En la entrada anterior dejé sin resolver qué era lo que había echado en falta Luis Melián de Betancor en alguno de los navíos ingleses arribados a Santa Cruz, ese hulk del cual no he encontrado traducción que me satisfaga. Apunté que tal vez se trataba de alguna pieza de artillería, lo cual se me antojó congruente, primero porque en efecto es algo cuya ausencia podía advertir el teniente gobernador, y segundo porque parece también razonable que su entrada en la Isla estuviera sujeta a normas estrictas. Pero pensé en ello, sobre todo, porque el propio Cioranescu nos cuenta que el 9 de marzo de 1559 (o sea, unos meses después de la llegada de los barcos británicos), Thomas Nichols, mediante escritura ante Juan del Castillo, vende a Simón Grafeton “dos piezas de artillería, que son un pasamuro e un falcón de hierro colado”. Hoy, los pasamuros son mecanismos para el sellado de cables y tuberías, pero en el XVI con ese término se designaba a un tipo de cañones, normalmente lombardas gruesas de bronce, con las que se equipaban los barcos superiores a 200 toneladas (la etimología del nombre es bastante obvia). Los falcones (he encontrado más referencias a falconete) eran también cañones, pero de menor calibre y más ligeros. Este Simon Grafton (grafía original) era otro comerciante inglés también residente en Tenerife. De quien se tienen más noticias es de otro Grafton –probablemente pariente cercano– de nombre Richard, que era amigo y vecino de nuestro Tomás (pocos años después, en 1563, el pirata Edgard Cook, de Southampton, atacó y robó en el puerto de La Palma un barco cargado de azúcar y otras mercaderías fletado por Richard Grafton, pero ésa es otra historia). Volviendo a Simon Grafton, resulta que estaba preparando una nave armada para sumarse a una expedición a las vecinas costas de Berbería, evidentemente para capturar esclavos. Así que le pide a su compatriota que le consiga las piezas artilleras y le promete pagárselas a su regreso con un porcentaje de lo que gane en la aventura; sin embargo, Nichols se quedó sin cobrar pues Grafton murió en junio de ese año 1559 frente a la costa de Guinea.
Esta operación comercial, que desde luego nada tenía que ver con la misión de nuestro joven amigo como representante de sus patrones, me parece un tanto desconcertante, a la vez que refuerza la idea que me voy haciendo de un tipo muy “echao palante”, quizá demasiado, quizá sin medir adecuadamente los riesgos y sin tener tampoco muchos escrúpulos morales. Uno se pregunta qué hacía el titular de una tienda lagunera de paños ingleses y exportador de azúcar y vinos canarios, consiguiendo cañones para barcos. La naturaleza de la mercancía hace pensar en gestiones en el mercado negro, quizá a través de los piratas británicos que ya merodeaban por las costas del archipiélago, tan pronto amigos como enemigos. He de reconocer que, pese a que Cioranescu nos diga que se probó que lo que faltaba en las naves inglesas (ahora más que antes quiero pensar que eran piezas de artillería) había sido perdido en las costas bretonas, cada vez me resulta más sugerente y creíble que nuestro hombre las desembarcara de extranjis para esconderlas con vistas a futuros lucrativos negocios. A ver si las sospechas de Luis Melián iban a estar bien fundadas. Imaginemos que la inocencia del factor derivara de una declaración del capitán de la nave “con carencias”, que es lo que me parece más lógico pues no creo que el teniente gobernador enviase correos hasta Bretaña para confirmar que allí había desaparecido lo que fuese. Los muchos juramentos que se le exigirían al marino habrían bastado para retirar los cargos contra Nichols, pero probablemente no para que Melián de Betancor se convenciese. Más bien al contrario, me imagino que creería que el culpable se le escurría entre las manos y eso lo enrabietaría en grado sumo. Esta hipótesis explicaría que, a pesar de tener que dejarlo en libertad, el teniente no cejara en hostigarlo. Lo que hizo fue acusar al inglés de haber recibido en esos barcos mercancías prohibidas y, en consecuencia, ordenó que confiscaran la parte de la carga que venía para Nichols. Se abrió un proceso judicial, claro, pero tres años después, con nuestro amigo ya preso, seguía sin resolverse. Así que seguramente Nichols tenía razón en quejarse de los atropellos de las autoridades tinerfeñas, pero también es probable que no dijera toda la verdad.
