Son ya las cuatro de la tarde y justo ahora empieza a lloviznar. Mientras caminaba el cielo se fue nublando y la temperatura bajando ligeramente (veo en un reloj-termómetro digital que estamos a 54 grados Fahrenheit, unos 12ºC). Así que no es cuestión de seguir remoloneando, sino tomar posesión cuanto antes de la habitación que he reservado. El hotel –el Charles Inn– está aquí al lado, a poco más de cien metros: salir del puente y seguir por Hammond para enseguida doblar a la izquierda por Main Street y ahí es, una pequeña manzana formada por un conjunto de seis señoriales edificios adosados con la fachada abierta al ensanchamiento triangular de Broad Street. El edificio es de ladrillo, enfoscado en gris con una tonalidad vagamente verdosa. Sobre la planta baja, con revestimiento de madera pintada en verde al estilo de los pubs británicos enmarcando los amplios vanos acristalados, se levantan tres pisos, todos cubiertos con ventanales verticales iguales, aunque distintos entre cada una de las plantas. Estas distinciones, que se concretan en la altura de las ventanas y el friso ornamental que bordea sus caras superiores, recuerdan los signos de estratificación social de la arquitectura burguesa de los primeros inmuebles de vivienda colectiva: la primera planta es la principal o noble y la calidad va descendiendo a la segunda y luego a la tercera. El espacio donde ahora se levanta este conjunto de edificios (que está catalogado desde 1979 como Historic place) fue hasta las primeras décadas del XIX la plaza abierta del mercado de Bangor (luego se haría una segunda al otro lado del Kenduskeag por lo que ésta pasó a llamarse West Market Square). Entre 1840 y 1870 se construyeron los edificios que conforman la manzana, todos muestras de la arquitectura comercial victoriana en sus distintas variantes eclécticas. En el remate superior de la fachada de mi hotel aparece grabado el nombre original –Phenix Block– así como la fecha de su construcción: 1873. Desde sus orígenes estos inmuebles tuvieron destino comercial, aprovechando la tradición y centralidad del emplazamiento. El más representativos es el Wheelwright Block, el que hace esquina con Hammond Street. Lo construyó la firma de vendedores de ropa Wheelwright & Clark y cuando abrieron, en 1859, fue el gran almacén más moderno del Estado, entusiasmando a los residentes de Bangor (como cuando se inauguró el primer Corte Inglés, supongo). En los restantes edificios se localizaron los negocios de más caché de la ciudad. El Phenix, por ejemplo, no era un hotel en sus orígenes. No he sido capaz de reconstruir sus diversas vicisitudes funcionales, pero sí he encontrado que en los años 60 albergaba la Viner’s Music Co, la tienda de discos más surtida de Bangor, siempre al día con los último de los rockeros que entonces empezaban. Pero dejo de enrollarme y entro de una vez al hotel, que me apetece descansar un rato.
Cumplidos los trámites del check in, estoy acostado sobre la cama King size de la habitación dedicada a Hannibal Hamlin, vicepresidente de Abraham Lincoln (1861-1865) y vecino de Bangor. Todo muy vintage, para transportarme al entorno de Hamlin, hace siglo y medio; no puedo (ni quiero) juzgar el rigor histórico de la decoración, así que acepto lúdicamente este viaje en el tiempo. Me siento en una preciosa mecedora y me balanceo mirando la chimenea que parece una portada neoclásica, una bonita y sobria cómoda de madera con encimera de mármol blanco, un espejo oval enmarcado en barrocas hojas de laurel doradas y el empapelado un tanto pretenciosamente elegante de tres de las paredes de la estancia. En fin, la habitación tiene su gracia. Cojo una revista de lujosa encuadernación, me echo en la cama y empiezo a hojearla. Es una publicación con motivo del 175 aniversario de Bangor, que según compruebo se celebró con bastante fanfarria en 2009. Hay que aclarar que lo que se conmemoraba era la “incorporación” legal de Bangor como ciudad (city), pero previamente ya había obtenido la categoría de town, que no me parece adecuado traducir como pueblo. Y es que, por lo visto, estos dos términos –city y town– tienen contenidos legales precisos en los Estados Unidos que, de momento, no distingo con precisión y que me apunto mentalmente para investigar en otro momento. Porque ahora lo que me ha llamado la atención es un artículo sobre el origen del nombre de Bangor que, como ya comenté en el aeropuerto, me producía una cierta extrañeza.
