aciertos en sus apuestas), se lanzaba a la conquista, en la que rara vez fracasaba. Las que sin duda eran dotes innatas las había desarrollado hasta el virtuosismo durante sus años en el competitivo mercado profesional, y cuando volvió a la Administración era un hombre con múltiples y sofisticados recursos en el complejo arte de la manipulación psicológica. Por supuesto, en términos generales, sus víctimas más fáciles eran los políticos: le bastaba toquetearles con gracia sus infladas vanidades para que se desmoronaran cualesquiera reticencias ante el simpático ingeniero. En el tiempo en que trabajó cerca de mí pude observarlo ejerciendo lo que solemos llamar, con equivocado desprecio, el peloteo a muy variados políticos y, especialmente, al que era responsable de nuestra Área. Desde fuera uno se asombraba de que aquéllos no se dieran cuenta de cómo los estaba titiriteando descaradamente; pero no, no se daban cuenta y, al final, comprendías que Víctor era un maestro en ese oficio, por más que me pareciera vil y repugnante.
A nuestro consejero, desde luego, lo tenía abducido, lo había convertido sin apenas esfuerzo en una marioneta. Era tronchante (o patético, según se mire) escucharle en alguna de las reuniones a las que nos convocaba los lunes y comprobar cómo repetía argumentos de Víctor, con frecuencia expresados con sus propias palabras; parecía que asistíamos al espectáculo de un ventrílocuo. Dueño pues de Pedro, el siguiente paso de la estrategia de Víctor consistió en ir instilándole calculadas dosis de ponzoña destinadas a ensuciar la imagen de Ángel. Previamente a iniciar su campaña, se aseguró de convencer al consejero de que, pese al rechazo que le mostraba Ángel, él nunca había dejado de tenerle aprecio, que seguía queriéndolo y, por tanto, deseaba su bien. Justamente por ello le preocupaban algunos asuntos que llegaban a sus oídos y que podían redundar en graves perjuicios para su amigo. Y justamente por ello se lo contaba a Pedro para que entre ambos encontraran los modos de ayudar a Ángel, casi de salvarlo de sus propios demonios. Más o menos, éste fue el planteamiento de la que podemos llamar la primera fase, que se centró en el “descubrimiento” de graves vicios personales de Ángel que había que evitar que se hicieran públicos para que su carrera e incluso su vida no se fueran al garete. Con gran habilidad, el primer acto lo escenificó a través de persona interpuesta –tirar la piedra y esconder la mano–, previendo acertadamente que el consejero lo llamaría para pedirle consejo; de este modo reforzaba aún más su credibilidad.
La persona que se convirtió en instrumento de Víctor fue una chica joven, una jurista que llevaba sólo unos meses con contrato laboral en el servicio de Pedro. Se llama Cristina (Cristi la decimos todos) y, sin ser un bellezón, no está nada mal. Profesionalmente, claro, muy verde, pero apuntaba maneras y, sobre todo, exudaba ambición. No puedo sino elucubrar el proceso mediante el cual fue captada por Víctor, cómo decidió que le convenía apuñalar a su jefe para mejorar en su carrera administrativa. Según he sabido bastante después de los hechos, el mecanismo de relojería se puso en movimiento con una visita de Cristi al médico de empresa para pedirle una baja por un cuadro de depresión y ansiedad. Entre lloros le contó que se sentía acosada por Ángel, quien, con la excusa de que tenía trabajo atrasado, la obligaba a hacer más horas que al resto del servicio y, además, la amenazaba con que no renovarle el contrato. Tenía mucho miedo, aseguraba, y no se atrevía a pedir ayuda a nadie. De otra parte, aunque todavía no había ocurrido nada, temía que su jefe le exigiera algún tipo de favor sexual para seguir en el puesto. En las últimas tardes que se había quedado sola en el despacho, Ángel había aparecido sin hablar y ella se había notado evaluada como si fuera ganado, la mirada de él recorriéndole el cuerpo, una sensación inquietante y asquerosa. La actuación de Cristi tuvo que ser muy convincente porque el médico, en efecto, le dio la baja por dos semanas y la pertinente receta de pastillas. Pero, como empleado de la institución, tenía que llevar tan grave asunto a las instancias adecuadas, en concreto a la directora de personal.
