Cruzo Sidney Street y la siguiente manzana está ocupada por tres edificaciones pequeñas de madera pintadas de blanco. Parecen viviendas unifamiliares pero no lo son: una agencia inmobiliaria, un estudio de tatuajes y piercings y un estanco. La siguiente pequeña calle transversal se llama Walter y todo el frente de la manzana a la que paso es una gasolinera de la Shell. Las manzanas que llevo caminando desde el auditorio son todas alargadas hacia el interior; sus frentes estrechos a Main Street los ocupan edificaciones comerciales aisladas, mientras que por detrás están parceladas en dos hileras con viviendas unifamiliares y densas masas arboladas (arces, sobre todo). Ahora cruzo Patten y llego a una manzana de mayor tamaño, que rompe el ritmo de las anteriores. Durante mucho tiempo, ésta fue un área no urbanizada debido a que estaba cruzada por un barranco; finalmente, se dio salida a First Street, se ocupó el frente a Main con un centro comercial y su inevitable parking al aire libre, y se creó el Second Street Park en la parte de atrás, a modo de colchón verde entre la tranquilidad residencial y el mayor ajetreo de Main Street. Son las siete y media de la tarde y está ya anocheciendo; sigo el área asfaltada al lado del Dunkin Donuts hasta una especie de glorieta desde la que se entra al parque. Echo un vistazo: arbolado en sus dos flancos laterales y una pradera un tanto estropeada cruzada por un camino curvo (deduzco que debe seguir el eje del antiguo barranco); hacia el fondo, casi llegando a la Second Street que le da nombre, un espacio arenado con juegos para niños. En fin, no es gran cosa; además, está vacío y algo sucio. Por lo visto, aquí han ocurrido algunos incidentes con homeless y drogatas. Me lo cuentan dos treintañeros que aparecen de pronto; pertenecen a una asociación de vecinos del barrio llamada West Side Watch, que se encargan de vigilar para contribuir a la seguridad del vecindario. Una vez que comprueban que soy un turista “aceptable”, me informan de que su asociación ha contribuido poderosamente a mejorar el barrio; a medida que va perdiendo su mala fama se hace más atractivo desde la óptica inmobiliaria y ya se están renovando varias viviendas. Este espíritu grupal de autodefensa me es extraño aunque aquí sea bastante normal.
Sigo por Main, cruzo Davis, pasó por delante de un comercio de repuestos de automóvil, a continuación Barker y en la nueva manzana está la estación central del Bangor Fire Department. Obviamente, en una ciudad construida tan mayoritariamente en madera, el servicio de bomberos es uno de los principales y más necesarios. Éste de Bangor se fundó en 1815, así que han cumplido recientemente los dos siglos de historia, durante los cuales hay unos cuantos eventos que reseñar. El principal, sin duda, el Gran Incendio de 1911, que quemó la mayor parte del centro de la ciudad; pero hay otro acontecimiento de la historia urbana en el que participaron los bomberos y que merece ser contado (lo haré en algún momento): el abatimiento a tiros de Al Brady y su banda por el FBI en Central Street; acabado el tiroteo, los bomberos tuvieron que acudir a limpiar los litros de sangre que empapaban la calle. Esta estación central es un edificio de hormigón visto que no me disgusta (supongo que no tendrá muchos años).
Separada de la de los bomberos por las omnipresentes áreas de estacionamiento, está una bonita edificación de ladrillo y tres plantas; es la Bangor Area Homeless Shelter. Debe ser hora de acogida porque hay bastantes personas acumulándose. Este albergue, que cubre Bangor y su entorno, está gestionado por una organización sin ánimo de lucro, que complementa los servicios públicos que debe ser que no dan abasto. La idea surgió entre un grupo de gente que a principios de los ochenta se reunía en la iglesia congregacionalista de Hammond Street, aunque parece que el edificio lo cedió la diócesis católica. En su origen, el albergue se orientaba preferentemente a familias o madres solas con sus niños, aunque ya ha ampliado sus servicios a cualquiera que carezca de hogar. Actualmente cuentan con 38 camas, y además de dormitorio y comedor ofrecen apoyos terapéuticos, médicos y psiquiátricos. El problema de los sin techo está mucho más interiorizado en la sociedad norteamericana que entre nosotros. O, al menos, así era hasta la reciente crisis que ha puesto de manifiesto situaciones de desamparo que antes no veíamos con tanta frecuencia. Aquí, los animosos del Bangor Area Homeless Shelter son optimistas: se plantean que en 2050 estos servicios de albergue hayan dejado de ser necesarios.
