Pocas ciudades en la historia han experimentado un crecimiento demográfico como el de San Francisco en un solo año, entre 1848 y 1849, periodo en el que pasó de menos de un millar de habitantes a más de veinticinco mil. Alucinante, ¿verdad? La fiebre del oro fue la causa, sí. Una desmesurada locura colectiva que duró unos siete años y cambió para siempre la ciudad y también lo que hoy es el Estado de California. Por cierto, el descubrimiento de las primeras pepitas de oro en el río Americano (24 de enero de 1848) fue solo unos días antes de que, por el Tratado de Guadalupe Hidalgo (2 de febrero), California pasara a pertenecer a los Estados Unidos. Desde luego, el descubrimiento de oro nada tuvo que ver con las ansias anexionistas de los gringos sobre las enormes provincias norteñas del México recientemente independizado, pero ya es potra que el dominio del territorio coincidiera con la aparición de tan grandes riquezas.
Bien es verdad que ni mexicanos ni españoles antes habían prestado demasiada atención a esas tierras. Las enormes extensiones que desde mediados del XVIII fueron llamadas las provincias internas (me refiero a las Californias, Santa Fe de Nuevo México y Texas; podría sumarse la Luisiana española, pero ésta tuvo su propia historia) apenas estaban pobladas, por más que los administradores hispanos fomentaban ansiosamente la inmigración, regalando latifundios inmensos. En la Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos de 1824 (después del derrocamiento del Primer Imperio de Agustín de Iturbide que siguió la independencia), las dos Californias no se conformaron como Estados sino Territorios dependientes del gobierno federal (tampoco Nuevo México, aunque sí Texas que estaba unida a Coahuila), lo que nos da una idea de que, pese a la enormidad de sus superficies, apenas estaban habitadas.
De hecho, España no empezó a preocuparse por California hasta el reinado de Carlos III (faltaba poco más de medio siglo para perderla) y sólo porque los rusos se habían apoderado de Alaska y avanzaban hacia el Sur. Fue entonces cuando el Borbón creó la Comandancia General de las Provincias Internas (demarcación militar) y animó a sus súbditos novohispanos a que migrasen hacia el Norte. Mucho caso no le hicieron, salvo los dieciséis misioneros franciscanos encabezados por Junípero Serra (santificado en 2015 por el Papa Francisco), que relevaron a los jesuitas –recientemente expulsados de España y sus dominios– en las labores evangelizadoras. Y así, en 1776, Francisco Palóu, uno de los colegas, funda la Misión de San Francisco de Asís (o de Dolores) en lo que hoy es San Francisco. En el mismo año, al mando de 193 soldados, mujeres y niños, llega también al lugar el capitán Juan Bautista de Anza y erige en la punta Norte de la península, sobre la colina que controla la entrada a la bahía (donde ahora está el Golden Gate) el Presidio Real, una fortaleza defensiva.
Desde luego, la elección del lugar para asentarse no era casual. La magnífica bahía ya era conocida desde hacía tiempo y ya era hora de que se aprovechase (en lo que a los españoles se refería para tener un refugio frente a los abundantes corsarios que acosaban la flota del Pacífico). Parece que por esas mismas fechas se funda también, más o menos equidistante de los polos militar y misionero, el primer núcleo residencial, en lo que hoy es Portsmouth Square. A ese minúsculo asentamiento, apenas serían unas pocas casas, se le denomina Yerbabuena, ya que esta planta abundaba en la zona. En fin, lo cierto es que poco sabemos de la historia de Yerbabuena durante sus primeras décadas; supongo yo que poco habría para contar: los soldados de la fortaleza, los frailes de la misión, unos cuantos colonos en el magro caserío … De hecho, la ciudad vivió los tiempos finales del dominio colonial hispano sin penas ni glorias. Su historia “oficial” parece que empieza bajo la república mexicana, según compruebo en una página sobre la historia de San Francisco que relaciona todos los alcaldes (and mayors) de la ciudad, y el primero, Francisco de Haro, ocupa el cargo en 1834. Para entonces, a catorce años de la anexión de California a los USA, la ciudad y la bahía ya estaban en el punto de mira de los estadounidenses.