La directora, una persona con larga experiencia en estos asuntos y de sobra consciente de que han de llevarse con mucho cuidado, habló a solas con Pedro, nuestro consejero, para aconsejarle que hiciera algunas gestiones discretas a fin de evaluar la gravedad del caso y decidir las acciones más convenientes. Pedro, obviamente, llamó a Víctor, su siempre hombre de confianza y más en algo tan delicado. Víctor expresó su sorpresa ante la noticia y, demostrando su lealtad al antiguo amigo, le hizo saber al consejero que dudaba mucho de la veracidad de las acusaciones (e insinuaciones) de Cristi; probablemente, le dijo, la chica le ha cogido ojeriza y/o ha interpretado mal gestos o palabras. Pero, en todo caso, se ofreció para gran alivio del consejero a tantear personalmente a Cristi. Unos días después volvieron a reunirse el consejero y su consejero. Tras haber hablado con Cristi, Víctor ya no se mostraba tan seguro de la inocencia de Ángel; no es que lo condenara abiertamente pero dejó ver a Pedro que era posible que el antiguo amigo hubiera traspasado límites prohibidos: siempre es mejor sembrar dudas que ser taxativo. No obstante, insistió en que había que resolver la crisis sin que Ángel quedara afectado; lo mejor era no decirle nada. Se trataba de un funcionario con treinta años de antigüedad el escándalo que se provocaría salpicaría inevitablemente a la institución; además, tampoco tenemos pruebas concretas. La solución de Víctor consistía en trasladar a Cristina a otro departamento, a un puesto mejor y además ofrecerle una plaza de funcionaria. Como pude confirmar años después, esta era el precio pactado por la felonía (a fecha de hoy, Cristi sigue siendo jefa de sección en otro servicio administrativo de la casa y, según me dicen, es una funcionaria bastante apreciada y con excelentes perspectivas). En cuanto a Ángel no se tomaría ninguna medida pero a partir de entonces las sombras de la sospecha le cubrieron y su comportamiento quedó bajo la observación suspicaz de los pocos que supieron del incidente.
Esto ocurrió hace unos tres años, en el último de la pasada legislatura. Por entonces yo no me percaté de nada, tampoco de ningún cambio en la actitud del consejero hacia Ángel. Sin embargo, como he sabido hace poco, ese cambio se produjo y Ángel lo notó. No es de extrañar. Habría sido muy difícil que un tipo joven y no precisamente inteligente hubiera sido capaz de disimular sus reticencias ante uno de sus jefes de servicio del que pensaba que había acosado a una empleada. Supongo que Pedro se repetiría a sí mismo que no estaba probado, que Ángel podía ser inocente, pero es fácil concluir que pesarían más los prejuicios maliciosos que la frágil “presunción de inocencia”. De modo que podemos imaginar que en las reuniones para despachar los asuntos del Área, el consejero se sintiera incómodo ante su jefe de servicio y esa incomodidad se trasluciera. También parece lógico suponer que Ángel se daría cuenta: se trataba de un hombre con mucha más experiencia y que llevaba ya tres años con Pedro. Lo que no parece que llegara a descubrir por entonces (pero sí más tarde, como ya contaré) fue que pesaba sobre él la imputación silenciosa de acoso laboral y casi sexual. En estas condiciones de confusa ambigüedad transcurrieron los meses que faltaban hasta las elecciones. Durante ese periodo no hubo más incidencias reseñables. Víctor estaba preparando sus siguientes movimientos, que prefería jugarlos en el nuevo marco político-administrativo.
La persona que se convirtió en instrumento de Víctor fue una chica joven, una jurista que llevaba sólo unos meses con contrato laboral en el servicio de Pedro. Se llama Cristina (Cristi la decimos todos) y, sin ser un bellezón, no está nada mal. Profesionalmente, claro, muy verde, pero apuntaba maneras y, sobre todo, exudaba ambición. No puedo sino elucubrar el proceso mediante el cual fue captada por Víctor, cómo decidió que le convenía apuñalar a su jefe para mejorar en su carrera administrativa. Según he sabido bastante después de los hechos, el mecanismo de relojería se puso en movimiento con una visita de Cristi al médico de empresa para pedirle una baja por un cuadro de depresión y ansiedad. Entre lloros le contó que se sentía acosada por Ángel, quien, con la excusa de que tenía trabajo atrasado, la obligaba a hacer más horas que al resto del servicio y, además, la amenazaba con que no renovarle el contrato. Tenía mucho miedo, aseguraba, y no se atrevía a pedir ayuda a nadie. De otra parte, aunque todavía no había ocurrido nada, temía que su jefe le exigiera algún tipo de favor sexual para seguir en el puesto. En las últimas tardes que se había quedado sola en el despacho, Ángel había aparecido sin hablar y ella se había notado evaluada como si fuera ganado, la mirada de él recorriéndole el cuerpo, una sensación inquietante y asquerosa. La actuación de Cristi tuvo que ser muy convincente porque el médico, en efecto, le dio la baja por dos semanas y la pertinente receta de pastillas. Pero, como empleado de la institución, tenía que llevar tan grave asunto a las instancias adecuadas, en concreto a la directora de personal.
