He ya dado cuenta de los dos breves encarcelamientos de nuestro amigo Tomás Nicolás y acabé la entrada anterior con su liberación, justo cuando empezaba la primavera del año 1559. Menos de un año le duraría al inglés la libertad y durante esos meses, poco a poco, empezó a intuir la que podía venírsele encima, pero no fue lo suficientemente hábil para escaquearse. Por lo pronto, lo primero que hace nada más ser excarcelado, es vender a Simón Grafeton los cañones que ya mencioné anteriormente. Si, como sospecho, tales mercancías provenían de aquel buque inglés que había atracado en Santa Cruz el año 58, está claro que Thomas estaría urgido a deshacerse de las mismas. Se sentiría vigilado, sin duda, y sus enemigos eran gentes de peso, peligrosos. Si una vez vendidas las armas, no hizo lo que le hubiera convenido –largarse en el menor tiempo posible– puede que se debiera a que nuestro impetuoso joven se había enamorado. Quien le había encandilado era una palmera de nombre Francisca, hija del escribano de esa Isla, Alonso Camacho, y de Beatriz de Almonte.
De este Alonso Camacho poca cosa he descubierto. En lo que al oficio se refiere, era de no poca importancia ya que sus servicios fedatarios eran imprescindibles en todos los negocios, tanto públicos como privados (equivale a los actuales notarios). El cargo estaba vinculado a la superación de un examen, ya que para ejercerlo se requería formación específica. Desde principios del siglo XVI había en la demarcación de Santa Cruz de la Palma tres escribanos, aunque una Real Cédula de Carlos I aumenta hasta seis las plazas en la villa y sus tierras. El escribano mayor era el del Concejo, y no parece que ese puesto fuera el que ocupaba Camacho; sería, pienso yo, alguno de los otros tres o cuatro que ejercían el oficio, cobrando sus buenos honorarios, en la coqueta capital palmera. Además, parece que el que hubiera sido suegro de nuestro amigo era también el mayordomo de la Iglesia matriz de San Salvador. El mayordomo –por si alguien lo ignora– era el encargado de los asuntos económicos de la parroquia. Así, por ejemplo, se conserva un documento en el que consta que el mayordomo Camacho encarga a los canteros Francisco Hernández y Pedro de Acevedo traer desde La Gomera quinientos cantos de vitola para la obra de la torre de la iglesia. En resumen, que don Alonso había de ser persona de calidad.
Según los escasos datos que he encontrado, Alonso sería hijo de Diego Camacho, nacido en Trigueros y descendiente de portugueses asentados en esas tierras desde la derrota de la antigua taifa de Niebla. Muy joven se habría apuntado a la conquista de La Palma y allí pasaría el resto de sus días (al menos, allí testó). Se habría casado con Juana Fernández, quien traería al mundo –¿en La Palma?– a Alonso hacia 1510, el cual hubo de recibir buena formación y asentarse entre lo más granado de la sociedad palmera. Casó Alonso con Beatriz de Almonte, algo más joven que él, quien en escasos cinco años le dio cuatro hijas: Leonor, Águeda, Luisa y Francisca, la que enamoraría a nuestro inglés. Me barrunto que el nacimiento de la última sería fatal para Beatriz, que habría muerto en la mitad de su veintena. Alonso volvió a casarse, esta vez con María González, la que le ampliaría su descendencia con un varón y dos niñas más. Así que, cuando Tomás conoció a la familia Camacho (pongamos que en 1558), el escribano era un venerable padre de familia numerosa que se acercaba a los cincuenta y Francisca andaría por los dieciocho añitos, en edad de sobra casadera.
Con toda seguridad, Tomás habría conocido a los Camacho por motivos profesionales. Parte de sus obligaciones era hacer viajes frecuentes a La Palma, para adquirir vino y azúcar. Nada tiene de extraño que, para la formalización de sus acuerdos comerciales en aquella isla, recurriese al notario de Santa Cruz. Supondré que el inglés le cayó en gracia al palmero, que lo admitió en las interioridades familiares, posibilitando así que conociera y tratara a su hija. La verdad, no termina de cuadrarme que, en unos tiempos en los que los matrimonios eran sobre todo negocios, Alonso Camacho viera en Nichols un buen partido. Extranjero de país protestante y sin dotes de nobleza o fortuna: no alcanzo a imaginar por qué habría el notario palmero de dar su consentimiento. Quizás la niña Francisca tuviera algún defecto que le impedía una buena boda. O quizás, y además, nuestro protagonista se hubiese adornado a sí mismo con virtudes y poderes de los que carecía. Porque lo que sí parece más verosímil es el interés de Tomás en la boda: emparentar con una buena familia del archipiélago era vía eficaz para el arribismo social y, en su amenazadora situación, también una muy conveniente medida de protección. Me barrunto por eso que, aunque pudiera conocer desde antes a Francisca Camacho, la decisión de casarse con ella la tomaría después de sufrir los dos encarcelamientos que he contado. De modo que, para que el cuento sea más creíble, niego ahora la hipótesis del enamoramiento trocándola por fría estrategia. Tomás Nicolás se habría propuesto conseguir la mano (y la dote) de la hija del notario palmero a modo de seguro frente a los riesgos que lo acechaban.