Yo diría que el acto fundamental que marca el inicio de la breve etapa mexicana de la ciudad fue la secularización de la Misión. El Congreso acordó en agosto de 1833 que debían secularizarse las misiones de ambas Californias. Dos años después, el gobernador de la Alta California, José Figueroa (un mestizo orgulloso de sus ancestros indios) emitió un decreto por el cual las misiones pasaban a convertirse en pueblos. Los frailes debían ser privados de todo control sobre los bienes de la misión y a cada indio adulto habían de entregársele veintiocho acres; además, la mitad del ganado y de las herramientas de cada misión tenían que repartirse entre los indios. Pero tan humanitarias intenciones nunca llegaron a realizarse; parece que nada más saberse que la Misión iba a ser secularizada, no pocos avispados se apropiaron de todos sus bienes. Los indios, sin control, se largaron en su mayoría hacia las montañas, aunque algunos se quedaron a trabajar como sirvientes de los rancheros blancos. En todo caso, pocos años después no quedaba ni rastro de ellos en el área de San Francisco.
Desaparecidos los frailes, empiezan los repartos y/o concesiones de solares, porque la Misión era propietaria de toda la punta de la península (30 millas hacia el Sur desde el Presidio). Puede decirse que lo que hasta entonces no era más que un pequeño poblado (no creo que llegara al centenar de residentes) comienza a pensar en convertirse en una ciudad y, para ello, eran imprescindibles dos condiciones: una mínima planificación urbana y la propiedad privada del suelo.
Disculpa; es del fraile. Por omitir una ele (l) me había ido a Filipinas. Fdo: Joaquín Dislexias
ResponderEliminarEn esta entrada se toca el tema un poco de puntillas, insinuando que la actitud española siempre ha adolecido de incapacidad para hacer planes a largo plazo y que fue el caso de las colonias hispanoamericanas.
ResponderEliminarhttp://historiasdehispania.blogspot.com.es/2012/09/el-pecado-espanol.html
Sí, dice que el pecado español es el cortoplacismo. Ciertamente, los dirigentes hispanos no se han caracterizado por planificar a largo plazo pero, ¿lo han hecho otros? ¿es nuestro defecto más grave? No estoy del todo convencido.
EliminarEn todo caso, aunque pobre e incompleto (y ante amenazas externas), en el caso de la Alta California hubo un mínimo intento planificador en tiempos de Carlos III. Si no cuajó fue, a mi modo de ver, más que por falta de planificación por insuficiencia de medios: el territorio le quedaba demasiado grande a España; y también lo mismo le pasó a México pocos años después.
Puede ser el caso, pero también menciona que la actitud de los virreyes dejaba mucho que desear. La estrategia consiste, al menos en parte, en saber crear recursos.
EliminarPues nada, a hacerse mayor :)
ResponderEliminarLa isla del Fraile es Murcia, ¿verdad? La próxima vez ve a bucear a la bahía de San Francisco (no creo que sea muy adecuada).
Una cosa no quita la otra... De todos modos, fíjate que dice que se planifica mal a largo plazo. Diría que precisamente el quid está en que probablemente surgirán sucesos inesperados y que para ello es siempre mejor prepararse un colchón de seguridad.
ResponderEliminarEs que planificar a largo plazo es lo difícil: Comte se equivocó exponiendo que desde la Sociología se podría lograr la senda del progreso; Max Weber, ídem, exponiendo la importancia de lo que dice el hombre. Las planificaciones del Plan Marshall que aquí nos llegaron luego en forma de instalación de la Bases de los EEUU (solo servía para unos fines muy concretos) pero con otros fines al Plan.
ResponderEliminarLa planificación cojonuda de Keynes que solo funciona si hay empleo total. Los planes quinquenales de la antigua Unión Soviética.
En fin, muchas de esas planificaciones se han ido al traste porque es imposible planificar si no se sabe en primer lugar cuáles son los objetivos... Luego hay que programar. Y no es lo mismo lo que planifica un país desde los ministerios que planificar una empresa.
Yo soy más de John Dewey que exigía una praxis/acción o movilización social.
Conozco a un planificador de un ministerio que se columpia cada dos por tres; pero como tiene la plaza...
Yo planificando soy muy malo lo reconozco ni siquiera sé dónde iré de vacaciones en este verano.
El anónimo es Joaquín Dos...
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