La directora, una persona con larga experiencia en estos asuntos y de sobra consciente de que han de llevarse con mucho cuidado, habló a solas con Pedro, nuestro consejero, para aconsejarle que hiciera algunas gestiones discretas a fin de evaluar la gravedad del caso y decidir las acciones más convenientes. Pedro, obviamente, llamó a Víctor, su siempre hombre de confianza y más en algo tan delicado. Víctor expresó su sorpresa ante la noticia y, demostrando su lealtad al antiguo amigo, le hizo saber al consejero que dudaba mucho de la veracidad de las acusaciones (e insinuaciones) de Cristi; probablemente, le dijo, la chica le ha cogido ojeriza y/o ha interpretado mal gestos o palabras. Pero, en todo caso, se ofreció para gran alivio del consejero a tantear personalmente a Cristi. Unos días después volvieron a reunirse el consejero y su consejero. Tras haber hablado con Cristi, Víctor ya no se mostraba tan seguro de la inocencia de Ángel; no es que lo condenara abiertamente pero dejó ver a Pedro que era posible que el antiguo amigo hubiera traspasado límites prohibidos: siempre es mejor sembrar dudas que ser taxativo. No obstante, insistió en que había que resolver la crisis sin que Ángel quedara afectado; lo mejor era no decirle nada. Se trataba de un funcionario con treinta años de antigüedad el escándalo que se provocaría salpicaría inevitablemente a la institución; además, tampoco tenemos pruebas concretas. La solución de Víctor consistía en trasladar a Cristina a otro departamento, a un puesto mejor y además ofrecerle una plaza de funcionaria. Como pude confirmar años después, esta era el precio pactado por la felonía (a fecha de hoy, Cristi sigue siendo jefa de sección en otro servicio administrativo de la casa y, según me dicen, es una funcionaria bastante apreciada y con excelentes perspectivas). En cuanto a Ángel no se tomaría ninguna medida pero a partir de entonces las sombras de la sospecha le cubrieron y su comportamiento quedó bajo la observación suspicaz de los pocos que supieron del incidente.
Esto ocurrió hace unos tres años, en el último de la pasada legislatura. Por entonces yo no me percaté de nada, tampoco de ningún cambio en la actitud del consejero hacia Ángel. Sin embargo, como he sabido hace poco, ese cambio se produjo y Ángel lo notó. No es de extrañar. Habría sido muy difícil que un tipo joven y no precisamente inteligente hubiera sido capaz de disimular sus reticencias ante uno de sus jefes de servicio del que pensaba que había acosado a una empleada. Supongo que Pedro se repetiría a sí mismo que no estaba probado, que Ángel podía ser inocente, pero es fácil concluir que pesarían más los prejuicios maliciosos que la frágil “presunción de inocencia”. De modo que podemos imaginar que en las reuniones para despachar los asuntos del Área, el consejero se sintiera incómodo ante su jefe de servicio y esa incomodidad se trasluciera. También parece lógico suponer que Ángel se daría cuenta: se trataba de un hombre con mucha más experiencia y que llevaba ya tres años con Pedro. Lo que no parece que llegara a descubrir por entonces (pero sí más tarde, como ya contaré) fue que pesaba sobre él la imputación silenciosa de acoso laboral y casi sexual. En estas condiciones de confusa ambigüedad transcurrieron los meses que faltaban hasta las elecciones. Durante ese periodo no hubo más incidencias reseñables. Víctor estaba preparando sus siguientes movimientos, que prefería jugarlos en el nuevo marco político-administrativo.
Haciendo un poco de Elena Francia, y la libertad q da el medio y tú para poder desbarrarar aquí; presumo una falta de carácter en Ángel en el sentido social. No es q sea analfabeto social, no. Su falta de asertividad, y que supongo que piensa que no tiene q dar explicaciones. Hace que un maquiavélico como Víctor tenga todo a su favor para en breve añadirle, sutilmente, más emponzoñamiento al caso. Si Ángel quiere poner remedio a esto no valdrá con una conversación catártica, no. Ni valdrá exhortar a Víctor que sea objetivo y diga la "verdad". No lo hará. No. Ángel tiene una salida si le afecta mucho emocionalmente el tema y le puede crear ansiedad, que no depresión, esto solo lonpuede diagnosticar un psiquiatra, si no hasta una portera viendo alicaído a alguien podría endilgar que es depresión si saber un pino (estoy en Murcia y se me ha pegado). Creo que Ángel que no se le presume impetuoso perderá los estribos y pegará sendos tiros a Ángel. Después, viendo lo que ha hecho y sabiendo que no sabría justificar el porqué ni siendo asertivo sería creído que es Víctor el que se ha ganado a pulso que esto acabara así; se irá al los acantilados de los gigantes y se arrojará al mar. O por ahorrarse el viaje se pega un tiro al lado de Víctor. Me ha quedado un poco gire. (Desde el móvil: Joaquín)
ResponderEliminarJoer, lapsus dedil: quería decir q Ángel le da dos tiros a Víctor. No que se los diera él y siguiera el relato. Y cambio, tmb, pijo por pino.
EliminarNo, no hay tiros.
Eliminar¡JOOOOODEEEEEEEER! Pues se está poniendo la cosa oscura... Veremos cómo acaba.
ResponderEliminarMal, claro. La verdad es que tengo pocas ganas de contarlo.
Eliminar'lonpuede' diagnosticar (corrige) ¿Se salva el apuntador?
ResponderEliminarNon capisco, mi dispiace.
EliminarUn simple error de tecleado. Usted disculpe
EliminarSi se sabe a posteriori toda la trama NO es porque Ángel escribiera una carta ... pero casi.
ResponderEliminarMi nivel de hijoputez debe ser mayor del que yo mismo creía. Con el tal Victor me está empezando a pasar lo que con Trump, que a base de ponerlo como malo-peor-pésimo me está empezando a caer bien.
ResponderEliminar