Empieza el artículo refiriendo que, como ya sabía, hay dos Bangor previos, uno en Irlanda del Norte, y otro en Gales. Nótese que ambos están en áreas lingüísticas célticas (aunque pertenezcan a grupos distintos), lo que sugeriría que los significados originarios de los nombres fueran parecidos si no iguales. El Bangor irlandés proviene de la palabra Beannchor, una de cuyas acepciones es la de cercado. Por su parte, Bangor en galés vendría a significar algo así como espacio acotado, o sea, que más o menos coinciden. Ahora bien, seguro que el Bangor de Maine no adoptó su nombre por lo que significa en una lengua céltica que desconocerían sus habitantes del siglo XVIII. Como mucho, podría ser en honor a alguna de esas dos ciudades que era lo que yo pensaba. Me inclinaba por la irlandesa, de más empaque que la galesa (no sólo por tamaño sino también por contar con una famosa abadía desde el siglo VI), debido fundamentalmente a que muy cerca del Bangor en el que estoy, en la desembocadura del Penebscot, se ubica una localidad denominada Belfast, que fue bautizada con ese nombre en la década de los setenta del XVIII (por supuesto, en referencia a la capital norirlandesa), o sea, antes de que la entonces llamada Plantación Kenduskeag adquiriese su actual nombre. Por eso, suena plausible que algunos descendientes de irlandeses quisieran honrar a una ciudad de la tierra de sus ancestros, del mismo modo que ya lo habían hecho los vecinos de aguas abajo (además así se trasladaría al Nuevo Mundo el apareamiento de las dos ciudades, que en Irlanda están muy cercanas entre sí).
Pero lo que cuenta la tradición bangoriana es distinto. Hay que traer aquí aun tal Seth Noble, nacido en Westfield, Massachusetts, en 1743. En 1770, se ordenó como clérigo protestante (de la iglesia congregacionalista, que corresponden según tengo entendido a los puritanos, los separatistas británicos que emigraron en el Mayflower). En 1774 ya había emigrado a la frontera Norte de Nueva Inglaterra porque en Boston y su entorno exigían ministros religiosos con formación académica, de la que Noble carecía. Así estuvo en Nueva Brunswick y Nueva Escocia (hoy Canadá, pero en aquellos tiempos colonias británicas) compaginando su actividad pastoral con acciones a favor de los rebeldes por la independencia de los Estados Unidos. Después de declarada ésta, en 1786, recibió la oferta de mudarse a la Plantación Kenduskeag, para convertirse en su primer pastor residente. Allí residiría hasta 1797, cuando fue poco menos que expulsado debido, según cuentan las malas lenguas, a que era demasiado aficionado a la bebida y no se concentraba en los asuntos espirituales con la seriedad que exigían sus feligreses. Pero antes de llegar a esa fea situación, los vecinos de Bangor, deseosos de que su caserío adquiriera el carácter legal de town (que, entre otras cosas, conllevaba la definición de un territorio propio, lo que en España sería el término municipal), decidieron enviar a Noble a Boston para que presentara sus requerimientos a la Massachusetts General Court. Supongo que los bangorianos confiarían en que los antecedentes independentistas de su cura –parece que tenía cierta amistad con Washington– serían buenos avales para conseguir que los capitostes de Boston aceptaran sus pretensiones (recuérdese que Maine aún no era un Estado sino que pertenecía a Massachusetts). Los vecinos de Bangor habían acordado que su futuro municipio se llamara Sunbury. Hay una población, hoy integrada en el área metropolitana de Londres, que se denomina Sunbury-on-Thames, así que imagino que de ahí vendría el nombre.
