Toca ya el himno de La Rioja, una de las comunidades uniprovinciales españolas. He de reconocer que poco la he visitado y poco sé de ella. En mis tiempos escolares, la entonces llamada provincia de Logroño era una de las ocho de la región de Castilla La Vieja. De esa región –creada con la división provincial de 1833–, se han desgajado dos provincias para formar sendas comunidades autónomas (las actuales Cantabria y La Rioja) y las seis restantes se han sumado a las tres de la antigua región de León (León, Zamora y Salamanca) para formar Castilla-León. En estas recomposiciones político-administrativas (que suelen interesarme) nunca me llamó la atención esta provincia discreta de los siete ríos (y valles) que desaguan al Ebro. Sin embargo, según leo para escribir este post, los habitantes de este antiguo Reino de Nájera desde (casi) siempre han reclamado su personalidad propia, frente a los intentos –sobre todo a partir de los Borbones– de indiferenciarlo en el seno castellano. De hecho, la conformación de esas tierras como una de las nuevas provincias españolas fue uno de los primeros éxitos de las aspiraciones riojanas. Más recientemente, tras la muerte de Franco, ante el rechazo de sus habitantes de integrarse en cualquier otra comunidad autónoma, no hubo más remedio que aceptar las reivindicaciones mayoritarias de erigirse como una propia. Así que me cuidaré muy mucho de menospreciar las ínfulas identitarias de La Rioja, aunque sus habitantes no tengan por costumbre hacer alharacas con ellas.
Dado que hasta la fecha el Instituto de Estudios Riojanos no ha redactado la letra o, si lo ha hecho (que seguro que sí, y varias) no ha encontrado el necesario interés por parte de los regidores autonómicos, lo cierto es que la Comunidad Autónoma tiene un himno sin letra, como el País Vasco y como el propio Estado español. Por tanto, quizá debería haber hablado del himno riojano en el primer post de esta serie, inmediatamente después del de Euskadi. Si no lo hice fue porque, como ya he contado, cuando nació como himno tenía letra y de lo que se trata es de valorar los mensajes de las letras, aunque, como en este caso, no sea oficial. ¿Y de qué va la letra? Pues fundamentalmente es un repaso poético de la geografía riojana, que acaba con invocaciones a la Virgen de Valvanera, patrona de la región y cuya leyenda merece la pena ser conocida. Un texto bucólico preñado de amor a la tierra (nada anómalo en un himno) y sin la más mínima nota de agresividad o negatividad hacia nadie. Tampoco la letra no oficial del de La Rioja conecta en nada con la de Els Segadors.
El de La Rioja es el único himno autonómico compuesto durante el franquismo, así que los cinco que quedan nacieron durante el actual periodo democrático encargados expresamente por los dirigentes locales. Y el primero de ellos es el de Madrid, y la cosa no deja de tener su gracia, porque el primer presidente se dio mucha prisa para dotar a la nueva Comunidad de su himno oficial: adviértase que Joaquín Leguina formó gobierno en junio del 83 y el día de navidad de ese año entró en vigor la Ley 2/1983 de la Bandera, Escudo e Himno de la Comunidad de Madrid. Sorprende que, solo unos días después de la primera Ley madrileña –la de Gobierno y Administración de la Comunidad– se promulgara esta de los símbolos. Se diría que a Leguina y su equipo le importaba mucho este tema. Sin embargo, hay que aclarar que esa importancia de lo simbólico presentaba un enfoque nuevo al que venía siendo habitual en las otras comunidades autónomas (téngase en cuenta que Madrid fue la última en constituirse). Para aclarar lo que quiero decir, prefiero citar textualmente el párrafo final de la Exposición de Motivos de la citada Ley: “El himno de la Autónomía madrileña no podría ser ni meramente casticista, por la pluralidad y riqueza de origen de nuestro pueblo, ni tradicional, entendiendo como tal aquellos que exaltan cualquier forma de exclusión o agresividad. Debía ser, y es, un himno nuevo”. No tengo dudas de que eso que dice la Ley era la intención personal de Leguina, y que también tuvo que ser voluntad suya encargar la composición a dos personajes singulares, ambos rebeldes y heterodoxos (y ambos de izquierdas): el músico Pablo Sorozábal Serrano (1934-2007) y el filólogo (y muchas cosas más) Agustín García Calvo (1926-2012).