La calle que ahora me toca cruzar en mi regreso hacia el centro es la del Cedro (Cedar Street), de mayor entidad que las anteriores transversales de Main. En la siguiente manzana me encuentro un pequeño parque (50x100 metros más o menos) que se llama Davenport, en honor a un caballero originario de Massachussets que residía en Bangor y en 1819 donó un terreno de algo más de siete acres para que la Maine Charity School se instalara definitivamente en esta ciudad. Poco he podido averiguar de este señor, pero Bangor debió considerarlo desde muy pronto como uno de sus benefactores porque este parque es de los más antiguos, existía ya en 1834. No es gran cosa: una pradera en ligera pendiente cruzada en diagonal por un camino pavimentado en hormigón y flanqueado de árboles (los árboles en esta ciudad son abundantes y siempre magníficos). Lo más relevante es el monumento que erigieron en 1922, obra del escultor local Charles Tefft, en memoria del acorazado Maine y de la guerra hispano-norteamericana (de cuando se perdió Cuba). Este monumento que tengo enfrente sustituyó la fuente que había antes y que he podido ver en alguna vieja postal; es solo mi opinión, claro, pero se podrían haber ahorrado este engendro de dudoso gusto (un tanto hortera, diría) y haber dejado la vieja fuente. Sobre una base triangular de bloques de granito que evoca la proa del buque (en cuya arista han puesto el escudo y los ornamentos originales de aquél), se levanta una columna de hierro fundido que parece una farola (de hecho, tiene dos lámparas esféricas) coronada por el águila estadounidense en dorado; detrás –cómo no– la bandera de las barras y estrellas. En la placa de bronce del zócalo se lee que el monumento fue erigido por la ciudad de Bangor para honrar la memoria de los soldados y marineros de la guerra de 1898.
Como es sobradamente conocido, el Maine fue un acorazado estadounidense que entró en servicio a finales del siglo XIX y que explotó súbitamente en el puerto de La Habana el 15 de febrero de 1898 por la mañana. Oficialmente, el buque había sido enviado a La Habana para proteger los intereses norteamericanos dado el conflicto independentista que se vivía en la colonia española. En realidad la presencia del acorazado estadounidense en las aguas habaneras daba un claro mensaje a España acerca de las apetencias yanquis sobre la Isla. La explosión fue terrible, destrozó completamente el barco, lo mando al fondo y mató a 261 tripulantes de los 355 que había a bordo. Los dos principales periódicos de la época, el New York Journal y el New York World aprovecharon el suceso para, exagerando y distorsionando los hechos, acalorar al máximo los ánimos de la opinión pública en contra de España. El Journal, propiedad del famoso William Randolph Hearst, llegó a extremos vergonzosos (se le considera el inventor del “amarillismo” periodístico), debido al descarado interés de su propietario en que Estados Unidos entrara en guerra contra España. Se cuenta, por ejemplo (aunque he leído algún artículo que cuestiona la veracidad de la anécdota) que cuando el dibujante Frederic S. Remington, enviado del Journal a La Habana pidió regresar porque allí no pasaba nada, Hearst le envió un telegrama diciéndole “tú pon las imágenes, que yo pondré la guerra”. De modo que al estallar el Maine enseguida apostó por la hipótesis de que la causa había sido una mina y que ésta había sido puesta por los españoles. En poco tiempo se popularizó entre las masas norteamericanas un clamor de indignación y venganza: “Recordad el Maine, al infierno España” (Remember the Maine! To hell with Spain!). A punto de llegar al 120 aniversario de aquella tragedia, todavía no están dilucidadas las causas de la misma. Desde aquellos días coexisten dos opciones –una mina o un accidente por combustión espontánea del carbón que incendió los pañoles de munición muy cercanos– y ninguna ha sido descartada. Naturalmente, la primera hipótesis, la de un atentado intencionado, tampoco avanza nada en desvelar a los culpables, que pudieron ser los españoles, los independentistas cubanos o los propios estadounidenses, para conseguir que una población mayoritariamente aislacionista pasara a desear meterse en una guerra contra España (cosa que efectivamente ocurrió). El caso es que, a propósito del recuerdo del Maine que me trae un monumento de poco gusto en un parque de Bangor, me pongo a pensar en las teorías conspirativas que no pocas veces han aparecido en la historia norteamericana. Y con esos asuntos bullendo en la cabeza sigo caminando por Main Street.
