El escrito para su matrimonio por poderes lo firmó Tomás el 13 de enero de 1560. Ya he dicho que en vísperas de las Navidades del 59 estaba en La Palma, así que es más que probable que las fiestas las pasara con la que pretendía que fuera su futura familia política. Concertarían la boda para su próximo viaje. Sin embargo, de vuelta en Tenerife, nuestro hombre comprende que se cierne un complot contra él. Hay que suponer que algún amigo se lo advertiría, incluso es posible que apuntaran al licenciado Morteo como el instigador en la sombra. Lo cierto es que, según nos cuenta Cioranescu, durante esos pocos y últimos días de libertad “vivió, más que en su casa, en casa de amigos, casi ocultándose, y tratando de liquidar los bienes y las mercancías que le quedaban en La Laguna, quizá con la intención de pasar a Londres después de casado”. En estos quehaceres se le fue el mes de enero, y se comprende que de tan atareado (y puede que también asustado) decidiera que más le convenía el casamiento por poderes. Nada sabemos sobre las gestiones de su criado Andrés ni tampoco, si éste llegó a La Palma y presento los poderes, de la reacción de los Camacho. Bueno, algo sí sabemos: que el matrimonio nunca llegó a producirse porque cuando a Tomás lo apresa la Inquisición declara ser soltero. Imagino que la llegada del criado con los poderes –si es que llegó– fue una sorpresa para los Camacho, que seguramente no era eso lo que habían acordado un par de semanas antes. Don Alonso se mosquearía, digo yo, y suspendería el contrato nupcial hasta averiguar qué pasaba con su aspirante a yerno. Supongo que, dado que estaba bien relacionado en el aparato de gobierno de las islas, no tardaría mucho en enterarse de que el inglés estaba en problemas nada menos que con la Inquisición. En esas circunstancias, a lo que menos estaría dispuesto es a emparentarlo con su familia. Y así acabaron para siempre las relaciones entre los Camacho palmeros y el joven Nichols.
Antes de seguir con el cuento, esbocemos algunos trazos sobre la Inquisición en Canarias, a modo de conveniente encuadre para los sucesos que están por acontecer. De sobra es conocido que la Inquisición moderna la introdujo la reina Isabel en 1478 con el inicial objetivo de perseguir las prácticas judaizantes de los conversos y a este cometido se dedicó muy mayoritariamente el Santo Oficio durante su primer periodo –que suele extenderse hasta 1530–. En Canarias la institución tardó en instalarse, probablemente porque era territorio de frontera con mucha menor rigidez social que en Castilla, lo que convenía para su mejor poblamiento y desarrollo. A ello añádase que no pocos conversos, mucho de la jurisdicción de Niebla, donde el duque de Medina Sidonia los protegía, habían participado en la conquista de las Islas. Incluso el todopoderoso Adelantado de Tenerife estaba emparentado con conversos. No obstante, era inevitable que, aunque tarde, llegara la Inquisición también al archipiélago. Primero entre 1493 y 1505 con el nombramiento de un comisario especial, Pedro Valdés, dependiente de la sede sevillana y por fin, en ese último año, con la creación mediante real cédula de un Tribunal propio para las islas (con sede en Las Palmas) y la designación del primer inquisidor Bartolomé López de Tribaldos, que ya era canónigo de la catedral. Durante el ejercicio del cargo –hasta su muerte en 1520–, Tribaldos empezó las acusaciones contra judíos y conversos judaizantes, y además contra moriscos, pero lo cierto es que sin demostrar excesivo celo en su labor inquisitorial. La cosa cambió con su sucesor, Martín Ximénez, que era fiscal de Sevilla y que llevaba vinculado al Santo Oficio al menos desde 1502. Este hombre llegó a Gran Canaria en 1524 e inmediatamente demostró que quería ir a saco contra los herejes; parece que fue un tipo inmoral (gustaba, por ejemplo, de apropiarse de esclavas ajenas para sus apetitos lujuriosos) y de extrema crueldad. A lo largo de sus apenas 26 meses que ocupó el cargo sentenció a 114 personas, ganándose el aborrecimiento de la mayoría de los residentes en el archipiélago (lo llamaban “la segunda pestilencia”, en alusión a la epidemia de peste bubónica que durante aquellos años asolaba las islas). Al final, ante la intensidad de la bronca que se había generado en Las Palmas (Ximénez se enfrentó con el gobernador Diego de Herrera), el emperador Carlos optó por cesarle, sustituyéndolo en 1527 por el que se ocuparía de nuestro amigo inglés, el tercer inquisidor de Canarias, Luis de Padilla, quien se mantendría en el cargo hasta su muerte en 1562, nada menos que tres décadas y media.