Lo cierto es que el himno nunca ha logrado calar entre los madrileños. Hay, por supuesto –y los hubo desde el principio–, no pocos entusiastas, muy en especial de la singular letra. El primero de todos –no es de extrañar– el propio Leguina, quien al presentarlo públicamente en el otoño del 83 dijo que era un “himno-pasacalles-marcha musicalmente hermoso” y, sobre la letra, que es “un poema indudablemente bello, donde late la ironía de esta vieja tierra castellana. No es exaltante, ni falta que hace; es simplemente un himno de hoy para un Madrid de mañana”. Pero sus elogios no convencieron a la oposición ni a la mayoría de las voces que por entonces opinaron, abundando críticas tremendamente agresivas. Que yo sepa, pocas veces se interpreta, ni siquiera en actos oficiales de las instituciones madrileñas, y en unas cuantas ocasiones –sobre todo a partir de que la Comunidad de Madrid pasara a manos del PP– se han oído propuestas para abolirlo y sustituirlo por algo menos “extravagante”. Ahora bien, es justamente esa “extravagancia”, que más habría que calificar en positivo como alejamiento consciente e irónico de los sobados tópicos, lo que hace que yo me sume a los forofos del himno madrileño, al menos de su letra (la música he de confesar que no termina de emocionarme). Son tres estrofas que merece la pena leer y disfrutar despacio. La primera es una desternillante justificación de la constitución de la provincia en Autonomía, rematada con moraleja filosófica: “las vueltas que da el mundo para estarse quieto”. La segunda viene a ser un mapa de situación entre geográfico y cartográfico y de nuevo el remate burlón: “solo por ser algo soy madrileño” (afirmación por supuesto inconcebible en boca de un nacionalista). La última estrofa, una definición de Madrid desde el caos: “yo soy todos y nadie … y ese es mi anhelo, que por algo se dice: de Madrid al cielo”. Así que, a mi modo de ver, es una pena que un himno que cabría denominar de antinacionalista no goce de más popularidad. Será que nos ponen más los golpes de hoz.
En este momento no tengo el diapasón a mano, pero con los sustitutos que pueden encontrarse por Internet diría que el himno riojano comienza en Do sostenido Mayor, al que se supone un carácter de “Miradas lascivas. Pena y éxtasis. No puede reír, pero puede sonreír. No puede aullar, sólo puede hacer una mueca de su llanto. Caracteres y sentimientos inusuales.” Dudo mucho que fuera esta la intención del autor, de manera que hay que suponer que eligió esta tonalidad más bien rara por algún otro motivo menos metafísico. En cualquier caso, no se quedó mucho rato en ella. La melodía, algo errática aunque animosa, va cambiando de tonalidad de modo bastante poco previsible y más bien difícil de seguir, aunque tiende a volver al Do sostenido inicial, como para recapitular, como esos oradores que se van por las ramas, se pierden y tienen que volver de vez en cuando a su afirmación inicial para intentar dejar las cosas claras. Tras oirlo me inclino a pensar que las cinco repeticiones del estreno, más que al entusiasmo del público, obedecieron a su necesidad de volverlo a oir para ver si conseguían entenderlo.
ResponderEliminarEl atípico himno madrileño es otro de los raros que están en una tonalidad menor. Si bemol menor, en concreto, “Oscuro, terrible, criatura pintoresca y curiosa, ropa de noche, tosco, maleducado, burlesco, descortés, descontento con sí mismo, sonidos del suicidio.” De esta tonalidad, en cambio, sí me creo que Sorozábal, que tenía una sólida formación clásica recibida de su padre, también músico (uno de los últimos zarzueleros de éxito) la eligiera muy consciente de estos supuestos significados. Encajan bastante bien con lo que sé del himno y sobre todo con lo que sé del autor, que era un tipo bastante curioso, comunista acérrimo y nostálgico de los tanques soviéticos, a los que escribió un encendido elogio en el que lamentaba que ya nunca los vería avanzar por la Castellana, acabando con el franquismo. Al contrario que a Miroslav, a mí la música me parece bastante buena, casi a la altura de la genial letra de García Calvo. Pero su intención es, creo, muy distinta de la de la letra. Mientras que esta es una cachondada intelectual, iconoclasta y tirando a anarquista, la música es una prueba de que las emociones que suscita la música no dependen solo de su tonalidad, sino también del ritmo, de las peripecias de la melodía y hasta del modo de interpretarla. A mí esta versión, con todo y estar en menor, me suena a himno combativo, militante, revolucionario incluso, emparentado con La Varsoviana o Por montañas y praderas, que también están en tono menor y de los que sin embargo nadie diría que son dulces y meditativas. Francamente estalinista, me resulta (aunque, más en consonancia con la letra, Sorozábal atemperó un poco esta impresión con el cachondo intermedio en el que el coro se pone lírico, recreándose en lo de ”solo por ser algo soy madrileño”, antes de volver al sombrío tono de determinación revolucionaria).
