Conspirar deriva del latín spirare (‘soplar’, ‘respirar’), por lo que etimológicamente significaría ‘respirar juntos’; es decir, conspirar es tramar algo en compañía. En el DRAE, el término se define –desde la primera edición de 1780– unirse (varios) contra su superior o soberano. El ‘contra’ deja claro que el fin de esa ‘respiración conjunta’ es hacer algo malo al superior o soberano, normalmente derrocarlo para poner en su lugar a alguien del agrado de los conspiradores. Ahora bien, creo que hoy en día el significado de conspirar es bastante más amplio que el que recoge la Real Academia. Así, yo diría que lo que caracteriza una conspiración (la acción de conspirar) es que haya algunas personas (uno solo no conspira propiamente) que actúen de acuerdo y secretamente para hacer algo malo (o, por lo menos, malo en la mayoría de los casos). Quizá la nota más definitoria es lo de actuar en secreto: no llamaríamos nunca conspiradores a quienes actúan abiertamente para conseguir fines que declaran. Señalo que aunque la condición de concertación secreta no está en el DRAE se da un poco por obvia ya que ningún grupo que pretendiera derrocar a un soberano –en especial en siglos pretéritos– actuaría siempre con el máximo sigilo. Lo cierto es que el verbo ‘conspirar’ ha venido en el habla común a adquirir el significado académico de ‘confabularse’ que es ‘ponerse dos o más personas de acuerdo para emprender algún plan, generalmente ilícito’.
Es evidente que, a lo largo de la historia, ha habido multitud de conspiraciones. Es decir, en mogollón de ocasiones grupos de hombres se han conjurado para llevar a cabo de terminadas acciones secretas a fin de obtener determinados resultados. Es más, me atrevería a decir que siempre que un grupo de personas –normalmente poderosas ya que han de tener la capacidad de actuar– quiere lograr determinados objetivos, casi necesariamente ha de conspirar; o sea, han de reunirse en secreto, trazar un plan, repartirse las tareas y actuar al menos en las primeras fases de forma disimulada. Por poner el primer ejemplo que se me viene a la cabeza: cuando unos cuantos del PSOE hace unos meses pensaron que Pedro Sánchez los llevaba a la ruina conspiraron para cepillárselo (y tuvieron éxito en primera instancia pero finalmente se les volteó la tortilla). Pero podríamos empezar y no parar poniendo ejemplos que nos convencerían de que la norma es que los humanos conspiremos, que casi nunca vayamos de frente. Y no hablo de conspiraciones con relevancia histórica, sino en nuestras vidas cotidianas, pues cuando queremos algo rara vez lo decimos abiertamente sino que, solos o conjurados con otros, urdimos un plan oculto que suponemos que nos permitirá lograr nuestro objetivo. Así que, en mi opinión, conspirar está en los genes de nuestra especie; supongo que algo tendrá que ver con que nos sentimos vulnerables si vamos con la verdad por delante. De otra parte, si la finalidad de las conspiraciones es conseguir algo ilícito, es evidente que ha de hacerse en secreto. Los terroristas, cuando planean un atentado en Londres o en París, obviamente han de hacerlo en secreto y, por lo tanto, están conspirando.
Ahora bien, creo yo que cuando hablamos de conspiraciones no nos referimos a estos ejemplos que he ido poniendo, que hace falta añadir otra nota definitoria. Podría ser la siguiente: para que una conspiración merezca tal nombre, los conspiradores han de pretender (y deberían lograr) que sus acciones queden ignoradas. Esto quiere decir que si la conspiración logra sus objetivos, tiene que haber una “versión oficial” creída por la mayoría de los ciudadanos que explique por qué han ocurrido las cosas sin involucrar las acciones de los conspiradores. Por ejemplo, supongamos que el hundimiento del Maine hubiera sido obra de agentes yanquis siguiendo órdenes ultrasecretas del gobierno de Washington (o de algún grupo de poder como, por ejemplo, Hearst y sus amigos). En tal caso estaríamos ante una conspiración en todo el sentido de la palabra porque obviamente una de las intenciones fundamentales de los conspiradores habría sido que nunca se supiera que fueron ellos quienes provocaron la explosión. Si fue así, hay que concluir que fue una conspiración con éxito porque ciento veinte años después no se ha imputado el hecho al gobierno estadounidense, aunque algunos autores lo hayan hecho y las sospechas al respecto existan desde aquellos días. Otro ejemplo famoso sería el asesinato de JFK, sobre el que el Comité HSCA concluyó en 1979 que ‘probablemente’ fue resultado de una conspiración (aunque no determinaron los conspiradores).