El siguiente encontronazo con el poder tuvo como protagonista al licenciado Polo Morteo, del cual Cioranescu nos dice que era el gobernador de Gran Canaria y natural de Andalucía, “hombre de mala condición, como parece públicamente por el proceso seguido contra él en Cádiz, en el que fue castigado por cohecho y públicamente desterrado”. Morteo fue el apellido de unos mercaderes genoveses, que desde los primeros años del siglo XVI se distribuyeron entre Andalucía y Canarias. Así, consta un tal Juan residente en Sanlúcar de Barrameda en 1510 y dedicado al comercio de la orchilla con las islas. Pero también hay otro, Paolo (castellanizado como Polo), vecino por esas fechas de Las Palmas, y que en 1520 está casado con Isabel Ortiz. Por lo que cuenta Cioranescu, se pensaría que el Morteo que chocó con Thomas sería hijo de aquel Juan que se instaló en el litoral gaditano, y que vendría a Canarias donde habitaban primos, los descendientes del Paolo que, también comerciante, optó por asentarse en Gran Canaria (y que, por cierto, entre sus múltiples intereses también se dedicó a la trata esclavista). Sin embargo, en una nota, el propio Cioranescu refiere que en 1558 fue teniente de Francisco Mexia, gobernador de Gran Canaria (no gobernador, por tanto), Pedro Juan Morteo, nacido en Las Palmas en 1521 de Isabel Ortiz, mujer de Polo Morteo. Este Pedro Juan, con estudios universitarios en la península, había sido ya alcalde mayor de Cádiz, lo que pudo inducir a que, al regresar a su isla natal, se le tildara de andaluz. Lo que no he conseguido averiguar es si la condena por cohecho del tribunal gaditano, fue durante su estancia como alcalde en esa ciudad o posterior. El sentido común aconseja desechar la primera opción porque, entonces, no sería lógico (o decente) que fuera a ocupar un nuevo cargo público, esta vez en Gran Canaria; pero en este país, ya desde hace muchos siglos, no es el sentido común lo que suele guiar los acontecimientos. Aún así, tiendo a suponer que las corruptelas por las que fue procesado son posteriores a sus servicios en Canarias, aunque no parece que entre las imputaciones se incluyera ninguna de sus actuaciones contra los factores ingleses (porque incordió tanto a Nichols como a Kingsmill).
Pero yendo a nuestro asunto, el 10 de febrero de 1559 Morteo mandó hacer inventario de los bienes de ambos factores. Supongo que, en términos actualizados, ese “hacer inventario” viene a equivaler a una orden de registro: Morteo ordenaría a los alguaciles que se personaran en las tiendas de Las Palmas y de La Laguna a ponerlas patas arriba a ver si encontraban alguna prueba delictiva. El pretexto de esta actuación fue que la reina de Inglaterra era enemiga de la religión y de los españoles y, por tanto, esos dos ingleses podrían ser agentes suyos, conspirando contra los intereses católicos y/o hispánicos. En efecto, no puede sino calificarse de pretexto porque, en aquellas fechas, Isabel acababa de ser coronada (15 de enero de 1559) y se cuidaba todavía mucho de mostrar la más mínima animadversión contra España o el catolicismo. Parece sensato asumir que en el hostigamiento de Morteo a los dos comerciantes había otras motivaciones que poco tenían que ver con los intereses públicos. A esa misma conclusión apuntan incidentes posteriores (del año 1560, cuando ya Nichols estaba detenido por la Inquisición) que provocó el mismo personaje contra Kingsmill. No he hallado, sin embargo, ninguna pista sobre las verdaderas razones del encono de Morteo. Quizá pretendiera perjudicar a comerciantes que compitieran contra su familia, si es que todavía los Morteo seguían vinculados a los negocios. Pero más probable me parece –por protestas que más tarde hizo Nichols y por lo que pasó con Kingsmill– que tratara de extorsionar a los mercaderes británicos para sacar provecho propio. En todo caso, fueran cuales fuesen las causas de este segundo conflicto con las autoridades, hace aflorar por primera vez el argumento decisivo en las futuras desgracias de nuestro protagonista: ser sospechoso de herejía, de atacar la religión. En esos tiempos, que te acusaran de hereje significaba que, como primera medida, caías en los brazos de la Santa Inquisición y a partir de ahí ya se vería. Con un sistema así, es de cajón que una de las más eficaces medidas contra cualquier enemigo era denunciarlo de no observar los preceptos del catolicismo, lo que además tenía la ventaja –como ya veremos– que no requería apenas pruebas.