Resulta que Noble era un gran aficionado –también– a la música y cantaba con frecuencia, con una voz clara y agradable. Se adscribía a la llamada “Primera Escuela de Nueva Inglaterra” (o american classical music), movimiento musical de las colonias norteamericanas, muy influido por la tradición clásica británica, que se manifestaba principalmente en los servicios religiosos. Nuestro reverendo tenía predilección por los salmos, que los músicos protestantes componían abundantemente. Pues bien, cuenta la leyenda que mientras Noble esperaba a que le atendiera un empleado de la administración del Estado (hay que pensar que ya habría resuelto las gestiones políticas y estaba ahora pendiente de rematar las inevitables burocráticas) se puso a silbar uno de sus himnos favoritos. Entonces salió el funcionario con los papeles y le preguntó que cómo querían que se llamara la flamante nueva ciudad. Noble estaba tan ensimismado en su interpretación que entendió que le preguntaban por el nombre del himno que tan melodiosamente silbaba y contestó que Bangor. Hay en efecto un himno con ese nombre, cuya música es obra de William Tans’ur (1706-1783) un músico inglés (ni galés ni irlandés) especializado en componer himnos religiosos. El autor del artículo hace referencia a que hay quien opina que este Tans’ur se inspiró en el Antifonario de Bangor, un códice del siglo VI proveniente de la ya citada abadía de Bangor y que contiene varios cánticos litúrgicos. Si esto fuera verdad, por vía de carambola, volveríamos a enlazar esta ciudad con la de Irlanda del Norte, pero parece que no hay ninguna prueba seria. Pongo a continuación una interpretación de este himno que he encontrado en Youtube, para que nos hagamos una idea de los gustos de Noble (a mí me parece un poco aburrido, indicado más para servicios fúnebres que para esperas en oficinas administrativas).
Cumplidos los trámites del check in, estoy acostado sobre la cama King size de la habitación dedicada a Hannibal Hamlin, vicepresidente de Abraham Lincoln (1861-1865) y vecino de Bangor. Todo muy vintage, para transportarme al entorno de Hamlin, hace siglo y medio; no puedo (ni quiero) juzgar el rigor histórico de la decoración, así que acepto lúdicamente este viaje en el tiempo. Me siento en una preciosa mecedora y me balanceo mirando la chimenea que parece una portada neoclásica, una bonita y sobria cómoda de madera con encimera de mármol blanco, un espejo oval enmarcado en barrocas hojas de laurel doradas y el empapelado un tanto pretenciosamente elegante de tres de las paredes de la estancia. En fin, la habitación tiene su gracia. Cojo una revista de lujosa encuadernación, me echo en la cama y empiezo a hojearla. Es una publicación con motivo del 175 aniversario de Bangor, que según compruebo se celebró con bastante fanfarria en 2009. Hay que aclarar que lo que se conmemoraba era la “incorporación” legal de Bangor como ciudad (city), pero previamente ya había obtenido la categoría de town, que no me parece adecuado traducir como pueblo. Y es que, por lo visto, estos dos términos –city y town– tienen contenidos legales precisos en los Estados Unidos que, de momento, no distingo con precisión y que me apunto mentalmente para investigar en otro momento. Porque ahora lo que me ha llamado la atención es un artículo sobre el origen del nombre de Bangor que, como ya comenté en el aeropuerto, me producía una cierta extrañeza.