El proceso de la Inquisición contra Thomas Nicholls inaugura, en la opinión de los historiadores, las persecuciones sistemáticas contra el protestantismo en Canarias. Hay, no obstante, algunos antecedentes anteriores, aunque no pasen de ser casos aislados. Así, conocemos el del flamenco Hans Parfat, comerciante, quien alrededor del año 1524, en conversaciones en los salones de la buena sociedad (la testigo fue nada menos que Inés de Herrera, esposa del segundo Adelantado), afirmaba que Lutero era buen cristiano y que cuanto decía era verdad que provenía de los propios Evangelios: que no había purgatorio, que las bulas carecían de valor, que el Papa no tenía ninguna autoridad ... Por la misma época o quizá antes, tenemos nada menos que a Jácome de Groenenberg, el primero de la importante familia palmera de los Monteverde (castellanización del apellido alemán). Este Jácome, nacido en 1472 en Colonia, se había instalado en Amberes y allí, en 1500, se casó con la flamenca Margarita Pruss; poco después, en los primeros años del nuevo siglo, el matrimonio se desplazaría a La Palma, donde cuentan que se instaló a lo grande, alardeando de fortuna y raíces nobiliarias. Asociado con la poderosa compañía alemana de los Welser, hacia 1513, autorizado por cédula de la reina Juana, adquirió las fincas e ingenios azucareros de Argual y Tazacorte. Esas fértiles tierras dedicadas al cultivo de la caña dulce con aguas provenientes de la Caldera de Taburiente, habían sido adjudicadas por Alonso Fernández de Lugo a su sobrino Juan, en virtud de su facultad de repartir la recién conquistada isla, y allí se había erigido la iglesia de San Miguel. De modo que hacia mediados de los veinte, ya cincuentón, Jácome de Monteverde y su familia (tenía cinco hijos) son objeto de envidia y vigilancia. Entre 1524 y 1525 fue denunciado por varias personas en las visitas que los inquisidores hicieron a La Palma; decían que elogiaba a Lutero como un hombre grande y sabio.
Piénsese que por esas fechas todavía no había llegado la definitiva ruptura del Emperador con los protestantes (lo que ocurriría en la Dieta de Augsburgo de 1531),aunque ya Lutero había sido excomulgado. De hecho, las causas contra Parfat y Monteverde son casi inéditas en el contexto del conjunto del Reino y puede que se expliquen por el intenso y cruel celo del inquisidor Ximénez. Éste ordenó arrestar a Hans Parfat en 1526 y lo encerró durante algún tiempo en Las Palmas acusado de protestantismo. Mientras estuvo en prisión, Parfat intentó sin éxito averiguar quién lo había denunciado (tal era la práctica habitual: denuncias anónimas que impulsaban la actuación de los inquisidores), pero de lo que sí se enteró fue de que el Santo Oficio andaba tras su amigo Monteverde, y consiguió enviarle aviso. Por lo visto, el potentado palmero trató de deshacerse de libros que pudieran incriminarle. Pero en marzo de 1527 es detenido en su propia Hacienda (parece que opuso feroz resistencia), sin que le valiera de nada que hubiera gastado una fortuna en obras sacras para las ermitas de su finca y de otras iglesias palmeras. Le forzaron a abjurar de sus supuestas herejías, le arrebataron la décima parte de sus bienes y, al igual que a su amigo Parfat, lo enviaron a Sevilla, sede de la cual dependía la Inquisición canaria. A Jácome de Monteverde lo internaron en el convento sevillano de San Francisco el Grande y allí murió y fue enterrado en julio de 1531. De la suerte que corrió Hans Parfat nada he averiguado.