De modo que en los meses de 1559 aprovecharía los viajes a La Palma para asediar a la Paquita, a quien ahora me imagino feucha y hasta contrahecha. La chica, que ya se vería destinada a vestir santos, florecería ilusionada ante las galanuras que le prodigaba tan buen mozo, de gracioso acento extranjero. Pero, al mismo tiempo que se ocupaba de enamorarla (y, en paralelo, convencer a los padres de su idoneidad como yerno), Tomás iba resolviendo asuntos que apuntan a que presentía la tormenta que se le avecinaba. Conocemos dos de sus últimos viajes a La Palma –en octubre y en diciembre– y en ambos firma, en la escribanía de Camacho, poderes para tratar los asuntos pendientes. Son indicios de que no las tenía todas consigo. Deduzco también que, hacia las vísperas de las navidades de ese 1559, habría alcanzado ya el acuerdo con los Camacho para desposar a Francisca. Probablemente, urgidos por el inglés, habrían concertado la ceremonia para principios del año entrante. Sin embargo, como veremos en una siguiente entrada, Nichols no se atrevió a viajar a La Palma. Lo que sí hizo fue otorgar poderes a su criado Andrés Báez para que lo hiciera en su nombre: “«Sepan quantos esta carta vieren como yo Thomas Nicolás, ynglés, estante en esta ysla de Tenerife, digo que por cuanto a servicio de Dios Nuestro Señor e de su bendita e gloriosa Madre, mediantesu gracia e bendición, está sentado y conertado que yo aya de casar e case legitimamente, segund horden de la Santa Madre Yglesia, con Francisca Camacho, hija de Alonso Camacho, escribano público de la ysla de La Palma, y de Beatriz de Almonte, su muger, y porque al presente yo no puedo yr personalmente a me desposar con la dicha Francisca Camacho, por tanto por esta presente carta otorgo e conozco que doy e otorgo todo mi poder complido, libre e llenero e bastante, segund que lo yo he y tengo e segund que mejor e más cumplidamente lo puedo e devo dar e otorgar e de derecho más puede e deve valer, a· Andrés Váez, estante en esta ysla de Tenerife, presente, especialmente para que por mi y en mi nombre e como yo mismo podays desposaros por palabras de presente hazientes legitimo matrimonio, con la dicha Francisca Camacho, recibiendo a ella por mi esposa e muger y otorgándome a mí por su esposo e marido, como la Santa Madre Yglesia para el caso requiere e manda». Pero, ni siquiera por poderes, hubo boda.
Con toda seguridad, Tomás habría conocido a los Camacho por motivos profesionales. Parte de sus obligaciones era hacer viajes frecuentes a La Palma, para adquirir vino y azúcar. Nada tiene de extraño que, para la formalización de sus acuerdos comerciales en aquella isla, recurriese al notario de Santa Cruz. Supondré que el inglés le cayó en gracia al palmero, que lo admitió en las interioridades familiares, posibilitando así que conociera y tratara a su hija. La verdad, no termina de cuadrarme que, en unos tiempos en los que los matrimonios eran sobre todo negocios, Alonso Camacho viera en Nichols un buen partido. Extranjero de país protestante y sin dotes de nobleza o fortuna: no alcanzo a imaginar por qué habría el notario palmero de dar su consentimiento. Quizás la niña Francisca tuviera algún defecto que le impedía una buena boda. O quizás, y además, nuestro protagonista se hubiese adornado a sí mismo con virtudes y poderes de los que carecía. Porque lo que sí parece más verosímil es el interés de Tomás en la boda: emparentar con una buena familia del archipiélago era vía eficaz para el arribismo social y, en su amenazadora situación, también una muy conveniente medida de protección. Me barrunto por eso que, aunque pudiera conocer desde antes a Francisca Camacho, la decisión de casarse con ella la tomaría después de sufrir los dos encarcelamientos que he contado. De modo que, para que el cuento sea más creíble, niego ahora la hipótesis del enamoramiento trocándola por fría estrategia. Tomás Nicolás se habría propuesto conseguir la mano (y la dote) de la hija del notario palmero a modo de seguro frente a los riesgos que lo acechaban.