Empieza el artículo refiriendo que, como ya sabía, hay dos Bangor previos, uno en Irlanda del Norte, y otro en Gales. Nótese que ambos están en áreas lingüísticas célticas (aunque pertenezcan a grupos distintos), lo que sugeriría que los significados originarios de los nombres fueran parecidos si no iguales. El Bangor irlandés proviene de la palabra Beannchor, una de cuyas acepciones es la de cercado. Por su parte, Bangor en galés vendría a significar algo así como espacio acotado, o sea, que más o menos coinciden. Ahora bien, seguro que el Bangor de Maine no adoptó su nombre por lo que significa en una lengua céltica que desconocerían sus habitantes del siglo XVIII. Como mucho, podría ser en honor a alguna de esas dos ciudades que era lo que yo pensaba. Me inclinaba por la irlandesa, de más empaque que la galesa (no sólo por tamaño sino también por contar con una famosa abadía desde el siglo VI), debido fundamentalmente a que muy cerca del Bangor en el que estoy, en la desembocadura del Penebscot, se ubica una localidad denominada Belfast, que fue bautizada con ese nombre en la década de los setenta del XVIII (por supuesto, en referencia a la capital norirlandesa), o sea, antes de que la entonces llamada Plantación Kenduskeag adquiriese su actual nombre. Por eso, suena plausible que algunos descendientes de irlandeses quisieran honrar a una ciudad de la tierra de sus ancestros, del mismo modo que ya lo habían hecho los vecinos de aguas abajo (además así se trasladaría al Nuevo Mundo el apareamiento de las dos ciudades, que en Irlanda están muy cercanas entre sí).
Pero lo que cuenta la tradición bangoriana es distinto. Hay que traer aquí aun tal Seth Noble, nacido en Westfield, Massachusetts, en 1743. En 1770, se ordenó como clérigo protestante (de la iglesia congregacionalista, que corresponden según tengo entendido a los puritanos, los separatistas británicos que emigraron en el Mayflower). En 1774 ya había emigrado a la frontera Norte de Nueva Inglaterra porque en Boston y su entorno exigían ministros religiosos con formación académica, de la que Noble carecía. Así estuvo en Nueva Brunswick y Nueva Escocia (hoy Canadá, pero en aquellos tiempos colonias británicas) compaginando su actividad pastoral con acciones a favor de los rebeldes por la independencia de los Estados Unidos. Después de declarada ésta, en 1786, recibió la oferta de mudarse a la Plantación Kenduskeag, para convertirse en su primer pastor residente. Allí residiría hasta 1797, cuando fue poco menos que expulsado debido, según cuentan las malas lenguas, a que era demasiado aficionado a la bebida y no se concentraba en los asuntos espirituales con la seriedad que exigían sus feligreses. Pero antes de llegar a esa fea situación, los vecinos de Bangor, deseosos de que su caserío adquiriera el carácter legal de town (que, entre otras cosas, conllevaba la definición de un territorio propio, lo que en España sería el término municipal), decidieron enviar a Noble a Boston para que presentara sus requerimientos a la Massachusetts General Court. Supongo que los bangorianos confiarían en que los antecedentes independentistas de su cura –parece que tenía cierta amistad con Washington– serían buenos avales para conseguir que los capitostes de Boston aceptaran sus pretensiones (recuérdese que Maine aún no era un Estado sino que pertenecía a Massachusetts). Los vecinos de Bangor habían acordado que su futuro municipio se llamara Sunbury. Hay una población, hoy integrada en el área metropolitana de Londres, que se denomina Sunbury-on-Thames, así que imagino que de ahí vendría el nombre.