Sigo por Main, cruzo Davis, pasó por delante de un comercio de repuestos de automóvil, a continuación Barker y en la nueva manzana está la estación central del Bangor Fire Department. Obviamente, en una ciudad construida tan mayoritariamente en madera, el servicio de bomberos es uno de los principales y más necesarios. Éste de Bangor se fundó en 1815, así que han cumplido recientemente los dos siglos de historia, durante los cuales hay unos cuantos eventos que reseñar. El principal, sin duda, el Gran Incendio de 1911, que quemó la mayor parte del centro de la ciudad; pero hay otro acontecimiento de la historia urbana en el que participaron los bomberos y que merece ser contado (lo haré en algún momento): el abatimiento a tiros de Al Brady y su banda por el FBI en Central Street; acabado el tiroteo, los bomberos tuvieron que acudir a limpiar los litros de sangre que empapaban la calle. Esta estación central es un edificio de hormigón visto que no me disgusta (supongo que no tendrá muchos años).
Separada de la de los bomberos por las omnipresentes áreas de estacionamiento, está una bonita edificación de ladrillo y tres plantas; es la Bangor Area Homeless Shelter. Debe ser hora de acogida porque hay bastantes personas acumulándose. Este albergue, que cubre Bangor y su entorno, está gestionado por una organización sin ánimo de lucro, que complementa los servicios públicos que debe ser que no dan abasto. La idea surgió entre un grupo de gente que a principios de los ochenta se reunía en la iglesia congregacionalista de Hammond Street, aunque parece que el edificio lo cedió la diócesis católica. En su origen, el albergue se orientaba preferentemente a familias o madres solas con sus niños, aunque ya ha ampliado sus servicios a cualquiera que carezca de hogar. Actualmente cuentan con 38 camas, y además de dormitorio y comedor ofrecen apoyos terapéuticos, médicos y psiquiátricos. El problema de los sin techo está mucho más interiorizado en la sociedad norteamericana que entre nosotros. O, al menos, así era hasta la reciente crisis que ha puesto de manifiesto situaciones de desamparo que antes no veíamos con tanta frecuencia. Aquí, los animosos del Bangor Area Homeless Shelter son optimistas: se plantean que en 2050 estos servicios de albergue hayan dejado de ser necesarios.
La calle que ahora me toca cruzar en mi regreso hacia el centro es la del Cedro (Cedar Street), de mayor entidad que las anteriores transversales de Main. En la siguiente manzana me encuentro un pequeño parque (50x100 metros más o menos) que se llama Davenport, en honor a un caballero originario de Massachussets que residía en Bangor y en 1819 donó un terreno de algo más de siete acres para que la Maine Charity School se instalara definitivamente en esta ciudad. Poco he podido averiguar de este señor, pero Bangor debió considerarlo desde muy pronto como uno de sus benefactores porque este parque es de los más antiguos, existía ya en 1834. No es gran cosa: una pradera en ligera pendiente cruzada en diagonal por un camino pavimentado en hormigón y flanqueado de árboles (los árboles en esta ciudad son abundantes y siempre magníficos). Lo más relevante es el monumento que erigieron en 1922, obra del escultor local Charles Tefft, en memoria del acorazado Maine y de la guerra hispano-norteamericana (de cuando se perdió Cuba). Este monumento que tengo enfrente sustituyó la fuente que había antes y que he podido ver en alguna vieja postal; es solo mi opinión, claro, pero se podrían haber ahorrado este engendro de dudoso gusto (un tanto hortera, diría) y haber dejado la vieja fuente. Sobre una base triangular de bloques de granito que evoca la proa del buque (en cuya arista han puesto el escudo y los ornamentos originales de aquél), se levanta una columna de hierro fundido que parece una farola (de hecho, tiene dos lámparas esféricas) coronada por el águila estadounidense en dorado; detrás –cómo no– la bandera de las barras y estrellas. En la placa de bronce del zócalo se lee que el monumento fue erigido por la ciudad de Bangor para honrar la memoria de los soldados y marineros de la guerra de 1898.