De modo que en los meses de 1559 aprovecharía los viajes a La Palma para asediar a la Paquita, a quien ahora me imagino feucha y hasta contrahecha. La chica, que ya se vería destinada a vestir santos, florecería ilusionada ante las galanuras que le prodigaba tan buen mozo, de gracioso acento extranjero. Pero, al mismo tiempo que se ocupaba de enamorarla (y, en paralelo, convencer a los padres de su idoneidad como yerno), Tomás iba resolviendo asuntos que apuntan a que presentía la tormenta que se le avecinaba. Conocemos dos de sus últimos viajes a La Palma –en octubre y en diciembre– y en ambos firma, en la escribanía de Camacho, poderes para tratar los asuntos pendientes. Son indicios de que no las tenía todas consigo. Deduzco también que, hacia las vísperas de las navidades de ese 1559, habría alcanzado ya el acuerdo con los Camacho para desposar a Francisca. Probablemente, urgidos por el inglés, habrían concertado la ceremonia para principios del año entrante. Sin embargo, como veremos en una siguiente entrada, Nichols no se atrevió a viajar a La Palma. Lo que sí hizo fue otorgar poderes a su criado Andrés Báez para que lo hiciera en su nombre: “«Sepan quantos esta carta vieren como yo Thomas Nicolás, ynglés, estante en esta ysla de Tenerife, digo que por cuanto a servicio de Dios Nuestro Señor e de su bendita e gloriosa Madre, mediantesu gracia e bendición, está sentado y conertado que yo aya de casar e case legitimamente, segund horden de la Santa Madre Yglesia, con Francisca Camacho, hija de Alonso Camacho, escribano público de la ysla de La Palma, y de Beatriz de Almonte, su muger, y porque al presente yo no puedo yr personalmente a me desposar con la dicha Francisca Camacho, por tanto por esta presente carta otorgo e conozco que doy e otorgo todo mi poder complido, libre e llenero e bastante, segund que lo yo he y tengo e segund que mejor e más cumplidamente lo puedo e devo dar e otorgar e de derecho más puede e deve valer, a· Andrés Váez, estante en esta ysla de Tenerife, presente, especialmente para que por mi y en mi nombre e como yo mismo podays desposaros por palabras de presente hazientes legitimo matrimonio, con la dicha Francisca Camacho, recibiendo a ella por mi esposa e muger y otorgándome a mí por su esposo e marido, como la Santa Madre Yglesia para el caso requiere e manda». Pero, ni siquiera por poderes, hubo boda.
¡Bienvenido! Me alegra tu vuelta y ver que continúas con una de tus series. No obstante, debo decir que echo mucho de menos aquella de Funerales y lo que ocurrió entre Ángel y Víctor.
ResponderEliminarGracias por la bienvenida; simplemente, estaba de vacaciones y el nuevo curso ha empezado fuertecillo, dejándome poco tiempo para el blog.
EliminarSi te digo la verdad, me había olvidado de que dejé sin acabar aquel relato de Funerales. En cuanto acabe con este, intentaré rematarlo.
No conozco nada de tu Santamaría. Por lo que he visto, supongo que pensabas en mis posts sobre Bangor ,,, ¿o no? En fin, estar en fuera de juego no es mala cosa.
ResponderEliminarO me estoy enterando mal, o alternas de un modo algo desconcertante Camacho y Machado como primer apellido de Alonso, el padre de Francisca. Lo presentas como Alonso Camacho en la última línea del primer párrafo, pero pasa a ser "ese Alonso Machado" en la primera del segundo y ya sigue como Machado el resto del post, hasta que a mediados del último párrafo vuelve a ser con los Camacho con quienes alcanza Tomás el acuerdo para desposar a Francisca; y Francisca Camacho, hija de Alonso Camacho, es la persona con la que declara que va a casarse Tomás en la carta que transcribes. Resulta un poco confuso.
ResponderEliminarNo, no te enteras mal, se trata de un evidente error mío, prueba de mi preocupante deterioro mental. Es Camacho, no Machado. La confusión quizá provenga de que en mis investigaciones sobre los primeros residentes canarios, entre los portugueses son frecuentes estos dos apellidos. Paso inmediatamente a corregir las erratas. Gracias por hacérmelas notar.
Eliminar