El caso es que del “inventario” ordenado por Morteo debió descubrirse algo delictivo porque el teniente gobernador de Gran Canaria decidió secuestrar bastantes mercancías e incluso metió en la cárcel a Thomas. No nos aclara Cioranescu por qué el teniente gobernador de Gran Canaria actuaba en Tenerife; supongo yo que, habiendo empezado por Kingsmill quiso empapelar también al factor tinerfeño, al ser ambos representantes de la misma compañía inglesa. Téngase en cuenta que por entonces Nichols aún tenía retenida parte de la carga desembarcada de los buques de los que hablé en el post anterior, de modo que llovía sobre mojado. En todo caso, imagino que para ordenar el registro de la tienda lagunera de Nichols Morteo tendría que ponerlo en conocimiento de las autoridades tinerfeñas; no cuesta nada imaginarnos al descendiente de normandos pasando el relevo de la persecución al inglés al de antepasados genoveses, celebrando el acuerdo entre risotadas mientras se tomaban unos vinos. Quiero advertir que, si bien del desarrollo de los acontecimientos se deducen indicios bastantes para pensar que, tanto Melián primero como Morteo después, estaban influidos en su actuar por intereses espurios, no de ello hemos de pensar que los comerciantes ingleses, y Thomas Nichols en particular, fueran ningunos angelitos. En otras palabras, parece razonable pensar que algo delictivo se encontraría en la tienda de La Laguna –y no en la de Las Palmas– para que se pudiera encarcelar al joven y no al factor de más edad (y probablemente más avisado para eludir trampas de las autoridades). De nuevo ignoramos los detalles, imprescindibles para poder juzgar con una mínima seguridad. El caso es que Kingsmill se movió en auxilio de su colega (y también de los intereses económicos de sus representados) y consiguió que el 8 de marzo de 1559 Nichols fuera liberado y sus bienes desembargados; o sea, pasó dos mesecitos a la sombra. Bien es verdad, que unas cuantas mercancías desaparecieron en este trance y, además, hubo que gastar más de cien ducados (unos quince mil euros actuales) para evitar males peores. En fin, nuestro amigo, en solo dos años residiendo en Tenerife, ya había recibido dos avisos serios. Sin embargo, el chico era animoso y ni se le ocurrió mandarse mudar.