Todavía podemos reducir más el alcance del término conspiración y acotarlo a aquellos planes malvados (o que pretenden hacer cosas malvadas) urdidos por quienes se supone que son de los ‘buenos’. La tipología más representativa la conforman las conspiraciones de los gobiernos contra sus propios ciudadanos, las llamadas ‘operaciones de bandera falsa’. El hundimiento del Maine, si hubiera sido una conspiración ejecutada por agentes del gobierno estadounidense, sería uno de estos ejemplos, probablemente de los primeros. También, aunque en grado menor, pueden encuadrarse en este grupo las que los anglosajones llaman LIHOP ("let it happen on purpose"; "dejar que ocurra a propósito"), entre las que se cuentan las teorías conspirativas sobre el ataque a Pearl Harbor o incluso los del 11S (los servicios de inteligencia sabían lo que iba a ocurrir y dejaron que ocurriera). En relación a los ataques terroristas del once de septiembre de 2001 leí en su día numerosos y extensos análisis que, con mayor o menor alcance en cuanto a las imputaciones, ponían en cuestión las versiones oficiales. Lo cierto es que hablando pocos años después de los atentados con un amigo neoyorkino a raíz del estreno de la película Fahrenheit 9/11 de Michael Moore, me dijo lo que seguramente piensa la mayoría de la población: el gobierno de los Estados Unidos nunca habría permitido esta atrocidad. Yo, en cambio, pienso que consideraciones de ese tipo no tienen ningún peso en la toma de decisiones. Dicho de otra forma, si individuos poderosos con la capacidad de acción necesaria creyeran que les conviene ejecutar una atrocidad (o permitir que ocurra), no iban a dejar de actuar por el hecho de que vaya a haber muchos muertos compatriotas.
¿Quiero decir con todo lo anterior que soy un creyente en la teoría conspirativa? No, no creo que la historia de la humanidad obedezca en un porcentaje muy relevante a operaciones secretas de malévolos conspiradores. Que ocurra un acontecimiento (y luego otro y así infinidades) obedece a tantísimos factores que es muy difícil, prácticamente imposible, de controlar. De hecho, los ‘conspiranoicos’ suelen decir que el azar (o las causalidades) no existen y yo, por el contrario, estoy convencido de que basta con estar un poco atento a lo que nos pasa para comprobar la cantidad de ‘coincidencias mágicas’ que ocurren sin cesar. Ahora bien, que no crea en las conspiraciones como motor de la historia no quiere decir que las niegue. Estoy convencido de que a lo largo de los siglos los individuos poderosos se han dedicado continuamente a conspirar. Y mientras paseo por esta calle de una ciudad norteamericana, pienso que probablemente, al menos en los dos últimos siglos, el record de intentos conspiratorios lo tiene este país (hay quien habla de una tradición estadounidense). También estoy convencido de que entre los factores de muchos hechos históricos relevantes han tenido mucho peso actuaciones conspiratorias. Y, finalmente, que hay una inmensa diferencia entre el número de intentos de conspiración y el de conspiraciones con éxito, tanto debido a lo difícil que es controlar los acontecimientos como a lo torpes que solemos ser los seres humanos.
Todavía podemos reducir más el alcance del término conspiración y acotarlo a aquellos planes malvados (o que pretenden hacer cosas malvadas) urdidos por quienes se supone que son de los ‘buenos’. La tipología más representativa la conforman las conspiraciones de los gobiernos contra sus propios ciudadanos, las llamadas ‘operaciones de bandera falsa’. El hundimiento del Maine, si hubiera sido una conspiración ejecutada por agentes del gobierno estadounidense, sería uno de estos ejemplos, probablemente de los primeros. También, aunque en grado menor, pueden encuadrarse en este grupo las que los anglosajones llaman LIHOP ("let it happen on purpose"; "dejar que ocurra a propósito"), entre las que se cuentan las teorías conspirativas sobre el ataque a Pearl Harbor o incluso los del 11S (los servicios de inteligencia sabían lo que iba a ocurrir y dejaron que ocurriera). En relación a los ataques terroristas del once de septiembre de 2001 leí en su día numerosos y extensos análisis que, con mayor o menor alcance en cuanto a las imputaciones, ponían en cuestión las versiones oficiales. Lo cierto es que hablando pocos años después de los atentados con un amigo neoyorkino a raíz del estreno de la película Fahrenheit 9/11 de Michael Moore, me dijo lo que seguramente piensa la mayoría de la población: el gobierno de los Estados Unidos nunca habría permitido esta atrocidad. Yo, en cambio, pienso que consideraciones de ese tipo no tienen ningún peso en la toma de decisiones. Dicho de otra forma, si individuos poderosos con la capacidad de acción necesaria creyeran que les conviene ejecutar una atrocidad (o permitir que ocurra), no iban a dejar de actuar por el hecho de que vaya a haber muchos muertos compatriotas.