Como es sobradamente conocido, el Maine fue un acorazado estadounidense que entró en servicio a finales del siglo XIX y que explotó súbitamente en el puerto de La Habana el 15 de febrero de 1898 por la mañana. Oficialmente, el buque había sido enviado a La Habana para proteger los intereses norteamericanos dado el conflicto independentista que se vivía en la colonia española. En realidad la presencia del acorazado estadounidense en las aguas habaneras daba un claro mensaje a España acerca de las apetencias yanquis sobre la Isla. La explosión fue terrible, destrozó completamente el barco, lo mando al fondo y mató a 261 tripulantes de los 355 que había a bordo. Los dos principales periódicos de la época, el New York Journal y el New York World aprovecharon el suceso para, exagerando y distorsionando los hechos, acalorar al máximo los ánimos de la opinión pública en contra de España. El Journal, propiedad del famoso William Randolph Hearst, llegó a extremos vergonzosos (se le considera el inventor del “amarillismo” periodístico), debido al descarado interés de su propietario en que Estados Unidos entrara en guerra contra España. Se cuenta, por ejemplo (aunque he leído algún artículo que cuestiona la veracidad de la anécdota) que cuando el dibujante Frederic S. Remington, enviado del Journal a La Habana pidió regresar porque allí no pasaba nada, Hearst le envió un telegrama diciéndole “tú pon las imágenes, que yo pondré la guerra”. De modo que al estallar el Maine enseguida apostó por la hipótesis de que la causa había sido una mina y que ésta había sido puesta por los españoles. En poco tiempo se popularizó entre las masas norteamericanas un clamor de indignación y venganza: “Recordad el Maine, al infierno España” (Remember the Maine! To hell with Spain!). A punto de llegar al 120 aniversario de aquella tragedia, todavía no están dilucidadas las causas de la misma. Desde aquellos días coexisten dos opciones –una mina o un accidente por combustión espontánea del carbón que incendió los pañoles de munición muy cercanos– y ninguna ha sido descartada. Naturalmente, la primera hipótesis, la de un atentado intencionado, tampoco avanza nada en desvelar a los culpables, que pudieron ser los españoles, los independentistas cubanos o los propios estadounidenses, para conseguir que una población mayoritariamente aislacionista pasara a desear meterse en una guerra contra España (cosa que efectivamente ocurrió). El caso es que, a propósito del recuerdo del Maine que me trae un monumento de poco gusto en un parque de Bangor, me pongo a pensar en las teorías conspirativas que no pocas veces han aparecido en la historia norteamericana. Y con esos asuntos bullendo en la cabeza sigo caminando por Main Street.
El episodio de la voladura del Maine, antecedente casi idéntico al de Pearl Harbour, me vuelve a llevar a la postverdad. Claro que los autores eran los editores de diarios y los políticos, y ahora lo hacemos comunes mortales.
ResponderEliminarPerdona, pero nada de idéntico. Los japoneses incuestionablemente atacaron Pearl Harbour. Si lo dices por esa estúpida teoría de que los americanos mintieron sobre el número total de muertos y fue todo un montaje, aún están por aparecer esos barcos que por lo visto nunca se hundieron. ¡No hablemos ya de esos muertos!
EliminarTe perdono, faltaba más...Se sabía que Japón podría atacar Hawaii, de hecho, había habido escaramuzas diplomáticas serias entre USA y el Imperio, y los Japos habían ocupado Manchuria, Indochina, Taiwan...Cualquier parecido con Alemania, no era casualidad. Al otro día del ataque salió Roosevelt diciendo que el ataque había sido una traición y una canallada, de resultas de lo cual USA entraba en guerra...con el eje, que significó que el grueso del esfuerzo bélico fue para Europa. No fue un montaje, pero fue muy conveniente el ataque para justificar la declaración de guerra en un contexto de oposición popular a involucrarse en "la guerra de los europeos".