Resulta que Noble era un gran aficionado –también– a la música y cantaba con frecuencia, con una voz clara y agradable. Se adscribía a la llamada “Primera Escuela de Nueva Inglaterra” (o american classical music), movimiento musical de las colonias norteamericanas, muy influido por la tradición clásica británica, que se manifestaba principalmente en los servicios religiosos. Nuestro reverendo tenía predilección por los salmos, que los músicos protestantes componían abundantemente. Pues bien, cuenta la leyenda que mientras Noble esperaba a que le atendiera un empleado de la administración del Estado (hay que pensar que ya habría resuelto las gestiones políticas y estaba ahora pendiente de rematar las inevitables burocráticas) se puso a silbar uno de sus himnos favoritos. Entonces salió el funcionario con los papeles y le preguntó que cómo querían que se llamara la flamante nueva ciudad. Noble estaba tan ensimismado en su interpretación que entendió que le preguntaban por el nombre del himno que tan melodiosamente silbaba y contestó que Bangor. Hay en efecto un himno con ese nombre, cuya música es obra de William Tans’ur (1706-1783) un músico inglés (ni galés ni irlandés) especializado en componer himnos religiosos. El autor del artículo hace referencia a que hay quien opina que este Tans’ur se inspiró en el Antifonario de Bangor, un códice del siglo VI proveniente de la ya citada abadía de Bangor y que contiene varios cánticos litúrgicos. Si esto fuera verdad, por vía de carambola, volveríamos a enlazar esta ciudad con la de Irlanda del Norte, pero parece que no hay ninguna prueba seria. Pongo a continuación una interpretación de este himno que he encontrado en Youtube, para que nos hagamos una idea de los gustos de Noble (a mí me parece un poco aburrido, indicado más para servicios fúnebres que para esperas en oficinas administrativas).
El cuento es gracioso, sin duda. Resultaría que esta ciudad se llama como se llama por un malentendido sucedido hace más de dos siglos. Naturalmente, como toda leyenda, no cuenta con apoyos documentales que le den una mínima fiabilidad pero, a pesar de ello, parece que es la versión más aceptadas por la gente de Bangor, quizá porque les exime de deber su nombre a otra localidad preexistente, haciéndoles sentirse así más importantes. A mí, la verdad, me parece poco creíble: ¿cómo es que Seth Noble, al recibir los papeles de la incorporación de la Plantación Kenduskeag como town no protestó al ver que no la habían bautizado con el nombre elegido por sus vecinos? ¿O cómo no se cabrearon éstos cuando regresó y vieron el nombre no solicitado? A lo mejor hasta les gustó o pensaron que no merecía la pena gastar más perras en volver a enviar a su reverendo a Boston (puede que temieran que volviera con un tercer nombre todavía peor). Ni idea pero insisto, no termino de creerme la leyenda, aunque me parezca simpática. El autor del artículo que estoy leyendo lo concluye negando terminantemente la veracidad del mito. Asegura que en el mapa que elaboraron los colonos para delimitar el futuro término municipal ya aparecía el nombre de Bangor. O sea, que nada de un error, probablemente tampoco el reverendo estuviera silbando. Sencillamente, los vecinos del asentamiento eligieron el nombre que fue el que finalmente tuvo y sigue teniendo esta ciudad; y si fue así, habrá que volver a pensar que por referencia a alguna de las dos Bangor célticas (y vuelvo a inclinarme por la norirlandesa). En la revista que estoy leyendo se reproduce un mapa de límites urbanos y divisiones prediales en el que, en efecto, aparece escrito el nombre de Bangor. El problema es que la fecha que consta en ese mapa es 1798, cuando ya la localidad estaba incorporada oficialmente como town y ya Seth Noble había sido expulsado de ésta. Así que respecto de este asunto me quedo como estaba, en la duda.
Puede que la leyenda naciera de que les suene el himno de Bangor, pero no la localidad norirlandesa. Tampoco me extrañaría, no en vano muchos critican que los americanos han olvidado sus raíces...
ResponderEliminarLos dos Bangor previos al de Maine son poco conocidos pero me da que el himno de marras lo es aún menos. En todo caso, es un misterio que ni siquiera hoy se considera resuelto, aunque parece que los pobladores primigenios decidieron ellos el nombre, no el reverendo borrachín. Aunque, como ya he dicho en el post, yo me inclino por que se trata de un homenaje a la ciudad cercana a Belfast, lo cierto es que por esos tiempos no había casi irlandeses en Bangor (vinieron después y fueron bastante mal recibidos, como comenté en el post anterior).
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