El siguiente encontronazo con el poder tuvo como protagonista al licenciado Polo Morteo, del cual Cioranescu nos dice que era el gobernador de Gran Canaria y natural de Andalucía, “hombre de mala condición, como parece públicamente por el proceso seguido contra él en Cádiz, en el que fue castigado por cohecho y públicamente desterrado”. Morteo fue el apellido de unos mercaderes genoveses, que desde los primeros años del siglo XVI se distribuyeron entre Andalucía y Canarias. Así, consta un tal Juan residente en Sanlúcar de Barrameda en 1510 y dedicado al comercio de la orchilla con las islas. Pero también hay otro, Paolo (castellanizado como Polo), vecino por esas fechas de Las Palmas, y que en 1520 está casado con Isabel Ortiz. Por lo que cuenta Cioranescu, se pensaría que el Morteo que chocó con Thomas sería hijo de aquel Juan que se instaló en el litoral gaditano, y que vendría a Canarias donde habitaban primos, los descendientes del Paolo que, también comerciante, optó por asentarse en Gran Canaria (y que, por cierto, entre sus múltiples intereses también se dedicó a la trata esclavista). Sin embargo, en una nota, el propio Cioranescu refiere que en 1558 fue teniente de Francisco Mexia, gobernador de Gran Canaria (no gobernador, por tanto), Pedro Juan Morteo, nacido en Las Palmas en 1521 de Isabel Ortiz, mujer de Polo Morteo. Este Pedro Juan, con estudios universitarios en la península, había sido ya alcalde mayor de Cádiz, lo que pudo inducir a que, al regresar a su isla natal, se le tildara de andaluz. Lo que no he conseguido averiguar es si la condena por cohecho del tribunal gaditano, fue durante su estancia como alcalde en esa ciudad o posterior. El sentido común aconseja desechar la primera opción porque, entonces, no sería lógico (o decente) que fuera a ocupar un nuevo cargo público, esta vez en Gran Canaria; pero en este país, ya desde hace muchos siglos, no es el sentido común lo que suele guiar los acontecimientos. Aún así, tiendo a suponer que las corruptelas por las que fue procesado son posteriores a sus servicios en Canarias, aunque no parece que entre las imputaciones se incluyera ninguna de sus actuaciones contra los factores ingleses (porque incordió tanto a Nichols como a Kingsmill).
Pero yendo a nuestro asunto, el 10 de febrero de 1559 Morteo mandó hacer inventario de los bienes de ambos factores. Supongo que, en términos actualizados, ese “hacer inventario” viene a equivaler a una orden de registro: Morteo ordenaría a los alguaciles que se personaran en las tiendas de Las Palmas y de La Laguna a ponerlas patas arriba a ver si encontraban alguna prueba delictiva. El pretexto de esta actuación fue que la reina de Inglaterra era enemiga de la religión y de los españoles y, por tanto, esos dos ingleses podrían ser agentes suyos, conspirando contra los intereses católicos y/o hispánicos. En efecto, no puede sino calificarse de pretexto porque, en aquellas fechas, Isabel acababa de ser coronada (15 de enero de 1559) y se cuidaba todavía mucho de mostrar la más mínima animadversión contra España o el catolicismo. Parece sensato asumir que en el hostigamiento de Morteo a los dos comerciantes había otras motivaciones que poco tenían que ver con los intereses públicos. A esa misma conclusión apuntan incidentes posteriores (del año 1560, cuando ya Nichols estaba detenido por la Inquisición) que provocó el mismo personaje contra Kingsmill. No he hallado, sin embargo, ninguna pista sobre las verdaderas razones del encono de Morteo. Quizá pretendiera perjudicar a comerciantes que compitieran contra su familia, si es que todavía los Morteo seguían vinculados a los negocios. Pero más probable me parece –por protestas que más tarde hizo Nichols y por lo que pasó con Kingsmill– que tratara de extorsionar a los mercaderes británicos para sacar provecho propio. En todo caso, fueran cuales fuesen las causas de este segundo conflicto con las autoridades, hace aflorar por primera vez el argumento decisivo en las futuras desgracias de nuestro protagonista: ser sospechoso de herejía, de atacar la religión. En esos tiempos, que te acusaran de hereje significaba que, como primera medida, caías en los brazos de la Santa Inquisición y a partir de ahí ya se vería. Con un sistema así, es de cajón que una de las más eficaces medidas contra cualquier enemigo era denunciarlo de no observar los preceptos del catolicismo, lo que además tenía la ventaja –como ya veremos– que no requería apenas pruebas.