EliminarNo conocía la estúpida teoría, de haberla conocido hubiera hecho una llamada al pie de página desligando mi mensaje
Yo tampoco conocía esa teoría a la que te refieres (aunque no das referencias concretas). Lo que sí sabía –que supongo que es a lo que se refiere Chófer– es ha habido varios que aseguran que los USA sabían que iba a suceder el ataque pero prefirieron dejar que ocurriera (Roosevelt quería entrar en guerra y había que convencer al pueblo). A eso me refiero en el post que publico hoy.
EliminarNos conviene una buena guerrita, fue el comentario del belicista presidente de EEUU entonces.
ResponderEliminarCuriosamente, hay mucha gente joven que ignora que Rspaña y Estados Unidos se enfrentaron en Guerra.
El presidente de EEUU de entonces, William McKinley no era en absoluto belicista, más bien al contrario. De hecho se resistió todo lo que pudo a entrar en una guerra a la que le forzó la opinión pública y el Congreso, gracias fundamentalmente a la presión mediática de los Hearst y los Pulitzer.
EliminarY, en efecto, muchos jóvenes ignoran que España y USA se enfrentaron en una guerra. Y es que Estados Unidos, en sus doscientos y pico años de historia independiente, se ha enfrentado bélicamente con casi cualquier país del planeta.
Los españoles de todo signo estaban casi seguros de ganar a los EEUU, y proclamaban consignas como: ¡Llegaremos a NY! (Y llegamos pero haciendo turismo.) Fdo: Joaquín
ResponderEliminarTodavía no se concebía a los USA como la gran potencia que estaba llamada a ser. Y, lo que es peor, todavía nos creíamos potencia.
EliminarSe sabe desde hace tiempo cómo se hundió el Maine: una explosión accidental de origen interno, producida por la combustión espontánea del carbón.
ResponderEliminarAl menos esta fue la conclusión a la que llegó el Almirante Rickover, padre de la marina de guerra nuclear estadounidense en un informe allá por los años 70. (http://historymatters.gmu.edu/d/5470/)
Esta hipótesis también se barajó en su día por el propio gobierno estadounidense, pero la hipótesis de la mina se acomodaba mejor a los intereses americanos.
Como bien dice Joaquín los españoles estaban convencidos de barrer a los americanos. Los dos únicos que sabían donde se metían eran Montojo y Cervera. El primero llevó la flota a aguas someras para que cuando los hundieran la mortalidad fuese menor y el segundo pidió todas las órdenes por duplicado para poder defenderse cuando le sometieran a un consejo de guerra por haber perdido la flota (como así sucedió).
El cúmulo de despropositos cometidos por la clase política española da para llenar no un libro si no una enciclopedia. Solo una pista. España sólo tenía un buque moderno, el Cristóbal Colón, que fue enviado al combate sin su artillería principal.
Para hacerse una idea de los conocimientos del españolisto de turno basta decir que se limitaban a contar cañones... Es mejor tener tres de seis pulgadas que uno de trece!!!
Esa es, en efecto, la conclusión de Rickover pero no está unánimemente aceptada. Basta que consultes la wiki para que compruebes que después de la de Rickover hay al menos dos investigaciones relevantes: la de National Geographic cuestiona la teoría de la autocombustión, mientras que la de History Channel sí se inclina por ella.
EliminarEn el libro El árbol de la ciencia se lee sobre el desastre del 98 y es como dicen Números y Joaquín: mucha fanfarronada patriotera de la que se desentendieron cuando vino el machaque yanqui.
ResponderEliminarSí, en efecto, eso es lo que pensaban los patrioteros españoles, pero no lo que pensaban los pragmáticos estadounidenses. Distinguid ambas percepciones
Eliminar"Los periódicos no decían más que necedades y bravuconadas; los yanquis no estaban preparados para la guerra; no tenían ni uniformes para sus soldados. En el país de las máquinas de coser el hacer unos cuantos uniformes era un conflicto enorme, según se decía en Madrid".
EliminarSí y también hay quien dice que Elvis sigue vivo.
ResponderEliminarAhora en serio, cuando se examinan investigaciones lo primero que hay que ver es QUIÉN investiga y en ese sentido Rickover y su equipo ganan por goleada. De hecho ni siquiera había unanimidad entre los miembros de la AME, pero para un canal de televisión, y no olvidemos que National Geographic lo es, es mucho más interesante dejar siempre la historia abierta que llegar a conclusiones definitivas.