En conjunto, el himno madrileño me parece un lujo francamente inesperado, como letra, como música y como insólita combinación de ambas. Uno de esos raros productos de calidad a pesar de su carácter institucional, que solo se dan en épocas tan irrepetibles como nuestra denostada transición, y con el patrocinio de políticos tan inclasificables como el amigo Leguina. No me extraña, por tanto, que no haya cuajado entre el biempensante electorado madrileño, ni que el PP lo quiera cambiar.
Vaya, hombre. Con lo bonito que me había quedado el comentario y, comprobando la tonalidad del himno madrileño, me parece que está en Sol menor, y no en Si bemol menor. Eso me pasa por no tener aquí mi diapasón y por no tener oído absoluto. Cada vez lo echo más de menos. Bueno, el grueso de lo dicho sirve, pero Sol menor es "Serio, magnífico, descontento, preocupado por el rompimiento de los esquemas, mal templado, rechinamiento de dientes, disgusto". Cambien ustedes lo que deba ser cambiado, tampoco este diagnóstico encaja mal con la intención del himno.
Eliminar(A modo de débil disculpa: Si bemol es la tercera menor de Sol. Confundí la tónica con la subdominante. Nadie es perfecto).
Cada vez me admiras más, Vanbrugh. Por favor no dejes de añadir estos comentarios que son mucho más interesantes que el contenido del post.
EliminarAclaro que la música no es que me disguste, pero no termina de entusiasmarme. Eso sí, comparto contigo que suena un tanto "soviética".
Muchas gracias por tus desmedidos elogios, pero de veras que no hay motivo ninguno de admiración en determinar en qué tonalidad está una música y copiar los estereotipos emotivos que... vaya usted a saber quién decidió que esa tonalidad tenía que provocar al oyente.
EliminarTe diré que entusiasmarme, la música del himno madrileño a mí tampoco me entusiasma en exceso. Los ardores revolucionarios soviéticos, al contrario que a Sorozábal hijo, me despiertan poca simpatía. Solo reconozco que es un producto bien hecho, una buena música bien compuesta, armonizada y orquestada, que responde muy eficazmente a las intenciones que cabe suponer que tenía su autor.
Después de oír el himno de Madrid, entiendo todavía mejor las recientes reivindicaciones de madrileños respecto a ciertas paletadas nacionalistas que nos llegan de Cataluña, en las que se desprecia a quienes emigraron al noreste en busca de oportunidades como "colonos": que para ser madrileño, basta con haber nacido allí... o ni siquiera, sólo con que hayas vivido allí un buen trozo de tu vida, eres madrileño.
ResponderEliminarA mí la música me parece buena con un buen ritmo, como dice Vanbrugh.
Como ya dijo Lansky en un comentario al anterior post, es un himno antinacionalista.
EliminarCabría preguntarse por qué no ha calado, como dices, Miroslav, el himno madrileño. A priori pienso que puede ser por dos cosas: porque no gusta a una mayoría, o bien, porque los poderes públicos autonómicos lo han ocultado celosamente y no han propiciado hacerlo sonar y cantar. Pienso que es lo segundo, a los políticos, sobre todo del PP que han gobernado lustros en la Comunidad y el ayuntamiento madrileños, no les gusta nada de nada, precisamente porque es antinacionalista, irónico y vacilón, como lo era ese gran erudito ácrata que fue Agustín.
ResponderEliminarLa Rioja, sobre todo la Alta, Demanda, Cameros y demás serranías, me encanta y la visito con frecuencia, sobre todo en otoño: hayedos, monasterios románicos y ríos trucheros y con nutrias. Mi preferido es el valle del río Najerilla.
Tus dos hipótesis sobre el poco arraigo popular del himno de Madrid son compatibles y, en mi opinión, ambas son ciertas. Ciertamente, a los políticos peperos no les ha interesado difundirlo, pero también me parece que el himno no tiene precisamente los componentes para ser del gusto popular. Ten en cuenta que, antes del PP, Leguina tuvo casi una década para difundirlo.
EliminarA la Rioja solo he ido dos veces, y ambas hace ya demasiados años. Me consta que tiene sitios maravillosos y tengo que organizarme un viaje, a ser posible con tiempo para caminatas. La verdad es que tengo tantos destinos pendientes ...
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