¿Quiero decir con todo lo anterior que soy un creyente en la teoría conspirativa? No, no creo que la historia de la humanidad obedezca en un porcentaje muy relevante a operaciones secretas de malévolos conspiradores. Que ocurra un acontecimiento (y luego otro y así infinidades) obedece a tantísimos factores que es muy difícil, prácticamente imposible, de controlar. De hecho, los ‘conspiranoicos’ suelen decir que el azar (o las causalidades) no existen y yo, por el contrario, estoy convencido de que basta con estar un poco atento a lo que nos pasa para comprobar la cantidad de ‘coincidencias mágicas’ que ocurren sin cesar. Ahora bien, que no crea en las conspiraciones como motor de la historia no quiere decir que las niegue. Estoy convencido de que a lo largo de los siglos los individuos poderosos se han dedicado continuamente a conspirar. Y mientras paseo por esta calle de una ciudad norteamericana, pienso que probablemente, al menos en los dos últimos siglos, el record de intentos conspiratorios lo tiene este país (hay quien habla de una tradición estadounidense). También estoy convencido de que entre los factores de muchos hechos históricos relevantes han tenido mucho peso actuaciones conspiratorias. Y, finalmente, que hay una inmensa diferencia entre el número de intentos de conspiración y el de conspiraciones con éxito, tanto debido a lo difícil que es controlar los acontecimientos como a lo torpes que solemos ser los seres humanos.
Sin duda, ha habido conspiraciones, pero los conspiranoicos (curioso portmanteau) no ven la posibilidad de la casualidad. Mi problema con la teoría de que se dejó destruir Pearl Harbour es que no era necesario dejar morir a tantos, podrían haber dejado que destruyeran barcos viejos y luego haber reclamado que hubo muchas bajas. La propaganda ya existía por aquel entonces, al fin y al cabo...
ResponderEliminarP.D: Me ha gustado mucho el fragmento de El árbol de la ciencia que has copiado en los comentarios del anterior post.
Lo de conspiranoico, el portmanteau como lo llamas, no es mío (por si acaso, no vayas a pensar que me arrogo méritos impropios).
EliminarEn cuanto a Pearl Harbor, por supuesto que no tengo ni idea de si fue LIHOP o no. Supongo que tampoco tú tienes datos para saberlo, pero crees que no lo fue porque, dices, "no era necesario dejar morir a tantos". Tu argumento presupone que las vidas de esos que murieron le importaban algo a quienes, si los hubo, decidieron dejar que ocurriera. Yo pienso que a esos, si existieron, les importa un carajo la vidade sus compatriotas. Y si lo que dicen los defensores de esa teoría es cierto, claro que sí era necesario que murieran muchos; es más, de eso se trataba justamente, de conseguir despertar el odio entre los americanos y las ganas de venganza.
En resumen, que a diferencia de lo que a ti te ocurre, a mí sí me parece que la hipótesis de una conspiración light (LIHOP) en el caso de Pearl Harbor es veroisímil. Lo cual no quiere decir en absoluto que haya habido ninguna conspiración. O sea, que no tengo datos suficientes ni para afirmarla ni para negarla.
Las vidas humanas puede que no importaran, pero la destrucción de gran parte de la armada del Pacífico le costó más de dos años recuperarla a EEUU, así que yo sí que dudo de una conspiración con coste tan alto
EliminarMe hago cargo de que conspiranoia es un portmanteau que ha aparecido en Internet, como "anarroseo" como "copia y pega descarado realizado con medios informáticos" mientras aún se recordaba el escándalo de la novela de Ana Rosa Quintana.
EliminarY Lansky lleva razón. Lo comenté de pasada en el anterior post y en el anterior comentario he hecho hincapié en que podrían haber puesto "barcos viejos": en efecto, perdieron muchos barcos de guerra y no tiene sentido semejante maniobra. Además, añadiría en esa línea que, si bien a los posibles artífices de semejante maniobra no les importarían las vidas humanas, sí la pérdida de una porción del cuerpo de marina con una buena preparación. Al fin y al cabo, siempre ha sido necesario una formación en matemáticas y en los últimos adelantos...