Hubo algunos incidentes más, ya durante el tiempo en que Luis de Padilla era el inquisidor general de Canarias. Un ejemplo es la entretenida historia –relatada por Cioranescu– de los primeros libros luteranos que llegaron a las Islas en un barco de alemanes que naufragó en las costas de Berbería en 1528. Otro más, sucedido poco antes del tiempo de nuestro cuento, en 1557, es el del también flamenco Jan Cornelis Van Dijck, que escapó de las garras de Tribunal y fue quemado en efigie por proposiciones e irreverencias). Pero lo cierto es que, como ya se ha dicho, se trataba de casos puntuales que en absoluto eran la principal preocupación de los inquisidores de la época. Además, la herejía luterana no era aún objeto de aversión popular, y menos en Canarias, donde los extranjeros que podían ser sospechosos de la misma contaban con no pocos apoyos. Que el caso de Tomás Nicolás marque, al menos en Canarias, un cambio en la línea de actuación de la Inquisición que se centraría desde entonces en perseguir las diversas herejías protestantes, mucho tiene que ver con el empeoramiento de las relaciones exteriores de Felipe II; con Inglaterra, cobre todo, pero también con los irredentos flamencos. Los ingleses empiezan a pasar de ser amigables aliados a potenciales enemigos y ese cambio en el ambiente sociopolítico es caldo de cultivo idóneo para fomentar las denuncias malintencionadas contra ciudadanos de ese país que residían en el archipiélago. Así, las animadversiones que podía haber generado Thomas (y de las que hablaremos en la siguiente entrada), tal vez incentivadas por el encono de Polo Morteo o Luis Melián de Betancor, encontraron las condiciones perfectas para alcanzar los más dañinos efectos y traer la desgracia a nuestro protagonista.
El proceso de la Inquisición contra Thomas Nicholls inaugura, en la opinión de los historiadores, las persecuciones sistemáticas contra el protestantismo en Canarias. Hay, no obstante, algunos antecedentes anteriores, aunque no pasen de ser casos aislados. Así, conocemos el del flamenco Hans Parfat, comerciante, quien alrededor del año 1524, en conversaciones en los salones de la buena sociedad (la testigo fue nada menos que Inés de Herrera, esposa del segundo Adelantado), afirmaba que Lutero era buen cristiano y que cuanto decía era verdad que provenía de los propios Evangelios: que no había purgatorio, que las bulas carecían de valor, que el Papa no tenía ninguna autoridad ... Por la misma época o quizá antes, tenemos nada menos que a Jácome de Groenenberg, el primero de la importante familia palmera de los Monteverde (castellanización del apellido alemán). Este Jácome, nacido en 1472 en Colonia, se había instalado en Amberes y allí, en 1500, se casó con la flamenca Margarita Pruss; poco después, en los primeros años del nuevo siglo, el matrimonio se desplazaría a La Palma, donde cuentan que se instaló a lo grande, alardeando de fortuna y raíces nobiliarias. Asociado con la poderosa compañía alemana de los Welser, hacia 1513, autorizado por cédula de la reina Juana, adquirió las fincas e ingenios azucareros de Argual y Tazacorte. Esas fértiles tierras dedicadas al cultivo de la caña dulce con aguas provenientes de la Caldera de Taburiente, habían sido adjudicadas por Alonso Fernández de Lugo a su sobrino Juan, en virtud de su facultad de repartir la recién conquistada isla, y allí se había erigido la iglesia de San Miguel. De modo que hacia mediados de los veinte, ya cincuentón, Jácome de Monteverde y su familia (tenía cinco hijos) son objeto de envidia y vigilancia. Entre 1524 y 1525 fue denunciado por varias personas en las visitas que los inquisidores hicieron a La Palma; decían que elogiaba a Lutero como un hombre grande y sabio.