El caso es que del “inventario” ordenado por Morteo debió descubrirse algo delictivo porque el teniente gobernador de Gran Canaria decidió secuestrar bastantes mercancías e incluso metió en la cárcel a Thomas. No nos aclara Cioranescu por qué el teniente gobernador de Gran Canaria actuaba en Tenerife; supongo yo que, habiendo empezado por Kingsmill quiso empapelar también al factor tinerfeño, al ser ambos representantes de la misma compañía inglesa. Téngase en cuenta que por entonces Nichols aún tenía retenida parte de la carga desembarcada de los buques de los que hablé en el post anterior, de modo que llovía sobre mojado. En todo caso, imagino que para ordenar el registro de la tienda lagunera de Nichols Morteo tendría que ponerlo en conocimiento de las autoridades tinerfeñas; no cuesta nada imaginarnos al descendiente de normandos pasando el relevo de la persecución al inglés al de antepasados genoveses, celebrando el acuerdo entre risotadas mientras se tomaban unos vinos. Quiero advertir que, si bien del desarrollo de los acontecimientos se deducen indicios bastantes para pensar que, tanto Melián primero como Morteo después, estaban influidos en su actuar por intereses espurios, no de ello hemos de pensar que los comerciantes ingleses, y Thomas Nichols en particular, fueran ningunos angelitos. En otras palabras, parece razonable pensar que algo delictivo se encontraría en la tienda de La Laguna –y no en la de Las Palmas– para que se pudiera encarcelar al joven y no al factor de más edad (y probablemente más avisado para eludir trampas de las autoridades). De nuevo ignoramos los detalles, imprescindibles para poder juzgar con una mínima seguridad. El caso es que Kingsmill se movió en auxilio de su colega (y también de los intereses económicos de sus representados) y consiguió que el 8 de marzo de 1559 Nichols fuera liberado y sus bienes desembargados; o sea, pasó dos mesecitos a la sombra. Bien es verdad, que unas cuantas mercancías desaparecieron en este trance y, además, hubo que gastar más de cien ducados (unos quince mil euros actuales) para evitar males peores. En fin, nuestro amigo, en solo dos años residiendo en Tenerife, ya había recibido dos avisos serios. Sin embargo, el chico era animoso y ni se le ocurrió mandarse mudar.
Me acordaba de "el patriotismo es el ultimo refugio de los canallas" (S. Johnson). Parece ser que la religión ha sido también usada con similares fines.
ResponderEliminarSi lo pensamos, cada vez que alguien declara actuar en defensa del mayor bien, miremos con cuidado nuestra billetera.
Alguien calificó al aptriotismo (en realidad, fue al nacionalismo, pero viene a dar lo mismo) como religión laica. Desde luego que ambas cosas están ligadas, sobre todo como herramientas para manipular a los "fieles".
EliminarPuede ser sin duda un cañón. Siendo un documento de carácter mercantil, es muy probable que se empleen abreviaturas y sobreentendidos.
ResponderEliminarPues ya temo por el destino del pobre Nicolás...
Haces bien en temer: la Inquisición acecha ...
EliminarEsto se mueve menos que el sueldo base. ¡Cacho vacaciones que te estas tomando Miroslav! O eso o estás investigando de aupa
ResponderEliminarB-) Salud. Fdo.: Joaquín
Vacaciones, vacaciones. Aunque hace unos días que se acabaron, pero me he liado con otro tema que tal vez, una vez que acabe (y espero que acabe bien) lo traslade a este blog.
EliminarEn breve seguiré con la historia; gracias por tu interés.
El relato, como ya dije en el primero de la serie, no es sino la reescritura de una obrilla del gran Cioranescu. La amplío, eso sí, indagando sobre los personajes que aparecen y otras circunstancias del escueto relato del sabio, quien como lo era no necesitaba explicar lo que yo sí tengo que contarme.
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