Creo que Lansky y tú cometéis el error de asumir que la conspiración (que negáis) estaba organizada por los norteamericanos. Como ya dijiste, es obvio que el ataque lo hicieron los japoneses y fueron ellos solitos los que lo planearon; eso nadie lo cuestiona. Lo que dicen quienes defienden la conspiración LIHOP es que los servicios secretos lo sabían y no lo impidieron. En este marco, haber hecho algo para reducir los daños (sea en vidas o en barcos) habría sido complicado, porque dejaría al descubierto que lo sabían, poniéndose en evidencia (incluso autoinculpándose de graves delitos de traición). A mi modo de ver, quienes lo sabían (si es que lo supieron) solo tenían dos opciones: o avisar y consecuentemente forzar la evacuación de Peral Harbor o preparar adecuadamente la defensa, con lo cual no habrían logrado el objetivo que justificaba (y explica) la conspiración; o no hacer absolutamente nada, dejando por tanto que ocurriera lo que ocurrió.
EliminarNaturalmente, como ya he dicho, no tengo ni idea de si hubo o no conspiración. No hay ningún argumento (si no se tienen daros fidedignos) para inclinarse por la hipótesis de que sí la hubo. Pero creo que los que dais tampoco aportan ningún peso a la hipótesis de que no la hubo.
Noticias de última hora.
EliminarEstá más que documentado que tras la ruptura de las conversaciones diplomáticas, el Gobierno de EE.UU preveía un ataque por parte japonés.
También está documentado que tenían sospechas más que fundadas para saber que el lugar a atacar era Pearl Harbour.
También está documentado que por esa razón se avisó a los responsables de la base de un ataque inminente.
Y por último... (redoble de tambores) Por una serie de circunstancias fortuitas el aviso llegó cuando ya se había producido el ataque.
Corolorario
No achaques a la mala fe lo que puede explicarse mediante simple estupidez.
Un ejemplo de como actúa el azar y la casualidad son las elecciones del Reino Unido que se celebran hoy. May las anticipó considerando los factores del brexit y así ganar ampliamente, pero los atentados recientes en Londres han cambiado el eje de la campaña y corbyn ha reducido distancias. Claro que los conspiranoicos dirán que los atentados son parte de ese cambio previsto por ellos, como pasa en la novela El cuarto protocolo de Frederic Forshith
ResponderEliminarLos atentados terroristas de última generación parecen caracterizarse por ser actos individuales, no dirigidos por una organización central que los planifica para obtener fines concretos. Si es así, difícilmente puede sostenerse que formaran parte de una conspiración.
EliminarY sí, el ejemplo me parece muy pertinente para qcomprobar cómo es dificilísimo, casi imposible, controlar el curso de los acontecimientos. Esa es mi principal objeción a las teorías conspiratorias. Pero, insisto, de ahí no me paso a negar la inexistencia de las conspiraciones (en fin, creo que ya lo he explicado en el post).
Es tan profunda nuestra ignorancia sobre causas y consecuencias, que sólo aproximadamente, y en casos sencillos, podemos establecer qué produjo qué cosa. Esto está aceptado.
ResponderEliminarDel puerto de las perlas es probable que no todo el alto mando americano creyera que los japoneses se iban a animar a tanto, y dentro de los japoneses tampoco habría consenso unánime en desafiar de ese modo a los americanos.
Pero ganaron los halcones japoneses y eso les permitió a los halcones americanos avanzar en la guerra.
Más que una conspiración donde cada bando es unánime, creo hay grupos dentro de cada bando que son favorecidos por ciertos acontecimientos. Ex post nadie dirá "me importaba un bledo la flota anclada", pero algunos pensarán: "yo les avisé que corríamos peligro" y otros dirán "no voy a correr la flota cada vez que haya una remota amenaza".
Creo que podríamos convenir en que hay distintos grados en la "actividad conspiratoria", que es más difícil cuanto más controladora y organizada pretende ser.
EliminarCreer que todo el mundo conspira (y especialmente contra uno mismo) es un síntoma claro de paranoia a la que se llega, en efecto y entre otros caminos, gracias a la coca.
ResponderEliminarEn cuanto a tus tendencias conspiranoicas, "take it easy" como dirían por estos lares norteamericanos.