Piénsese que por esas fechas todavía no había llegado la definitiva ruptura del Emperador con los protestantes (lo que ocurriría en la Dieta de Augsburgo de 1531),aunque ya Lutero había sido excomulgado. De hecho, las causas contra Parfat y Monteverde son casi inéditas en el contexto del conjunto del Reino y puede que se expliquen por el intenso y cruel celo del inquisidor Ximénez. Éste ordenó arrestar a Hans Parfat en 1526 y lo encerró durante algún tiempo en Las Palmas acusado de protestantismo. Mientras estuvo en prisión, Parfat intentó sin éxito averiguar quién lo había denunciado (tal era la práctica habitual: denuncias anónimas que impulsaban la actuación de los inquisidores), pero de lo que sí se enteró fue de que el Santo Oficio andaba tras su amigo Monteverde, y consiguió enviarle aviso. Por lo visto, el potentado palmero trató de deshacerse de libros que pudieran incriminarle. Pero en marzo de 1527 es detenido en su propia Hacienda (parece que opuso feroz resistencia), sin que le valiera de nada que hubiera gastado una fortuna en obras sacras para las ermitas de su finca y de otras iglesias palmeras. Le forzaron a abjurar de sus supuestas herejías, le arrebataron la décima parte de sus bienes y, al igual que a su amigo Parfat, lo enviaron a Sevilla, sede de la cual dependía la Inquisición canaria. A Jácome de Monteverde lo internaron en el convento sevillano de San Francisco el Grande y allí murió y fue enterrado en julio de 1531. De la suerte que corrió Hans Parfat nada he averiguado.
Hubo algunos incidentes más, ya durante el tiempo en que Luis de Padilla era el inquisidor general de Canarias. Un ejemplo es la entretenida historia –relatada por Cioranescu– de los primeros libros luteranos que llegaron a las Islas en un barco de alemanes que naufragó en las costas de Berbería en 1528. Otro más, sucedido poco antes del tiempo de nuestro cuento, en 1557, es el del también flamenco Jan Cornelis Van Dijck, que escapó de las garras de Tribunal y fue quemado en efigie por proposiciones e irreverencias). Pero lo cierto es que, como ya se ha dicho, se trataba de casos puntuales que en absoluto eran la principal preocupación de los inquisidores de la época. Además, la herejía luterana no era aún objeto de aversión popular, y menos en Canarias, donde los extranjeros que podían ser sospechosos de la misma contaban con no pocos apoyos. Que el caso de Tomás Nicolás marque, al menos en Canarias, un cambio en la línea de actuación de la Inquisición que se centraría desde entonces en perseguir las diversas herejías protestantes, mucho tiene que ver con el empeoramiento de las relaciones exteriores de Felipe II; con Inglaterra, cobre todo, pero también con los irredentos flamencos. Los ingleses empiezan a pasar de ser amigables aliados a potenciales enemigos y ese cambio en el ambiente sociopolítico es caldo de cultivo idóneo para fomentar las denuncias malintencionadas contra ciudadanos de ese país que residían en el archipiélago. Así, las animadversiones que podía haber generado Thomas (y de las que hablaremos en la siguiente entrada), tal vez incentivadas por el encono de Polo Morteo o Luis Melián de Betancor, encontraron las condiciones perfectas para alcanzar los más dañinos efectos y traer la desgracia a nuestro protagonista.
Bien podría haber dicho como los Monty Python mucho después, "Nobody expects the Spanish Inquisition!".
ResponderEliminarNo, capolanda, en este caso no descarto que la estuviese esperando (o, al menos, temiendo).
EliminarObviamente, esta de broma.
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